Villarejo es una tranquila localidad conformada por un modesto término municipal que llega a abarcar una superficie de 13 kilómetros cuadrados. Un espacio de escasas dimensiones pero no por ello carente de interés, puesto que en las entrañas de sus parajes y zonas de campo hallamos multitud de topónimos o nombres que nos recuerdan como eran las sociedades de antaño, así como la mentalidad agrícola y ganadera que marcó severamente la forma de vida de unas sociedades rurales en las que elementos del medio natural, tales como plantas, animales o accidentes geográficos, eran hitos que siempre acababan registrándose en el vocabulario de sus gentes, tal y como vamos a comentar a continuación.
La localidad se erige a poniente de lo que es el piedemonte de la zona montañosa conocida con el nombre del Alto de las Cabrejas, topónimo bastante sintomático sobre un animal que antaño habitaba en proporciones mucho más elevadas en los parajes abruptos de estas tierras. Precisamente, el designar zonas del territorio con nombres de animales no será un hecho aislado, pues dentro de la misma localidad, en dirección noreste, a poco menos de un kilómetro y medio de distancia sabemos de la existencia de un área conocida como Tasugo, forma con la que se ha denominado tradicionalmente siempre en muchas regiones al tejón.
No obstante, como veremos los villarejeños siempre han tenido una mayor predilección por denominar a sus espacios naturales en base a lo que denominaríamos como geotopónimos, es decir, nombres de accidentes geográficos o elementos geomorfológicos. Así pues, el mismo nombre de la población nos lo recuerda, al hacer alusión a un diminutivo de peña (peñuela). Veremos por su término otras referencias, como sucede con el caso de las cavadillas, el montarral (en alusión al área montañosa), la conocida fuente de la peñuela, las hoyas del monte, la cabeza (por ser un peñasco o relieve redondeado), la cabezuela (como diminutivo del anterior), las cuevas, la peña gorda o la franja de los añojales, y cuya explicación debe de buscarse en las superficies de tierras que se cultivaban durante algunos años para luego dejar descansar la tierra, no obstante, se cree que este nombre también podría hacer alusión a una franja montañosa con escasa vegetación ya que como sabemos, ese espacio se halla sobre una zona de ladera, en cuya cima todavía queda una parte clara que se aprovecha como finca para labrar.
Tengamos en cuenta que muchos de estos topónimos están documentados desde hace muchos siglos atrás, por los que el cambio del uso de un lugar o el aspecto del paisaje en ocasiones dificulta más si cabe el entender el por qué ese entorno se denomina de una u otra forma. Conocemos también por ejemplo el empleo de antropónimos, como ocurre con el diminutivo de Benito cuando hablamos del Benitillo, u otros hábitats en los que la presencia de agua ha permitido la creación de microhábitats concretos, tal y como sucede con el carrizal, o el entorno denominado como el hontanar, y cuya etimología deriva del latín fontana, es decir, agua de fuente.
David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela