En origen las genealogías de varias de aquellas casas en pocas cosas se diferenciaban, pues además de arrastrar idénticas prácticas religiosas, sus antepasados también habían entrelazado su sangre, generando un parentesco bastante endogámico, cuyo núcleo residencial se concentraba entre las calles del Barrio de Santa María de Atienza y zonas aledañas. No obstante, a finales del medievo, se gestó la consolidación de una élite judía, que en casos como el de los Santacruz, optaría por una conversión que los transformará en los nuevos caballeros cristianos, aquellos que súbitamente coparon parte de la representación del estado noble, al menos en su caso en la franja de Huete.
Familias enteras que de la noche a la mañana cambiaron el Talmud por escudos grabados en piedra, gracias a los que se disfrazaba cualquier rastro de su pasado más inmediato, pero que no conseguía escapar del punto de mira de las mentes de los nativos, aquellos cuyos descendientes serán llamados en numerosos interrogatorios promovidos por la Inquisición, y donde salían a la luz los cuchicheos y mentiras que se escondían detrás de unos discursos mitificados conocidos de sobra por todo el vecindario. Al fin y al cabo, eran víctimas de un sistema, donde la supervivencia por mantener el poder y las influencias, llevaban casi obligatoriamente a la práctica de tales artimañas.
En el caso que hoy nos ocupa, sabido era el patrimonio que atesoraban los Gálvez y los Alonso, el cual se remontaba a varias generaciones atrás. Familias de artesanos y labradores con posibles. Igual de conversos que los que decían portar sangre hidalga y gozaban de sus respectivos privilegios.
Interior de la Parroquia de San Esteban protomártir de Huete
Los Gálvez eran parroquianos de la Iglesia de San Esteban Protomártir. Éstos poseían su tumba familiar en el coro del Convento de San Francisco de dicha localidad (justo entrando por su reja a mano derecha). Así nos lo precisa un testamento que debe ser trasladado con motivo de una disputa por una herencia. Se trataba de un mayorazgo reclamado por la familia de los Santacruz-Orozco al considerarse legítimos sucesores, otro linaje converso con el que se asociarían los Gálvez tras casar a Petronila de Gálvez con Bernardino de Santacruz, éste hijo de Francisco de Santacruz e Isabel Gómez de Amoraga (todos ellos integrantes de la casta optense de la época).
Los padres de Petronila (Pedro de Gálvez y María Alonso), eran sobradamente conocidos por sus raíces judías, de ahí que no dudaron en emparentar a otra de sus hijas con un miembro del apellido Cuenca, una estirpe muy popular de la nobleza conversa local. Los Cuenca, como otros tantos, no se cortaron, y en su ejecutoria de hidalguía, alardearon repetidamente de que eran una de las familias más ricas y cristiana afincada en el pueblo, todo ello a pesar de que en el vecindario aquel discurso genealógico era constantemente tirado por tierra.
Una situación más..., otra de las muchas que cotidianamente enfrentaban a los representantes del estamento privilegiado que comenzó a extender su radio de poder por aquellas calles a partir de la primera mitad del siglo XV. Los Gálvez, a pesar de moverse a caballo entre Caracenilla y Huete, veremos que habían emparentado también con los Alonso, otro linaje que bebía sus raíces de la judería optense, y sobre los que en el fondo del Archivo Diocesano de Cuenca no son pocas las reseñas que nos hablan de las acusaciones que acecharon a la familia.
A día de hoy la investigación de estas líneas sigue siendo un tema de interés, ya que no solo nos habla sobre qué tipo de problemas se vivían en las sociedades rurales de antaño, sino también que políticas matrimoniales desempeñaban unos y otros linajes con tal de mantener una calidad de vida que les permitiera mejorar sus posibilidades.
Poco por ahora sabemos de los Gálvez, no obstante, su relación estrecha con apellidos como los de Santacruz, Cuenca y Alonso, que como sabemos arrastraban un evidente pasado converso, nos lleva a hipotetizar que estos tampoco deberían diferenciarse demasiado, de ahí que queda la puerta abierta a una posible relación de conversión de los mismos, y que obviamente al desplazarse de Huete a Caracenilla, les aliviará en cierta medida, pudiendo interpretar estos movimientos como cambios de lugar, ante sospechas fundadas, que no hacían más que poner en peligro el nombre del linaje. Obviamente su instalación en un lugar en el que no eran conocidos, y del que sus propiedades quedaban un tanto alejadas de la zona en la que residieron, siempre es motivo para malpensar en desplazamientos geográficos que pueden obedecer a motivos como el de huir del área en la que el linaje veía cierta presión por los sambenitos que sobre la misma podían pesar.
De lo que no cabe duda, es que tanto los Gálvez como los Alonso
contaban con un nutrido patrimonio en tierras, tal y como lo manifiesta la
fundación de un mayorazgo en el siglo XVI, y que como veremos, era deseado por
casas como la de los Orozco, y que por aquella centuria, ya había entablado
alianzas con las principales familias de la nobleza conquense.