domingo, 12 de diciembre de 2021

Los Ojeda en el territorio conquense

Entre las muchas familias que conforman el corpus nobiliario de esta tierra, nos encontramos con el caso de los Ojeda. Un linaje, a priori de origen burgalés, pero a su vez también establecido en la provincia de Cuenca como mínimo desde finales del medievo. Motivo que ha generado numerosas confusiones, sobre las que historiadores e investigadores del pasado todavía tienen mucho que decir.

Conocemos representantes de este solar afincados en lugares variopintos, aunque hasta la fecha sin poder relacionar un mismo origen familiar, a pesar de que en sus tradiciones genealógicas todos se hacen descender de un progenitor burgalés.

Uno de los trabajos más destacados que tratan las raíces de este apellido es el de Gonzalo Miguel Ojeda, quien en un artículo titulado “El hidalgo Alonso de Ojeda”, desenmascara las claves para entender las relaciones genealógicas de esta familia y las consiguientes tesis que han abogado por arraigar sus raíces con la geografía conquense.

Casa-Torre de los Ojeda (zaleza.blogspot.com)

El tema de los Ojeda ha sido motivo de confusión por la aparición en documentos de una serie de personajes con idéntico nombre y apellido dentro de un mismo intervalo cronológico, hecho que ha suscitado controversias a la hora de querer precisar el origen del famoso Alonso de Ojeda que participó en la colonización del Nuevo Mundo.

Incluso en este sentido la arqueología puede aportar algunas luces, ya que existen los restos de una torre llamada de los Infanzones de Ojeda, que según se cree pudo ser construida en el siglo XIII, para luego ser reformada posteriormente por uno de los descendientes de los Ojeda, tal y como reza en una inscripción grabada en piedra, a través de un bloque que estuvo colocado en el dintel de su puerta con la siguiente leyenda: “ESTA TORRE FUNDADA EN LA MUY NOBLE Y ANTIGUA CASA DE OJEDA Y ALONSO REPARO Y EDIFICO EL MUY NOBLE Y HONRADO CABALLERO JUAN BAUTISTA DE OJEDA Y ALONSO DESCENDIENTE Y SEÑOR DE ESTA CASA INFANZONA Y SOLAR ALCAIDE DE LA VILLA DE TEBA”.

La prueba que demuestra que en Cuenca hubo miembros de esta familia sin aparente relación con la casa burgalesa, la vemos en la existencia de una carta de poder de un Alonso de Ojeda que “nació en Cuenca hacia 1470, hijo de Andrés de Ojeda, Caballero de Sierra, avecindado en Cuenca en los padrones de la parroquia de Santa María en los años 1473, 1475 y 1478” (Miguel, 1959, 87).

Casa-Torre de los Ojeda (zaleza.blogspot.com)

Pensamos como hipótesis personal que no es descartable que el nombre del Ojeda conquistador de Venezuela fue aprovechado por otras familias que portaban idéntico apellido, a pesar de que no tuviesen realmente nada que ver. Estas usurpaciones familiares eran una operación más habitual de lo que nos podemos imaginar, y de las que tenemos múltiples ejemplos dentro del ámbito nobiliario, ya que con ello se conseguía acrecentar el nombre y reputación de linajes que deseaban medrar socialmente.

Si analizamos los diferentes expedientes de los miembros de esta casa, apreciaremos que se invoca como origen del apellido la zona del solar burgalés. Destacando especialmente una reseña que para nosotros es crucial, siempre y cuando se base en un dato fidedigno. Se trata del expediente promovido por don Bernardo de Ojeda Verdugo y Abarca, familiar y alguacil mayor de la Inquisición de Sevilla en 1637. Tengamos en cuenta que este personaje dice ser hijo del Oidor del Consejo de Hacienda, don Hernando de Ojeda, así como nieto del alcaide Juan Bautista de Ojeda, y bisnieto de Fernando Alonso de Ojeda, y tataranieto de otro Fernando Alonso de Ojeda, quien se dice fue hermano del primer Inquisidor de Sevilla y los Reinos, Fray Alonso de Ojeda.

Casa-Torre de los Ojeda (zaleza.blogspot.com)

Recordemos que la tradición señala que el hermano de Fernando Alonso era primo hermano del conquistador Alonso de Ojeda, lo que de nuevo y de ser cierto indicaría que los padres de ambos descendían de un mismo abuelo, lo que cronológicamente ya nos debería de llevar hasta una familia de principios de siglo XV aproximadamente.

Nosotros por un lado hemos intentado buscar alguna relación entre la franja burgalesa y la familia asentada en Motilla del Palancar, de la cual presumiblemente procederían los Ojeda que encontramos en esta parte de la Manchuela. Precisamente, allí, en las montañas de Ojeda, el apellido Alonso, Alonso de Ojeda y Tamayo, aparecen entre varios de los vecinos afincados desde finales del siglo XVI, lo que de ser cierto, llevaría al menos la línea de Motilla hasta tierras burgalesas. Por ello, y siempre sin descartar que hubiese interés en los clásicos tejemanejes que adulteraban la historia de las familias, Alonso de Ojeda podría entenderse como un apellido compuesto de acuerdo a las referencias que podemos leer en este interesante enlace sobre la localidad de Tamayo: http://www.tamayo.info/index.php?pag=pueblo&cap=1&id=Demografia, donde queda patente que los apellidos de los bisabuelos de don Bernardo de Ojeda proceden de tierra burgalesa.

Casa-Torre de los Ojeda (zaleza.blogspot.com)

Tamayo es un despoblado de Burgos que dista a 11 kilómetros de Ojeda, municipio actualmente con 7 habitantes censados, y donde la familia alzaría su casa-torre solariega, sobre la que invocan las raíces del linaje.

Otras referencias nos indican que el abuelo de don Bernardo, don Juan Bautista de Ojeda, sirvió al Señor de Valverde (los Ruiz de Alarcón), pudiendo haber llegado la familia hasta Cuenca en tiempos de su padre, quien por su esposa (como decimos, de ser cierta la historia), con esos apellidos son claramente procedentes de la franja burgalesa. De ser así, seguimos sin entender que supuesto grado de parentesco existía entre el caballaero conquense que marcha a Venezuela, y el hijo de su primo que será quien se asentará en la provincia, a menos que éste ya lo hiciese por haber venido antes Alonso el conquistador o su padre, lo que podría haber favorecido su instalación.

Genealogía de los Ojeda (elaboración propia)

Como decimos son muchas las dudas y sospechas sobre las vinculaciones y raíces del linaje. Nosotros, como mínimo podemos garantizar casi con total seguridad que el apellido Alonso de Ojeda, tiene sus orígenes en una preciosa zona del territorio burgalés, donde puede que también radiquen varias de las claves que desde la historiografía conquense algunos nos seguimos planteando, sobre la veracidad o conexión de unas familias y otras.

Otra cuestión es si los Ojeda de Burgos se aprovecharon del relato del conquistador conquense para engrandecer su pasado, o si realmente hay un vínculo genealógico explicado por la instalación de una línea parental previamente en la zona, sin olvidar otras tantas dudas que dificilmente pueden responderse en estos momentos con garantías.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

*Archivo Histórico Nacional. Expediente de Caballero de Alcantara, nº 1087. Ojeda Verdugo y Abarca de Vallejo Verdugo Triviño, Bernardo de

*Miguel Ojeda, Gonzalo (1959). “El hidalgo Alonso de Ojeda”. Boletín americanista. Nº. 2, 1959, págs. 83-91

*Tamayo Aguirre, Eduardo. “Tamayo y su origen. Capítulo 5”. http://www.tamayo.info/index.php?pag=pueblo&cap=1&id=Demografia

Los García de Tinajas

Entre las muchas familias de la pequeña nobleza conquense, merece la pena dedicar unas breves líneas a un linaje asentado en un tranquilo municipio de la alcarria optense llamado Tinajas. Según los tratados heráldicos, ya en el siglo XIV y en tiempos de Juan I de Castilla, tenemos referencias de un caballero llamado Francisco García, un infanzón aragonés que tuvo por hijo a un varón llamado Francisco, pero que en lugar de quedarse en el Reino de Aragón marchó hasta tierras murcianas, donde casó, y al menos se le conocen tres hijos, uno de ellos Francisco García, quien daría nacimiento a las casas hidalgas de los García-López y García de Illescas en la zona, Benito García (hermano de él también) quien se asentaría en Jorquera, mientras que Juan García sería nuestro antepasado conquense, quien marchó a Huete y ejerció como ayo de Juan de Sandoval.

Genealogía de los García de Tinajas (elaboración propia)

Juan tuvo por hijo a Alonso García Hidalgo, quien ya se encargó de exigir como sus vástagos el reconocimiento de hidalguía que les permitía no pechar. Este Alonso se asentó en Tinajas, y casó en dos ocasiones. De su segundo matrimonio con su prima Elvira García, nacieron varios hijos, entre los que destacamos a Domingo García y García, quien marchó a Poyatos y dejó una descendencia importante.  

David Gómez de Mora


Referencias extraídas de:

Biblioteca Nacional. Mss 11929

viernes, 10 de diciembre de 2021

La capellanía de los Benito (La Peraleja)

Los Benito eran una familia de pura sangre peralejera, que aparece como mínimo documentada en el lugar desde finales del medievo. Una casa de labradores que en cuestión de escasas generaciones comenzó acumulando cierto patrimonio agrícola, hasta el punto de que alguna de sus ramas despuntará tras mantener acertados enlaces en su ascenso social, que inmediatamente les catapultarán hacia la fundación de una capellanía para que así alguno de sus integrantes tuviese la posibilidad de ingresar en las filas del clero.

Sabemos por nuestros apuntes, que ya durante el siglo XVI la familia aglutina patrimonio en una fundación, cuando Juan Benito y Ribatajada, tras fallecer en 1609 y pagar un total de 170 misas poseía una serie de bienes, que irían adjuntos con los de su mujer Francisca de Carboneras.

Cierto es que Juan, y que permitirá con sus tierras consolidar la capellanía de su hijo, no era muy creyente a tenor de una acusación efectuada por la Inquisición. La polémica radicaba en una serie de comentarios detallados en un expediente, presente en el Archivo Diocesano de Cuenca, fondo de Inquisición, legajo 249, nº 3353, que levantaban toda sospecha sobre su verdadero grado de devoción católica.  No obstante, aquello no resultaría inconveniente alguno, a pesar de incluso tener parientes acusados de conversión (Marcos de Ayllón y Cristóbal de Ayllón), es decir, unos primos por la parte materna, y es que hemos de recordar que su madre era la señora Magdalena de Ribatajada y Ayllón, linajes marcados por el Santo Oficio conquense, y que como veremos, eran siempre un riesgo añadido en las aspiraciones de toda familia a la hora de medrar socialmente.

Capilla de la Iglesia de San Miguel Arcángel de La Peraleja (Cuenca)

El tronco genealógico de la casa cogerá fuerza por la línea de Asensio Benito y Carboneras, no obstante, el hermano de éste, don Juan Benito, será precisamente quien engrandecerá el patrimonio heredado por sus padres, creando así la susodicha capellanía, en la que a mediados del siglo XVIII había más de una veintena de tierras adscritas. En 1751 la capellanía seguía en manos de la familia Benito, más concretamente del cura don José Benito, párroco de la Iglesia de Villar del Águila.

Resulta interesante destacar algunos de los topónimos entre los que se encontraban estas propiedades, y que hallamos dentro del término municipal de La Peraleja. Es el caso de La Varga, La Coronilla, La Veguilla, El Bajetón, el Alto de las Cuevas, Valdelaescaña, Las Puentes, Val de Parrales, El Pilar de la Ortizuela, Fuente de la Peña, Comparapan, La Roidera, El Retoradero, La Cabeza Gorda, El Coscojar  y Los Hormigueros.

Cabe decir que la gran mayoría de las tierras que conformaban la capellanía estaban dentro de La Peraleja, exceptuando una perteneciente a Valdemoro del Rey (en El Portillo Tocón), así como dos menciones a pedanías que en alguna ocasión se han posicionado dentro de La Peraleja, pero que como veremos no era el caso, sucediendo así con la zona de La Valdevilla, perteneciente a la aldea de Medinilla, y que se hallaba bajo jurisdicción de Gascueña, del mismo modo que el ya despoblado en ese momento enclave de Montuenga, y que estaba bajo jurisdicción de Villanueva de Guadamejud.

Por lo que respecta al repartimiento de la tierra, apreciamos que cerca de entre una cuarta y quinta parte de los lindes pertenecerán a gente que tenía la tierra sellada bajo el lote de una memoria, fundación, manos del clero o algún mayorazgo, especialmente como sucederá con el del Señor de Mochales (Carrillo de Mendoza), y que no por designios del azar veremos casando en La Peraleja, ya que la tenencia de bienes en este término municipal desde luego no fue escasa.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja


Referencias:

-Archivo Diocesano de Cuenca. Fondo de Inquisición, legajo 249, nº 3353

-Archivo Diocesano de Cuenca. Capellanías de la Iglesia de San Miguel Arcángel de La Peraleja. Apeos de capellanías y vínculos. Sig. 30/20, P.821

La memoria de Isabel de Moya

A finales del siglo XVI se fue conformando una de las fundaciones de patrimonio agrícola más antiguas que conocemos por la documentación piquereña. Se trataba de la memoria de Isabel de Moya, viuda de Sebastián de Fuentes. Una familia asentada en el municipio, y que a pesar de perder su apellido generaciones después por falta de varón, representó una parte de aquella sociedad labriega del lugar.

En este tipo de memorias se dejaba en herencia todo el lote patrimonial a un miembro del linaje, por lo que a cambio se exigía a este una serie de obligaciones, como será en el caso que nos ocupa la de encargar anualmente dos misas cantadas con sus nocturnos en la festividad de la Santísima Trinidad, así como en la Natividad de Nuestra Señora.


Isabel de Moya deja bien claro según el traslado que recoge el escribano Pedro Ruiz y Alarcón en 1745, que ésta deposita sus bienes con preferencia a la línea de su hijo Matías de Fuentes, quien se los trasmitirá a su vástago Pedro de Fuentes, remarcando que durante las jornadas de las misas, abone en cada una, tres reales al cura y otro medio real al sacristán. Sabemos que a mediados del siglo XVIII esta memoria estará en posesión de un descendiente, perteneciente a la familia Cambronero y afincada en Barchín del Hoyo.

Llama nuestra atención que esa fundación por aquel entonces tenía cerca de una veintena de tierras. También comprobamos que alrededor de una cuarta o quinta parte de los lindes que se describen junto a estas fincas son bienes de la Iglesia, particulares que los tenían agrupados en una memoria, así como cofradías, capellanías y otros vínculos que imposibilitaban su despiece. De modo que a falta de un estudio más profundo de este tipo de documentación, podemos ver como la tierra no estaba tan dividida como ocurrirá tras la llegada del siglo XX, cuando el modelo de tenencia será muy diferente.

Entre los topónimos que se recogen llama nuestra atención (algunos todavía existentes) el de Fuente el Espino, la cañadilla del Pino, el Prado de la Cruz, el cerro de la Cruz, Hoya Navarro, las carrascalejas, la sabiná, las Hontecillas, el Vallejo Cambronero, la Fuente el dado y la ladera del pino gordo.

David Gómez de Mora


Referencia:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Legajos de varios papeles, nº5. P-2606

Notas sobre Peñíscola en la Crónica de Vicente Biendicho

El espacio que geoestratégicamente ha ocupado la localidad de Peñíscola, le ha servido como escusa para ser retratada en múltiples estudios históricos. Así ocurrirá con Vicente Biendicho, quien en su gran obra (más concretamente en la primera parte del libro II, capítulo 6 de su crónica de Alicante), nos informa acerca “De la venida de los fenicios moradores de Tiro, y Sidón a poblar a España, y que fundaron en ella a Peñíscola, y a Alcira” (fol. 159).

Siguiendo la corriente historiográfica de su tiempo, Peñíscola siempre se ha descrito como un lugar clave ocupado permanentemente por todas las culturas que se han asentado en nuestro marco peninsular.

Al respecto, el citado autor comenta algunas palabras, que merecen como menos ser expuestas, para que nos hagamos una idea de que aspecto se tenía de esta población en el siglo XVII a los ojos de un foráneo que fue cronista de la ciudad de Alicante.

Corriendo de Levante a mediodía dieron en un peñasco empotrado, que se levanta a la lengua del agua en una gran llanura, ceñido de agua por todas partes, excepto una harto estrecha que la viene a hacer Chersoneso o Península, tiene dentro una bella fuente y población pequeña llamada gaja. Desearon los fenicios guarecerse en ella por ser semejante a su ciudad de Tiro de fenicia ribera del Mar Mediterráneo, de quien afirma Plinio que distaba de tierra 700 pasos hasta que Alejandro Magno en la guerra que la continuó la movió con la tierra, haciéndola península, era fertilísima, y con la contratación vino a ser la República más célebre del mundo. Su memoria hizo aficionarse a los fenicios de la que hablamos, y así aumentaron la población, y se quedaron muchos en ella llamándola Tyriche, porque hasta el nombre fuese parecido a su querida y amada patria, y cobró el de Chersoneso, así la llama Estrabón y Flavio, cuando dice que los discípulos de Santiago en ella celebraron un Concilio (…) de manera que antes se dijo Tyriche, así la nombra Avieno, por hacer memoria del antiguo que tuvo, después se dijo Chersoneso, en griego que en latín es lo mismo que Península, y que nosotros llamamos Peñíscola” (fols. 159 v. -160).


David Gómez de Mora

Historia, tradiciones y creencias en Saceda del Río

Con el trascurso de los años muchas de las localidades del territorio conquense van despoblándose, y con ello se produce la desaparición de todo un amplio sustrato cultural fundado en las tradiciones. Esas mismas que durante tantos siglos fueron perviviendo en unos modestos enclaves, que a pesar de estar a día de hoy apartados de los grandes focos de influencia demográfica, antaño atesoraban un radio de acción que se escapa de las reducidas miras con las que muchos analizan el territorio en el que ahora se encuentran. El catolicismo y la vida rural, eran factores que esencialmente moldearon una mentalidad conservadora y amante de lo suyo, en la que todo aquello que se transmitía de generación en generación pasaba automáticamente a casi sacralizarse, como un legado ancestral, y que por encima de todo había de prevalecer y mantenerse.


El santoral sacedero

Una de las fechas más significativas por el calado religioso que conllevaba, era el día de San Sebastián (20 de enero), así como al día siguiente (21), San Sebastianillo. Unos días después (el 24), se festejaba la Virgen de la Paz, y al siguiente, la Virgencilla. Durante las últimas décadas, tras descender el número de habitantes, se optó por celebrar estas festividades conjuntamente. A lo largo de esta jornada se consumía el que era conocido como “rollo de San Sebastián”, un dulce que se rifaba entre los vecinos, recaudando así dinero para las arcas de la Iglesia del pueblo.

San Sebastián, desde la Edad Media, fue el santo al que se encomendaron multitudes de poblaciones para protegerse de las epidemias de peste que asolaban nuestro marco geográfico, siendo frecuentes e intensas especialmente entre los siglos XIV-XVII, fecha en la que tenemos constancia de diferentes episodios en los que Saceda también se vería afectada.

Igualmente, al comenzar febrero, se conmemoraba la Candelaria, momento en el que se ofrecía a la imagen una torta de mazapán y se soltaban dos pichones o crías de paloma. Semanas más tarde, con la llegada de la Semana Santa, se efectuaba otra subasta con alimentos y diferentes productos para el mismo fin. Conocido era el jamón en rodajas y el cántaro de vino que una de sus vecinas traía cada año.


Todos los Santos

Entre las diversas costumbres que había en esta jornada, estaba la de poner “puche” en la cerradura de aquellas casas donde vivían mozas solteras. También se elaboraba turrón, mientras que la tarde del 1 de noviembre, alrededor de las 19:30, doblaban las campanas, a pesar de que ya desde la madrugada de la misma jornada empezaban a sonar, al estar extendida la creencia de que mediante estas maniobras se conseguía impedir la entrada de los malos espíritus en el interior de las viviendas.

Otra costumbre muy extendida esos días, consistía en el vaciado de calabazas, las cuales, una vez que quedaban huecas, se les colocaba una vela para luego ser depositadas en determinadas partes del pueblo. El propósito era que estas fuesen vistas para que de este modo las almas que iban varando por el lugar no llegaran a introducirse en el interior de los hogares. Del mismo modo, y como en otras muchas localidades, estaba extendida la idea de que desde la madrugada del uno de noviembre y hasta entrado el día siguiente, había procesiones de almas en pena que buscaban morar en las casas del pueblo.


Iglesia de Saceda del Río (Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca)


El funeral en Saceda del Río

Cada vez que fallecía un vecino, se seguía todo un protocolo que comenzaba con el amortajamiento y velado del cadáver. Por norma general, si la persona se encontraba en grave estado de salud, y a la vista de una llegada inminente de su muerte, el sacerdote daba la Extremaunción, sacando el viático y siendo acompañado por los vecinos, para acudir hasta la casa del moribundo, ofreciéndole el sacramento, a la vez que los vecinos arrodillados junto a la cama rezaban por él.

Sus familiares y personas de mayor confianza una vez fallecido, se encargaban de amortajarlo, vistiéndolo con ropa negra, y que por norma general solía ser la mejor que tenía (todo dependiendo de sus posibilidades). Algunas personas solicitaban tapar su rostro con una mantilla. Durante la noche el cuerpo era velado, rezándose el rosario y las preces (versículos extraídos de las Sagradas Escrituras y oraciones en las que se encomienda a Dios para que socorra al difunto).

Durante el mediodía se celebraba el entierro, por lo que varios hombres del pueblo se encargaban de cavar el hoyo en el que descansaría el cuerpo del fallecido. Para ello después de esta tarea, se les preparaba una comida con tal de que repusieran fuerzas.


Creencias populares sobre la meteorología

Como en todos los municipios de tradición católica, la Pascua era uno de los momentos más importantes del calendario litúrgico, por ello durante el Domingo de Ramos, los vecinos cogían ramilletes de olivo que eran bendecidos por el párroco con su hisopo, siendo luego depositados en las verjas de ventanas y balcones de los hogares. Estaba extendida la creencia que cuando se avecinaban fuertes tormentas o nubarrones sospechosos de traer una descarga violenta, los habitantes recogían un trozo del ramo para ser depositado en la chimenea, pues con ello se decía que se prevenía de la caída de rayos o granizo en los campos.

Algunas de las verjas de la vivienda se solían acompañar con cruces, de modo que el efecto protector se agudizara. Por un lado aparte de su funcionalidad salvaguardadora para rayos y tormentas, estaba también extendida la creencia de que estas ramas protegían de aquellos malos espíritus que se pudieran introducir en la casa, además de portar prosperidad a la familia que habitaba en su interior.

En este sentido, otra de las operaciones que realizaban los vecinos ante la caída de granizo, era la de colocar de forma invertida los trébedes (del latín tripĕdis, “trípode”), de modo que las patas se disponían mirando hacia al cielo. Se solían poner en la calle, alrededor de la vivienda o en el patio de la misma, pues se decía que de esta forma se evitaba la caída del tan temido pedrisco y que podía echar al traste toda la cosecha de la temporada. Esta costumbre la veremos extendida por diferentes lugares de la Península, creyéndose que tiene sus reminiscencias como mínimo en tiempos del medievo, cuando ya hay constancia de su empleo en lugares variopintos. Igualmente veremos al párroco bendecir el término en determinadas romerías, para que de este modo el suelo que trabajaban los agricultores quedara protegido por la mano de Dios.


