domingo, 26 de julio de 2020

Notas sobre los Ramón y los Ruipérez de Buenache de Alarcón

Si algo tuvieron en común estos linajes de labradores bonacheros, fue su relación con la familia de los Moreno, una casa con la que los veremos emparentar durante la primera mitad del siglo XVI. Desde un inicio los Ramón hábilmente aprovecharán su alianza con ellos, desvinculando una parte del patrimonio en forma de fundaciones, distinguiendo así a una línea de sus descendientes, para los que era indispensable portar este apellido. Un hecho que podría explicar su intercalación salteada a lo largo de diferentes generaciones. De acorde a la información que hemos podido recabar, la familia comenzará aglutinando en dos líneas parte de sus bienes agrícolas.

Uno de los personajes más importantes será María Ramón, quien procedía de la rama que entroncaba con los Santacruz, mencionando en su partida defunción a Diego y Pedro de Santacruz. Ésta será la misma que se asociará con los Pérez y Gómez, debido a que su tío era Fernán Gómez, personaje que ya hemos visto documentado en varias ocasiones en referencias de la época. María distribuyó su patrimonio mediante la creación de dos memorias perpetuas, además de la fundación de un patronazgo de legos, en el que descendientes directos y colaterales, mostrarán con interés la relación genealógica que aguardaban con ella.

Campos de Buenache de Alarcón (imagen del autor)

A pesar de que el linaje de los Ramón no se expandirá con creces, supo guardar su posición, teniendo a representantes dentro del brazo eclesiástico, una baza que como ya sabemos, fortalecía su nombre, en busca de enlaces que pudiesen mejorar sus posibilidades. Una estrategia similar, aunque probablemente enfocada hacia otros intereses es la que adoptarán los Ruipérez. Una casa bien posicionada que desde sus inicios ya apuntaba a maneras, pues en diversas localidades sus miembros llegarán a ser incluso reconocidos como caballeros hidalgos, sucediendo así en el área de Motilla del Palancar y municipios vecinos, donde sus políticas matrimoniales nada tenían que ver con las de Buenache.

En nuestro caso veremos cómo su origen en la localidad también arranca de una rama apellidada Pérez de Ruipérez. No sabemos si este Pérez es el mismo con el que cruzarán sus lazos los Ramón, no obstante, como decíamos al inicio del artículo, Juan Pérez de Ruipérez casará con la bonachera María Moreno, una familia en la que los Ramón fomentarán su punto de apoyo inicial a la hora de medrar socialmente. Entre los hijos de ese matrimonio nacerá Rodrigo Pérez de Ruipérez. Recordemos que éstos serán mencionados en las pruebas de sangre del expediente de Alonso Pérez y Pérez, en donde se cita al linaje de Rodrigo de Ruipérez, de quien se remarca un origen genealógico limpio de antepasados conversos.

David Gómez de Mora

Bibliografía:
* Archivo Histórico Nacional. Sección Universidades, 533, expediente nº4

viernes, 24 de julio de 2020

La influencia geográfica de la Peñíscola musulmana y sus alrededores

La historia de la Banískula sarracena debemos estudiarla desde el marco geográfico de una zona de frontera bastante confusa, sobre la que a lo largo de todo el periodo de dominio de la cultura islámica, aparecen multitud de interrogantes y cuestiones que no sabemos si algún día podrán esclarecerse de forma precisa. Por desgracia, el vacío documental junto la ausencia de estudios que profundicen en un tema tan complejo, acaban convirtiéndose en un gran aliado para todas aquellas corrientes de historiadores que cimientan sus intereses personalistas en contra de la verdad, apartándonos por tanto de una aproximación lo más fehaciente posible sobre cualquiera de los hechos que acaecieran en el lugar estudiado.

Pretender establecer paralelismos de tipo geográfico entre la actual sociedad capitalista y global del siglo XXI (en la que cada día se percibe de modo más políticamente incorrecto el establecimiento de cualquier hito territorial, marca o frontera), en relación con épocas del pasado (que poco o nada tienen que ver con la forma de entender nuestro presente), nos pueden acabar conduciendo hacia un escenario desdibujado, en el que se desvirtúa por completo la verdadera labor del historiador. Un hecho que podemos presenciar a la hora de relatar el desarrollo y evolución de todo un conjunto de fortificaciones como alquerías musulmanas ubicadas en la franja norte de Castellón.

El alzamiento de un conjunto de asentamientos reforzados en un corto espacio de territorio, estrechamente conectados y en los que se apreciarían unas evidentes pautas de carácter defensivo que los acabará enlazando con sus consiguientes vías de comunicación, resultarán imposibles de obviar sin la influencia de la Peñíscola musulmana. Un territorio complejo, escasamente estudiado a fondo, sobre el que pocas referencias conocemos, integrado en un escenario inestable y afectado por susceptibles cambios, que a lo largo del tiempo se moverá entre los intereses de las ciudades de Turtosa y Balansiya.

Para nosotros no cabe ninguna duda de que la Serra de Irta se convirtió en una zona de elevado peso estratégico, en la que se invertirán notables esfuerzos por controlar sus vías de acceso, al ser un punto de confluencia con tierras interiores, donde muy probablemente Banískula ejercería la función de portal marítimo.

Los castillos y fuertes de lo que hoy denominaríamos los yacimientos de la ermita de Santa Llúcia, Polpis y Xivert, se complementaban con los de les Coves y Cervera. Ello consolidará una línea defensiva formada por varios distritos, indispensables para garantizar la seguridad dentro de este corredor cercano al litoral.

Para nosotros es innegable el protagonismo ejercido por Peñíscola dentro de una configuración geográfica que conectaba con una red de asentamientos, que establecidos mayoritariamente entre los siglos IX-XI, verían en su playa la disponibilidad de recursos a través de su zona portuaria. Un enclave destacado, del que a lo largo de su historia florecerán personalidades, como sucedería con el Rey Lobo (Muhammad b. Mardanis), hijo del gobernador almorávide de Fraga Sa‘d ibn Mardanís.

 Antigua imagen de la ciudad de Peñíscola


Recordemos que el Amal era una pieza importante dentro de este complejo rompecabezas, y es ahí donde Banískula seguramente tenía mucho que decir. Como remarcábamos al inicio, la ubicación fronteriza resulta compleja por la falta de una definición de unos lindes que nos indiquen el inicio y fin del dominio administrativo al que ésta se irá adscribiendo con el trascurso del tiempo.
La zona más delicada desde el ámbito geoestratégico se posicionará tierras al norte, donde la ausencia de grandes accidentes obligará a la instalación de puntos de defensa, cuya prioridad era subsanar el vacío e inicio de otras marcas geográficas.
Sin lugar a dudas los contrastes de la geomorfología que quedaba al norte, acompañados por las bajas presiones demográficas en los que se incrementaba la inseguridad, delimitarían de manera natural un espacio que nada tendrá que ver con la idea concebida que nos llegará en tiempos de la conquista.
Hemos de partir una idea, y es que el río Ebro siempre ha representado una de las grandes arterias hidrológicas de nuestra geografía peninsular. Desde luego no tiene sentido infravalorar sus características fluviales, pues estamos hablando de un accidente difícil de salvaguardar hasta incluso en siglos posteriores a los que estamos tratando, lo que obligará a mantener una distancia o "zona muerta", que ante la ausencia de un confort defensivo, harán de su perímetro hasta llegar a la franja del Monstià, un espacio poco provechoso, en el que sus pobladores preferirán las cimas de relieves montañosos, al encontrarse en ellos más seguros.

En nuestra opinión la disposición estratégica de los fuertes castellonenses a lo largo de diferentes épocas, así como su respectiva conexión dentro de un cinturón castrense conformado por las tierras del norte y el área del Monstià, nos ofrece pocos paralelismos respecto a la trama establecida en el territorio tortosí.
Esta cuestión vendría remontándose desde los inicios de la instalación musulmana, cuando a través de las koras (demarcaciones territoriales establecidas durante el periodo del Emirato y Califato de Córdoba), el área de lo que hoy es el territorio adscrito a la provincia de Castellón, se emplazaba en una kora que la historiografía ha identificado con el nombre Marmaria, y que hasta entrado el siglo X, pudo perfectamente extenderse entre los límites de lo que hoy es la zona de la desembocadura del Ebro. Un entorno que no conoceremos con precisión hasta los Reinos de Taifas, y que en determinados momentos iría variando, sosteniendo su punto de apoyo en la zona limítrofe sobre las fortalezas de Kasteli, Banískula y lo que hoy sería el entramado de la Serra del Monstià y Godall.
Tras la instauración del Califato surgen muchas dudas, que no sabríamos definir, pero que vuelven a evidenciarse tras los momentos iniciales de las Taifas, cuando el dominio de Balansiya con Mubárak, podía volver a recoger parte de esa herencia septentrional de la época emiral. No olvidemos que el Ebro seguía siendo un espacio de frontera, y que tuvo que reflejarse cuando el régulo turtusí Labīb, y en parte “socio” del referido Mubárak, fue atacado por Al-Mundir al-Tuyibi, quien en su maniobra de anexionar el área de Tortosa a Zaragoza, fue atacado por Mubárak, al poner disposición del turtosí medio millar de jinetes en un intento de frenar la ofensiva.
No nos cabe duda de cómo durante los inicios de los Reinos de Taifas, y viendo la consonancia entre ambos régulos, que el peso de Balansiya se extendía hacia una debilitada Turtosa, que comenzó a expandirse y descender hacia el sur, una vez que Mubárak falleció, marcándose un punto de inflexión, que ahora si anexionaba parte de los dominios que fortaleció el régulo de Balansiya hasta el momento de su defunción.
Vistas de Tortosa y el río Ebro desde la zona del Monstià. Zona fronteriza durante los tiempos de la kora de Marmaria
Desde luego los sucesivos procesos de cambios de poder, poco ayudan a asentar modelos rigurosos y estáticos como siguen pretendiendo establecer muchos historiadores a la hora de explicar la fragilidad de las zonas de frontera, especialmente en un entorno que abarca un periodo de más de cinco siglos de historia.

Para nosotros resulta crucial entender la evolución de los distritos emplazados en este punto de la actual área meridional catalana y septentrional castellonense, ya que al fin y al cabo representarán un conjunto de bastiones, desde los que se divisarán unos accesos que se estirarán hasta el inicio del corredor del Monstià. Y es que en este sentido cobra un protagonismo indispensable el yacimiento fortificado de Ulldecona.

Un asentamiento con un peso importante, y que la historiografía parece no haber valorado debidamente. Afortunadamente veremos estudios que apuntan en esa línea en la que se remarca su impronta, como será el caso de Antoni Forcadell (2017), quien argumenta su presencia desde época musulmana, incidiendo en la identificación del enclave de Kuna citado por Al-Idrisi con el lugar de Ulldecona. Además, este arqueólogo esboza algunas ideas esenciales que respaldan la existencia de este yacimiento durante el periodo de dominación sarracena.

Nada más iniciarse el siglo XII el entorno que quedará al sur del Ebro comenzará a presenciar la existencia de vida cristiana, motivo por el que se configurará otro escenario (todavía bastante desconocido), en el que por un lado se vislumbran los planes de avance de Ramón Berenguer III, y que tiempo después se materializarán con la consolidación y toma de Tortosa, al conseguirse su control por parte de su hijo, y que inmediatamente intentará extender hacia el área meridional.

Creemos que esta presencia no consolidará un control netamente cristiano hasta los lindes de lo que luego será la frontera del Reino de València, pues hay que entender el área del Monstià durante la segunda mitad del siglo XII como un espacio de dominio cristiano bastante difuso, en el que habrían instaladas comunidades musulmanas, de las que poco o casi nada sabemos.

Al respecto, en el cinturón defensivo de la tierra norte del actual territorio castellonense, es imposible obviar el área ocupada por el llano de Vinaròs, donde los modestos accidentes geográficos que ofrecía su relieve, servirán para consolidar las labores defensivas del área portuaria de Banískula. Motivo por el que no hay que ignorar el papel de los “puigs” o cerros islas, al funcionar como singulares accidentes geográficos, aprovechados como nexo entre dos regiones naturales de similares características geomorfológicas, a través de las que desde la época Emiral se conectaba el corredor del Montsià y la Serra de Irta.

 Zona del corredor del Monstià e Irta (Google Earth)

Como ya indicamos hace más de diez años, el punto de unión entre ambos focos pudo ser una de las fortalezas sobre la que ya hace tiempo se han planteado diferentes discusiones a cerca del lugar en el que se instaló. Nos referimos al fuerte de Kasteli, y que Al-Idrisi precisa en su obra geográfica con bastante detalle:
1) De Tarragona, dirigiéndose al occidente, a la desembocadura del Ebro, río que es aquí muy ancho, 40 millas (Ubieto, 1974, 181).
2) Desde esta desembocadura, dirigiéndose al occidente y cerca de la mar, al castillo fuerte de Casteli, 16 millas (Ubieto, 1974, 181).
3)  Este último castillo fuerte, es bello y sólidamente construido sobre la orilla del mar. La guarnición es brava. Cerca de allí hay una gran villa rodeada de cultivos (Ubieto, 1974, 181).
4) Desde el castillo de Casteli, dirigiéndose al E. hasta el villaje de Yana, cerca del mar, 6 millas (Ubieto, 1974, 181).
5) De Casteli a Peníscola, plaza fuerte sobre la costa, rodeada de cultivos y de villas, donde se encuentra el agua en abundancia, 6 millas (Ubieto, 1974, 182).
Bien es cierto que los números que nos aporta el geógrafo ceutí no han de acogerse de forma estricta, no obstante tampoco hemos de menospreciar su valor como parámetro orientador, al cobrar especial interés si apreciamos que nos reflejan una triangulación desde diferentes lugares, a la hora de abordar la cuestión de dónde estaba Kasteli. Para ello, si acogemos con esas reservas que el trazado de 1 milla de Al-Idrisi equivale a 2000 metros de distancia, observaremos como éste al describir la mencionada fortaleza, nos está indicando datos de sumo interés, que merecen la pena ser tenidos en cuenta.
Comenzaremos indicando los poco más de treinta kilómetros que separaban lo que por aquel entonces era la desembocadura del Ebro respecto al Puig de la Misericòrdia de Vinaròs, y que nada tienen que ver con los 14 que habría hasta Sant Carles de la Ràpita, donde multitud de autores señalan la ubicación de este puesto defensivo.
Según los datos de Seró y Maymo (1972), la desembocadura del Ebro se encontraba un poco más arriba de la actual isla de Gràcia (a unos 19 kilómetros de Tortosa), es decir, a una distancia de 34 kilómetros del Puig de la Misericordia. Además, cuando el geógrafo ceutí nos habla de que esta estructura se localiza “cerca del mar”, puede estar haciendo referencia a una zona que no se halla en la misma línea de costa, sino que en un punto próximo a ella.
Continuando con la descripción observamos cómo “desde el castillo de Casteli, dirigiéndose al E. hasta el villaje de Yana, cerca del mar, hay 6 millas”. Evidentemente aquí hemos de realizar un matiz, y es que cuando su autor habla de dirección “este”, está en realidad haciendo referencia a la orientación “oeste”, puesto que en caso contrario nos estaríamos moviendo mar adentro de la costa.
Por lo que respecta al trayecto indicado desde el núcleo urbano de Vinaròs hasta el área de la Jana, contabilizamos unos veinte kilómetros, pero nos vamos a cuestionar qué ocurriría si marcásemos esta distancia desde el punto planteado, es decir, el Puig de la Misericòrdia de Vinaròs. Es entonces cuando apreciamos que si extraemos el patrón de distancia de Al-Idrisi, y tomamos la referencia de 1 milla idrisiana como el equivalente a 2000 metros, este tramo encaja de manera casi precisa con el lugar en el que se debería de posicionar el fuerte de Kasteli.
Para finalizar, la triangulación de este lugar se confirma todavía de forma más clara con la reseña geográfica que nos aporta desde “Casteli a Peníscola, plaza fuerte sobre la costa, rodeada de cultivos y de villas, donde se encuentra el agua en abundancia, y en la que hay 6 millas”.
Comparando las distancias, seguimos pensando que la zona de nuestro Puig sin lugar a dudas es el candidato más idóneo respecto a cualquier otro foco planteado, de ahí que mantenemos nuestra idea en abogar por la hipótesis de que Kasteli pudo haber ocupado la zona donde posteriormente se alzaría el área de la Ermita de la Misericordia.
Distancias ofrecidas por el geógrafo Al-Idrisi entre Kasteli y sus respectivos puntos de referencia. Elaboración propia
Hemos de entender que incluso aunque no tuviésemos la referencia de la Jana, el simple hecho de que ese punto se situase a unos 15 kilómetros de Peñíscola y 32 de la desembocadura del Ebro, ubica dentro o muy cerca de nuestro término municipal este emplazamiento. Nada novedoso, y que el propio Ubieto (1974) ya destacó en su momento. Además, como es obvio, este territorio tiene la peculiaridad de asentarse en un extenso llano, que casualmente se ve alterado por la existencia de un resquicio montañoso que se eleva por encima del resto del territorio, siendo precisamente ese lugar nuestro Puig de la Misericordia.
Parece ser que Al-Idrisi no sería el único que citaría esta construcción, y que a lo largo de su historia podría haber adoptado diferentes usos. Aquí entraría la referencia que se hace sobre el ribat de Kaski, y que otro geógrafo musulmán describirá como un punto fortificado de esta región. Sabemos que con el paso de los años diferentes autores han defendido la tesis de que el citado ribat habría que posicionarlo en la Rápita del Cascall que Ramon Berenguer III concedió al Monasterio de Sant Cugat del Vallès en la campaña contra Tortosa en 1097.
El topónimo “Rápita” ha llevado consecuentemente a la aceptación automática de muchos estudiosos en querer asociar ambos topónimos en este mismo punto, a pesar de la incoherencia con los hitos geográficos que nos proporciona el geógrafo ceutí, al no encajar ni por asomo con cualquiera de las tres distancias que refleja en su obra. En esta línea, autores como Gómez Sanjuan (1981, 29) en su día ya se atrevieron a cuestionar este relato a pesar de los detractores que emergieron en su contra. El erudito vinarossenc desechaba tal posibilidad, afirmando que la rápita de Cascall nada tendrá que ver con el fuerte de Kasteli, para lo que desarrollará una explicación concluyente en la que venía a reflejar que ambos enclaves eran lugares distintos. Una cuestión que defenderá en base a un planteamiento etimológico de los dos topónimos.
