domingo, 27 de diciembre de 2020

Don Juan González Rojo, el cura de Bólliga

El año 1747 fallecía el presbítero peralejero don Juan González Rojo, quien había ejercido como cura en el municipio de Bólliga, motivo por el que redactó su testamento ante el escribano del lugar, José de Viejo Bueno. No obstante, cabe matizar que Juan efectuaría un codicilo, es decir, una disposición adicional o diferente a la solicitada con anterioridad, pero que no tenía por objeto alterar un cambio de herederos. El sacerdote mandó enterrarse en la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel de La Peraleja, efectuando una donación de limosna entre los más necesitados del pueblo. No olvidemos que Juan procedía de una familia de la pequeña nobleza local, los González-Breto.

Aunque, volviendo a la cuestión testamentaria, por ahora no sabemos que le llevaría a realizar aquella modificación, todo apunta a que podría obedecer a la cantidad de misas acordadas inicialmente, y con ello del dinero invertido, pues si en el primer documento mandaría un total de 2000 misas, en este último caso lo que haría sería rebajarlas a 200, una diferencia más que sustancial. Para ello donará a Julián Vicente de la Peña una viña donde estaba la Fuente de Narro, compuesta por 500 cepas, todo con cargo de una misa anual, debiendo de seguir como un vínculo entre sus descendientes.

Sus donaciones testamentarias irían directamente destinadas a la Iglesia, primeramente en la que ejerció como cura durante muchos años (Bólliga), donde entregará unas casas de morada y viñas que tenía en ese término a cambio de dos misas cantadas anualmente con diáconos los días 8 de febrero y 1 de julio. No obstante, don Juan tampoco se olvidaría de la Iglesia de su pueblo, por lo que enviaría a ésta 131 almudes de tierra que tenía en el término de Bólliga, con un cargo de seis misas anuales cantadas también con diáconos, precisamente durante las principales festividades que se celebraban en el municipio. Estas eran la del día 8 de febrero, 1 de mayo, 1 de julio, la octava de la Concepción, el día de la Virgen del Rosario y el día de la octava de la Asunción. Además precisa que todas estas misas sean en primeras vísperas y que el sacerdote porte capa negra, acompañadas por un redoble de campanas y ofrenda de dos velas en su sepultura.

Iglesia de La Peraleja. Imagen: escapadarural.com

Llama la atención que entre sus testamentarios no aparezca ningún familiar próximo, por ello sólo cita a don Juan Vicente Peña (presbítero que luego veremos controlando la capellanía de las ánimas; y del que suponemos que su hermano recibiría los bienes que entrega en forma de misas en Bólliga), Juan Nicasio Parrilla (el escribano del pueblo) y Pedro Igualada (vecino de Bólliga).

Esta referencia resulta de notable interés, por reseñar cuales eran los acontecimientos religiosos, y por índole festivos, que a mediados del siglo XVIII tenían mayor acogida en la localidad. Las octavas (y que como veremos en este caso solicita que sean para la Concepción y Asunción), como todas las celebraciones de la Iglesia Católica se celebraban a los ocho día de la fiesta principal.

David Gómez de Mora

Referencia:

* Libro III de defunciones (1694-1779), Sig. 30/16, P. 817

jueves, 24 de diciembre de 2020

El carlista picaceño Nicolás Segovia y García

Durante el año 1834 comenzamos a leer referencias que involucran a carlistas dentro del Picazo. El municipio era un caladero ideológico, que a pesar de su pequeño tamaño, como veremos agrupaba a muchísimos simpatizantes de Carlos V, unos aires de sublevación y desobediencia que se seguirían manteniendo en décadas siguientes tras el desarrollo de la contienda final, ya en tiempos de Carlos VII. Será precisamente en esa primera guerra, cuando aparecerá por este pueblo un joven estudiante de filosofía, natural de Cardenete (Pedro Aquilino Zapata). Los ánimos en el municipio ya estaban caldeados desde tiempo antes por lo que al alcalde liberal no le sorprendió (previamente habiendo partido de una serie de sospechas bastante fundadas), de que éste corría peligro, cuando proveyéndose de los acompañantes que pudo (por hallarse parte de la milicia urbana auxiliando un ataque faccioso contra la localidad de Campillo de Altobuey), fue sorprendido en una emboscada en la chopera de las afueras del pueblo, lo que le obligó tanto a él como a sus acompañantes a dispersarse por la superioridad numérica de la partida local que los carlistas habían creado. Un hecho que por desgracia no evitó un recibimiento a balazos al grito de viva Carlos V y a (por) ellos, con el trágico resultado de la muerte del secretario del ayuntamiento que le acompañaba, tras haber sido alcanzado por un impacto de bala en su cabeza.

Como decíamos, tras esta ofensiva, el alcalde y sus acompañantes se dispersaron, yendo el primero a buscar refuerzos en la milicia local que estaba guardando la posición de Campillo. Aprovechando esta huida, el grupo sublevado se dirigió hacia los hogares de aquellos liberales, siendo la primera vivienda la del referido alcalde. Obviamente éste no se encontraba en su interior, aunque si su esposa acompañada por uno de los criados. A partir de esa acción es cuando veremos la figura de Nicolás, quien ya había estado presente en el ataque de la chopera. Después de injurias a la esposa del huido y saquear un buen botín, la partida se desplazó hacia la residencia de Juan Fernández, otro de los sujetos que acompañaba al alcalde, por haber sido su predecesor en el cargo. En esta escena, donde si se llega a producir un encuentro directo con el propietario de la casa, veremos que Nicolás fue uno de los varios que encañonó con su escopeta al liberal picaceño. Siguieron después de éste otros tantos saqueos sin que hubiese víctimas hasta que finalmente los miembros del grupo se desplazaron hasta el apartado Barchín del Hoyo, concretamente a la partida de Navodres, donde era sabido que se reunían muchos de los carlistas de la zona que planificaban conspiraciones. Sin lugar a dudas este entorno se prestaba, pues era un lugar tranquilo, apartado en las cercanías de la Sierra del Monje, y ubicado junto a dos focos también con bastantes seguidores y adeptos: Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo.

Allí, desde Navodres, los facciosos contaron y repartieron el botín expoliado a las casas de los liberales que habían visitado. Parece ser que Nicolás Segovia fue después del estudiante de filosofía quien más dinero recaudó (71 duros de plata, junto con algunos otros cuartos). El final de aquella fatídica acción muchos ya la conocemos, pues algunos de los integrantes de la partida fueron capturados, por lo que nuestro personaje en cuestión acabaría siendo retenido y juzgado. Nicolás prestó declaración ante el Alcalde Mayor de Alarcón en el Ayuntamiento del Picazo, para finalmente ser ejecutado por el Comandante de la Brigada Móvil del Cabriel D. José Joya, quien lo fusiló en la plaza del pueblo. Nicolás tenía poco más de treinta años. Ciertamente se sabía que él no fue quien mató al secretario, pero había otros motivos que pesaron lo suficiente, como para que finalmente se le condenara a muerte, y que en un futuro vamos a desentrañar.

Desde luego el acontecimiento no pasó desapercibido, pues aquella acción tenía como principal propósito que el vecindario escarmentara, hecho que se consiguió en la memoria de muchos presentes, tal y como veremos con el trascurso de generaciones posteriores. Pues el relato del fusilamiento de su vecino en medio de la plaza el último día del año, daría mucho que hablar.

En el presente artículo nos gustaría trazar un perfil biográfico y social tanto de él como de su familia, para comprender parte del contexto ideológico en el que se movía la casa de los Segovia, en una época en la que muchos de los vecinos de este lugar eran afines a una misma corriente ideológica. Primeramente no hemos de olvidar que los Segovia descendían de una casa de arrieros procedente de Alarcón. Su asiento en el Picazo se da durante el siglo XVIII. Los enlaces con determinadas familias del lugar ya nos hablan un poco de sus políticas matrimoniales e intereses. Así lo vemos en el caso de José Victoriano Segovia, que en la primera mitad del siglo XIX casó con Manuela Rabadán, quien era hermana de Don Agustín Rabadán Carrillo, además de hijos de Doña Rosa Pérez Carrillo. Agustín en 1839 fue alcalde de la localidad. El nieto de José Victoriano y Manuela Rabadán sería José Segovia, conocido por formar parte durante la tercera guerra carlista de la Junta local (éste se encontraba sirviendo en filas, aunque desconocemos si participó en el famoso ataque de Cuenca). Lo que sí sabemos es que este miembro de los Segovia aparece citado en la lista de vecinos sublevados, informando que su estado civil era el de soltero, como que sus padres habían fallecido y se encontraba en disposición de bienes. Y es que José no casará hasta una década después con Dionisia Collado Pérez, con quien tendrá su primera hija que resultará bautizada en 1887. 


Los padres de Nicolás fueron otros de esos muchos que conocieron los sucesos que se producieron en la primera guerra, pues no olvidemos que tanto su padre como madre morirían en 1841 y 1837 respectivamente. El padre de Nicolás, José Pascual de Segovia y López era arriero, por lo que seguía heredando el oficio familiar. Además, tanto su esposa como parte del núcleo familiar, llegarán a ser simpatizantes de las ideas que su vástago acabó abanderando.

Nicolás tuvo tres hijos (Petra -nacida en enero de 1825-; Juan -en diciembre de 1826- y Francisco Javier -en diciembre de 1831-), todos ellos fruto del matrimonio con su esposa Ana María Saiz de Villalba, quien era natural de Rubielos Altos, y cuya familia también compartiría idéntica afinidad por la causa. Sabemos que Juan vivió en el Picazo, casando con Rosalia Yubero Simarro en 1867, matrimonio del cual no conocemos descendencia. Un hecho similar nos ocurre con su hijo Francisco Javier, del que tampoco sabemos nada. Finalmente, de quien si tenemos datos de interés, es sobre su hija Petra, quien marcharía al pueblo materno para casarse con Brígido López Navarro, hijo de Domingo López y María Navarro Simarro, una familia de labradores con ciertos recursos, de la que su vástago también compartiría el ideario de la familia de su mujer.

El hermano de Nicolás fue Antonio Segovia, quien estuvo como alcalde de la localidad durante dos años, concretamente entre 1846-1847, apareciendo también en el listado de 1835, donde se hacía una relación de los vecinos involucrados por los alborotos ocasionados en el municipio. Parece ser que las ideas se traspasaban como las costumbres, pues su hijo (y sobrino de Nicolás) José María Segovia, también se implicó bastante en la defensa del carlismo, tanto que su matrimonio tampoco resultó ser un hecho casual, pues su señora Manuela Saiz era hija de uno de los grandes personajes que abanderaron este movimiento en El Picazo, Don Pedro José Saiz Parrilla, cuyos hijos también serán participes del ataque ocurrido en 1834, con las consiguientes repercusiones, y que ya tratamos en un anterior artículo titulado: “Breves apuntes sobre familias carlistas del Picazo. Los Saiz y los Segovia” (Gómez de Mora, 2019).

David Gómez de Mora


Referencias:

* Collado Fernández, Benedicto (2004). Picazo, un lugar en tierra de Alarcón. 373 páginas

* Gómez de Mora, David (2019). “Breves apuntes sobre familias carlistas del Picazo. Los Saiz y los Segovia”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

Breves notas genealógicas sobre la familia Barba y los Ruiz de Alarcón

Esclarecer el origen de los Barba supone una tarea bastante compleja si partimos de las principales reseñas que se han escrito sobre sus raíces en algunos tratados clásicos, donde apreciamos, como se ensalzaban, exageraban y tergiversaban episodios, además de las figuras de personajes, que tenían como propósito promocionar el nombre de aquellos integrantes que estaban medrando socialmente. Conocidos y accesibles para una consulta rápida son los trabajos de Suárez de Alarcón o las genealogías de Salazar y Castro, eso sí, ahí entran muchos matices, en los que no vamos a extendernos en este escrito, pero que nos obligan a ser cautelosos a la hora de aceptar muchos de los datos que nos aportan, especialmente en lo que concibe a las generaciones más antiguas de cada familia.

Este tipo de estrategias eran más habituales de lo que nos podemos llegar a imaginar. Una situación que define de manera muy clara Fargas (2019), cuando dice que “la literatura genealógica, a través del encargo de tratados o de árboles, o de ambos a la vez, constituía un ritual de poder; cuando convenía también era un invento. Se ensalzaba a unos, se ocultaba a otros, en principio un proceder lógico para los sistemas hereditarios excluyentes, pues la genealogía siempre aspiró a clasificar”.

Sin lugar a dudas uno de los mejores estudios que existen sobre este linaje es el efectuado por Mariano A. Barba, quien desgrana su raíz y evolución. Es precisamente gracias a algunas de sus referencias cuando podemos apreciar como empieza a gestarse documentalmente la historia de la línea de los Barba más destacada dentro del ámbito nobiliario. Al respecto, la primera reseña de interés proviene de Alvar García de Santa María, quien en su “Crónica de Juan II de Castilla”, relata como en 1407, Pedro de Barba Campos ejercía como patrón en una de las galeras de las campañas de don Fernando de Antequera en el estrecho de Gibraltar.

Sus gestas militares le habían dado un nombre, que será recompensado por la casa real, por lo que es fácil de entender que su hija Constanza gozara de buena posición e influencias, al respecto, Ortega Cervigón (2006, 197) nos recuerda como gracias a la infanta doña Catalina (esposa del rey Enrique III, y de la cual era una de sus damas de corte), su dote ascendió a 162.000 maravedíes, lo que le permitió consolidar sus propiedades en tierras conquenses. Doña Constanza casó alrededor de 1428 con Lope de Alarcón, siendo hija del citado capitán don Pedro de Barba. Por desgracia en la crónica medieval (pero que se acabará publicando con muchas lagunas en el siglo XVI), nada se dice con detalle sobre la esposa de este caballero, de ahí que tengamos que recurrir a los tratados clásicos, donde obviamente caben muchas dudas que no podemos afirmar con rotundidad desde la perspectiva historiográfica. Desde luego nadie pone en tela de juicio la vinculación de Pedro con la familia de los Quijada, pues hay documentación en el Archivo General de Simancas al respecto, como sucede con una demanda por unas joyas en la que se cita al nieto del capitán, de ahí que resulte necesario destacar algunas cuestiones, sobre que tipo de ligazón de sangre pudo haber existido entre el primer Pedro y esta línea concreta de dicho linaje.

Salazar y Castro modifica la genealogía que se sigue en algunos tratados, lo que no sabemos si evidencia cierta confusión, por ejemplo Constanza continúa figurando como hija de Pedro Barba de Campos y María Quixada, aunque añade al famoso Ruy de Barba que recogen los tratados, y que se asigna como esposo de Teresa Ortiz de Calderón. En este caso le da como mujer una tal Ana de Escobar, posicionando a Teresa como madre de éste. Lo cual dejaría a Teresa como abuela de Pedro, haciéndola por tanto hija de doña Furtada, ésta según se dice vástago de Diego Hurtado, hermano de Gonzalo Íñiguez de Mendoza. Hemos de advertir que toda esta información no hay manera de contrastarla documentalmente, de ahí que a fecha de hoy el capitán sigue siendo el progenitor más antiguo que se conoce para establecer la conexión genealógica de la familia.

Un dato que si parece tenerse más claro es la notoriedad alcanzada por el sobrino de Constanza de Barba y Lope Ruiz de Alarcón, don Pedro de Barba y Acuña, pues ya veremos como ostentará el control del Señorío de Castrofuerte y Castilfalé. Incluso todavía se conserva su testamento del año 1512, y que podemos consultar en el Archivo General de Simancas.

Diferentes escudos asociados al apellido Alarcón. Imagen: misabueso.com

Por aquellas fechas la familia Barba había conseguido medrar de modo muy satisfactorio, pues sus alianzas con casas de la nobleza conquense como los Ruiz de Alarcón o los Acuña, eran credenciales más que suficientes para reafirmar su estatus.

Sin lugar a dudas el gran catalizador de este ascenso fue el matrimonio que Constanza tuvo con Lope, un personaje que a nosotros nos interesa, y que ya hemos estudiado en alguna ocasión, por las vinculaciones de tipo social que implicaba el portar la sangre de su familia, así como por las estrategias que estos llevarán a cabo con tal de crecer y mantenerse entre las élites conquenses.

Recordemos que Constanza permitió que una de sus hijas casara con un hijo de una prima hermana de su marido. Esta era Guiomar de Alarcón, quien había establecido alianzas matrimoniales con un miembro de la familia González del Castillo. Un linaje de la nobleza local, pero que llevaba aparejada una tacha que como veremos tiempo después comportará severos problemas a los descendientes de la estirpe, por ser éste portador de sangre conversa. Décadas después la Inquisición emprenderá una serie de investigaciones que implicarán de lleno a la familia, obligando seguramente a sus integrantes a que el apellido Ruiz de Alarcón se antepusiera al de Castillo, puesto que en las tierras del sur de Cuenca a esas alturas ya era sinónimo de judaísmo.

No sabemos hasta que punto esto tuvo una afección en la toma de diferentes estrategias por parte de la familia para esquivar la marca que acarreaban aquellos sambenitos. Lo que si nos ha llamado tremendamente la atención, es que existen dos tipos de armas heráldicas de la familia, y que dependiendo de a que personajes nos dirijamos, apreciaremos como unos u otros las acabarán tomando.

Por un lado veremos aquellos que invocarán al blasón de los Ceballos, en alusión a la leyenda que relata como los Ruiz de Alarcón descienden de Fernán Martínez de Ceballos, quien se cuenta que tras la toma de Alarcón, dejó en el lugar una serie de descendientes que serían quienes acabarían conformando esta familia de la nobleza conquense. Los Ceballos tienen en campo de plata tres fajas de sable, con bordura jaquelada de oro y gules en dos órdenes, añadiendo los Alarcón la orla con las aspas, según se dice para rememorar la toma de la ciudad el día de San Andrés. Obviamente este diseño heráldico sólo será una de las diversas variantes que se irán extendiendo, pues también podremos comprobar como los mismos Alarcón emplearán en campo de gules una cruz flordelisada de oro, con bordura de gules, además de las aspas de oro anteriormente citadas.

A partir de ahí surgen varias cuestiones, una es la de cuando se origina el relato de la toma de Alarcón, ¿es a raíz de las persecuciones contra la familia Castillo a finales del siglo XV?, desde luego faltan datos para fundamentar con mayor rigidez este tipo de hipótesis, pero lo que muchos ya no ignoramos es que los Ruiz de Alarcón tirarían de tratados clásicos para promocionar y limpiar la mancha de su linaje al asociarse con la principal rama conversa de Cuenca por línea recta de varón. Ya el propio King (197o), advertía de los problemas que podía causar para la familia el arrastrar un sambenito como aquel, lo cual tuvo que traducirse en una serie de acciones que mediante los engranajes heráldicos como de la construcción histórica del apellido, sirvieran para ahuyentar cualquier fantasma que pusiera en peligro su reputación.

Si nos dirigimos hacia Valera de Arriba, apreciaremos como las armas de la familia invocan al diseño del relato del conquistador. Desde luego sería interesante estudiar a fondo si hay una asociación heráldica entre determinadas personalidades de la estirpe, con las vivencias de tipo socioal o religioso a las que en su momento se tuvo que enfrentar la familia. Lo que si podemos apreciar, es que todas ellas proceden de un mismo tronco genealógico que emanan de la descendencia de Fernán Ruiz de Alarcón y su esposa Elvira Ruiz de Castilblanque, no obstante, dependiendo de los intereses o simplemente continuación generacional, cada uno de los miembros irían adoptando un diferente escudo, al que en algunos casos añadirían variantes, que multiplicarán las formas de entender su representación por ramas.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Archivo General de Simancas. CCA,DIV,37,22

* Barba García, Mariano A. “Genealogía de los Barba”. En: BARBAGEN (google.com)

* Fargas Peñarrocha, Mireia. Desordenando el género de la genealogía: conflictos entre élites y desafíos a propósito de la dote (Barcelona, s. XVI-XVII). Genre et Histoire, 2019, vol. 23. Universitat de Barcelona

* García de Santa María, Álvar. Crónica de Juan II de Castilla.

* King, Willard F. (1970). “La ascendencia paterna de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza”. Nueva Revista de Filología Hispánica, Vol. 19, Nº1 (1970), 49-86 pp.

* Ortega Cervigón, José Ignacio (2006). La acción política y la proyección señorial de la nobleza territorial en el Obispado de Cuenca durante la baja Edad Media. Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid.

* Salazar y Castro, Luis. Real Academia de la Historia - Signatura: 25, fº 91 v. y 92 (2ª foliación). Signatura anterior: D-25, fº 91 v. y 92 (2ª foliación). Tabla genealógica de Barba, señores de Castrofuerte y Castrofalle. Índice de la Colección Salazar y Castro, 23482

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Los Parrilla de La Peraleja

Una de las familias que arrastran más historia en La Peraleja y sobre la que poco hemos hablado es la de los Parrilla. Un linaje afincado en el municipio desde las primeras referencias parroquiales que existen en el pueblo, y que muy probablemente deban arrancar desde antes de mediados del siglo XVI. Los Parrilla conseguirán promocionar socialmente algunas de sus líneas sin necesidad de ejercer grandes políticas matrimoniales, que apoyadas básicamente en enlaces a través de nativos del municipio, bastarán para catapultar alguna de sus principales figuras.

Sabemos que la diversidad de familias con las que entroncarán serán notorias. Por ejemplo la línea que descendía de Juan Parrilla y María de la Oliva (casados alrededor de mediados o poco antes del siglo XVI), tendrán hijos y nietos que se asociarán con miembros de los Pintado, Palenciano, Peña o González. Varias generaciones después sus alianzas con los Muñoz, Escolar o de la Fuente (entre otros), culminarán una política muy heterogénea. De esta rama procederá Pedro Parrilla, que en 1687 casó con Isabel de la Fuente, fruto de cuyo matrimonio nacerá Bernardo Parrilla, esposo de María del Olmo Palenciano, quien descendía de una familia de labradores bien asentados y cuyo apellido estaba estrechamente asociado con el clero. No olvidemos por ejemplo que la familia del Olmo ya se había adjudicado una capellanía, en este caso la fundada por Simón Vicente y Juana del Olmo, lo que le valdrá a don Francisco del Olmo ejercer como presbítero en la Peraleja. Idéntico fenómeno sucederá con la creada por María González, permitiendo que éste tuviese bajo su poder dos de las siete que había en la localidad.

Por otra parte leemos en la partida de defunción de José de la Fuente (marido de María de Hernán-Saiz) que en 1753 ésta mandaba 300 misas, citando a su hijo Fray Juan de la Fuente como religioso sacerdote de la Merced Calzada. Un año antes, moría Ana Martínez (esposa de Miguel del Olmo), quien nombra a su vástago fray Antonio del Olmo, religioso sacerdote de San Jerónimo en el Monasterio de San Bartolomé de Lupiana (Guadalajara).

Decir que don Francisco del Olmo y fray Antonio del Olmo eran hermanos, cosa que explicará las miras que tenía la familia por insertar a los suyos dentro del brazo eclesiástico. Además para mayor de las “casualidades”, su padre se llamaba Miguel del Olmo y de la Fuente, por ser hijo de María de la Fuente Muñoz y nieto materno de Alonso de la Fuente y del Olmo.

Un personaje que merece nuestra atención era Bernardo Parrilla (esposo de María del Olmo), hermano del escribano local, Juan Nicasio Parrilla, éste último casado con María Benito Rojo, otra familia bien asentada en La Peraleja, y que también serán conocidos por la escribanía que durante cierto tiempo estuvieron controlando. Por aquel entonces los Parrilla habían intentando dar el salto fuera de la localidad, así lo veremos en la hija de Bernardo, Micaela Parrilla, quien había casado en primeras nupcias con Juan López Cubillo, labrador de Vellisca; así como posteriormente con un integrante de los Cantero Sevilla de Carrascosilla. Por otra parte su primo hermano ejercía como escribano de los reinos, lo que les catapultaba más si cabe. Recordemos que el padre de éste (el referido Nicasio), una vez que enviudó, volvió a casarse con una señora oriunda de Portalrubio, perteneciente a la familia Palomar. Se trataba de Catalina Palomar, hija de Juan Palomar y María García.

