martes, 26 de julio de 2022

Elementos socioeconómicos en algunos enclaves de la Alcarria Conquense siglos atrás

Como sabemos el señorío era una institución que tenía sus raíces en el medievo, cuyo funcionamiento estuvo en vigencia en el territorio español hasta que las políticas liberales del siglo XIX comenzaron a borrarlo del mapa. El señorío conllevaba una dotación patrimonial compuesta por tierras y derechos, que englobaban la jurisdicción del lugar, además de incluir una recepción económica por parte de las gentes que lo habitaban, junto con lo que se percibía en arrendamientos de infraestructuras controladas por su señor, donde muchas veces no podía faltar la tenencia del molino del pueblo.


Villarejo de la Peñuela

El señorío de Villarejo de la Peñuela es uno de los más tempranos que encontraremos en la historia del territorio conquense, recayendo durante la primera mitad del siglo XIV en manos de la familia Ribera, y sucediéndose posteriormente dentro del Condado de la Ventosa, hasta que el Catastro de Ensenada nos recordará que a mediados del siglo XVIII este pertenecía a don José Enríquez de Guzmán, quien recibía cada año 600 reales de vellón y 26 gallinas. Este noble era hijo de don Pedro Pablo Enríquez de Guzmán y doña Josefa María de Alegría Coello y Ribera. Cabe incidir en que estos dos últimos apellidos maternos son los que le vincularán con el señorío, pues su abuela por línea de madre era doña Josefa Coello de Ribera y Sandoval, descendiente de sangre de los primeros señores, y en cuyos linajes se apoyará para que gracias a una sentencia de septiembre del año 1732, este acabara integrando entre sus posesiones el antiguo señorío de Villarejo, entre otros enclaves.

Sabemos que en Villarejo había por aquellas fechas un molino harinero, también bajo el control del referido señor, el cual recibía por quinquenios un pago de arrendamiento anual de 34 fanegas de trigo, y que en tiempos del Catastro será arrendado a la familia Cañas, un linaje local que además de controlar la escribanía del pueblo, tenía diferentes tierras de labranza a lo largo del término municipal. Por aquel entonces en Villarejo había un total de 71 casas de vecinos, es decir, poco más de unos 300 habitantes aproximadamente.

Villarejo de la Peñuela

Carrascosilla

Esta aldea fue otro más de los pequeños enclaves dependientes de la tierra de Huete, hoy ya despoblado desde hace varias décadas. Durante el siglo XVII el municipio fue señorío de los Amoraga, así como poco después de los Galindo-Piquinoti. Durante mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada nos recuerda que su señor todavía era el noble don Juan Francisco Piquinoti, residente en Madrid y regidor perpetuo de la ciudad de Murcia, pero no por ello exento de recibir los beneficios que le comportaban el control de este lugar, y del cual se denominaba como Conde de Carrascosilla, y con cuyos vecinos ya había tenido algún que otro problema al desencadenarse varios pleitos sobre el control y explotación de su término municipal. Sabemos que este señor antaño recibía cerca de mil reales por el uso de su tierra como zona de herbaje para ganado, no obstante, tras los cambios favorables para el vecindario, veremos que al final este solo percibirá anualmente un total de 100 reales de vellón y doce gallinas jóvenes.

Por otro lado la corona recibía del escaso vecindario 22.497 maravedís en impuestos, es decir, unos 331 reales, no habiendo además molino que explotar como el que si veremos en la mayoría de localidades, lo que ya nos da un poco la idea de las limitaciones con las que se enfrentaba este enclave.


Caracenilla

El señorío de esta pedanía optense fue comprado durante el siglo XVII por la familia Sandoval-Pacheco al coste de un cuento y trescientos cincuenta y nueve mil y trescientos treinta y cinco maravedís, teniendo en ese momento (año 1632), un total de 50 casas de vecinos, es decir, unos 200 habitantes. De las alcabalas se recogía un pago cercano a los 30.000 reales, un impuesto que recordaba la cantidad excesiva que se le imponía a un núcleo que estaba creciendo, pero donde queda constancia de la consolidación de una burguesía y nobleza local que con el trascurso de las generaciones fue adquiriendo poder, llegando incluso a plantar clara al mismo señor. Así ocurrirá con familias como los Garrote y los Alcázar, quienes se alzaron como el arquetipo del labrador con disponibilidad de bienes e influencias en el lugar, teniente de un patrimonio agrícola que le valdrá para despuntar en el área de influencia en la que se movía, pretendiendo así dominar la jurisdicción ordinaria de la localidad, además de negar vasallaje a su señor. A mediados del siglo XVIII había 127 casas de habitantes, lo que venía a ser una cifra probablemente cercana al medio millar de personas como mínimo, uno de los periodos que nosotros creemos que pudo ser de los más prósperos en la localidad, tal y como lo demuestra el crecimiento demográfico y los pagos de misas que se desprenden de los libros de defunciones de su parroquia, manifestándose una clara disponibilidad de ingresos en algunos de sus habitantes.

Caracenilla

Verdelpino de Huete

Aunque desconocemos bastantes datos sobre el Verdelpino de los tiempos del medievo, veremos como su señorío a mediados del siglo XVIII estaba controlado por don Antonio de la Rada y Velasco, Marqués de las Cuevas de Velasco, familia a la que por aquel entonces se le embargó la jurisdicción por decreto del Concejo de Hacienda, recibiendo únicamente 127 reales de vellón de manera anual, y contribuyendo sus vecinos a la corona mucho menos de lo que lo hacían los de Caracenilla. Un siglo antes, a mediados del siglo XVII, la familia de la nobleza con ascendencia conversa de los Sylveira se hizo con este señorío, al comprarlo don Diego de Sylveira, quien se lo transmitirá a su hijo don Jorge de Sylveira, hasta que inmediatamente caerá en manos de los Velasco en 1679.

A mediados del siglo XVIII en Verdelpino había algunas familias de la nobleza local, destacando el caso de los Alcázar, quienes ya habían conseguido un reconocimiento que se manifestará con la ejecución de su casona solariega, y que luego recaerá en la estirpe de los Jaramillo.

Llama la atención la cantidad de molinos que había en la localidad, un total de cuatro, tres harineros y uno de aceite, además de un horno de pan-cocer, de los cuales uno era propiedad del concejo de la villa (el molino de Valdecabras) además del horno, el segundo molino (el de Calzadilla) era de un miembro de la familia Sandoval, residente en Huete y que tenía arrendado. El restante harinero y llamado de Espantaperros, pertenecía al linaje Albendea, siendo por tanto de titularidad privada. Por otro lado el de aceite también era de un particular, concretamente del noble don Diego de Alcázar y Medina, linaje vinculado con el Santo Oficio y poderosas líneas de parentesco entre los enclaves de Caracenilla como en el referido Verdelpino de Huete.

En tiempos del Catastro de Ensenada había un total de 146 viviendas, lo que nos da un cómputo muy superior al medio millar de habitantes. Tengamos en cuenta que la abundancia de fuentes en el término municipal (más de una veintena) según el geógrafo Tomás López, y la regularidad demográfica de un vecindario que siempre se mantuvo con cifras de habitabilidad estables, permitieron la base de una burguesía agrícola a nivel local, que en casos como el de los Alcázar o Solera, proyectó a muchos de sus representantes en el brazo eclesiástico, donde estos vieron una oportunidad para seguir promocionando socialmente a los suyos.

Verdelpino de Huete

Saceda del Río

A mediados del siglo XVIII Saceda era un lugar de realengo, no dependiendo por ello de ninguna presión señorial. La localidad tenía dos molinos, uno harinero y otro como lagar. El primero estaba en manos de particulares, más concretamente de un integrante de la familia de la nobleza local de los Martínez. El otro era propiedad del concejo, estando arrendado a un miembro de la casa de los Saiz, otro linaje con solera en el municipio desde siglos atrás. El vecindario no ascendía más allá de unas noventa y pico casas, es decir, alrededor de unos 400 habitantes aproximadamente, habiendo diferentes familias de la burguesía agrícola vinculadas con el clero, tal y como ocurrirá con los López-Lobo.

Saceda del Río

La Peraleja

Para finalizar, La Peraleja es otro municipio que queríamos reseñar en este estudio, y que guarda ciertos paralelismos con Saceda, por no haber estado sometido a un dominio señorial y funcionar como una villa de realengo por aquella época. Había un molino propiedad de la familia Parada, además de otro de aceite perteneciente a la villa. El municipio contaba con 225 casas de vecinos, es decir, alrededor de unos 900 habitantes, siendo la cifra más elevada de las localidades que hemos estudiado, y en donde se refleja esa abundancia de linajes pertenecientes a la burguesía agrícola, como ocurrirá en el caso de los Jarabo, Vicente, Hernánsaiz, junto otras familias asociadas a su órbita social.

La Peraleja

Conclusiones

Analizando las cifras de pobres de solemnidad que nos aporta el referido Catastro de Ensenada, veremos que en La Peraleja hay un total de media docena, es decir, uno por cada 150 habitantes; mientras que en Caracenilla había un par de pobres, con lo que el cómputo medio salía alrededor de poco más de una persona sin recursos por cada 250 habitantes aproximadamente. Saceda del Río, Carrascosilla y Villarejo de la Peñuela no mencionan ninguno, lo que evidencia que a grandes rasgos podemos decir que las localidades mientras más grandes eran, la cantidad de familias con menor poder adquisitivo ascendían, algo lógico en el sentido de que siempre por probabilidad estadística podía haber gente con más dificultades económicas al existir en el lugar más personas viviendo.

Cierto es que a pesar de que todos estos enclaves se engloban dentro de un mismo tejido económico que vive primordialmente del campo y dispone de un complemento ganadero, dejando de lado el caso de Carrascosilla, al ser una aldea con una serie de particularidades socioeconómicas que dista bastante del resto, a mediados del siglo XVIII en Villarejo había 6 jornaleros, en Caracenilla 27, en Verdelpino un total de 55, en Saceda se dice que aunque casi todos sus habitantes poseen alguna propiedad, en la localidad hay 28 jornaleros que complementan su trabajo con otro oficio, mientras que en La Peraleja existían un total de 25.

Tomando estos datos, podemos desprender que no se puede extrapolar una regla general entre el número de habitantes, pobres y jornaleros, pues vemos como en Saceda, teniendo un vecindario que no llega al medio millar, hay casi una treintena de personas que han de trabajar las tierras de sus vecinos, mientras que en La Peraleja, con el doble de residentes existe una cifra similar. Tengamos en cuenta que ambas son poblaciones de realengo, representando su vecindario más desahogado con diferentes familias de labradores acomodados.

El caso de Verdelpino es otro tema con variables locales a tener en cuenta, por el hecho de que realmente hay una docena de familias (parientes entre todas ellas), que cuentan con una abundante cantidad de tierras, y que explican ese más de medio centenar de vecinos que han de trabajar tierras ajenas, en una localidad que tenía una cifra de habitantes similar al de Caracenilla, enclave donde los números de jornaleros y pobres son similares a los de Saceda, aunque teniendo en el caso de Caracenilla mayor cantidad de vecinos.

Podemos decir que en las poblaciones mientras más reducido es su tamaño, menores desigualdades sociales existían entre sus habitantes, al estar la tierra un poco más repartida, incrementando la diferencia a medida que estas van ganando vecinos, aunque también teniendo en cuenta la proliferación de linajes locales, que son al final los que retienen una parte, en detrimento de otros que no llegan a poder prosperar en las mismas condiciones, como apreciaremos en los casos de Saceda del Rio y especialmente Verdelpino de Huete. Como sabemos muchos de estos tenían propiedades en otras partes de términos municipales cercanos, por ello establecer una escala de distribución acorde a la extensión del lugar en el que residían no tiene sentido.

En el caso de Caracenilla y La Peraleja apreciamos cierto repartimiento de bienes entre las familias, que no generan las desigualdades que presenciamos en Saceda o Verdelpino, fomentando la aparición de una burguesía agrícola que potenciará su afianzamiento con el trascurso de las generaciones.

Decir que todas estas localidades tienen en común el ser enclaves con una notable proliferación de enlaces conyugales entre vecinos, en los que se comprueba esa mentalidad generalizada y extendida por el territorio de que más valía el malo conocido que el bueno por conocer, de modo que la tierra no se disgregaba entre gentes de zonas alejadas, a pesar de que como bien sabemos el sistema de herencia en esta zona seguía un modelo equitativo o partitivo, que nada tendrá que ver con el que conocemos en Catalunya o País Vasco, donde premia la figura del heredero primogénito. En este sentido, apreciamos tres modelos de sociedades agrícolas en este análisis somero que hemos realizado, que a pesar de insertarse dentro de un mismo territorio geográfico, ofrece diferencias, marcadas por variopintos factores de índole local, que nos dibujan complejos escenarios, en los que es necesario analizar a fondo el perfil local de cada uno, huyendo de parámetros generalistas que nos permitan entender mejor como era la vida entre sus gentes.

Lugares como Carrascosilla o Villarejo nos recuerdan que una reducción del vecindario muchas veces permite una mayor homogeneidad entre sus vecinos, al estar repartido el patrimonio de una forma más similar y por disponer de espacios de trabajo muy concretos, en los que uno ya prevé que tipo de enlaces matrimoniales se van a establecer entre sus gentes, al moverse la mayor parte de su sociedad en un régimen de políticas cerradas o endogámicas.

En localidades con cierta cantidad de habitantes, y por tanto, un número mayor de familias, empiezan a crearse grupos de poder, además de rivalidades con las sucesivas luchas, que premiarán a unas casas en detrimento de otras. Siendo posiblemente este el caso de Verdelpino, donde la familia Alcázar consolidará su posición hegemónica, en un lugar de escasa variabilidad demográfica, en el que las familias que se insertan dentro de su órbita de poder, serán al final las que se verán favorecidas en el momento de querer prosperar dentro o más allá del marco local en el que se encontraban.

Por último, veremos municipios, con gente entre los 500-1000 habitantes, donde se percibirá un control del lugar por determinados linajes, que sin necesidad de exagerar las diferencias entre ellos, permitirán el establecimiento de una sociedad dedicada al trabajo agrícola, capaz de crecer y dar familias con nombre, a pesar de que otras se ven rezagadas en su intento por medrar, no generando un modelo desigualitario como el anterior, pero donde ya veremos una modesta jerarquía entre sus vecinos, siendo así el caso de Saceda, Caracenilla y La Peraleja.

Valgan pues estas líneas para entender un poco mejor esa mentalidad de nuestros antepasados, en municipios inferiores al millar de almas, que a pesar de su reducido tamaño, uno empieza a configurar a través de las las estructuras sociales y mentalidades que nos valen para elaborar una radiografía social de su vecindario hace unos siglos atrás.

David Gómez Mora

(Referencias extraídas del Catastro de Ensenada de las localidades de Villarejo de la Peñuela, Carrascosilla, Caracenilla, Verdelpino de Huete, Saceda del Río y La Peraleja)

El Molino de la Gregoria

El río Piqueras es la principal arteria fluvial que encontramos cerca de las inmediaciones del casco urbano de la localidad conquense de la que cobra su nombre. En las afueras del municipio, a poco menos de dos kilómetros de distancia, en el margen izquierdo del camino que conduce hasta Valera de Abajo, apreciamos las ruinas del antiguo molino que hubo en este localidad, y sobre el que hasta la fecha es el único del que hemos encontrado alguna referencia escrita.

Los molinos harineros se ubicaban en zonas cercanas a los pueblos, así como junto a cauces que tienen un transporte hídrico regular. En el caso de Piqueras, sabemos que antaño además del molino, había junto a este un espacio habilitado para que el molinero pudiera alojarse con su familia, sin perder así tiempo en desplazamientos entre el lugar de trabajo y su hogar. Tengamos también en cuenta que una parte de la familia solía estar implicada en las labores que conllevaba su funcionamiento permanente, tal y como ocurría en muchos de estos oficios en los que no solo se bastaba con la acción desempeñada por el personaje que figuraba como titular o encargado en la documentación.

Gracias al Catastro de Ensenada, sabemos que a mediados del siglo XVIII este molino era propiedad de los señores de Piqueras, es decir, estaba bajo posesión de los Condes de Cifuentes (la casa de los Silva), quienes eran descendientes de la familia Ruiz de Alarcón y que durante siglos atrás había dominado este territorio. En el momento del catastro, la descripción que se da de esta construcción es la de un molino que está “compuesto solo de una piedra de rodezno, que por ser de chorrillo, y moler en todo tiempo, a valladas, produce por arrendamiento 33 fanegas de trigo”.

Molino de Piqueras del Castillo

En el caso de Piqueras, como en cualquier otro molino, aprovechando el agua desviada y que movilizaba el rodezno, se ponía en funcionamiento toda su maquinaria. Recordemos que uno de los trabajos que debían realizarse periódicamente para su mantenimiento era el de picar la ruedas, pues el desgaste de la piedra volandera al moverse sobre la fija era considerable, haciendo por ello que cada varias semanas o mes y pico esta hubiese de ponerse a punto, al tratarse en este caso de una muela blanca o de tipología francesa. Recordemos que las muelas francesas solían tener en su zona esculpida entre unas 10 ó 14 líneas principales para ejercer la función de fricción y consiguiente molienda del trigo.

Esta operación era necesaria, puesto que sino la harina que se producía no adquiría la calidad deseada. El mantenimiento de la piedra o rueda del molino era una labor netamente de cantero, y es que no hemos de olvidar que los molineros necesitaban partir de conocimientos tanto en ebanistería, contabilidad, como en ese arte antiguo de trabajar la piedra. En muchos casos, ocurría que la muela podía presentar fracturas, por lo que si la fisura no era muy pronunciada, el problema se solventaba con una pasta que se hacía con higos, y que una vez que se secaba y se mezclaba con la harina de la muela, le daba una consistencia muy grande a la pieza.

En Piqueras hemos observado como todavía entre los restos del edificio se aprecia en una de sus paredes enlucidas, un croquis donde se detalla el rayado que tenían las caras de las volanderas.

Sabemos que una vez preparada la rueda, así como todo el proceso que suponía regular la entrada de agua dentro del mecanismo para que la turbina activara el rodezno a través de un eje que transmitía la fuerza de movimiento a la muela movediza, esta debía girar a una velocidad concreta y controlada, ya que de lo contrario podía haber problemas, que afectaban a la calidad de la harina o vinculados con el deterioro de la muela, repercutiendo igualmente en la cadena de producción.

El tejado del molino piquereño era a dos aguas, sustentándose sobre una mampostería reforzada con yeso, habiendo ladrillos de adobe en el primer nivel. Gracias al referido enlucido que se conserva en una de las paredes del molino, y siguiendo la deducción que mantienen José Serrano Julián y Miguel Antequera Fernández en el capítulo dedicado a los ingenios hidráulicos en el alto Júcar Conquense, podemos suponer que el juego de muelas de esta construcción estaba compuesto por una muela francesa, y otra que denominaríamos de tipología catalana.

El canal que se efectuó junto al río Piqueras para desviar el agua de su cauce y dirigirla así hasta el molino, finaliza en una presa de unos cinco metros de profundidad. A día de hoy este espacio se encuentra abandonado y en estado de ruina, habiéndose desprendido el acceso principal que comunicaba las dos orillas del cauce fluvial para acceder hasta el molino.

Conocemos una parte de la historia de la familia que lo llevó durante la segunda mitad del siglo XIX, aunque queda claro y a tenor de la fecha de los elementos constructivos que componen las ruinas del edificio, que este durante una parte del siglo XX todavía estuvo en funcionamiento.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo

martes, 19 de julio de 2022

El relato de la aparición de la imagen de la Virgen de Nuestra Señora del Monte de La Peraleja

Durante la segunda mitad del siglo XVIII uno de los ilustres hijos peralejeros, el dominico Fray Juan González-Breto, quien descendía de una de las familias de la nobleza local, y que estuvo en el Real Convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, redactó unos versos qua afortunadamente nos han llegado, y que cuentan el origen de la tradición que relaciona la imagen de esta Virgen con la devoción que le prestaría su vecindario desde tiempos antiguos.

La tradición atestigua que en tiempos de la dominación islámica, los cristianos que habitaban este lugar escondieron una imagen, hasta que siglos después, una noche de primavera, desde el pueblo se vio a lo lejos una luz, que al principio se creía que era fruto de la hoguera de algún pastor que había encendido paliar el frío.

Nada más lejos de la realidad, después de aquello, algunos curiosos del municipio, y entre los que se cita al noble Juan de Aza, acudieron hasta ese punto donde se atisbaba aquella luz, descubriendo para asombro suyo, que en ese enclave, en lugar de los restos de una hoguera, lo que había eran un montón de cantos de piedra apilados, que mientras empezaron a moverlos, se apreció como en su parte central afloraba una cara, y que una vez liberada del resto de piedras, se comprobó que era la talla de una Virgen envuelta en un lienzo blanco, bautizándose por ello con el nombre de la Madre de Dios del Monte o Nuestra Señora del Monte, tal y como hoy la conocemos.

Se dice que para la elección del ermitorio en el que se custodiaría su imagen, el hidalgo Juan de Aza, mandó realizar una procesión, para que aquel lugar en el que parase su caballo, fuese el sitio en el que se decidiera erigir una ermita dedicada a la Virgen. Una construcción simple armada con yeso y pedernal, que contaría además con su clásica espadaña donde se colocaría una campana, pagada con los donativos de los vecinos del pueblo.

La Virgen del Monte será sin lugar a duda una de las advocaciones más queridas entre los peralejeros con el trascurso de los siglos, siendo sacada en rogativas pro pluvia cuando las situaciones de sequía empeoraban con creces el periodo de las cosechas.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

¿Una rogativa pro pluvia en 1658 en La Peraleja?

En uno de los sillares de la Iglesia de San Miguel Arcángel de La Peraleja apreciamos una inscripción que se gravó en la piedra de la esquina del templo, donde reza la leyenda de que el 17 de mayo de 1658 se bajó la imagen de la Virgen hasta la localidad. No sabemos el motivo por el que un hecho como aquel pasaría a ser recogido de esta forma, aunque teniendo en cuenta lo inusual de lo ocurrido, podemos presuponer que sería con motivo de alguna situación extraordinaria en la que los vecinos se vieron en la necesidad de suplicar una ayuda divina.

Recordemos como en el texto del dominico peralejero Juan González-Breto, se indica que la imagen de la Virgen del Monte se sacaba en procesión para que intercediera cuando las sequías se prolongaban, y por tanto hacia falta agua en los campos. Partiendo de ese hecho, podemos entender que el haberse esculpido en la piedra de un edificio religioso un episodio como este, tuvo que deberse a una situación que probablemente ya vendría agravada desde tiempo atrás, y que por esas fechas comenzaba a causar estragos entre la población.

En un intento de localizar algún atisbo o consecuencia de ese episodio en el número del registro de defunciones que se anotaban en el libro de la parroquia, hemos de decir que no hemos detectado ninguna variable que hiciese presagiar una afección en el incremento de las muertes, tal y como podía ocurrir en periodos en los que las malas cosechas iban de la mano con momentos de hambruna y consiguientes enfermedades que disparaban el número de fallecidos.

Para realizar este ejercicio comparativo, hemos recurrido al libro segundo de defunciones de La Peraleja, y que abarca un periodo desde el año 1614 hasta 1693. A primera vista, analizando las series de años de los volúmenes en que el párroco anotaba los diferentes sacramentos que se celebraban en la iglesia parroquial, podemos plantear la hipótesis sin miedo a equivocarnos de que se desprende cierto desentendimiento en la obligación de registrar correctamente cada una de las entradas que este inscribía (el licenciado Miguel Chamorro), pues era el encargado en esos momentos de llevar a cabo esta tarea, puesto que veremos cómo los nombres de todos aquellos vecinos que se han casado o fallecido en la localidad, suelen estar desprovistos de referencias que por norma general el párroco había de anotar.

Inscripción de 1658

Analizando los registros que efectuó durante un periodo de años considerable el licenciado Miguel Chamorro, apreciamos una clara escasez informativa, que a los investigadores nos conduce a una falta sustancial de información para entender un poco mejor la historia del municipio, tanto por lo que respecta a los matrimonios (ya que omite muchísimas veces el nombre de los padres de los contrayentes), así como en las partidas de defunción, en las que a modo de hipótesis, presuponemos que puede existir un vacío en el número de muertes de vecinos, al no haber registrado todas. Lo único que podemos afirmar con seguridad, es que este muchas veces no especifica la época del año en la que los feligreses van falleciendo, no obstante este problema por desgracia será más habitual de lo que nos podemos imaginar en otras parroquias.

Precisamente, es a colación de este tipo de situaciones, donde radican muchos de los quebraderos de cabeza por los que hubieron de pasar párrocos posteriores en el momento de intentar averiguar los grados de parentesco entre vecinos, al resultar la partida matrimonial la fuente más recomendable para solucionar este tipo de cuestiones.

Cierto es que los libros de protocolos notariales, gracias a las referencias testamentarias, pueden subsanar la omisión de la paternidad en esas partidas de los peralejeros. No obstante, la falta de una señalización del mes en la que se produce el fallecimiento, nos impide precisar un estudio de la estacionalidad de las defunciones, pues escogiendo los testamentos de los protocolos notariales, veremos que no siempre todos los vecinos podían redactarlo si carecían de bienes, así como que el hecho de que estos mandasen escribir sus últimas voluntades ante una inminente muerte, aquello no significaba que el enfermo falleciese inmediatamente a la redacción del documento, pues veremos como en ocasiones se realizan codicilos y arreglos con diferencias de años, y que muchos elaboraban de forma preventiva, independientemente de su estado de salud.

A continuación hemos realizado un recuento de los fallecidos en el libro segundo de defunciones de la parroquia entre los años 1653-1662, una franja que consideramos más que apta para ver si la sequía se tradujo en un incremento de las defunciones medias que se producían en el municipio. Hemos de decir que cuando indicamos el fallecimiento de niños, estamos englobando lo que hoy designaríamos como el grupo de menores, es decir, desde recién nacidos hasta los 18 años aproximadamente, pues como sabemos muchas veces en este tipo de registros no se especifica si era un mozo o un niño con varios días el que moría, sino que simplemente que era hijo o un joven que dependía de sus progenitores.


AÑO 1653

1 niño en marzo

1 niño en mayo

1 niño en agosto

1 adulto en septiembre

2 adultos y un 1 niño en octubre

1 niño en noviembre

1 adulto en diciembre

TOTAL: 5 niños y 4 adultos (9 muertes)


AÑO 1654

1 adulto en ¿?

3 adultos en marzo

1 adulto en abril

2 adultos en ¿?

1 adulto en junio

2 adultos en ¿?

1 adulto en agosto

5 adultos y 2 niños en ¿?

1 adulto en septiembre

6 niños en ¿?

1 adulto en noviembre

TOTAL: 8 niños y 18 adultos (26 muertes)


¿AÑOS 1655-1656?

15 adultos en ¿?

9 niños en ¿?

1 adulto en noviembre de 1656

5 adultos ¿?

3 niño en ¿?

TOTAL: 12 niños y 21 adultos (33 muertes, media de 16 por año)


AÑO 1657

1 adulto en enero

3 niños en ¿?

3 adultos en junio

4 niños en junio

2 niños en ¿?

TOTAL: 9 niños y 4 adultos (13 muertes)


AÑO 1658

1 adulto en marzo

1 niño en ¿?

1 adulto en abril

1 adulto en mayo

3 niños en ¿?

1 adulto en junio

2 adultos en agosto

1 adulto en diciembre

TOTAL: 4 niños y 7 adultos (11 muertes)


AÑO 1659

2 adultos en enero

1 adulto en febrero

1 adulto en marzo

1 adulto en agosto

1 adulto en octubre

1 niño en ¿?

TOTAL: 1 niño y 6 adultos (7 muertes)


AÑO 1660

1 adulto en enero

1 niño en ¿?

1 adulto en marzo

1 adulto en ¿?

1 niño en ¿?

1 adulto en abril

1 niño en ¿?

2 adultos en mayo

1 adulto en agosto

1 niño en ¿?

1 adulto en diciembre

TOTAL: 4 niños y 8 adultos (12 muertes)


AÑO 1661

2 adultos en mayo

1 adulto en ¿?

4 adultos en ¿?

3 niños en ¿?

1 adulto en septiembre

1 adulto en ¿?

2 niños en ¿?

TOTAL: 5 niños y 9 adultos (14 muertes)


AÑO 1662

1 adulto en enero

1 niño en ¿?

1 adulto en febrero

1 niño en marzo

1 niño en abril

1 adulto en mayo

1 adulto en ¿?

4 niños en septiembre

1 niño en octubre

1 adulto en diciembre

1 niño en diciembre

TOTAL: 9 niños y 5 adultos (14 muertes)


Partiendo en el supuesto caso de que el licenciado más o menos pudo anotar todas las defunciones que se irían produciendo en la localidad, vemos como durante el año de la rogativa y anteriores, no hay un incremento sustancial en las cifras de muertos que haga presagiar un empeoramiento o aumento de la mortandad media de los peralejeros. Si bien es cierto, durante el año 1654 se disparan tanto en niños y adultos estos números, aunque ello en principio no tendría nada que ver con la rogativa que se efectuaría tres años y pico después.

Es más, cabría decir que a raíz de ese momento, llegamos incluso a percibir un descenso en el número de niños fallecidos desde la época de la rogativa hasta la llegada del invierno de 1660, durante el que solo en un intervalo de 20 meses, únicamente ha fallecido un menor, un registro que solo se ve esa vez en toda la serie que irá desde el año 1653 hasta 1662. Podemos pensar que si Miguel Chamorro anotó las defunciones que se produjeron de forma precisa, a pesar de no dar detalles sobre el día y mes en el que acontecen, que esta reducción de la mortandad infantil en el pueblo tuvo que vincularse con una intervención de la Virgen, ya que precisamente su llegada al pueblo, coincide con el momento durante el que la población joven dejará de fallecer, cosa que alimentaría y explicaría más si cabe el incremento de la devoción hacia su imagen.

Además de este dato, no apreciamos hechos significativos entre la comparación sobre la proporción de niños y adultos fallecidos a lo largo de los años, pues veremos cómo esta va variando, sin establecerse un patrón o dinámica fija. Ello unido a la dificultad de poder interpolar datos con esa situación que no sabemos hasta qué punto pudo haber estado vinculada con la necesidad de plasmar en la pared del templo un episodio como aquel, nos lleva a la conclusión de que resulta muy difícil atisbar un nexo entre la evolución de la cifra de fallecidos con la necesidad de traer la Virgen a la localidad. Todo ello teniendo en cuenta como se ha indicado al principio, que partimos de la hipótesis de que los datos aportados por el párroco a pesar de poder ofrecer lagunas que afectarían a una interpretación genérica de la evolución demográfica del vecindario peralejero de esos tiempos, a grandes rasgos no distarían mucho de lo que acaecería en la localidad.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja


Referencia:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones de La Peraleja (1614-1693), Sig. 30/15, P. 816

lunes, 18 de julio de 2022

Las construcciones de piedra en seco. Sociedad rural y arquitectura tradicional

Conocer a fondo el patrimonio vinarossenc o peniscolà (en nuestro caso), es una cuestión sumamente ardua, debido a la cantidad de elementos arquitectónicos, etnológicos y de otros tantos tipos que abundan en sus muchos kilómetros cuadrados de término municipal. La antigua sociedad agrícola, y que marcó de manera decisiva el perfil económico de estas localidades como el de sus alrededores, nos ha dejado resquicios de un pasado que a día de hoy es uno de los mejores ejemplos que acercan a la gente al conocimiento del quehacer diario de muchos de nuestros ancestros.

Labradores, jornaleros, pastores y ganaderos..., un conjunto de profesiones que se diferencian por simples matices a la hora de encuadrarlas desde la perspectiva social, pero que ayudan de forma directa en el momento de querer comprender que rumbo fue tomando nuestro municipio con el paso de los siglos. En este sentido, el desarrollo de un modelo basado en el cultivo de secano, y que a partir del siglo XVIII cobrará un enorme protagonismo con la expansión de la vid, harán de este territorio un punto que paulatinamente se irá enriqueciendo, evolucionando por tanto hasta ese modelo de economía local, y que tan fuertemente se vivió en estas tierras desde los tiempos de las guerras carlistas.

