A una altura de 350 metros
sobre el nivel del mar, con unas vistas espectaculares desde las entrañas de la
Serra d’Irta, y todavía dentro del término municipal de Peñíscola (a escasos
metros de los lindes con el de Santa Magdalena), encontramos los restos del “Corral de l’Església Vella”, un
topónimo bastante alusivo, y que nos conduce hasta un tiempo que nos remonta al
medievo, y del que todavía siguen existiendo más interrogantes que evidencias, sobre
las que debemos seguir trabajando desde la historia local.
La zona en cuestión donde se
emplazan los restos de esta construcción abandonada, se denomina con el nombre
de “la mallada de la rabosa”, referencia
que recuerda la presencia abundante de este cánido, y que tantos quebraderos de
cabeza comportó a los ganaderos hasta no hace mucho tiempo, pues no eran pocos
los daños que causaba su entrada en los corrales, razón por la que muchas veces
los pastores habían de emplear cepos que protegieran los accesos donde tenían a sus animales resguardados.
Esta obra para uso ganadero, se
ubica en un espacio donde antaño la explotación animal fue el recurso más demandado,
pues la orografía del terreno y el suelo de baja potencia edáfica, hicieron que
se alzaran construcciones de idéntica funcionalidad, tal y como veremos con el corral nou (también dentro del territorio
peñiscolano).
Desde el corral de l’església se podía descender dirección hacia el mar por
el sendero del Barranc de La Carrera,
un topónimo muy indicativo, procedente del latín vulgar “carraria” (camino por donde puede pasar un carro), y que como sabemos
sería empleado como zona de tránsito ganadero al poder bajar hasta el Mas del Senyor, enclave con presencia de
agua, y por tanto indispensable en esa ruta de animales dentro de la sierra,
donde sin necesidad de salir del término peñiscolano, los pastores podían
explotar los recursos que sus montes ofrecían en abundancia.
La planta del referido corral
es muy simple, siguiendo el clásico modelo de forma rectangular, que
aprovechando la pendiente del terreno, posiciona su entrada en la zona baja,
para que en momentos de lluvia esta se evacue mejor, teniendo a la vez su tejado a
una sola agua. En su interior encontramos una zona cubierta que servía como
paridera o cubierta, dividida en dos secciones, y que comunicaba con un patio también
partido en otras dos zonas, desde donde el ganado podía entrarse y sacarse, y
donde también se daba paso a la antes referida área cubierta, como otra zona cubierta, con entrada a los dos patios, desde el que se accedía a la casa del
pastor. Una zona pequeña pero con cierto confort, pues disponía de una chimenea
que calentaba rápidamente el habitáculo, así como dejaba un espacio para
descansar y el respectivo aljibe en el que el inquilino se abastecía de agua.
David
Gómez de Mora