Juana de Rueda, definida como una mujer anciana “ilusa del demonio, que la tiene embebida”, fue una vecina de Buenache de Alarcón acusada de agitar el pánico entre los habitantes del municipio durante la primera mitad del siglo XVIII. A los ojos de muchas personas, era una especie de bruja o hechicera, que vacilaba, retaba y amedrantaba aquellos que intentaban entrometerse en su vida. El relato de su caso se recoge de forma pormenorizada en el fondo documental de la Inqusición Conquense, concretamente en el legajo 773, nº 1866.
Los hechos que implicaban a esta señora (de avanzada edad), eran un cúmulo de sucesos acaecidos desde tiempo atrás, y que según se relata, con el paso de los años fueron agravándose. Sabemos por el testimonio de su expediente inquisitorial que el día 21 de septiembre de 1725 se presentó hasta su hogar el Licenciado don Matías de Buedo (cura y miembro de una de las familias más influyentes de la pequeña nobleza bonachera), para comprobar que había de cierto en las acusaciones que se vertieron contra su persona.
Sabemos que con anterioridad a la visita de don Matías, otro párroco se presentó en el hogar de la anciana para encargarse de realizar un registro de los enseres que esta tenía, y del que se recoge la siguiente descripción: “un arca donde halló un papel con un poco de pimienta y clavos , un trapo con una yema de huevo, y un poco de azúcar y pincharon la yema; también hallaron un poco de harina y un poco de trigo que había como hacía tres años que lo tenía, un poco de tocino, y un tallo de longaniza con otras cosas de comer, las cuales (Juana) no podía comerse hasta que su Dios se lo mandase”.
Después de aquello, la mujer fue llevada hacia la Iglesia para que le confesase al párroco todo en cuanto supiera de una misteriosa voz que según su testimonio le hablaba de manera cotidiana. Parece ser que años atrás Juana era una mujer católica que acudía a misa de manera regular, habiendo recibido los sacramentos posibles como cualquier cristiano, hecho más incomprensible en su caso, puesto que descendía de una buena familia, con valores cimentados en la tradición y el cristianismo. No debemos de olvidar que por aquellos tiempos los Rueda todavía gozaban de buena reputación en la fortaleza de Alarcón.
El desplazamiento de Juana hasta la Iglesia de San Pedro (solicitado por los párrocos), se produjo entre las miradas de muchos curiosos y vecinos que esperaban de manera morbosa expectantes en la calle su llegada hasta el templo.
Delante de la puerta de la Iglesia, y sabiendo que volvería a ser de nuevo interrogada por los curas (pues estaban convencidos de que la solución para ayudar a aquella mujer era traerla a la casa de Nuestro Señor), Juana respondió que su Dios no le permitía contar ninguna cosa de la que le fuesen a preguntar. Con insistencias y discusiones, finalmente los párrocos consiguieron que Juana llegase a comulgar, además de incluso acudir hasta en diversas ocasiones a la casa del párroco, en busca de su reconducción hacia la vida cristiana. Por desgracia, aquello solo fue algo puntual, por lo que al poco tiempo la anciana rompería con su compromiso.
Después de todo lo sucedido, los curas llegaron a dictaminar que Juana estaba poseída, hecho por el que tuvieron que actuar de diferentes maneras para conseguir extirpar el maligno de su interior. Según se relataba, Juana aseguraba que aquella voz le había ordenado no comer durante “sesenta días, y al cabo se empezó a sustentar con unos ajos; y que ni carne ni otro manjar de alguno comía sin expreso mandato de su Dios”.
La anciana decía que muchas veces debía retirarse cerca de la puerta de su vivienda, para que los vecinos no escuchasen las conversaciones que mantenía con su amado “Dios”. Algunas personas no dudaban en que Juana había perdido el juicio, aunque quienes habían padecido sus amenazas, estaban convencidos de que la voz que le hablaba era en realidad la del mismísimo demonio, el cual y según contaba le permitió obtener el don de la profecía, asegurando que era capaz de ver “las muchas almas que entraban en el infierno”, añadiendo: “unas se quedan para siempre, otras salen, y otras están por tiempo determinado de donde salen, y pasando por el purgatorio se van al cielo”.
Juana comentaba como por ejemplo el difunto párroco don José López de Gastea (quien fue racionero de la Santa Iglesia de Cuenca), estaba en el cielo en cuerpo y alma sentado en una silla, o que el Licenciado Marcos (también fallecido e hijo de Ana Ximénez y Juan Pérez de la Parra) padeció seis meses en el purgatorio, para después ascender al cielo ejerciendo una función que su Dios no le había querido revelar.
