Ya hemos comentado en diversas ocasiones que la costumbre en estas tierras de partir los bienes a partes iguales entre los hijos, fue algo que no solo se limitaba a lo que era la repartición equitativa de las tierras, sino que también se efectuaba en las viviendas, de modo que en cuestión de varias generaciones, una casa que resultase cómoda y amplia, se llegaba a dividir en diferentes sectores, hasta el punto de heredarse cuartos o habitaciones, que acababan desfigurando la antigua propiedad.
Así lo veremos reflejado en el caso de la familia Rojo, unos peralejeros con raíces en la localidad, cuando en su testamento de 1609, María Rojo (viuda de Miguel Palenciano), especifica que “manda a Juan Rojo, mi sobrino, hijo de Alonso Rojo y de María de Oliva, su mujer difunta, una parte de casa que yo tengo en esta villa bajo de la Iglesia, que alinda con casa de Asensio Rojo y con casa de los herederos de Martín Rojo y la calle, y con Andrés Muñoz, para que sea suya para siempre jamás, con tanto que la goce y viva en ella todos los días de su vida Quiteria Palenciano, mi hija, y después de sus días suceda en ella el dicho Juan Rojo, mi sobrino, para siempre jamás”.
Los Rojo eran por aquel entonces un linaje de labradores que en alguna de sus líneas había ido a menos, tal y como ocurrirá en el caso de la que nos ocupa. María a duras penas puede pedir poco más de 20 misas en el testamento, indicando que su propiedad está lindando con otros familiares (Asensio Rojo y los herederos de Martín Rojo). Añade a su vez que otra de las viviendas con la que limita es la de Andrés Muñoz, quien no precisamente por casualidad es el marido de su hija Quiteria Palenciano, la misma que permitirá que su primo hermano (Juan Rojo), pueda vivir en su casa hasta que ella fallezca y acabe recayendo en su poder.
Puede deducirse que tiempo atrás, la familia Rojo tendría una vivienda más espaciosa, que le permitiría esa repartición entre parientes, distribuyéndose en ese momento seguramente en diversas porciones, y emplazándose posiblemente en lo que hoy es la calle Rafael Bono, la vía urbana que queda justo debajo de la Iglesia de San Miguel Arcángel.
Adjuntamos el fragmento del testamento del año 1609 que recoge esta solicitud de María Rojo, y que encontramos en el libro número 10 de los protocolos notariales de La Peraleja.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja