domingo, 23 de octubre de 2022

La familia López en Piqueras del Castillo. Datos sobre Catalina López

Catalina López, mujer del señor Miguel de la Orden, de acorde al segundo libro de defunciones de la localidad (y que se inicia en 1715), falleció en el año 1717.

Las raíces de esta mujer ahondan en una las casas mejor asentadas y con recursos que hubo en la localidad por aquellos tiempos, hecho que quiso demostrar en el momento de su defunción, cuando solicitó que se rezaran un total de 550 misas por la salvación de su alma, familiares y ánimas del purgatorio.

Las partidas de defunción de personas destacadas como Catalina, siempre son interesantes, ya que nos ofrecen una información adicional, que muchas veces se escapa del resto de sus vecinos, debido a la mayor cantidad de mandas que se solían estipular. Este conjunto de datos nos sirven sin lugar a duda para reconstruir un poco mejor algunos aspectos, como es el caso de que imágenes religiosas había ya en el templo antes de su remodelación en el siglo XX. Así por ejemplo, Catalina manda 150 reales al Santísimo Cristo del Consuelo, además de otros 200 reales a la Virgen de Nuestra Señora del Rosario (ambas imágenes y que como ya sabemos gozaban de enorme veneración en la localidad).

Como era habitual entre las personas de su posición social, Catalina fundó un vínculo que se apoyaba en la casa en la que esta vivía, además de dos cañamares, ubicados en lo que se conocía como la huerta de los cáñamos, junto con varias fincas, todo ello bajo la condición de que cada año se rezaran por su alma un total de 8 misas, y que debían distribuirse en los días siguientes: San Miguel Arcángel (29 de septiembre), Santa Catalina, San José (19 de marzo), San Antonio de Padua (13 de junio), San Francisco (4 de octubre), Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre), Nuestra Señora de Agosto (15 de agosto) y Santo Ángel de la Guardia (2 de octubre).

Con ello la difunta conseguía un rezo seguro para la salvación de su alma. Este vínculo solicita que recaiga sobre su marido, dejando después en orden de solicitud a Catalina Moreno, esposa de Alonso Moreno, así como posteriormente Ana López, mujer de Esteban de Zamora, dando como era habitual preferencia al hijo varón y mayor por edad que hubiese en cada una de esas casas, en el caso de que siempre hubiese una descendencia.

En enlace de Catalina con Miguel de la Orden no fue desde luego un hecho casual, pues este pertenecía a una casa de labradores que gozaban de un considerable bienestar, y que como veremos se movió entre este municipio, junto con la pedanía de Alcol y la localidad de Barchín del Hoyo, donde el linaje alcanzaría fama en el ámbito artesanal, como veremos a través de su taller de órganos, y que se distribuirán por algunos puntos de la península, destacando las piezas de los dos que se conservan actualmente en la Catedral de Cuenca.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo


Información:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de defunciones de Piqueras del Castillo. Signatura 130/11, P-2589

domingo, 9 de octubre de 2022

Indulgencias y Purgatorio

La tradición católica nos recuerda como tras la muerte, el alma seguirá su curso, aunque en este caso, bajo el paso del evo, es decir, sobre un marco temporal en el que los parámetros que empleamos para entender el mundo terrenal dejan de ser iguales, ya que en ese estado, se parte de un principio en donde nunca llega a existir un final.

Desde la religión cristiana, se explica claramente como el alma preserva los pecados que el mortal ha llevado en vida, pues aunque a partir de ese momento, esta no muda en sus ser, sí lo hace en sus operaciones, por lo que la iglesia recordará que tras el fallecimiento, debe pasar un tiempo de limpieza para la salvación, dependiendo del grado en que se halla corrompida la parte espiritual del ser humano.

Partiendo de esta base teológica, es donde comenzaremos a ver a través de la documentación que consultamos (especialmente en el caso de los testamentos), como existen diferentes fórmulas que tendrán como propósito que la persona antes de fallecer, reconozca su perdón y arrepentimiento para conseguir una mejora del estado de ese alma, que por norma general necesitará para pasar por el Purgatorio tras la muerte.

