martes, 26 de julio de 2022

Elementos socioeconómicos en algunos enclaves de la Alcarria Conquense siglos atrás

Como sabemos el señorío era una institución que tenía sus raíces en el medievo, cuyo funcionamiento estuvo en vigencia en el territorio español hasta que las políticas liberales del siglo XIX comenzaron a borrarlo del mapa. El señorío conllevaba una dotación patrimonial compuesta por tierras y derechos, que englobaban la jurisdicción del lugar, además de incluir una recepción económica por parte de las gentes que lo habitaban, junto con lo que se percibía en arrendamientos de infraestructuras controladas por su señor, donde muchas veces no podía faltar la tenencia del molino del pueblo.


Villarejo de la Peñuela

El señorío de Villarejo de la Peñuela es uno de los más tempranos que encontraremos en la historia del territorio conquense, recayendo durante la primera mitad del siglo XIV en manos de la familia Ribera, y sucediéndose posteriormente dentro del Condado de la Ventosa, hasta que el Catastro de Ensenada nos recordará que a mediados del siglo XVIII este pertenecía a don José Enríquez de Guzmán, quien recibía cada año 600 reales de vellón y 26 gallinas. Este noble era hijo de don Pedro Pablo Enríquez de Guzmán y doña Josefa María de Alegría Coello y Ribera. Cabe incidir en que estos dos últimos apellidos maternos son los que le vincularán con el señorío, pues su abuela por línea de madre era doña Josefa Coello de Ribera y Sandoval, descendiente de sangre de los primeros señores, y en cuyos linajes se apoyará para que gracias a una sentencia de septiembre del año 1732, este acabara integrando entre sus posesiones el antiguo señorío de Villarejo, entre otros enclaves.

Sabemos que en Villarejo había por aquellas fechas un molino harinero, también bajo el control del referido señor, el cual recibía por quinquenios un pago de arrendamiento anual de 34 fanegas de trigo, y que en tiempos del Catastro será arrendado a la familia Cañas, un linaje local que además de controlar la escribanía del pueblo, tenía diferentes tierras de labranza a lo largo del término municipal. Por aquel entonces en Villarejo había un total de 71 casas de vecinos, es decir, poco más de unos 300 habitantes aproximadamente.

Villarejo de la Peñuela

Carrascosilla

Esta aldea fue otro más de los pequeños enclaves dependientes de la tierra de Huete, hoy ya despoblado desde hace varias décadas. Durante el siglo XVII el municipio fue señorío de los Amoraga, así como poco después de los Galindo-Piquinoti. Durante mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada nos recuerda que su señor todavía era el noble don Juan Francisco Piquinoti, residente en Madrid y regidor perpetuo de la ciudad de Murcia, pero no por ello exento de recibir los beneficios que le comportaban el control de este lugar, y del cual se denominaba como Conde de Carrascosilla, y con cuyos vecinos ya había tenido algún que otro problema al desencadenarse varios pleitos sobre el control y explotación de su término municipal. Sabemos que este señor antaño recibía cerca de mil reales por el uso de su tierra como zona de herbaje para ganado, no obstante, tras los cambios favorables para el vecindario, veremos que al final este solo percibirá anualmente un total de 100 reales de vellón y doce gallinas jóvenes.

Por otro lado la corona recibía del escaso vecindario 22.497 maravedís en impuestos, es decir, unos 331 reales, no habiendo además molino que explotar como el que si veremos en la mayoría de localidades, lo que ya nos da un poco la idea de las limitaciones con las que se enfrentaba este enclave.


Caracenilla

El señorío de esta pedanía optense fue comprado durante el siglo XVII por la familia Sandoval-Pacheco al coste de un cuento y trescientos cincuenta y nueve mil y trescientos treinta y cinco maravedís, teniendo en ese momento (año 1632), un total de 50 casas de vecinos, es decir, unos 200 habitantes. De las alcabalas se recogía un pago cercano a los 30.000 reales, un impuesto que recordaba la cantidad excesiva que se le imponía a un núcleo que estaba creciendo, pero donde queda constancia de la consolidación de una burguesía y nobleza local que con el trascurso de las generaciones fue adquiriendo poder, llegando incluso a plantar clara al mismo señor. Así ocurrirá con familias como los Garrote y los Alcázar, quienes se alzaron como el arquetipo del labrador con disponibilidad de bienes e influencias en el lugar, teniente de un patrimonio agrícola que le valdrá para despuntar en el área de influencia en la que se movía, pretendiendo así dominar la jurisdicción ordinaria de la localidad, además de negar vasallaje a su señor. A mediados del siglo XVIII había 127 casas de habitantes, lo que venía a ser una cifra probablemente cercana al medio millar de personas como mínimo, uno de los periodos que nosotros creemos que pudo ser de los más prósperos en la localidad, tal y como lo demuestra el crecimiento demográfico y los pagos de misas que se desprenden de los libros de defunciones de su parroquia, manifestándose una clara disponibilidad de ingresos en algunos de sus habitantes.

