Si leemos los testamentos e inventarios de bienes de muchos antepasados recogidos en referencias notariales (o incluso en el repartimiento de posesiones de las partidas parroquiales de los libros de defunciones), comprobaremos como casi siempre hay cinco tipos de fibras naturales, que componen las colecciones de ropa y textiles de cada persona.
Estas las podemos clasificar de acorde su origen en dos grupos: en fibras animales (lana o seda), y origen vegetal (algodón, cáñamo y lino).
Cierto es que cada una tiene una serie de cualidades, que dependiendo del uso que se le pretendan dar, resultan más favorables para un tipo concreto de piezas, no obstante, como suele ocurrir con casi todo, estas también acabarán asociándose a una serie de elementos, especialmente de tipo social, vinculados con el poder o estatus de cada persona, llegando a convertirse en un signo distintivo de la imagen que un individuo o familia podía dar a través de su tenencia.
Veremos por ejemplo que la tela de lino es una de las que mayor calidad ha tenido desde la antigüedad, siendo valorada por su resistencia respecto al algodón, destacando su capacidad para repeler insectos, característica que como podemos imaginarnos era muy valorada en aquella sociedad de labradores, y que tantas horas pasaba en el campo.
Otras características que ya interesaban a aquellas personas, era su empleo en determinadas piezas, así pues, en el clima frío de la tierra conquense, la lana sin lugar a duda era la fibra natural más apreciada para la elaboración de mantas, ya que esta retiene el calor mucho mejor que cualquiera de las restantes. También sabemos que la seda ha sido una tela deseada por las familias acomodadas, ya que se ha vinculado siempre con el lujo y el poder.
David Gómez de Mora