Como anteriormente decíamos, tampoco cabe duda de que en determinados momentos los límites de la circunscripción de Tortosa estiró sus dominios hacia tierras meridionales, que absorbieron toda la trama septentrional del actual territorio castellonense, especialmente durante la época de los Reinos de  Taifas tras la muerte de Mubárak. Por ahora resulta imposible averiguar si en esta región existieron otros pequeños distritos además de los que dominaban Banískula, Xivert, Cervera y les Coves de Vinromà, lo que de ser así fragmentaría mucho más el área de influencia que jugaron estos emplazamientos. No es descabellado el caso de Ulldecona como otro foco que resguardaba la entrada por el corredor desde la desembocadura del Ebro.
Estos espacios son complejos de entender, si tenemos en cuenta la estructura jerarquizada y cambiante de esta zona. La disposición de nuestra área, sobre un hábitat claramente ruralizado, carente de grandes enclaves urbanos, explicará la importancia desempeñada por los hisn, al funcionar como puestos fortificados (que a pesar de tener una menor envergadura), aseguraban la marca defensiva de su respectiva jurisdicción. Unos espacios de control para garantizar la tranquilidad de un poblamiento variado y basado en pequeñas alquerías diseminadas.
Los diversos husun del actual territorio castellonenses consolidaron un sistema defensivo formado por pequeños distritos adscritos a una jurisdicción cambiante dependiendo del periodo, que mayoritariamente se integró entre el espacio de Turtosa y la zona de Balansiya. Es de suponer que las alquerías que giraban a su alrededor eran sociedades segmentadas, compuestas por comunidades familiares que verían en estos emplazamientos sus principales zonas de resguardo en momentos de inestabilidad.
Tras la toma de Tortosa buena parte del territorio que delimita la zona del sur tarraconense comenzará a ser anexionada al perímetro cristiano, siendo a partir de ese instante cuando ese sector más apartado al norte del control baniskulano se verá críticamente presionado.
No olvidemos que Peñíscola será el foco irreductible que por su potencial geoestratégico interesó desde el primer instante al rey Jaume I, con ello nos remitimos al gran fiasco con el que inició la intentona de su toma, cuando tras un asedio que duró varios meses y que se inició en verano de 1225, éste comenzó a ser consciente de la dificultad de hacerse con el lugar, a pesar de la pobre defensa que guarnecía la plaza.
Este episodio acarrea una enorme significación si queremos entender la dificultad e importancia que comportaba el dominar un área como ésta. De ahí que su ubicación resguardada por diferentes fortalezas que se irían alzando en diferentes puntos montañosos del entorno, son lo que nos lleva a pensar en esa articulación defensiva, vertebrada por Peñíscola como principal punto de salida hacia el exterior a través del mar.
Sabemos que durante el periodo de Taifas será cuando este espacio sufrirá cambios convulsos, como sucederá durante el periodo en el que estaba al mando el régulo Labīb, pues en ese momento la Taifa de Tortosa alcanzó cierto protagonismo. No obstante, con la llegada de la dinastía de los amiríes el área de la administración territorial de esta zona comenzaría a mirar hacia Balansiya, hasta la absorción de la Taifa de Toledo en el año 1065 y consiguiente anexión a la de Zaragoza en tiempos de Abú Yaáfar Áhmad ibn Sulaymán al-Muqtádir bi-L·lah.
Probablemente tras la muerte de este personaje Tortosa volverá a estirar sus dominios bajo el poder de Al-Mundir ibn al-Muqtadir al-Hayib Imad ad-Dawla. Trascurridas las décadas y tomada Tortosa por los cristianos, la población musulmana de los alrededores seguiría resistiendo los embates de Ramón Berenguer IV, a pesar de que Ulldecona décadas después tenemos constancia de que estará en manos cristianas. Esto no quitaría que siguiera manteniéndose una relación de convivencia entre ambas culturas, pues recordemos que Banískula se convertiría en el principal baluarte de la resistencia musulmana en la franja septentrional del litoral, ejerciendo la función fronteriza de cara a los intereses jurisdiccionales de Balansiya.
Este espacio funcionará como un entorno limítrofe difuso y poco definido, en el que apreciaremos la instalación de comunidades musulmanas que como veremos en su flanco más septentrional seguirán existiendo, algo que interpretamos a través de una referencia recogida por Bonet (1991, 565-566), donde se nos habla de un eventual residuo de población andalusí “(…) et cum omnibus hominibus et feminibus ibi habitantibus et habitaturis tam cristianis quam sarracenis quam iudeis et cum terris (…)”. No olvidemos además que con anterioridad pudieron existir comunidades de mozárabes, que en esta zona difícilmente delimitada, fomentarían la permanencia de asentamientos que la toponimia parece respaldar, un ejemplo de ello sería la alcaníssia y canèssia, derivada del mote Kanisa, donde nosotros creemos ver la raíz de lo que luego será el municipio de Alcanar. Hay que decir que esto sólo sería una muestra más, que deberíamos insertar dentro de la corriente que el historiador Penyarroja (1995) presenta en su obra “Cristianos bajo el Islam”, donde queda constancia de la infravaloración que la historiografía general ha sometido a hipotéticos núcleos de asentamientos mozárabes a lo largo del actual territorio valenciano en tiempos de la dominación musulmana.