La Peraleja. Imagen: verpueblos.com

Los Palomar en Portalrubio eran toda una institución, pues además de labradores acomodados, tenían a representantes dentro del clero local. Sin ir más lejos, consultando los apuntes de nuestro archivo genealógico, comprobamos como María Parrilla, esposa de Miguel Palomar (también procedente de Portalrubio), tenía por cuñado al presbítero de allí, don Juan Palomar. Las relaciones entre esta localidad por parte de la familia y Portalrubio se estrechan todavía más cuando apreciamos que dicha María, viuda de José Parrilla y Parrilla (por haber casado anteriormente con él en primeras nupcias), era precisamente hija del escribano Nicasio. Apreciamos como durante esta etapa del siglo XVIII, la familia cambia por completo su estrategia, apostando por un matrimonio entre un integrante de su mismo linaje (aunque el parentesco era lejano), así como además intentando dar el salto con otras estirpes asentadas fuera del lugar. La cosa no acababa ahí, pues si Nicasio casó con Catalina Palomar, así como su hija con otro portalrubiero, veremos que otra hija llamada Teresa lo hará con Antonio Carrasco, también procedente del mismo lugar. Este hecho nos lleva a pensar que probablemente el escribano de La Peraleja acabará moviéndose entre sendos pueblos, y por el mismo motivo, alguna de sus hijas.

Otro hermano de Nicasio y Bernardo era Miguel Parrilla, quien enviudó tras haber casado antes con una miembro de la familia Alcocer procedente de Huete. Éste el día de su defunción solicitó un total de 800 misas, mandando enterrarse en la capilla mayor de la Iglesia Parroquial de La Peraleja. Lo cierto es que el linaje disponía de una sepultura en un lugar privilegiado y que les servía como capilla dedicada a la advocación de Nuestra Señora del Rosario, de la que como bien sabemos ya había con anterioridad una cofradía.

Obviamente los Parrilla ejecutarán una operación propia de las familias que socialmente intentaban medrar para dar notoriedad social a sus integrantes, primero a través de enlaces con casas de labradores nativas del pueblo, así como después buscando políticas que fueran más allá del marco municipal mediante gente con posibles, ya afincadas en lugares cercanos, pero ajenas a esa órbita hermética en la que se movían los peralejeros. La adquisición de un lugar de enterramiento privilegiado dentro del principal edificio de la localidad, y sus nexos con los Palomar de Portalrubio, son muestras suficientes para entender que aspiraciones pretendían establecer como linaje.

David Gómez de Mora

Referencias:

* Archivo personal. Apuntes genealógicos de la familia Gómez-de Mora Jarabo. Inédito

Los Saiz-Grueso en Villarejo de la Peñuela

Una de las antiguas familias que vivían en esta localidad y cuyo apellido acabaría disolviéndose con el paso del tiempo, es el del linaje Grueso. Una casa de labradores que veremos documentados durante el siglo XVI, y cuya existencia se prolongará hasta el XVIII a través de su apellido.

En la no tan lejana localidad de Pineda de Cigüela, sabemos que siglos atrás una serie de personas portadoras del mismo, destacaron entre la gente más notoria del lugar, ocupando cargos importantes como regidurías o alcaldías. Desconocemos hasta el momento si ambas líneas guardaron algún parentesco, no obstante, de lo que no cabe duda es que poco antes de entrar en el siglo XVII, los Grueso ya habían dejado algunos descendientes que anexionarán su apellido al de Saiz.

Entre los años 1569 y 1586 habían casado tres hermanos, hijos de Pedro Grueso y María Saiz. El primero de ellos era Alonso, quien lo hizo con María Pérez de Fitos (este segundo apellido vinculado con la familia del escribano del pueblo), el siguiente sería Pedro, que veremos como adoptará la forma Saiz-Grueso. Éste había enlazado matrimonialmente con Ana de Torrijos, hija de Miguel de Torrijos y María López. Precisamente, nueve años más tarde se acordaría otra alianza entre hermanos, pues Julián Grueso celebrará sus esponsales con Isabel de Torrijos (también vástaga de Miguel y María).

Villarejo de la Peñuela. Imagen de turismocastillalamancha.es

Por otro lado durante aquella época fallecía la que era conocida en el lugar como “la beata de Villarejo” (María Redondo), pues precisamente su segundo apellido era Grueso, al venirle de su madre María, quien había casado con uno de los integrantes de los Redondo, otra familia también afincada en Villarejo, y que destacó por moverse dentro del ámbito de la pequeña burguesía local conformada por labradores y curas. Aunque el linaje se acabará identificando con un solapamiento de los apellidos Saiz y Grueso, y que sólo saldrá a relucir en determinadas ocasiones, veremos como éstos mantendrán vinculaciones con dos de los clanes más destacados, es el caso de los López (algo que comprobaremos en Alonso Saiz-Grueso, esposo de María López, o de Juan Saiz-Grueso, marido de María López). Precisamente una de sus descendientes, será quien durante el siglo XVIII entablará relación matrimonial con un Torrijos, familia que como hemos de recordar era en origen la que estaba asociada con dos de los tres hijos del linaje del que procede la familia. Igual de estrechas serán sus alianzas con la casa de los Saiz, y que debido a las distintas líneas, tal vez pueda explicar que motivó esa distinción a la hora de solapar ambos apellidos. Es por ello que veremos como Juan Saiz-Grueso es quien durante el siglo XVII había casado con Catalina Saiz, y cuya hija precisamente lo acabará haciendo con otro miembro de los Saiz-Grueso, una política cerrada y repetitiva que pensamos tenía como propósito promocionar esta rama de la familia. Uno de los últimos miembros que todavía empleará el apellido será Alonso Saiz-Grueso, quien fallecerá en 1712 con manda de 300 misas.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de matrimonios (1626-1764), Sig. 113/10, P. 2121

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

sábado, 19 de diciembre de 2020

Las capellanías de La Peraleja en el año 1759

Las capellanías consolidaban una institución y fundación que podía ser de diferentes clases. Su tenencia comportaba el pago de una serie de misas anuales, y que de manera esporádica eran revisadas cuando se efectuaban las visitas pastorales por parte de algún miembro del obispado. En el momento de su creación, el fundador estipulaba una serie de normas que por un lado comportaban quien era el heredero prioritario, así como el conjunto de bienes que la integraban, pues de ellos se obtenían rentas, para que de este modo con las ganancias se pudieran cumplir los pagos de misas para la salvación del alma de su fundador. Éstas formaban parte de los engranajes de un sistema social que algunos estudiosos han acuñado con el término de "economía espiritual", en la que se buscaba además de la salvación de los integrantes del linaje desde una perspectiva religiosa, un crecimiento social que ayudara a tener un mejor estatus y posibilidades de ostentar una influencia en el entorno geográfico en el que residían.

Al fin y al cabo las capellanías daban mucha entidad al nombre de su creador, pues mientras ensalzaban su linaje (el cual por norma general si se permitía este tipo de operaciones, solía ser por pertenecer a una familia con recursos y de por sí acomodada en ese municipio), al mismo tiempo producía un beneficio personal, que a través del pago de misas aseguraba su bienestar en el más allá. Recordemos que las propiedades que se integraban no se podían extraer de la fundación, pues sus ganancias se debían emplear para fondos con fines piadosos.

En el año 1759, gracias a una visita pastoral que se recoge en el volumen III de defunciones de La Peraleja, veremos que existían 6 capellanías. Siendo estas las siguientes:

I) Capellanía fundada por el Maestro don Baltasar Domínguez. En ese momento la poseía Miguel González. Estaba formada por 41 almudes de trigo y cebadales.

II) Capellanía fundada por Jerónimo de Hernán-Saiz. En ese momento la poseía Silvestre de Hernán-Saiz. Estaba formada por unas casas de morada con corrales, bodega y tinajas, 108 olivos, 80 vides y 90 almudes de tierra.

