jueves, 30 de abril de 2020

Los atuendos de una peralejera a finales del siglo XVI

Entre la documentación del Archivo Municipal de Huete, encontramos verdaderas joyas dentro de sus referencias testamentarias. Durante el año 1593 un vecino llamado Alonso de Hernán-Saiz, decidió expresar sus últimas voluntades ante el escribano Simón Sánchez. Para ello dejó claras una serie de peticiones (pagos de misas, lugar de enterramiento…), así como la donación de diferentes bienes, entre los que nos interesan un conjunto de prendas de ropa, que otorgará de forma exclusiva a su hija Isabel, quien parece ser estuvo curándole y asistiéndole tras haber enfermado.

Por aquel entonces Isabel era una joven soltera de La Peraleja, que muy probablemente todavía viviría con sus padres, pues no será hasta siete años más tarde cuando celebrará sus nupcias. Las prendas que como muestra de favor recibe, son todas de mujer, pudiendo proceder de su madre, Catalina Muñoz. No obstante, tampoco habríamos de descartar que algunas incluso fuesen de sus abuelas, pues era habitual la trasmisión de ropa intergeneracional, siempre y cuando por su calidad y estado llegaran a conservarse de forma aceptable.

La situación social de Alonso de Hernán-Saiz no era del todo mala, pues éste pertenecía a una de las muchas casas de labradores que vivían desahogados por los recursos que le daban sus tierras. Se trataba en realidad de familias de la pequeña burguesía rural, que siguiendo con la costumbre de la época intentaban proyectarse, además de adoptar hábitos que les permitieran mejorar su imagen, pues aunque hoy pueda parecernos extraño, incluso en estos enclaves de la Castilla profunda, las modas también llegaron hasta las casas más apartadas.

Raffaello Sanzio. Mujer con unicornio (detalle)
Entre los atuendos que Alonso entrega a su hija, apreciamos bienes adicionales, como sucede con una cama de madera y su banco, que para aquella época era todo un lujo, pues muchas personas habían de conformarse con cualquier cosa que se asemejara a este mueble, si antes no dormían sobre montones de pajas y cañas, que temporalmente iban cambiando. Aquellas prendas, integrarían parte de su “armario personal”, y que como sucedía en muchos casos, se guardaban en arcas de madera de pino, de las que se citan un par en el testamento.
Para situarnos en el contexto sobre el que se movía esta familia, Alonso de Hernán-Saiz era marido de Catalina Muñoz, éste cuando murió solicitó enterrarse en la sepultura de su madre, y que se situaba en la capilla mayor de la Iglesia de La Peraleja. Pidió por ello 100 misas, además de otras voluntades, sobre las que aquí no vamos a detenernos.
Éste era hijo de Pedro de Hernán-Saiz y María de Santacruz. Sus vástagos se llamaban Alonso, Francisco, Catalina e Isabel, habiendo fallecido otro varios (Quiteria, María y Ana). La familia no pasaba apuros, pues poseían bienes, y sus matrimonios con gentes del lugar no estaban del todo mal. Por ejemplo la heredera de los atuendos, había casado en 1600 con Gaspar Rojo Sainz, de cuyo enlace nacerá Magdalena de la Roxa, esposa del bien posicionado Miguel Jarabo y Vicente-Campanero, nieto del rico labrador Bonifacio Jarabo, y que sería el progenitor de este linaje en la localidad (Gómez de Mora).
Sobre ese contexto social, será en el que se situarán diferentes familias de enclaves como al que nos referimos, donde la vida era mucho más gentil con aquellos propietarios que disponían de patrimonio. Adjuntamos por ello a continuación un listado, con breves explicaciones, en el que se describen de modo un poco más detallado los ropajes que Alonso donará a su hija (AMH, 1593):
-Unas mangas de ruán amarillo de tercio pelo colorado y otras de color azul. Sobre este tipo de pieza, hemos de decir que se extendieron con bastante intensidad durante aquella centuria, resultando muy comunes en multitud de retratos femeninos de la época. En realidad, se trataba de un conjunto de mangas falsas, que bien atadas a la prenda del vestido que caía por los hombros, ayudaban a combinar y darle más color a la ropa.
-Un conjunto de cinco mantas (tres blancas y dos prietas), ideales para afrontar los fríos inviernos a los que anualmente se ven sometidas estas tierras. Cabría sumar la donación de una frazada (una manta más gruesa y peluda, que se empleaba para echarse sobre la cama, impidiendo así que ésta se enfriara).
-Un cintero verde oscuro.
-Tres sayas (una blanca, otra colorada con ribetes negros y la restante leonada con tonalidad amarilla). Esta pieza es sin lugar a dudas un precedente de lo que hoy conocemos como la falda. Las de esta época eran cerradas y bastante largas, yendo desde la cintura hasta los pies.
-Un paño verde para un cuerpo sin mangas, junto con un pedazo de paño azul palmilla.
-Una faja enroscada con partes amarillas y azules, así como otra de paño verde procedente de Cuenca. Venía a ser una especie de corsé con dimensiones más reducidas, que se ajustaba sólo a la zona de la cadera.
-Tres mandiles (uno de colores verdes, otro azul y el restante prieto de color blanco y amarillo). Se trataba de un delantal empleado para labores, pues su finalidad primordial era salvaguardar el vestido que quedaba debajo, evitando así que se estropease.
-Dos pañuelos (uno blanco con lienzo carmesí y otro de lienzo vizcaíno).
-Dos tocados vizcaínos (uno labrado con colores y otro sin repujo de tonalidad amarillo). Era una especie de gorro corniforme que cubría la cabeza, y cuyo uso estaba extendido en las tierras del norte peninsular, donde alcanzaría bastante fama, especialmente a finales del Medievo.
-Por último se menciona una camisa de cuerpo con falda y mangas de seda negra, así como otra de cuerpo y mangas blanca de seda con sus respectivos puños.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
*Archivo Gómez de Mora y Jarabo. Apuntes genealógicos. Inédito
*Archivo Municipal de Huete. Libro II de protocolos notariales de La Peraleja, años 1593-1594. Simón Sánchez.

Los Domínguez de La Peraleja

Una de las familias con historia de este municipio y sobre la que creemos necesario dedicar algunas líneas, es la de los Domínguez, un linaje local, que a pesar de portar un apellido bastante común, por lo que obviamente podía proceder de distintos troncos genealógicos, no dejaba de perder interés en el caso de La Peraleja, puesto que algunos de sus integrantes alcanzaron cierta importancia en la modesta escala local sobre la que se movieron.

Sus orígenes son difíciles de esclarecer, especialmente si tenemos en cuenta los numerosos miembros que aparecerán mencionados desde el inicio de los libros parroquiales más antiguos, y que datan del siglo XVI. En los volúmenes de defunciones de La Peraleja, apreciamos como en 1614 se cita a un tal Domingo Domínguez, quien mandó un total de 105 misas. Lo mismo ocurrió con Ana Domínguez, que tras fallecer en 1623 solicitó otro centenar. Tampoco podemos pasar por alto a Juan Domínguez, quien ordena en 1642 un total de 190.