David Gómez de Mora

Bibliografía:
* BONET DONATO, M., (1991). Miscel.lània en homenatge al P. Agustí Altisent. Diputació de Tarragona. Pàgines 551-572. Diputació de Tarragona
* GÓMEZ SANJUÁN, J.A., (1981). ¿Dónde estaba el primitivo Vinaròs? Setmanari Vinaròs. (20-6-1981). Nº1198. Vinaròs
* FORCADELL VERICAT, F., (2017). El castell d’Ulldecona i els fantasmes que encara hi viuen. Recerca, 17. Pàgines 239-256.
* PENYARROJA TORREJÓN, L., (1995). “Cristians valencians baix l´islam: De l’ any 1000 a la conquista”. Lo Rat Penat. Valencia
* SERÓ, R. y MAYMÓ J., (1972). Les transformacions econòmiques del Delta de l´Ebre. Servei d´estudis de banca catalana. Barcelona
* UBIETO ARTETA, A. (1974). Idrisi. Geografía de España. Textos Medievales, 37. Ed. Anúbar. Valencia. En esta obra se reproduce el trabajo de Saavedra (pp. 67-152) y Blázquez (pp. 153-214), además del texto árabe editado por Dozy (pp. 15-66).

Los López de Molina en Buenache de Alarcón

Entre las muchas familias que han pasado por la historia de este municipio, resulta imposible obviar el caso de los López, Molina, López de Molina o López Malo de Molina, un linaje que como veremos se vinculará a una misma casa, pero que a lo largo de su historia irá adoptando diferentes formas escritas de su apellido. Por lo que hemos podido investigar su origen nos conduce hasta la cercana localidad de Valera de Abajo, de donde desciende Andrés López, marido de María Saiz (progenitores de la línea de Buenache durante la segunda mitad del siglo XVI). A priori la raíz más antigua del apellido se reduce a la forma López, por lo que ignoramos de donde procede la parte “de Molina”, por no decir que algunos descendientes súbitamente invocarán al compuesto “López Malo de Molina” (un conocido apellido de la nobleza castellana).

Como decimos, siguiendo nuestras indagaciones, hemos analizado a fondo los libros parroquiales de Valera de Abajo, y podemos asegurar que la forma que veremos mutar en Buenache, no se producirá en ningún momento en su foco de origen, de ahí que no descartamos que el atribuirse un apellido con una solera como tal, y trascurridas varias generaciones sin que observemos ningún paralelismo en el lugar de procedencia, pueda deberse más bien a una estrategia de proyección, que a una realidad genealógica.

Planteamos en este artículo la hipótesis de un retoque del apellido, por los antecedentes que hemos observado en otros linajes presentes en Buenache y que nos gustaría tratar en un futuro más a fondo, pues parece ser que este tipo de operaciones fueron muy habituales. Un procedimiento que se gestará especialmente cuando la familia comenzará a gozar de cierto estatus, y donde el hecho de arrastrar unas raíces foráneas que con el paso de las generaciones (además de una época en la que su información ya no se podía rastrear), fomentaban este tipo de jugadas que tenían como objetivo asentar y enaltecer el nombre de sus representantes.

Decir que los matrimonios iniciales de las primeras generaciones no se producirán con gentes de excesiva envergadura social, comenzando a alcanzar reconocimiento a medida que irá asentándose su descendencia. Esta familia de labradores paulatinamente iría estableciendo políticas matrimoniales con estirpes autóctonas que les beneficiarán, y donde obviamente dispararán sus posibilidades de medrar.

Buenache de Alarcón (imagen del autor)

El marco de escala en el que se moverá el clan no sobrepasará por norma general el ámbito municipal, siendo a partir de la segunda mitad del siglo XVII cuando algunas líneas tendrán cierta notoriedad al enlazar con familias como los Castillo. Ejemplo es el caso de María de la Trinidad López, quien casará con el madrileño José de Fuentes (vinculado con un linaje de escribanos de la ciudad). Igual de interesante es el caso de Alonso López que acudirá al apellido Malo de Molina tras casarse en 1654 con Isabel de Fuentes, cuyos hijos también ya efectuarán enlaces de peso, como el de Alonso el mozo con Juana Díaz Descalza, o su hermana Catalina con Pedro Ramírez (de la casa de los Ramírez de Arellano Toro de Buenache). A partir de ahí, veremos cómo en las siguientes generaciones se entremezclarán con muchas de las familias con posibles que había en el municipio, conformando parte del grupo de labradores que seguirán con sus políticas cerradas entre gentes del mismo lugar.

David Gómez de Mora

jueves, 23 de julio de 2020

Los Saiz y los Zafra de Buenache de Alarcón. La creación del noble linaje de los Sainz de Zafra

El apellido Saiz, como no es de extrañar, aparece de manera repetida en multitud de la documentación que hemos podido analizar de este municipio, nada extraño si además de su frecuencia, partimos de que sus integrantes mantuvieron cierto protagonismo en momentos puntuales de la historia de la localidad. Ello ha motivado la aparición de diferentes líneas que obligarán a su solapamiento con otros apellidos, para distinguir unas de otras, como sucederá con los Saiz-Carnicero, Saiz-Asensio y Saiz-Izquierdo.

Uno de los casos más conocidos es el del caballero don Antonio Saiz de Zafra Martínez-del Castillo, quien entró a formar parte de la Orden de Carlos III. En realidad, éste por línea recta de varón era miembro de la casa de los Saiz, puesto que apoyará sus informaciones de hidalguía en el apellido de los Zafra, debido a que según se cree ya estaba reconocido como hidalgo de devengar 500 sueldos desde la segunda mitad del siglo XV. Una documentación que se trasladará entre las pruebas de nobleza del pretendiente al ingresar en dicha corporación, a pesar de que todo apunta a que la misma fuese producto de la invención de un escribano bien pagado.

Si seguimos la genealogía de Antonio, apreciaremos como éste era hijo de Martín Saiz de Zafra Martínez, nieto de Alonso Saiz de Zafra Montero, bisnieto de Martín Ordoño Saiz de Zafra, tataranieto de don Juan de Zafra, 4to. nieto de Francisco Saiz-Izquierdo (marido de María García de Zafra, y de donde nace la unión del apellido), 5to. nieto de Juan Saiz-Asensio (marido de María Hortelano Saiz) y 6to. nieto de Francisco Saiz-Izquierdo e Isabel Saiz, un hecho que claramente demostrará que este caballero en realidad se toparía como mínimo con la casa de los Saiz-Izquierdo y los Saiz Asensio por su línea recta de varón, lo que siguiendo la lógica y requisitos que se exigían para ingresar en este tipo de agrupaciones nobiliarias ennoblecería automáticamente a otras varias familias como los Saiz.

Reconstrucción aproximada de las armas de los Saiz de Zafra de Buenache de Alarcón (elaboración propia)

Durante la segunda mitad del siglo XVI se especifica en en el expediente de universidades de Alonso Pérez y Pérez del Archivo Histórico Nacional, que los Saiz eran una familia de “sangre limpia” (no descendiente de judíos o conversos), remarcando que al margen de la casa tradicional de Buenache, y de la que supuestamente descienden las líneas que aquí hemos esbozado, había otras dos ramas que se deberían distinguir por tener unos orígenes diferentes, siendo concretamente el caso de las de Esteban Saiz de la Herrada y Sebastián Saiz-Tapiador. De ser correcta esta información, hemos de aceptar que hay una conexión genealógica de un tronco en común entre las diferentes casas del apellido Saiz, al margen de los solapamientos que estas irían realizando para distinguirse unas de las otras.