La preparación para ese momento como veremos se llevará a lo largo de la vida del cristiano, a través de la asistencia a misa, actos positivos como la ayuda a gente necesitada, así como demostrando su implicación con el clero local, bien sea a través de su participación en actos religiosos, recibiendo los sacramentos o integrando una de las cofradías del municipio.

Intentar conocer qué parámetros estructuran la economía de la salvación desde la perspectiva histórica, es un modo más en el que los historiadores nos apoyamos para desentrañar cómo vivían nuestros antepasados, especialmente cuando hablamos de zonas rurales, en las que el peso de la religiosidad y la tradición siempre estuvo más presentes que en las grandes ciudades.

El ejercicio de la limpieza espiritual se podía hacer durante el paso por el mundo terrenal, así como primordialmente continuando con la llegada de la muerte, dentro de lo que sería el tránsito del Purgatorio.

En el primer caso, veremos fórmulas diversas, como la de realizar rutas largas a lugares sagrados (peregrinando), o bien simplemente participando en un Vía Crucis o procesión local.

Efectuar una donación de bienes en vida, o reflejándola previamente en un testamento, era también otra de las formas. Será habitual leer en las mandas de muchos antepasados personas que donan mantas, sábanas, almohadas o diferentes cantidades de dinero para el hospital del lugar donde residían.

Igual de importantes serán las limosnas, y que muchas veces se acompañarán con un complemento alimenticio, en el que el pan no podía faltar, y que irán dedicadas a los pobres de solemnidad.

La veneración a las reliquias en determinadas festividades también será otra oportunidad para mejorar el estado del alma.


De la misma forma, la construcción y mecenazgo de edificaciones religiosas, tal y como hemos comprobado en la lectura de los diferentes libros parroquiales y notariales de cada municipio, serán primordiales. Recordemos como los León en Caracenilla financiarán una parte de las obras de la iglesia parroquial, o como en Saceda del Río los Vicente alzarán una capilla, e incluso durante la segunda mitad del siglo XVI, un vecino de Villarejo de la Peñuela se encargará de financiar directamente la construcción de una ermita, sin olvidarnos del alzamiento de humilladeros, y que en el caso de Verdelpino de Huete la familia Pérez promoverá. Cabe decir que por norma general este tipo de mandas se esperaba que empezaran una vez que esa persona fallecía, pues con ello se aprovechaba la acción para que así, una vez el alma del difunto estaba insertada en el Purgatorio, comenzase a sanearse por mediación de estas obras.

Igualmente, el pago de misas por los difuntos, o el querer recibir una indulgencia, fuese plenaria o parcial, para que la disfrutasen las almas del purgatorio, era otra de las fórmulas empleadas para colaborar en la economía grupal de la salvación.

Otro aspecto que apreciamos en los testamentos, es el apartado dedicado a las mandas de compensa por parte del enfermo a sus familiares (normalmente hijas o sobrinas), que por encargarse de su cuidado antes de su muerte, estas recibían algún artículo de valor o incluso una finca, por la que normalmente deberá ir aparejada una misa en memoria de su donante cada año. De esta forma se retroalimentaba el círculo salvífico, en el que el ayudante obraba caritativamente, y a cambio el enfermo devolvía su favor con un bien patrimonial que ya no iba a poder disfrutar, y que además le reportaba un rezo adicional por la salvación de su alma cuando llegase al Purgatorio.

A día de hoy muchos teólogos reconocen incluso que aquellas personas que padecen una dura enfermedad que merma sus capacidades, limitándola a ser dependiente, hasta el punto de no poder actuar de modo propio, se considera que ya están viviendo su propio Purgatorio en vida, por lo que parte de ese periodo que después necesita el alma para sanar, ya está produciéndose desde antes de su último adiós.  Al respecto será habitual ver como la mayoría de testamentos que hemos leído se realizan indicando que esa persona ya estaba enferma de carnes y postrada en la cama, pues es a partir de ese momento cuando empezaban a dispararse las posibilidades de una muerte inmediata, por lo que todo debía quedar bien atado. Una costumbre que como sabemos ha ido variando, pues antaño ante un empeoramiento rápido del enfermo, la menor esperanza de vida, la disponibilidad por proximidad del escribano local, y la precariedad en el campo de la medicina, hacían que muchos de estos testamentos no se elaboraran hasta que había indicios de una muerte casi segura, de ahí que el intervalo de tiempo que transcurría desde que el notario redactaba las voluntades del interesado, hasta que leamos en el libro de defunciones su partida de fallecimiento, tenemos una fórmula para averiguar cuánto tiempo se dejaba pasar entre ambos momentos. También veremos la celebración de determinadas festividades, como los años jubilares, y que a partir del siglo XIV, la iglesia católica comenzará a extender. 

En este sentido, cobrarán fuerza algunas celebraciones locales, como veremos en La Peraleja el día de San Miguel o el de la Virgen del Rosario en Verdelpino de Huete, sin olvidarnos del periodo del Triduo Pascual (es decir, desde el día del Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua, cuando se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús). Igualmente la confesión correcta y sincera de los pecados, junto con la recepción de la extremaunción, serán importantes, tal y como se reflejará en la documentación en el último caso, para que así quede constancia del compromiso del cristiano por acelerar el periodo de estancia en el Purgatorio. 

Obviamente el acudir a misa era otro de los métodos que ayudaban a demostrar el compromiso del creyente. El portar rosarios, cruces, medallas o besar un escapulario, eran también actos que limpiaban el alma del mortal. 

Igualmente, en el momento de la redacción de los testamentos, se plasmará la voluntad del interesado, cuando cada año se había de ir a su sepultura o lugar de enterramiento a realizar una serie de ofrendas, por las que a cambio se favorecía a la persona encargada de efectuarlas, con la obtención de algún bien de valor o propiedades, que a su vez comprometían a ésta a pedir una misa por la salvación del donante. Una costumbre idéntica a la de la compensación realizada como ayuda durante la vivencia de la enfermedad. 

Integrar una cofradía o ejercer como mayordomo de la misma, además de colaborar con donativos, era también otra forma de aminoramiento de los pecados en vida. 

Ahora bien, como veremos, llegada la muerte, la preocupación del difunto seguía estando presente, pues aquellas obras realizadas en vida, alguien debía de continuar efectuándolas mientras el alma se hallaba en el Purgatorio, de ahí que como hemos visto, además de las mandas que recompensando obligaban a los vivos a tenerlos presentes, habrán otras fórmulas que garantizaban el rezo por esa persona. 

El tiempo que se transcurría en el Purgatorio no se podía precisar con una especie de tabla numérica, pues siguiendo la tradición, dependerá del tipo de vida que esa persona llevó durante su existencia, de ahí que este estado irá variando dentro del marco temporal del evo. 

Veremos teólogos que interpretarán de manera exegética que este periodo podía oscilar cerca de unos 40 años, apoyándose en el tiempo que el pueblo de Israel vagó por el desierto, así como otros lo incrementarán a varios siglos de duración. 

Existen descripciones del Purgatorio que van variando dependiendo de la idea de cada religioso a lo largo de la historia, aunque desde la iglesia se recuerda que este es un estado y no un lugar, de ahí que debamos de entender el enfoque físico e iconográfico como un recurso para que el mensaje llegase pedagógicamente a los mortales. 

Dante y otros religiosos lo sintetizarán en una serie de niveles, donde su estancia era insoportable, otros intercalan momentos de serenidad para la reflexión del alma, hasta el punto de que incluso esta pudiese visitar el mundo terrenal, para así apreciar y comprender que errores había cometido esa persona en vida.

En ese sentido se inserta una parte de la corriente que tradicionalmente relata que durante la llegada la víspera de Todos los Santos y hasta el día de los Fieles Difuntos, las almas volvían al hogar en el que residían con sus seres queridos. No será tampoco por ello casual que las indulgencias durante los primeros días de este mes fuesen importantes. 

Valgan estas notas para una mejor comprensión de la documentación que muchas veces ignoramos cuando pretendemos realizar un estudio social e histórico, y que nos aportan una información valiosísima para profundizar en el corpus teológico y consiguiente mentalidad católica que ha acompañado desde siglos atrás esas sociedades rurales, que siempre vivieron simbióticamente con los principios y valores de la doctrina cristiana. 

David Gómez de Mora

La idea del Purgatorio

La religión católica recuerda el Purgatorio como el estado de purificación de las almas de los muertos, en el que estas deberán limpiar sus pecados antes de alcanzar la gloria eterna del Reino de Dios. Entender la idea que se ha ido transmitiendo sobre el Purgatorio con el transcurso del tiempo, tiene su punto de inflexión a partir del medievo, cuando el poso teológico que beberá de la tradición judía irá desarrollándose.

Una de las descripciones más populares y que acabará influyendo en la idea del Purgatorio es la que nos ofrecerá en su obra maestra el poeta Dante Alighieri, miembro de una casa con cierta entidad, pues su padre Alighiero di Bellincione descendía de un linaje de la pequeña nobleza de la facción güelfa, mientras que su madre llevaba la sangre de los Abati (Bella degli Abati), otra casa de la nobleza asociada en este caso a la facción gibelina. Estos datos para nosotros guardan cierto interés, por el hecho de que nos indican del sustrato social acomodado del que procedía el creador de la Divina Comedia.

Para entender la idea que Dante tenía del Purgatorio, y que beberá de la concepción religiosa extendida entre la segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV sobre la salvación del alma, es indispensable profundizar en el trasfondo de su obra maestra, ya que así podremos entrever una parte esencial de la concepción dominante que durante el medievo se tenía sobre dicha cuestión.

Tengamos en cuenta que la influencia de la metafísica aristotélica y las corrientes populares que materializaron una especie de cartografía espiritual, en la que el paraíso, el Purgatorio y el Infierno posicionarán a cada ser humano tras la llegada de su muerte (dependiendo del tipo de vida llevada durante su existencia), serán sin lugar a duda las pautas que determinarán la imagen de ese mundo que la tradición comienza a describir, y al que era obligado que acudiese el alma de todo pecador que sin haber entrado en el Infierno, había de visitar siempre y cuando no estuviera limpio de pecado.

Dante describe el Purgatorio como una especie de montaña elevada sobre un océano, desde la que ascendiendo niveles se podía llegar hasta el Jardín del Edén. Este lugar aparece en el segundo de los tres cantos de su obra cumbre, esbozando una geografía muy precisa, claramente influenciada por la teología de Santo Tomás de Aquino, donde los problemas morales que derivan del amor, marcarán por eslabones cada una de sus secciones. En total veremos siete zonas vinculadas en el Purgatorio con los pecados capitales: la soberbia, la envidia, la ira, la pereza, la avaricia, la gula y la lujuria.


Cabe matizar que para Dante, antes de la entrada en este mundo, existía un punto previo, que tal y como su nombre indica denominaba Antepurgatorio, es decir, una zona limítrofe, que ya quedaba a salvo del Infierno, en la que había dos tipos de almas, siendo el caso de aquellos que en vida habían sido excomulgados (por lo que primeramente para entrar en lo que estrictamente era el Purgatorio habían de pasar un periodo treinta veces equivalente a lo que duró su excomunión en vida), así como aquellos que se habían arrepentido en el momento final de los pecados cometidos, tanto que ni tan siquiera habían recibido el sacramento de la extremaunción (el cual como sabemos empezará a extenderse entre los moribundos a partir del siglo XII). Los sentenciados por esta causa, tenían que permanecer en el Antepurgatorio un espacio de tiempo idéntico al que vivieron en la tierra, para luego, como los anteriores, comenzar a ascender paulatinamente cada uno de los niveles del Purgatorio.

Desde esa zona baja, escenificada físicamente como un área piedemontera, se iba accediendo a los siete niveles de la montaña del Purgatorio, en los que el alma habrá de cumplir con una serie de castigos, para así obtener una limpieza, y que yendo de abajo a arriba seguirán el siguiente orden:

El primer nivel está dedicado a los soberbios, quienes habrán de cargar con piedras que no les permitirán ver nada más que el suelo, pues estarán sujetos a ellas, arrastrándolas permanentemente hasta que un día pueda acceder al siguiente estadio.

El segundo nivel es el que ocuparán los envidiosos. Estos tendrán cosidos los párpados, mientras portarán unas túnicas grises que simbolizarán su martirio, en un entorno donde no serán incapaces de ver los que les rodee.

El tercer nivel se destinará a los iracundos, es decir, la gente que había tenido una vida dominada por la ira, estando ese espacio rodeado de humo, de manera que el castigado no podrá apreciar nada.

El cuarto nivel es el lugar que ocuparán los perezosos, donde estos como castigo no podrán parar de correr, permaneciendo así en continuo movimiento, sin ningún tipo de descanso.

El quinto nivel es la zona destinada a los avaros, habiendo el alma del difunto hallarse boca abajo y repitiendo un rezo presente en el salmo 119:25.

El sexto nivel es el espacio dedicado al pecado de la gula, en el que los golosos no podrán comer ni tampoco beber ningún tipo de alimento, a pesar de que delante de sus ojos dispondrán de los manjares más exquisitos que nunca han degustado.

El séptimo y último nivel será para los lujuriosos, quienes habrán de pasar por una pared de llamas de forma continua, padeciendo el dolor del fuego abrasador. Desde ahí, finalmente se accederá a un espacio de transición, en el que el alma ya se purifica por mediación del agua del río del olvido, y así poder ascender hacia el Paraíso.

Partiendo de esta idea netamente jerarquizada del pecado en la que se apoya Dante, queda clara la esencia de una tradición que tendrá su poso en el Gehena hebreo, es decir, un lugar donde va el alma del difunto hasta que se purifica.

No cabe duda que el propósito de Dante era de manera pedagógica, enseñarle a la humanidad, el riesgo que conllevaba el alejarse de Dios, y las consecuencias que comportaba el tener que limpiar los pecados tras la muerte.

Cierto es que aunque sería un error el querer comparar el “Purgatorio judío” con el Purgatorio cristiano, apreciamos la existencia de una larga tradición teológica que arranca más allá del simplismo que muchos autores intentan atribuir a su génesis durante el Concilio de Trento o los anteriores Concilios de Florencia (siglo XV) o II de Lyon (1274).

Gracias a algunos documentos que hemos leído en el territorio conquense durante los siglos XVI y XVIII, podemos hacer un esbozo sobre la idea que tenían del Purgatorio nuestros antepasados. Esto se refleja en algunos procesos inquisitoriales, en los que por causas de herejía u otra serie de acusaciones, entendemos que la interpretación que se tenía del Purgatorio en las zonas rurales iba variando dependiendo de los elementos que incorporaba cada sociedad. Así pues, conocemos el caso de Juana de Rueda, definida por el Santo Oficio como una mujer anciana “ilusa del demonio, que la tiene embebida”, natural de Buenache de Alarcón,  y acusada por la Santa Sede durante la primera mitad del siglo XVIII.

A lo largo del interrogatorio que se le efectúa, apreciamos su concepción del Purgatorio y el Infierno, indicando que “entre las muchas almas que entraban en el Infierno, unas se quedan para siempre, otras salen, y otras están por tiempo determinado de donde salen, y pasando por el Purgatorio se van al Cielo”.

Según su visión, el Infierno era un lugar del que se podía escapar, aunque no siempre (pues tal y como comenta, algunas de las almas quedarán encerradas para la eternidad).

Esto nos recuerda la idea del Antepurgatorio de Dante, donde sin haber llegado a introducirse en el nivel superior del Purgatorio, el alma del condenado deberá de pasar por el suplicio de un espacio transicional del que sí puede escaparse, aunque con la condición de transcurrir un tiempo extra, para que una vez superada la pena, ese alma consuma el periodo correspondiente en el Purgatorio antes de su llegada al Paraíso.

Al respecto, no serán pocos los teólogos y religiosos que siguiendo esa idea de un espacio vertical, colocarán el Purgatorio en un estado fronterizo con el Infierno, donde en algunos casos llegará a introducirse el fuego por la proximidad de ambos, hasta el punto de que incluso podían mezclarse las almas, tal y como comentará Juana de Rueda. Igualmente, leeremos otras visiones que le darán cierta distancia, al establecer el Limbo como zona intermedia entre el Purgatorio y el Infierno.

Juana de Rueda comentaba como por ejemplo el difunto párroco don José López de Gastea (quien fue racionero de la Santa Iglesia de Cuenca), estaba en el Cielo en cuerpo y alma sentado en una silla, o por ejemplo que el Licenciado Marcos (también fallecido e hijo de Ana Ximénez y Juan Pérez de la Parra) padeció en el Purgatorio un total de seis meses.