El rezo por las almas

Antiguamente, como en muchas localidades que hemos observado en la franja de la Alcarria y demás zonas del país, existían las cofradías de las almas o de las ánimas, las cuales todavía existen incluso en algún municipio, como es el caso de Gascueña. Eran hermandades cuyo principal objetivo consistía en sufragar dinero para la salvación de las almas, ante la temida estancia en el Purgatorio, para la que la gran mayoría de mortales habían de entregarse en la fase previa de la salvación de su alma.

En estas cofradías se redactaban una serie de puntos, en los que se estipulaban un conjunto de normas, y en las que sus mayordomos se debían encargar de cumplir con una serie de obligaciones, tales como un control de las cuentas y la compra de determinados elementos, entre los que el fundamental era la cera para las velas. La cofradía había de organizar determinadas festividades señaladas en el calendario cristiano, con especial atención en la fecha del Corpus Christi, las jornadas de la Pasión o la tan esperada jornada de Todos los Santos.

La pertenencia a la cofradía era una garantía para el rezo de las almas, no obstante se requería un pago en determinados periodos. Recordemos que con el dinero colectado se ofrecían misas y se encendían velas en determinados altares del templo. Estas cofradías tendrán otra serie de cargos que fortalecerán el organismo, como sucedía con el capitán, y otros oficiales que se encargarán de llevar a cabo su dirección, no obstante hay que recordar que el párroco era a veces el único que tenía potestad para determinar algunas funciones.

En determinadas festividades del santoral local o en los días de Carnaval, era obligado depositar una serie de cantidades, cuyo beneficio iba también recogido para el sufragio de las misas para las almas de los difuntos. El precio por cada una de estas estaba estipulado, dependiendo de lo acordado por la corporación. La asistencia era tan importante que si no se podía acudir, había de justificarse debidamente la no presencia del cofrade, ya que de lo contrario había de enfrentarse al pago de multas estipuladas.


La Semana Santa en Saceda del Río

Son múltiples las tradiciones sacederas que desde antaño se siguen en esta población para celebrar la semana Santa. Así pues, la elaboración de rosquillas, torrijas o la fiesta del Judas son algunas de las que vamos a reseñar:

El domingo de resurrección, a la salida de misa y en recuerdo de la traición de Judas a Jesucristo, se confecciona un muñeco (generalmente de paja) que se cuelga, siendo apedreado y quemado hasta que este cae al suelo. De esta fiesta existen diferentes variantes dependiendo del lugar, personalizando a veces el “Judas” en alguien que haya perpetrado algún hecho reprobable. En Saceda concretamente, se ataba a un burro y se arrastraba por el pueblo para posteriormente ser quemado. El Domingo de Resurrección, además, era costumbre que los mozos entregasen a las novias ramos de naranjas.

Por otro lado, la presencia de un fraile predicador marcaba un hito en la Semana Santa de Saceda. Antiguamente, dadas las tensiones políticas existentes, que además repercutían en las tradiciones y la vida religiosa de los pueblos, en esta población, durante la Semana Santa, los vecinos hacían guardia toda la noche para proteger el templo de posibles ataques. Además, hombres armados rondaban por las afueras con el fin añadido de evitar que la sagrada forma fuese rodaba.


Gastronomía en Semana Santa

La elaboración de torrijas, también ha estado muy presente siempre en la Semana Santa de Saceda. Antepasados de este dulce ya son recogidos en el “De re coquinaria” (recetario en latín del siglo IV-V), siendo un postre que tradicionalmente se le ha dado a las parturientas por ser la leche, el pan, los huevos y el dulce (azúcar o miel), alimentos energéticos de fácil ingesta. Además, se pensaba que estimulaba la producción de leche en la recién parida por esa creencia que dice que “de lo que se come se cría”.

Múltiples son las teorías de la vinculación de las torrijas con la Semana Santa, siendo una de ellas la que defiende que su aporte calórico y saciante, era idóneo para consumir en unas fechas en las que la ingesta de carne estaba restringida. Por otro lado, la torrija siempre ha sido un producto vinculado a épocas de escasez económica , siendo algo tan humilde como el pan duro (la base de su elaboración).

Las rosquillas, otro dulce típico de la Semana Santa de Saceda, remonta su receta a los tiempos del Imperio Romano. Es un producto hecho a base de huevos, harina , aceite, zumo de naranja y ralladura de limón entre otros, y aunque puede haber tantas variantes como casas en las que se prepara, poco se han alterado sus ingredientes base desde sus orígenes.


Los mozos en Saceda del Río: cortejo y noviazgo (pago de la patente y cantos de los mayos)

Como tantos otros aspectos sociales, las relaciones entre los mozos y mozas de Saceda del Río han estado sujetas a costumbres y tradiciones que poco a poco se han perdido. El pago de la patente estaba extendido en diferentes pueblos de Castilla la Mancha. Se llevaba a cabo cuando una joven del pueblo se hacía novia de algún forastero. Así, el novio en cuestión, había de invitar a los mozos del pueblo de la novia a una comida donde, presumiblemente, el vino sería de obligada presencia. La cantidad de comida variaría en función del poder adquisitivo del novio y de los exigido por los mozos del pueblo como “impuesto” por llevarse a una de las mozas del pueblo. De no querer pagar la patente corría el riesgo (asegurado) de ser tirado al pilón hubiese agua o no, hecho que, según la época del año y teniendo en cuenta el clima de Saceda, no sería nada agradable.

Hoy en día esta tradición se sigue conservando en cierto modo, ya que todavía el forastero sigue pagando una ronda a la familia o allegados de la novia, pero es algo que queda en un círculo cercano sin constituir un acontecimiento en el pueblo.

En el caso de los cantos de los mayos, cortejo y devoción se cogen de la mano. Esta costumbre antiquísima, tiene raíces paganas reflejadas en múltiples culturas que ya relacionaban la llegada de mayo con una época de fertilidad, tanto de la tierra como de las mujeres. Por ejemplo, la fiesta Mayumea fenicia ya exaltaba la llegada de la primavera. Del mismo modo, el 30 de abril, la celebración del Beltane celta era símbolo de la llegada del crecimiento de hierba asegurando el alimento del ganado, es decir, una pastoril por excelencia.

Con el tiempo, la iglesia católica ha asimilado estas fiestas acercándolas a las creencias del cristianismo y convirtiendo el mes de mayo en el mes de la Virgen, existiendo ya una referencia documental sobre la celebración de los cantos de los mayos en la provincia de Cuenca en 1507.

En Saceda del Río, el 30 de abril se cantaba el mayo a la Virgen del Rosario, del mismo modo que los mayos también se convertían en canciones de ronda que los mozos cantaban a las mozas en el portal a modo de cortejo.

David Gómez de Mora

El llinatge Roca en les terres del nord de Castelló

La presència d'aquest cognom entre famílies de localitats costaneres al nord de la nostra província es remunta a l'edat mitjana. Així doncs, tenim constància que a Vinaròs des d'abans del segle XVI existien diferents línies d'aquest llinatge que començarà a expandir-se per la zona. Sobre els orígens dels Roca poc o gairebé podem aportar, únicament que el cronista Martí de Viciana (1502-1582) en el seu llibre tercer de la crònica de l'ínclita i coronada ciutat de València i del seu Regne, comenta que en aquest lloc hi havien cases antigues de llinatges honrats de pares, avis i antecessors, especificant el cas dels Roca.

En la Història de Vinaròs de Borràs Jarque (tom I, 1929, facs. 2001, 484-485), podem llegir la transcripció documental d'una sentència que va ser traslladada pel notari peniscolà don Gabriel de Llaudis el 14 de juliol de 1705, vinculada amb el pagament que havien d'efectuar les localitats de Benicarló i Vinaròs a la vila de Peníscola per a les festes de Nadal a l'any 1460.

El document té interès pel fet que entre els representants del consistori vinarossenc apareixen els noms de “Antonius Roca filius Bartolomei”, “Bartholomeus Roca”, “Petrus Roca” i “Bernardus Roca”, és a dir, diversos integrants d'un mateix cognom, que segurament tindrien una filiació parental. El cas és que els Roca trigarien uns quants segles a aparèixer per Peníscola de manera permanent, fet que en aquests moments podem confirmar amb garantia documental com a mínim a partir del segle XVIII.

Pel que fa a Peníscola, revisant dos censos de 1510 i 1549 no hem apreciat cap integrant amb aquest cognom, així com de la mateixa forma entre els llistats de pagaments de veïns presents a l’Arxiu del Regne de València dels anys 1602-1603 i 1621, no obstant això, sorgeix el primer esment d'un Roca en el registre de l'any 1638, tractant-se d'un tal Antoni Roca, però que després en els registres posteriors (1644, 1650, 1656 i 1662) no torna a aparèixer, quedant com a ventall de possibilitats que l’assentament permanent d’aquesta casa hagi de produir-se entre l'últim terç del segle XVII i primera meitat del segle XVIII, on ja veurem la presència d'alguns Roca, tal com ho demostra la documentació que hem estudiat.

Respecte Peníscola, coneixem els noms d'Antonio Roca i la seva esposa Vicenta Albiol. Aquests vivien al “carrer olvido”. Per altra banda tenim registrat el nom del llaurador Pedro Roca i Paris, qui va néixer al voltant de l'any 1765, sent fill de Vicente Roca i Teresa Paris, a més de vidu de Francisca Puig (aquests residien en el carrer del bufador, transmetent la residència durant moltíssimes generacions dins dels representants d'aquest llinatge). Tampoc se'ns pot passar per alt el nom de José Roca, llaurador que va casar amb Vicenta Paris i Verge, aquesta nascuda en 1796, i veïns al carrer Sant Roc.

Altres noms són els de Miguel Roca, nascut en 1758, i espòs de Rosa Bayarri (els dos vivien també al carrer del bufador). En el mateix lloc també va residir Francisco Roca, marit de Ermitana Bayarri, i nascut al voltant de finals d'aquella mateixa centúria, així com Bartolomé Roca i la seva dona Josefa María González.

Tampoc se'ns pot passar per alt Victoria Roca, qui va néixer en 1763, sent dona d’un membre de la família Martí, i que com hem pogut saber va estar vivint en la població des de l’edat mitjana. L’ espòs de Victoria era llaurador i pastor. Els dos residien en una de les cases del carrer cavallers. De la mateixa manera no podem obviar que la família del “russo” pertanyia al llinatge dels Roca, ja que la mare del mecenes don Jaime Sanz i Roca (donya Manuela Roca i Ayza), era filla de Manuel Roca i Antonia E. Ayza, personatges també nascuts dins del segle XVIII.

Que la família dels Roca es va projectar socialment a Peníscola ho demostra una de les làpides gravades en el paviment de la Ermitana. Aquests soterraments representaven quines eren les cases amb més recursos i que al mateix temps desitjaven deixar constància del seu pas per aquest món terrenal. Així ho va fer el prevere i vicari d'aquesta Església Parroquial, el doctor don Victorino Roca, qui va morir el 17 de setembre de 1772, tal com resa la làpida que s'ha conservat en el sòl d’aquest edifici sagrat.

David Gómez de Mora

viernes, 3 de diciembre de 2021

Notas curiosas. Elementos cinegéticos en un inventario de Verdelpino de Huete

De vez en cuando entre los bienes de la documentación notarial pueden leerse diferentes reseñas que llama la atención, tal y como sucede en este caso con el listado de posesiones reflejado en un inventario del año 1624 de Verdelpino de Huete, perteneciente al hijo de Francisco Pintado del Olmo y Juana de la Peña.

Entre los objetos que se describen apreciamos los clásicos textiles y aperos de campo, propios en el hogar de cualquier familia. No obstante, merece nuestra atención, un objeto, que si bien ya lo hemos visto en otros documentos de idéntica índole, queremos remarcarlo por la finalidad e importancia que adquiría. Concretamente se trata de “una ballesta con sus gafas”, que acabará heredando Francisco Pintado de la Peña, y que los peritos tasadores valorarán en 7 reales.