Pero, ¿y qué sabemos sobre los Zafra?, lo cierto es que poco o menos que de los Saiz, pues la mayoría de sus referencias sobre nobleza se apoyan en el mencionado expediente de la Orden de Carlos III, donde como decíamos se les tiene por caballeros hidalgos de devengar 500 sueldos, tras el privilegio concedido a un tal don Fernando de Zafra en 1479. Recordemos que el escudo que se le asigna a los Saiz de Zafra está compuesto por dos cuarteles, el primero en campo encarnado con un castillo de oro, mientras que en el segundo cuatro calderas en campo de plata.

El origen genealógico de esta familia nos remontaría hasta el siglo XV, momento en el que ya tenemos constancia de su instalación en este lugar. No obstante, hemos de recordar que durante la segunda mitad del siglo XVIII e inicios del XIX, los Sainz de Zafra podrían estar considerados como uno de los linajes más ricos e influyentes que habitaban en Buenache, lo que en parte explicará como consiguieron la aprobación de su reconocimiento dentro de la Orden de Carlos III sin demasiadas complicaciones.

David Gómez de Mora


Bibliografía:
* Archivo Histórico Nacional. Sección Universidades, 533, expediente nº4.
* Archivo Histórico Nacional, 1827. Expediente de la Orden de Carlos III, nº1936. Sáinz de Zafra y Martínez del Castillo Martínez Olivares y del Castillo, Antonio

El cuadro exvoto de las Salonarde

Siguiendo con las piezas pictóricas de temáticas votivas que hemos apreciado en algunas de las familias con recursos de la sociedad rural conquense, merece un breve artículo el caso del cuadro de una niña llamada Josefa Juliana Herrera Salonarde. Como bien sabrán algunos de los estudiosos de esta provincia, ya hemos dedicado varios escritos a la historia de este linaje y que tiene sus raíces en la localidad de Buenache de Alarcón, cuando una familia de ganaderos que también trabajaba sus tierras, comenzó a despuntar mediante una serie de políticas endogámicas, que aglutinaron y mejoraron la consolidación de su patrimonio, hasta llegar con el trascurso del tiempo a estar entre una de las casas mejor posicionadas que han habido en la ciudad de Cuenca.

Como todo linaje con posibles, y dentro de esa corriente del siglo XVIII entre las familias bien asentadas, en lo que se refiere a las costumbres y creencias de la época, los Salonarde mandaron realizar un cuadro exvoto, con fecha del año 1730, y que actualmente se encuentra en el convento de la Concepcionistas de Almería. Se trata de un lienzo en el que podemos ver una cartela de forma oval, en la que se describen el nombre y apellido de la persona ilustrada, explicándose el motivo que llevó a la familia a la realización de tal ofrenda.

El texto de la leyenda es el siguiente:

“Doña Josefa Juliana Herrera Salonarde. Hija de Don Fernando de Herrera -Regidor Perpetuo del Santo Oficio de la Inquisición de la ciudad de Cuenca- y de Doña Josefa Salonarde siendo de cuatro años y medio padeció un tabardillo y estuvo muy de peligro y la ofrecieron a Nuestra Señora del Rosal de Priego por cuya intercesión sanó. Año de 1730” (Abad y Moraleja, 2005, 104).

Esta niña llegaría a ser uno de los personajes más significativos de la familia cuando alcanzó la edad adulta. Recordemos que sus abuelos maternos eran Benito Salonarde y Catalina Salonarde, primos y vecinos de Buenache de Alarcón. Su nombre completo era el de Ana Josefa Juliana, y celebró sus nupcias con el noble don Antonio Clemente de Aróstegui y Salonarde, de quien también era primo, puesto que la suegra de Josefa (Quiteria Antonia Salonarde y Salonarde), era tía por ser hermana de su madre.

Cuadro exvoto de doña Josefa Juliana Herrera Salonarde (Abad y Moraleja, 2005, 103)

Josefa Juliana se acabaría convirtiendo en la heredera del patrimonio familiar, al recaerle por el costado de su tía, y cuyo hijo era a la vez su esposo y primo hermano. Sabemos que María Luz Vicente (2000, 1113), se encargaría de llevar toda la dirección de la explotación que le fue encomendada. Al respecto, la autora nos confirma que la relación que albergaban los Salonarde con la industria animal era una forma más de acumular ganancias, puesto que doña Quiteria prestó dinero, compró tierras e invirtió en diferentes bienes, además de la ya famosa gestión ganadera que desempeñaba. Tanto es así que la propiedad que tenían en Molinos de Papel complementaba un negocio con la casa esquiladero-lavadero que poseía para el ganado.
Ana Josefa siguió con el mismo espíritu emprendedor del linaje, y consiguió hacerse con otras muchas propiedades, además de cabezas de animales que ya le venían por herencia de su madre. Recordemos que ésta pasó a convertirse en una de las grandes controladoras de ganado merino de la ciudad de Cuenca. En esta línea María Luz Vicente, refleja con cifras ese poder, cuando nos comenta que el grado de acumulación de riqueza fue tal, que la producción se repartía entre pocos ganaderos, puesto “que el 66’49% de todo el lanar, incluido el churro, pertenecía sólo a tres ganaderos de cabañas merinas. El de Francisco de Borja, el de Quiteria Salonarde y el de Julián Cerdán” (2000, 823). Parece ser que la lana de los Salonarde presumiblemente se llevaba en los años ochenta del siglo XVIII hasta Italia (Vicente, 2000, 1358).

David Gómez de Mora

Bibliografía:
* Abad González, Luisa y Moraleja, Francisco J., (2005). “La colección de amuletos del Museo Diocesano de Cuenca”. Universidad de Castilla-La Mancha, 165 pp.
* Gómez de Mora, David (2017). “Los Salonarde. Un linaje de la nobleza conquense vinculado con la trashumancia”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* Vicente Legazpi, María Luz (2000). “La ganadería en la provincia de Cuenca en el siglo XVIII”. Universidad de Castilla-La Mancha, 1455 pp.