Será precisamente durante esta fase histórica que abarca varios intervalos tanto de la primera como segunda mitad del siglo XIX, cuando muchas de las construcciones rurales de piedra en seco que se conservan actualmente en Vinaròs, comenzarán a levantarse, persistiendo hasta nuestros días, muestra de un legado sobre el que hay que sensibilizarse, y del que afortunadamente hace varios años ya se promovieron diferentes actos de tipo cultural por parte de los agentes locales, en busca de fortalecer un elemento arquitectónico que alberga mucho valor histórico, pero especialmente identitario.

Barraca de piedra en seco en el término municipal de Vinaròs

El aprovechamiento de las construcciones de piedra en seco se remonta a tiempos antiquísimos, donde la mano del hombre es consciente de como puede aprovechar los recursos minerales que le pone a disposición el relieve sobre el que se encuentra asentado el ser humano. Los márgenes, las barracas y otros tantos elementos de idéntica tipología artesanal, vienen empleándose desde siglos y siglos atrás, no obstante su falta de mantenimiento, hacen que poco a poco comiencen a deteriorarse. Poder datar la construcción de una barraca u otra obra de características similares, es una tarea sumamente compleja, pues no hay un patrón establecido que haga coincidir su tipología con un momento histórico, puesto que eran obras alzadas por hombres anónimos, cuya habilidad era un tema absolutamente personal. En su inmensa mayoría se trataba de campesinos dotados de una capacidad, que dependiendo de su grado de habilidad, materializaban con uno u otro aspecto cada una de estas construcciones.

Ejemplo de una construcción con la técnica de la piedra en seco en la Serra d'Irta (Peñíscola)

La capacidad de muchas de estas barracas no es nada despreciable, presentando diferentes modelos cuya planta puede ofrecer una forma rectangular, cuadrada o circular. En algunas podían descansar hasta 4 ó 5 personas, es decir, una familia entera que durante temporadas concretas se desplazaba hasta el lugar para aprovechar al máximo el tiempo, evitando así largos desplazamientos entre las fincas ubicadas en las zonas alejadas del término municipal respecto sus viviendas.

El mismo Cavanilles destacaba con detalle a finales del siglo XVIII las peculiaridades agrícolas y edafológicas de Vinaròs. Seguramente tanto a él como a otros viajeros que transitaron anteriormente, nuestro paisaje armado de piedras con márgenes y barracas acabaría llamándoles la atención. Y es que no sería para menos, pues todas y cada una de estas construcciones, son al fin y al cabo una obra de arte que define a la perfección la forma de vida de un campesinado que sabía aprovechar todo lo que tenía a su disposición.

En su momento Vicente Meseguer elaboró un trabajo que para nosotros será una de las principales guías en las que acabaremos apoyándonos para comparar algunas de las barracas que hemos ido identificando en el municipio de Vinaròs con las que él ya estaba familiarizado y que reflejó en su “Arquitectura popular de pedra seca al terme de Vinaròs”. Lo cierto es que su trabajo se centró especialmente entre las partida de les Sotarranyes y les Planetes.

En nuestro caso, hace unos diez años, junto con el botánico Dídac Mesa, intentamos catalogar todas las que vimos por el término municipal de Vinaròs. El resultado fueron más de trescientas construcciones dentro de las que englobaríamos barracas, y que en su inmensa mayoría debemos datar su fecha de construcción durante la segunda mitad del siglo XIX, así como primera de la centuria siguiente.


La antigua sociedad agrícola de Vinaròs

Que el área septentrional de las tierras de Castellón siga siendo una zona con un elevado componente rural es un hecho incuestionable. Esto se explica tanto por las características geomorfológicas de su entorno, además de la baja presión demográfica que durante toda su historia ha tenido el territorio que ocupa. Posiblemente este sea uno de los factores que en parte ha permitido que se preserven y sigan de manera inalterada muchas de las construcciones a las que aquí nos estamos refiriendo.

Uno de los elementos más emblemáticos de este tipo de construcciones son los márgenes o paredes de piedra, y que servían para delimitar la propiedad de los agricultores, además de frenar la erosión del terreno cuando estaba abancalado, pues de esta manera no se perdía parte del sustrato edáfico para que siguiera siendo un espacio cultivado. Hemos de pensar que se había de tener cierta destreza para llevar a cabo su construcción, puesto que esa obra había de permitir el drenaje de las aguas de lluvia.

Conocemos diferentes tipos de márgenes, como sucede con los que tienen forma de espiga. Otra de las utilidades de estas obras era la de estructura para guardar el ganado, dejándose una apertura no muy grande, pero sí lo suficiente ancha para que pasara una oveja de manera individual, pudiendo contabilizar así las cabezas de animales que tenía en ese instante cada pastor. Meseguer define con precisión este tipo de actuación: “El -marge-, que concreta y delimita un espacio, es un tipo de pared hecha generalmente, de piedra en seco que sirve para contener las tierras de ladera, evitando el deslizamiento y creando franjas escalonadas de tierra cultivable en forma de -bancals-, con un anchura de unos metros y elevación de uno, dos y hasta más metros (…) la coincidencia de los márgenes con las plantaciones, y las curves de nivel, es una práctica agrícola respetuosa con el suelo y en absoluto disputada con la productividad. Los -marges- y -bancals- son un aspecto interesante y característico del Maestrat, herencia de múltiples experiencias humanas lejanas en el tiempo y escampadas por el Mediterraneo” (Meseguer i Simó, 2001, 78). Como ya tan acertadamente apuntó Meseguer (2006, 15), la mayoría de los márgenes que veremos en el término municipal de Vinaròs, obedecen a funciones linderas, y de marcaje de propiedades, en lugar de su uso como espacios de contención, no obstante en zonas con pendiente como sucede en el Puig de la Misericòrdia, si que apreciaremos la prolongación de largos muros de piedra, que persiguen esa finalidad a la hora de retener la erosión y pérdida de superficie edafológica, especialmente durante fuertes temporales de lluvia, en los que las escorrentías pluviales pueden llegar a causar graves daños a este tipo de tierras escalonadas.

Es importante hacer una distinción entre el concepto de labrador y jornalero, pues los primeros eran aquellos propietarios de tierra, y que dependiendo de su extensión como producción, obtenían un determinado tipo de ganancias, que no les hacia depender de nadie, llegando también a contar con una serie de trabajadores a sus servicios, que los hacían ocupar un determinado estatus dentro de la burguesía rural. Por otra parte los jornaleros o mozos de campo eran aquellas personas sin ningún tipo de propiedad, y que por lo tanto dependían de las labores que les encomendaban los terratenientes o labradores medianos que podían solicitar sus servicios.

La pequeña burguesía rural era el grupo integrado por propietarios que dependían exclusivamente de las ganancias de su tierra. Tenían cierta autonomía, ya que poseían bienes agrícolas. La tierra la trabajaban ellos mismos, y en el caso de disponer de varias fincas llegaban a poseer algún trabajador bajo sus órdenes, siendo por norma general familiares o parientes con los que llegaban a acuerdos en los que no se movían excesivas cifras de dinero. No olvidemos que las piedras y cantos rodados que salían del suelo en el momento de labrar, se recolectaban y aprovechaban para consolidar las obras de la barraca o los muros de los márgenes.

Nombres de partidas como los Boverals, lo Triador o les Deveses son el ejemplo de una forma de vida, de la cual hoy apenas existen muestras palpables. La ganadería en las tierras del norte de Castelló fue una realidad extendida, con especial ahondo en els Ports de Morella. Vinaròs también contó con masos, unas viviendas adscritas a una explotación de cierto tamaño, que iban acompañadas con una explotación de tierras, en las que se combinaba la producción agrícola y de tipo ganadero. Desde los primeros momentos se convertirán en propiedades que daban cierto prestigio al que las tenía, puesto que eran familias con disponibilidad de ciertos recursos.

