A pesar de que desde hace unas décadas la ganadería peñiscolana es más bien un recuerdo del pasado, no ha trascurrido tanto tiempo desde aquel periodo en el que la gente del campo pastoreaba con sus ganados de ovejas y cabras por los lugares más recónditos del término de esta localidad. Y aunque hoy Peñíscola sea un referente en lo que concibe al turismo de Sol y playa, su vida hace escasas generaciones atrás estaba arraigada profundamente en lo que hoy catalogaríamos como los quehaceres diarios de un entorno ruralizado.
En la zona trasera de les Talaies, y consiguiente franja septentrional de la Serra d'Irta, apreciamos los restos de algunos corrales que a continuación vamos a describir brevemente, y que vienen a ser los testimonios de una parte de ese pasado ya olvidado del que tanto nos queda por aprender.
Comenzamos en la zona alta de la cuenca del barranco de l'Obús, donde hallamos en una cota a 160 m.s.n.m., una de las estructuras ganaderas más peculiares por su tipología en el término de la población, se trata del Corral de Baltasar, una construcción con dos entradas y sillería en el marco de su entrada, aprovechado con la misma piedra caliza que aflora del terreno.
La entrada del corral mira de cara hacia el mar, donde veremos un total de cuatro pisos escalonados a través del aprovechamiento de la ladera en la que se halla la obra. Apreciamos como el más alto está cubierto al haber funcionado como zona cubierta, adjuntándose en los laterales una balsa con su respectivo conducto, a la que se incorpora un pequeño lavadero, así como en la zona opuesta, pero también anexa al corral, lo que vendría a ser la modesta casa del pastor, acondicionada con lo justo, para que este pudiese disponer de los servicios mínimos en el caso de pasar el día o descansar. Merece la pena destacar los dos arcos triangulares que dan acceso del primer al segundo nivel, así como los que vemos en la zona superior, y que dan paso del tercer al cuarto espacio (la paridera o área cubierta), los cuales se hallan sellados por una de sus parte, al adecuarse a las obras que se vendrían a realizar no hace excesivamente mucho tiempo en esta parte de la construcción.
Dentro de este perímetro geográfico, en dirección hacia el sureste, veremos otra estructura ganadera mucho más modesta, se trata del corral de Castell, el cual por su nombre deberemos de relacionar con uno de los apellidos históricos que hay en la localidad, y que seguramente haría alusión a su propietario. En este caso estamos ante una obra simple, de planta rectangular y en grave estado de conservación, elaborada con la misma piedra del terreno y fortalecida con argamasa, mientras que en otras partes esta se sostiene simplemente con piedra en seco apilada. Esta construcción está dividida en tres partes, una para dar cobijo al pastor, así como dos más para cerrar al ganado, tal y como lo demuestran los abundantes restos de teja que nos señalan que ese espacio estaría protegido, adaptándose a la pendiente que desciende desde lo alto de la montaña, un elemento importante a tener en cuenta, ya que de esta forma el corral nunca se podía inundar si había fuertes lluvias.
Para finalizar, una tercera obra que englobaríamos dentro de estas características, es la que se conoce como corral dels Pitxells. Una estructura rectangular, con varias zonas para resguardar a los animales, y que como sucede con el citado corral de Baltasar, veremos que consolida sus muros con un arco triangular que permite acceder a su interior, y de los que intuimos que al menos habría un par. Estos se hallan adosados a otra habitación cubierta, y que sería la caseta en la que el pastor podría descansar. A escasos centenares de metros apreciaremos una casa de labor, y que muy probablemente pudo pertenecer a la misma familia, de modo que en una zona quedarían los animales a cobijo, mientras que en la cercana la residencia donde se explotarían los bancales con cultivos de secano. Una caseta de un tamaño aceptable, y superior a la media, que bien pudo servir para vivir durante todo o una parte del año en ese lugar. Se trata en realidad de la clásica casa de campo para familias agrícolas, dividida en dos plantas, en cuya parte baja veremos en el acceso central una escalera bastante tosca de media docena de peldaños, que a mano izquierda dejará un espacio en el que se encontrará la boca del acceso que comunica con el aljibe subterráneo, así como en la parte derecha el comedero y zona de reposo para la mula o animales que portase el campesino. En la planta superior quedaría el área estrictamente más residencial, con la chimenea y zona que aprovecharía como comedor-cocina, así como en la otra parte las habitaciones para descansar.
David Gómez de Mora