viernes, 22 de octubre de 2021

El topónimo Villarejo de la Peñuela

La etimología del referido municipio es una cuestión que hasta la fecha no habíamos tratado, pero que salta a la vista partiendo de un simple análisis de la forma escrita que presenta, y en la que apreciaremos diversos elementos que quisiéramos señalar.

Primeramente decir que el lugar que ocupa el núcleo urbano de Villarejo de la Peñuela es un territorio bajo dominio señorial desde la primera mitad del siglo XIV, lo que nos hace suponer que con anterioridad este enclave ya debería existir. Entendemos que como toda población, intentaría aprovechar al máximo una serie de recursos o prestaciones, siendo este el caso del agua del arroyo de Cabrejas, y que circula junto a las inmediaciones del casco urbano, así como al cercano río de Valdecolmenas de Arriba, que del mismo modo sería explotado en esa zona de ribera fluvial por sus buenas prestaciones como tierra para uso hortícola.

La presencia de puntos con agua permanente y la disposición de un terreno fértil atraerían a sus labradores hasta la zona de la vega, a falta de una accidentalidad exagerada del relieve, en donde podemos hacernos la idea de que se alzaría un espacio muy delimitado, y que como era costumbre, buscaba posicionarse en un punto resguardado, a pesar de la falta de accidentes naturales importantes.

El propio nombre de Villarejo nos señala que en origen este lugar sería un pequeño villar (conjunto de casas agrupadas), de no excesivas dimensiones, tal y como nos reflejaría el sufijo diminutivo “-ejo”, en el que se afincarían una serie de familias que finalmente compondrían esa pequeña comunidad de labradores.

Detalles de la antigua residencia de los Señores de Villarejo de la Peñuela

Como indicábamos, el relieve del casco urbano para nada es abrupto, no obstante, si nos fijamos en la parte meridional, observaremos como en la zona donde los señores decidieron emplazar su palacio, ya se percibe una inclinación del relieve, que por un lado nos estaría indicando los vestigios paleogeográficos que se han conservado del punto más elevado de esa vieja población, además de un topónimo de índole geomorfológico que estaría aludiendo a esa peñuela o loma, sobre la que se alzaría la construcción más importante desde el punto de vista social como estratégico del pueblo, y donde cabría preguntarse si tiempo antes pudo haber una fortificación medieval de carácter defensivo.

No descartamos esta hipótesis urbanística, por el hecho de que la referida casona señorial, y que sufrirá una enorme remodelación durante el siglo XVI, a diferencia de otros muchos enclaves, no se halla en una plaza céntrica, ni sobre una disposición más homogénea de las que veremos en la parte baja de la localidad, y es que no debemos de olvidar que ese punto, junto con la iglesia y las vías que circundan esa edificación religiosa, creemos sin lugar a dudas que estarían haciendo alusión a la zona más antigua del lugar, es decir, al origen del nacimiento de esas pequeñas agrupaciones de casas con las que comenzábamos este escrito.

Como bien indica el nombre Peñuela, el sufijo “-ela”, vuelve de nuevo a recordarnos otro diminutivo, en el que estaríamos refiriéndonos a esa peña, que geoestratégicamente otorgaría una mejor posición al enclave del lugar.

No olvidemos que justo más hacia el sur, en las afueras del municipio, existen unas tumbas antropomorfas, que de acuerdo a los paralelismos que ofrecen muchas de las que encontramos en diferentes zonas de la Alcarria, podrían catalogarse durante la época altomedieval, usándose durante el periodo visigodo o incluso por parte de la cultura mozárabe en el momento de dominio musulmán. La escasa distancia que existe entre este punto y la franja del palacio junto la Iglesia de San Bartolomé (200 metros aproximadamente en línea recta), nos hace suponer que el área de poblamiento altomedieval, poco se habría desplazado respecto al núcleo posicionado en época bajomedieval.

David Gómez de Mora

La ascendencia de José Antonio Conde y García. Notas de tipo genealógico y social

Entre los hijos ilustres que ha dado este municipio, resultaría imposible no citar el nombre de don José Antonio Conde, un erudito de su tiempo, que como todo buen lingüista y arabista, no solo se conformó con entender el significado de aquellos idiomas que estudiaba, sino que también se sumergió en el mundo de la historia y las antigüedades, en un afán por conectar los relatos y hechos de aquellos pueblos con el contexto arqueológico en el se fueron desarrollando.

Nuestro peralejero procedía de una familia de clase acomodada, lo que junto con el apoyo de otros parientes y vecinos, le permitió poder desarrollar una formación académica, indispensable para introducirse firmemente en el campo de las humanidades. Como muchos de los grandes de su tiempo, José Antonio fue un investigador insertado dentro de las corrientes liberales que empezaban a emerger por aquella época, y en donde iban lográndose grandes avances en el ámbito de la interpretación de las fuentes clásicas, en aras de conciliar una lectura más precisa de los acontecimientos que marcaron aquellas culturas olvidadas que nos habían precedido.

Sabemos que durante la invasión napoleónica, sus ideas afrancesadas le permitieron insertarse dentro de los partidarios de José I. Su padre era un labrador acomodado, don Juan Manuel Conde, quien desempeñaba el control de sus explotaciones en La Peraleja, a la vez que en algunos momentos llegaría a ser la cabeza visible de la política local, ejerciendo por esta razón en alguna ocasión como alcalde municipal. La madre del estudioso era Antonia García, también vinculada con otra casa en la que se disponía de ciertos recursos, razones de peso por las que José Antonio como sus hermanos llegaron a tener una infancia aceptable en este apacible enclave de la Alcarria Conquense.

Su formación en el Seminario de San Julián de Cuenca, como posteriormente en la Universidad de Alcalá, le permitieron desarrollar una visión muy crítica con la doctrina vigente, lo que no le libró de más de un susto. Finalmente conseguiría ser abogado de los Reales Consejos, miembro honorario de la Real Academia Española, además de ejercer como archivero en la Biblioteca Real de El Escorial, donde perfeccionó sus conocimientos sobre la cultura musulmana. A todo ello le seguirían una serie de publicaciones, entre las que cabe destacar una traducción en 1799 del texto árabe de la famosa descripción geográfica de Al-Idrisi.

Cabe destacar su labor por enriquecer la “Colección Lithológica de España”, incorporando inscripciones de cultura anteriores, que iban desde la época íbera, romana y musulmana, además de una catalogación numismática del fondo de la Real Academia. Sobre su figura, tanto a nivel personal como profesional, existen numerosos estudios, siendo el caso de Pedro Roca, Richard Hitchcock, Manuela Manzanares, Julio Calvo, y otros tantos investigadores que darían para una lista más completa.

En el caso que nos ocupa, nuestro interés radica en desentrañar las raíces sociales de una familia, que antes de que llegara al mundo nuestro protagonista, deberíamos de englobar entre varias de las casas de labradores con recursos afincadas en La Peraleja y sus alrededores. Como casi siempre solía ocurrir en estos casos, a primera vista, uno ya se percata de como estos linajes disfrutaban de una serie de comodidades, indispensables para cimentar una base en la que hijos con intereses y capacidades para el estudio, pudieran desempeñar y aflorar sus inquietudes culturales, con muchas más facilidades que las de cualquier otro joven de su tiempo.

Aunque no hablemos de la misma época y ámbito académico, veremos ciertos paralelismos sociales con otras familias de ilustrados insertados en estas corrientes ideológicas, es el caso del geógrafo y político Fermín Caballero, quien también procedía del seno de una casa de labradores de las tierras alcarreñas, y que al igual que sucedió con Conde, no dudaron en defender aquella mentalidad liberal, bastante crítica con las costumbres de la tierra en la que nacieron. En el caso de Fermín, su padre, Juan Vicente Caballero y Duque, era natural de Verdelpino de Huete, otro linaje con propiedades, que sin ser excesivamente uno de los más ricos del lugar, vivía con ciertas garantías, pues además del campo, compaginaba su oficio con el cobro de las tercias reales a los vecinos de la zona.

La genealogía del arabista peralejero José Antonio Conde es toda una muestra de esa mentalidad más abierta y con miras de superar el modelo social precedente, y que rompería con las clásicas políticas endogámicas entre labradores a las que tan acostumbrados se encontraban los vecinos de esta localidad hasta la fecha. Y es que a pesar de que muchas veces se ha comentado que el primer apellido de nuestro personaje procedía en origen de Valdemoro del Rey, lo cierto es que el bisabuelo de José Antonio era natural de Buendía, por lo que tras la boda con su esposa Ana de la Espada, es cuando la familia se afincará en dicho lugar, un municipio que por cierto fue la zona de reposo de muchas líneas segundonas de la nobleza más destacada de la alcarria conquense. Aflorando de sus casas apellidos como Malla, de las Muelas, Parada y otros tantos que reconocerían su hidalguía en variopintos enclaves de la zona. Lástima del sesgo de información que existe entre los registros históricos de esta localidad, como resultado de la quema de una parte importante de su archivo parroquial durante los acontecimientos de la guerra incivil española.

Matizar que realmente la conexión de nuestro estudioso de La Peraleja venía únicamente por una de sus ocho bisabuelas, ya que incluso el segundo apellido de su padre, y que se tiene como natural de La Peraleja, era en realidad oriundo del cercano Huete, donde los Zeza o Ceza, como ya sabemos, eran una familia de la nobleza local con un pasado converso, sobre la cual ya indicamos hace escaso tiempo el verdadero origen genealógico que se esconde en ese mito genealógico que los remonta a tierras de Castilla la Vieja. Por otro lado, la familia materna estaba representada por una línea de labradores desahogados, procedentes de Villanueva de Guadamejud y Cuevas de Velasco. El apellido Muñoz era el que portaba entre su sangre como más directo con el municipio, por lo que cabe imaginar que los Ceza se apoyarían en el patrimonio de esta familia, para luego ampliar sus bienes, y concentrarlos con la casa de los Conde.

También sabemos que José Antonio tuvo bastantes hermanos, los cuales siguieron diferentes estrategias conyugales, es el caso de su hermana doña Teresa Conde, quien casaría en 1742 con el vecino de Valdeolivas, don Manuel López Coronel (otro linaje procedente de fuera), así como la otra cara de la moneda la reflejaría su hermano Antonio Conde, quien sin llevar el don, entablará matrimonio con la peralejera Isabel de Hernán-Saiz y González en 1766.

Estos enlaces eran al fin y al cabo un reflejo de como los tiempos cambiaban en aquellas casas en donde se buscaba medrar, además de renovar la sangre con familias foráneas del lugar de origen. Decir que José Conde (abuelo del arabista), falleció en La Peraleja durante el año 1736, pagando por la salvación de su alma un total de 400 misas. Por aquel entonces la familia todavía guardaba ese espíritu tradicional, que poco a poco iría disolviéndose a medida que las políticas matrimoniales abrían su radio de acción.

Los Conde tenían claro que su forma de escalar peldaños, iba más allá de las tierras de La Peraleja, y eso como veremos ya lo sabían desde la primera generación en la que se asentaron, cuando calibraron con detalle el peso que la casa de los Zeza, y especialmente los Muñoz, jugaban en ese lugar.

David Gómez de Mora

martes, 5 de octubre de 2021

Notas sobre el carlismo en diferentes puntos del territorio conquense. Aspectos preliminares

En julio de 2019 ya dedicamos un artículo a esta cuestión, y en la que planteamos las líneas que marcaron la importancia adquirida por un movimiento ideológico, del que por desgracia no ha existido un análisis profundo a nivel provincial, más teniendo en cuenta como en muchos de los puntos que conforman nuestro territorio, el carlismo tuvo notables repercusiones, y que durante décadas posteriores, todavía sus gentes seguirían manifestando.

Un año después de esa referida publicación, quisimos volver a focalizar el mismo tema a través de una recopilación de datos a escala local, que nos hablaban de ese apoyo a la causa sublevada, y que como veremos, vinieron motivados por una serie de elementos tanto de tipo social como económico, que del mismo modo, intuimos que se extenderían por otros tantos lugares de la geografía conquense.

