martes, 26 de julio de 2022

El Molino de la Gregoria

El río Piqueras es la principal arteria fluvial que encontramos cerca de las inmediaciones del casco urbano de la localidad conquense de la que cobra su nombre. En las afueras del municipio, a poco menos de dos kilómetros de distancia, en el margen izquierdo del camino que conduce hasta Valera de Abajo, apreciamos las ruinas del antiguo molino que hubo en este localidad, y sobre el que hasta la fecha es el único del que hemos encontrado alguna referencia escrita.

Los molinos harineros se ubicaban en zonas cercanas a los pueblos, así como junto a cauces que tienen un transporte hídrico regular. En el caso de Piqueras, sabemos que antaño además del molino, había junto a este un espacio habilitado para que el molinero pudiera alojarse con su familia, sin perder así tiempo en desplazamientos entre el lugar de trabajo y su hogar. Tengamos también en cuenta que una parte de la familia solía estar implicada en las labores que conllevaba su funcionamiento permanente, tal y como ocurría en muchos de estos oficios en los que no solo se bastaba con la acción desempeñada por el personaje que figuraba como titular o encargado en la documentación.

Gracias al Catastro de Ensenada, sabemos que a mediados del siglo XVIII este molino era propiedad de los señores de Piqueras, es decir, estaba bajo posesión de los Condes de Cifuentes (la casa de los Silva), quienes eran descendientes de la familia Ruiz de Alarcón y que durante siglos atrás había dominado este territorio. En el momento del catastro, la descripción que se da de esta construcción es la de un molino que está “compuesto solo de una piedra de rodezno, que por ser de chorrillo, y moler en todo tiempo, a valladas, produce por arrendamiento 33 fanegas de trigo”.

Molino de Piqueras del Castillo

En el caso de Piqueras, como en cualquier otro molino, aprovechando el agua desviada y que movilizaba el rodezno, se ponía en funcionamiento toda su maquinaria. Recordemos que uno de los trabajos que debían realizarse periódicamente para su mantenimiento era el de picar la ruedas, pues el desgaste de la piedra volandera al moverse sobre la fija era considerable, haciendo por ello que cada varias semanas o mes y pico esta hubiese de ponerse a punto, al tratarse en este caso de una muela blanca o de tipología francesa. Recordemos que las muelas francesas solían tener en su zona esculpida entre unas 10 ó 14 líneas principales para ejercer la función de fricción y consiguiente molienda del trigo.

Esta operación era necesaria, puesto que sino la harina que se producía no adquiría la calidad deseada. El mantenimiento de la piedra o rueda del molino era una labor netamente de cantero, y es que no hemos de olvidar que los molineros necesitaban partir de conocimientos tanto en ebanistería, contabilidad, como en ese arte antiguo de trabajar la piedra. En muchos casos, ocurría que la muela podía presentar fracturas, por lo que si la fisura no era muy pronunciada, el problema se solventaba con una pasta que se hacía con higos, y que una vez que se secaba y se mezclaba con la harina de la muela, le daba una consistencia muy grande a la pieza.

En Piqueras hemos observado como todavía entre los restos del edificio se aprecia en una de sus paredes enlucidas, un croquis donde se detalla el rayado que tenían las caras de las volanderas.

Sabemos que una vez preparada la rueda, así como todo el proceso que suponía regular la entrada de agua dentro del mecanismo para que la turbina activara el rodezno a través de un eje que transmitía la fuerza de movimiento a la muela movediza, esta debía girar a una velocidad concreta y controlada, ya que de lo contrario podía haber problemas, que afectaban a la calidad de la harina o vinculados con el deterioro de la muela, repercutiendo igualmente en la cadena de producción.

El tejado del molino piquereño era a dos aguas, sustentándose sobre una mampostería reforzada con yeso, habiendo ladrillos de adobe en el primer nivel. Gracias al referido enlucido que se conserva en una de las paredes del molino, y siguiendo la deducción que mantienen José Serrano Julián y Miguel Antequera Fernández en el capítulo dedicado a los ingenios hidráulicos en el alto Júcar Conquense, podemos suponer que el juego de muelas de esta construcción estaba compuesto por una muela francesa, y otra que denominaríamos de tipología catalana.

El canal que se efectuó junto al río Piqueras para desviar el agua de su cauce y dirigirla así hasta el molino, finaliza en una presa de unos cinco metros de profundidad. A día de hoy este espacio se encuentra abandonado y en estado de ruina, habiéndose desprendido el acceso principal que comunicaba las dos orillas del cauce fluvial para acceder hasta el molino.

Conocemos una parte de la historia de la familia que lo llevó durante la segunda mitad del siglo XIX, aunque queda claro y a tenor de la fecha de los elementos constructivos que componen las ruinas del edificio, que este durante una parte del siglo XX todavía estuvo en funcionamiento.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).