En muchas ocasiones estos propietarios las arrendaban, lo que permitía que la familia viviese cómodamente en un lugar mejor comunicado. El mas era un espacio donde se disponía de una completa autonomía, pues allí se podía moler la harina, producir aceite, fabricar queso y proveerse de carne. Algunos incluso llegaban a tener una bodega, porque si había campos de viñas, era normal que su propietario destinara una parte de la producción para consumo personal. Tampoco tenemos que olvidar el palomar, normalmente aislado de la estructura residencial, y que conformaba parte de aquel entramado arquitectónico, en el que el orden de la planta era lo de menos. Un aspecto que consideramos sumamente importante, al estar cargado de simbolismo para esa pequeña burguesía rural que verá en la tenencia de una o varias parcelas de tierra una forma de proyectar su posición social, algo que como define Meseguer, venía reflejando esa esencia “del sentido de apropiación y de fijación de la propiedad, como culminación de todo un proceso de conquista y construcción” (Meseguer y Simó, 2001, 13; en Simó 1992).

En el caso de Vinaròs, los masos que se conservan en la actualidad (con algunas excepciones), son “masets” o pequeñas casas de campo que antiguamente controlaron una explotación mayor, hoy ya abandonada o que a duras penas ha llegado en un pésimo estado de conservación. Conocemos los nombres de algunos de estos: lo Mas d'en Borràs, lo Mas d'en Brau, lo Mas de Noguera, lo Mas de Maestre, lo Mas d'Anglés, lo Mas de Pastor, lo Mas de la Parreta o lo Mas del Pí, por citar algunos ejemplos. La mayoría de los que existieron en nuestra franja litoral se distinguían de los que veremos en el área dels Ports, poseyendo a lo sumo dos plantas, además de un complemento hortícola, donde no podía faltar la característica noria, junto con los “marges” o paredes de piedra, que marcaban los lindes de la propiedad.


Las barracas de piedra

El ámbito rural en el que se moverá el área geográfica que definimos dentro de la demarcación de “la plana de Vinaròs”, será un espacio donde abundarán un amplio abanico de tipologías constructivas siguiendo la técnica de la piedra en seco, y que se complementarán con otras donde ya veremos el uso de argamasa, que le darán una mayor rigidez y resistencia. Solo en nuestro término municipal podemos apreciar multitud de refugios, pozos, cobertizos, cocons, corrales, hornos de cal, barracas, márgenes, norias y otras tantas construcciones de similares características que conjuntamente representan la gran variedad del patrimonio rural que posee este territorio.

Otro elemento que tenemos que remarcar, es que dependiendo de la zona en la que nos movamos, veremos como las definiciones de estas obras irán cambiando. Así por ejemplo mientras que en esta zona la definición de barraca de piedra está muy extendida, en otros lugares se le bautizará como “barraca de viña”, hecho que vendría dado por el tipo de cultivo dominante en el área geográfica donde se encontrase. Cabe distinguir entre lo que serían las barracas, de lo que se denominarán como refugios, y que tal y como su nombre indica, eran espacios reducidos, que a pesar de tener la misma utilidad, solo servían para salvaguardar a duras penas una o dos personas, ante la aparición de tormentas o inclemencias meteorológicas, que tan habitualmente cogían por sorpresa a muchos de nuestros antepasados cuando iban a faenar a los campos.

Las barracas podían emplearse como casetas de campo, donde su propietario almacenaba las herramientas de trabajo. Recordemos que en terrenos pedregosos como el nuestro, era normal que aquellas personas que poseían un patrimonio compuesto por varios jornales de tierra dispusieran de alguna de estas. Su orientación era muy importante, puesto que las entradas nunca debían de estar encaradas en dirección hacia el mistral.

Se cree que estas pueden tener una vida máxima de 300 años sino se llegan a restaurar. Las barracas de piedra se caracterizan por no emplear ningún tipo de argamasa o mortero, solo arena seca para llenar los vacíos. Las entradas tienen una piedra de umbral, que se encarga de sostener el peso de la parte superior.

La vuelta de la barraca es necesaria para que la construcción obtenga una mayor consistencia. Por ello a veces se depositaba ceniza (reble), pues le daba una mayor impermeabilidad, así como arena fina, o incluso pequeñas plantas que servían para otorgarle una resistencia y aislamiento a la zona del techo.

Las barracas eran construcciones con personalidad, pues su obra iba variando (dependiendo del arte y habilidades que poseía cada labrador, pues estos eran mayoritariamente sus artificies). Su mayor uso se le daba durante los meses de septiembre y octubre, fecha que coincidía con la vendimia y la recogida de las algarrobas. En el caso de Peñíscola, como las fiestas patronales siempre caían en septiembre, la temporada empezaba justo la jornada siguiente de su finalización. Algunas de las construcciones llegaban a ser readaptadas, para asemejarse a casas de cultivo, mediante la colocación de puertas, junto otros elementos auxiliares. Como decíamos, estas se hallaban “orientadas, salvos casos excepcionales, hacia el sur/este, dando la espalda al viento de la sierra que es el que con mayor intensidad y frialdad sopla en estas tierras” (Meseguer y Simó, 2001, 32).

Meseguer y Simó (2001, 13; en Simó, 1992) ya destacan el gran reto que suponían crear tierras aptas para el cultivo luchando contra las laderas y pendientes del terreno a través de márgenes de piedra que frenaban la erosión del suelo y permitían una circulación de las escorrentías pluviales. La destreza en el trabajo de la piedra caliza, el saber aprovechar al máximo los recursos naturales de las inmediaciones, adaptándose a las necesidades y exprimiendo al máximo la escasez de medios con los que construir, reflejan de forma espléndida el ingenio de nuestros antepasados a la hora de levantar cada una de estas obras arquitectónicas. Estos mismos autores, nos recuerdan como los campos que se hallaban a una distancia considerable del hogar del labrador, hacían necesaria la construcción de hábitats que servían para refugiarse esporádicamente, bien para pernoctar o estar a cobijo a lo largo del día, evitando así desplazamientos que en aquellos tiempos con sus carros y mulas podían parecer eternos. Estas construcciones protegían de los agentes atmosféricos, como las calurosas temporadas primaverales y estivales o las fuertes precipitaciones otoñales e invernales, y que tantas veces aparecían por sorpresa en medio del campo.

La extensión de la construcción de muchas de estas barracas debemos buscarla en el desarrollo económico que vivirán estas tierras durante el siglo XIX, especialmente en el caso de Vinaròs, cuando los labradores aprovechando los conocimientos y técnicas de sus antepasados, explotarán el uso de las rocas que aflorarán en nuestros suelos, resultando así en el caso de la Serra d'Irta, en el de la Ermita del Puig de la Misericòrdia de Vinaròs, o cerca de una zona torrencial donde la disposición de material rocoso en el cauce o las inmediaciones del río o barranco permitirá disponer de materia prima en abundancia.

El drenaje de las fincas era importante, especialmente en las zonas abancaladas, pues debía de asegurarse que el agua no quedara estancada, imposibilitando así la inundación de las zonas para el cultivo.

También apreciamos que en muchas de estas construcciones, se empleaba una piedra de grandes dimensiones para cerrar el marco superior de la puerta, estando en ocasiones insertada dentro de un arco de medio punto, o directamente habiéndose sustituido por un grueso tronco de madera. Meseguer (2006, 19) en su trabajo sobre la arquitectura popular de Vinaròs, llega a distinguir hasta un total de seis clases de barraca de acorde a su planta (circulares, ovaladas, cuadradas, rectangulares y mixtas de forma circular como rectangular). De la zona estudiada pues extraerse la conclusión de que las barracas de planta cuadrada y rectangular son las que más abundan, al menos en les Sotarranyes de Vinaròs (Meseguer, 2006, 20), a pesar de la dificultad adicional que ofrece el levantamiento de su cúpula, debido al tipo de base sobre el que se han construido.