Es por ello que en esta ocasión quisiéramos seguir ahondando todo esto más si cabe, en parte gracias a la información que se puede desgranar del estudio efectuado hace unos años por Félix González (1993), en el que claramente se aprecian indicios de como las políticas liberales, fueron el caldo de cultivo perfecto para la génesis de una sociedad rural conquense muy crítica y molesta, que acabaría abrazando sin dilaciones las ideas carlistas en muchos puntos de esta tierra.

Tras el afianzamiento de un sistema político corrupto, y que resultaría decisivo para explicar el escenario que se desarrolló en las calles de muchas localidades de la provincia durante la tercera guerra carlista, es cuando ya venía aflorando una trama de caciques distribuidos por diferentes puntos de la geografía provincial, en la que se desangrarían y explotaría al máximo las desigualdades que brindaron las políticas de desamortización.

Por un lado, la afección y desarrollo del movimiento en la zona de la Manchuela, dentro del perímetro que comprendería la zona noroeste de Alarcón, como por otra parte en el marco que abarcaría el área de influencia optense, servirán de ejemplo para plasmar esta serie de características, y que tan hábilmente pueden intuirse a través de los datos que nos aporta en su estudio González Marzo (1993).

Cabe decir que en estas dos regiones, se perciben una serie de paralelismos políticos y socioeconómicos bastante claros, al tratarse de pequeños núcleos poblacionales, que ya no es que dependiesen o estuviesen anexos junto a una ciudad como la capital de Cuenca, sino que quedan en las afueras de enclaves de un segundo nivel en términos demográficos, como resultaría en el caso de Alarcón o Huete, de ahí que estemos tratando focos estrictamente ruralizados, en los que la mentalidad y forma de vida fomentarán la defensa de ese tradicionalismo, que lejos de los acontecimientos e intereses desarrollados por el carlismo vasco o catalán, no faltaron razones de peso para que en estas tierras de Castilla se perfilara gente volcada con el bando sublevado, especialmente a raíz de la instauración de las políticas liberales que ya arrastraban aquellos polvos desde la época del trienio y la desamortización de Mendizabal, y que por desgracia, el sistema del momento reavivaría a mediados de siglo, pues las sucesivas acciones del gobierno ejercían como un fuerte varapalo para el mantenimiento de un modelo de vida, que ya estando en horas bajas, supondría el estoque final que arrastraría a la pobreza a muchos de los labradores como familias que habitaban estas tierras.

González Marzo (1993,40) define muy bien esta situación cuando al tratar el tema nos dice que aquello “sirvió para que un grupo de caciques rurales, se nutriera de la desamortización para incrementar sus bienes a costa de un patrimonio que les era ajeno. Eran miembros de una -revolución- teatral, que una vez derrocada del poder Isabel II, se sumaron al grupo de los vencedores”. Se trataba de labradores y gente procedente de oficios liberales, que a través del engaño y el aprovechamiento de la nefasta situación económica que vivía el país, supieron sacar tajada del asunto, buscando medrar desde la política, puesto que por aquellos tiempos era el nuevo trampolín en el que los linajes veían posibilidades para mejorar su posición, una simulación de la vida burguesa que venía desarrollándose en las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, pero que como veremos en la mayoría de ocasiones se quedaba a mitad de camino, al no contar con una base que les permitiera afianzar sus influencias más allá del pueblo del que eran oriundos. En este sentido si que apreciaremos determinados apellidos que acabarían consiguiendo incrementar su poder a nivel político, obteniendo por ello representación como diputados o preservando sus descendientes un papel destacado entre la administración de la capital conquense.

En muchas de aquellas casas se escondían complejos y tabús de índole social, en los que era necesario blanquear el origen de la familia, además de distanciarse del lugar en el que florecieron sus ancestros, en busca de una vida confortable como de buena imagen que otorgaba el residir en la ciudad. Las capitales se convertirían en bastiones de aquel ideario liberal, abierto y acogedor, que en el caso conquense, lejos de representar un entorno urbanita, era lo más parecido a los movimientos de cambio social y arquitectónico que se estaban viviendo en la capital de España o la lejana ciudad condal. Como bien indica González Marzo (1993, 194), las diferencias entre políticos y caciques insertados en este movimiento eran mínimas, pues en el caso de nuestra provincia venían a ser lo mismo.

Familias de abogados y políticos con solera emularán con éxito esa nueva sociedad liberal, garante de un proceso revitalizador para una clase recién emergida ideológicamente, que intentaba parecerse dentro de lo posible a aquellas gentes que miraba con malos ojos la vida tradicional de los focos ruralizados. Un detonante que junto con las tierras usurpadas en muchos de los pueblos, motivaron que el carlismo campara con intensidad, y donde el campesinado como el clero rural hábilmente verán un punto de apoyo a la hora de defender sus intereses.

González Marzo (1993, 60) nos informa que el clero regular fue saqueado durante el periodo del trienio liberal y la desamortización de Mendizabal. En lo que respecta al clero secular las fincas de las fábricas parroquiales, curatos, capellanías, memorias de ánimas y santuarios supondrán alrededor de un 80% del patrimonio desamortizado.

Entre los municipios en los que la usurpación de los “baldíos realengos” (terrenos que el Estado robará a los pueblos, para beneficio de particulares y caciques), cabe destacar el caso de Buenache de Alarcón, siendo uno de los más afectados de la provincia, donde se extrajeron un total de 302 hectáreas, tal y como recoge González Marzo (1993, 117). No es de extrañar que jornaleros y labradores que explotaban estos recursos, acabaran enrolándose en las filas sublevadas que veremos por estas tierras durante la última contienda carlista.

Tampoco podemos obviar el caso de Huete, el cual en censos fue el más afectado de toda la provincia (por delante de la ciudad de Cuenca). Aquellos municipios se acabaron convirtiendo en focos abanderados de este movimiento, que al vivirse en zonas apartadas de gran afluencia demográfica, creemos que en parte se han silenciado o directamente menospreciado, debido a los escasos estudios que desde la perspectiva local se han realizado en la materia. Así pues, en lo que se refiere a las enajenaciones de estos lugares, veremos como “la resistencia de los pueblos, fue puesta de manifiesto a través de actuaciones de sus ayuntamientos, bien a través de sus vecinos, siendo más frecuente de lo que cabía esperar” (González Marzo, 1993, 75). No olvidemos que para desgracia de muchos de los afectados, aquella corrupción partía de una sofisticada red que tenía su origen en el mismo municipio, en los que supuestos garantes de los derechos del pueblo, acababan siendo familiares, parientes o amigos de quienes finalmente pujaban por la tierra que adquirían de su vecino. Ciertamente “casi siempre se produjo una resistencia vecinal, consecuencia de un rechazo más o menos firme a ver consumado el expolio de un patrimonio común” (González Marzo, 1993, 77), ya que realmente se estaba afectando a la vecindad general del municipio, aunque como veremos, esto no siempre fue así.

Como ya era sabido, en muchas de estas subastas los interesados en pujar (previo acuerdo para repartirse el pastel), sabían más o menos el margen de dinero que podían invertir, ahorrándose de esta forma parte del mismo, pues ya habían apalabrado cantidades a gastar con sus competidores, para luego poder invertir más si lo deseaban en otros lotes que incrementaban sus ganancias patrimoniales.

Los dos puntos que nos interesaría estudiar en este artículo y que ya hemos comentado anteriormente son la franja del triángulo de Buenache de Alarcón-Piqueras-Barchín, así como la zona de Huete y sus enclaves aledaños.

