jueves, 14 de diciembre de 2023

Los Garcés de Jánovas. Un linaje con miras de proyección social tras la reconquista del territorio valenciano

Entre las casas de las familias de la nobleza aragonesa que participarán activamente en el proceso de control y expansión de sus dominios tras la reconquista cristiana en el Reino de Valencia, nos encontramos con el caso de los Garcés de Jánovas.

Hemos de indicar que este linaje aparece documentado en Herbers (Castellón) desde la segunda mitad del siglo XIII. En este sentido, si el primer miembro en recibir el control del lugar se referencia durante 1272 con el nombre de Juan Garcés, veremos que poco después se cita el dominio del enclave bajo el poder del noble Pedro Garcés de Janues (Pedro Garcés de Jánovas). Un representante de una notable familia de la nobleza aragonesa, procedente de la localidad oscense que acabará integrando su apellido.

Parece ser que los Garcés de Jánovas perderían la titularidad del señorío por línea masculina, al no haber un descendiente varón. Y es que se tiene constancia de como entre finales del siglo XIII y primeras décadas del siglo XIV, Elvira Garcés de Jánovas casa con Ramón Centelles, recayendo de este modo los dominios del señorío de Herbers bajo el poder de los Centelles, y borrándose así el nombre de los Garcés con este pequeño enclave castellonense.

Sobre la extensión y presencia del linaje por tierras aragonesas, podemos leer en un trabajo de Andrés J. Nicolás-Minué Sánchez (2018, 328), que “don Pedro Garcés de Januas fue obispo de Zaragoza y se halló en un concilio de Tarragona del año 1277”, así como que “en las Cortes del año 1301 asistió un caballero llamado Juan Garcés de Januas. El año 1338 Miguel Pérez de Januas, caballero vecino de Fonz, hizo la salva [de infanzonía] por Martín Pérez Navarro que probó ser hijodalgo. En las Cortes de 1374 asistió un hijodalgo dicho Pedro Garcés de Januas”.

Imagen del río Ara a su paso por la localidad de Jánovas

Como mucha gente sabe, Jánovas es un municipio que se despobló para la supuesta construcción de un embalse que nunca llegó a ejecutarse. Es por ello que décadas después sus vecinos emprenderían un increíble proceso de repoblación, en el que con mucho sacrificio y trabajo, han comenzado a darse los primeros pasos para conseguir hacer revivir la presencia de gente en sus casas. Ni que decir que Jánovas es un enclave que se remonta como mínimo a los tiempos del medievo, caracterizándose por ser uno de los principales lugares que han existido en el valle de Ara a lo largo de su historia.

Creemos que esta localidad, así como muchas de las que veremos por la franja alta de las tierras aragonesas, son zonas en las que afloraron familias interesadas en el proceso reconquistador que Jaime I llevó a cabo en el nuevo reino cristiano valenciano. Esto se percibe en las cartas de población que recibirán diferentes municipios del norte de Castellón, tal y como lo evidencia la concesión de cartas de población incluso después de la toma de la ciudad de Valencia, bajo los fueros de Zaragoza.

Al respecto, el gran medievalista aragonés Antonio Ubieto, comentaba que “se confirma que la nobleza aragonesa -y una mínima parte de los Hospitalarios que usó las costumbres de Lleida- consideraron la ocupación del reino de Ab Zeyt, como una extensión de sus tierras patrimoniales hasta época muy avanzada del siglo XIII, pues se puede observar que prácticamente hasta mediados del siglo XIII siguieron otorgando cartas de población a fuero de Zaragoza, admitiendo la supremacía de esta ciudad en lo jurídico sobre toda la zona” (Ubieto, 1979, 213).

El caso de los Garcés de Jánovas no será como veremos un hecho puntual, ya que si leemos la carta de población de Benicarló y que data del año 1236, apreciamos que el procurador que establece los límites de la localidad siguiendo el fuero de Zaragoza es el noble aragonés Fernando Pérez de Pina. Algo parecido ocurriría con la vecina localidad de Vinaròs, esta vez con la figura de Gil de Atrocillo, alcaide de la fortaleza de Peñíscola en el año 1241, encargado de entregar la carta de población a los vinarossencs, y cuyo origen genealógico los tratados históricos ascienden hasta el lugar de Castiello de Jaca.

Parece obvio entender que la aparición de variopintos linajes aragoneses en las primeras fases de esos asentamiento de caballeros que controlan la zona norte del territorio valenciano, se puede entender como una acción llevada a cabo por muchas casas de infanzones, que vieron en estas tierras recién reconquistadas, una oportunidad con la que ampliar su patrimonio, así como de expandir unos dominios que realzaban su estatus social dentro de esa sociedad tan jerarquizada como la que veremos durante el periodo de la baja edad media. Es por ello que la presencia del linaje janoviense de los Garcés en un enclave como el de Herbers, pudiese responderse desde este enfoque que estamos planteando.