Ya hemos dicho que los bolos, losas, casquetes y fragmentos de piedra servían para el refuerzo y consolidación de estos edificios. Recordemos que era necesario quitar piedras de las propiedades, ya que por un lado se aprovechaba el espacio como zona de cultivo, así como para delimitar sus muros. La transformación de tierras yermas tras limpiar de rocas su sustrato edáfico, ayudaba a que se extendiera la agricultura. En realidad, cualquier tipo de piedra sirve para realizar estas obras, no obstante, cada una dependiendo de sus cualidades tendrá un papel determinante en la elaboración de estas construcciones. Sabemos que las familias con recursos podían contratar los servicios de labradores especializados en su elaboración, aunque lo cierto es que la inmensa mayoría serán ejecutadas por los mismos agricultores, quienes de forma generacional habían transmitido ese saber, y en parte explicarán el porqué de una singularidad todavía más peculiar en cada una de las obras.

Parece ser que si las losas no eran grandes, debían entonces realizarse más vueltas para cerrar la cúpula, por lo que la barraca debía de ganar una mayor altura. Ciertamente los perfiles escalonados permiten un mayor juego de posibilidades (Meseguer, 2006, 21), ya que otorgan al conjunto más solidez. Las barracas podían ir adosadas a las paredes lindantes de la finca, o encontrarse aisladas.

Veremos que existen diferentes tipos de prototipos, tal y como ya reseñaron en su día Salomé y Meseguer. Algunas como decimos pueden mezclar elementos que vemos de manera individual en otras. Resulta llamativo aquellas que además de refugiar personas también disponían de un espacio para cobijar a las caballerizas, habilitándolas con lo que se conoce como una “menjadora” para que los animales pudiesen alimentarse. Meseguer y Simó (2001, 32) ya nos informan de que “especialmente en las barracas de falsa cúpula, el vano de acceso es bajo y estrecho, de tal modo que la persona tiene que agacharse para poder pasar, en tanto que ningún tipo de caballería tiene posibilidad de acceder a su interior. Esto denota la exclusividad del refugio para las personas y en caso de necesidad las cosechas”.

Márgenes de piedra de la finca del Mellat (Peñíscola)

Otras barracas o casetas de campo que llaman la atención por sus diseños son las de techumbre plana, en cuyo caso antaño estarían protegidas con tejas árabes que le daban inclinación para no colapsar la superficie que resguardaban, y que bien podía ser a una o dos aguas. Estas para sostenerse se apoyaban sobre una superficie interior que se realizaba en la caseta con vigas de madera, en la que se entrecruzaba perpendicularmente una superficie de cañas agrupadas conjuntamente. Algunas de estas construcciones se han restaurado con el paso de los años aplicando mortero de cal y arena, hecho que a pesar de hacerles perder la esencia de la arquitectura estrictamente de piedra en seco, era una forma rápida y sostenible de restaurarlas y fortalecer su estructura a medio-corto plazo, y que obviamente no restaba importancia a la esencia de su obra.

La técnica es sencilla, pero cabe advertir que la estabilidad es importante, especialmente para las esquinas, por ello se guardaban las piedras más resistentes y grandes para esta parte de la obra, además de que toda piedra debe de tener dos piedras encima, así como sostenerse sobre otro par. El lugar escogido no era casual. Las paredes o paredones podían ser simples o a doble cara, rellenándose con pequeñas piedras que le daban mayor consolidación al conjunto. Algunas propiedades cercaban todas sus inmediaciones, exceptuando una parte de la entrada (“la portera”), y que solía fabricarse con maderas entrecruzadas, funcionando así a modo de puerta.

En su interior había espacios con una funcionalidad concreta. Lo veremos por ejemplo con pequeños huecos para dejar enseres, así como las clásicas estacas que colgaban de la pared, en las que se podían dejar alimentos que de este modo no estaban en contacto con las alimañas que merodeaban el lugar. En la zona exterior veremos puntos adaptados para la realización de hogueras, así como espacios en los que poder sentarse en forma de bancos, o mesas en las que se depositaban los alimentos y que se realizaban con grandes losas de superficie llana, daban una mayor personalidad al conjunto.

El adosamiento de pesebres para la caballería junto a las paredes de la misma construcción, creaban en su síntesis un obra de mayor envergadura, además de invitar a un uso más rutinario tras adherirse cisternas como receptores de agua, y que estaban conectados con el techo de la propia barraca, mediante los que se canalizaba el agua de lluvia recogida. Tampoco podemos obviar que en aquellas barracas con mayor espacio de recepción interior, se llegaron a construir chimeneas, que con un simple conducto para airearlas desde el techo, incrementaban si cabe su habitabilidad durante largas temporadas. Una parte concreta del interior era el “pedrís”, es decir, la zona habilitada para el descanso del labrador o pastor.

Algunas barracas llegaban a ocupar una extensión que sobrepasaba los 50 metros cuadrados, extendiéndose en varios habitáculos, con lo cual se podía resguardar a todos los integrantes de una familia, como a los animales de carga que habrían llevado hasta su desplazamiento en la finca. Las alturas por norma general suelen oscilar alrededor de los tres metros, aunque conocemos el caso de algunas que llegan a tener cerca de 4'5 metros, estando en este caso entre las más altas de las que hemos presenciado por ejemplo en el término de Vinaròs. No obstante, Meseguer (2006, 98) llega a citar el caso de una barranca singular en nuestro término, que a través de su perfil escalonado llega a poseer una altura cercana a los 7 metros.

No cabe duda de que existen un amplia variedad tipológica de barracas por lo que se refiere a la técnica utilizada en su construcción. De este modo veremos como las de falsa cúpula se fundamentan en la aproximación de hileras circulares de losas que al ir elevándose por encima del espacio circular o cuadrangular, van cerrando hasta que llegan al punto cenital (Meseguer, 1997). Estas barracas de volta en la zona del Maestrat constituyen uno de los elementos más familiares y naturales del paisaje, conservando características de gran arcaísmo y guardando al mismo tiempo, un extraordinario paralelismo con esas construcciones prehistóricas de las que han estado manteniendo un técnica tradicional y milenaria (Meseguer y Ferreres, 1994).

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Meseguer Folch, Vicente y Ferreres Nos, Joan (1994). “Les casetes de volta del terme de Sant Jordi del Maestrat”. C.E.M., Butlletí 45-46

* Meseguer Folch, Vicente (1997). “El patrimonio etnológico de Canet lo Roig”. C.E.M.

* Meseguer Folch, Vicente y Simó Castillo, Joan B. (2001). El patrimonio etnológico agrario de Benicarló. Antinea

* Meseguer Folch, Vicente (2006). Arquitectura popular de pedra seca al terme de Vinaròs. C.E.M., Sèrie Estudis d'Etnologia del Maestrat. Nº6

* Simó Castillo, Joan B. (1992). “La construcció de bancals i la intel·ligència adulta”. III Jornades del Centre d'Estudis del Maestrat.

domingo, 17 de julio de 2022

Apuntes sobre algunos corrales peñiscolanos en la franja del barranc d'Irta

La vida en el campo peñiscolano ha sido algo que la historiografía local ha tratado en algunas ocasiones, aunque en cierto modo y por desgracia un tanto por encima, hasta el punto de que salvo algunos artículos o fragmentos de obras en los que se dedica un apartado al ámbito agrícola, no hay más información adicional que de manera monográfica nos explique muchas de esas vivencias que afrontaba la gente de antaño. Cierto es que en el libro sobre las memorias que recoge Castell en lo que se refiere a esa sociedad de los tiempos de nuestros abuelos, o en los diversos artículos que ha sacado a la luz el Cronista Oficial del municipio, leemos escritos de notable interés por su valor etnográfico, no obstante, considero que todavía nos queda por precisar o elaborar una obra, que abarque cuestiones más precisas, acerca del campo, la vida y el término rural de Peñíscola.

Nuestro propósito es el de ir indagando en la medida de lo que el tiempo y las obligaciones nos lo permitan, en desentrañar una parte de ese pasado de la Peñíscola agrícola más auténtica, es decir, la del mundo campestre. Un espacio con amplia disposición de territorio virgen, repleto de corrales, casas de labranza y alguna que otra masía.

