Si los escribanos daban fe de los
bienes, pleitos y otro tipo de documentos que se generaban en cada localidad,
los sacerdotes además de oficiar su liturgia y suministrar los sacramentos,
también se encargaban de registrar en los libros parroquiales las celebraciones
de bautismos, matrimonios, defunciones, así como otro tipo de documentación que
en ocasiones salía del puño del mayordomo de la parroquia, y que como veremos a
falta de voluntarios, el mismo escribano o alguien de su confianza con
suficiente formación, era quien la acababa desempeñando.
En el caso de Verdelpino llegaron
a existir en el siglo XVII hasta dos escribanos, los cuales como veremos solían
ser siempre familias que transmitían el oficio de forma generacional o entre
parientes, creando dinastías locales que habían acrecentado su poder desde ese
puesto. En este sentido no podemos obviar el caso de Alonso Muñoz, quien desde
finales del siglo XVI hasta casi las primeras décadas del siglo XVII será uno
de los más importantes del lugar en este oficio, así como los miembros de la
familia García, como sucederá con Domingo García Romero, Agustín García y
Francisco García, y que abarcarán un control del puesto desde los años veinte
del siglo XVII hasta varias décadas después. Tampoco podemos obviar a Miguel
Pérez, escribano que gracias a la documentación del archivo municipal de Huete
aparecerá registrado muchas veces, además de Julián Collada y Domingo Collada
Pérez.
Entre los párrocos que se recogen
en la documentación de los siglos XVI y XVII veremos algunos nombres foráneos,
siendo el caso del optense don Juan Cañaveras. No obstante, apreciaremos que
por norma general muchos de ellos serán nativos de Verdelpino de Huete y
acabarán insertándose dentro de los mismos núcleos familiares que componían las
familias más acomodadas, es el caso de fray Agustín Fernández de Solera, Joseph
Pérez, el doctor don Juan de Alcázar y el licenciado Juan de Alcázar o el
licenciado Juan de Solera.
Sin lugar a duda este conjunto de
linajes se asociará de forma hermética con el paso de las generaciones, creando
grupos de poder, en los que las fundaciones de capellanías y la tenencia de un
amplio patrimonio agrícola como animal, eran credenciales suficientes para
medrar y mantener un nivel de vida bastante aceptable que les permitió a más de
uno alcanzar el reconocimiento de hidalgos.
Otros nombres de religiosos son
los de Pedro Fernández Pérez, Francisco García Martínez, el licenciado Gerónimo
Fernández, Marco Fernández, el licenciado Miguel Martínez, Francisco de la
Fuente, Pedro Fernández Infante, Miguel Muñoz, fray Juan Pérez de la Fuente,
Francisco Pérez, el licenciado Martínez Carretero, el licenciado Jacinto Pérez,
el licenciado Alonso Aguilar, Juan de Valera, Bernardino de Valera o el párroco
Aparicio Muñoz. Todos ellos como podemos comprobar siempre con apellidos muy repetidos,
debido a que la transmisión del patrimonio y las alianzas matrimoniales entre
las familias del pueblo era algo normal.
Junto a estas casas había linajes
locales que a través de entronques con líneas segundonas de las antes referidas
intentaron mejorar su estatus, creando una pequeña burguesía agrícola y
ganadera desde la perspectiva local, que no iba más allá de la tenencia de una
serie de bienes en el lugar. En este sentido aparecerán apellidos conocidos en
otros municipios de la alcarria optense, pero que no conseguirán crecer como
sus parientes de zonas aledañas, es el caso de los Olmo y Rojo, sin olvidar
otras casas como los Collado y Recuero. Tampoco podemos dejar de lado familias como
los Fuente y Molina, quienes lograrán insertar a algunos de los suyos dentro
del clero, además de aprovechar la reputación que su apellido tenía en varios
municipios de la zona. Conocemos el caso de los Martínez, quienes en
Caracenilla ya habían adquirido una escribanía, mientras que en Verdelpino
disponían de un conjunto destacado de tierras.
David Gómez de Mora