Imagen de Jánovas (antigua residencia de la familia Garcés)

Igualmente hemos de entender que las familias de la nobleza aragonesa sabrán aprovechar la continuidad geográfica que les ofrecerá la franja turolense de la Matarraña con las tierras del interior castellonense, algo obvio en lugares como el que nos ocupa, puesto que la localidad de Herbers ya aparece documentada durante la segunda mitad del siglo XII, bajo un topónimo claramente empleado por los mozárabes del lugar. Fenómeno que nos indicaría la presencia de cristianos en esta zona, y que como ya hemos planteado en diferentes ocasiones, estaban sobreviviendo con anterioridad al proceso reconquistador de Jaume I.

Tengamos en cuenta como los aragoneses verán en esta zona geográfica, una oportunidad en la que afincar a sus gentes, por resultar el lugar una zona que previamente ya estaría poblada por cristianos, además de controlada desde la segunda mitad del siglo XII por aragoneses. Y es que si los catalanes tenían como principal obstáculo desde la toma de Tortosa en el año 1148, el paso hacia tierras abajo del río Ebro, ralentizándose su avance hasta áreas más meridionales, no ocurriría lo mismo con la franja aragonesa desde la que en el área de la Matarraña se disponía de una mayor facilidad para penetrar en la zona valenciana, fenómeno que a nuestro juicio explicará una mayor expansión y presencia de esos linajes aragoneses, y que verían en las comunidades nativas de cristianos que ya existían en la región, una posibilidad con la que afianzar su presencia en un territorio que desde el momento inicial de la reconquista dispararía su interés. Una cuestión que se puede interpretar del estudio de la frontera aragonesa con el territorio valenciano desde el siglo XII, a través del artículo que expone en su trabajo J. F. Utrilla (2017).

Armas heráldicas de los Garcés de Jánovas

Ni que decir que los Garcés de Jánovas fueron una familia de notable influencia, cuyo peso se dejará sentir dentro del territorio aragonés, como en el caso que nos ocupa del norte de Castellón. Así pues, ya en los siglos XIV y XV estos controlan un patrimonio destacado más allá de la localidad originaria de sus ancestros.

Hemos de entender a estos Garcés como un linaje de infanzones o miembros de la baja nobleza caballeresca, que contaría con su respectiva casa solariega en la localidad de la que procedían. Y desde la que fueron creciendo a medida que ascendieron socialmente.

Podemos consultar diferentes documentos que dan fe de su expansión, así como de su importancia en diferentes lugares de las tierras aragonesas, ya por los siglos XIV y XV.

Don Juan Garcés de Janovas, caballero, alcaide de Pina y procurador del noble Artal de Alagón, reconoce haber recibido de doña Teresa [Ximénez] de Urrea, Priora de Sigena, doscientos sueldos jaqueses por razón del treudo del monte de Farlé . Año 1309. Archivo Histórico Provincial de Huesca - S/000017/000007

Rodrigo de Aineto y Sancha Garcés de Jánovas ceden a Miguel Sánchez de Aineto, su hijo, la posesión de la villa de Santa María de Pedrola y otros bienes. Año 1342. Archivo Histórico Nacional, CLERO-SECULAR_REGULAR,Car.597,N.12

Sentencia arbitral del año 1391 en el pleito entablado entre el concejo de Griébal, de una parte, y Martín Garcés de Jánovas, su mujer Dominga, hija de Marco de San Pedro y de su mujer Agnes. Archivo Histórico Nacional, CLERO-SECULAR_REGULAR,Car.778, N.13

Benedicto Colobor, notario, y Tomás de Paño, vecinos de Sena, como albaceas testamentarios de Miguel de Corza, venden a Pedro Garcés de Jánovas, escudero, vecino de Sena, unas casas en dicho lugar por 40 florines de oro de Aragón. Año 1433. Archivo Histórico Provincial de Huesca - S/000029/000014

Trascurrido el medievo, y durante centurias posteriores, tenemos algunas referencias que nos vuelven a reflejar la presencia de familias con peso dentro de la localidad de Jánovas, no obstante, apreciamos como la casa de los Garcés no es mencionada. Así pues, Gerardo Molpereces (2011, 68-69), nos indica que “según consta en el Fogaje de Aragón del año 1495, Jánovas tenía en el siglo XV una veintena de fuegos o casas. De estas, al menos han conservado el nombre dos de ellas: casa Puyuelo y casa Castillo, y ya figura la casa de la abadía. En el padrón de Infanzones de Jánovas aparecen los nombres de Rufas y Serrate hacia 1788, que corresponden con dos de las casas de mayor tamaño existentes en la localidad. Antonio Ubieto asigna a Jánovas 247 vecinos de media”.

Esto quiere decir que Jánovas a comienzos del siglo XVI tenía alrededor de un centenar de habitantes, de entre los que posteriormente se referenciarán algunos miembros de la nobleza local residiendo, tal y como se indica en el caso de finales del siglo XVIII, donde se mencionan a los linajes de los Rufas y Serrate, apellidos que destacarán entre un vecindario que respecto finales del medievo había conseguido duplicar su población, fenómeno que tendría que dejarse sentir en su modesta trama urbana, y que nos acercará a parte de ese viario que hoy todavía sigue en proceso de reconstrucción. Otros como los Cambra y los Capablo serán varias de las familias que tendrán reconocida su nobleza en la misma localidad.

Entre otros vecinos de Jánovas registrados como infanzones, veremos que se documentan entre finales del medievo y centurias posteriores las familias Allué y Fuertes (CASAS E INFANZONES DE SOBRARBE: 2021 (gensobrarbe.blogspot.com).

Por lo que respecta a nuestro interés, los Garcés no son citados en este censo de nobles. Ello puede deberse a distintos motivos, sin necesidad de que su apellido hubiese desaparecido en la localidad de Jánovas, pues creemos que estos seguirían estando presentes tanto en este enclave como en otros lugares de la zona.

Como bien saben muchos investigadores y genealogistas, el origen de múltiples apellidos (que arrancan de épocas tan remotas como la que nos ocupa), poseen diferentes líneas o ramas, que en algunos casos acaban despuntando, haciendo que sus integrantes crezcan en importancia y medren socialmente, así como otros acaben perdiendo fuelle, siendo relegados al conjunto mayoritario de esa  sociedad proletaria en la que no hay un distintivo social que muchas veces no será reclamado o exaltado por sus descendientes, de ahí que en multitud de ocasiones los historiadores apreciemos que casas con un mismo tronco genealógico en un lugar exijan los derechos que les pertenecían como hidalgos, mientras que en otros enclaves no puedan hacerlo.

Por otra parte, el apellido Garcés, es un patronímico que significa “hijo de García”, además de resultar muy abundante en tierras aragonesas. Esto también podría explicar que por un lado en Jánovas estuviesen los Garcés reconocidos como infanzones, al mismo tiempo que existiesen otros Garcés con un origen diferente.

Veremos la aparición de apellidos que se remontan a localidades emplazadas en las zonas septentrionales de esta región, que empezaremos a percibir desperdigados por diferentes municipios del área valenciana con el trascurso de los siglos. Precisamente, no muy lejos de Jánovas, a una distancia de poco más de cincuenta kilómetros, nos encontramos con la pequeña localidad de Víu, un enclave que se halla en las estribaciones de Cotiella, en un entorno montañoso, que dará apellido a determinados linajes que en origen pudieron proceder o relacionarse con este pueblo, siendo el caso de la misma familia del Barón de Herbers, quien como sabemos porta en su apellido compuesto la forma Ram de Víu.

Imagen de la localidad de Víu

Tengamos en cuenta que la presencia de apellidos que se remontan hasta altas latitudes y que aparecerán documentados durante el medievo por la zona del norte de Castellón, los veremos por ejemplo en el caso de Peñíscola en la forma Ayza, la cual pensamos que probablemente estaría vinculada con la localidad aragonesa de Aísa.

Aísa es un municipio perteneciente a la comarca de La Jacetania, distando de Castiello de Jaca (de donde procedían los Atrocillo) solo a unos veinte kilómetros, y cuyo nombre según nuestra hipótesis podría haber derivado en la forma que hoy portan muchos de los habitantes peñiscolanos.

Hasta la fecha con los escasos datos que hemos investigado, podemos aseverar una serie de conclusiones, que señalan la influencia aragonesa en las tierras castellonenses. Así pues, tenemos por ejemplo el caso de los Garcés de Jánovas, quienes ya en el siglo XIII poseen el señorío de Herbers; del mismo modo, es desde ese periodo hasta poco después de finalizar el medievo, cuando este linaje alcanzará un crecimiento social, que le permitirá obtener territorios y propiedades mucho más allá de su área originaria, tal y como apreciamos en otras muchas familias de raíz aragonesa. Y es que como se ha indicado líneas arriba, no podemos pasar por alto, el papel ejercido por los linajes de la pequeña nobleza aragonesa en el momento de la repoblación valenciana tras la reconquista, así como también incluso en una fase previa, cuando ya tendríamos constancia de la pervivencia de una cultura mozárabe, que consiguió sobrevivir al trascurso del dominio islámico.

David Gómez de Mora


Referencias bibliográficas:

*CASAS E INFANZONES DE SOBRARBE: 2021 (gensobrarbre.blogspot.com). “Apellido y linaje: Los Allué (IV), 19/12/2018 y Los Fuertes (LIV)”, 8/12/2021 

*MOLPERECES, G. (2011). “Jánovas, Lavelilla y Lacort, de la expropiación a la rehabilitación”. Año 86, nº. 370 mayo, 201, pp. 67-72. En: Aragón 370

*NICOLÁS-MINUÉ SÁNCHEZ, A. J. (2018). Familias Nobles de Aragón Linajes de Nobles e Infanzones del Reyno de Aragón y sus descendencias escritos por Juan Mathías Estevan. Fuentes Histórica Aragonesas, 84. Institución Fernando el Católico. Excma. Diputación de Zaragoza, 634 pp.

*UBIETO ARTETA, A.; (1979). Orígenes del Reino de València. Cuestiones cronológicas sobre su reconquista (II tomo). Ediciones Anubar, 298 pp., Zaragoza.

