Entre los personajes que se podrían destacar a lo largo de la historia de esta localidad, uno de los que sin lugar a duda ha pasado de puntillas, pero que merece un estudio pormenorizado, debido al peso que ejerció durante el tiempo que vivió dentro de este municipio, es el religioso sacedero conocido con el nombre de licenciado Juan López-Lobo.
Don Juan que vivió buena parte de su vida durante la primera mitad del siglo XVII hasta fallecer en 1653, es uno de esos hombres que forjó su forma de ser entre las calles de un pueblo de la Alcarria Conquense, en el seno de una familia de labradores acomodados, donde nadie ponía en tela de juicio la importancia de la tradición y las costumbres, como herramientas fundamentales sobre las que llegar a despertar una personalidad que le llevarían a ser alguien muy querido dentro de un enclave muy pequeño, del que su familia apenas tuvo interés en moverse con el paso de los siglos, a pesar del dinero que llegaron a amasar. En la persona de este párroco, se reflejan un sinfín de preocupaciones, temores y obligaciones morales, indispensables en este tipo de sociedades rurales, donde la religión era importante no solo para regir la parte espiritual de sus habitantes, sino también para facilitar el cumplimiento de muchos de los quehaceres, en los que casi no había tiempo para una reflexión sobre cómo uno debía afrontar sus problemas, pues el duro trabajo de los campos tenía absorbidos a muchos de aquellos labradores, de ahí que el papel de personas como la que estamos comentando, se convertían al final en una única salida a la que acogerse en busca de valores como la esperanza y la fe, principios suficientes para llevar a cabo el paso de aquella existencia pasajera en un mundo material, donde tal y como este hombre demostraría, la tranquilidad y satisfacción por haber obrado correctamente, estarán siempre por encima de cualquiera de los bienes que un mortal podrá codiciar.
Don Juan López procedía de una casa acomodada, podríamos decir que de una de las más poderosas que en ese momento había en el municipio. Tanto es así que durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando los Martínez-Unda sacan adelante su ejecutoria de hidalguía, uno de los argumentos esbozados al demostrar su entronque con esta casa, es el de que el linaje de los López-Lobo o Lobo, era uno de los más notables y considerados en todo el municipio.
A finales del siglo XVII, las capellanías fundadas por este licenciado, se hallaban en posesión de Francisco de León y José de Tudela (este último vecino de la villa de La Peraleja). Don Juan mandó enterrarse dentro de la Iglesia Parroquial de Saceda, más concretamente debajo del altar de Nuestra Señora del Rosario, especificando que su “cabeza quedara debajo del ara” de dicho lugar, solicitando alrededor de 1500 misas por la salvación de su alma, familiares, amigos y ánimas del purgatorio; cifra que en parte, además de su devoción, muestra el poder que este ostentaba.
El licenciado era hijo de Miguel López-Lobo y María de Torrecilla (ella procedente de Bonilla), además de nieto paterno de Pascual López-Lobo y Catalina Duque. Cierto es que no deseamos entretenernos en aportar datos genealógicos sobre el linaje, pues no queremos ser repetitivos, ya que tanto en nuestro artículo sobre las élites de la franja este de Huete (en el apartado de Saceda del Río), así como en el libro sobre la historia y linajes del lugar, ya comentamos informaciones relativas sobre los parentescos de esta estirpe, no obstante, dejamos aquí escrita una breve síntesis para los estudiosos en genealogía, que pretende aportar un poco más si cabe, sobre el entramado familiar de este apellido.
Así pues, sabemos que el cura tenía varios hermanos, destacando constantemente en su testamento (a partir del fol. 109) a uno de ellos, se trata de Francisco López-Lobo (familiar del Santo Oficio). También mencionará a una hermana ordenada dentro de un convento carmelita de la provincia. No obstante, veremos que el religioso por quien más se preocupa, es precisamente por muchos de sus sobrinos, a quienes este irá donando diferentes tierras para que las trabajasen. Don Juan tenía unos cuantos tíos, así lo veremos con Juan López-Lobo, esposo de María de la Oliva, quien dejará por hijos a Marco López-Lobo, esposo de Isabel de la Fuente, que a su vez tendrá por vástago a Isabel López-Lobo (mujer de Julián de Torrecilla); así como Ana López-Lobo, esta esposa de Miguel de Torrecilla, además de padres de Juana de Torrecilla y Miguel de Torrecilla.
