Si la población de lobos fue
desapareciendo durante las primeras décadas del siglo XX tras una intensa
persecución que ya venía arrastrándose desde centurias anteriores, no sucedería
lo mismo con los zorros, un animal que como sabemos sigue dejándose ver por
nuestros campos, tras haber sobrevivido a las diferentes políticas de gestión
cinegética, en las que se premiaba su captura, y donde se intensificó su caza.
Cierto es que el daño que los
lobos y los zorros generaban en las masías y corrales donde había comida a su
disposición, siempre fue un gran problema, especialmente en los entornos
aislados o ubicados en medio de la montaña, donde se promovieron sin muchas
dilaciones la persecución de ambas especies.
Sobre los lobos no son pocas las historias que nos han llegado, donde relatos verídicos y mitos darían para extenderse un tiempo considerable, destacando así las preocupaciones que tanto llegaron a atormentar a muchos de nuestros antepasados, ya que su entrada dentro de un corral o establo podía desencadenar daños irreparables para aquellas familias que tenían reses o aves como único recurso con el que poder sobrevivir.
Conocemos reseñas que nos hablan
de su presencia en la Serra d’Irta siglos atrás, habiendo alguna mención en la
que se informa de que en las entrañas de este paraje natural era normal
encontrar ejemplares de esta especie. Algo parecido ocurrirá con los zorros,
tal y como sigue sucediendo, y que como comprobamos la toponimia nos indica.
Así pues, nombres como el del barranc de la rabosa o la mallada de la rabosa,
son solo un caso más. La presencia de designaciones con siglos de historia que
hacen alusión a estos mamíferos en puntos no muy alejados de nuestra área
septentrional, la veremos por ejemplo en les Coves de Vinromà (el corral del
llobero, les llobateres, la cova de la rabosa, la rabosera o la font y corral
de la rabosa).
Para cazar a los lobos, los masoveros y labradores, además de las escopetas, empleaban cepos, estos de un tamaño mayor que para los zorros, teniendo pues una altura por encima de los 20 centímetros, así como una anchura superior a los 30 cm., y una longitud que solía encontrarse entre los 60-85 centímetros. En cambio para el caso del zorro, estos eran de menores dimensiones, es decir, unos 15-20 centímetros de alto, con un ancho variable que iría entre los 15-25 centímetros, y una longitud de alrededor 30-55 centímetros.
Antaño ambas especies eran muy
buscadas cuando se realizaban batidas, de ahí que por cada ejemplar que se
mostraba cazado, se llegaban a realizar recompensas. No debe de extrañarnos
pues una noticia de la primera mitad del siglo XX, en la que la prensa local
cita como una gran gesta la caza de un gato montés dentro del término municipal
de Vinaròs, cuando ya por esas fechas era sabida que su población estaba en un
acelerado proceso de regresión.
David Gómez de Mora