*UTRILLA UTRILLA, J. F. (2017). De la "extremadura" aragonesa al reino de Valencia. Las tierras de frontera entre el mundo cristiano feudal y el Sharq al-Andalus (1170-1240)”. Bajar al reino: relaciones sociales, económicas y comerciales entre Aragón y Valencia: siglos XIII-XV, pp. 31-61

miércoles, 1 de noviembre de 2023

La evolución demográfica de La Peraleja entre los siglos XVI-XVIII

No sabemos desde que momento del medievo la población cristiana comenzará a habitar el lugar de La Peraleja, no obstante, desde fases posteriores a ese periodo, y ya trascurrida la baja edad media, apreciaremos a través del Censo de Pecheros de 1528, una referencia de interés que nos dará una pista bastante aproximada sobre la cantidad de habitantes que había en la localidad.

Cabe matizar que cuando hablamos de censos, estos emplean el concepto de vecino como fuente informativa para referirse al número de personas que viven en ese lugar. Por ello es necesario indicar que este dato no se refiere estrictamente a una persona, sino que engloba al conjunto de la familia o casa en la que estas residían, de ahí que podemos aplicar un cociente de entre 3’5 o 5, y que en nuestro caso hemos ajustado a cuatro.

Partiendo de esta advertencia, se puede entender que los 90 vecinos pecheros que recoge el censo de 1528 deben estar refiriéndose a una población de unas 360 personas, lo cual ya nos habla de un lugar con una presencia nada despreciable de habitantes, que como veremos se incrementará con creces en las próximas décadas, ya que en el censo del año 1591, se especifica que La Peraleja cuenta con un total de 282 vecinos, es decir, unos 1130 habitantes aproximadamente. Una cifra que triplica el número de almas de hacía poco más de medio siglo. Este tipo de proporciones ascendentes las hemos detectado en otros municipios de la zona, como resultaría en el caso de Verdelpino de Huete (donde en el mismo intervalo se pasa de unos 176 a 624 habitantes, o incluso en la vecina Saceda del Río (con cantidades que se cuadriplican).

Evidentemente este ascenso explicará la necesidad de reformas en la Iglesia parroquial, como en una expansión de la trama urbana que necesitará ampliar el área urbanizada, para que así puedan establecerse esas nuevas generaciones de  habitantes. Este boom demográfico entendemos que tuvo que fomentar el nacimiento de algunas de las barriadas que la documentación recogerá tiempo después, y que obligarán a que las calles del pueblo vayan descendiendo hacia la zona baja.

Cabe indicar que el censo de 1591 especifica que en el pueblo hay cinco familias pertenecientes a la nobleza, así como tres clérigos. Podemos intuir que algunas de estas podrían haber sido casas como la de los Suárez de Salinas, González-Breto, Patiño y Daza, y que por aquel entonces ya tenían reconocida su hidalguía entre el vecindario.

Si damos un salto y marchamos al siglo XVIII, apreciamos que en relación a finales del siglo XVI, el número de habitantes ha decaído, así pues el Catastro de Ensenada nos muestra una población con 225 vecinos (unos 900 habitantes aproximadamente), y que no mejorará su situación durante las próximas tres décadas, cuando en el Censo de Floridablanca de 1787 La Peraleja registra un total de 794 almas. Es obvio pensar que las epidemias y problemas relacionados con sequías o enfermedades en muchos intervalos de tiempo harían caer la población.

Tenemos registradas diferentes situaciones de esta índole, como la que comprobamos en uno de los sillares de la Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel de La Peraleja, donde apreciamos una inscripción que se gravó en la piedra de la esquina del templo, en la que reza la leyenda de que el 17 de mayo de 1658 se bajó la imagen de la Virgen hasta la localidad. No sabemos el motivo por el que un hecho como aquel pasaría a ser recogido de esta forma, aunque teniendo en cuenta lo inusual de lo ocurrido, podemos presuponer que sería con motivo de alguna situación extraordinaria en la que los vecinos se vieron en la necesidad de suplicar una ayuda divina.

Recordemos como en el texto del dominico peralejero Juan González-Breto, se indica que la imagen de la Virgen del Monte se sacaba en procesión para que intercediera cuando las sequías se prolongaban, y por tanto hacía falta agua en los campos. Partiendo de ese hecho, podemos entender que el haberse esculpido en la piedra de un edificio religioso un episodio como este, tuvo que deberse a una situación que probablemente ya vendría agravada desde tiempo atrás, y que por esas fechas comenzaba a causar estragos entre la población.

En un intento de localizar algún atisbo o consecuencia de ese episodio en el número del registros de defunciones que se anotaban en el libro de la parroquia, hemos de decir que no hemos detectado ninguna variable que hiciese presagiar una afección en el incremento de las muertes, tal y como podía ocurrir en periodos en los que las malas cosechas iban de la mano con momentos de hambruna y consiguientes enfermedades que disparaban el número de fallecidos.

Para realizar este ejercicio comparativo, hemos recurrido al libro segundo de defunciones de La Peraleja, y que abarca un periodo desde el año 1614 hasta 1693. A primera vista, analizando las series de años de los volúmenes en que el párroco anotaba los diferentes sacramentos que se celebraban en la iglesia parroquial, podemos plantear la hipótesis sin miedo a equivocarnos de que se desprende cierto desentendimiento en la obligación de registrar correctamente cada una de las entradas que este inscribía (el licenciado Miguel Chamorro), pues era el encargado en esos momentos de llevar a cabo esta tarea, puesto que veremos cómo los nombres de todos aquellos vecinos que se han casado o fallecido en la localidad, suelen estar desprovistos de referencias que por norma general el párroco había de anotar.

Analizando los registros que efectuó durante un periodo de años considerable el licenciado Miguel Chamorro, apreciamos una clara escasez informativa, que a los investigadores nos conduce a una falta sustancial de información para entender un poco mejor la historia del municipio, tanto por lo que respecta a los matrimonios (ya que omite muchísimas veces el nombre de los padres de los contrayentes), así como en las partidas de defunción, en las que a modo de hipótesis, presuponemos que puede existir un vacío en el número de muertes de vecinos, al no haber registrado todas. Lo único que podemos afirmar con seguridad, es que este muchas veces no especifica la época del año en la que los feligreses van falleciendo, no obstante este problema por desgracia será más habitual de lo que nos podemos imaginar en otras parroquias.

Precisamente, es a colación de este tipo de situaciones, donde radican muchos de los quebraderos de cabeza por los que hubieron de pasar párrocos posteriores en el momento de intentar averiguar los grados de parentesco entre vecinos, al resultar la partida matrimonial la fuente más recomendable para solucionar este tipo de cuestiones.

Cierto es que los libros de protocolos notariales, gracias a las referencias testamentarias, pueden subsanar la omisión de la paternidad en esas partidas de los peralejeros. No obstante, la falta de una señalización del mes en la que se produce el fallecimiento, nos impide precisar un estudio de la estacionalidad de las defunciones, pues escogiendo los testamentos de los protocolos notariales, veremos que no siempre todos los vecinos podían redactarlo si carecían de bienes, así como que el hecho de que estos mandasen escribir sus últimas voluntades ante una inminente muerte, aquello no significaba que el enfermo falleciese inmediatamente a la redacción del documento, pues veremos como en ocasiones se realizan codicilos y arreglos con diferencias de años, y que muchos elaboraban de forma preventiva, independientemente de su estado de salud.

A continuación hemos realizado un recuento de los fallecidos en el libro segundo de defunciones de la parroquia entre los años 1653-1662, una franja que consideramos más que apta para ver si la sequía se tradujo en un incremento de las defunciones medias que se producían en el municipio. Hemos de decir que cuando indicamos el fallecimiento de niños, estamos englobando lo que hoy designaríamos como el grupo de menores, es decir, desde recién nacidos hasta los 18 años aproximadamente, pues como sabemos muchas veces en este tipo de registros no se especifica si era un mozo o un niño con varios días el que moría, sino que simplemente que era hijo o un joven que dependía de sus progenitores.

AÑO 1653

1 niño en marzo

1 niño en mayo

1 niño en agosto

1 adulto en septiembre

2 adultos y un 1 niño en octubre

1 niño en noviembre

1 adulto en diciembre

TOTAL: 5 niños y 4 adultos (9 muertes)


AÑO 1654

1 adulto en ¿?

3 adultos en marzo

1 adulto en abril

2 adultos en ¿?

1 adulto en junio

2 adultos en ¿?

1 adulto en agosto

5 adultos y 2 niños en ¿?

1 adulto en septiembre

6 niños en ¿?

1 adulto en noviembre

TOTAL: 8 niños y 18 adultos (26 muertes)


¿AÑOS 1655-1656?

15 adultos en ¿?

9 niños en ¿?

1 adulto en noviembre de 1656

5 adultos ¿?

3 niño en ¿?

TOTAL: 12 niños y 21 adultos (33 muertes, media de 16 por año)


AÑO 1657

1 adulto en enero

3 niños en ¿?

3 adultos en junio

4 niños en junio

2 niños en ¿?

TOTAL: 9 niños y 4 adultos (13 muertes)


AÑO 1658

1 adulto en marzo

1 niño en ¿?

1 adulto en abril

1 adulto en mayo

3 niños en ¿?

1 adulto en junio

2 adultos en agosto

1 adulto en diciembre

TOTAL: 4 niños y 7 adultos (11 muertes)


AÑO 1659

2 adultos en enero

1 adulto en febrero

1 adulto en marzo

1 adulto en agosto

1 adulto en octubre

1 niño en ¿?

TOTAL: 1 niño y 6 adultos (7 muertes)


AÑO 1660

1 adulto en enero

1 niño en ¿?

1 adulto en marzo

1 adulto en ¿?

1 niño en ¿?

1 adulto en abril

1 niño en ¿?

2 adultos en mayo

1 adulto en agosto

1 niño en ¿?

1 adulto en diciembre

TOTAL: 4 niños y 8 adultos (12 muertes)


AÑO 1661

2 adultos en mayo

1 adulto en ¿?

4 adultos en ¿?

3 niños en ¿?

1 adulto en septiembre

1 adulto en ¿?