Caracenilla

Verdelpino de Huete

Aunque desconocemos bastantes datos sobre el Verdelpino de los tiempos del medievo, veremos como su señorío a mediados del siglo XVIII estaba controlado por don Antonio de la Rada y Velasco, Marqués de las Cuevas de Velasco, familia a la que por aquel entonces se le embargó la jurisdicción por decreto del Concejo de Hacienda, recibiendo únicamente 127 reales de vellón de manera anual, y contribuyendo sus vecinos a la corona mucho menos de lo que lo hacían los de Caracenilla. Un siglo antes, a mediados del siglo XVII, la familia de la nobleza con ascendencia conversa de los Sylveira se hizo con este señorío, al comprarlo don Diego de Sylveira, quien se lo transmitirá a su hijo don Jorge de Sylveira, hasta que inmediatamente caerá en manos de los Velasco en 1679.

A mediados del siglo XVIII en Verdelpino había algunas familias de la nobleza local, destacando el caso de los Alcázar, quienes ya habían conseguido un reconocimiento que se manifestará con la ejecución de su casona solariega, y que luego recaerá en la estirpe de los Jaramillo.

Llama la atención la cantidad de molinos que había en la localidad, un total de cuatro, tres harineros y uno de aceite, además de un horno de pan-cocer, de los cuales uno era propiedad del concejo de la villa (el molino de Valdecabras) además del horno, el segundo molino (el de Calzadilla) era de un miembro de la familia Sandoval, residente en Huete y que tenía arrendado. El restante harinero y llamado de Espantaperros, pertenecía al linaje Albendea, siendo por tanto de titularidad privada. Por otro lado el de aceite también era de un particular, concretamente del noble don Diego de Alcázar y Medina, linaje vinculado con el Santo Oficio y poderosas líneas de parentesco entre los enclaves de Caracenilla como en el referido Verdelpino de Huete.

En tiempos del Catastro de Ensenada había un total de 146 viviendas, lo que nos da un cómputo muy superior al medio millar de habitantes. Tengamos en cuenta que la abundancia de fuentes en el término municipal (más de una veintena) según el geógrafo Tomás López, y la regularidad demográfica de un vecindario que siempre se mantuvo con cifras de habitabilidad estables, permitieron la base de una burguesía agrícola a nivel local, que en casos como el de los Alcázar o Solera, proyectó a muchos de sus representantes en el brazo eclesiástico, donde estos vieron una oportunidad para seguir promocionando socialmente a los suyos.

Verdelpino de Huete

Saceda del Río

A mediados del siglo XVIII Saceda era un lugar de realengo, no dependiendo por ello de ninguna presión señorial. La localidad tenía dos molinos, uno harinero y otro como lagar. El primero estaba en manos de particulares, más concretamente de un integrante de la familia de la nobleza local de los Martínez. El otro era propiedad del concejo, estando arrendado a un miembro de la casa de los Saiz, otro linaje con solera en el municipio desde siglos atrás. El vecindario no ascendía más allá de unas noventa y pico casas, es decir, alrededor de unos 400 habitantes aproximadamente, habiendo diferentes familias de la burguesía agrícola vinculadas con el clero, tal y como ocurrirá con los López-Lobo.

Saceda del Río

La Peraleja

Para finalizar, La Peraleja es otro municipio que queríamos reseñar en este estudio, y que guarda ciertos paralelismos con Saceda, por no haber estado sometido a un dominio señorial y funcionar como una villa de realengo por aquella época. Había un molino propiedad de la familia Parada, además de otro de aceite perteneciente a la villa. El municipio contaba con 225 casas de vecinos, es decir, alrededor de unos 900 habitantes, siendo la cifra más elevada de las localidades que hemos estudiado, y en donde se refleja esa abundancia de linajes pertenecientes a la burguesía agrícola, como ocurrirá en el caso de los Jarabo, Vicente, Hernánsaiz, junto otras familias asociadas a su órbita social.

La Peraleja

Conclusiones

Analizando las cifras de pobres de solemnidad que nos aporta el referido Catastro de Ensenada, veremos que en La Peraleja hay un total de media docena, es decir, uno por cada 150 habitantes; mientras que en Caracenilla había un par de pobres, con lo que el cómputo medio salía alrededor de poco más de una persona sin recursos por cada 250 habitantes aproximadamente. Saceda del Río, Carrascosilla y Villarejo de la Peñuela no mencionan ninguno, lo que evidencia que a grandes rasgos podemos decir que las localidades mientras más grandes eran, la cantidad de familias con menor poder adquisitivo ascendían, algo lógico en el sentido de que siempre por probabilidad estadística podía haber gente con más dificultades económicas al existir en el lugar más personas viviendo.

Cierto es que a pesar de que todos estos enclaves se engloban dentro de un mismo tejido económico que vive primordialmente del campo y dispone de un complemento ganadero, dejando de lado el caso de Carrascosilla, al ser una aldea con una serie de particularidades socioeconómicas que dista bastante del resto, a mediados del siglo XVIII en Villarejo había 6 jornaleros, en Caracenilla 27, en Verdelpino un total de 55, en Saceda se dice que aunque casi todos sus habitantes poseen alguna propiedad, en la localidad hay 28 jornaleros que complementan su trabajo con otro oficio, mientras que en La Peraleja existían un total de 25.