Juana afirmaba haberse teletransportado hasta Jerusalén, donde decía que existía una puerta con unas piedras que guardaban un aspecto muy parecido al de la ermita bonachera de San Antolín, añadiendo que en ese lugar estaban la Virgen y Jesús con ropas de clérigo. Los datos de la hereje iban extendiéndose a medida que el párroco indagaba en el interrogatorio, por lo que dio detalles de otros curas difuntos, entre los que mencionó a su primo Sebastián López, sin olvidarse del Licenciado Barambio, quien dijo que estaba presente en el infierno. No obstante, fue todavía más severa con la afirmación realizada sobre el Licenciado Lara, quien sostenía que estaba presente en el averno hasta el día del juicio final por haber realizado un pacto con el demonio, tras perder su dinero en una partida a los naipes.
Juana confesó que el demonio la tentó en tres ocasiones a cometer sacrilegios (en una de esas veces tomando el aspecto de un estudiante). Añadía incluso una aparición de la Virgen junto a los olmos de la Fuente Herrera, así como otros fenómenos de tipo sobrenatural.
El padre don Domingo de Lucas, presbítero de Buenache, siguió interesado con el interrogatorio, y Juana le precisó que por mandato de aquella voz estuvo 66 días sin comer nada, alimentándose exclusivamente de legumbres y hierbas. Igualmente, siguiendo con el hilo de lo que la anciana relataba, el cura quiso preguntarle cuántos cielos habían después de la muerte, a lo que Juana respondió con rotundidad que existían un total de tres: “el primero el de los condenados, el segundo el de los justos, y el tercero donde está la música real”. También decía que su difunto marido estaba de sacristán en el paraíso, así como que en las misas del padre Sierra (otro párroco del pueblo) intentaba taparse los oídos o abandonar la Iglesia en cuanto podía.
Aunque una de las acusaciones más grave la efectuó hacia varios vecinos de la localidad, afirmando que “había muchos judíos en este pueblo, los cuales no era todavía voluntad de Dios que se descubriesen”. El párroco instó a que volviese a la Iglesia, para acudir a misa y así cumplir con los preceptos católicos. El clérigo contaba con el apoyo del teniente de cura don Bartolomé de la Orden y su fiscal Alonso de Valladolid.
Juana manifestó que llevaba 18 años viuda, y que por nada del mundo confesaría, aunque “su cuerpo se lo hiciesen pedacitos como una avellana”. El mismo día que esto sucedió, el párroco junto con el teniente cura don Simón García Segovia y don Pedro Mauricio de Lucas, fueron a exhortarle que por favor frenase aquella conducta. Esta desafiándolos, fue finalmente amenazada en ser llevada a Cuenca (suponemos que a las cárceles del Santo Oficio), a lo que respondió que no tenía ningún miedo, ya que no iría sola, pues esperaba un trabajo mayor de Dios. Salta a la vista que los párrocos del municipio tomaron una actitud bastante permisiva con la anciana, pues por hechos mucho menores, habían acabado tantas personas con peor destino en las celdas de la capital.
El lunes siguiente a lo relatado por Juana, el clero de nuevo se dirigió a la vivienda de la señora, esta vez al mando del párroco piquereño don Matías Barambio en compañía del Licenciado Pedro Mauricio de Lucas, quienes finalmente hubieron de abandonar la residencia, con motivo de las injurias recibidas por la mujer. De nuevo por la tarde, ambos junto con el Señor Gobernador (Gregorio Blas de Lucas), además de uno de los hijos de Juana y que tenía las llaves de la casa, consiguieron entrar por sorpresa, descubriendo que la endemoniada tenía encima de su mesa un trozo de pan recién cortado y una olla con tocino, arroz, garbanzos, almendras y otros alimentos. Aquello era sin lugar a duda una prueba que tiraba por tierra su relato sobre el espectacular ayuno que esta argumentaba practicar. Finalmente, el Gobernador cansado de aquella situación, obligó a que Juana se marchara de su casa, para estar así bajo la custodia de su hijo, pues de lo contrario sería detenida.
Una vez desmantelada la historia, la señora fue excomulgada, aunque, no por ello dejaban de contarse relatos que tildaban a Juana como una especie de bruja capacitada con poderes sobrenaturales. Sabemos por ejemplo que Catalina, hija de Juan Gómez, o por ejemplo Elvira Segovia, viuda de Miguel Saiz de Villora, iban a visitarla para que esta les indicara profecías.
Sus allegados defendían aquellos dones paranormales, siendo el caso de la mencionada Elvira Segovia, quien decía que en ocasión de los sorteos de los soldados de la última leva, le comentó que no se afligiese, “pues a un hijo suyo y a otros cuatro no les tocaría aquella suerte, porque Dios no le podía faltar a su palabra”, hecho que alcanzó trascendencia en el pueblo, ya que así sucedió finalmente.