2 niños en ¿?

TOTAL: 5 niños y 9 adultos (14 muertes)


AÑO 1662

1 adulto en enero

1 niño en ¿?

1 adulto en febrero

1 niño en marzo

1 niño en abril

1 adulto en mayo

1 adulto en ¿?

4 niños en septiembre

1 niño en octubre

1 adulto en diciembre

1 niño en diciembre

TOTAL: 9 niños y 5 adultos (14 muertes)


Partiendo en el supuesto caso de que el licenciado más o menos pudo anotar todas las defunciones que se irían produciendo en la localidad, vemos como durante el año de la rogativa y anteriores, no hay un incremento sustancial en las cifras de muertos que haga presagiar un empeoramiento o aumento de la mortandad media de los peralejeros. Si bien es cierto, durante el año 1654 se disparan tanto en niños y adultos estos números, aunque ello en principio no tendría nada que ver con la rogativa que se efectuaría tres años y pico después.

Es más, cabría decir que a raíz de ese momento, llegamos incluso a percibir un descenso en el número de niños fallecidos desde la época de la rogativa hasta la llegada del invierno de 1660, durante el que solo en un intervalo de 20 meses, únicamente ha fallecido un menor, un registro que solo se ve esa vez en toda la serie que irá desde el año 1653 hasta 1662. Podemos pensar que si Miguel Chamorro anotó las defunciones que se produjeron de forma precisa, a pesar de no dar detalles sobre el día y mes en el que acontecen, que esta reducción de la mortandad infantil en el pueblo tuvo que vincularse con una intervención de la Virgen, ya que precisamente su llegada al pueblo, coincide con el momento durante el que la población joven dejará de fallecer, cosa que alimentaría y explicaría más si cabe el incremento de la devoción hacia su imagen.

Además de este dato, no apreciamos hechos significativos entre la comparación sobre la proporción de niños y adultos fallecidos a lo largo de los años, pues veremos cómo esta va variando, sin establecerse un patrón o dinámica fija. Ello unido a la dificultad de poder interpolar datos con esa situación que no sabemos hasta qué punto pudo haber estado vinculada con la necesidad de plasmar en la pared del templo un episodio como aquel, nos lleva a la conclusión de que resulta muy difícil atisbar un nexo entre la evolución de la cifra de fallecidos con la necesidad de traer la Virgen a la localidad. Todo ello teniendo en cuenta como se ha indicado al principio, que partimos de la hipótesis de que los datos aportados por el párroco a pesar de poder ofrecer lagunas que afectarían a una interpretación genérica de la evolución demográfica del vecindario peralejero de esos tiempos, a grandes rasgos no distarían mucho de lo que acaecería en la localidad.

Evolución demográfica de La Peraleja. Datos (1528: 90 vecinos pecheros; 1591: 282 vecinos; 1753: 225 vecinos; 1787: 794 habitantes. Cabe recordar que la cifra de promedio que se suele emplear para referirnos a la cantidad de vecinos puede variar dependiendo de la fecha o autor que la realice. Nosotros en este caso hemos aplicado un promedio de 4 personas por cada vecino recogido en los respectivos censos y Catastro de Ensenada). 


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

 

Referencias:

*Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones de La Peraleja (1614-1693), Sig. 30/15, P. 816

*Censo de Pecheros de Carlos I. Tomo I. Año 1528. Instituto Nacional de Estadística: tomo1.pdf (ine.es)

*Censo de la Corona de Castilla. Año 1591. Instituto Nacional de Estadística: Censo_Corona_T2.pdf (ine.es)

*Catastro de Ensenada. Archivo Histórico Nacional: MINISTERIO DE CULTURA Y DEPORTE - Portal de Archivos Españoles (mcu.es)

*Censo de Floridablanca. Tomo II. Año 1787. Instituto Nacional de Estadística: ine.es/HYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"prodyserHYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"/HYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"pubwebHYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"/HYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"censo_floridablancaHYPERLINK "https://www.ine.es/prodyser/pubweb/censo_floridablanca/tomo2.pdf"/tomo2.pdf

domingo, 29 de octubre de 2023

San Gregorio y Saceda del Río

Saceda del Río es un pequeño municipio, adscrito como pedanía a la histórica localidad de Huete. Un enclave, que de acorde a los datos publicados en el último padrón del Instituto Nacional de Estadística, se indica que en el año 2022 tenía censados un total de 8 habitantes. Una reseña curiosa que para nada quita importancia al pasado de este lugar, ubicado en medio de una zona natural, sobre la que se fue gestando durante el trascurso del tiempo el asentamiento de una comunidad de personas, dedicadas mayoritariamente al campo y la ganadería, cuya devoción y religiosidad queda claramente manifestada a través de tesoros artísticos como apreciamos en su Iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Señora.

Saceda del Río 

El peso que la religión católica tuvo en este lugar fue tal, que durante la realización del Catastro de Ensenada (a mediados del siglo XVIII), se nos informa de que el municipio contaba en ese momento con un total de ochos religiosos, cifra que como sabemos en algunos momentos de su historia llegaría incluso a ser un poco superior. Un dato aparentemente sin trascendencia, pero que la posee si se contextualiza que en ese preciso momento, Saceda del Río tenía solo alrededor de un centenar de casas de vecinos.