El cuadro exvoto de los Oliva de Gascueña

Sabido es que las creencias populares tenían un enorme peso en las sociedades de antaño, un rasgo que se agudizaba en aquellas comunidades que estaban asentadas en zonas rurales, donde la sensibilidad en lo tocante a temas vinculados con las enfermedades y la muerte eran una constante que preocupaba y atormentaba a muchas de las personas en su día a día. Como ya hemos comentado en alguna ocasión, la esperanza de vida siglos atrás nada tenía que ver con las cifras en las que actualmente nos movemos. Los avances en medicina han permitido que desde la segunda mitad del siglo XIX se marcara un punto de inflexión, que paulatinamente iría alargando y mejorándola. Es por ello necesario imaginarse la dificultad que conllevaba afrontar un parto, dolencias y malestares sin la disponibilidad de medios que garantizaran a un paciente que todo podía salir bien.

En Cuenca como en otros tantos lugares de la península estaba extendida la creencia de ofrecer exvotos con diferentes imágenes, que tal y como apuntan en su libro Luisa Abad y Francisco J. Moraleja, se plasmaban en un retrato a través de un lienzo al quedar reservados exclusivamente a personajes de cierto poder adquisitivo y posición social, pues “sólo desde la situación acomodada se podía encargar a un pintor o -exvotista-, la elaboración de estos cuadros, que, además de testimoniar el acontecimiento gozoso que supone una sanación, podría servir de excusa para poner de manifiesto una determinada preeminencia social, a través de la emulación de las grandes familias del Reino (…). Con ello dejaban constancia pública de su posición dentro de la comunidad a la que pertenecían” (Abad y Moraleja, 2005, 71).

Hace escaso tiempo, ya dedicamos un artículo a una de las familias que precisamente harán uso de este tipo de piezas, concretamente nos referimos al linaje de los Oliva, sobre quienes los citados autores ya destacarán un cuadro exvoto de una niña llamada María de la Oliva, con fecha del año 1707, y que se encuentra presente en la capilla de Nuestra Señora de los Portentos de Villalba del Rey (Cuenca). La obra se confeccionó con motivo de la curación de la infanta, pudiendo apreciarse en la misma bastantes detalles, en los que vemos a su protagonista retratada con una serie de amuletos, además de una representación de la Virgen de Nuestra Señora de los Portentos.

Imagen del cuadro exvoto de María de la Oliva (imagen de Abad y Moraleja, 2005, 93).

La familia Oliva se extenderá por diferentes puntos de las tierras de Huete, es el caso de Saceda del Río, La Peraleja como otras localidades del entorno. A estas alturas ya nadie discute el papel que ejercieron algunos de los integrantes de estos grupos rurales, tanto es así que por ejemplo el cronista de La Ventosa Guillermo Fernández, nos comentó que fruto de sus investigaciones, apreció la importancia de este apellido al ver que el mismo estaba adscrito al estado noble, poseyendo incluso su propio escudo de armas. Como solía suceder en muchas ocasiones, estos apellidos en sus lugares de origen estaban reconocidos como familias de labradores con recursos, que cuando llegaba el momento en que alguien de su seno medraba socialmente fuera del territorio, adquirían una mayor consideración.

Analizando este apellido entre los apuntes genealógicos que tenemos registrados de diferentes municipios del área optense, vemos como el origen de la familia probablemente derivaría de Agustín de la Oliva y su esposa Ana Luengo. No obstante, a falta de un estudio más exhaustivo, ignoramos por ahora de donde procedían las raíces del señor Oliva, aunque no cabe duda de que deberían ser inmediatas a esta zona.

Sabemos que ambos tuvieron varios hijos que casaron en una franja de tiempo muy escasa, así en 1692 lo hacía María de la Oliva Luengo con el tinajero José del Peral, mientras que en 1693 repetirán idéntica operación sus hermanos Agustín de la Oliva con Polonia Grande y Tomás de la Oliva con María Culebras.

David Gómez de Mora

Bibliografía:
* Abad González, Luisa y Moraleja, Francisco J., (2005). “La colección de amuletos del Museo Diocesano de Cuenca”. Universidad de Castilla-La Mancha, 165 pp.
* Gómez de Mora, David (2020). “Los Oliva y los de la Fuente en La Peraleja”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

martes, 21 de julio de 2020

Breves apuntes sobre los Peña de Villarejo de la Peñuela

La familia de los Peña tuvo especial influencia entre las élites de este municipio durante todo el siglo XVII y parte el XVIII, puesto que algunos de sus integrantes estuvieron estrechamente vinculados dentro del clero o directamente en las filas Santo Oficio. Por ahora son muchos los datos que nos quedan por publicar sobre esta casa que en algunos lugares de la comarca consiguió su reconocimiento dentro de la nobleza local, a pesar de que todo nos hace pensar en su adscripción a una de las muchas estirpes conversas que habían asentadas en la localidad de Alcocer, y de donde su hidalguía les hacía descender.

Siguiendo nuestros apuntes genealógicos, observamos que el origen de este linaje en Villarejo arranca con Bartolomé de la Peña, vecino fallecido en 1588 con pago de 130 misas. Éste casó con María del Río, fruto de cuyo enlace nacerán vario hijos, entre los que estará Bartolomé de la Peña, marido de María López; Miguel de la Peña, quien sería alcalde mayor y casó en 1598 con su esposa Catalina López, así como Francisco de la Peña, y que lo haría con Isabel Sánchez. Esta generación demostrará sus líneas parentales con la casa de los Saiz y López, quienes como ya hemos mencionado en anteriores artículos serán una familia influyente en el lugar. La descendencia del alcalde es sin lugar a dudas la línea que más nos interesa, ya que desde ella nacerán las principales personalidades que portarán este apellido.

