En una investigación llevada a cabo en el año 1794 por el Inquisidor Ordinario de la iglesia conquense, para ver si era cierta la alegación que realizaban Joaquín de Checa y Teresa García, tras solicitar una dispensa matrimonial que les permitiese casarse, por ser parientes cercanos, al guardar un tercero con cuarto grado de consanguinidad, ambos piquereños comentaban que debido a la escasa cantidad de vecinos habidos en el pueblo, era obvio que se diera lugar a una boda entre primos como la que estos futuros contrayentes deseaban celebrar. Razón por la que desde el clero de la capital, se efectuará un interrogatorio a tres nativos, a los que se les preguntará “si saben que dicha villa es estrecha y de corta vecindad, y que en ella atendidas las calidades y circunstancias de la dicha Teresa se halla tan emparentada, que no hallará varón de su igual estado, calidad y condición, con quien casarse que no sea su deudo y pariente en grado prohibido”.
Por aquellos tiempos Piqueras no era una población excesivamente grande, pero tampoco una pequeña aldea formada por un puñado de casas. Recordemos que el Catastro de Ensenada informa de como a mediados de esa centuria en el pueblo había 76 casas de vecinos, lo que aplicando un cociente de unos 4 residentes de media por hogar, nos dará unos trescientos habitantes en total.
Es cierto que esta cifra aproximada no supone una gran cantidad de gente, así como tampoco faltaba razón a los prometidos, cuando indicaban que en el pueblo el parentesco era muy estrecho, ya que las políticas endogámicas venían produciéndose desde siglos atrás, tal y como lo confirman los libros matrimoniales de la localidad que hemos estudiado durante el siglo XVII.
No obstante, y a pesar de ello, el principal argumento que premiaba en este tipo de enlaces, no era solo el parentesco, pues bien podían encontrarse entre los tres centenares de casas, vecinos con una consanguinidad más alejada, de ahí que una parte de esta argumentación, era cierta, pero cobijándose en otro interés, y que aflora cuando se pregunta si en el pueblo no había “varón de su igual estado, calidad y condición” con el que poder casarse.
Sabemos que tanto la familia de Teresa, pero especialmente la de Joaquín, venían de casas de labradores con recursos, es decir, gente con tierras, y una consiguiente autonomía en el pueblo, lo que les permitía poseer un patrimonio agrícola, sin tener que depender de la faena que les pudiesen dar otros vecinos, de ahí que muchas veces, detrás de esta fórmula, pensamos que se esconde un interés por premiar enlaces entre gente de un mismo estatus social, que en este caso, sin ser miembros de ningún estamento privilegiado, gozaban de cierta comodidad económica, como propietarios de tierras que eran.
Durante el siglo XVIII los Checa gozaban de reputación, pues controlaban la capellanía del Licenciado Sánchez Abad, teniendo de este modo tierra e hijos insertados dentro del brazo eclesiástico, credenciales más que suficientes para enaltecer el nombre de la familia, y por tanto justificar enlaces con gente que únicamente podían reunir una serie de requisitos que se adaptaban a los cánones de la época para medrar y alcanzar aquel estatus que casi todo mortal buscaba.
Pensamos que la tradición que ha imperado en estas tierras de repartir a partes equitativas entre los hijos los bienes familiares (tal y como desprendemos tras la consulta de los testamentos de sus vecinos en los libros de defunción y volúmenes notariales de la zona), supuso que los matrimonios acabasen celebrándose entre gente del mismo pueblo, para que así de este modo las tierras, y que eran fundamentalmente el motor económico del lugar, nunca llegaran a salir de las manos de sus gentes, consiguiendo así a través de esas políticas endogámicas, recuperar o incorporar el patrimonio que daba calidad de vida a la familia. Todo ello, unido a las fundaciones con lotes de tierras, que eran una excusa perfecta para aislar determinados bienes, que de este modo no se podían enajenar o partir, y así por tanto, ir destinados a una línea en concreto, permitiendo consolidar este tipo de políticas.
Tengamos en cuenta que la gente no era ignorante, pues sabían perfectamente que la concentración de tierras bajo este tipo de figuras, era lo que más les podía ayudar a que alguno de sus hijos crecieran económicamente, tal y como venían realizando a través del mayorazgo los linajes nobiliarios. Esto unido, a que en la cultura local, estaba extendida la idea que nos recuerda el refranero español de más vale malo conocido, que bueno por conocer, explicarán en parte la complejidad que supone, entender esas sociedades rurales de antaño.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Piqueras del Castillo