Su Iglesia parroquial es una joya de la arquitectura sacra de estas tierras, donde tenemos secciones y elementos que nos hablan de los diferentes periodos artísticos por los que irá pasando el enclave, desde una portada románica, superando el medievo e introduciéndonos en esas comunidades rurales de la zona, que durante el periodo renacentista, como posteriormente en el barroco, se afianzaron y manifestaron su situación económica con algunos periodos de bonanza, que se manifestaron en la ejecución de diferentes piezas artísticas, de las cuales Saceda tiene la grandísima fortuna de poder haber salvaguardado sus magníficos retablos.

Así pues, entrar en el interior de su templo es toda una suerte, ya que uno puede sumergirse en el tiempo, contemplando los diferentes altares, y que son el testimonio de un pasado con mucha historia.

La relación de esta pedanía optense con su devoción a San Gregorio, resulta difícil por ahora de precisar, aunque ya podemos anticipar que bebe de un sustrato de varios siglos de antigüedad. Hecho que apreciamos en los libros sacramentales de la localidad y que se custodian en el Archivo Parroquial de Huete, y en los que uno detecta esa estrecha relación entre el sacedero de antaño y una advocación a la que buena parte de su vecindario constantemente estaba encomendándose.

Sobre el problema de la identificación de Gregorio Nacianceno y el Ostiense, como ya se ha comentado en alguna ocasión, existe una confusión general extendida en diferentes lugares de nuestra geografía peninsular, que podría responder a varios motivos, ya que además de que ambos santos comparten idéntico nombre, estos también han sido vinculados como protectores contra las plagas y problemas derivados de los campos, además de poseer similares atributos con los que a primera vista resulta complicado el poder diferenciarlos. Ello sumado al resurgir que el Nacianceno tuvo durante la centuria del XVI y que acabaría extendiendo su popularidad en muchas zonas (especialmente en las tierras de la actual Castilla-La Mancha), explican el motivo por el que con el paso del tiempo estos fueron venerándose, sin llegar a producirse distinciones que los diferenciasen como en el caso que nos ocupa.

En Saceda del Rio, San Gregorio además de ser hoy recordado en su altar mayor, llegará a poseer una ermita propia, la cual siempre fue un lugar especial para nuestros antepasados, por acudir anualmente a una bonita romería que movilizaba a buena parte de la gente del pueblo.

A pesar del estado de ruina en el que actualmente se halla, todavía podemos presenciar los restos de esa modesta arquitectura, tan características de estas tierras, que aprovechando los medios y recursos de la zona, hará todo lo posible para que se alzase en este lugar un espacio de culto cargado de enorme simbolismo para sus vecinos.

Suponemos que en tiempos de Madoz (mediados del siglo XIX), esta todavía no se encontraba en el estado de ruina actual, por lo que podría seguir siendo un lugar al que se acudía anualmente. Los restos de la ermita se encuentran en las estribaciones de lo que se conoce como los Altos de la Marquesa, cerca de los límites del término de Bonilla, pero todavía dentro de las tierras de Saceda, en una cota por encima de los 1000 m.s.n.m., distando a 2.500 metros del casco urbano, y por donde se accedía entre fincas a través de un camino que los mayores denominaban como “Camino del Santo”.

Imagen de San Gregorio en la Iglesia Parroquial de Saceda del Río

A día de hoy todavía podemos presenciar los restos de su planta semicuadrada de unos cinco metros de lado aproximadamente, junto con los resquicios de las trompas que partiendo de las esquinas permitían que su techo se cerrara con una cúpula. Sus paredes poseían un grosor aproximado de unos 50 centímetros, y aparentemente no disponía de ventanas en sus laterales, habiendo como entrada de luz lo que era la zona abierta al exterior que quedaba en la pared de enfrente de la puerta. Suponemos que en la parte superior habría una espadaña con su correspondiente campana.

Como ocurre con todas la advocaciones que veremos en un lugar concreto, estas no responden a motivos casuales, de ahí que la veneración a San Gregorio, tenga que relacionarse con la búsqueda de su protección, como intercesor para el resguardo de las tierras de cultivo, esas que muchas veces en periodos de caristía, como durante el desarrollo de riesgos biológicos (siendo el caso de las plagas de langosta) u otros agentes atmosféricos que tiraran al traste la cosecha de la temporada, ponían en jaque la supervivencia de muchas familias. 

De la misma forma, la aparición de epidemias o enfermedades, generaban bajas, que hacían que los campos no estuviesen en condiciones aceptables, y por tanto no poder aprovechar los recursos que brindaba la tierra, y que como sabemos exigía de un mantenimiento y trabajo constante, razón por la que tanto a través de la acción indirecta de pestes o bien por el daño causado durante el trascurso de episodios naturales, era casi siempre necesaria la búsqueda de la intercesión del santo. Como en todos los municipios de tradición católica, la Pascua era uno de los momentos más importantes del calendario litúrgico, por ello durante el Domingo de Ramos, los vecinos cogían ramilletes de olivo que eran bendecidos por el párroco con su hisopo, siendo luego depositados en las verjas de ventanas y balcones de los hogares. Estaba extendida la creencia que cuando se avecinaban fuertes tormentas o nubarrones sospechosos de traer una descarga violenta, los habitantes recogían un trozo de rama de olivo para ser depositada en la chimenea, pues con ello se decía que se prevenía de la caída de rayos o granizo en los campos.