III) Capellanía fundada por Juan Benito de Carboneras. En ese momento la poseía José Benito de Molina. Estaba formada por un cañamar de 2 celemines, 44 olivos y 63 almudes de avena.

IV) Capellanía fundada por Simón Vicente y Juana del Olmo. En ese momento la poseía el presbítero don Pedro Muñoz. Estaba formada por 100 almudes de trigo y cebada.

V) Capellanía fundada por Tomás González y María Herráiz. En ese momento la poseía el presbítero don Pedro Muñoz. Estaba formada por 84 almudes y 300 viñas.

VI) Capellanía de las Ánimas. En ese momento la poseía Juan José Vicente y de la Peña. Estaba formada por un haza de pan trillar, 65 almudes, una alameda y 343 olivos.

Decir que las capellanías de esta localidad se hallaban mucho más repartidas que en otros emplazamientos donde había linajes que intentaron controlarlas en su inmensa mayoría, siendo este el caso de los León en Caracenilla. Además, todos sus poseedores eran nativos del lugar, hecho que por norma general no siempre sucedía cuando habían trascurrido varias generaciones, pues como era habitual, aparecían parientes lejanos que a través de líneas segundonas intentaban revindicarlas.

Las familias que las fundan, y posteriormente poseen (independientemente del baile de apellidos), son todas en su totalidad linajes que conforman el grupo de las élites locales peralejeras: Benito, Domínguez, González-Breto, Hernan-Saiz, Muñoz y Vicente.

Iglesia de San Miguel Arcángel de La Peraleja (foto del autor)

Los únicos tratados como hidalgos eran los González-Breto, el resto miembros de la burguesía agraria local, a pesar de que algunos prácticamente llegaban a asemejarse a representantes de la pequeña nobleza, tal y como sucederá con los Vicente, quienes en alguna de sus líneas resguardan su patrimonio bajo la figura de un mayorazgo. Los Hernán-Saiz, eran una casa de labradores asentados en el municipio desde el medievo. Los Benito comenzaremos a tenerlos documentados a través de un progenitor que les daría el apellido durante la primera mitad del siglo XVI. Su escala de proyección no abarcaría más allá del radio municipal, tal y como sucede con el resto de familias citadas (a excepción de los González-Breto y que llegaron a consolidar su nombre en Huete), cosa que les permitió relacionarse con gente que partía de posibles como los Jarabo, sin olvidar su enlace con los Carbonero, una familia que no llegaría a dejar descendencia por línea recta de varón en generaciones futuras, pero que ya veremos documentada en la primera mitad del XVI, y de la que uno de sus integrantes casará con una miembro de la familia Osorio (naturales de Osa de la Vega). Pensamos que este linaje es posible que ya estuviera intentado medrar al contar con cierta cantidad de patrimonio tras buscar alianzas en casas foráneas, de ahí que no sea de extrañar que la fundación que crearán los Benito procediese en buena medida de la riqueza que poseía Francisca de Carboneras (la esposa de Juan Saiz de Benito). Planteamos esta cuestión por el hecho de que la documentación señala que el lote patrimonial está vinculado con los Carbonero, además de que los Benito hasta la fecha son una familia de labradores, pero que obviamente comenzarían a buscar de alguna forma una consolidación social, pues no olvidemos que su hijo (el fundador) Juan Benito de Carboneras, era nieto por el costado paterno de Magdalena Ayllón de Ribatajada, un linaje converso, que precisamente en ese emplazamiento de la Serranía conquense ya tenía algún familiar formando parte de la corporación municipal. Esta estrategia surtiría efecto cuando poco tiempo después éstos acabarán haciéndose con el control de una escribanía.

Como conclusión, y a la vista de lo que hemos esbozado en estas líneas, no cabe duda que para poder medrar y mantener cierto estatus dentro de este tipo de pueblos, era muy importante conseguir que algún miembro del clan familiar consiguiera insertarse dentro del brazo eclesiástico.

David Gómez de Mora

Referencia documental:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones (1694-1779), Sig. 30/16, P. 817

jueves, 17 de diciembre de 2020

Notas de interés sobre algunos miembros de la familia López de Villarejo de la Peñuela entre 1725-1750. Sus alianzas con la familia Delgado

Ya hemos comentado en más de una ocasión, que si hubo un linaje destacado de labradores con presencia en el ámbito religioso a través de algunos representantes, esa fue sin lugar a dudas la casa de los López. Entre los muchos personajes que dio la familia, quisiéramos centrarnos en aquellos que hemos visto referenciados en el libro de defunciones de la localidad, entre el periodo de 1725 y 1750. Es precisamente en el inicio de este intervalo cuando leemos la partida de fallecimiento de José López y López, quien hizo su testamento en Villarejo Sobrehuerta el 30 de julio de 1725. Éste mandaría que su cuerpo fuese enterrado en la sepultura donde se hallaba su padre, solicitando un total de 625 misas, de las que medio millar habían de decirse en uno de los conventos de la ciudad de Huete. Elegirá como única heredera a Manuela Delgado, miembro de una familia importante, con la que ya había casado en 1693. Poco tiempos después fallecía Isabel López, quien tenía por hermano al citado José López, y estaba casada con Juan Delgado Saiz, pidió 300 misas, e hizo su testamento ante Andrés López, quien en aquel momento era escribano del lugar.

Las relaciones entre Delgados y López eran más estrechas de lo que parecía, pues por ejemplo en 1727 moría Bernarda Delgado, mujer de José López, mandando un total de 244 misas. De nuevo volvemos a tener noticias sobre Andrés López en 1736, esta vez para certificar su defunción, y acabar enterrado en la tumba de su hijo Antonio López.

El marido de Isabel López (Juan Delgado) , y que estuvo viudo durante unos trece años, moría en 1738 con pago de 350 misas. En 1743 moría María López Saiz, hija de María Saiz, y que exige enterrarse con mortaja del hábito de Nuestra Señora del Carmen, ésta mandará un total de 400 misas, además de una bula de difuntos para tres años, y 20 reales de vellón a cada cofradía del pueblo. Un testamento característico de una devota católica, preocupada por la salvación de su alma, además de propietaria de ciertos bienes que le ayudaron a cumplir con esas obligaciones propias de quien deseaba invertir en un entierro que garantizara una salida rápida del purgatorio. No obstante, si hubiésemos de destacar un testamento que nos parece muy interesante de este mismo linaje ese es el de José López Saiz, fallecido en 1746, quien nos aporta bastantes datos sobre su familia. Por un lado indica que sus últimas voluntades fueron redactadas ante Domingo López Saiz, exigiendo enterrarse en la tumba de su hermano Antonio López Saiz. Pagó 130 misas, y cita como hermanos al presbítero don Pedro López y Andrés López.

Campanario de Villarejo de la Peñuela. Imagen: Paloma Torrijos

En 1747, veinte años después de que muriese Bernarda Delgado, lo hacía su hija Teresa López, que solicitó enterrarse en la sepultura donde estaba su progenitora. Tiempo después, concretamente el 12 de diciembre de ese mismo año, fallecía Domingo López Saiz, quien no tendrá tiempos de solicitar la extrema unción, ni la eucaristía, pero si el sacramento de la penitencia por el estado en el que se encontraba. Éste poseía sepultura propia, a lo que añadió una novena de tres misas cantadas con tres nocturnos, así como anual y rogativa de dos años con una misa cantada un nocturno. Pide que se le lleven “dos luces” todos los días de trabajo durante dos años sobre su sepultura, así como los domingos y festivos “dos candelas y una vela”. Mandó 120 misas, de las que un centenar eran para su alma.

Otra Delgado casada con un López era María, quien en 1748 ya estaba viuda, y pidió enterrarse en la sepultura de su primo Juan Pérez de Torrecilla. Finalmente, en 1749, tenemos noticias de la muerte de Isabel López, solicitante de 80 misas e hija soltera del señor Domingo López Saiz, quien había muerto dos años antes y estaba casado con María Herráiz. Isabel era natural de Valdecolmenas de Arriba, por lo que redactó allí su testamento. Sus tíos, y por tanto, hermanos de Domingo eran don Pedro López y don Andrés López. Familia a la que hemos dedicado este artículo, y donde no cabe duda como durante la primera mitad del siglo XVIII, llegan a ser una de las casas mas influyentes y mejor posicionadas de Villarejo de la Peñuela.