Villarejo de la Peñuela. Imagen del autor

Por un lado cabe destacar al licenciado Miguel de la Peña López, quien fue cura de Villarejo, y falleció en 1682 con un pago de 1250 misas. Su hermana Isabel casó con Juan Rubio de Alcázar. Éste llegó a ser Regidor Perpetuo de Huete y familiar del Santo Oficio en la ciudad de Cuenca. Fruto de su matrimonio nacería su vástago el Licenciado Gerónimo Rubio de la Peña, cura de la Iglesia de San Nicolás de Almazán de Huete, además de Comisario del Santo Oficio, y que tras morir en 1707 efectuó una manda de 2200 misas.
Con estos datos no tenemos miedo en catalogar a sus representantes como unos de los más importantes que existieron entre el vecindario de la localidad. Siguiendo nuestros apuntes genealógicos podemos reproducir parte de la descendencia que dejó el referido Juan Rubio, y que a través de su posición privilegiada desde el Santo Oficio y su plaza de Regidor, consiguió ensalzar el nombre de los Peña, tal y como veremos con su hija Justa, quien casará con el rico propietario optense Alonso Cavero (también Regidor Perpetuo de Huete y familiar del Santo Oficio), sin olvidar las relaciones que sus hijos Miguel y Alonso verán en la casa de los Alcázar. Este tipo de estrategias servían para retroalimentar los nexos de poder entre unas familias de la burguesía optense que estaban a un paso de su reconocimiento como miembros del estado noble, pues sabido es que aquellas estrategias sociales lo que buscaban era potenciar el estatus de un linaje que súbitamente podía obtener una nobleza.
A lo largo del siglo XVII en Huete los Alcázar, Rubio, Peña y Cavero, eran algunas de las familias más destacadas que había dentro de esta ciudad. Sus saltos desde pequeños enclaves como La Peraleja, Caracenilla y Villarejo, a la búsqueda de una mejora, que en muchos casos se tradujo con puestos importantes en la Iglesia conquense, será una credencial que sumaba méritos en su intento por cambiar su reconocimiento de pecheros a hidalgos.

David Gómez de Mora

Bibliografía:
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de matrimonios de Villarejo de la Peñuela (1626-1764), Sig. 113/10, P. 2121
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578), Sig. 113/13, P. 2124
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595), Sig. 113/14, P. 2125
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

Antiguas familias de labradores en Villarejo de la Peñuela. Los Delgado, Molina y Redondo

Mucho ha cambiado el municipio de Villarejo en los últimos cien años, una metamorfosis que no sólo se traduce en su viario, casas, hábitos y costumbres, sino también en otras cuestiones más abstractas de las pequeñas sociedades rurales, donde todavía se conserva alguno de los apellidos históricos que han forjado su historia, tal y como sucede con el caso de los Torrijos (afincados aquí como mínimo desde el siglo XVI).

En el presente artículo nos gustaría tratar este tema más a fondo, con varias familias que en el pasado se asociaron entre las gentes del lugar, y sobre las que es escasa la información que nos ha llegado. Recordemos que Villarejo era un modesto núcleo, ubicado a medio camino entre el territorio optense y el área que conecta con la ciudad de Cuenca. El puerto de Cabrejas ofrece un microclima que modelaría parte del poblamiento y economía de sus alrededores, un elemento geomorfológico que choca de lleno con el área de ribera sobre la que se asentarían sus primeras casas, donde se acabaría fundando durante el medievo la base de un asentamiento cristiano.

Como su propio nombre indica, aquel conjunto de residencias de labradores que conformarían un pequeño villar, y que la toponimia popular ya se encargaría de remarcar con el sufijo “-ejo” por su escaso tamaño, serían los cimientos de una localidad que raramente viviría grandes variaciones demográficas con el trascurso de las centurias.

Tal y como hemos podido apreciar en el momento del estudio de su población a través de los libros parroquiales que se hallan presentes en el Archivo Diocesano de Cuenca, el enclave mantendría un poblamiento sin excesivos cambios, pero no por ello estático, puesto que como sabemos en momentos puntuales pudieron presenciarse altibajos, a veces traducidos por una expansión de su crecimiento poblacional, como alterado por las clásicas caídas demográficas que se agudizaban en tiempos de epidemias.
Sabemos que Villarejo siempre intentó mantenerse fiel a un modelo de políticas matrimoniales conservador, característico de las zonas rurales, en los que la consanguinidad era muy estrecha. Una de las familias que antiguamente hizo de este espacio su lugar de vida fueron los Delgado, linaje que podríamos considerar entre los más importantes del municipio. Éstos los veremos entroncando con las casas de mayores recursos, hecho que apreciamos en los apellidos de sus conyugues, junto con sus pagos de misas, puesto que en más de una ocasión reflejarán disponibilidad de bienes. Sobre su origen no tenemos datos concluyentes, aunque todo parece apuntar a que una línea procedería de la localidad de Valdemoro del Rey. Entre las personas destacadas, tenemos varias referencias extraídas de las partidas de defunción. Uno de sus nombres fue el de Martín Delgado, quien casó con la bien posicionada Leocadia de Molina.
La familia de Leocadia era bastante conocida por la cantidad de patrimonio que poseyó. Recordemos que los Molina durante la segunda mitad del siglo XVI eran los hombres de confianza de los Señores de Villarejo, fenómeno que se reflejará en la figura del clérigo Domingo de Molina, quien dejó todos sus bienes, casas y viñas sobre Miguel Sánchez; teniendo su testamento en la vivienda del mismo Señor de Villarejo, don Fernando de Ribera. En 1650 falleció Isabel de Molina, con pago de 138 misas. Suponemos que Isabel descendería de la línea de Juan de Molina y María Fernández, quienes tendrían varios vástagos que casaron con familias destacadas como los Saiz, además de los Peña, y que después aparecerán ejerciendo el puesto de familiares del Santo Oficio en esta zona.
Campos de Villarejo de la Peñuela. Imagen del autor

Otro linaje que no podemos pasar por alto es el de los Redondo, componentes de la pequeña burguesía rural, y de donde surgieron algunos personajes importantes como sucedió con la beata María Redondo, quien falleció en 1570, siendo hija de María Grueso. Escasos años antes fallecería Catalina Redondo, que en 1567 dejó un testamento reseñable con pago de 123 misas. Tampoco podemos pasar por alto que en 1689 moría Juan Redondo, hermano de Francisco Redondo (presbítero de Cuenca) y casado con Isabel López, cuya hija Inés celebró nupcias con Manuel Delgado. Esta familia estableció nexos con las casas mejor asentadas, lo que junto con su proyección dentro del brazo eclesiástico les permitió tener cierto estatus a pesar de moverse dentro de una escala bastante limitada.
Este tipo de familias mayoritariamente estaban asociadas a la vida del campo, aunque tal y como ya comentamos, sabían aprovechar su ubicación intermedia y conexión con puntos de influencia, a los que vendían parte de los excedentes de sus cosechas. No olvidemos que Villarejo se ubica en una zona de vega, donde la producción hortícola gracias a las aguas del río que regaba sus tierras de forma permanente, potenciaría una serie de recursos agrícolas que no todos los enclaves de sus alrededores tenían a su alcance.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de matrimonios de Villarejo de la Peñuela (1626-1764), Sig. 113/10, P. 2121

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578), Sig. 113/13, P. 2124

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595), Sig. 113/14, P. 2125

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).