Algunas de las verjas de la vivienda se solían acompañar con cruces, de modo que el efecto protector se agudizara. Por un lado aparte de su funcionalidad salvaguardadora contra rayos y tormentas, estaba también extendida la creencia de que estas ramas protegían de aquellos malos espíritus que se pudieran introducir en la casa, además de portar prosperidad a la familia que habitaba en su interior.

En este sentido, otra de las operaciones que realizaban los vecinos ante la caída de granizo, era la de colocar de forma invertida los trébedes (del latín tripĕdis, “trípode”), de modo que las patas se disponían mirando hacia al cielo. Se solían poner en la calle, alrededor de la vivienda o en el patio de la misma, pues se decía que de esta forma se evitaba la caída del tan temido pedrisco y que podía echar al traste toda la cosecha de la temporada. Esta costumbre la veremos extendida por diferentes lugares de la Península, creyéndose que tiene sus reminiscencias como mínimo en tiempos del medievo, cuando ya hay constancia de su empleo en lugares variopintos. Igualmente veremos al párroco bendecir el término en determinadas romerías, para que de este modo el suelo que trabajaban los agricultores quedara protegido por la mano de Dios.

Ahora bien, y respecto a San Gregorio, conocemos diferentes episodios, que son citados en la obra de Manuel de Parada (2019, apuntes para una bibliografía optense), donde apreciamos la aparición de determinados momentos relacionados con pestes y plagas, que como anteriormente se ha referido, pudieron haber promovido seguramente esa búsqueda de una protección espiritual, y que hemos de pensar que si acontecieron en la cercana localidad de Huete, muy probablemente por proximidad a Saceda del Río, estos también podrían haberse dejado sentir entre sus gentes.

Cabe recordar como este tipo de riesgos biológicos fueron una realidad que periódicamente azotaban a la población, así lo veremos con la pandemia de mediados del siglo XIV, o posteriormente con brotes de peste como el de 1494, además del ocurrido el año 1540, o los episodios tan dramáticos de finales del siglo XVI, los cuales hicieron sus estragos por estas tierras, y que todavía reaparecerían poco después, como sucedería en 1601, motivo por el que Juan Bautista de Briones redactaría su famoso “Discurso lastimoso de la peste que hubo en la ciudad de Huete en 1601”.

Sobre plagas de langosta Manuel de Parada indica que además de 1619, “Luis Suárez Fernández en La crisis de la hegemonía española; siglo XVII, tomo VIII, 1986, recoge plaga en la Ciudad de Huete y contorno en los años 1674, 1675 y 1676 (…), así como también nos indica Antonio Checa en el año 1709”.

Queda con ello claro y a tenor de los datos que nos proporciona este autor, que el siglo XVII fue una centuria dura para mucha de la gente de estas tierras, tras la recurrente aparición de plagas de langostas como epidemias que azotaban el marco geográfico de esta región, y que muy seguramente reforzarían esa necesidad de encomendarse constantemente a la advocación gregoriana.

Sobre el origen de San Gregorio en Saceda no contamos por ahora con una fecha exacta que valga para atribuir un punto concreto de arranque a su devoción en el santoral local. Únicamente, hasta el momento, de acorde a nuestras investigaciones, podemos añadir que en el libro de defunciones de la Iglesia parroquial de Saceda del Río y que abarca entre los años 1670-1738, se indica en una partida del año 1699 referente a José García-Vaquero (fol. 139), que este manda “cuando llegue el caso de hacer la caja o retablo de San Gregorio, se de limosna para ayuda”.

Un dato de sumo interés y que complementamos con otra referencia procedente escasas hojas atrás del mismo volumen, donde podemos leer en la descripción de las propiedades que integran la capellanía del sacedero Juan López-Lobo (fallecido en 1653, pero cuya fundación se vuelve a trascribir a mediados del siglo XVII ), que en el pueblo existía una zona donde se hallaba “la senda que va a San Gregorio”, es decir, podemos suponer que durante esta centuria en la localidad ya existía una ermita dedicada al santo.

Ambas reseñas a pesar de no concretar el origen de la devoción a San Gregorio, nos indican por un lado que en el siglo XVII este ya era venerado, además de que se estaba programando la realización de un retablo en el que se debería colocar su imagen.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Saceda del Río

 

Referencias:

*Archivo Parroquial de Huete. Libro de defunciones de Saceda del Río (1670-1738)

*Instituto Nacional de Estadística. Padrón de habitantes de Saceda del Río a 1 de enero de 2022

*(de) Parada y Luca de Tena, Manuel (2019). Apuntes para una bibliografía sobre la noble y leal ciudad de Huete. Madrid

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).