domingo, 25 de septiembre de 2022

Las políticas matrimoniales en el territorio conquense de antaño. Una visión personal

La endogamia ha sido una fórmula empleada en muchos de los enclaves de nuestra geografía, ya no solo entre las élites del ámbito aristocrático urbanita, sino también en focos rurales, donde debido a una serie de patrones que marcan la idiosincrasia de estas zonas con baja densidad demográfica, se fue gestando desde tiempos remotos un modo propio de afrontar los problemas, tales como la repartición de la tierra o la estabilidad de los grupos de poder dentro de aquellos lugares aislados de los grandes focos de influencia poblacional.

Cierto es que en el caso del área conquense que hemos analizado, será una constante la repartición equitativa del patrimonio familiar entre los hijos, no obstante, en el momento en que cualquier linaje pretenda asentar unas bases que le permitan acrecentar su estatus o potenciar el nombre de la familia de ese lugar, apreciaremos como se recurrirá a la creación de fundaciones, tales como vínculos, capellanías y mayorazgos, que pretendían aglutinar el patrimonio de manera aislada en un único lote, de los cuales siempre resultará beneficiada una única persona o familia, rompiendo por tanto con esa tradición extendida entre la sociedad conquense de dividir las tierras e incluso las casas a partes iguales entre todos los vástagos de un mismo núcleo familiar.

La verdad es que para entender patrones sociales de esta tipología, es necesario haber ahondado en mucha documentación local. Talvez de este modo, uno puede aproximarse mejor al esclarecimiento de dicha cuestión, pudiendo así confirmar o desmitificar esa literatura que toca por encima la vida en espacios escasamente estudiados por la historiografía actual.

Por la parte que nos toca, cabe decir que apreciamos idénticos patrones matrimoniales a lo largo de los diferentes enclaves que hemos ido estudiando con el paso de los años, guardando claros paralelismos tantos los municipios del área meridional de la provincia, siendo el caso de Piqueras del Castillo, Buenache de Alarcón, Barchín del Hoyo o Rubielos Altos (donde se han analizado a fondo todas las partidas sacramentales como documentación notarial conservada), así como de la misma forma en el área de la Alcarria Conquense, c oncretamente en el caso de municipios como Villarejo de la Peñuela, Castillejo del Romeral, Caracenilla, Verdelpino de Huete, Saceda del Río, Carrascosilla, La Peraleja, o en el barrio de Atienza de la ciudad de Huete.

Analizando cada uno, podemos decir que en todos siempre se detectan los mismos patrones en lo que concierne al desarrollo de políticas matrimoniales cerradas, especialmente entre familias de similares características sociales (al menos en el abanico cronológico que abarcan los siglos XVI-XVIII), de ahí que podemos suponer, que no nos encontramos ante un hecho casual, sino que muy probablemente, ante una idea muy extendida por todo el arco de nuestra geografía peninsular, pues incluso en zonas apartadas, como es el caso de Peñíscola (Castellón) o Cañete la Real (Málaga), hemos apreciado que este patrón se repite, de ahí que estemos ante un mecanismo social más común de lo que nos podríamos llegar a imaginar.

Ahora bien, cabe analizar a través de las fuentes que nos lo permitan, qué razones movían a estos linajes a actuar de ese modo. Una de las respuestas podría encontrarse en lo que son los libros de protocolos notariales, así como también en las dispensas matrimoniales, y que veremos en los diferentes archivos diocesanos, junto las colecciones de documentos de las parroquias locales.

A través del capítulo 18 del libro de Levítico, ya se recordaba desde la iglesia la prohibición de celebrarse matrimonios entre parientes con una consanguinidad muy estrecha. Cuestión que veremos ya esbozada durante la Baja Edad Media a través de la estipulación de algunas normas, pero que no será estrictamente delimitada hasta la llegada del Concilio de Trento, cuando se dejará claro que grado de parentesco había de existir entre los contrayentes. No obstante, y como veremos, esto no siempre fue así, pues cualquiera que ha estudiado a fondo las relaciones matrimoniales a través de genealogías en municipios pequeños, verá como los enlaces matrimoniales entre personas que eran primos hermanos no fueron un caso inaudito, de ahí que a continuación pasemos a desarrollar algunas cuestiones, y que hemos observado a colación de los diferentes documentos con los que hemos ido trabajando durante estos años, en lo que respecta a las localidades del territorio conquense anteriormente citadas.