Otros como el Licenciado Barambio, según Juana no le cabía duda de que estaba presente en el Infierno. No obstante, esta fue todavía más precisa con la afirmación realizada sobre el Licenciado Lara, quien sostenía que se hallaba en el averno hasta el día del Juicio Final por haber realizado un pacto con el demonio, tras perder su dinero en una partida a los naipes.

La llamada economía de la salvación conllevaría conflictos como veremos en el interrogatorio que se efectuará al peralejero Juan de Benito Saiz, quien fue investigado en 1570, al ser señalado por alguno de sus vecinos, cuando dijo que si  alguien fallecía, era inútil efectuar una inversión económica en el pago de misa, argumentando que su coste “sólo servía para lucirse”. Vecinos como Alonso de Tudela, especificaban que Juan alardeaba de “no pagar ni medio real” en menesteres de aquella índole.

Finalmente, ante las acusaciones del Santo Oficio, el miembro de los Benito argumentó que tales difamaciones se produjeron por encontrarse “fuera de su juicio tras haber bebido tres veces sin comer”, declarando que “no recordaba haber dicho tales cosas”.

Interrogatorios como los dos que hemos trasladado brevemente, y que se podrían completar con la extensa colección de procesos que se preservan en los fondos del Archivo Diocesano de Cuenca, nos ayudan a indagar en la forma de pensamiento de esa otra cara de la sociedad rural conquense, donde ateos o herejes, ya tenían su propia idea de lo que era el Purgatorio, la Salvación, y otras tantas cuestiones que desde la tradición extendida desde la época de Dante como en siglos posteriores, tuvieron un peso destacado en el subconsciente de poblaciones analfabetizadas, en las que los conceptos teológicos y espirituales, solo era posible entenderlos desde una pedagogía iconográfica o material, y que a tenor de los testamentos que hemos estudiado en las varias localidades de este territorio, a pesar de no precisar un periodo de tiempo concreto en el que se gestaba la purgación del alma, quedaba claro que aquello dependía de la vida llevada por el difunto, y que según la interpretación que nosotros extraemos de la documentación local, suponemos que para ellos duraría un periodo aproximado de dos generaciones.

Una idea para nada consensuada, pues en ese tiempo, además de depender de los pecados realizados en vida por esa persona, veremos también a religiosos que al realizar una exégesis sobre el periodo que el pueblo de Israel pasó en el desierto, entenderán que 40 años era la fecha que un alma había de pasar en el Purgatorio. No obstante, otros teólogos de la época, subirán la cifra a varios siglos, pues conocemos indulgencias que otorgaban perdones superiores a mil años. De ahí que resulte imposible precisar en una tabla numérica el transcurso de tiempo que un alma tenía que pasar en ese estado.

Desde las sagradas escrituras se especifican algunas de las características del Purgatorio, influyendo claramente en la mentalidad dantesca, como sucederá con la penitencia dolorosa, en la que se estará carente de la visión de Dios, así como con los sufrimientos derivados del fuego especial que se nos recuerda en 1 Corintios 3:15.

Una cuestión que como indicamos, hemos apreciado en el momento de leer los testamentos de muchos de nuestros antepasados, cuando en la parte dedicada a la solicitud de misas, veremos que se destinaba siempre una serie de misas para la salvación del alma de los padres y abuelos de los difuntos, que comparando desde ese momento en el que se redactaba su manda, con el periodo en el que aquella gente ya había fallecido, podían haber transcurrido varias décadas, o como decimos, unas dos generaciones, de ahí que interpretemos que el lapso de tiempo que un alma estaba divagando por el Purgatorio, era más grande de lo que dicta la tradición judía (11 meses), de lo contrario, no se entendería que una persona siguiese invirtiendo dinero en misas, 30 años o incluso más de medio siglo después de que un padre o abuelo hubiese fallecido.