Relaciones genealógicas entre los López y los Delgado de Villarejo de la Peñuela (elaboración propia)

A modo de conclusión, y como reflexión sobre las políticas matrimoniales y consiguientes estrategias sociales entre ambas familias, vemos que en enclaves de estas características premiaba una mentalidad conservadora y tradicional, fundamentada en el “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Cierto es que había otras tantas poblaciones en los alrededores, medianamente comunicadas en las que uno podía ser capaz de hallar otras posibilidades conyugales, además tampoco valía un argumento como el de que en el pueblo viviese gente a mansalva (pues en 1752 Villarejo sólo contaba con 71 hogares), pero, como en otros tantos lugares de la geografía conquense, la tierra no estaba disponible para los forasteros. El campo simbolizaba una vida llena de sacrificios, esfuerzos y quebraderos de cabeza, pero también un elemento que otorgaba identidad al linaje, reputación y por encima de todo, el engranaje con el que poder crecer desde abajo. La tierra se amaba y protegía como a un hijo más. La tierra daba la personalidad y carácter que enorgullecía a las personas destacadas de cada pueblo. La tierra era el seguro de vida que mantenía a toda una familia cuando estallaban súbitamente conflictos bélicos. En síntesis, la tierra era una de las cosas más preciadas que una persona podía aguardar en su tránsito por este mundo. 

David Gómez de Mora

Referencias:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro III de defunciones (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

sábado, 12 de diciembre de 2020

Notas genealógicas sobre los Carrillo de Albornoz y los Luna en Cuenca

Entre las familias más destacadas de la historia de Cuenca, merecen mención a parte la casa de los Carrillo y los Albornoz, dos linajes documentados desde el medievo, cuyas reminiscencias escritas nos conducen como mínimo hasta finales del siglo XIII y primera mitad del XIV, instante en el que comenzaremos a leer los nombres de algunos de sus integrantes.

A día de hoy los diferentes estudios vinculados con el ámbito histórico y genealógico de la nobleza peninsular, paulatinamente han ido dibujando un panorama en el que resulta indispensable analizar a fondo todo lo escrito con anterioridad, y es que muchos de los relatos que conocemos al respecto, parten de tratados efectuados a posteriori, en los que su primordial finalidad era la de ensalzar y remarcar unas raíces, románticas e idealizadas, que deformaban lo realmente acaecido desde la perspectiva historiográfica.

Un fenómeno que apreciaremos en muchísimos casos, especialmente si entendemos el contexto social de la época, lo que obligará a la alteración y divulgación de un conjunto de leyendas que se irían extendiendo con el trascurso del tiempo. Una de las más habituales, será la de involucrar a muchas de estas familias con su presencia desde los tiempos de la reconquista cristiana, adscribiéndose al hito de la toma de la ciudad de Cuenca por Alfonso VIII, y que como es de suponer iría acompañado por diferentes huestes de caballeros.

Detalle del escudo de los Carrillo de Albornoz en su capilla de la Catedral de Cuenca


Los Albornoz

Los orígenes de esta familia son complejos de esclarecer si pretendemos relacionarlos con las genealogías clásicas que los hacen descender de la casa de Aza. Desde la perspectiva historiográfica, a día de hoy García Álvarez es el personaje más antiguo que se ha podido documentar.

Al respecto, Ortega Cervigón (2006, 123) reconoce que “el origen del linaje Albornoz es oscuro, aunque parece proceder de una rama segundona de la casa de Aza, de origen navarro y borgoñón”. Como indicábamos, hasta la fecha no existe documentación concluyente que solape la genealogía de García Álvarez con una rama segundona de la familia referida, o con el caballero Gómez García de Aza que acompañó a Alfonso VIII en la conquista de Cuenca.

El mismo autor seguidamente indica que éstos “no pertenecían al grupo de ricos-hombres porque apenas hay una referencia a ellos en las crónicas reales, y ni confirmaban privilegios reales, ni existe constancia de su intervención en la administración cortesana” (Ortega, 2006, 123).

Relación genealógica de las familias Carrillo de Albornoz y Luna (siglos XIV-XV)

Por contra, otros estudiosos como Moxó (1972) asociarán su presencia desde los tiempos de la reconquista. No olvidemos que Albornoz era un enclave de las tierras de Alarcón, es decir, una aldea referenciada como mínimo hasta finales del medievo, y que luego acabará despoblándose, estando situada en las proximidades de Villarejo de las Fuentes, tal y como nos recuerda en su trabajo Rodríguez Llopis (1998). No sabemos exactamente como empieza la familia a aglutinar poder, y es que García Álvarez ya “disfrutó del señorío jurisdiccional de Albornoz y Naharros —en la llanura conquense— y Uña, Valdemeca, Aldehuela, Cañizares, el Hoyo de Cuenca, Ribagorda, Poyatos, Portilla, Valdecabras, Valsalobre, Sacendocillo, Arrancacepas y Villaseca —en la serranía conquense—. También poseía entonces minas y pozos de sal en Valsalobre y Beamud, adquiridos por trueque con el cabildo catedralicio de la ciudad; asimismo, la heredad de Sotoca, cercana a Sacedoncillo, fue adquirida por compra. Otros heredamientos tuvieron en Villar de Olalla, Valera de Suso y Yuso, Mezquitas y en la tierra de Moya. Aparte de los lugares mencionados, el linaje poseyó en propiedad bienes como la laguna de Palomera, la dehesa y casa de la Vivera, la casa de Ballesteros, la de Villar de Tejas, la de San Lorenzo de la Parrilla, la casa y heredades de Sotos, Campo-Robles, El Campillo y Belinchón, así como las adquiridas por Álvar García el Joven en Ribatajada y Esteras. En 1369 el rey Enrique II le donó la villa de Utiel, que le permitió engrandecer el patrimonio con bienes territoriales, rentas y tributos. Esta donación respondió también a intereses de vigilancia de defensa de la frontera oriental de Castilla frente a Aragón. Este monarca confirmó también las anteriores donaciones de Alfonso XI —Torralba y Tragacete— y la compra de Beteta efectuada a Leonor de Guzmán, añadiendo la merced de Moya, de gran riqueza maderera” (Ortega, 2009, 145)

Sus dominios en la serranía conquense y algunos puntos de la Alcarria eran indiscutibles, por ello como veremos el linaje acabó siendo titular de un extenso patrimonio. “La extinción del linaje Albornoz se produjo en la década de los cuarenta del siglo XV, al quedar sin sucesión legítima la línea troncal. María de Albornoz fue la VIII señora de Albornoz, el Infantado, etc. que casó con Enrique de Villena el Nigromante, conde de Cangas y Tineo, maestre de Calatrava, hijo de Pedro de Aragón, con quien no tuvo sucesión. A su muerte, el patrimonio de la casa de Albornoz se dividió entre el Condestable Álvaro de Luna, el linaje Mendoza, señores de Cañete, y el linaje Carrillo” (Ortega, 2009, 150). Sin lugar a dudas la tenencia de este apellido acreditaba muchos elementos a favor, lo que explicaría que García y su esposa Teresa fundaran en la Catedral de Cuenca la capilla-pantéon familiar sobre otra anterior de la que todavía quedan algunos elementos decorativos del siglo XIII, y en cuyo espacio se hallan las tumbas de García Álvarez (indicándose en una placa realizada a posteriori los nombres de su padre y abuelo; pero que documentalmente no podemos probar), además de su esposa Teresa de Luna. Uno de sus hijos, y que demostraría el poder del linaje a través del principal edificio religioso de la ciudad, fue Gil Álvarez de Albornoz, natural de Carrascosa y cardenal a mediados del siglo XIV.

