A poco más de un kilómetro y medio del casco urbano de la pedanía de Saceda del Río, hallamos los restos de un caserío, del cual hoy solo quedan en pie un conjunto de ruinas, que nos recuerdan como era la vida antaño en los lugares aislados donde las obligaciones cotidianas nada tenían que ver con las que se desempeñan en la actualidad.
Si salimos en dirección noreste, desde dentro del camino del portillo, veremos como más adelante nos toparemos con una bifurcación en la senda de acceso, y que a mano derecha nos conducirá hacia el camino de mismo nombre con el que se designaba a este caserío. Solo es cuestión de ir caminando unos cuantos centenares de metros hacia arriba, y apreciaremos como llegamos hasta un enclave donde el paisaje comienza a cambiar, a continuación, y súbitamente, girando un recodo, apreciaremos los restos de una construcción, anexa a la pista de tierra por donde se transita, y que poco después se desvanece, siendo ese preciso punto la línea del término municipal que separa los dominios de Saceda del Río de Valdemoro del Rey.
Un hecho evidentemente nada casual, y que puede deberse a que este caserío se integraba como uno de los diminutos asentamientos que conformaban ese viejo modelo de poblamiento desperdigado, hoy ya inexistente, pero que durante el siglo XVIII el geógrafo Tomás López en su viaje por estas tierras todavía llega a intuir, a pesar de haber desaparecido en ese momento. No olvidemos que durante el medievo, y con motivo de las epidemias, caseríos y aldeas serán borradas del mapa, conformándose los asentamientos de manera más compacta en puntos agrupados, en los que la vida resultaba más pragmática y llevadera a sus gentes.
Recordemos como Tomás López describe que en el perímetro anexo a Saceda hubo en su día varios enclaves de similares características, como ocurrirá con los desaparecidos despoblados de Palomarejos o La Torre, entre otros.
La Casa de la Fuentecillas es una construcción que se asienta en un área limítrofe, pero todavía perteneciente a Saceda, y que contaba con un entorno destinado al cultivo, lo que daría la autonomía necesaria a sus propietarios para vivir sin excesivos lujos pero con una calidad de vida asumible. El topónimo, y que ya viene recogido en la documentación antigua, hace alusión a las surgencias de agua que antaño permitieron la instalación de personas en este entorno.
La disposición del caserío no es casual, pues la visual del lugar es bastante buena, encontrándose en una cota cercana a los 1000 m.s.n.m., y aprovechando el realce de una loma del terreno, motivo por el cual se llegarían a reforzar los muros de la ladera sobre la que se alzaría la construcción, ya que de esta forma la erosión no podría hacer desaparecer el flanco occidental de esta parte de la montaña, una solución que se llevaría a cabo con el levantamiento de un murete de piedra en seco y que así resguardaba ese lateral.
Como decíamos, el caserío se ubica junto al mismo camino que va a morir al lugar, teniendo en la otra parte los restos de una construcción ganadera, que junto con un área que quedaba habilitada a modo de corral en la zona de la residencia, diversificaban el complemento económico de los inquilinos que allí habitaban.
La necesidad de guarecer los animales o el ganado en un paraje en medio de la nada, resultaba crucial en una época no tan lejana en el tiempo, ya que como todos sabemos, hasta los primeros años del siglo XX, el lobo fue uno de los grandes quebraderos de cabeza de nuestros antepasados, pues no fueron pocas las veces que tuvieron que lidiar contra este depredador, que les hacía perder innumerables horas de sueño, todo con tal de poder vivir dignamente y así no perder una parte de los ingresos que sustentaban una vida apoyada en la cría de ovejas y cabras.
El caserío de las Fuentecillas a grandes rasgos estaba dividido en tres estancias, disponiendo de un acceso en la parte suroeste, y siendo precisamente la zona que metros más abajo, y a lo largo de todo el flanco oeste quedará reforzada con el citado murete que protege el desnivel del terreno. Justo en un lateral de esa parte de la vivienda, apreciamos los restos de un contrafuerte para sustentar la estructura de la residencia. Parece ser que la zona destinada para realizar la vida doméstica era el espacio que comunicaba directamente con la entrada al hogar, pues en una de las otras dependencias, apreciamos vestigios de lo que podría ser un corral. La planta de la vivienda era rectangular, con dos alturas y ocupando un espacio aproximado de unos 325 metros cuadrados, donde se incluiría la zona destinada para el cuidado de los animales.
Esperamos en un futuro ofrecer más datos sobre esta construcción, pues tenemos constancia de que la documentación eclesiástica hace alguna mención a la misma al haber otras tierras en sus dominios, razón de más para reconstruir la historia de esas familias y linajes locales que han ido viviendo entre sus paredes.
David Gómez de Mora