La historia de La Peraleja como la de cualquier población que formé parte del marco geográfico en el que se ha desarrollado la religión católica, debe entenderse desde la importancia que implica el estudio de la Iglesia y aquellas figuras sociales insertadas dentro de su brazo clerical.
Recordemos que las casas con posibles o aquellas que podían disfrutar de una formación académica bajo el parapeto de una capellanía, eran por norma general de las mejor posicionadas que había en los pueblos, garantizándose con éxito que uno o varios de los hijos pudieran ingresar en corporaciones religiosas o ejercieran como capellán en alguna parroquia del territorio. Disponer de un clérigo en el seno familiar ya no solo era un punto a favor para mejorar el estatus o imagen del núcleo familiar, sino también un elemento positivo en todo lo vinculante a la parte religiosa o de fe, pues su representación y nexo con la iglesia incrementaba las posibilidades de la salvación de las almas de sus seres queridos, ya que el difunto podía disponer de una persona que celebraba continuamente misas y rezos que ayudaban a abandonar el tan temido purgatorio, invirtiendo una cantidad considerable de liturgias con tal de acelerar su perdón.
Las capellanías eran suculentas tanto para aquellas familias que deseaban medrar, como para las que ya gozaban de una buena posición económica. Al respecto veremos casos en los que se pactaban políticas matrimoniales, que tenían como propósito permitir un entronque entre linajes, que luego facilitará a futuros descendientes su acceso a unos estudios religiosos. Su tenencia comportaba el pago de una serie de misas anuales, y que de manera esporádica eran revisadas cuando se efectuaban las visitas pastorales por parte de algún miembro del obispado. En el momento de su creación, el fundador estipulaba una serie de normas que por un lado comportaban quien era el heredero prioritario, así como el conjunto de bienes que la integraban, pues de ellos se obtenían rentas, para que de este modo con las ganancias se pudieran cumplir los pagos de misas para la salvación del alma de su fundador.
El número de curas que había en La Peraleja a mediados del siglo XVIII comprendía un total de cinco. Ciertamente la cifra no era exagerada como en otras localidades vecinas, siendo el caso de la pequeña Saceda del Río, donde por esa misma fecha y con poco más de 100 casas había un total de 9 religiosos. No obstante, La Peraleja como buena parte de los enclaves que conforman esta área geográfica de la Alcarria Conquense, siempre ha sido un lugar en el que ha abundado la devoción y la mucha estima hacia las tradiciones y la religión, de ahí que no resultase un hecho extraño la aparición de diversos miembros que durante el trascurso de las guerras carlistas empuñasen un arma con tal de defender los valores de Dios, Patria y Rey.
Si nos queremos centrar en gente de peso y que dieron a los representantes de su familia una mayor solera, resulta imposible obviar al Maestro Baltasar Domínguez, primo de Juan Domínguez -el viejo-, así como de la monja Francisca de la Cruz. Sobre el patrimonio de Baltasar, podemos leer reseñas de interés en los apuntes sobre capellanías y vínculos de uno de los volúmenes del Archivo Diocesano de Cuenca (bajo la signatura P.820, Sig. 30/20). Los bienes adscritos se componían de varias fincas que sumaban una producción de unos 24 almudes de trigo, además de un viñedo con 800 cepas. Asimismo, en el lote había otras tantas propiedades como varias casas de morada, unas de estas en la ciudad de Huete, justo en una calle que daba a la bajada del Convento de San Francisco, y que lindaban con la residencia del noble capitán don Juan de Vidaurre y Orduña.
Los Hernán-Saiz tampoco pasarán desapercibidos en esta cuestión, por ello los veremos ocupando capellanías y creando fundaciones, al igual que representando alcaldías, además de celebrar enlaces matrimoniales con las gentes más destacadas del municipio. Una línea destacada fue la del fundador de la capellanía de los Hernán-Saiz que realizó en su día Gerónimo de Hernán-Saiz, viudo de Inés González, y fallecido en 1735, momento en el que paga un total de 200 misas. En 1751, la fundación religiosa estaba bajo el control de Silvestre de Hernán-Saiz, el cuál era menor, y por lo tanto la administración de la misma recayó en su padre Miguel de Hernán-Saiz. Esta capellanía estaba relacionada con los bienes que aglutinó Ana de Hernán-Saiz, esposa de Alejandro Parrilla. Como decimos, la capellanía tenía una dote importante. De ahí que estuviese formada por unas casas y corrales que tenían bodega, además de un par de viñedos que sumaban 800 cepas junto con más de una quincena de fincas dedicadas al trigo, también varios olivares, otras tierras de varios cultivos e incluso un manantial, que era conocido con el nombre de la fuente de la Peña.
No olvidemos por ejemplo, que la familia del Olmo ya se había adjudicado una capellanía, en este caso la fundada por Simón Vicente y Juana del Olmo, lo que le valdrá a don Francisco del Olmo ejercer como presbítero en La Peraleja. Con ello apreciaremos como muchas veces las familias sin ser fundadoras, si disponían de una descendencia importante, y el linaje que las había creado no tenía miembros que las pudieran representar de forma directa, esta casa asociada era la que pasaba a hacerse con su control.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja