Entre los estudios que recogen una mayor cantidad de información referente a la isla de Tabarca, además de las ya conocidas tesis de González Arpide y posteriormente Pérez Burgos, no podemos olvidar la recolección de datos que desde una perspectiva historiográfica presenta Armando Parodi en su “Crónicas de Nueva Tabarca”.
Un trabajo de enorme riqueza etnográfica y publicado por el Ajuntament d’Alacant hace unos años, y en el que a lo largo de sus más de 400 hojas, el autor realiza un viaje en el tiempo, indicándonos aspectos interesantes, así como diversas cuestiones, vinculadas con los quehaceres diarios de una sociedad isleña, que por lo que respecta a nuestro caso, nos interesa especialmente desde la perspectiva religiosa.
Aquellos que ya conocen los varios artículos que hemos redactado sobre esta temática, saben que llevamos cierto tiempo estudiando para una mejor comprensión, la parte tocante en lo que concibe a la mentalidad de los pueblos marineros como el referido, así como el peso de la fe en su forma de vida y consiguientes tradiciones que con el trascurso de los años han ido evolucionando entre sus gentes.
En esta ocasión quisiéramos tratar monográficamente, aquellas menciones de interés que vemos en la obra de Parodi, y que a continuación vamos a comentar:
Nada más llegar a la isla, muchos curiosos que observan con detenimiento la zona de desembarco, puede llamarles la atención los restos de lo que era su viejo cementerio, del que se conservan unos escasos cimientos, que señalan su antigua ubicación en las proximidades del muelle. Igualmente, no muy lejos de ahí, sin necesidad de introducirse todavía en el casco urbano de la isla, en la franja de costa que mira hacia el este, vemos como en la roca de la playa se aprecia una hornacina excavada, que los nativos denominan como “la purissimeta”, y de la que Parodi (2018, 67) nos relata que fue colocada por un fraile hace poco más de un cuarto de siglo.
Las raíces católicas de Nueva Tabarca arrancan desde antes de que el lugar se poblara, cuando los antepasados de aquellos primeros habitantes de la isla, y que a pesar de su desamparo en medio de la costa de Berberia, estaban vinculados espiritualmente con el Arzobispado de Génova. Posteriormente, y desde el momento en el que sus gentes residirán en la isla alicantina, Parodi (2018, 99) indica que por lo que se refiere al ámbito eclesiástico, esta dependerá de la Diócesis de Orihuela.
Como tan acertadamente define el autor (2018, 135), “la profunda religiosidad de los cautivos tabarquinos fue su tabla de salvación. Y lo fue en un doble sentido: la propia fuerza de su fe, fortalecida por la atención espiritual del padre fray Juan Bautista Riverola, antiguo cura de la tunecina Tabarka de la orden de los Agustinos, cautivo como uno más; y las cartas que escribiera el padre fray Bernardo de Almanaya, basadas en las misivas del padre Riverola”.
Por desgracia la guerra incivil diezmó el archivo de la bonita iglesia de estilo neoclásico que se alzó en la isla durante el siglo XVIII. Un daño irreparable, puesto que sus volúmenes eran los únicos testimonios que nos relatarían con detalle a través de sus libros de fábricas, cofradías y festividades religiosas, como era la vida en el lugar hace hace poco menos de 100 años atrás .Todo ello sin olvidar los actualmente tan demandados libros sacramentales, con los que se puede analizar a fondo las relaciones sociales y genealógicas de sus habitantes, las cuales como sabemos por los datos que nos permiten despejar las partidas del registro civil conservadas, eran notablemente cerradas y endogámicas. Algo propio de cualquier sociedad isleña en la que se han configurado una serie de características socio-económicas, que sumadas al propio distanciamiento geográfico del lugar, incrementan si cabe este tipo de alianzas entre familias de marineros del mismo municipio.
Tal y como ya se comenta en la referida obra, la Semana Santa es sin lugar a duda una de las fechas cumbres del calendario religioso de los tabarquinos, y que como ya indicaba González Arpide, cogía fuerza con la llegada del Jueves Santo, cuando se desarrollaba la procesión del Nazareno y de la Dolorosa. Parodi (2018, 141) nos comenta que “hasta 1936, en Viernes Santo se efectuaba un Vía Crucis a las tres de la tarde, que transcurría hasta la plaza mayor y que, tras la Guerra Civil fue sustituido por un segundo Vía Crucis en el interior de la iglesia”. Finalmente, llegado el Domingo de Resurrección, se doblaban las campanas, realizándose el encuentro de las imágenes, para luego volver al templo y dar por finalizada la celebración religiosa. Como sucederá en estos actos, en las jornadas festivas de San Pablo y San Pedro, los mayordomos de la cofradía y vecinos del lugar se encargarán de sacar las respectivas imágenes. La importancia que para un pequeño pueblo que siempre ha tenido que encomendarse a Dios como resultado de una vida marinera tan dura y peligrosa, todavía se refleja en cada uno de los rincones de sus calles. Los diversos hagiotopónimos con los que se han bautizado diferentes espacios del lugar, son solo un testimonio más.
De la misma forma que presenciaremos en otras tantísimas localidades de nuestro litoral, el día de la Virgen del Carmen se sacaba su imagen para trasladarla en una embarcación, realizando una procesión alrededor de la isla, y que finalmente, en el momento de devolverla al templo, se cerraba con una misa y responso por las ánimas de aquellos pescadores fallecidos, y que por desgracia seguramente en los desaparecidos libros de defunciones del siglo XIX, nos aportarían mucha información sobre una problemática tan común, como la del riesgo y muerte de quienes faenaban contra una naturaleza imprevisible y que a tantos inocentes engulló en sus entrañas. Es precisamente en el momento de la celebración de esta festividad, cuando los tabarquinos arrojaban flores junto a la zona del cementerio, en recuerdo de aquellos pescadores muertos en sus aguas.
Al respecto, todavía queda palpable en el recuerdo de muchos pescadores ancianos de esta área, la historia que relata como durante las jornadas del día 1 de noviembre, y especialmente la mañana siguiente (día de los fieles difuntos), no estaba bien visto que ninguno saliera a faenar, pues estaba extendida la creencia de que las almas de aquellos que habían fallecido ahogados y su cuerpo no se había recuperado, iban vagando por las aguas durante esos días.
David Gómez de Mora
Referencia:
* Parodi Arróniz, Armando (2018). “Crónicas de Nueva Tabarca”. Ajuntament d’Alacant. Publicacions Universitat d’Alacant, 485 pp.