No hemos de olvidar que la relación de los Torrecilla con los López-Lobo fue estrechísima, hasta el punto de que el parentesco endogámico se repetía por la línea de su madre, ya que María tenía un tío llamado Juan de Torrecilla, y que había casado precisamente con María López-Lobo, esta prima hermana de su marido Miguel López-Lobo.
Otro tío del cura era Simón López-Lobo, vecino de Canalejas, y padre de Miguel López-Lobo (marido de Ana Fernández), así como de Catalina López, mujer de Bartolomé de León (vecino de Valdemoro del Rey), y por donde luego esta familia ascenderá en sus genealogías para demostrar un parentesco en común con el cura, todo con tal de poder disfrutar de las prestaciones de sus fundaciones religiosas. Otros tíos del religioso eran Francisco López-Lobo, marido de Isabel Gil, así como María López-Lobo, mujer de Juan Pérez (este natural de Bonilla), y de cuyo matrimonio nacería el primo hermano del cura, Juan Pérez y López-Lobo, quien ejercerá como escribano en Cuevas de Cañatazor.
El licenciado decía que los Torrecilla de la familia que “ahora hay en Saceda son Pedro de Torrecilla Lobo, y sus hermanos Martín de Torrecilla, Francisco de Torrecilla, María de Torrecilla y los descendientes de Miguel de Torrecilla Collado, por ser estos ascendientes por parte de los Torrecillas y Lobo, nietos todos de Pedro de Torrecilla, hermano de su abuelo, y los descendientes de Juan de Torrecilla, hermano también de su abuelo que casó con María López-Lobo, la prima hermana de su padre”. Veremos que las familias que entroncaban con los López disponían de bienes, así pues Catalina Duque, la esposa de Pascual y fallecida según nuestra genealogía familiar en 1577, tenía tierras que le transfirió a su hijo Miguel (el padre del cura), en diferentes partidas del término municipal, siendo el caso de la cañada de la noheda de arriba o la fuente la peña.
La familia del religioso era más grande de lo que hemos recogido en líneas arriba, así por ejemplo, este cita como cuñada a María de Hernán-Saiz, además de remarcar su parentesco con la casa de los Rubio, ya que Catalina Rubio, era hija de su sobrina Catalina de Torrecilla, esposa a la vez de Juan Rubio, sin olvidarse tampoco de un personaje llamado Marco Rubio, a quien también le entrega algunos de sus bienes. No obstante, veremos como don Juan fue muy generoso con su ama, Inés Blanco, quien por su labor y dedicación al cuidado de su salud, acabó recibiendo diferentes obsequios, tales como el arca que ella quisiera escoger de entre todas las que había en su hogar, además de 100 ducados en dinero o si lo prefería valorados en muebles de la casa, esto sin olvidarse de la donación temporal de algunas tierras para que en vida esta las trabajase si era necesario. También entregó a su hermana María de la Ascensión, y que estaba en el convento de Santa Ana de los Carmelitas descalzos de Villanueva de la Jara, un total de 200 ducados para que celebrara en su honor una fiesta el día de San Miguel. Igualmente se acordará de Tomás de Sevilla y su esposa Catalina de Luis, quienes le sirvieron en vida, por lo que les perdonará todas las deudas que tenían pendientes, dejándoles tierras para que estos las pudiesen disfrutar.
Don Juan cita como prima suya a Juana Duque, a quien el cura dio tierras y dinero para su dote, al casar con Agustín del Cubo, otro personaje que se vería beneficiado por el cura, pues este le pagó la perpetuación de la escribanía que tenía en Saceda por un total de 40 ducados, y que a pesar de que Agustín todavía no se los había devuelto, el religioso decidiría perdonarle, y así suprimir la deuda.
Los bienes del licenciado como veremos ya le venían de cuna, pues su tía María López-Lobo tenía una capellanía fundada y que lindaba con las casas del mayorazgo de su padre. Se menciona entre las fundaciones el mayorazgo de Mateo Saiz, así como un palomar que el párroco poseía en la Solana. No obstante como curiosidad merece la pena destacar algunos de los bienes que don Juan especifica en su testamento, es el caso de una “cama de campo de nogal con su colgadura verde oscura y otra colgadura de red de verano en el cielo de ella una pajarilla y sus cortinas de red, con un jergón, un colchón, dos sábanas, dos mantas, un cubrecamas y dos almohadas”, que formaban en su conjunto la colección de su dormitorio. Igualmente menciona otra cama de campo, esta vez trabajada sobre madera de sabina albar, “con su colgadura de paño verde oscuro y otro cielo de red de verano con cuatro mangas de red con un colchón y jergón, junto dos sábanas, dos mantas, un cubrecamas y dos almohadas”, que acabará dando a su hermano Francisco.
No obstante, si queremos conocer algunos de los bienes de carácter sacro que el cura poseía en su hogar, no podemos obviar una escultura de un niño Jesús, y que manda a María Parrilla, para que esta la tenga en vida, con la condición de que cuando fallezca, sea depositada en la iglesia del pueblo, para que pueda ponerse sobre el arca del Santísimo durante las celebraciones de cada Jueves Santo.
A su hermano Francisco López-Lobo le entrega “un Cristo crucificado y que el día que muera, el Cristo vaya a parar a la sacristía, donde se vistiesen los sacerdotes para decir misa”. Manda también “un niño Jesús que tiene con una cruz en pie y una banda” a Catalina González, mujer de Francisco Vicente, así como una colcha de tafetán dorado y colorado que compró a su hermano para la imagen de Nuestra Señora de la Paz.
Entre las donaciones seguirá aportando limosna para los pobres, además de 200 ducados para que se arregle la Iglesia de Moncalvillo de Huete, sin olvidar los 1000 ducados que destina para proseguir con las obras de la iglesia de Saceda, ya que como especifica en el testamento, quiere que se hagan “para agrandar” el edificio. Entrega también al mismo templo una casulla y estola de color carmesí, junto con un cáliz (el mayor) para celebrar los oficios.
No obstante, una de las referencias que más nos ha llamado la atención, en lo que concibe a su preocupación por mejorar la disponibilidad de un lugar privilegiado para la limpieza de las almas de sus compañeros religiosos, es la adquisición de una parte concreta del templo para todos ellos, cuando indica que “fuera justo apartarse de las conversaciones de los seglares, porque no se les pegase algún resabio de las cosas del mundo, (…) por eso será justo y pareciese bien que las sepulturas donde se enterrasen (los religiosos) estén apartadas de las de los seglares, por ello quiero que se compren de mi hacienda las cinco sepulturas que están pegadas a la última grada del altar mayor para entierro de sacerdotes y por las cuales se den 50 ducados (10 por cada una) y que se echen a censo para provecho de la Iglesia o los gastos si tuviere necesario con mandato de los señores visitadores en las cuales sepulturas no se puedan enterrar seglares de ninguna calidad que sean sino son sacerdotes o al menos ordenados de evangelio o epístola, pues de lo contrario han salido del estado de seglares”
Añade para finalizar a esta exigencia, que la operación que ha solicitado es buena para las dos partes, es decir, la iglesia del pueblo y él, por el hecho de que en el templo cada una de estas sepulturas se venden a cuatro ducados, por lo que este ha superado su valor al pagar por cada una diez, es decir, más del doble.
David Gómez de Mora
Referencia:
-Archivo Parroquial de Huete. Libro de difuntos de Saceda del Río (1670-1738)