Tomando estos datos, podemos desprender que no se puede extrapolar una regla general entre el número de habitantes, pobres y jornaleros, pues vemos como en Saceda, teniendo un vecindario que no llega al medio millar, hay casi una treintena de personas que han de trabajar las tierras de sus vecinos, mientras que en La Peraleja, con el doble de residentes existe una cifra similar. Tengamos en cuenta que ambas son poblaciones de realengo, representando su vecindario más desahogado con diferentes familias de labradores acomodados.

El caso de Verdelpino es otro tema con variables locales a tener en cuenta, por el hecho de que realmente hay una docena de familias (parientes entre todas ellas), que cuentan con una abundante cantidad de tierras, y que explican ese más de medio centenar de vecinos que han de trabajar tierras ajenas, en una localidad que tenía una cifra de habitantes similar al de Caracenilla, enclave donde los números de jornaleros y pobres son similares a los de Saceda, aunque teniendo en el caso de Caracenilla mayor cantidad de vecinos.

Podemos decir que en las poblaciones mientras más reducido es su tamaño, menores desigualdades sociales existían entre sus habitantes, al estar la tierra un poco más repartida, incrementando la diferencia a medida que estas van ganando vecinos, aunque también teniendo en cuenta la proliferación de linajes locales, que son al final los que retienen una parte, en detrimento de otros que no llegan a poder prosperar en las mismas condiciones, como apreciaremos en los casos de Saceda del Rio y especialmente Verdelpino de Huete. Como sabemos muchos de estos tenían propiedades en otras partes de términos municipales cercanos, por ello establecer una escala de distribución acorde a la extensión del lugar en el que residían no tiene sentido.

En el caso de Caracenilla y La Peraleja apreciamos cierto repartimiento de bienes entre las familias, que no generan las desigualdades que presenciamos en Saceda o Verdelpino, fomentando la aparición de una burguesía agrícola que potenciará su afianzamiento con el trascurso de las generaciones.

Decir que todas estas localidades tienen en común el ser enclaves con una notable proliferación de enlaces conyugales entre vecinos, en los que se comprueba esa mentalidad generalizada y extendida por el territorio de que más valía el malo conocido que el bueno por conocer, de modo que la tierra no se disgregaba entre gentes de zonas alejadas, a pesar de que como bien sabemos el sistema de herencia en esta zona seguía un modelo equitativo o partitivo, que nada tendrá que ver con el que conocemos en Catalunya o País Vasco, donde premia la figura del heredero primogénito. En este sentido, apreciamos tres modelos de sociedades agrícolas en este análisis somero que hemos realizado, que a pesar de insertarse dentro de un mismo territorio geográfico, ofrece diferencias, marcadas por variopintos factores de índole local, que nos dibujan complejos escenarios, en los que es necesario analizar a fondo el perfil local de cada uno, huyendo de parámetros generalistas que nos permitan entender mejor como era la vida entre sus gentes.

Lugares como Carrascosilla o Villarejo nos recuerdan que una reducción del vecindario muchas veces permite una mayor homogeneidad entre sus vecinos, al estar repartido el patrimonio de una forma más similar y por disponer de espacios de trabajo muy concretos, en los que uno ya prevé que tipo de enlaces matrimoniales se van a establecer entre sus gentes, al moverse la mayor parte de su sociedad en un régimen de políticas cerradas o endogámicas.

En localidades con cierta cantidad de habitantes, y por tanto, un número mayor de familias, empiezan a crearse grupos de poder, además de rivalidades con las sucesivas luchas, que premiarán a unas casas en detrimento de otras. Siendo posiblemente este el caso de Verdelpino, donde la familia Alcázar consolidará su posición hegemónica, en un lugar de escasa variabilidad demográfica, en el que las familias que se insertan dentro de su órbita de poder, serán al final las que se verán favorecidas en el momento de querer prosperar dentro o más allá del marco local en el que se encontraban.

Por último, veremos municipios, con gente entre los 500-1000 habitantes, donde se percibirá un control del lugar por determinados linajes, que sin necesidad de exagerar las diferencias entre ellos, permitirán el establecimiento de una sociedad dedicada al trabajo agrícola, capaz de crecer y dar familias con nombre, a pesar de que otras se ven rezagadas en su intento por medrar, no generando un modelo desigualitario como el anterior, pero donde ya veremos una modesta jerarquía entre sus vecinos, siendo así el caso de Saceda, Caracenilla y La Peraleja.

Valgan pues estas líneas para entender un poco mejor esa mentalidad de nuestros antepasados, en municipios inferiores al millar de almas, que a pesar de su reducido tamaño, uno empieza a configurar a través de las las estructuras sociales y mentalidades que nos valen para elaborar una radiografía social de su vecindario hace unos siglos atrás.

David Gómez Mora

(Referencias extraídas del Catastro de Ensenada de las localidades de Villarejo de la Peñuela, Carrascosilla, Caracenilla, Verdelpino de Huete, Saceda del Río y La Peraleja)

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).