Del primer lugar poco hay que decir, pues conocida era la Sierra del Monje, sobre la que muchos forajidos se refugiaron en tiempos de las guerras carlistas. Emblemático será el enclave de Navodres, donde los hombres rebeldes y afines a la causa se reunían clandestinamente. Aunque el gobierno local de tinte liberal que había en Barchín relata que este enclave fue atacado por los carlistas, poco se detendrán en explicar acerca del expolio al que se sometieron a muchos de sus habitantes como resultado de las continuas apropiaciones indebidas que se hacían de sus tierras para vendérselas a otros particulares. Primeramente el lugar era un foco con un notable calado tradicionalista, un municipio tremendamente religioso que ya en la época del Catastro de Ensenada casi llegaba a tener una decena de curas, y eso que contaba con poco menos de 200 hogares. Además de ese sustrato claramente católico, hay que añadir que el patrimonio expoliado llegó a sumar más de 400.000 reales de vellón, tal y como podemos leer por una tabla sumatoria de González Marzo (1993). En este sentido, veremos como al clero se le quitaron una quincena de fincas durante la segunda mitad del siglo XIX, además de otras siete empleadas como explotación colectiva por los vecinos, junto con otras 17 pertenecientes a labradores del pueblo. En Piqueras el daño también fue importante, y por ello proporcionalmente la cifra de labradores volcados con la causa durante la tercera guerra no fue baja. En esta ocasión González Marzo contabiliza que de la ganancia expoliada al clero y a campesinos del lugar, el gobierno liberal consiguió recaudar más de 120.000 reales de vellón (y eso que las subastas se cerraban siempre a la baja). En Buenache también se enajenaron tierras tanto al clero como a particulares.

Como veremos en este caso eran en muchas ocasiones personas de fuera o que si residían en el pueblo, realmente no llevaban muchas generaciones en el lugar. Por ejemplo José Poveda, vecino de Alarcón, era un labrador acomodado que se hizo con un solar en Buenache (González, 1993, 32), o el señor Francisco Sierra, bonachero que no tuvo ningún problema en comprar un terreno que ocupaba 128 hectáreas, junto con el horno de pan de Barchín por un coste irrisorio de 22.810 reales de vellón. La familia amplió su patrimonio, y ello lo apreciamos cuando veremos como en la misma hoja (González, 1993, 340), Pedro José Sierra, adquiere un solar y un cuarto ruinoso en el mismo lugar por un precio muy bajo.

No obstante, como decíamos, hubo otros enclaves en los que la situación se tensó hasta puntos inimaginables, hecho que apreciaremos en municipios como La Peraleja, Caracenilla, Saceda del Río, y especialmente Valdemoro del Rey, donde el grado de expolio patrimonial alcanzó cotas preocupantes.

Como sucederá con los casos anteriores de municipios con una raíz católica, estamos en lugares en los que el labrador agradecía a Dios el poder disfrutar de unos bienes, que tan honradamente tanto él como sus ancestros habían venido trabajando de manera ininterrumpida, alternando esa rutina diaria con la presencia de hijos y familiares dentro de la iglesia, funcionando estos como garantes de una salvación del alma para cuando llegara la muerte, además de portadores de un renombre al linaje, permitiendo cerrar grandes acuerdos para la celebración de casamientos con personas del círculo familiar.

Si Huete era ya de por sí un polvorín donde el carlismo tuvo fuerte aceptación, mucho menos lo iba a ser Valdemoro, el gran damnificado de las políticas liberales. Que una pequeña localidad como esta, viera que más de la mitad del territorio expoliado perteneciera a labradores del lugar, era solo una muestra de como se estaban desarrollando los hechos. No es por ello de extrañar que aquella situación se tradujera en escenas de conflictos y tragedias, como ya había pasado en el trascurso de la primera guerra, cuando en el año 1837,  “una facción con la fuerza de 30 a 40 caballos sorprendió a los vecinos Valdemoro del Rey, en el que por instigación de un vecino del mismo que se había unido a los carlistas, asesinaron inhumanamente al Alcalde Constitucional, cuyo cadáver dejaron en medio de la plaza, dirigiéndose hacia la Peraleja” (BOE, nº1001). Como decíamos, este horrible hecho acaeció durante la primera guerra, recrudeciéndose la adoración al movimiento durante la última contienda cuando muchos varios de sus labradores lo habían perdido todo, dato que todavía la tradición oral del lugar recuerda.

Como decíamos el caso de Valdemoro es tremendamente intenso, pues en las enajenaciones de la segunda mitad del siglo XIX veremos una serie de familias cuyos apellidos se repiten, al ser las principales responsables de la compra de aquel patrimonio desamortizado, siendo este el caso de los Rodríguez. Los integrantes de este primer linaje se hicieron con una importante extensión agrícola del municipio. Así por ejemplo González Marzo (1993, 323), recoge que Juan Rodríguez, compró una heredad de 18'90 hectáreas en Buendía, o que por ejemplo Melitón Rodríguez, otro labrador con recursos, se haría con una heredad y dos baldíos de casi 88 ha. por el precio de 28.360 reales, todo ello sin olvidar a Saturnino Rodríguez, también familiar de este entramado desamortizador, quien adquirió un monte entero de 181 hectáreas en el mismo municipio por un precio de 101.000 reales de vellón.

Por desgracia Saceda del Río tampoco se libraría de estos saqueos y revueltas, hecho que de nuevo podemos poner en línea con la afluencia de un respaldo a la causa. En esta ocasión una de las familias que participarían en estas subastas era la casa de los Martínez-Unda, quienes por aquellos tiempos ya habían medrado notablemente en las esferas de la alta política, además de falsificar en el siglo XVIII su genealogía para conseguir un reconocimiento como miembros de la nobleza local. Tampoco podemos obviar el caso de Benigno Ortega, mediano labrador que se hizo con 2 baldíos de 41 hectáreas al precio de 52.100 reales (González Marzo, 1993).

Tampoco fueron escenarios ajenos a esta dramática situación los campos de La Peraleja, cuando dos familias destacadas del lugar compraron varias de las propiedades que salieron a subasta. Por un lado tendríamos a una línea en concreto de la familia Jarabo, quienes estaban asociados con otros vecinos para así conseguir mayor cantidad de patrimonio. Sabemos por ejemplo que unos de los pujadores que formaban este equipo eran Mauricio Jarabo y José Jarabo. Igualmente no podemos ignorar a los González-Breto, un linaje de la nobleza local que por aquellos tiempos había conseguido dar el gran salto que muchos intentaban imitar. Así pues José González-Breto además de ser subgobernador del Banco de España, también llegaría a ocupar el puesto de Gobernador Civil de la provincia de Cuenca. En este caso la gran perjudicada del lugar fue la iglesia local, pues se le sustrajeron diversas fincas, y que durante esa segunda mitad del siglo llegarían casi a sumar una docena.

Finalmente veremos como Caracenilla tampoco se salvaría del expolio patrimonial. Así pues, Ventura León, secretario del ayuntamiento (González Marzo, 1993, 287), compró un baldío de 9 hectáreas, una ermita, una fragua y un solar en Caracenilla, junto con un pósito en Albalate por una irrisoria inversión de 2.852 reales de vellón. Otra ermita fue adquirida por Agapito Malla (González, 1993, 295), labrador acomodado que compró junto con una heredad de casi 30 hectáreas que no llegó a alcanzar la cifra de 20.000 reales de vellón.

Obviamente, este tipo de sucesos, y que se desarrollarán antes como después de la tercera guerra carlista, servirán en parte para explicar el descontento que había en muchas de estas localidades, pues fueron graves las penurias que tuvieron que pasar muchos de sus habitantes, ya que a las carestías y problemas de una agricultura que iba empobreciéndose, sumada a las dificultades de suministros que producían aquellas guerras que nunca parecían acabarse y que se transmitían de generación en generación, ahora cabía añadir la enajenación del pan con el que muchos daban de comer a toda su gente.

Todavía seguimos pensando en la necesidad de una rigurosa revisión de muchos libros de texto, en los que este tipo de factores (claves y decisivos para entender una parte del movimiento carlista en nuestra zona), sería necesarios desarrollarlos como es debido, antes de realizar juicios genéricos o etiquetar de antemano quienes fueron los buenos y malos de un conflicto, en el que como sabemos quienes más perdieron fueron esas familias de agricultores, y que representaban el verdadero músculo económico de los pueblos en los que residían.

David Gómez de Mora

Referencia:

* González Marzo, Félix (1993). La desamortización de Madoz en la provincia de Cuenca: 1855-1886. Diputación de Cuenca. Área de cultura, 462 pp.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).