Que la isla de Tabarca era un
espacio de ocio cinegético para la familia Cárdenas, (especialmente entre los
siglos XVI y XVII), es una cuestión que queda documentada a través de la crónica
de Vicente Biendicho. No obstante, surgen preguntas sobre los hábitos de
aquella alta nobleza de la época, como la de si estaba permitido el uso de
armas de fuego en determinadas zonas y círculos sociales, o de qué forma se
desempeñaba el desarrollo de una jornada de campo de estas características.
Sabemos por ejemplo que en
Castilla durante la primera mitad del siglo XVI, la prohibición del uso de
armas de fuego en este tipo de acontecimientos fue una realidad, tal y como lo
revelan diferentes ordenanzas de la época.
Durante esta centuria el arma
más empleada era la ballesta, la cual como sabemos siguió teniendo una difusión
muy amplia en época posteriores, especialmente por ser mucho más económica,
menos pesada que los mosquetes y con un mecanismo menos complejo a la hora de emplearla.
El día que se desempeñaban
estas actividades, el señor de la isla evidentemente no iba solo, pues el
peligro que acarreaba el distanciarse de una costa infestada de piratas
berberiscos, era algo por desgracia muy conocido por aquellos marineros que salían
a faenar rutinariamente, por lo que como era habitual, estos partían
acompañados por un numeroso séquito de nobles, guardias y ayudantes que llevaban
sus rehalas, gracias a las que la jornada podía rematarse de forma satisfactoria.
No cabe duda de la presencia de personas en estos acontecimientos, cuando
leemos que Vicente Biendicho menciona como el día que el Duque perdió uno de
sus perros, mandó un total de 24 hombres únicamente para que se encargasen de
buscarlo.
Las rehalas son el conjunto de
perros que se adiestran y preparan para el desarrollo de monterías, y entre las
cuales veremos cómo las razas preferentes son las de galgos y podencos, aunque
dependiendo de la región a la que nos dirijamos, llegarán incluso a precisarse
tipologías concretas, por las mejores prestaciones que ofrecen a los cazadores
para un terreno determinado.
Isla de Tabarca (foto del autor)
Su labor es la de caza en
equipo, al estar preparados aprovechando sus capacidades visuales, auditivas y
de olfato para detectar presas. Imaginamos que la cantidad de perros empleados
en estas jornadas podría superar perfectamente las varias decenas.
Seguramente Bernardino de
Cárdenas cazaría con ballesta, pues como decíamos anteriormente, las armas de fuego estarían prohibidas
en este tipo de actividades hasta el siglo XVII. De la misma forma, tampoco
cabe olvidar que no siempre se podía cazar, especialmente durante el periodo
que comprendía la cuaresma hasta la llegada del verano. No obstante, las
elevadas temperaturas, y el calor que se alcanza durante la estación estival en
esta zona, hacían inmediatamente mella, por lo que se esperaba a la llegada del
otoño y el invierno, como la temporada idónea para emprender las partidas. Igualmente,
en época de nieves, estaba también prohibida la caza de conejos y liebres. El
motivo se debía a que bajo estas condiciones climatológicas los animales estaban
más limitados, no obstante este problema rarísimas veces se podía haber dado en
una isla, donde la nieve como sabemos es algo inaudito.
El historiador Escolano dice a
principios del siglo XVII de este lugar que: “la Isla Planesa, por la llanura que tiene, como arriba se dijo; que es
tanta, que convida a los amigos de caza de conejos, pasen a ella en barcos, por
los muchos que engendra y por ser tan tratable y llana”.
Durante los siglos XVI, XVII y
una parte del XVIII, la isla funcionó como un coto natural, garante de calidad
por sus casi 30 hectáreas de extensión deshabitadas. Un territorio
prácticamente llano, y que solo gana algo de altura en la zona que se conoce
como “el campo”, es decir, el área que hay a las afueras del núcleo urbano, y
donde en el mejor de los casos se alcanza una altura levemente superior a los
15 m.s.n.m., sin existir ningún accidente en el terreno, por lo que la
pendiente es continuamente leve, y por tanto la visual de tiro mucho mayor.
Las piezas demandadas eran
conejos y liebres, que vivían de forma permanente en este hábitat, cavando
madrigueras y aprovechando los recodos que les brindaba el bajo matorral del
entorno, que como es de suponer, antes
de que se antropizara el medio, cubriría buena parte de la isla. La producción
cinegética del lugar queda reflejada en la descripción realizada por Vicente
Biendicho, cuando recordaba las 150 presas logradas en dos días por el Duque de
Maqueda, por “la mucha y abundante caza
que hay de conejos, que se ha visto en dos días cazar los lebreles”
La caza menor en Tabarca se
vería fuertemente favorecida por el escaso espacio sobre el que los animales podían
moverse, además de la ausencia de masas arbóreas, y la regularidad de un
terreno prácticamente llano, lo que permitía buenos lances a una mayor
distancia.
Por aquellos tiempos las
ballestas, dependiendo de su tamaño, podían tener una potencia de disparo que
impulsaba el proyectil varios centenares de metros, no obstante, sería en los
primeros treinta, en los que el cazador tenía mayores posibilidades de abatir a
la presa. Teniendo en cuenta que la isla en las partes más anchas puede cubrir
una distancia que no va más allá de trescientos y pico metros, junto con una
longitud de la isla principal que no sobrepasa los dos kilómetros, partimos
pues de un conjunto de características ventajosas que promovieron este tipo de
actividades de forma continua en su interior, al funcionar como un
reservorio natural.
David
Gómez de Mora
Bibliografía:
* Biendicho, Vicente (1640).
Crónica de Alicante
* Escolano, Gaspar
(1610-1611). Década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad
y Reyno de Valencia