Cierto es que proporcionalmente, la cantidad de misas del recién difunto, respecto la de sus padres y abuelos, era mucho mayor, por lo que se daría por hecho que era una obligación el tener que solicitar rezos por ellos, al considerarse que estos seguían presentes en el Purgatorio, aunque sin la necesidad de extender este pago en más generaciones, ya que si bien es cierto, en la última manda de las misas, siempre se dedicaba una tercera solicitud para las almas del Purgatorio (y por tanto hay entraban el resto de personas fallecidas, más allá del núcleo familiar), tampoco se explicitará un pago de misas para la salvación de bisabuelos o parientes más remotos, seguramente por darse como válida para la limpieza del pecado esas misas que durante varias décadas podían haber ejercido de manera directa los seres más cercanos, abarcando por tanto un marco cronológico que a grosso modo ocupará el intervalo de tiempo en el que vivieron y se conocieron estas personas.

La tradición católica recordará como el cristiano será sometido a dos juicios, por un lado el particular, y que vendrá justo cuando esa persona fallezca, siendo destinado hacia el Cielo si Dios lo consideraba (y pasando previamente si resultase necesario por esa purgación o limpieza de los pecados), o en su defecto acabando en el  Infierno. Es en este punto (indefinido en términos temporales), donde la salvación del alma necesitará de la ayuda de los familiares y fieles que en la tierra rezarán para la consecución de ese paso previo al encuentro con el Reino de Dios.

A continuación, esa alma llevada al Cielo, aguardará a lo que se denomina como la Resurrección General de los Cuerpos, es decir, el segundo juicio, denominado como Juicio Final en el que se confirmará la absolución definitiva ante el Creador.

 

David Gómez de Mora


Referencias:

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 249, nº 3353. Juan de Benito Saiz. La Peraleja (Cuenca), año 1570

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 773, nº 1866. Juana de Rueda. Buenache de Alarcón (Cuenca), año 1727

viernes, 7 de octubre de 2022

El control de la tierra

La repartición del patrimonio era una cuestión marcada por la idiosincrasia de cada lugar. Cierto es que la base del derecho romano, permitirá que con la legítima, cualquiera de los hijos gozase de un sustento mínimo, con el que como sabremos, muchas veces poco podía hacerse. 

Si una persona no conseguía incorporar tierras o bienes, es decir, “mejorar” su patrimonio, difícilmente podía aspirar a que sus descendientes medraran socialmente, pues el hecho de no tener una tierra que antaño daba algo de rentabilidad (en parte debido al refraccionamiento al que se había visto sometida), era una señal inequívoca de la decaída de esa línea de la casa, y que obligaba a convertirse a toda la familia en jornaleros.

Con Alfonso X veremos como ya se comenzará a promover la protección de los bienes dentro de lotes indivisibles. De manera que con el trascurso de los siglos, tanto los vínculos como los mayorazgos, nos recordarán que la acumulación de tierra beneficiaba a aquellos propietarios que decidían ir apartando a un lado las fincas más productivas. Cierto es que las Leyes de Toro en 1505 al dejar establecer un vínculo sobre el tercio y quinto de los bienes de una persona, potenciaban dicha figura, quedando claro que estos no podían partirse, pero sí incrementarse, “mejorándose” a través del añadimiento de fincas u otros bienes.


Podremos leer a través de testamentos, como muchas veces las casas más acomodadas, premiarán entregando determinadas tierras a personas concretas de su hogar, bien con la creación de memorias, o a través del encargo del mantenimiento de las ofrendas anuales que se le hacían al difunto en su sepultura (pues además del pago en especias, fajas o sayas, existía la posibilidad en las familias con recursos, que el elegido, acabara obteniendo un cañamar o una parcela de tierra, previa obligación adicional de dedicar una misa al año por el alma de la persona que efectuaba esa donación).

El vínculo lo podía realizar cualquiera, no obstante, la diferencia primordial que tenía con el mayorazgo, es que en el segundo caso se necesitará de una licencia o confirmación por parte del rey. La llegada de las políticas liberales durante los años veinte del siglo XIX, supusieron su desaparición.

Aunque la nueva mentalidad del siglo XIX, aparentemente favorable para el progreso y la economía del país, debía reportar nuevos cambios en la base social, veremos que esto nunca sucedería, y es que las medidas populistas a través de las que se atacó al clero, y que como quedó a la vista tras la desamortización, únicamente redirigieron esos bienes a las manos de quienes gozaban de mayor poder, demostraron como ese mecanismo de adquisición por subasta, era todavía más excluyente, por lo que si analizamos el perfil de los nuevos terratenientes que empiezan a entrar en escena, veremos que no se produce ningún tipo de cambio que fomentase una regeneración en el marco social.