Para llegar a celebrar un matrimonio entre familiares relativamente cercanos, era necesario pedir una dispensa matrimonial, es decir, un autorización en la que la iglesia aprobaba que los contrayentes podían mantener una relación matrimonial siempre y cuando se demostrara qué tipo de nexo existía en términos genealógicos, gracias al traslado de datos del linaje, y que se extraían desde sus parroquias locales, informándose de este modo sobre el grado de consanguinidad existente entre dichas partes, a la vez que se argumentaba el motivo que llevaba al desarrollo de esa unión. Para esto los curas de cada pueblo, consultarán las partidas de matrimonio de cada antepasado directo de esas persona (al menos cuatro generaciones), elaborando diferentes genealogías (a veces con diseños muy elaborados), en los que se estipulaba con precisión el grado de consanguinidad entre ambas personas, aportando además el testimonio de vecinos, que confirmaban si la información trasladada o argumentada era verídica.

No obstante, veremos como la cosa cambiaba en el momento de justificarse el motivo por el que se producía aquel enlace, ya que era necesario detallar que había llevado a la celebración de un matrimonio entre gente con un parentesco tan próximo.

Por norma general las dispensas acarreaban un gasto, aunque veremos que a veces podían no llegar a costearse, debido a la pobreza de la familia, tal y como literalmente registra la documentación, pudiendo así la gestión resultar gratuita o a muy bajo precio. No obstante, por norma general lo habitual es que esta se acabase pagando, ya que al fin y al cabo, detrás de aquel informe había todo un trabajo burocrático y de investigación, que como veremos en diferentes lugares y momentos se afrontó de muchas formas.

Como datos anecdóticos, no podemos pasar por alto una hoja de un libro parroquial de La Peraleja, en la que el cura deja por escrito que este se encontraba desbordado al intentar averiguar el entronque de una línea común entre dos personas, dejando para ello aparcado el tema, y animando por escrito en una nota a que si algún atrevido se veía con ganas, que fuese este quien acabase desentrañando la faena.

Cierto es que muchas veces estas labores detectivescas no solo se reducían al ámbito de las dispensas, pues para la tenencia de una capellanía o el aprovechamiento de una fundación, el párroco había de elaborar genealogías que permitiesen demostrar el entronque entre el fundador y el interesado, tal y como se estipulaba en las cláusulas de su creación.

Conocemos el caso de Buenache de Alarcón, donde un párroco elaboró durante el siglo XIX un índice matrimonial detallado que ya arrancaba desde el siglo XVI, y en el que alfabéticamente recogerá la página y tomo de la partida matrimonial de cada vecino. Una labor que el investigador de hoy agradece con creces.

Tampoco podemos pasar por alto el libro de genealogías de los vecinos de Villarejo de la Peñuela, en el que de nuevo, otro párroco, y gracias a multitud de árboles que indexa en el mismo libro, traza los parentescos entre sus vecinos, agilizando de esta forma las tareas para cuando uno de los parroquianos fuese a casarse con un pariente o solicitara las prestaciones de una fundación.

Cabe decir que estos casos los conocemos por el hecho de que hemos analizado a fondo las políticas matrimoniales y genealogías de estos pueblos concretamente referidos, no obstante, pensamos que deben haber otras tantas obras de esta clase en los diferentes archivos de nuestra geografía, y que se insertan en ese interés por tener controlada al milímetro la consanguinidad entre vecinos, al tratarse de lugares donde el vecindario era pequeño, y por tanto había mayores posibilidades de fomentarse políticas cerradas.