Pero si nos queremos centrar en gente de peso, y que dieron al linaje una mayor solera, resulta imposible obviar al Maestro Baltasar Domínguez, primo de Juan Domínguez -el viejo-, así como de la monja Francisca de la Cruz. Sobre el patrimonio de Baltasar, podemos leer reseñas de interés en los apuntes sobre capellanías y vínculos de uno de los volúmenes del Archivo Diocesano de Cuenca (bajo la signatura P.820, Sig. 30/20).

Verpueblos.com

Los bienes adscritos se componían de varias fincas que sumaban una producción de unos 24 almudes de trigo, además de un viñedo con 800 cepas. Asimismo, se acompañaban con otras tantas propiedades, como varias casas de morada, y que había en la ciudad de Huete, más concretamente, en una calle que daba a la bajada del Convento de San Francisco, y que lindaban con la residencia del noble capitán don Juan de Vidaurre y Orduña.

Parece ser que en 1670 el estado de conservación de éstas era de auténtica ruina, por lo que se solicitó su venta. Aunque si hay que destacar un personaje con poder, ese fue el señor Francisco Domínguez Saiz, fallecido en 1667, y encargado de mandar la increíble cifra de 1000 misas.

A diferencia de otras tantas casas del lugar, los Domínguez entroncaron con variados clanes del municipio, por lo que no mantuvieron políticas matrimoniales estrechas, lo que fomentó la diversidad de gente adscrita a su entorno parental. El apellido estaba bastante extendido, pues durante la segunda mitad del siglo XVI llegaremos a contar alrededor de media docena de líneas. Algunas incluso entroncaron con miembros de la nobleza local, como fue el caso de María Domínguez, que en 1581 casaría con don Francisco Daza, una de las familias más potentes en La Peraleja por aquellos tiempos, pues recordemos que consiguieron que se les reconociera su hidalguía.

David Gómez de Mora
Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca, P.820, Sig. 30/20

* Archivo Diocesano de Cuenca, Libro I de matrimonios (1564-1690), Sig. 30/10, P. 811

* Archivo Diocesano de Cuenca, Libro I de defunciones (1586-1614), Sig. 30/14, P. 815

* Archivo Gómez de Mora y Jarabo. Apuntes sobre linajes de La Peraleja. Inédito

Los Hernán-Saiz. Un antiguo linaje peralejero

No cabe duda de que los Hernán-Saiz fueron una de las familias con más historia que ha habido en la localidad, dado que su presencia se notifica desde los inicios en los que aparece documentación eclesiástica de esta parroquia. Tanto es así, que partiendo de las varias líneas que existían del apellido durante la primera mitad del siglo XVI, queda claro que su asentamiento en La Peraleja, nos conduciría hasta los tiempos de la Edad Media, cuando de la unión del nombre y apellido de un tal Hernán Saiz o Fernán Saiz, se creará el distintivo que marcará el tronco genealógico del linaje.

Tantas centurias residiendo en un mismo lugar, sumado a una nutrida descendencia, han permitido que varios representantes de la familia atesoraran un patrimonio reseñable. Éstos crearán capellanías, fundaciones, al igual que representarán alcaldías, además de celebrar enlaces matrimoniales con gentes destacadas del municipio. La documentación presente en el Archivo Diocesano de Cuenca nos informa de como éstos eran tratados de cristianos viejos, lo que les ayudó a muchos de sus integrantes a no tener problemas a la hora de ocupar puestos vinculados con el clero.

Siguiendo con la línea de las políticas que promocionaban los matrimonios entre gentes del pueblo, los Hernán-Saiz si fueron partidarios de llevar a cabo alianzas cerradas, que en muchos casos guardaban una consanguinidad bastante estrecha. Nupcias con gente de su mismo apellido, además de otras casas destacadas como los Jarabo o miembros de la pequeña nobleza rural, son sólo alguno de los ejemplos que podemos citar.

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Los Hernán-Saiz también enlazaron con los Benito, y esto lo sabemos por el testamento de Francisca de Hernán-Saiz, quien cita a su esposo Juan Benito, mandando enterrarse en la sepultura que tenía su abuela en la Iglesia de San Miguel, y que estaba situada en la nave de Nuestra Señora (AMH, 1591). Poco después podemos leer el testamento de su hermano Juan de Hernán-Saiz (AMH, 1592), quien siguiendo con la misma idea que Francisca, solicita como lugar de descanso la tumba de su abuela Catalina Martínez. Sabemos por el detalle de la escritura que junto a la misma se hallaba la pila de agua bendita. Este Juan tenía hacienda propia y había casado con Magdalena López. Además, era propietario de varias hazas que repartirá entre tres de sus hijos, aunque otorgándole una proporción mayor a su único descendiente varón, quien recibiría un mazuelo de 450 vides y un cebadal que iba adscrito a un vínculo, además de un olivar que mandó para la cofradía de Nuestra Señora del Rosario.

Otra línea destacada fue la que refleja el testamento de Alonso de Hernán-Saiz (AHM, 1593), quien mandó ser enterrado en la capilla mayor, donde tenía sepultura su madre María de Santacruz. Su esposa era Catalina Muñoz, con la que dejó por descendientes varios hijos. En su caso se citan un largo listado de bienes, sobre todo referentes a menaje y textiles, que acabaría recibiendo su hija Isabel de Hernán-Saiz.

Los Hernán-Saiz incluso llegaron a crear un mayorazgo, una figura propia de la nobleza, en la que se acumulaban diferentes bienes, que pasaban a ser indivisibles, y así recaer en un único heredero. Esto lo veremos con Alonso de Hernán-Saiz y su esposa Ana Parrilla, quienes tuvieron varios vástagos, entro los que destacarían Juan de Hernán-Saiz Parrilla o el Licenciado Manuel de Hernán-Saiz.

Otra línea destacada fue la del fundador de la capellanía de este linaje (Gerónimo de Hernán-Saiz, viudo de Inés González), quien falleció en 1735 solicitando un total de 200 misas. En 1751, la fundación religiosa pertenecía a Silvestre de Hernán-Saiz, el cual era menor, por lo que su administración hubo de recaer en Miguel de Hernán-Saiz (su padre). Esta capellanía estaba relacionada con los bienes que aglutinó Ana de Hernán-Saiz, mujer casada con Alejandro Parrilla. Como decimos, la capellanía tenía una dote importante, de ahí que estuviese formada por unas casas y corrales con bodega, además de un par de viñedos que sumaban 800 cepas, junto con más de una quincena de fincas dedicadas al trigo, sin olvidar varios olivares y otras tierras de cultivos, acompañadas incluso de un manantial, conocido con el nombre de la fuente de la Peña.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Gómez de Mora y Jarabo. Apuntes sobre familias de La Peraleja. Inédito

* Archivo Municipal de Huete. Libro I de protocolos notariales de La Peraleja, año 1591-1592, Simón Sánchez.

* Archivo Municipal de Huete. Libro II de protocolos notariales de La Peraleja, año 1593-1594, Simón Sánchez.

miércoles, 29 de abril de 2020

Los Crespo de La Peraleja siglos atrás

Hace escaso tiempo dedicábamos un artículo a la familia Crespo asentada en Saceda del Río, y cuya línea podría guardar un parentesco con la que vamos a tratar a continuación. A falta de una investigación más exhaustiva sobre este apellido, desconocemos su origen en el caso de La Peraleja, aunque no sería descabellado plantear un posible nexo con la rama asentada en Gascueña, y que cronológicamente es la más antigua de los tres municipios. Tampoco podemos pasar por alto que habría que añadir como paralelamente existía otra línea en la cercana Villanueva de Guadamejud, tomando precisamente asiento en La Peraleja durante la segunda mitad del siglo XVI. Vemos pues un conjunto de localidades muy próximas, que probablemente arrastrarían en origen un mismo progenitor.

Dentro del vecindario peralejero presenciamos como durante la segunda mitad del siglo XVI vivió un vecino llamado Francisco de Crespo, marido de Elvira Ballestero. Como decíamos, poco o nada conocemos sobre sus raíces, no obstante, su hijo Pedro establecería un enlace matrimonial con una hija de los Jarabo-Vicente, dos casas de labradores que vivían de manera desahogada, y desde donde se extenderá la descendencia en generaciones posteriores.

Pedro tendrá varias hijas con la nieta del hacendado Bonifacio Jarabo: Ana de Crespo Jarabo, casada en 1644 con Juan Palenciano Domínguez, así como Isabel de Crespo Jarabo, quien lo hará en 1633 con Miguel Martínez de Villanueva (otro agricultor con posibles). Isabel fallecería en 1677, llegando a fundar una capellanía que inmediatamente será aprovechada por sus parientes para proyectarse como miembros del clero local. Al respecto cabe decir que su hijo era el Licenciado Asensio Martínez de Crespo.

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A grandes rasgos, vemos como este linaje se adaptaba a los cánones tradicionales de las pequeñas zonas rurales en los que se buscaba mejorar la posición de sus integrantes siguiendo un método muy simple, consistente en el establecimiento de alianzas entre propietarios agrícolas, que se combinaban con la creación de capellanías, que permitiesen resaltar la figura del clan dentro de la Iglesia local. Una vez consolidada esta operación, se podía optar por varias opciones, una era la de seguir creciendo y ocupar puestos destacados dentro de las diferentes corporaciones que había en la localidad, bien fuese como alcalde, regidor o mayordomo de alguna de las cofradías. Otra era la de planificar enlaces con linajes de zonas colindantes o áreas más pobladas, en busca de unas miras que superaran las expectativas del marco municipal.

Como veremos en La Peraleja se optaba mayoritariamente por el primer caso, pues de manera comparativa con otros emplazamientos de la zona, la calidad de vida no era nada mala. Recordemos que en este enclave no había una presión señorial como la que apreciaremos ya desde tiempos más antiguos en otros lugares más cercanos, lo que permitió una mayor adquisición de tierras, que iban consolidándose entre los varios mayorazgos que fundarían sus vecinos.

David Gómez de Mora

Los Benito de La Peraleja

Los Benito fueron una de las muchas familias que consolidaron la base de una pequeña burguesía agrícola rural, encargada de fortalecer la modesta estructura económica del enclave en el que se asentaron. Siguiendo la misma senda que una parte de sus vecinos, el linaje practicó un conjunto de políticas matrimoniales, que giraban alrededor de determinados grupos familiares, que con el trascurso de escasas generaciones darían sus frutos.

Su asentamiento está documentado como mínimo desde la segunda mitad del siglo XV, momento en el que nace el apellido, como resultado del labrador Benito Saiz, y cuya prole adoptará como signo de pertinencia con su progenitor. Ese será el caso de Martín o su hermano Miguel de Benito, quien casaría con la señora Magdalena Ribatajada y Ayllón (apellidos sospechosos de un pasado converso, especialmente en el caso del segundo, pues existían pruebas más que suficientes que apuntaban en esa línea).

Decir que los Benito llegarán a ostentar una escribanía, relacionándose con personalidades del mismo gremio, lo que obviamente fomentó su proyección a pequeña escala. Ya desde generaciones tempranas enlazarán con una de las familias más rica del lugar (los Jarabo), concentrando un patrimonio agrícola, que se manifestó en la creación de fundaciones, como sería el caso de una capellanía. Sus promotores fueron Juan Benito junto con su esposa Francisca de Carboneras (éste último era vástago de los antes mencionados Miguel y Magdalena).

Juan vivió un reconciliamiento con el clero de su pueblo, previo encontronazo con el Santo Oficio, del que da fe el fondo del Archivo Diocesano de Cuenca, tras haberle abierto una causa. Para fortuna del acusado, el linaje ya había entablado buenas alianzas, que le permitirían salir airoso de aquel episodio. Sin ir más lejos, su hijo Asensio Saiz de Carboneras, casó con la bien posicionada María Saiz-Mateo de la Oliva, una de las familias con mayores recursos en Saceda del Río, y que como bien sabemos, se movía en el entorno del que poco después sería Obispo de Coria, don Pedro García de Galarza.

Volviendo al proceso de Inquisición, nuestro protagonista Juan de Benito Saiz fue investigado en 1570, tras un comentario obsceno que dañaba gravemente los preceptos de la moral cristiana. Intuimos que éste tenía mucho más a su favor que en contra, cuando en el proceso se le define como “un hombre de bien”. Y es que el problema no sólo era la idea que Juan tenía sobre lo que era ética o moralmente correcto, sino que había de sumarse su visión personal sobre la salvación del individuo ante la muerte. En este sentido, diferentes vecinos denunciaban como el peralejero pregonaba que cuando alguien fallecía, era inútil efectuar una inversión económica en el pago de misas. Al respecto, Pedro del Rabel incidía en como el señor Benito se jactaba de argumentar que “el pago de misas sólo servía para lucirse”.

Amigos de La Peraleja

La denuncia de este testigo desde la perspectiva social resulta de enorme valor, pues nos refleja la importancia que para muchas personas suponía aquella costumbre católica. Podemos percibir por la concepción de la época, que este tipo de actos guardaban una imagen dual, donde además de conseguirse la salvación del purgatorio, se demostraba de cara al populacho la cantidad de recursos de los que disponía el difunto en el momento de efectuar sus mandas. No obstante, aquello no sería el único comentario que dañaba su imagen, pues otros vecinos como Alonso de Tudela, especificaban que Juan alardeaba de “no pagar medio real” en menesteres de aquella clase.

Finalmente, ante las acusaciones del Santo Oficio, el miembro de los Benito argumentó que tales difamaciones se produjeron por encontrarse “fuera de su juicio tras haber bebido tres veces sin comer”, declarando que “no recordaba haber dicho tales cosas”.

La capellanía que formó conjuntamente con su esposa, y el pago de 170 misas tras fallecer en 1609, evidencian que la desafortunada acción en la que se vio inmerso fue un hecho puntual, del que obviamente se acabaría arrepintiendo. El perfil social de los Benito del siglo XVI, se mueve dentro del seno de una familia de labradores con propiedades, que comienzan a adquirir bienes desde una fase inicial, en la que la pequeña burguesía local disponía de oportunidades con las que poder medrar. Benito Saiz era labrador, como lo fue su hijo Miguel, y el referido Juan.

Conocemos los nombres de algunos hermanos del acusado, es el caso de Miguel de Benito, también labrador, así como Álvaro de Benito. Siguiendo con el modelo socioeconómico de muchas familias de aquella época, el resto de integrantes les auxiliaban en sus labores agrícolas, creando por tanto un círculo de producción cerrado, que siguiendo con la costumbre de no repartir en lotes numerosos los bienes del linaje, aseguraba al menos a varios de ellos la permanencia de un patrimonio con el que vivir dignamente.

La estrategia era sencilla, pues mientras unas líneas de jornaleros servían a las que despuntaban, las más favorables buscaban consolidar su posición mediante el apalabramiento de matrimonios con gentes que les pudiesen ofrecer lo mismo o incluso más. Entrado el siglo XVII, los Benito seguirán dentro de esa senda.

Cabe decir que a diferencia de los Vicente, éstos no buscaron la celebración de enlaces entre miembros con parentescos muy cercanos. Creemos que su acercamiento a los Jarabo, fue decisivo en su fase inicial de crecimiento. Por ejemplo, Isabel Benito en 1640 casaba con Juan Jarabo, al igual que trece años más tarde Ana Benito con Francisco Jarabo. Otra de las familias con las que estrecharon lazos fueron los Rojo, un linaje que no por designios del azar, realizaría asimismo muchos cruces conyugales con la élite jarabiana.

Dentro de su política hermética, hemos de decir que los Benito si celebraron algunas bodas con familias asentadas en municipios de los alrededores, así sucederá con los Chamorro de la Ventosa, o con el caso de los Martínez de Sepúlveda, quienes procedían de Gascueña, pero se movían a medio camino entre su localidad natal y La Peraleja. El hecho de contar con una capellanía, y posteriormente una escribanía, eran credenciales más que suficientes, con las que poder llegar a obtener interesantes acuerdos de tipo matrimonial con linajes de similares características sociales.


David Gómez de Mora


Bibliografía:
*Archivo Diocesano de Cuenca, fondo de Inquisición, legajo 249, nº 3353
*Archivo Diocesano de Cuenca, libro I de matrimonios de La Peraleja (1564-1690), Sig. 30/10, P.811
*Archivo Gómez de Mora y Jarabo. Apuntes sobre linajes de la Peraleja. Inédito

miércoles, 22 de abril de 2020

Breves notas sobre el carlismo en la franja meridional de la Alcarria Conquense

Mucho había llovido desde aquellos tiempos en los que la tierra de Huete rivalizaba en todos los aspectos con la ciudad de Cuenca. Y poco o nada quedaba del esplendor económico, que a finales de la Edad Media había vivido el enclave optense, influyendo sustancialmente en la zona de sus alrededores, como en las consiguientes localidades satélites de su perímetro.

Por desgracia las epidemias de finales del siglo XVI, marcarían un punto de inflexión que cambiaría para siempre el rumbo de su historia. Más adelante, el Huete del período barroco, cimentándose en el peso que ejercía el poder eclesiástico, consiguió mostrar un breve período de reanimación que se tradujo en el ensalzamiento de su papel estratégico de tiempos pasados, manifestándose a través de la edificación de bastantes obras religiosas, que pasadas las décadas, volverían a reconducirle a la cruda realidad.

La entrada del siglo XIX en este territorio, es el relato de un pueblo pesimista, que a duras penas mantendrá el protagonismo ejercido por sus antepasados. Eran escasos los resquicios de aquella ciudad repleta de hidalgos, burgueses y artesanos que centurias antes habían reunido en sus calles a las familias más importantes de todo lo que hoy es su provincia.

Desde luego la riqueza urbana del lugar no hacía justicia al empobrecimiento en el que se iban sumiendo muchos de sus habitantes. Aquel espacio era lo que algunos tan acertadamente hoy han bautizado como la pequeña Florencia conquense. Por desgracia, de manera paulatina, ese conjunto de edificios iría abandonándose, entrando en un grave estado de ruina.

Esa pérdida de fuerzas se agravaba con la desamortización, un procedimiento desigual, en el que unos nuevos agentes aparecían al cambiar los mandos de poder. Todo el mundo era consciente de que aquello suponía un duro varapalo para un municipio donde con sólo unos 5000 habitantes, seguía habiendo en pie una decena de iglesias, un colegio de Jesuitas, convento y monasterios…

Sin lugar a dudas la tormenta perfecta para que los partidarios del carlismo saliesen de debajo de las piedras. Un clero sesgado, a lo que se sumaban muchísimas familias afectadas, al perder la esperanza de que algunos de sus hijos prosperaran dentro del núcleo eclesiástico, pues así era como desde siglos atrás en este tipo de áreas rurales se había transmitido la necesidad de que una familia adquiriera importancia.

Eran muchos los que no entendían la necesidad de aquellas nuevas reformas, pues creían únicamente en una relación de extrema dependencia simbiótica entre el pueblo de Dios y su idea de la vida, pues si los primeros otorgaban un nombre al linaje además de garantizar un nivel de confort aceptable a sus servidores, el resto del vecindario agradecía a éstos, la protección y salvación de sus almas en el momento del último adiós.

La desamortización se cebó en un enclave tan católico, y que a corto plazo resultaría contraproducente para muchos de los lugareños que faenaban en los campos. Gentes de la alta burguesía como los Lledó, aprovecharon hábilmente la situación para afianzarse tierras, con las que pequeños propietarios y medianos terratenientes no podrían competir. Se trataba de un nuevo prototipo social, que intentaba emular la vida del urbanita. Sus principales credenciales eran el amor por la reforma política y su apoyo incondicional al círculo Isabelino. Buen ejemplo de aquel ideal lo veremos personificado en figuras como la de don Tomás Ventosa y Lledó, doctor en medicina y licenciado en cirugía, natural de Barcelona, pero que ejerció como médico titular en la localidad optense, representando uno de los muchos liberales que más tarde acabaría siendo prisionero.

Otras familias a escala local intentaban emular los movimientos de aquella gente, aunque sin resultados satisfactorios, y que no irían más allá de seguir viviendo en su foco de residencia habitual. Y es que los que realmente triunfaban, medraban en el ámbito político al poner sus miras en la capital de España, tal y como le sucederá a los Martínez-Unda de Saceda del Río. Desde luego la jugada no era fácil, pues se necesitaba de contactos, apoyos y dinero, que permitieran gestar unos propósitos muy ambiciosos, que estaban destinados a los más privilegiados, cayendo por tanto muchos en el intento.

Familias con raíces optenses como los Parada, seguidos de los Sandoval, junto con notarios como los Egido de Gascueña, se fusionaban con el bloque de los Lledó y los Martínez-Unda. Entre todos consolidaron la élite de un bando, que trascurrida la desamortización acabó dominando las tierras de Huete y sus inmediaciones.

Como decíamos, el accésit a la alta política, no era nada sencillo, por lo que sus integrantes promovían estrategias matrimoniales, que tenían como objetivo primordial afianzar su puesto dentro de las esferas más elevadas. Abogados y notarios con amplio patrimonio consolidarán una figura diecinuevechesca, que chocaba de pleno con la del tradicional terrateniente alcarreño.

En el caso que nos ocupa, sólo hemos de ver que de las dos plazas de senador que existían en la provincia de Cuenca, ambas estaban representadas por don Andrés María Martínez de Unda, así como por don Eusebio de Bardají y de Azara (Diario de las Sesiones de Cortes: 13-11-1837 (1838), fol. 1). Don Eusebio llegó a ser Secretario en las Cortes de Cádiz, y de acorde a la información que nos proporciona don Manuel de Parada en su artículo sobre los títulos nobiliarios austracistas, casó con la distinguida doña María del Carmen de Parada en 1803, fruto de cuyo matrimonio nacería doña Fernanda de Bardají, y que en 1827 celebra nupcias con Vicente Cano Manuel, abogado y diputado, cuya descendencia, lo hará con María Joaquina Martínez de Unda, hermana de doña Angustias Martínez de Unda, ambas hijas de don Rafael Martínez de Unda y doña María Josefa Fernández de Parada-Sandoval, tal y como de nuevo nos relata don Manuel de Parada en su obra sobre los apuntes para la bibliografía optense. De esta manera, durante la segunda mitad del siglo XIX, se produce el entronque entre las dos casas de senadores que representaron desde el gobierno central la circunscripción conquense.

Otra de las figuras destacadas de aquellos tiempos fue la del Ministro de Gobernación y Alcalde de Madrid, don Fermín Caballero y Morgáez, natural de Barajas de Melo. Un incansable defensor de las acciones secularizadoras y representante político del partido liberal. A nadie más que a él le parecían bien aquel conjunto de medidas, algo lógico teniendo en cuenta que procedía de una rica familia de terratenientes, que como otras tantas, hizo su particular agosto en la compra de lotes subastados. Don Fermín empezó estudiando teología, para acabar formándose en derecho. Llegó a ser catedrático de Geografía en la Universidad Central, además de senador y diputado, dejando una prolífera cantidad de publicaciones de tipo variado, como reputado escritor que era.

Muy probablemente este caldo de cultivo, afianzó en los pueblos una defensa a ultranza de las corrientes que fomentarían el ideal tradicionalista, con el que obviamente muchos se identificaban, y que conectado con el sistema de proyección social que desde finales del siglo XV tenemos bien documentado, acabará generando una conciencia bastante sólida, acerca de la recuperación del viejo modelo de vida, frente al surgimiento de unos movimientos ilustrados que se cimentaban en tesis renovadoras, y que en la ciudad de Cuenca cuajaron rápidamente, al contrario de lo que aquí sucedía.

Y es que, todavía a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, para las familias conquenses del ámbito rural (independientemente de su condición social), la Iglesia fue un eje vertebrador, que facilitaba un medraje social de sus integrantes, otorgándoles la base de un estatus y renombre a sus allegados. Ante este sistema de engranajes perfectamente establecido y estudiado (donde las familias con patrimonio iban ocupando las posiciones principales), se generó una estructura de poder, dependiente notablemente de un sector, que ahora quedaba desarmado, tras las nuevas exigencias de la clase política posicionada en el bando de la monarquía española.

El perfil de los partidarios sublevados era variopinto, lo mismo había representantes de la nobleza tradicional de la localidad (como veremos en algunas líneas de los Parada), además de labradores con cierto acomodo, seguidos de artesanos o incluso jornaleros.

Como era de esperar, ante la proliferación de simpatizantes, los carlistas se dejaron ver por esta tierra desde la primera contienda, el propósito arrastraba varios objetivos, como la búsqueda de aliados que desearan alistarse a la causa, y ya de paso, dejar constancia de las intenciones que éstos poseían. La zona de la Alcarria era un punto de cierto peso estratégico, pues su proximidad a Madrid, la convertían en un foco de interés adicional. Recordemos que don Ramón Cabrera por aquí haría de las suyas en septiembre de 1837. Incluso en años posteriores se producirán trágicos sucesos, con ataques y conspiraciones en las que había involucrados miembros del vecindario local.

Manuel de Parada nos informa de personalidades optenses vinculadas con el movimiento. Conocemos el caso de don Carlos María Coronado y Parada, Diputado a Cortes por el distrito de Huete en las elecciones de 1857 y 1865, hijo del noble don José Coronado y Martos y de su esposa doña María Josefa de Parada. Su familia establecerá lazos estrechos con el carlismo, al igual que otras líneas del mismo apellido, donde florecieron varios oficiales.

Poco años antes del estallido de la última guerra carlista, en la tierra de Huete siguieron produciéndose algunos amagos de insurrectos, que a modo de prolegómeno, comenzaban a extenderse con fuerza por otros puntos de la geografía comarcal. Obviamente la prensa conquense con un claro tinte Isabelino, minorizaba el riesgo de preocupación, aunque sin esconder la innegable presencia de facciosos que clamaban por la entronación del pretendiente don Carlos.

Franja meridional de la Alcarria Conquense con seguidores carlistas y comités católico-monárquicos. Mapa mudo adaptado de www.mapasdeespana.com, con fuente de los datos geográficos CNIG/2016. Incorporando las referencias de Higueras (2012, 11).

Valdemoro del Rey, medio siglo antes, con poco más de sesenta y pico viviendas, contaba con tres sacerdotes. Tenemos constancia de que el carlismo fue vitoreado en más emplazamientos, como en el caso de Saceda del Río, y que en la segunda mitad del siglo XVIII disponía de noventa hogares, pero con presencia de ocho curas.
A través de los datos que proceden de los partes recibidos de la secretaría del Estado y del Despacho de la Gobernación, se nos informa de como en este tipo de emplazamientos se producen acciones aisladas, y que alertaban del riesgo de los insurrectos. Por ejemplo, en Valdemoro del Rey “una facción con la fuerza de 30 á 40 caballos sorprendió en el día de ayer al municipio, y por instigación de un vecino del mismo que se había unido, asesinaron inhumanamente al Alcalde Constitucional, cuyo cadáver dejaron en medio de la plaza, dirigiéndose hacia la Peraleja” (BOE, nº1001).
Este parte que data del día 25 de agosto de 1837 fue firmado don Ramón del Exido, Excmo. Secretario de Estado. La desamortización y las políticas seculares potenciaron un ideario, en el que jornaleros y labradores locales ejercieron una acción proteccionista, que respaldada desde el clero local (con el que en muchas ocasiones guardaban un estrecho parentesco), supuso un fuerte ideológico que permaneció hasta pasado el conflicto a finales del siglo XIX.

 David Gómez de Mora

 Bibliografía:
-Diario de las sesiones del Senado en la legislatura de 1837. Madrid.
-BOE, Gaceta de Madrid, nº1001, año 1837, 28 de agosto.
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “El linaje de los Martínez de Unda en Saceda del Río”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “La fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca. Cuestiones y dudas por esclarecer”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “Notas sobre acciones carlistas en puntos de la provincia conquense”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-HIGUERAS CASTAÑEDA, Eduardo (2012). “La participación política carlista durante el Sexenio Democrático: el caso de Cuenca”. Homenatge al doctor Pere Anguera, vol. I, Història local. Recorreguts pel liberalisme i el carlisme, Barcelona, 13 pp.
-PARADA Y LUCA DE TENA, Manuel (de) (2012). “Títulos Austracistas concedidos durante la Guerra de Sucesión en la tierra de Huete”, ARAMHG, XV, 2012, 63-177
-PARADA Y LUCA DE TENA, Manuel (de). Apuntes para una bibliografía sobre la noble y leal ciudad de Huete. Ayuntamiento de Huete. En: Huete.org

martes, 21 de abril de 2020

El carlismo en la franja occidental de la Manchuela Conquense y sus inmediaciones

El siglo XIX trajo consigo un conjunto de cambios sociales en unas poblaciones aisladas de las grandes urbes, en las que paulatinamente la calidad de vida de sus habitantes iba empeorando. La crisis identitaria y de mentalidad que había supuesto la recién llegada metamorfosis humanística y científica de la segunda mitad del siglo XVIII (fomentada en parte por la irrupción de un ideario liberal), trastocaba por completo la forma de entender la vida de aquellas personas, marcando así un conjunto de sucesos, que sentaron la base de un movimiento de disconformidad en las décadas de años venideros, y que se canalizará a través del carlismo.

Las zonas rurales seguían permaneciendo impasibles a la reestructuración que a nivel político se estaba viviendo en Europa, lo que sumado a su escasa capacidad de maniobrar, convertía esos núcleos en puntos vulnerables, susceptibles de sufrir más que nadie las medidas sociales con las que habían crecido sus antepasados.

En cuestión de años, la secularización era una realidad, que seguramente sorprendería a los más ancianos, ¿Quién lo diría?, se preguntarían bastantes de ellos. Las intentonas y pulsos de fuerza manifestados en las sucesivas desamortizaciones, eran sólo un ejemplo de lo que estaba por llegar.

Mientras tanto, en los pueblos de este territorio, miradas desconcertadas presenciaban el desmoronamiento de las estructuras de poder. La Iglesia estaba en el centro de la diana, y sin ningún tipo de afecto, cada vez surgían más críticos y pensadores que reforzaban sus discursos, poniendo en tela de juicio todo lo conocido hasta la fecha.

Eran tiempos en los que ya todo se podía cuestionar. Se comenzaba a hablar de derechos, valores y libertades. Mientras tanto, en medio de esa lucha antagónica entra la fe y la razón, se hallaba un grueso poblacional, que representaba el sector primario (en realidad, el eslabón que generaba la verdadera riqueza de la nación). Se trataba de labradores y artesanos que mantenían con su sacrificio y empeño los cimientos de un sistema, que al menos, había prosperado en tiempos pasados, y que en muchos casos, miraba con miedo y preocupación la necesidad de someter sus vidas a permutaciones de tanta índole. Una mentalidad netamente conservadora, que nunca vio el momento, y careció de ganas a la hora de participar en aquel giro de 180º propuesto por los liberales.

En las cabezas de aquellas personas, todo estaba claro, pues había un orden establecido, que daba pie a la formulación de interrogantes lógicos, como el de si tan importante era modificar las riendas del poder, o el de qué sucedería con sus tradiciones.

Las preguntas iban en esa línea. Se trataba de una corriente de pensamiento que obedecía al sistema heredado, en el que el propietario agradecía lo que Dios y sus familiares le habían concedido. En las tierras de Cuenca, todo el mundo sabe que no había exigencias de índole foralista como si sucedía en el norte del antiguo Reino de València, Catalunya o las vascongadas. Pensamos que muy probablemente este dato de la ecuación, sería el que influenciaría decisivamente en que el carlismo de esta tierra fuese más “pacífico”.

Sobre este escenario, es cuando se produce la entrada en el siglo XIX. Un momento clave, donde la tensión va en aumento, y en el que el acoso y derribo hacia el estamento religioso es una realidad indiscutible. Mientras tanto, muchos de nuestros antepasados seguían creyendo firmemente en la necesidad de no alterar lo más mínimo las raíces de un sistema, que ciertamente había permitido un enaltecimiento del linaje familiar en determinados momentos de su historia. Por ello seguía viéndose vital que uno o varios de los hijos ingresaran en una orden religiosa, o que cursaran con la ayuda de una capellanía estudios teológicos. Todo esto eran un conjunto de ideas inamovibles, y por las que obviamente muchísimas familias de las áreas rurales se implicarían a fondo, llegando hasta sus últimas consecuencias.

Encima, las sospechas de una búsqueda de intereses por parte de los promotores del “gran cambio”, se manifestaban de manera más clara, tras las varias desamortizaciones, en las que se subastaron lotes de tierras, que ahora pasaban a engrosar la lista patrimonial de familias que muchas veces, poco o nada tenían que ver con la localidad. Tratándose de propietarios, que aprovecharon la situación para incrementar su nivel de ganancias, en detrimento de los pequeños agricultores y terratenientes de capa caída.

Al final resultaba que los ancianos malpensados que décadas atrás tachaban de intereses personalistas aquellas medidas propuestas por las corrientes liberales, acabaron teniendo la razón. Es precisamente en ese clima de crispación, desengaño e impotencia, cuando algunos de los habitantes de estos lugares deciden tomar cartas sobre el asunto. Una realidad extendida en la zona occidental de lo que hoy denominamos como la Manchuela Conquense. Las situaciones no distaban mucho entre localidades, así lo veremos en algunas de ellas, como Piqueras, Buenache de Alarcón, Valverdejo y otras tantas de la zona.

Por ejemplo, a mediados del siglo XVIII, en Barchín del Hoyo había un total de ocho curas (una cifra muy alta, teniendo en cuenta que en el pueblo sólo existían 190 hogares). Aquella proporción hablaba por sí sola (un sacerdote por cada veinte casas). Además, habría que sumarle los estudiantes o miembros de familiares que ingresaron en órdenes religiosas.
Las medidas que reprimían al clero, afectaron por índole a buena parte del municipio, un panorama que se agravó tras la liberalización del suelo, cuando a través de las desamortizaciones se evidenciaba la grave situación de peligro que corrían muchos propietarios agrícolas.
El descontento fomentó el nacimiento de colectivos de personas, que empezaron a reunirse en puntos apartados de los pueblos, y que más adelante, en algunos casos, fueron el detonante que les llevó a empuñar las armas bajo las órdenes de caudillos locales, alimentando el movimiento rebelde que ya comenzaba a desplegarse por todo el territorio. En ese sentido, que mejor lugar que el cercano Navodres, un espacio del que pocos se acordaban, apartado de miradas sospechosas.
En ocasiones la selección de estos focos no era tan compleja, por ejemplo, los carlistas del Picazo escogieron un huerto que había a las afueras del pueblo, cercano al puente del río. Por norma general la cuestión era seleccionar un enclave que estuviese fuera del recinto urbano, alejado de alcahuetes y chivatos, que en cuestión de horas pudiesen tirar al traste cualquier tipo de organización.
Además, entre los facciosos comenzaban a verse personalidades insignes, que a gran escala gozaban de una incuestionable reputación, un elemento que promocionaba la necesidad de sumarse al movimiento. Este hecho lo veremos por ejemplo en las elecciones de 1872, cuando “el candidato carlista Manuel García Rodrigo venció en el distrito de Cuenca por 3.865 votos frente a los 3.511 de Leandro Rubio” (Higueras, 2012, 12). El nombre de aquel político era sobradamente conocido en el área a la que nos estamos refiriendo, pues su padre, don Francisco Javier García-Rodrigo y García-Sáez era natural de Valverde del Júcar, además de miembro del cuerpo colegiado de Caballeros de la Nobleza de Madrid. Se trataba de un reputado científico, escritor e historiador, que a pesar de haber residido brevemente en el lugar, dejaría una profunda huella en la historia de sus aledaños.
Las ideas tradicionalistas le venían de lejos, pues sus padres ya le educaron siguiendo los preceptos católicos, por lo que llegó a emprender estudios en teología, aunque finalmente por falta de vocación puso sus miras en el campo de las ciencias naturales. Tras el estallido de la primera guerra carlista, tanto él como su hermano (y que era gobernador eclesiástico), nunca se avergonzaron de sus ideas, lo que hubieron de pagar muy caro, teniendo que refugiarse ante el grave riesgo que corrían sus vidas.
Javier, siguiendo con la costumbre familiar, abogaba por la implantación de un estado en el que imperara el modo de vida de la época de sus abuelos. Hecho que se encargó de ensalzar en multitud de ocasiones. Ejemplo de ello fue su acérrima defensa sobre la figura del Santo Oficio, y que materializó en una obra impresa de tres volúmenes.
Su vástago, Manuel García-Rodrigo y Pérez, era por aquel entonces abogado del Colegio de Madrid y Diputado a Cortes por el distrito de Cañete. Su apellido gozaba de prestigio en esta zona a pesar de haberse desvinculado de la Manchuela. El aprecio y consideración que muchos vecinos guardaban al clan familiar permaneció latente, pues José María García-Rodrigo, fue el que en 1816 solicitaba permiso a las autoridades, para levantar en Valverde una fábrica de jabón.
Sin lugar a dudas la iniciativa fue toda una hazaña, pues además de mostrar su actitud empresarial por sacar del pozo a una región que estaba empobreciéndose, el linaje sellaba un claro compromiso por la reconversión económica de la zona, ante el olvido de las élites de la provincia, que sólo tenían sus miras puestas en Madrid. Aquello produjo que el nombre de los García-Rodrigo, fuese asociado a la lucha por la pervivencia de la gente en estas tierras. Un detonante que catalizaría el respaldo a la causa de otros muchos vecinos, que obviamente veían en estas figuras del carlismo, a los auténticos luchadores que se preocupaban por mejorar la vida de sus convecinos.

Franja occidental de la Manchuela Conquense y sus alrededores con seguidores carlistas y comités católico-monárquicos. Mapa mudo readapatado de www.mapasdeespana.com, con fuente de los datos geográficos CNIG/2016. Incorporando las referencias de Higueras (2012, 11).
Escenario muy similar es el que se había contagiado en Piqueras del Castillo, donde la población ya había mostrado su empatía al movimiento tras la primera guerra carlista, y que acentuó después de los acontecimientos vividos por los lotes subastados en la desamortización.
Al respecto, sabemos que algunos de los personajes, tenían escasa o nula vinculación con el pueblo. Un detonante que revivía los viejos fantasmas, que advertían de los intereses que escondían aquel tipo de medidas, a favor de una minoría, que encima tenían medio pie fuera de la localidad. “Melecio Cano, vecino de Valera de Abajo, labrador acomodado compró una heredad de 9,22 hectáreas; Juan Chavarria, vecino de Piqueras, pequeño labrador que compró una heredad de 7,02 hectáreas; Gregorio Escamilla, vecino de Piqueras, labrador acomodado, compró dos heredades en Piqueras de 48,60 hectáreas; Julián Gascón, vecino de Piqueras, mediano labrador, que compró un solar, así como Juan Ángel Martín, vecino de Piqueras, pequeño labrador, compró una fragua y un solar” (Romero y Arribas, 2011, 136).
Como en otros tantos lugares de nuestra geografía, aquellos “vecinos” guardaban débiles lazos sanguíneos con los antepasados de buena parte de las personas del municipio. Un estigma para la mentalidad conservadora de esos entornos, donde el hermetismo a la hora de sellar alianzas matrimoniales, seguía siendo una realidad, que muy poco había cambiado respecto a la segunda mitad del siglo XVI, tal y como presenciamos en las referencias de sus libros parroquiales, de ahí que una familia recién llegada o con escasas generaciones en el lugar, a ojos de aquellas personas siempre era un forastero aprovechado.
A esto habría que sumar la llegada de gente importante durante el estallido del conflicto, que avivarían los ánimos de aquellos pueblos desengañados. Al respecto, Romero y Arribas (2011, 132) ya nos informan de cómo en el otoño de 1873, el brigadier Santés invade Minglanilla con 4000 soldados, seguido de Enguídanos, donde se hace con la plaza de su castillo, y reclutará a gente de la Manchuela, entre los que se encontraban vecinos piquereños.
El 10 de enero de 1875, Santés intentó una nueva incursión, “para ello, inicia su marcha hacia el norte por San Clemente, Honrubia, atravesando el Júcar por Valverde y penetrar por las tierras de La Parrilla. Otro grupo, desde la Motilla, se abre hacia la derecha para asegurar la retaguardia y deciden pernoctar unos días entre las localidades pequeñas que encuentran: Olmedilla, Buenache y Piqueras” (Romero y Arribas, 2011, 133).
Como decíamos, junto a Piqueras y Barchín se alzaba Buenache, otro de los grandes espacios geográficos de este triángulo carlista que influirá de modo decisivo en la toma de decisiones. A los vecinos de esta localidad no les faltaron motivos para alistarse al bando faccioso.
Su calidad de vida había ido a menos, y desde luego nadie se atrevía a poner en tela de juicio la catolicidad de una localidad en la que con poco más de un millar de habitantes existían hasta 10 cofradías, además de una cifra similar de edificios de carácter religioso, básicamente integrados por ermitas (Gómez de Mora, 2020).
Tenemos constancia por testimonios orales que varios miembros afines al clero local, abrazaron las ideas carlistas. Familias que en el pasado gozaron de nombre, como los Valladolid, así como especialmente dentro del seno de la Iglesia ocurría con los Barambio, serían sólo una pequeña muestra de un vecindario que abogaba por la necesidad de recuperar el esplendor de tiempos pasados.
La pequeña nobleza erosionada, junto con la modesta y mediana burguesía que ansiaba ir creciendo como se había venido haciendo desde siempre, vieron en la nueva mentalidad, el enemigo que alteraría por completo los cimientos y costumbres de un territorio, cuya estructura social simbióticamente estaba forjada con la Iglesia.
Desde luego que no fue algo casual que la expedición de don Carlos al transcurrir por la Manchuela, escogiera este municipio como punto de encuentro entre las fuerzas de Forcadell y Cabrera. Buenache y sus alrededores representaban un reducto de incondicionales, que habían mostrando su fidelidad desde el primer momento de las guerras. Y es que a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por los partidarios de la reina Isabel, muchos de los vecinos seguían conspirando con bandoleros y milicianos que se acercaban hasta el lugar en busca de víveres, información y posada. Al respecto, sabemos que “la noche del 17 de noviembre de 1837, a consecuencia de noticia que tuvo el alcalde de Buenache de Alarcón de la aparición de unos facciosos en aquel término, que se pusieron sobre las armas (…) corriendo al término y hallándose en número de 11 en el monte de Santiago donde mataron tres, hiriendo otros tantos, entre ellos al sargento que les acaudillaba, y les hicieron prisioneros, los 11 fusiles y escopetas y otros efectos” (BOE, nº1093).
Más hacia abajo, en tierras del Picazo, el movimiento carlista estaba más vivo que nunca. Pensamos que si no se pudo garantizar la creación de una línea continua, que comunicará el área de Barchín-Piqueras-Buenache con esta localidad, fue debido a la posición central que jugó la fortaleza de Alarcón, y que los Isabelinos se apresuraron en controlar, para convertir en su principal bastión en la región, ante el riesgo que se corría por la afluencia de facciosos que se iban multiplicando por la zona. Desde luego sus gruesos muros eran objeto de deseo para cualquier caudillo que quisiera fortalecer un puesto de mando en condiciones.
De este modo, Alarcón rompía el cinturón entre Buenache y el Picazo, no por ello faltarían adeptos que desde el inicio hicieron uso de la fuerza, maniobrando esporádicamente en una especie de guerra de guerrillas, donde se intentaba aprovechar cualquier despiste o falta de vigilancia entre los puntos por donde se movían los sublevados.
Al respecto, el estudioso que mejor conoce el pasado de este municipio es Benedicto Collado, quien en su monografía histórica sobre la localidad, transmite de forma precisa la tensión que se palpaba en sus calles.
Conocido es el relato de una partida de vecinos, que aprovechando la ausencia de defensas tras la aparición de insurrectos en un enclave vecino, se dirigieron hacia la casa del alcalde…, las consecuencias ya las comentamos en su momento.
Sobre dicha acción, reseñamos la descripción que su autor extrae de un Expediente Judicial y que se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, gracias a los testimonios directos de los implicados, donde se relata que “cuando se acercaron a una distancia de cincuenta pasos, salieron de la chopera los que estaban emboscando en ella haciendo fuego con las armas que llevaban dando al mismo tiempo las voces de ¡Viva Carlos V! y ¡A ellos!, Viendo el Alcalde la superioridad de las fuerzas de los sublevados retrocedió y mandó a los que le auxiliaban que le siguieran al pueblo” (Collado, 123-124).
A pesar de las duras condenas de cárcel además de incluso la sentencia a muerte hacia alguno de los sublevados, la cosa parecía no estabilizarse cuando años después “en prevención de posibles ataques al pueblo, el Ayuntamiento en 20 de febrero de 1837 acordó el nombramiento de un Ayuntamiento paralelo, para ponerse al frente del pueblo y recibir a las partidas carlistas en caso de tener que escapar los liberarles a refugiarse en Alarcón” (Collado, 136).
Pasaron varias décadas, y en las familias del municipio, las ideas se heredaban del mismo modo que una propiedad, por lo que un conglomerado de linajes (la mayor parte de los cuales ya se volcaron en las ofensivas acaecidas hacía cuarenta años atrás), volvían a manifestarse con fuerza, mostrando su apoyo a la causa facciosa.
El carlismo era una cuestión arraigada, que como vimos, no obedecía a una simple moda, ni a las ganas de “bandolear” de un puñado de personas. Y esto se refleja claramente en una interesante mención que efectúa Benedicto, donde apreciamos la significación que seguía teniendo para parte de su vecindario, aquel conjunto de ideas (que a pesar de haber caído en el olvido, y hallarse aisladas de los grandes focos de influencia política), seguían palpitando en la conciencia de un pueblo, que se resistía a desprenderse de lo que para ellos eran un conjunto de principios incuestionables:
“Todavía el 8 de enero de 1887 el alcalde se ve en la obligación de comunicar al Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público con boinas [rojas], por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés, pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las filas carlistas y, tratando de evitarlo, han contestado-” (Collado, 2004, 184).
David Gómez de Mora 

Bibliografía:
-BOE, Gaceta de Madrid, nº1093, año 1837, 26 de noviembre. 
-COLLADO FERNÁNDEZ, Benedicto (2004). El Picazo. Un lugar en tierra de Alarcón. Diputación Provincial de Cuenca. 373 pp.
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “La fuerza del carlismo en las zonas rurales de Cuenca. Cuestiones y dudas por esclarecer”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “Notas sobre acciones carlistas en puntos de la provincia conquense”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2019). “Linajes, tradicionalismo y forma de vida en la sociedad local de Piqueras del Castillo durante los siglos XVI-XIX”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-GÓMEZ DE MORA, David (2020). “La fuerza del clero en Buenache de Alarcón”. En: davidgomezdemora.blogspot.com
-HIGUERAS CASTAÑEDA, Eduardo (2012). “La participación política carlista durante el Sexenio Democrático: el caso de Cuenca”. Homenatge al doctor Pere Anguera, vol. I, Història local. Recorreguts pel liberalisme i el carlisme, Barcelona, 13 pp.
-ROMERO SAIZ, Miguel y ARRIBAS BALLESTEROS, Jesús (2011). Piqueras del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones Provinciales Número 88, Exma. Diputación Provincial de Cuenca. Departamento de Cultura, Ayuntamiento de Piqueras del Castillo. Asociación Cultural de Piqueras.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).