lunes, 18 de julio de 2022

Las construcciones de piedra en seco. Sociedad rural y arquitectura tradicional

Conocer a fondo el patrimonio vinarossenc o peniscolà (en nuestro caso), es una cuestión sumamente ardua, debido a la cantidad de elementos arquitectónicos, etnológicos y de otros tantos tipos que abundan en sus muchos kilómetros cuadrados de término municipal. La antigua sociedad agrícola, y que marcó de manera decisiva el perfil económico de estas localidades como el de sus alrededores, nos ha dejado resquicios de un pasado que a día de hoy es uno de los mejores ejemplos que acercan a la gente al conocimiento del quehacer diario de muchos de nuestros ancestros.

Labradores, jornaleros, pastores y ganaderos..., un conjunto de profesiones que se diferencian por simples matices a la hora de encuadrarlas desde la perspectiva social, pero que ayudan de forma directa en el momento de querer comprender que rumbo fue tomando nuestro municipio con el paso de los siglos. En este sentido, el desarrollo de un modelo basado en el cultivo de secano, y que a partir del siglo XVIII cobrará un enorme protagonismo con la expansión de la vid, harán de este territorio un punto que paulatinamente se irá enriqueciendo, evolucionando por tanto hasta ese modelo de economía local, y que tan fuertemente se vivió en estas tierras desde los tiempos de las guerras carlistas.

Será precisamente durante esta fase histórica que abarca varios intervalos tanto de la primera como segunda mitad del siglo XIX, cuando muchas de las construcciones rurales de piedra en seco que se conservan actualmente en Vinaròs, comenzarán a levantarse, persistiendo hasta nuestros días, muestra de un legado sobre el que hay que sensibilizarse, y del que afortunadamente hace varios años ya se promovieron diferentes actos de tipo cultural por parte de los agentes locales, en busca de fortalecer un elemento arquitectónico que alberga mucho valor histórico, pero especialmente identitario.

Barraca de piedra en seco en el término municipal de Vinaròs

El aprovechamiento de las construcciones de piedra en seco se remonta a tiempos antiquísimos, donde la mano del hombre es consciente de como puede aprovechar los recursos minerales que le pone a disposición el relieve sobre el que se encuentra asentado el ser humano. Los márgenes, las barracas y otros tantos elementos de idéntica tipología artesanal, vienen empleándose desde siglos y siglos atrás, no obstante su falta de mantenimiento, hacen que poco a poco comiencen a deteriorarse. Poder datar la construcción de una barraca u otra obra de características similares, es una tarea sumamente compleja, pues no hay un patrón establecido que haga coincidir su tipología con un momento histórico, puesto que eran obras alzadas por hombres anónimos, cuya habilidad era un tema absolutamente personal. En su inmensa mayoría se trataba de campesinos dotados de una capacidad, que dependiendo de su grado de habilidad, materializaban con uno u otro aspecto cada una de estas construcciones.

Ejemplo de una construcción con la técnica de la piedra en seco en la Serra d'Irta (Peñíscola)

La capacidad de muchas de estas barracas no es nada despreciable, presentando diferentes modelos cuya planta puede ofrecer una forma rectangular, cuadrada o circular. En algunas podían descansar hasta 4 ó 5 personas, es decir, una familia entera que durante temporadas concretas se desplazaba hasta el lugar para aprovechar al máximo el tiempo, evitando así largos desplazamientos entre las fincas ubicadas en las zonas alejadas del término municipal respecto sus viviendas.

El mismo Cavanilles destacaba con detalle a finales del siglo XVIII las peculiaridades agrícolas y edafológicas de Vinaròs. Seguramente tanto a él como a otros viajeros que transitaron anteriormente, nuestro paisaje armado de piedras con márgenes y barracas acabaría llamándoles la atención. Y es que no sería para menos, pues todas y cada una de estas construcciones, son al fin y al cabo una obra de arte que define a la perfección la forma de vida de un campesinado que sabía aprovechar todo lo que tenía a su disposición.

En su momento Vicente Meseguer elaboró un trabajo que para nosotros será una de las principales guías en las que acabaremos apoyándonos para comparar algunas de las barracas que hemos ido identificando en el municipio de Vinaròs con las que él ya estaba familiarizado y que reflejó en su “Arquitectura popular de pedra seca al terme de Vinaròs”. Lo cierto es que su trabajo se centró especialmente entre las partida de les Sotarranyes y les Planetes.

En nuestro caso, hace unos diez años, junto con el botánico Dídac Mesa, intentamos catalogar todas las que vimos por el término municipal de Vinaròs. El resultado fueron más de trescientas construcciones dentro de las que englobaríamos barracas, y que en su inmensa mayoría debemos datar su fecha de construcción durante la segunda mitad del siglo XIX, así como primera de la centuria siguiente.


La antigua sociedad agrícola de Vinaròs

Que el área septentrional de las tierras de Castellón siga siendo una zona con un elevado componente rural es un hecho incuestionable. Esto se explica tanto por las características geomorfológicas de su entorno, además de la baja presión demográfica que durante toda su historia ha tenido el territorio que ocupa. Posiblemente este sea uno de los factores que en parte ha permitido que se preserven y sigan de manera inalterada muchas de las construcciones a las que aquí nos estamos refiriendo.

Uno de los elementos más emblemáticos de este tipo de construcciones son los márgenes o paredes de piedra, y que servían para delimitar la propiedad de los agricultores, además de frenar la erosión del terreno cuando estaba abancalado, pues de esta manera no se perdía parte del sustrato edáfico para que siguiera siendo un espacio cultivado. Hemos de pensar que se había de tener cierta destreza para llevar a cabo su construcción, puesto que esa obra había de permitir el drenaje de las aguas de lluvia.

Conocemos diferentes tipos de márgenes, como sucede con los que tienen forma de espiga. Otra de las utilidades de estas obras era la de estructura para guardar el ganado, dejándose una apertura no muy grande, pero sí lo suficiente ancha para que pasara una oveja de manera individual, pudiendo contabilizar así las cabezas de animales que tenía en ese instante cada pastor. Meseguer define con precisión este tipo de actuación: “El -marge-, que concreta y delimita un espacio, es un tipo de pared hecha generalmente, de piedra en seco que sirve para contener las tierras de ladera, evitando el deslizamiento y creando franjas escalonadas de tierra cultivable en forma de -bancals-, con un anchura de unos metros y elevación de uno, dos y hasta más metros (…) la coincidencia de los márgenes con las plantaciones, y las curves de nivel, es una práctica agrícola respetuosa con el suelo y en absoluto disputada con la productividad. Los -marges- y -bancals- son un aspecto interesante y característico del Maestrat, herencia de múltiples experiencias humanas lejanas en el tiempo y escampadas por el Mediterraneo” (Meseguer i Simó, 2001, 78). Como ya tan acertadamente apuntó Meseguer (2006, 15), la mayoría de los márgenes que veremos en el término municipal de Vinaròs, obedecen a funciones linderas, y de marcaje de propiedades, en lugar de su uso como espacios de contención, no obstante en zonas con pendiente como sucede en el Puig de la Misericòrdia, si que apreciaremos la prolongación de largos muros de piedra, que persiguen esa finalidad a la hora de retener la erosión y pérdida de superficie edafológica, especialmente durante fuertes temporales de lluvia, en los que las escorrentías pluviales pueden llegar a causar graves daños a este tipo de tierras escalonadas.

Es importante hacer una distinción entre el concepto de labrador y jornalero, pues los primeros eran aquellos propietarios de tierra, y que dependiendo de su extensión como producción, obtenían un determinado tipo de ganancias, que no les hacia depender de nadie, llegando también a contar con una serie de trabajadores a sus servicios, que los hacían ocupar un determinado estatus dentro de la burguesía rural. Por otra parte los jornaleros o mozos de campo eran aquellas personas sin ningún tipo de propiedad, y que por lo tanto dependían de las labores que les encomendaban los terratenientes o labradores medianos que podían solicitar sus servicios.

La pequeña burguesía rural era el grupo integrado por propietarios que dependían exclusivamente de las ganancias de su tierra. Tenían cierta autonomía, ya que poseían bienes agrícolas. La tierra la trabajaban ellos mismos, y en el caso de disponer de varias fincas llegaban a poseer algún trabajador bajo sus órdenes, siendo por norma general familiares o parientes con los que llegaban a acuerdos en los que no se movían excesivas cifras de dinero. No olvidemos que las piedras y cantos rodados que salían del suelo en el momento de labrar, se recolectaban y aprovechaban para consolidar las obras de la barraca o los muros de los márgenes.

Nombres de partidas como los Boverals, lo Triador o les Deveses son el ejemplo de una forma de vida, de la cual hoy apenas existen muestras palpables. La ganadería en las tierras del norte de Castelló fue una realidad extendida, con especial ahondo en els Ports de Morella. Vinaròs también contó con masos, unas viviendas adscritas a una explotación de cierto tamaño, que iban acompañadas con una explotación de tierras, en las que se combinaba la producción agrícola y de tipo ganadero. Desde los primeros momentos se convertirán en propiedades que daban cierto prestigio al que las tenía, puesto que eran familias con disponibilidad de ciertos recursos.

En muchas ocasiones estos propietarios las arrendaban, lo que permitía que la familia viviese cómodamente en un lugar mejor comunicado. El mas era un espacio donde se disponía de una completa autonomía, pues allí se podía moler la harina, producir aceite, fabricar queso y proveerse de carne. Algunos incluso llegaban a tener una bodega, porque si había campos de viñas, era normal que su propietario destinara una parte de la producción para consumo personal. Tampoco tenemos que olvidar el palomar, normalmente aislado de la estructura residencial, y que conformaba parte de aquel entramado arquitectónico, en el que el orden de la planta era lo de menos. Un aspecto que consideramos sumamente importante, al estar cargado de simbolismo para esa pequeña burguesía rural que verá en la tenencia de una o varias parcelas de tierra una forma de proyectar su posición social, algo que como define Meseguer, venía reflejando esa esencia “del sentido de apropiación y de fijación de la propiedad, como culminación de todo un proceso de conquista y construcción” (Meseguer y Simó, 2001, 13; en Simó 1992).

En el caso de Vinaròs, los masos que se conservan en la actualidad (con algunas excepciones), son “masets” o pequeñas casas de campo que antiguamente controlaron una explotación mayor, hoy ya abandonada o que a duras penas ha llegado en un pésimo estado de conservación. Conocemos los nombres de algunos de estos: lo Mas d'en Borràs, lo Mas d'en Brau, lo Mas de Noguera, lo Mas de Maestre, lo Mas d'Anglés, lo Mas de Pastor, lo Mas de la Parreta o lo Mas del Pí, por citar algunos ejemplos. La mayoría de los que existieron en nuestra franja litoral se distinguían de los que veremos en el área dels Ports, poseyendo a lo sumo dos plantas, además de un complemento hortícola, donde no podía faltar la característica noria, junto con los “marges” o paredes de piedra, que marcaban los lindes de la propiedad.


Las barracas de piedra

El ámbito rural en el que se moverá el área geográfica que definimos dentro de la demarcación de “la plana de Vinaròs”, será un espacio donde abundarán un amplio abanico de tipologías constructivas siguiendo la técnica de la piedra en seco, y que se complementarán con otras donde ya veremos el uso de argamasa, que le darán una mayor rigidez y resistencia. Solo en nuestro término municipal podemos apreciar multitud de refugios, pozos, cobertizos, cocons, corrales, hornos de cal, barracas, márgenes, norias y otras tantas construcciones de similares características que conjuntamente representan la gran variedad del patrimonio rural que posee este territorio.

Otro elemento que tenemos que remarcar, es que dependiendo de la zona en la que nos movamos, veremos como las definiciones de estas obras irán cambiando. Así por ejemplo mientras que en esta zona la definición de barraca de piedra está muy extendida, en otros lugares se le bautizará como “barraca de viña”, hecho que vendría dado por el tipo de cultivo dominante en el área geográfica donde se encontrase. Cabe distinguir entre lo que serían las barracas, de lo que se denominarán como refugios, y que tal y como su nombre indica, eran espacios reducidos, que a pesar de tener la misma utilidad, solo servían para salvaguardar a duras penas una o dos personas, ante la aparición de tormentas o inclemencias meteorológicas, que tan habitualmente cogían por sorpresa a muchos de nuestros antepasados cuando iban a faenar a los campos.

Las barracas podían emplearse como casetas de campo, donde su propietario almacenaba las herramientas de trabajo. Recordemos que en terrenos pedregosos como el nuestro, era normal que aquellas personas que poseían un patrimonio compuesto por varios jornales de tierra dispusieran de alguna de estas. Su orientación era muy importante, puesto que las entradas nunca debían de estar encaradas en dirección hacia el mistral.

Se cree que estas pueden tener una vida máxima de 300 años sino se llegan a restaurar. Las barracas de piedra se caracterizan por no emplear ningún tipo de argamasa o mortero, solo arena seca para llenar los vacíos. Las entradas tienen una piedra de umbral, que se encarga de sostener el peso de la parte superior.

La vuelta de la barraca es necesaria para que la construcción obtenga una mayor consistencia. Por ello a veces se depositaba ceniza (reble), pues le daba una mayor impermeabilidad, así como arena fina, o incluso pequeñas plantas que servían para otorgarle una resistencia y aislamiento a la zona del techo.

Las barracas eran construcciones con personalidad, pues su obra iba variando (dependiendo del arte y habilidades que poseía cada labrador, pues estos eran mayoritariamente sus artificies). Su mayor uso se le daba durante los meses de septiembre y octubre, fecha que coincidía con la vendimia y la recogida de las algarrobas. En el caso de Peñíscola, como las fiestas patronales siempre caían en septiembre, la temporada empezaba justo la jornada siguiente de su finalización. Algunas de las construcciones llegaban a ser readaptadas, para asemejarse a casas de cultivo, mediante la colocación de puertas, junto otros elementos auxiliares. Como decíamos, estas se hallaban “orientadas, salvos casos excepcionales, hacia el sur/este, dando la espalda al viento de la sierra que es el que con mayor intensidad y frialdad sopla en estas tierras” (Meseguer y Simó, 2001, 32).

Meseguer y Simó (2001, 13; en Simó, 1992) ya destacan el gran reto que suponían crear tierras aptas para el cultivo luchando contra las laderas y pendientes del terreno a través de márgenes de piedra que frenaban la erosión del suelo y permitían una circulación de las escorrentías pluviales. La destreza en el trabajo de la piedra caliza, el saber aprovechar al máximo los recursos naturales de las inmediaciones, adaptándose a las necesidades y exprimiendo al máximo la escasez de medios con los que construir, reflejan de forma espléndida el ingenio de nuestros antepasados a la hora de levantar cada una de estas obras arquitectónicas. Estos mismos autores, nos recuerdan como los campos que se hallaban a una distancia considerable del hogar del labrador, hacían necesaria la construcción de hábitats que servían para refugiarse esporádicamente, bien para pernoctar o estar a cobijo a lo largo del día, evitando así desplazamientos que en aquellos tiempos con sus carros y mulas podían parecer eternos. Estas construcciones protegían de los agentes atmosféricos, como las calurosas temporadas primaverales y estivales o las fuertes precipitaciones otoñales e invernales, y que tantas veces aparecían por sorpresa en medio del campo.

La extensión de la construcción de muchas de estas barracas debemos buscarla en el desarrollo económico que vivirán estas tierras durante el siglo XIX, especialmente en el caso de Vinaròs, cuando los labradores aprovechando los conocimientos y técnicas de sus antepasados, explotarán el uso de las rocas que aflorarán en nuestros suelos, resultando así en el caso de la Serra d'Irta, en el de la Ermita del Puig de la Misericòrdia de Vinaròs, o cerca de una zona torrencial donde la disposición de material rocoso en el cauce o las inmediaciones del río o barranco permitirá disponer de materia prima en abundancia.

El drenaje de las fincas era importante, especialmente en las zonas abancaladas, pues debía de asegurarse que el agua no quedara estancada, imposibilitando así la inundación de las zonas para el cultivo.

También apreciamos que en muchas de estas construcciones, se empleaba una piedra de grandes dimensiones para cerrar el marco superior de la puerta, estando en ocasiones insertada dentro de un arco de medio punto, o directamente habiéndose sustituido por un grueso tronco de madera. Meseguer (2006, 19) en su trabajo sobre la arquitectura popular de Vinaròs, llega a distinguir hasta un total de seis clases de barraca de acorde a su planta (circulares, ovaladas, cuadradas, rectangulares y mixtas de forma circular como rectangular). De la zona estudiada pues extraerse la conclusión de que las barracas de planta cuadrada y rectangular son las que más abundan, al menos en les Sotarranyes de Vinaròs (Meseguer, 2006, 20), a pesar de la dificultad adicional que ofrece el levantamiento de su cúpula, debido al tipo de base sobre el que se han construido.

Ya hemos dicho que los bolos, losas, casquetes y fragmentos de piedra servían para el refuerzo y consolidación de estos edificios. Recordemos que era necesario quitar piedras de las propiedades, ya que por un lado se aprovechaba el espacio como zona de cultivo, así como para delimitar sus muros. La transformación de tierras yermas tras limpiar de rocas su sustrato edáfico, ayudaba a que se extendiera la agricultura. En realidad, cualquier tipo de piedra sirve para realizar estas obras, no obstante, cada una dependiendo de sus cualidades tendrá un papel determinante en la elaboración de estas construcciones. Sabemos que las familias con recursos podían contratar los servicios de labradores especializados en su elaboración, aunque lo cierto es que la inmensa mayoría serán ejecutadas por los mismos agricultores, quienes de forma generacional habían transmitido ese saber, y en parte explicarán el porqué de una singularidad todavía más peculiar en cada una de las obras.

Parece ser que si las losas no eran grandes, debían entonces realizarse más vueltas para cerrar la cúpula, por lo que la barraca debía de ganar una mayor altura. Ciertamente los perfiles escalonados permiten un mayor juego de posibilidades (Meseguer, 2006, 21), ya que otorgan al conjunto más solidez. Las barracas podían ir adosadas a las paredes lindantes de la finca, o encontrarse aisladas.

Veremos que existen diferentes tipos de prototipos, tal y como ya reseñaron en su día Salomé y Meseguer. Algunas como decimos pueden mezclar elementos que vemos de manera individual en otras. Resulta llamativo aquellas que además de refugiar personas también disponían de un espacio para cobijar a las caballerizas, habilitándolas con lo que se conoce como una “menjadora” para que los animales pudiesen alimentarse. Meseguer y Simó (2001, 32) ya nos informan de que “especialmente en las barracas de falsa cúpula, el vano de acceso es bajo y estrecho, de tal modo que la persona tiene que agacharse para poder pasar, en tanto que ningún tipo de caballería tiene posibilidad de acceder a su interior. Esto denota la exclusividad del refugio para las personas y en caso de necesidad las cosechas”.

Márgenes de piedra de la finca del Mellat (Peñíscola)

Otras barracas o casetas de campo que llaman la atención por sus diseños son las de techumbre plana, en cuyo caso antaño estarían protegidas con tejas árabes que le daban inclinación para no colapsar la superficie que resguardaban, y que bien podía ser a una o dos aguas. Estas para sostenerse se apoyaban sobre una superficie interior que se realizaba en la caseta con vigas de madera, en la que se entrecruzaba perpendicularmente una superficie de cañas agrupadas conjuntamente. Algunas de estas construcciones se han restaurado con el paso de los años aplicando mortero de cal y arena, hecho que a pesar de hacerles perder la esencia de la arquitectura estrictamente de piedra en seco, era una forma rápida y sostenible de restaurarlas y fortalecer su estructura a medio-corto plazo, y que obviamente no restaba importancia a la esencia de su obra.