Uno de los argumentos más recurrentes para justificar parentescos estrechos en las dispensas, era el de que en el lugar de residencia había un vecindario muy reducido, cosa que no daba según los contrayentes a más opciones.

Otras veces se llegaba incluso a justificar que debido precisamente al número de habitantes tan bajo que existía en el pueblo, así como que no había personas en el lugar de una condición social tan buena como la de los futuros contrayentes, debía de entenderse que esa era la única alternativa, y por tanto, legitimar el matrimonio, ya que el resto de vecinos no reunía las características deseadas.

Resulta llamativa otra argumentación cotidiana, como la de que si había algún inconveniente en la celebración de ese matrimonio, las dos partes se verían en la obligación de buscar personas de una menor calidad social, avisando con ello que se estaba promoviendo una degradación del linaje en el caso de no aceptarse ese enlace por bueno. Este último es sin lugar a duda un dato de notable interés para quienes estamos interesados en el trazado de las radiografías sociales de las élites y grupos de poder local, pues veremos de esta manera, como oficialmente un conjunto de personas se desmarca de otras, alegando su capacidad económica.

De ahí que muchas veces, en las dispensas detrás de argumentos como el de la escasa densidad demográfica, pensamos que hay motivos más bien de índole social. Esto en parte creemos que derivaría del tradicional modelo de repartición de bienes a partes iguales entre hijos, y que ha imperado históricamente en estas tierras. Pues con el mismo se creaba una bolsa de pobreza en cuestión de una o dos generaciones a través de sus descendientes, si antes estos no aglutinaban o incorporaran nuevas tierras o bienes que dieran cierta calidad de vida a sus familiares, ya que de lo contrario se estaba entrando dentro de un círculo vicioso, en el que la única salida era retroalimentar la retención del patrimonio con políticas cerradas, que a tenor de nuestra opinión, muchas veces se habrán de justificar por medio de esas dispensas que nos han llegado, y que no son más que el reflejo de la preocupación de unas gentes por seguir preservando una calidad de vida aceptable, que además había de adaptarse a la normativa burocrática establecida desde Trento, así como a una idiosincrasia del cooperativismo familiar, donde todos los hijos tenían derecho a una herencia equitativa, en contra de modelos opuestos, como los que veremos en el caso de Peñíscola o las masías del norte de Castellón, donde se realizaban distinciones desigualitarias, dejando a un lado las preocupaciones o consecuencias que aquello pudiese acarrear a los hijos.

Como ya se ha indicado, la creación de fundaciones dentro de una misma familia, y que veremos a lo largo de todos estos pueblos, y en las que se vinculaban una parte de los bienes del linaje, son al fin y al cabo una herramienta con la que fomentar esas políticas que premiaban el crecimiento de unas líneas genealógicas por encima de otras, tal y como sucede en los casos del hereu catalán, o en la distribución de las propiedades en el territorio vasco, donde el primogénito prevalecía por encima de sus hermanos.

Podemos pues proponer a modo de hipótesis, que muchas veces detrás de los intereses que buscaban justificar aquel enlace entre familiares por motivos de escaso vecindario, había más bien una serie de razones económicas (exceptuando casos como en los que se reconocía públicamente que la familia era pobre), en parte por la búsqueda de acaudalar, o simplemente mantener un patrimonio, que la tradición e idiosincrasia del lugar, favorecía a su fragmentación, explicándose así muchas de esas políticas endogámicas, que como veremos, a través de las fundaciones y memorias en las que se aglutinaban tierras, servirán para dar salidas a lotes de bienes, que gracias a las cláusulas de su creación, impedían su venta o fragmentación, favoreciendo de este modo el crecimiento social de determinadas líneas, en contra de ese sistema cooperativista, y que las élites de cada pueblo sabían muy bien, tal y como reza el refranero, era “pan para hoy, y hambre para mañana”, puesto que segaba cualquier posibilidad con la que poder medrar algunos de los integrantes de su linaje.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).