martes, 15 de octubre de 2019

Los Lizcano y los Ruiz en Piqueras del Castillo. Apuntes históricos de dos linajes locales con solera


Conocer a fondo la historia de Piqueras nos obliga a mencionar dos de las familias más destacadas con las que ha contado este municipio siglos atrás, debido al papel y poder desempeñado en una modesta sociedad local como la que tratamos, pero no por ello insignificante. Siendo una pieza importante dentro del sistema económico que en el ámbito ganadero como agrícola, potenció la vida en este espacio geográfico.
Los Lizcano invocaban sus raíces en tierras guipuzkoanas, tras llegar su progenitor hasta Buenache de Alarcón a principios del siglo XVI. Por otro lado, los Ruiz, eran en realidad una prolongación de la noble familia de los Ruiz de Alarcón, señores de Piqueras, a través de la descendencia dejada por el que fuera párroco e hijo de esta familia.
Nos encontraríamos pues ante dos linajes con solera, los Urreta de Lizcano y los Ruiz de Alarcón. Sendos tenían en común el nunca haber hecho alarde de su pasado, probablemente por no resultarles necesario, al estar siempre residiendo en el mismo lugar. Estas familias siguiendo con las costumbres de las casas rurales, se dedicaron al oficio de la labranza, y que compaginaban con otras tareas como la política local (pues fueron numerosos los alcaldes y regidores que afloraron de ambas familias). En el caso de los Ruiz de Alarcón la escribanía municipal estuvo controlada por ellos de manera ininterrumpida desde principios del siglo XVII hasta entrado el siglo XX.
Evelio Moreno (2013, 209) nos informa que precisamente el documento privado más antiguo de carácter civil que se guarda en el pueblo de Piqueras, es un testamento nuncupativo otorgado entre don Pedro José Ruiz Herráiz y su esposa doña Rosa Lizcano de Barambio en la notaria de Campillo de Altobuey, con fecha del 25 de julio de 1881. Pedro José y Rosa instituyeron a sus cinco hijos, Justa, Ambrosia, Melitona, José Julián y Baldomero.
La alianza del señor Pedro José Ruiz y su esposa Rosa Lizcano en 1855, no fue desde luego un hecho casual, pues supuso la unión de lo que fueron las dos familias más ricas e influyentes que había en Piqueras del Castillo durante aquel periodo del siglo XIX.
La casa de los Ruiz (y que siglos atrás los veremos portando el apellido Alarcón, por ser en origen Ruiz de Alarcón), junto con los Lizcano, venían atesorando un poder importante desde siglos atrás. A continuación les seguían otras casas de labradores bien asentadas, Barambios, Checas..., y que como muchas más, representaban lo que denominaríamos las élites locales de un modesto municipio, donde el nivel de vida era lo suficientemente aceptable, gracias a la consolidación de un sector agrícola y ganadero que se mantenía y que arrastraba un dilatado pasado en esta tierra.
Fotografía familiar de don José Julián Ruiz Lizcano, año 1909. Ayuntamiento de Piqueras
Así lo apreciamos en las personalidades que componían la localidad a mediados del siglo XVIII cuando se mandó completar las preguntas del Catastro de Ensenada, estando la Comisión Local conformada por el cura párroco Don Matías de Barambio (poseedor del vínculo de tierras más numeroso de toda la historia del municipio), junto con los alcaldes ordinarios Marcos de Cuenca y Juan de Alarcón; los regidores Gabriel de Lizcano y Manuel de Alarcón; así como Alonso de Checa en representación de la Hermandad.

Los Ruiz, a pesar de ser descendientes directos por línea recta de varón de los mismos señores del lugar, e incluso hasta finales del siglo XVIII llevar solapado el apellido completo, nunca efectuaron alarde del mismo, probablemente por lo anteriormente dicho, pues desde sus inicios, era sabida y notoria la paternidad de su progenitor (el párroco García Ruiz Girón de Alarcón) y cuyos hijos reconocerían posteriormente en testamentos. Un hecho que se comprende mucho mejor cuando apreciamos que el linaje no saldrá desde el siglo XVI hasta ese momento del reducido espacio que abarcaba el término de la localidad. Si a esto le sumamos que desde ese instante, hasta entrado el siglo XX, controlaron de manera ininterrumpida durante más de cuatro siglos la escribanía municipal, además de las fundaciones eclesiásticas que perduraron hasta la revolución liberal del siglo XIX, poco más queda por añadir al respecto.
Situación un tanto parecida ocurría con los Lizcano, quienes tras llegar a Buenache de Alarcón a principios de siglo XVI, se encargarán años después de presentar su carta de nobleza, invocando a las tierras de Guipuzkoa, sobre una pequeña aldea, donde los Urreta (y que darán lugar al apellido entero de Urreta de Lizcano en Buenache), alardeaban de su sangre hidalga, como del caserón o baserri, que incluso a día de hoy sigue estando en pie.
Yendo por partes, la historia de los Ruiz de Alarcón y su influencia señorial sobre Piqueras, comienza a ser palpable en la documentación histórica a partir del siglo XVI. Pues a pesar de que en la centuria anterior, éstos ya aparecen referenciados, sabemos que en 1507 García Ruiz de Alarcón, efectuó alguna incursión en dirección a Valera de Abajo, acompañado por cerca de medio centenar de hombres, como resultado de su disputa con Francisco Bazán, Señor de Valera, y que posteriormente, éste último le responderá con una ofensiva contra Piqueras.
Intuimos que la vida de García Ruiz de Alarcón sería bastante agitada, cuando leemos que un año antes del conflicto con Bazán, se le menciona en una referencia documental del Archivo General de Simancas (AGS), respecto a una licencia para dirigirse donde quisiera, además del Consejo en el caso de ser requerido, como resultado de una causa en la que fue acusado por el Deán y Cabildo de la Iglesia de Cuenca. Es probable que por aquellas fechas la torre de Piqueras tuviera un uso constante de vigía, ante el temor de posibles nuevas ataques, en una época en la que los señores actuaban como caziques y reyezuelos de pueblo, y que perfectamente se podía compaginar con la empleada desde sus inicios, tal y como proponía en su tesis Ruiz Checa, en lo que se refiere al control de paso trashumante entre la red de comunicaciones que existía desde Albarracín a Murcia en los siglos siguientes al período de la llamada reconquista cristiana.
Sobre ese escenario, los Ruiz de Alarcón consiguieron un poder sin igual, creando de Piqueras su “pequeña Taifa”, un señorío que adquirieron por lo que en origen era propiedad de los Girón, y que después de entroncar con la casa de los Valencia, recaerá finalmente por línea de varón en los Ruiz. Será precisamente a través de la figura del García Ruiz de Alarcón cabecilla del conflicto de 1507, y que ya poseía el Señorío de Albaladejo, cuando tras su enlace matrimonial con Guiomar de València Téllez-Girón y Pacheco, esta familia se hace con el señorío. De modo que uno de sus hijos y que según parece estaba destinado a la vida contemplativa (o al menos así él lo quiso decidir durante la última etapa de su vida), es de donde procede la descendencia de los Ruiz que ha llegado hasta el presente de forma bastante prolífica.
El citado párroco, García Ruiz de Alarcón, entabló relaciones con una vecina de la localidad, procedente de una familia de labradores bien asentada (los Gil). Fruto de su relación nacieron varios hijos, entre los que destacaría don Luís Ruiz Girón de Alarcón, quien ocuparía el cargo de escribano, del mismo modo, su hijo don Pedro Ruiz de Alarcón, seguiría con esta misma tradición hasta que fallecería trascurrido el ecuador del siglo XVII, y así continuaríamos siglos y siglos, hasta ver como todavía a principios del siglo XX, la familia, conocida en el pueblo con el mote de “los secretarios”, seguían desempeñando esta labor. Como tan acertadamente define Evelio (2013, 212) “eran los mandamases del pueblo, el clan más influyente y respetado del lugar. En el curso de tres generaciones, tuvieron al menos cinco Alcaldes, cuatro secretarios, un juez de paz, tres maestres… etcétera. Y concentraron casi todo el poder municipal -que era poco- en sus manos; pero lo mismo habría sucedido (presiento) de haberse tratado de una ciudad más importante”.
Esta línea de los Ruiz y que entroncó con la de los Lizcano, como decíamos dejó una rica descendencia, destacando la línea del que fuese conocido como “el Tío Julián”, y cuya historia la conocemos por el relato que efectúa Evelio Moreno (2013, 217).
Don José Julián Ruiz Lizcano, casó con la señora doña Iluminada Villalba. De él, Evelio resalta su singular personalidad, a quien atribuye los calificativos de “muy inteligente y de carácter introvertido, pues nadie diría que no le gustaba figurar, habiendo sido Alcalde del pueblo en varias ocasiones, durante más de quince años (…) tenía sin embargo un muy marcado sentido justiciero, de tipo platónico. Y aunque seguramente jamás leyó la República de Platón, tampoco le hacía ninguna falta: él habría sido capaz de escribirla, -y salvando las distancias- pienso que pretendió instaurar la justicia social en Piqueras, con algo más de éxito del que tuvo Platón en Siracusa. Julián daba al menesteroso… que no pedía. No era fácil de dominar, ni siquiera por su mujer Iluminada, que tenía un fortísimo carácter y ejercía como la comadrona imprescindible de toda la comarca”.
El periodo de tiempo que José Julián Ruiz Lizcano fue alcalde en Piqueras, de acorde a la información que proporciona Evelio (2013, 219), fue en tres ocasiones no consecutivas. La primera desde 1903-1910 (era precisamente su sobrino don Manuel de Lizcano Herráiz el alcalde anterior, y que tras dimitir en abril de 1903, fue sucedido por su referido tío). Remarcar que en 1909 José Julián Ruiz pasó como secretario, para ser relevado por don Baldomero Ruiz Lizcano (su hermano). La segunda desde el 1 de enero de 1914 hasta el 1 de abril de 1922 y la tercera desde el 26 de febrero de 1930 hasta el 19 de abril de 1931, ejerciendo ya como secretario del ayuntamiento, al menos desde 1889, tal y como indica Evelio.
Por lo que concibe a los Lizcano, son bastantes las reseñas que podemos encontrar en el municipio de Piqueras a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Todo comienza con la figura de Antón de Lizcano, carpintero y propietario de un taller, desde el que hemos podido probar una descendencia genealógica que nos conduce hasta los últimos Lizcano de Piqueras.
Esta estirpe acumuló un considerable patrimonio, no siendo casual que algunos de los enlaces matrimoniales que realizarán con otras familias de labradores, giren en torno a miembros de la burguesía rural de la zona. Este modelo de economía local les permitió mantener su estatus de modo efectivo durante diversas generaciones, así como ocupar puestos destacados dentro de lo que sería la política local, ya desde sus inicios.
Durante el siglo XIX los únicos descendientes de los Lizcano que quedan en Piqueras celebrarán diversos matrimonios con vecinos del municipio. Por un lado tenemos a Bautista de Lizcano, que lo hará con una Herráiz, además de la mencionada doña Rosa de Lizcano Barambio, y que casó en 1855 con don Pedro José Ruiz Herráiz, origen de la familia Ruiz Lizcano. Por otro lado tendríamos a Juana de Lizcano, que casó con Cayetano de Mora (procedente de Solera de Gabaldón, pero con sus raíces paternas en Chumillas, de donde procedía la casa de los Mora), además de su hermano Pedro de Lizcano, que casó en 1860 con Luciana Lucas.
Genealogía de la familia Lizcano de Piqueras del Castillo. Siglo XIX
Al respecto, y siguiendo de nuevo con los relatos que rescatamos de la obra de Evelio Moreno, merece nuestra atención otro personaje vinculado con esta familia, se trata del “Tío Simón”, nacido en Piqueras el año 1877, siendo hijo de Francisco Alarcón Chumillas y su madre Victoria de Mora Gómez, por tanto nieto materno de Victoriano de Mora y María Antonia Gómez (molinera, de la que ya dedicamos un artículo que llevaba por título “La familia de los molineros de Piqueras del Castillo durante el siglo XIX”). Sus tíos eran Cayetano de Mora y Juana de Lizcano, labradores de Piqueras.
Simón Alarcón de Mora casó con Emiliana Checa y Checa, hija también de labradores de la localidad. Evelio (2013, 348) describía a Simón con las siguientes palabras “era de esa -rara avis- de piquereños que, teniendo sus tierras y labrándolas de alguna manera, se dedicaron a una profesión distinta de la de labrador, en su caso, la de carpintero. Fue además un poeta ocasional; su vena poética le llevaba a resumir su filosofía vital con aquella frase de: -prefiero ser colorín del pueblo que águila del campo-. Varios legajos fechados el 31 de diciembre de 1924 nos hablan de las relaciones económicas de tío Simón con la Iglesia, en su calidad de sacristán”. El tío Simón custodió durante algún tiempo los documentos de la Iglesia, junto a un pequeño cuaderno escrito de su puño y letra, que originariamente pudo ser un libro de contabilidad de carpintería, en el que anotaba los trabajos realizados en su taller, además de acontecimientos ocurridos en el pueblo que le impresionaban, ejemplo de ello son las fuertes lluvias del 12 de octubre de 1919, como el suceso ocurrido el 14 de julio de 1930, tal y como reseña Evelio Moreno.
No me cabe la menor duda, que tanto Simón como Evelio, han sido a su manera dos grandes cronistas con los que ha contado el municipio de Piqueras, pues gracias a su interés y constancia por preservar la memoria del pueblo en el que se criaron, conocemos diferentes relatos y facetas del pasado, que al final son las que consolidan la historia e identidad de un lugar sobre el que todavía quedan muchas hojas por escribir.


David Gómez de Mora

Bibliografía
* Archivo General de Simancas. 1506-3-31, Valladolid. Licencia y obligación de García Ruiz de Alarcón de presentarse al Consejo." Sig. CCA, CED, 8, 113-BIS, 1.
* Gómez de Mora, David (2018). Notas históricas sobre los Lizcano de Piqueras del Castillo. En: davidgomezdemora.blogspot.com
* Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónicas de Piqueras. Bubok Publishing, SL.
* Ruiz-Checa, José Ramón (2015). Torres exentas en el ámbito del Júcar medio (Cuenca). Implantación territorial y caracterización constructiva. Tesis doctoral. Univesitat Politècnica de València. 640 pp.

Linajes, tradicionalismo y forma de vida en la sociedad local de Piqueras del Castillo durante los siglos XVI-XIX


La historia de Piqueras del Castillo ya ha sido tratada en dos obras de obligada consulta para quien desee conocer el pasado de esta localidad, de ahí que el trabajo de Miguel Romero y Jesús Arribas, complementado con el magnífico estudio de Evelio Moreno, sean herramientas indispensables para abordar con rigurosidad que destino ha vivido esta localidad durante los últimos siglos.
Conocer sus costumbres, hábitos, características socio-económicas, oficios y un largo listado de elementos que han moldeado la personalidad del piquereño, nos permiten viajar en el tiempo a ese Piqueras del pasado, impertérrito y tradicional, sobre el que se forjó un modus vivendi rural, muy parecido al de otros tantos pueblos del territorio manchego, y del que en el caso que nos atañe, afortunadamente poseemos múltiples referencias documentales que sirven para trazar la senda de su historia.
El interés por conocer más a fondo esos rasgos antropológicos, sociales, económicos y su interacción sobre el medio físico, nos ayuda a entender la forma de pensar de aquellos vecinos que vivieron siglos atrás, en un entorno donde los dos principales recursos eran la agricultura y la ganadería. Riqueza indispensable de un municipio, en el que durante siglos fue la forma de vida más noble y práctica de la gran mayoría de sus habitantes.
Un enclave costumbrista, tradicional, pequeño y con una política endogámica bastante cerrada que les permitió mantenerse en el tiempo, además de generar personalidades destacadas y emblemáticas, que llegaron a ser influyentes tanto dentro como fuera de este lugar.
Quien mejor conocía y describió las viviendas tradicionales de Piqueras fue el filósofo Evelio Moreno (2013, 85-86), tal y como demuestra en sus crónicas del pueblo, al detallar las diferentes partes de las casas que había en Piqueras. Comentaba como en la zona superior se hallaba lo que se conoce como la cámara, lugar de almacenamiento del grano de la cosecha. La cocina con su chimenea y el portal donde se depositaban los botijos llenados de la fuente, eran las dos estancias más importantes de la residencia. Estas se complementaban con una o varias habitaciones, además de una despensa en la que solía guardarse la carne de la matanza, conservas y demás alimentos. En el mejor de los casos el suelo del habitáculo podía estar embaldosado con terrazo.
La profesión más extendida entre sus vecinos era la de los labradores. Sabemos por ejemplo que durante 1860-1870, éstos representaban un 40% del sector económico del municipio, y que junto con alrededor de un 20% dedicado a la ganadería y pastoreo, sumado a un 5% ocupado por otras oficios (herrero, molinero, carpintero, tejedor…), hacían que al menos seis de cada diez piquereños dispusieran de recursos que les permitían disfrutar de cierta independencia económica. Los más afortunados eran aquellos habitantes procedentes de familias que hasta el siglo XIX tuvieron la fortuna de poder heredar los lotes de tierras que iban adscritos a las fundaciones que sus ancestros o parientes habían dejado vinculados, y cuyo testimonio leemos en los libros de la parroquia que se custodian en el Archivo Diocesano de Cuenca.
A tenor de los datos que hemos ido estudiando, creemos que en la segunda mitad del siglo XVIII los porcentajes de la distribución económica por sectores no distarían mucho de los que presenciaremos un siglo después, y que hemos detallado en el párrafo anterior.

I. Los vínculos y producciones agrícolas en Piqueras del Castillo
Siguiendo el libro de fundaciones de Piqueras del Castillo, y que lleva por título “Libro de capellanías y fundaciones de 1759-1769”, detectamos cerca una veintena de vínculos existentes durante el año 1765, y que no distarían mucho de los que había menos de un siglo antes tras los conflictos generados por las políticas de desamortización.
Los vínculos eran una agrupación de bienes creados por una persona. Se hallaban controlados por la Iglesia del respectivo municipio, y a cambio de un pago de misas anuales, eran heredados por sus descendientes, para que su propietario los pudiese disfrutar, teniendo la obligación y deber de preservarlos así como no enajenarlos, de modo que las generaciones futuras siguieran poseyéndolos como sustento de vida.
En el libro de fundaciones de Piqueras del año 1765 aparecen este conjunto de memorias y fundaciones:
  1. Miguel Sánchez Abad
  2. Garci Ruiz de Alarcón
  3. Francisca Gil
  4. Julián Ruiz de Alarcón
  5. Matías de Barambio
  6. Luís Pacheco Girón
  7. Juan Fernández
  8. Isabel de Moya
  9. Manuel López
  10. Catalina López (mujer de Miguel de la Orden del Barco)
  11. Juan del Barco
  12. Juan Cano
  13. Marcos de la Orden
  14. Pedro de Zamora
  15. Domingo Herráiz
  16. Martín Gil de Segovia
  17. María Rodrigo
  18. Catalina López (mujer de Juan de Zaorejas)
  19. Juan de Reyllo
  20. María de Nieves
Explicando por partes cada una de estas, la fundación de Miguel Sánchez Abad se creó con una capellanía, hallándose formada a mediados del siglo XVIII por más de medio centenar de propiedades. El vínculo del capellán tuvo un peso importante para la familia Crespo, ya que Miguel aportará una capellanía y patronazgo de legos para que su heredero fuese Julián de Crespo, hijo de Juan de Crespo y Catalina García, en el que se adjuntaban como decíamos más de 50 fincas. Siguiendo un orden de preferencia, se estipula que después de Julián, el siguiente candidato era Juan de Crespo, así como en su defecto Juliana de Crespo y finalmente Ana de Crespo (ambas también hermanas de los anteriores).
La segunda fundación es la de Garci Ruiz Girón de Alarcón, hijo de los Señores de Piqueras, quien creó una capilla y dos capellanías en la Iglesia del pueblo, además de un vínculo que en tiempos del libro referido llevaba aparejado más de 70 propiedades rústicas.
El vínculo de Francisca Gil tenía sus orígenes en la fundación del anterior, y a mediados del siglo XVIII poseía una cuarentena de tierras, a pesar de que en algunos momentos llega a tener casi setenta (65 hazas, 2 terrenos y 2 cañamares). Tuvo como propietaria a la señora Inés de Alarcón, vecina de Piqueras, y descendiente de los Ruiz de Alarcón.
La cuarta fundación es el vínculo de Julián Ruiz de Alarcón, quien llegó a ser alcalde y redactó su testamento el 9 de marzo de 1671, haciendo un vínculo del “tercio y quinto de su hacienda”. Siguiendo con las costumbres, establece como primer heredero a su hijo mayor, para que en el caso de que éste no deje descendencia recaiga en el hijo varón de su hermano. El referido vínculo poseía medio centenar de propiedades, poseyéndolo en 1768 Pedro Ruiz de Alarcón, hijo de Joseph Ruiz. El primer propietario fue el hijo mayor de Julián, Julián de Alarcón -el mozo-.
La fundación de don Matías de Barambio, cura de Piqueras, se formó en 1752. Incluía la casa que hizo nueva en la plaza del pueblo, junto con más de 100 fincas. Su sobrino Matías de Barambio fue a quien se la adjudicó, para lo que se desplazó desde Valera para asentarse aquí y dar origen al linaje de este apellido que todavía perdura en la localidad. Don Matías (el sobrino) casó con Ana Serrano Valero (también vecina de Valera), y fruto de este matrimonio nacerá el siguiente poseedor de los bienes, su hijo Celedonio de Barambio Serrano, marido de María Antonia López y López, con la que casó en 1774.
El noble don Luís Pacheco Girón, Señor de Piqueras también efectuó una fundación que a mediados del siglo XVIII tenía alrededor de medio centenar de tierras. La siguiente es la de Juan Fernández, vecino de Piqueras que redactó su testamento y consiguiente creación del vínculo el 12 de julio de 1612 ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón. Pide que la sucesora sea su hija María Fernández. Durante 1765 será propiedad de Juan Martínez, mientras que en 1801 de Matías Martínez.
Otro patronazgo bastante antiguo es el de Isabel de Moya, viuda de Sebastián de Fuentes. Fue creado en 1596 ante el escribano público de Piqueras don Pedro de Villareal. Isabel nombra por heredero a su hijo Pedro de la Fuente, quien lo amplió en 1624 al redactar su testamento y nombrar a su hijo Matías de Fuentes. Como pasaba con muchos vínculos, en 1765 estaba bajo el poder de un vecino residente de fuera del pueblo, Martín Cambronero, natural de Barchín, y en cuyo momento contaba con alrededor una quincena de propiedades.
La fundación de Manuel López abarca la suma de un total de tres vínculos que heredó por ser descendiente legítimo de varios linajes de Piqueras. El primero que se menciona es el que era conocido como vínculo del Licenciado Juan Fernández de Peralta, y cuya hermana menciona el 12 de diciembre de 1668 (Ana de Peralta) en el momento de hacer su testamento, pidiendo que este recaiga sobre su sobrina María Navarro, esposa de Laurencio López, con el que casó en 1658 y tuvo por hijo al referido Manuel López, quien además aglutinó los vínculos de Quiteria Cano Gil y de María Gil. Por desgracia y como era de esperar, sobre el de María Gil no se halló referencia alguna, ya que muy probablemente fuese el que procedía de la misma María Gil, esposa del que fuera párroco e hijo tercero de los Señores de Piqueras, Garci Ruiz de Alarcón, malpensamos pues de una desaparición intencionada, que en cierta manera, reconociera por la vía de este vínculo, una descendencia directa de los señores del lugar, y que como ya hemos expuesto en más de una ocasión, era más bien un problema que una alegría para los intereses de la línea principal de este linaje noble. Otra posibilidad es que esta María Gil fuese una de las hijas de Juan Cano y María Gil, cuyo matrimonio tuvo que celebrarse alrededor de 1560.
Por lo que respecta al vínculo de Quiteria Cano Gil, sí existe la referencia del testamento sobre el que se fundó, datando a 13 de febrero de 1663. Junto con los dos anteriores, pasarían a engrosar una única fundación, que se conocerá a partir de ese momento como vínculo de Manuel López.
Como hemos comentado en más de una ocasión, las mujeres en Piqueras fundaron diferentes memorias de este tipo, para que así el patrimonio siempre cayera en manos de un pariente varón cercano. Catalina López, fue una de esas piquereñas creadora de un vínculo. Estaba casada con Miguel de la Orden del Barco. Su testamento lo redactó ante el escribano de Valverde, Diego Ramírez de Arellano, a 19 de septiembre de 1724, transcrito de un documento de 1710 en presencia del escribano de este lugar y Juez de las Diligencias practicadas (el señor Silvestre Rubio). En este caso el vínculo tenía alrededor de una treintena de tierras, estando además agregado a otro vínculo fundado por su antepasada María de Reyllo.
Juan del Barco, marido de María Lozano, fue otro vecino creador de un vínculo, según el testamento redactado ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón, a 27 de abril de 1656. Justo en ese mismo año, Juan de Arcos, cita otra fundación, y que conoceremos con el nombre de la de Juan Cano, hijo de su hermana Olaya García, ya que su cuñado y padre del sobrino se llamaba igual.
La siguiente memoria fundacional es la de Don Marcos de la Orden y López, presbítero de Barchín. En ella se adjuntan varios bienes, en los que se llega a la conclusión de que proceden de una masa de bienes anterior, pero que de la que el escribano ignora su origen de creación por no encontrarse el documento que la realizó. De ahí que tome el nombre del poseedor que existe en el momento de su transcripción.
Un vínculo bastante antiguo será el de Pedro de Zamora y su esposa Quiteria Mateo, y que se relaciona con una venta que efectuó Diego de Zamora y Aguilar (vecino de Iniesta). Parece ser que Diego de Zamora vendió una propiedad de los mismos en 1665 a Matías Herrero, vecino de Piqueras. En el año 1765 el vínculo seguía estando en poder de la familia Zamora.
Otra fundación fue la de Domingo Herráiz, y que queda registrada ante el escribano Pedro Ruiz de Alarcón de Piqueras en el año 1633. Su hijo Domingo Herráiz (el joven) será el poseedor. Éste tuvo por hija a Quiteria Rubio, siguiente propietaria. En 1765 se halla en manos de María Rubio, vecina de Piqueras y viuda de Jaime de la Orden.
Una fundación más modesta, pero conocida en la localidad era la de Martín Gil de Segovia, y que durante un tiempo estuvo en poder de Francisco del Barco, para luego recaer en su hija Nicolasa del Barco. Se le agregó la fundación que en 1681 realizó Domingo Cano, vecino de Piqueras, lo que incrementaría su superficie. En 1765 era propiedad de la familia Checa, estando conformada por unas cuatro propiedades.
Tampoco se nos debería pasar por alto otra da las vinculaciones más antiguas de Piqueras, esta era la de María Rodrigo, y cuyo apellido solapó con el de su marido Julián López, creando la forma López-Rodrigo, y que veremos en uso hasta el siglo XVIII. María Rodrigo testó el 10 de marzo de 1596, fruto de su matrimonio nació su hijo y heredero, quien casó con Ana Martínez. El vínculo tenía unas casas de morada delante de la fuente (en la Barrio de la Plaza), lo que ya nos confirma que este espacio urbano existía a finales del siglo XVI, y que como ya se intuía, fue el eje sobre el que se plasmó la antigua planificación urbana de la localidad. Esta fundación pasó a su hija Francisca López, quien casó con Alonso López en 1618.
Otro vínculo fue el de Catalina López, creado en 1559, y siendo hasta la fecha el más antiguo del que tenemos constancia. Esta mujer casó con Juan de Zaorejas, y fruto de su enlace nació Catalina López de Zaorejas, que en 1596 incorpora propiedades a la creación de bienes de su madre, además de antes haber casado con Juan de Reyllo. Precisamente el hijo de ambos, será Juan de Reyllo López, quien funda otro vínculo en 1638. Dicho Juan enlazará con Juliana Saiz, quien se lo transmitirá a Pedro de Reyllo. En el año 1765 era propiedad de Miguel de la Orden, vecino de Piqueras.
Finalmente, sabemos de la existencia de otro vínculo creado a principios del siglo XVII, concretamente el de María de Nieves, fallecida en 1616, y que tras efectuar un buen testamento y pago de 70 misas, adjuntó diferentes tierras. Su cuñado era Juan López, alcalde ordinario ese mismo año. Más tarde veremos que el poseedor de la memoria es Alonso López Fernández de las Heras, quien controlaba del mismo un total de 24 hazas.

II. El carlismo en Piqueras del Castillo
A pesar de la imagen de minifundios y tierra fragmentada que ha existido en el municipio de Piqueras desde antes de la concentración parcelaria de la segunda mitad del siglo XX, bien es cierto que este panorama no siempre fue así, pues comenzó a extenderse con especial intensidad a partir del siglo XIX, cuando tras la desamortización e implantación de las ideas liberales, se produjo una profunda separación y fragmentación de las tierras entre las generaciones venideras.
Fenómeno que comportará una clara pérdida de poder y estatus del labrador, al tener que ir dividiendo entre sus descendientes, parte del sustento económico que le propiciaban sus bienes raíces y que tiempo atrás habían atesorado su familia. Ejemplo de ello lo tenemos en el libro de fundaciones antes referido del siglo XVIII, y en donde el escribano Ruiz de Alarcón, traslada fundaciones de tierras concentradas que se remontaban hasta el siglo XVI, y en donde se comprueba como parte del término estaba controlado por diferentes familias de labradores, que aglutinaban sus propiedades en aquellas instituciones, por las que anualmente sus herederos simplemente habían de pagar un conjunto de misas, tal y como se acordaba en la cláusula del testamento en el que se creaban. Las grandes propiedades eran más habituales de lo que nos podemos imaginar, pues en las referencias parcelarias que se describen de esos vínculos, en el momento de señalar los límites con los que confinaban, aparecen alusiones de bienes raíces de este tipo, tocantes con otros vínculos latifundistas de la localidad, muestra de que no eran algo aislado, sino que se extendían por buena parte del término municipal.
Evelio Moreno (2013, 165) definía a la perfección la problemática del minifundio en sociedades rurales como la de Piqueras, sin añadir el daño que supuso para un espacio tradicionalista como el que nos ocupa, ya que la existencia de latifundios materializada a través de la fundación de vínculos (registrados por la Iglesia), acabará disolviéndose como resultado de una amplia acción de disgregación parcelaria, cuyo germen eran las nuevas ideas reformistas del siglo XIX.
La apertura de aquel período de la desamortización, se combinaba con la corriente de que todos los hijos e hijas heredaran por igual, llegando incluso a partir una sola parcela en diferentes porciones equivalentes para cada uno de los vástagos. Un grave error que no se paliaba a pesar de que las posteriores uniones matrimoniales en sociedades localistas y endogámicas como la que estamos tratando, aminoraban en cierto grado el daño económico que resultaba de esas divisiones, pues con el enlace se reincorporaba de nuevo parte de ese patrimonio fragmentado. No obstante, el balance siempre resultaba negativo, pues la mentalidad de partir bienes, a medio-corto plazo degradaba la calidad de vida del labrador, empobreciéndose paulatinamente generación tras generación, cada vez con cosechas menos rentables.
Fuera de este grupo privilegiado, estaban los jornaleros y sirvientes (estos últimos, abundaban sobre todo entre los mozos y mozas jóvenes, siendo el primer oficio que muchos adquirían y que una veces, pasados los años, abandonaban al heredar las propiedades que podía darle su padre. En su defecto seguían complementando sus labores serviles con faenas temporales que se les ofrecían en tierras ajenas durante las temporadas de siega y colecta).
La cuestión del papel de la mujer en el Piqueras antiguo, ya fue tratada en un artículo que publicamos hace aproximadamente dos años atrás (Notas sobre el poder de la mujer en las tierras de Cuenca. El caso de Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo). No nos cabe la menor duda de que las piquereñas son imprescindibles para entender la historia del tejido socioeconómico de la localidad, especialmente en siglos pasados donde llegaban a fundar vínculos, capellanías, además de ser auténticas gestoras de su hogar, junto con las labores de mantenimiento y trabajo mecánico de la tierra, bien fuese escardando, segando y trillando. Evelio Moreno, nos contaba con su brillante forma de redactar, la importancia del campesino en estructuras sociales como la que antaño presentaba este enclave.
Para nosotros el labrador piquereño (como muchos de sus convecinos de la península), albergaba unos valores propios, que los más nostálgicos siempre enfatizaban y ensalzaban como característicos de su personalidad. Erguidos sobre la base de un limitado marco rural, que giraba alrededor de un sistema ético, claro y conciso, repleto de virtudes, que en una sociedad cristiana, católica y tradicionalista que creía en el más allá y Dios, forjaron y moldearon el carácter de un nutrido conjunto de generaciones, que entendieron la importancia de preservar las costumbres y el trabajo agrícola, con las mismas ganas y entusiasmo que lo habían hecho sus antepasados.
No se nos puede pasar por alto el sector de la ganadería, el cual en el censo de la corona de Castilla daba para el año 1752 un total de 1683 cabezas, destacando mayoritariamente las de tipo ovino. Por aquellas fechas Piqueras contaba con 70 casas, es decir, alrededor de unos 300 habitantes.
Por grupos, en la pregunta número 20 del catastro de ensenada, se informa que la ganadería local está compuesta por unas 1131 cabezas de ganado lanar churro, 283 de cabrío, 39 cerdos y cebonas, 15 yeguas y caballos, 65 asnos, 10 mulas, 140 bueyes, vacas y becerros que sirven para la labor, a excepción de dos pares de bueyes propios de Juan de Chumillas, que con dos carretas trajinan en la conducción de maderas a la Mancha y otras partes (Romero y Arribas, 2009, 53 y 126). Los machos, las mulas y los bueyes eran los animales de tiro que más se empleaban para las labores de labranza y acarre, sin olvidar la ayuda que podía prestar los burros, pues eran tenidos como siervos domésticos de machos y mulas (Moreno, 2013, 88-89).
Para aquella sociedad formada en un ambiente costumbrista, ruralizado y con una clara identidad forjada por el tradicionalismo campestre, el estallido de las guerras carlistas del siglo XIX movilizó a muchos de sus hijos hacia la parte sublevada. Piqueras era tan o más carlista como sus vecinos de Buenache (algunos de los cuales ya tenían una fama incuestionable por su apoyo a don Ramón Cabrera en su expedición por tierras conquenses).
Los altercados y conflictos que se vivieron en este lugar fueron una realidad, y que veremos con especial intensidad durante el periodo de la primera y la tercera guerra. Al respecto, Romero y Arribas (2011, 132) ya nos informan que en otoño de 1873, el brigadier Santés invade Minglanilla con 4000 soldados, seguido de Enguídanos, donde se hace con la plaza de su castillo, donde reclutará gente de la Manchuela, entre los que se encontraban vecinos piquereños.
El 10 de enero de 1875, Santés intentó una nueva incursión, “para ello, inicia su marcha hacia el norte por San Clemente, Honrubia, atravesando el Júcar por Valverde y penetrar por las tierras de La Parrilla. Otro grupo, desde la Motilla, se abre hacia la derecha para asegurar la retaguardia y deciden pernoctar unos días entre las localidades pequeñas que encuentran: Olmedilla, Buenache y Piqueras” (Romero y Arribas, 2011, 133).
Obviamente, no cabía ninguna duda, que aquel escenario resultará propicio para que el carlismo penetrara con fuerza en este municipio, conectado intrínsecamente con una mentalidad, que iría más allá de ese pobre y simple concepto de “bandolerismo” con el que algunos historiadores de manera sutil acaban tildando a muchos de los milicianos rebeldes, como si pesara más en su involucración una especie de interés por delinquir, en lugar de la adquisición de los principios de un ideario que defendían los parámetros de esa vida tradicionalista, que era al fin y al cabo la única que conocían.
Una de las aportaciones más interesante que realizan al respecto en este tema Romero y Arribas, es precisamente el listado de personas que se aprovechan del proceso desamortizador en los diferentes lotes subastados tras la aplicación de las nuevas medidas liberales. En el caso de Piqueras, se detalla el nombre y apellido de los propietarios que adquirieron bienes rústicos tras la subasta de dichos lotes. Algunos de los personajes, como se puede comprobar, tenían poca o ninguna vinculación con el pueblo (pues lo vemos en determinados apellidos), lo que explicaría la fuerza con la que el carlismo caló dentro de muchas de las viviendas piquereñas, ante aquella eclosión ideológica que propugnaba la liberación de los bienes regulados por el clero: “Melecio Cano, vecino de Valera de Abajo, labrador acomodado compró una heredad de 9,22 hectáreas; Juan Chavarria, vecino de Piqueras, pequeño labrador que compró una heredad de 7,02 hectáreas; Gregorio Escamilla, vecino de Piqueras, labrador acomodado, compró dos heredades en Piqueras de 48,60 hectáreas; Julián Gascón, vecino de Piqueras, mediano labrador, que compró un solar, así como Juan Ángel Martín, vecino de Piqueras, pequeño labrador, compró una fragua y un solar” (Romero y Arribas, 2011, 136).

David Gómez de Mora


Bibliografía
* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro de Capellanías y Fundaciones de Piqueras, años 1759-1769. Fondo de la Iglesia de Piqueras del Castillo, P-2593.
* Moreno Chumillas, Evelio (2013). Crónicas de Piqueras. Bubok Publishing, SL.
* Romero Saiz, Miguel y Arribas Ballesteros, Jesús (2011). Piqueras del Castillo. “Donde la Mancha empieza su historia”. Ediciones Provinciales Número 88, Exma. Diputación Provincial de Cuenca. Departamento de Cultura, Ayuntamiento de Piqueras del Castillo. Asociación Cultural de Piqueras.

El linaje de los Silva en Buenache de Alarcón


Los Silva de Buenache son una familia hasta la fecha poco investigada, sobre la que hay muchas cuestiones por esclarecer. La primera de ellas es su origen, pues desconocemos si guardan algún parentesco con la línea fuerte del apellido, y que se proyectó con especial intensidad en el ámbito nobiliario a través del Condado de Cifuentes, o por el contrario se trata de una casa de conversos que medró social y económicamente, habiendo adquirido un apellido que le era ajeno.
Son variados los interrogantes que en estos momentos nos plantea esta línea, puesto que en Buenache consiguieron asentarse de forma satisfactoria. Así lo vemos en la figura de Rodrigo de Silva, progenitor del linaje, que tendrá como descendiente a su hija Estefanía de Silva, quien casó con el noble don Bernabé de Reyllo, hidalgo local, de donde surgirá una descendencia prolífica al haberse asociado con los Castillo. Así sucedió con el que fuera Prior de Belmonte, junto otras personalidades destacadas de la nobleza conquense, y que en la ciudad de Cuenca emparentaron con familias como los Mendoza.
Entre los Silva más conocidos, mención a parte merece la figura del padre Silva. Un personaje que vivió durante el siglo XVI en Buenache, y que era conocido con el nombre de Rodrigo. Éste fue un clérigo municipal que tras fallecer mandó crear una memoria perpetua, además de enterrarse en la sepultura que sus padres poseían dentro de la Iglesia de San Pedro. En la respectiva partida de defunción cita a su sobrino Francisco de Reyllo (también clérigo), e hijo de su hermano Francisco de Reyllo Silva.
El difunto cura era por tanto vástago de Bernabé de Reyllo y de Estefanía de Silva, por lo que adoptó el nombre y apellido de su abuelo materno. Rodrigo obviamente no vivió nada mal, dejando entre sus bienes varias casas que tenía en el pueblo. La familia del clérigo emparejó con linajes destacados ya durante la segunda mitad del siglo XVI, tal y como resultó en el caso de su sobrina Catalina de Reyllo y de Silva, quien celebró sus bodas con Pedro de Artiaga. Fruto del enlace conocemos la figura de otro Rodrigo, en este caso apellidado como de Silva y Artiaga, quien también se dedicó a la vida religiosa, continuando así con la costumbre familiar.
Por desgracia el nombre de los Silva se vio involucrado en diferentes acontecimientos muy negativos, que salieron a la luz a principios del siglo XVII. Todos iban en dirección hacia Rodrigo (el hijo de Bernabé y Estefanía), pues fue señalado de varios delitos, y que obviamente manchaban su honor como el del linaje familiar.
El expediente presente en el fondo de la Inquisición del Archivo Diocesano de Cuenca (legajo 355, nº 5045, año 1602) revela una serie de situaciones deshonestas, que empiezan señalándolo como responsable de intentar amancebarse con una prima hermana del Licenciado Parra.
Recordemos que la casa de la familia Parra era una de las más ricas y prósperas que por aquellas fechas había en Buenache, pues nadie discutía de su influencia sobre el Santo Oficio a escala local, además de la intensa proyección social que consiguieron efectuar en el municipio desde el siglo XVI.
Armas de los Silva (misapellidos.com)
Para desgracia de Rodrigo y su familia, todo no quedaba en rumores aislados, pues existían más acusaciones. Por un lado tendríamos a la bonachera Ana Saiz, mujer de Pedro Medel, quien denunció al clérigo por pretender mantener relaciones con ella a cambio de dinero. A este polvorín cabría sumarle otras declaraciones, como ocurrió con María Rubio, hija de Martín Rubio, y que detalló como Rodrigo se dirigía hacia ésta de muy malas maneras.
La cosa iba empeorando a medida que uno lee el expediente de acusaciones, pues igual de grave era el testimonio de Ana Romero (mujer de Juan de Toro), y que denunciaba como tras acudir al párroco, éste le hizo una preposición indecente. Para mayor de los colmos los testigos que aparecen en el proceso relataban que el señor Silva era descendiente de turcos, hecho que agravaba su situación, pues no hay que olvidar que para la Inquisición la pureza de sangre era crucial, pues una de sus principales sus exigencias era que los antepasados de todos los integrantes de la Iglesia habían de ser ascendientes de cristianos viejos por todos y cada uno de sus costados (cosa que como sabemos era prácticamente imposible a medida que documentalmente uno va analizando los datos de cada linaje generación por generación). Todo ello, junto con otras imputaciones, que obviamente dañaban de pleno no sólo la figura del religioso, sino que de todo el linaje de los Silva de Buenache, acabaron plasmándose en la causa del referido legajo que lleva escrito su nombre en la portada.
Finalmente aquel conjunto de denuncias nunca llegaron a probarse, pues el proceso se suspendió, lo que podría explicarse por el fallecimiento del párroco muy poco tiempo después. Desconocemos si tras el escándalo y las duras acusaciones vertidas sobre las raíces religiosas de la familia, la Inquisición tomó cartas sobre el asunto, pues los Silva quedaban poco menos que tachados de ser descendientes de moriscos, un impedimento insalvable por aquellas fechas para cualquier tipo de persona que pretendiera ingresar en el campo eclesiástico y nobiliario. Una situación enormemente delicada, especialmente en un pueblo como Buenache, donde nadie olvidaba los sambenitos de sus vecinos.
Genealogía de la familia Silva de Buenache de Alarcón (apuntes genealógicos). 
Creemos que finalmente todo aquel cúmulo de declaraciones que afectaban a los Silva no serían muy tenidas en cuenta, pues apreciamos que varias décadas después, uno de los descendientes de esta casa, y por lo tanto pariente de Rodrigo, alcanzó el cargo de Prior. Se trataba de don Diego de Reyllo y del Castillo, célebre y destacado cura, que tras seguir una carrera prestigiosa dentro del ámbito sacerdotal, consiguió alcanzar la máxima autoridad de la Colegiata de Belmonte.
Suponemos que don Diego a pesar de gozar de enormes influencia (pues no olvidemos que su familia consolidó en la ciudad de Cuenca el linaje de los Castillo-Reyllo del que ya nos habló Trifón Muñoz en su obra), sería bastante precavido en el momento de ocultar cualquier tipo de nexo que lo vinculara con los Silva, remarcando de este modo el apellido Reyllo, lo que le reportaba una nobleza indiscutible, que por aquellos tiempos era vital para consolidar nexos sociales a pesar de las sospechas que acechaban otra línea de su familia, y que era famosa por portar la sangre de una de las grandes casas conversas de la Manchuela: los Castillo.

David Gómez de Mora

Referencias:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 355, nº 5045. Expediente contra Rodrigo de Silva. Año 1602
* Genealogía familiar. Apuntes genealógicos

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).