A priori la ballesta puede parecernos un arma más propia del medievo, por lo que la idea de que esta durante el siglo XVII estaba anticuada, no deja de ser una equivocación, pues nada más lejos de la realidad, la ballesta siempre fue empleada como arma de caza, especialmente entre las gentes del ámbito nobiliario, con la que además jugaban como entretenimiento para ver quien conseguía acertar en el centro de la diana. Hay que decir que con el paso de los años, y tras la incorporación de las armas de pólvora, obviamente la ballesta fue perdiendo fuelle, pero no por ello dejándose de emplear, especialmente en zonas rurales, en las que muchas familias que practicaban la caza veían en su uso un arraigo ancestral, además de que no era costosa de reparar.

Tercios de Flandes: Ballesta/Ballestero (ejercitodeflandes.blogspot.com)

La ballesta que se nos describe en este inventario de Verdelpino de Huete conserva también la gafa o pata de cabra, es decir, la pieza que se usa para cargarla, y que consta de una palanca que sirve de apoyo entre un par de ganchos y arcos.

Las cacerías de venado y jabalí fueron antaño muy habituales en estas tierras interiores, de ahí que familias de labradores con ciertos recursos como los Pintado, practicarían en más de una ocasión estas actividades, en las que desde luego el medio físico se prestaba para su desarrollo.

David Gómez de Mora

Producción de importación valenciana en los hogares de Verdelpino de Huete durante el siglo XVI

Si por algo se ha caracterizado históricamente la cerámica valenciana, ha sido precisamente por su excelente calidad. Nombres de localidades como los de Manises y Alcora resuenan por cualquier parte del mundo, y ello desde luego no es para menos, especialmente si tenemos en cuenta la variedad de diseños que desde el medievo hasta el presente han ido surgiendo de las manos de los talleres de alfareros de nuestra tierra.

Tradición, personalidad y belleza impregnada en las diferentes piezas que las familias con ciertos recursos deseaban adquirir para consolidar antiguas vajillas de calidad o simplemente la posesión de un objeto que por su rareza pasaba a emplearse en situaciones muy especiales, o como mero objeto decorativo que a modo de trofeo custodiaba la parte más representativa de aquellas cocinas rurales.

Analizando los inventarios de los protocolos notariales de Verdelpino de Huete, podemos apreciar como algunos vecinos poseían diversos ejemplares. Este es el caso de la señora Francisca Pintado, mujer de Matías Caro, y que en el traslado de su testamento de 1576, podemos leer que entre sus bienes poseía “unos platos de València”, valorados en 34 maravedís, además de una albernía de idéntica procedencia, tasada en 17 maravedís. La albernía era una vasija grande de barro vidriado. Por otro lado, en el inventario de Juan de Solera fechado en el año 1591, se nos detalla que éste tenía doce platos y albornías del Reino de València, además de una colección de varios jarrones (dos de Cuenca, uno de Talavera, junto con una jarrica, y un jarro de pico de València).

No debemos de confundir los jarros de pico, y que como su nombre indica, se destacan por su boca y que solía estar adornada, respecto a las jarras, y que en su caso tienen dos asas.

David Gómez de Mora

Imágenes:

Reseñas de la documentación extraída del Archivo Municipal de Huete. Libros I y II de protocolos notariales de Verdelpinto de Huete.

Juan Pérez de Beteta, un verdelpinero con mucha historia

Leer de manera pormenorizada que albergaban las habitaciones y rincones de la casa de un hombre de esos tiempos, en cierto modo refleja una parte de esa idiosincrasia desarrollada centurias atrás en un olvidado mundo rural, del que tantas cosas nos siguen quedando por aprender.

Juan Pérez de Beteta era un labrador bien aposentado, de esos que vivían con lo necesario, y que consideraba que en su testamento debían de figurar todas y cada una de las cosas que con el esfuerzo del trabajo diario junto con el legado transmitido generacionalmente, habían de aprovecharse y salvaguardarse como un tesoro familiar.

Esto lo comprobaremos en la multitud de sábanas, sayas, mantas, almohadas, cubrecamas, camisas y capas almacenadas, que junto con el calor de la chimenea de su hogar, protegían a él y a los suyos de esos fríos otoños e inviernos por los que se caracteriza la climatología de la alcarria conquense.

Allí, en Verdelpino de Huete, por encima de cotas que superan los 1000 metros, es donde se forjaron algunos linajes de rudos y fuertes labradores, que hoy los investigadores analizamos desde el escritorio de nuestra casa, sin padecer ni una décima parte de como lo hacían ellos cuando desempeñaban su quehaceres diarios.

No cabe duda que para Juan era necesario contar con multitud de herramientas, gracias a las que muchos de sus trabajadores podían ayudarle, además de otros tantos objetos, y que reflejan la necesidad de guardar todo aquello que podría servir en algún momento, pues no se sabía en que instante llegaría a resultar necesario.

Leemos la presencia de multitud de cacharros, entre los que llaman nuestra atención cuatro llantas de hierro de repuesto para un carro, además de lana, aceite y otros tantos productos que hoy se denominan ecológicos, y que por aquel entonces invadían la totalidad de aquellas viviendas campestres.

Verdelpino de Huete

Procedente de una casta de labradores afincados como mínimo según la documentación desde el siglo XV, Juan seguramente sabría leer, a pesar de las elevadas tasas de analfabetismo que por aquel entonces existían. Y es que además de ejercer como alcalde en diferentes ocasiones, en su testamento se mencionan un par de libros. Así ocurre con un tomo de Fray Luis de Granada sobre las virtudes morales (tasado en su momento en tres ducados) o una obra menos conocida, atribuida a un tal Jiménez, también de temática religiosa, pues como solía suceder, la mayoría de las bibliotecas caseras que se podían confeccionar los más afortunados, solían nutrirse con piezas versadas en temáticas del derecho y la filosofía, además de esos abundantes tratados teológicos, que siempre eran mejor entendidos cuando en el núcleo familiar había la presencia de algún cura que los explicaba.

Desde luego nadie dudaría de la devoción cristiana de este personaje cuando apreciamos el dinero que invertirá en el pago de misas para la salvación de su alma, nada de extrañar teniendo en cuenta la disponibilidad de bienes con los que contaba, pues llegó a poseer cerca de un total de 400 fincas en las que explotaba diferentes gramíneas, olivos, vides y otros cultivos complementarios, junto con la tenencia de animales para su cría y venta.

Entre sus caprichos podemos leer la presencia de cerámica de importación, es el caso de una vajilla con varias piezas de porcelana valenciana, además de una cadena de plata sobredorada que pesaba 6 onzas y media (valorada en 143 reales), o una pequeña colección de objetos de plata, como sucedía con dos tazas, además de ocho onzas del mismo metal y varios corales, junto algunos pendientes y anillos que conformaban el ajuar de sus ancestros.

David Gómez de Mora

La importancia de conocer los orígenes. El caso de los Pintado en Verdelpino de Huete

 Saber de dónde descendía cada persona era importantísimo, y es que aunque a día de hoy mucha gente ni tan siquiera conozca los nombres o apellidos más allá de la generación de sus abuelos, antaño muchos de nuestros ancestros, a pesar de no saber leer o escribir, tenían muy claro el parentesco que guardaban con buena parte de sus familiares, a pesar de que estuviésemos hablando de líneas colaterales, en las que el grado parental pudiese ser bastante lejano.

Tener claro todo aquello, significaba más de lo que la gente se imagina, ya que conocer la vinculación familiar que se guardaba con el fundador de un determinado vínculo, capellanía u otra fundación similar, podía suponer llegar a recibir el pago de unos estudios religiosos para algún hijo, así como ayudas a aquellas mujeres que desearan casarse, sin olvidar tampoco las herencias o lotes que marcarán un orden de preferencia, y que si eran muy importantes, llegaban a especificar con mucho detalle como personas muy alejadas del núcleo familiar tenían posibilidad de gozar de sus prestaciones.

Firma de Francisco Pintado de la Peña en uno de los libros de protocolos notariales de Verdelpino de Huete. Archivo Municipal de Huete

En Verdelpino de Huete el linaje de los Pintado se encargó de efectuar varias fundaciones, de ahí la necesidad de remarcar en las cláusulas notariales la importancia y privilegios que podía suponer el descender de su familia. Así lo veremos en este fragmento de una memoria perpetua, en la que se especifica que para aprovechar las tierras adscritas a una fundación, aquellas personas habrán de estar vinculadas con "la genealogía del tronco de los Pintado”.

Los Pintado eran una casa de labradores con ciertos recursos, que durante los siglos XVI y XVII tuvieron una importancia reseñable a nivel local en esta zona de estudio, además de las líneas que del mismo apellido apreciaremos en variopintos enclaves de la comarca, como será el caso de Huete, Castillejo del Romeral, o especialmente La Peraleja (entre otros lugares).

David Gómez de Mora

Apuntes sobre la explotación cárnica antaño en Verdelpino de Huete

Durante el siglo XVI Verdelpino de Huete contaba con su propia carnicería, cambiando de manos cada escaso tiempo, ya que los fiadores encargados de pujar por su control iban variando. Por norma general veremos como esta se encontraba al mando de dos carniceros, que apoyados por una persona de confianza y con la que muchas veces solían guardar algún tipo de parentesco, actuaba como garantía personal y económica para que la práctica de aquel oficio se pudiera desarrollar sin problemas. Una especie de contrato que siempre quedaba recogido por el escribano, en este caso, Alonso Muñoz.

Precisamente, a finales de esta centuria veremos ejerciendo como carniceros a vecinos del lugar, sirvan como ejemplo los nombres de Pedro de Palomar, Luis Romero o Juan de Valera -el viejo-. Por otro lado, estas personas contaban con el apoyo de unos fiadores, y que por aquella época fueron Matías Caro o Alonso Muñoz-Pastor, gente conocida sobradamente en el pueblo por proceder de casas labriegas de cierta entidad.

Que la explotación cárnica se desempeñaba en el término municipal de Verdelpino es algo de lo que no cabe la menor duda, sólo tenemos que ver algunos de los testamentos o topónimos que se han conservado de este lugar para hacerse una idea de como en este precioso entorno de la Alcarria Optense, su disponibilidad de terreno para el pasto, además de un clima y altura por encima de los 1000 metros sobre el nivel del mar, hacían del lugar un espacio idóneo para el desarrollo de esta actividad.

En el primer libro de protocolos notariales del municipio y presente en el Archivo Municipal de Huete, podemos leer como “en 24 días del mes de noviembre de 1590, Pedro Grande, jurado del lugar de Verdelpino de Huete, requirió a Juan de Solera, vecino del dicho lugar, que guardase y diese cuenta de 212 carneros que se prendaron en los cotos, los cuales contaron de conte de Juan García, pastor de Juan Jarabo”.

Rebaño de ovejas en Verdelpino de Huete (imagen del autor)

Conocemos de primera mano la capacidad económica de la familia Jarabo, así como la cantidad de cabezas de ganado que movieron por estas tierras durante centurias, de ahí que la noticia viene a recordarnos como la zona era frecuentada por rebaños foráneos, nada extraño teniendo en cuenta que justo por este área circula la Cañada de Beteta.

Precisamente, Francisca Pintado, y que era esposa de Matías Caro (quien se podría suponer que había de tener alguna relación con el personaje de mismo nombre, o en su defecto, familia que aparece como fiador de la carnicería), se nos informa que cuando casó con su esposo, entre las muchas pertenencias que aportaba al enlace, además de sus bienes y 12.153 maravedís en metálico, traía más de una treintena de fincas y 42 cabezas de ganado. Una cifra que nos habla de la importancia que tenía para este tipo de familias labriegas con recursos, no solo la explotación agrícola, sino también el complemento ganancial procedente de sus rebaños.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).