Dominio señorial del linaje Albornoz en los siglos XIV y XV (Ortega, 2009, 168)


Los Carrillo

El origen de esta familia todavía sigue siendo menos claro que la anterior, pues veremos como aparece el apellido por diferentes puntos de la tierra conquense, sin que sea posible poder unirlo a la línea principal de los Señores de Priego, y cuyas referencias documentales no van más allá de finales del siglo XIII. No olvidemos que “la constatación documental de la presencia de la familia Carrillo en el proceso de señorialización de la tierra de Cuenca data de 1298, momento en que el monarca Fernando IV concedió a Alfonso Ruiz Carrillo los pechos y derechos reales en Priego de Escabas” (Ortega, 2006, 155).

Sabemos que Gómez Carrillo casa durante la segunda mitad del siglo XIV con Urraca de Albornoz, dando pie a la creación de la familia Carrillo de Albornoz. Ahora bien, la cosa parece mucho más confusa cuando pretendemos estirar su ascendencia, pues sólo podría afirmarse que éste era hijo de Pedro Carrillo, quien se dice estuvo en la defensa de Tarifa en 1338. Sabemos que a partir de ahí aparecen muchos candidatos, que dependiendo de que genealogías vayamos a consultar, adscribirán una u otra ascendencia. Por un lado están quienes nos recuerdan que Pedro era el nombre de su padre, y que además de ser caballero de la banda y Señor de Nogales, había celebrado sus esponsales con una mujer llamada Sancha de Castañeda, dato que atestigua José Carrillo de Albornoz Fábregas (2000). Según este mismo, veremos como Luciano Serrano (1935), indicará referencias que harán alusión a Pedro y a su hijo Gómez, personajes para nosotros a partir de los cuales hasta la fecha se puede hablar con seguridad sobre su filiación y descendencia. Y es que como decimos la falta de documentación específica, se combina con la poca precisión a la hora de solapar las diversas líneas genealógicas del linaje, integrado todo ello dentro de los procesos de acusaciones inquisitoriales, y que surgirán contra muchos de los portadores de estos apellidos, a nuestro juicio, suficientes elementos a tener en cuenta para considerar la dificultad de garantizar su partetesco más alla del siglo XIV, puesto que a partir de ese momento se abren un amplio abanico de posibilidades.

Se trata pues de un dato que revela la carencia de fuentes primarias para conocer este tipo de filiaciones, donde de nuevo apreciamos como las reseñas más antiguas acaban bebiendo de genealogías clásicas, siendo el caso del estudio de Otal (2002, 15) quien a través de los árboles que adjunta de Moxó (tabla V) indica que don Pedro Martínez de Luna y casado con doña Violante de Alagón, tiene por hermana a Teresa de Luna, la misma persona que figura como esposa de García Álvarez (de Albornoz). Mención que para nada encaja con el Gómez de Luna citado en la sepultura de la dicha Teresa, al cual reivindica como padre, y que luego algunas reseñas asocian directamente con la casa del rey Jaime I. Cuestión que obviamente tampoco se puede demostrar desde la perspectiva historiográfica.

No olvidemos que el propio Ortega Cervigón (2006, 155) ya nos advierte que “según el relato legendario, los Carrillo recibieron del conde Fernán González, -por sus claros hechos y virtudes-, distintas tierras: el mayor el castillo de Ormaza y Quintana, con sus tierras y jurisdicción, y el menor la villa de Mazuela y otros lugares. Y es que la conexión entre los Carrillo de la reconquista con el Gómez Carrillo que aparece en tiempos de Alfonso XI, tampoco se puede demostrar a día de hoy de forma fehaciente con documentos en las manos”.


Los Luna

Los orígenes de los Luna según las informaciones clásicas remontan su ascendencia al infante don Fernando de Pamplona, hijo del rey García Sánchez III. Dato de nuevo que a día de hoy documentalmente no se puede sostener, al no disponerse de ninguna referencia o alusión vinculada con la descendencia del infante. Como podremos ver, el pretender unificar en una misma familia a todos los integrantes de este apellido bajo un único tronco es un ardua tarea, que desde la perspectiva documental resulta casi imposible de realizar. Primero por la falta de material escrito en la época, así como seguida y especialmente por el contexto romántico en el que se desenvuelven muchas de las vinculaciones genealógicas efectuadas por este tipo de familias de la nobleza peninsular. Sabemos que por ejemplo los Carrillo de Albornoz se apoyarán en algunos integrantes del clan a la hora de engrosar un patrimonio, que además de mejorar su estatus, los catapultará hacia los cargos más codiciados dentro del seno de la aristocracia conquense. No será casual por ejemplo que el primer cabeza documentado de la familia Albornoz hubiese casado con Teresa de Luna, de quien se dice que era “hija de don Gómez de Luna -nieto del infante don Jaime-” (Ortega Cervigón, 2009, 146), un dato que de nuevo no se puede garantizar con rotundidad si analizamos las referencias genealógicas del infante don Jaime I de Jérica, donde veremos como éste casa previamente con Elfa Álvarez de Azagra (hija de los Señores de Albarracín), representando el único matrimonio del que nacerá el descendiente de don Jaime II de Jérica, esposo de doña Beatriz de Lauria, aunque en ningún caso entroncando con los Luna.

Más interesantes nos parecen las uniones que se irán gestando entre estas tres familias con un claro propósito social, y que tenían como objetivo fortalecer la posición preeminente de sus integrantes, a través de una serie de políticas matrimoniales, como ocurrirá con Teresa de Albornoz, quien sellará alianzas con Juan Martínez de Luna (este señor de varios lugares además de ricohombre de Aragón y Castilla), o su hermana Urraca de Albornoz con Gómez Carrillo.


Conclusiones

Como hemos comprobado en otras tantas ocasiones, la inmensa mayoría de estos linajes tienen en común el haber invocado a un pasado que los relaciona consanguinalmente con la monarquía castellana, o en su defecto con uno de los grandes héroes que se implicaron en la empresa de la reconquista cristiana.

Así ocurrirá con los Albornoz, donde resulta imposible precisar las relaciones generacionales entre Gómez García de Aza, Fernán Gómez de Albornoz, Pedro Fernández, Fernán Pérez, Álvaro Fernández y su hijo García Álvarez. Sin olvidar el caso de los Carrillo o los Luna. Es por ello que resulta necesario contextualizar el nacimiento de muchos de estos relatos, en un periodo convulso desde la perspectiva social, en los que poco menos que era casi obligatorio difundir un conjunto de historias plagadas de méritos que validasen un estatus heredado, que buscaba justificar la herencia y preeminencia dentro de aquel sector privilegiado, al que sólo podían acceder unos pocos.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Carrillo de Albornoz Fábregas. “Carlos V. Los primeros grandes de España (1520) y las mujeres medievales del linaje Carrillo”Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas.  Nº 282, 2000, pág. 945

* Moxó (de) y Ortiz de Villajos, Salvador. (1972). “Los Albornoz. La elevación de un linaje y su expansión dominical en el siglo XIV”, Volumen 11 de Studia Albornotiana

* Ortega Cervigón, José Ignacio (2006). La acción política y la proyección señorial de la nobleza territorial en el Obispado de Cuenca durante la baja Edad Media. Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid.

* Ortega Cervigón, José Ignacio (2009). “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca: nuevos datos sobre el linaje Albornoz”. Miscelánea medieval murciana, nº 33, pp. 143-173

* Otal (de) y Valonga, Francisco -Barón de Valdeolivos- (2002). “Los Martínez de Luna, ricos hombres de sangre y naturaleza de Aragón. Emblemata, 8 (2002), pp. 9-45. ERAE, VIII (2002) 9

* Rodríguez Llopis, M. (1998). “Procesos de movilidad social en la nobleza conquense: la Tierra de Alarcón en la Baja Edad Media”, en Tierra y familia en la España Meridional, siglos XIII-XIX.  Francisco González García (Ed.), Universidad de Murcia, pp. 45-85

* Serrano, Luciano, O. S. B. (1935). “El Obispado de Burgos y Castilla primitiva: desde el siglo V al XIII”. Instituto de Valencia de don Juan. Madrid, 1935.

martes, 1 de diciembre de 2020

La Sierra del Monje

Uno de los entornos naturales ubicados dentro del territorio piquereño, pero que a su vez ha estado un tanto desvinculado con el municipio desde tiempo atrás, es el área montañosa de la Sierra del Monje, un espacio accidentado y que como veremos se extiende por la parte meridional de su término, sirviendo de linde con Buenache de Alarcón.