Parece que Juana era una mujer poco amante de la higiene, pues sus uñas eran de un tamaño descomunal, respondiendo que aquello lo hacía por mandato de su Dios. También menciona a su cuñada María de la Orden, con quien tenía relación en la práctica de estos actos herejes. Otro nombre que salió a la palestra era el de María de Lucas, concuñada de la susodicha, quien también hizo uso de sus habilidades.
Tampoco podían faltar nombres de hipotéticos criptojudíos a los puso en el punto de mira, como fue el caso de Pedro Martínez, Ana de la Fuente (viuda de Diego Moñiz) y Josefa, mujer de Juan de Guaita. Llegó incluso a relatar la celebración de un ritual, cuya funcionalidad era la salvación de los judíos de la quema, y que en cierta ocasión realizó en colaboración de Catalina (la hija de Juan Gómez), y que consistía en el esparcimiento de cenizas.
Se comenta que en 1722 dos hombres fueron acusados de un crimen, aunque Juana manifestaba que eran inocentes, añadiendo que el verdadero culpable se estaba paseando tranquilamente por el pueblo.
Ana Rubio denunciaba que en 1716, tras haber fallecido su marido Francisco de Vieco, contaba como Catalina (la referida hija de Juan Gómez), le decía que su esposo estaría cuarenta años en el purgatorio, según le manifestó Juana de Rueda.
Al respecto, sobre los adeptos que visitaban su hogar, contaban que “por la navidad pasada hizo un año, que hubo un convite muy esplendido, en que según afirman asistieron más de treinta personas, siendo quizás para quemar otras estatuas”.
La endemoniada al principio seguía yendo a la Iglesia, confesándose como lo había hecho durante toda su vida, no obstante, poco a poco comenzó a faltar, lo que precipitó junto con la conducta manifestada y los cuchicheos del pueblo, que finalmente el Santo Oficio tomase cartas sobre el asunto.
En el proceso también se menciona a su hijo Diego López de Vera, contrario al movimiento herético que propugnaba su madre, culpando de ello a una vecina apodada “la Roja” (Ana Rubio), a quien señalaba como principal instigadora y promotora de todos aquellos hechos. Diego llegó a amenazar a Ana que si veía a esta por casa de su madre “la cosa no sólo quedaría en palabras”, a lo que la mujer respondió que “no le tenía ningún miedo, pues bien de día o noche, ella pensaba visitarla”.
Otro dato en relación con las facultades demoniacas de Juana, era el del testimonio que afirmaba como la anciana convertía las liebres en calabazas. Aunque, no todo quedaba ahí, pues se decía que era capaz de lanzar grandes piedras de la nada sobre los tejados de sus vecinos. En este sentido, resulta curioso el caso del menor Domingo Bermejo, quien declara que estando una noche oyó que lo llamaban de la casa de Miguel Melonero, para que viesen todos como caían las piedras sobre su tejado “con tanto estruendo que parecía venirse para abajo toda la casa”, añadiendo que para comprobar de donde venían aquellos pedruscos, se sorprendieron al “no ver persona alguna en toda la redonda”. Se dice que los vecinos, aquel día en concreto, atemorizados por lo presenciado, entraron rápidamente en el interior de la vivienda, indicándose que desde la casa de enfrente de la del señor Melero, se seguía escuchando el ruido de las piedras que caían en la zona superior de la vivienda.
Juliana de Vieco, que era vecina inmediata a la vivienda de Juana de Rueda, declaró y confirmó lo mismo que Domingo Bermejo, añadiendo que tras la segunda lluvia de piedras, salió de su casa Miguel Melonero sin conseguir ver quien las tiraba, por lo que exigió que los daños ocasionados los pagase su vecina Juana, pues estaba convencido de que los había producido ella. Miguel decía que no cabía ninguna duda de quien estaba realizando aquellos actos, pues una calabaza que tenía guardada en su cueva fue transformada en liebre. El terror que Juana había provocado en sus vecinos fue tal, que en el mismo expediente podemos leer como los hijos de este vecino tenían pánico de encontrarse solos en casa, pues algunas noches escuchaban fuertes ruidos que procedían de la casa de la susodicha.
Finalmente, la bonachera Ana Martínez, confirma una vez más la ocurrencia de aquellos lanzamientos de piedras siniestros además de los famosos conjuros que convertían objetos en liebres. Sin lugar a duda Juana había conseguido extender el pánico por todo el barrio, vacilando de las acusaciones que la implicaban como responsable de echar males de ojos a diferentes personas de la localidad.
David Gómez de Mora
Referencia:
* Archivo Diocesano de Cuenca. Leg. 773, nº 1866. Rueda, Juana. Buenache de Alarcón, 1727