La técnica es sencilla, pero cabe advertir que la estabilidad es importante, especialmente para las esquinas, por ello se guardaban las piedras más resistentes y grandes para esta parte de la obra, además de que toda piedra debe de tener dos piedras encima, así como sostenerse sobre otro par. El lugar escogido no era casual. Las paredes o paredones podían ser simples o a doble cara, rellenándose con pequeñas piedras que le daban mayor consolidación al conjunto. Algunas propiedades cercaban todas sus inmediaciones, exceptuando una parte de la entrada (“la portera”), y que solía fabricarse con maderas entrecruzadas, funcionando así a modo de puerta.

En su interior había espacios con una funcionalidad concreta. Lo veremos por ejemplo con pequeños huecos para dejar enseres, así como las clásicas estacas que colgaban de la pared, en las que se podían dejar alimentos que de este modo no estaban en contacto con las alimañas que merodeaban el lugar. En la zona exterior veremos puntos adaptados para la realización de hogueras, así como espacios en los que poder sentarse en forma de bancos, o mesas en las que se depositaban los alimentos y que se realizaban con grandes losas de superficie llana, daban una mayor personalidad al conjunto.

El adosamiento de pesebres para la caballería junto a las paredes de la misma construcción, creaban en su síntesis un obra de mayor envergadura, además de invitar a un uso más rutinario tras adherirse cisternas como receptores de agua, y que estaban conectados con el techo de la propia barraca, mediante los que se canalizaba el agua de lluvia recogida. Tampoco podemos obviar que en aquellas barracas con mayor espacio de recepción interior, se llegaron a construir chimeneas, que con un simple conducto para airearlas desde el techo, incrementaban si cabe su habitabilidad durante largas temporadas. Una parte concreta del interior era el “pedrís”, es decir, la zona habilitada para el descanso del labrador o pastor.

Algunas barracas llegaban a ocupar una extensión que sobrepasaba los 50 metros cuadrados, extendiéndose en varios habitáculos, con lo cual se podía resguardar a todos los integrantes de una familia, como a los animales de carga que habrían llevado hasta su desplazamiento en la finca. Las alturas por norma general suelen oscilar alrededor de los tres metros, aunque conocemos el caso de algunas que llegan a tener cerca de 4'5 metros, estando en este caso entre las más altas de las que hemos presenciado por ejemplo en el término de Vinaròs. No obstante, Meseguer (2006, 98) llega a citar el caso de una barranca singular en nuestro término, que a través de su perfil escalonado llega a poseer una altura cercana a los 7 metros.

No cabe duda de que existen un amplia variedad tipológica de barracas por lo que se refiere a la técnica utilizada en su construcción. De este modo veremos como las de falsa cúpula se fundamentan en la aproximación de hileras circulares de losas que al ir elevándose por encima del espacio circular o cuadrangular, van cerrando hasta que llegan al punto cenital (Meseguer, 1997). Estas barracas de volta en la zona del Maestrat constituyen uno de los elementos más familiares y naturales del paisaje, conservando características de gran arcaísmo y guardando al mismo tiempo, un extraordinario paralelismo con esas construcciones prehistóricas de las que han estado manteniendo un técnica tradicional y milenaria (Meseguer y Ferreres, 1994).

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Meseguer Folch, Vicente y Ferreres Nos, Joan (1994). “Les casetes de volta del terme de Sant Jordi del Maestrat”. C.E.M., Butlletí 45-46

* Meseguer Folch, Vicente (1997). “El patrimonio etnológico de Canet lo Roig”. C.E.M.

* Meseguer Folch, Vicente y Simó Castillo, Joan B. (2001). El patrimonio etnológico agrario de Benicarló. Antinea

* Meseguer Folch, Vicente (2006). Arquitectura popular de pedra seca al terme de Vinaròs. C.E.M., Sèrie Estudis d'Etnologia del Maestrat. Nº6

* Simó Castillo, Joan B. (1992). “La construcció de bancals i la intel·ligència adulta”. III Jornades del Centre d'Estudis del Maestrat.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 25 libros entre 2007-2024, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo local. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).