Lo que denominamos como la base de la cultura occidental en la que se asientan los pueblos de este país (como de buena parte de los que integran el continente que hoy llamamos Europa), es imposible de entender sin el sustrato humano que nos ofrecen tres grandes ciudades, desde las que indiscutiblemente emana el ADN que ha forjado nuestra identidad con más de dos milenios de historia: Atenas, Roma y Jerusalén.
Por desgracia en estos momentos desde las instituciones se está atacando a los cimientos que culturalmente nos han aportado todas ellas.
Podría parecer un tanto exagerado, pero considero que no sería un error el decir que hoy vivimos tiempos difíciles en el ámbito educativo, debido al daño que progresivamente se inflige desde la mediocre política de apariencias y escasa capacidad resolutiva que nos aportan nuestro gobernantes de las altas esferas, sí, los mismos que están suprimiendo la filosofía en la enseñanza secundaria obligatoria. Supongo que será por el temor de sus consecuencias, pues los pensadores de la Grecia clásica ya remarcaban que esta bien empleada podía servir como una herramienta capaz de cambiar el mundo.
Igual o incluso más preocupante es la voraz persecución que se viene ejerciendo contra la religión católica, donde una forzosa secularización del sistema educativo pretende borrar de un plumazo el legado cultural como espiritual que ha formado a las muchísimas generaciones que nos han precedido, como si de ellas no tuviésemos nada que aprender.
Es triste y a la vez preocupante, ver como nuestra sociedad se desmorona, y se aboca a un escenario de podredumbre cultural, que podría palparse a corto plazo, puesto que los mecanismos de desconfiguración de algo tan valioso como la identidad y la tradición que tan sabiamente supieron preservar nuestros antepasados durante más de dos milenios, están en una fase de notable regresión.
Me pregunto cómo es posible que ocurran este tipo de cosas en países como el nuestro y en pleno siglo XXI, ante la ingente cantidad de información y herramientas que tenemos a nuestra disposición. ¿Hemos llegado al punto de qué uno ya no es capaz de pensar en las consecuencias y el daño que está generando esta nueva visión que nos aparta de la realidad que nos ha hecho crecer como personas?
David Gómez de Mora