Sobre su etimología nada sabemos, aunque intuimos que probablemente las reminiscencias que arrastra deban buscarse en la misma fundación de la localidad. Y es que no hemos de olvidar que el monje Pedro López recibía de Alfonso VIII un documento despachado el 18 de octubre de 1186, en el que se recogía una ratificación de la donación efectuada por don Nuño Sánchez de la heredad situada junto al río de las Piqueras en la vega de Valera, de ahí que probablemente este personaje pudiera ser el mismo al que hace alusión el topónimo, recordándonos por tanto la extensión de los dominios de aquel Piqueras medieval, donde era esencial marcar y señalar la extensión de unas posesiones recién adquiridas. Otra posibilidad es que simplemente el nombre hiciese alusión a un relato en el que se pretendía reflejar hasta donde llegaban las tierras de un personaje olvidado, avivado en la memoria de los piquereños a través del recuerdo generacional.

Un ejercicio que como veremos seguiría produciéndose tres siglos después cuando leemos otro topónimo igual de interesante: “Las Peñas don Juan de Valencia” (y que creemos estarían haciendo alusión al señor de Piqueras, don Juan Girón de Valencia), otro de los cabecillas históricos de este lugar, cuya designación estaría delimitando una franja montañosa todavía perteneciente a sus posesiones, pero cuyas estribaciones ya se adentran en el territorio vecino de Barchín del Hoyo y Buenache de Alarcón.

Estos entornos obviamente se convertirían en puntos linderos que delimitaban un área que quedará estipulada desde los tiempos del medievo a través de sendos topónimos, en los que se reitera el nombre de aquellos respectivos señores que controlaron esta zona. El monje Pedro López, y que según parece vivió como mínimo en las últimas décadas del siglo XII, además del citado don Juan de Valencia (integrante de la noble casa de los Girón de Valencia), se convertirán en hitos históricos de la vida de un pueblo, desde los que se rememorará parte de su pasado.

Área de la Sierra del Monje. Imagen: earth.google.com

No hay que obviar una de las cuestiones que más nos interesa, y esa será el estudio efectuado sobre el sistema defensivo de las torres exentas en el ámbito del Júcar medio por parte del arquitecto Ruiz-Checa, quien a través de una serie de análisis de carbono-14, demostraría que la misma torre de Piqueras del Castillo dataría como mínimo del momento de la reconquista, es decir, se trataría de una estructura coetánea a los tiempos del monje Pedro López. De ahí que entendamos que ya desde los albores cristianos de esos municipios, accidentes naturales de esta índole, serían puntos articulados dentro de un espacio de control, que obviamente les otorgaban una serie de usos linderos.

Todavía hoy en la zona más alejada del término de Buenache de Alarcón, conocemos un paraje que lleva por nombre la “Cuesta del Monje”. Se trata de una continuación geomorfológica de la Sierra del Monje, desde donde el relieve comienza a adaptarse a las cotas de altura del área piquereña. En cuanto a la perspectiva física, esta sierra abarca una longitud superior a los cinco kilómetros, alcanzando en su cota más alta los 1061 metros de altura sobre el nivel de mar, tal y como sucede en los parajes del Overo o el Rayo. No obstante, este lugar también presenta otras zonas agrestes, que a pesar de contar con escasos metros menos que las anteriores, hacen que buena parte de su superficie se sitúe por encima de la cota de los 1000 metros. En el caso de Buenache de Alarcón, la franja más elevada es precisamente la prolongación del relieve de la Sierra del Monje que se adentra en su término municipal, donde se llega a los 1015 m.s.n.m.

A estas alturas nadie discute la conexión que ha existido históricamente entre los municipios de Buenache de Alarcón, como también de Barchín del Hoyo, un elemento ya no sólo atestiguado en las celebraciones matrimoniales que se recogen en algunas de las hojas de sus libros parroquiales. Y es que a pesar de encontrarnos con núcleos que desde la perspectiva social eran bastante cerrados en cuanto a la planificación de políticas matrimoniales entre vecinos foráneos, todavía se vislumbran ciertos nexos propios de territorios colindantes, que tanto por intereses económicos como políticos, explicarán ese tipo de vinculaciones geográficas, obviamente vitales a la hora de comprender el desarrollo de fenómenos generalizados que se irán repitiendo a lo largo de determinados momentos de su historia.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Ruiz-Checa, José Ramón (2015). “Torres exentas en el ámbito del Júcar medio (Cuenca). Implantación territorial y caracterización constructiva”. Tesis doctoral. Univesitat Politècnica de València. 640 pp.

La fortaleza de Albaladejo del Cuende. Hipótesis y visión personal sobre un enclave defensivo de la familia Ruiz de Alarcón

Entre las varias dudas que nos acechan sobre el pasado de Albaladejo, una imposible de obviar es la de qué representó realmente para los intereses señoriales de los Ruiz de Alarcón este lugar, pues a pesar de que hoy pueda parecer una zona alejada de las grandes urbes, no pensaríamos lo mismo si ascendemos hasta la parte alta de dicha localidad y apreciamos su valor estratégico. Resulta imposible ignorar las prestaciones defensivas del enclave cuando uno accede a lo alto de su loma. Y es que sobre la misma, todavía podemos apreciar como se levantó lo que hoy son sólo lo restos de las ruinas de un edificio religioso, en el que con anterioridad podría haberse encontrado una construcción de carácter militar. Lo cierto es que en el reciente estudio sobre los castillos de la provincia de Cuenca, no hemos hallado ninguna alusión al respecto. Es más, el relato tradicional señala que en el año 1080 Alfonso VIII tras conquistar Cuenca, cedería a los monjes sorianos cistercienses del Monasterio de Santa María de Huerta, los terrenos del término municipal de la localidad, pero, ¿desde cuando existe esa construcción?, ¿fue realmente el primer edificio que se erigió sobre lo alto de la cima?..., estas y otras tantas preguntas es necesario formularlas para comprender un poco mejor el destino que corrió esta parte tan emblemática del municipio, para interpretar cual fue el papel jugado por sus antiguos señores en el lugar.

Cualquiera que visite el lugar, y ascienda hasta la parte alta para contemplar sus vistas, se percatará de lo difícil que resultar imaginar como en ese punto no hubiese ningún tipo de espacio fortificado o estructura defensiva.

A estas alturas nadie discute que en Albaladejo los musulmanes se asentaron durante el periodo de dominación islámica, y prueba de ello es el mismo topónimo del municipio que nos legaron, no obstante, tampoco iríamos mal encaminados, si suponemos que en lo alto de su loma tuvo que existir algún castillo o fortín, a pesar de que únicamente se nos hable de los restos de un recinto religioso.

Partiendo de este relato, nuestra hipótesis aboga por la existencia de un castillo, cuyas raíces perfectamente podrían estar afincadas desde fechas anteriores a la reconquista, y que siguiendo la política defensiva tan propia del momento, se reforzaría con algún elemento constructivo, del mismo modo que iría sucediéndose por el ancho y largo de esta franja territorial de los dominios de Alarcón.

Visual desde lo alto de la loma de Albaladejo del Cuende

Del mismo modo, resulta casi imposible de obviar, que un espacio geográfico que cae durante el siglo XV en manos de los Ruiz de Alarcón, difícilmente no contara con un puesto de control que resguardara la posición de sus señores, pues sabemos que si algo preocupó a este linaje y cuya adquisición coincide con la fase exponencial de su crecimiento social, fue precisamente el tener bien defendidos como conectados cada uno de los lugares que estaban bajo su posesión.

Restos del edificio religioso ubicado en lo alto de la loma de Albaladejo del Cuende

Otro elemento clave, es que comprobamos como entre las ruinas del recinto religioso, puede apreciarse el afloramiento de los restos de unas estructuras bastante toscas y antiguas, que se solaparían con la misma roca del terreno, y que cronológicamente no cabe duda que habrían de ser anteriores a las ruinas de la planta eclesiástica. 

Restos arquitectónicos en la loma de Albaladejo del Cuende

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).