Ahondar en la arqueología y el pasado más remoto de esta pedanía optense, supone realizar un viaje en el tiempo de varios milenios dentro de un espacio geográfico que por desgracia resulta desconocido para una parte considerable de la historiografía conquense, pero con un tremendo potencial etnográfico, del que nos quedan tantísimas cosas por aprender.
Nadie discute las raíces medievales de Caracenilla, aunque tampoco su pasado romano, tal y como lo evidencia su puente con reminiscencias de este periodo cultural, así como otros elementos con varios siglos de historia, que llaman la atención a cualquier curioso que transite por dentro o las afueras de sus calles.
Si nos fijamos en los restos de sillería que hay aprovechados en algunas de las viviendas de su área urbana, uno ya se percata del calado histórico de este enclave, en donde claramente apreciaremos elementos constructivos reciclados de periodos lejanos, y que de manera discreta se integran entre el viario de algunas residencias del municipio. Este es el caso de diversos sillares adosados en las paredes de esas antiguas viviendas de labradores que conforman la trama del municipio.
Como ya esbozamos en el momento de querer plantear el origen toponímico de la localidad, nosotros apostamos por la tesis de que el nombre de este lugar procede de un diminutivo de la localidad de Caracena, hecho en el fondo sin mucha trascendencia, si tenemos en cuenta que esto no implica nada en lo referente a que la etimología de una palabra deba vincularse con el origen del lugar al que se refiere, puesto que simplemente lo que hace es proporcionarnos un dato que al menos, atestigua en ese preciso momento histórico una presencia humana, pudiendo por tanto arrastrarse incluso desde más atrás en el tiempo.
Ahora bien, ni que decir que la población de Caracenilla, como muchas otras de nuestra geografía peninsular, no solo ha sabido reaprovechar el material de construcción de viejas residencias u obras más antiguas de su casco urbano, sino que también esta cuestión la apreciamos en sus afueras, tal y como sucede con los restos de lo que se cree que pudo ser un antiguo miliario y que se ubica de forma paralela junto al antiguo trazado de época romana, y que en siglos posteriores sería utilizado como lo que se denomina un miliario-humilladero o poste de ánimas.
¿Qué era un humilladero?
Un humilladero es una construcción de tipo devocional, que por norma general se mandaba alzar en las entradas o salidas de los municipios, con la finalidad protectora de salvaguardar aquellos transeúntes o vecinos que residían en ese área geográfica. Si leemos los testamentos de algunos libros parroquiales de esta zona, comprobaremos como estos eran promocionados por vecinos potentados, de modo que con este acto positivo, y por norma general como última voluntad en el tramo final de su vida, poder limpiar sus almas de los pecados cometidos, y así permanecer un menor tiempo en el purgatorio.
Al margen del interés particular que conllevaba su ejecución, o como en el caso que nos ocupa, su reaprovechamiento sobre una obra precedente, los postes de ánimas tenían como principal funcionalidad salvaguardar a los mortales de los peligros que acechaban en la noche, de ahí que solían disponerse con una hornacina, en la que junto con una imagen religiosa que los custodiaba permanentemente, se introducían velas con una premisa protectora para aquel o hacia una persona querida.
Los postes de ánimas muchas veces eran hitos que marcaban los límites de romerías en los que se bendecía el término, para así proteger a sus vecinos de enfermedades o la llegada de sequías u otras inclemencias climáticas que perjudicaran la economía y consiguiente salud de sus gentes.
El temor por la llegada de almas en pena a las viviendas era también una cuestión que estaba presente durante el desarrollo de las festividad de Todos los Santos, de ahí que resultará habitual en las localidades marcar este tipo de puntos como zonas o límites que garantizaba una protección, especialmente desde la víspera del día 1 de noviembre, hasta el desarrollo de la mañana del día siguiente, cuando veremos rituales de estas características, como en el caso de Saceda del Río, y que ya tratamos en un artículo anterior.
Igualmente, el respeto por las ánimas era un tema constante, que se manifestaba con la permanencia de la cofradía de las ánimas, y que como solía ocurrir en la mayoría de localidades que hemos investigado (siendo el caso de Caracenilla), existió desde tiempos antiquísimos, llevando esta consigo su propia capellanía.
La creencia de que las almas podían venir desde el mundo de los muertos para castigar a aquellos que habían cometidos actos negativos o impuros, fue también una constante notablemente extendida, de ahí que las velas eran usadas como repelentes ante una acción maligna.
Al respecto, todavía recuerdo por el testimonio de una anciana de estas tierras, como la luz de la vela era el remedio con el que se ahuyentaba a las almas nocivas, y que según decían, únicamente podían moverse entre la oscuridad, de forma que la luz de la vela servía para ahuyentarlas de ese lugar. Una acción que todavía resultaba más efectiva si se colocaba en un espacio donde había una imagen religiosa. Otra creencia vinculada con este conjunto de hitos devocionales, era la de iluminar con velas sus hornacinas, para que así aquellas almas que varaban y estaban perdidas, encontrasen la luz que las portara en su camino de salvación hacia la luz del Señor.
Recordemos que uno de los rituales que servía para acortar el periodo de estancia de las almas en el purgatorio, consistía en que los seres queridos y allegados del difunto colocasen velas en este conjunto de lugares. De esta forma su acción se cobraba como un acto positivo que purgaba los pecados del difunto.
También hemos averiguado por los testimonios de los más mayores, que en este tipo de construcciones como en parajes de nuestra geografía alcarreña en los que presenciamos topónimos vinculados con la religiosidad o santos (hagiotopónimos), era normal depositar alguna piedra junto a esos puntos, pues se decía que con ello el viandante podía llegar al lugar de destino sin padecer ningún tipo de riesgo, no sin antes haber rezado un Padrenuestro que servía para ayudar de nuevo en la salvación de las almas del purgatorio.
David Gómez de Mora