En la obra histórico-geográfica
de Tomás López tenemos la suerte de poder recoger datos relativos a la
localidad de Verdelpino de Huete, a través de las reseñas que proporcionará en
un informe el párroco del municipio, don Vicente Caballero González, a fecha de
2 de mayo de 1787.
Como era sabido desde tiempo
atrás, el 12 de abril de 1651 Verdelpino pasaría a ser una de las villas que
estará en posesión de su señor don Diego de Silveira, un linaje de la nobleza
foránea, con un conocido pasado converso, pero que no sería impedimento para
que en esa época gozara de buena reputación.
En el informe redactado por el
referido cura, se indica que el municipio contaba con una única parroquia, siendo
la misma que conocemos, y cuya titularidad estará bajo la advocación de Nuestra
Señora de la Asunción. El patrón del municipio seguiría siendo San Blas.
El caserío de Pedro Pascual por
aquellas fechas ya se hallaba despoblado, cosa que podemos confirmar desde tiempo
atrás, puesto que en el catastro de Ensenada (es decir, treinta y pico años antes),
se indica que Verdelpino no posee poblados o asentamientos ajenos al casco
urbano.
Atardecer en Verdelpino de Huete (foto del autor)
Respecto a la riqueza hídrica de
la localidad, queda confirmada la variedad de fuentes cuando se señalan que
existen un total de 21 de agua dulce, así como “tres sierrezuelas algo eminentes”,
siendo el caso del cerro del Olivar, la Cañadilla (a mediodía) y al norte el
Viso del Pinar. El testimonio indica que por la primera se accede a Caracenilla,
mientras que por la Cañadilla a La Langa, así como por la última hasta la hoy
despoblada Carrascosilla.
Entre los folios 756 r.-757 r.
del diccionario de Tomás López, se nos informa de datos como los antes comentados
y otros tantos, como por ejemplo que en el término municipal había presencia
abundante de álamos blancos y negros, además de chopos, sauces y almendros
cultivados.
En cuanto a personalidades
destacadas, veremos que se habla ni más ni menos de que el pueblo contaba con 12
eclesiásticos, de los cuales ocho tenían el hábito de Santiago y cuatro eran comisarios
del Santo Oficio. Sorprende la ingente cantidad de personalidades con tanto
peso e importancia en un lugar de escaso vecindario, ya que por aquel entonces
Verdelpino contaría con poco más de medio millar de habitantes, es decir, unas
125 viviendas, de ahí que la ratio nos indicará que había 1 religioso por cada
10 casas, nada extraño teniendo en cuenta el poder de determinadas familias que
desde tiempo atrás acrecentaron su estatus, sabiendo mantener viva la llama de
la fe y la religión, hecho que heroicamente se demostrará con su devoción por la
tradición décadas después tras el desarrollo de las guerras carlistas, pues no
olvidemos que Verdelpino fue otro de los enclaves que acogió y aporto hijos a
la causa.
Entre la producción cultivada se
recogía trigo, cebada, centeno, avena, garbanzo, guijas, judías, azafrán,
cáñamo, cañamones, miel y buen aceite. Había algunos telares para el lienzo común,
llamando la atención una referencia del citado informe en la que se indica que “apenas
hay escuela de primeras letras, cuyo cuidado está en los padres de los niños
por no haber fondo para mantener”.
Volviendo a la riqueza hídrica
del lugar, se nos indica que debido a esa abundancia en el término aparecían “muchas
hierbas medicinales de las que se nutren los boticarios”, además de la
presencia de víboras en las zonas yermas y pedregosas, a las cuales les daban
fines curativos, y que eran motivo de búsqueda “para los que padecen de tierras
bastantes remotas y distantes”.
David Gómez de Mora
Referencia:
* López, Tomás. Diccionario geográfico
de España. Siglo XVIII. Manuscrito. Biblioteca Nacional de España