Peñíscola en términos arquitectónicos estuvo delimitada por un encorsetamiento natural de su geografía urbana, debido a que la trama residencial que la conformó, tanto por motivos estratégicos y políticos le obligó a priorizar el desarrollo de un modelo de asentamiento cerrado, en el que quedaba en cierto modo desprotegido el patrimonio agrícola que se desperdigaba por todo aquello que quedaba fuera de las posesiones que iban más allá de su peñasco, hecho del que da constancia la ruina y pérdidas que le comportaba para la localidad los largos asedios como el de la guerra contra los franceses, y otros escenarios, en los que la documentación recoge el daño y expolio que recibieron sus propiedades agrícolas extramuros.

Se trata de esa “franja olvidada” de la historia local, pero hacia la que el peñiscolano se dirigía muy a menudo excepto en periodos convulsos que se lo impedían. Evidentemente el mar fue el recurso base con el que se consolida una población pesquera, pero del mismo modo, la agricultura y la ganadería complementan simbióticamente ese tejido económico tradicional, donde bancales, barracas de piedra en seco y corrales, son un manifiesto de una vida desconocida a los ojos del forastero.

Ciertamente, a pesar de los grandes cambios a los que se ha visto sometido este territorio durante las últimas cinco décadas, la toponimia aun refleja esa esencia a la que me intento referir, cuando leemos el nombre de partidas, como aquellos corrales que permitieron el desarrollo de una vida campesina, siendo el caso del corral de Nicolau, el corral de don Julio, lo corral Blanc, lo corral Blanc vell, el corral de Sangüesa, el corral dels Poatxos, el corral de la clapissa, el corral de Baltasar, el corral del Pelat, el corral de Mossèn Andreu, el corral de Badal, el corral de Pau, el corral de Figuetes, el corral de Fina, el corral de Castell, el corral de Blanco, el corral del Mas del Senyor, el corral de Colom o el corral de Barrancot, solamente entre otros muchos ejemplos.

Tampoco podemos ignorar otros topónimos del ámbito ganadero, tal y como ocurre con el de l'assagador de Maio, l'assagador de la Creu, lo Prat, la Devesa de Sant Antoni o la redonda. Muestras de un pasado no tan lejano, y que guarda una enorme atracción, por el interés de esa esencia costumbrista de la Peñíscola de la primera mitad del siglo XX.

A continuación pasamos a describir algunas de esas construcciones, y que se distribuyen a lo largo de lo que es la cuenca del barranco de Irta.

El barranco de Irta es una arteria fluvial que posee unas evidentes características de tipo torrencial, alrededor de la que apreciaremos la presencia de algunas estructuras ganaderas, que aprovechando el espacio llano y de fácil acceso al lugar, complementaban sus explotaciones con terrenos dedicados a la agricultura de secano, creando así una economía más diversificada y casi autosuficiente, con la que el peñiscolano siempre había vivido, teniendo en cuenta los avatares que constantemente le dificultaban su comunicación con el exterior en momentos de guerra, ya que ni decir tiene la repercusión que tenía para la población el disponerse en un lugar estratégico, que interesaba a cualquiera que deseara tener bien controlada la franja meridional de la desembocadura del Ebro.

Dentro ese perímetro litoral podemos apreciar el corral de la Morellana, el corral de Xoxet, el corral de Burra, el corral de Gamba y el corral de Barrancot. Se trata de antiguas estructuras ganaderas que se complementaron con un espacio residencial, que hallaremos en una cota aproximada cercana a los 15-40 m.s.n.m., estando todos ellos comunicados por sendas, que luego desembocarán hacia la pista principal, y que es la que discurre de modo paralelo a la línea de playa que da acceso al parque natural de la Serra d'Irta.

La otra cara de la moneda, nos la muestran construcciones más alejadas de este lugar, posicionadas en la zona alta de la sierra, en cotas próximas a los 200 m.s.n.m., como sucede con el caso del corral de Denteta, o algunas casas de labranza que en posteriores artículos nos gustaría tratar.


Corral de Denteta

Pasada la Font d'en Canes hallamos uno de los corrales más elevados que tenemos dentro del término municipal de Peñíscola. Su acceso simple y realizado en base a la técnica de piedra en seco, nos presenta un patio abierto para el ganado, que comunica a través de un arco reforzado con argamasa en la parte superior y que da acceso a la paridera de planta rectangular. El suelo del lugar es la misma roca madre de la montaña. Desde el patio, como la paridera se accede a una segunda parte de la construcción, que de forma simétrica, prácticamente como la anterior, mantiene la misma distribución y espacio de la paridera, cubriéndose en su día con un techo a una sola agua, que aprovechando la pendiente que discurre ladera abajo, impediría que esta construcción se inundase, gracias a los orificios o aliviaderos que veremos en el patio exterior adyacente. El trabajo de piedra en seco de la estructura es muy destacado por su calidad, además de la altura de sus muros. Siguiendo la senda que conecta hasta este punto ganadero, veremos los restos de otra construcción, y que formaría parte complementaria de los dominios del corral de Denteta, conocido aquí en la zona como de “la part baix de denteta”, y que englobamos dentro de un mismo conjunto. Desde ahí se puede seguir hacia abajo, hasta que en la zona inmediata al lugar, hallamos una casa de labranza conocida popularmente en Peñíscola como caseta del mellat.


Corral de la Morellana

A pesar de hallarse desvirtuada la estructura antigua del corral, este se emplaza en una zona donde como veremos existieron otras construcciones de la misma clase, debido a que la parte baja de la desembocadura del barranco de Irta fue un área muy transitada y de fácil acceso para sus vecinos. Simplemente con un macho e incluso tirando de un carro, se podían desplazar los vecinos hasta esta zona sin excesivas complicaciones.


Corral de Xoxet

A pesar de que hoy lo encontremos bajo la denominación de masía debido a que la zona ya se complementa con una construcción residencial, este, como el de la morellana, y los cercanos de Burra, Gamba y Barrancot, se insertan dentro de un mismo perímetro geográfico que acaba conectando con la senda principal que discurre paralela a la línea del mar.


Corral de Burra

Su planta en forma de L es bastante singular si la comparamos con el resto, contando con dos entradas que mediante el conglomerado y piedra caliza del terreno dieron consistencia a una estructura de piedra en seco, y que hoy se encuentra en estado de completa ruina. En total se aprecian tres estancias que se mantenían comunicadas, y que antaño se complementaban con una casa de labor distante de la zona en la que residiría el propietario, que todavía sigue en pie.


Corral de Gamba

La entrada al corral ya nos refleja un poco la envergadura del la construcción, la cual se salva con un arco reforzado de argamasa, y la respectiva viga superior de la puerta. En su interior queda patente que el pastor podía vivir toda o buena parte del año, disponiendo de un comedor en la franja baja con su respectiva chimenea. En las paredes apreciamos bloques rectangulares que eran aprovechados como estanterías. A través de una escalera de madera se accedía a la parte de arriba, quedando en la zona inferior el comedero para el macho o los animales con los que se trabajaba, de modo que el calor que desprendían facilitaba un aumento de la temperatura que calentaba el hogar, hecho intencionado al hallarse la zona de descanso del pastor arriba de esta. El acceso a esa parte se encontraba formado por una escalera de madera, que gracias a las largas vigas a través de encajes en las paredes daban a la planta una mayor consistencia. El interior de la construcción se encalaba debido al uso antiséptico que proporcionaba este material. Junto a la vivienda había un aljibe así como en la zona de sus alrededores las paredes en las que se guardaba al ganado, dejando siempre un espacio abierto a modo de patio, y que comunicaba con otro cubierto (la paridera).


Corral del Barrancot

Nos encontramos ante un corral de características interesantes, que contaba con un aljibe y casa para el pastor, además de variadas zonas disponibles para la protección del ganado. La entrada al patio principal del corral se ha realizado aprovechando la piedra del terreno, quedando como en el resto de casos el suelo desnudo de la roca de la montaña, así como anexo a una antigua paridera de planta rectangular, hoy derrumbada donde quedan los postes que a modo de columnas sostenían las vigas y techo cubierto. Esta zona está adosada a la vivienda del pastor, al lado de la cual hay restos de otra parte de la construcción que tal y como apreciamos por su forma corresponden también un espacio auxiliar para dar cobijo al ganado, de modo que presenciamos varios puntos habilitados para estas funciones, lo que indicaría una cifra nada despreciable de ovejas o cabras para su cría.


David Gómez de Mora

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).