Tampoco hemos de olvidar que muchos mayorazgos se fundan en testamentos, en los que se indicaban por parte del escribano una serie de obligaciones, entre las que estaba la de mantener permanentemente en buen estado todas las propiedades, además de ayudar y alimentar a aquellos miembros de la familia, como ocurriría con los hermanos o parientes que lo necesitasen.

Los mayorazgos se podían componer no solo de tierras, sino también de casas, capellanías, o incluso privilegios, sin olvidar cargos entre los que estaban los de regidor o hasta una escribanía. Las familias con miras, y que veían factible permitir que algunos de sus integrantes crecieran socialmente, ya se encargarán de conseguir que uno de sus hijos disfrutase de una mayor cantidad de tierras. La idea de mejorar, no solo a nivel grupal, sino también dentro de lo que era la fundación familiar, se acabará convirtiendo en una solución eficiente para aquellos linajes que deseaban que su nombre adquiriese un estatus, pues al fin y al cabo, la idea de pertenencia a un mismo tronco genealógico, era una forma más de remar en una misma dirección, quedando siempre abierta la posibilidad de que una línea, por lejana que quedase de la otra, casi siempre guardaba un mismo parentesco, hecho que en municipios pequeños, donde la cifra de habitantes no era excesivamente elevada, daba pie a que en poco tiempo si todavía no habían transcurrido muchas generaciones, resultase necesario efectuar una dispensa matrimonial en el caso de casarse dos personas del pueblo, pues los nexos genealógicos seguían sin estar tan alejados. Una estrategia eficaz, que permitía que líneas que podían haber ido a menos, volviesen a incrementar sus posibilidades de crecer, pues volvían a insertarse entre algunas ramas destacadas del linaje.

La posibilidad de aspirar a capellanías para así acomodar a alguno de los vástagos, o volver a recuperar indirectamente un patrimonio que generaciones pasadas estaba en manos de un mismo tatarabuelo que ambos cónyuges compartían, eran motivos suficientes para que los enlaces entre vecinos de un mismo lugar no resultasen un tema casual.

Del mismo modo, la compra y adquisición de tierras por parte de labradores o miembros de actividades gremiales, quedan reflejadas en las hojas de los protocolos notariales, habiendo así constancia de ese interés por parte de los propietarios en incrementar y mejorar una tenencia de bienes que fomentaban el crecimiento del linaje.


David Gómez de Mora

miércoles, 5 de octubre de 2022

El uso de los amuletos y objetos religiosos en las sociedades rurales de antaño

Sabido es que las creencias populares tenían un enorme peso en las poblaciones de siglos atrás. Un rasgo que se agudizaba en las comunidades que estaban asentadas en zonas rurales, donde la sensibilidad en lo tocante a temas vinculados con las enfermedades y la muerte eran cuestiones de constante actualidad que atormentaban a sus gentes. 

Como ya hemos comentado en alguna ocasión, la esperanza de vida centurias atrás nada tenía que ver con la situación que hoy conocemos. Los avances en medicina han permitido que desde la segunda mitad del siglo XIX se marcara un punto de inflexión, que paulatinamente iría alargando y mejorando el periodo de vida de una persona, de ahí que resulte necesario imaginarse para comprender con que sensibilidad se afrontaban los años, ante la dificultad que conllevaba el riesgo de un parto, o la cura de dolencias contra las que no se disponía de medios eficientes que garantizaran una mejoría segura.

Es en este sentido cuando los amuletos cobraban un enorme protagonismo, en una sociedad profundamente católica, y en la que por tanto, su uso no era visto con buenos ojos. 

Estas prácticas poco a poco irán extirpándose o readaptándose, aunque para ello transcurrirán muchísimos siglos, pues la conversión pagana, siempre traía el riesgo de la asimilación de ritos difíciles de cambiar. Una cuestión que no empezará a clarificarse hasta finales del medievo, pero que no impedirá que especialmente en las zonas rurales, siguiera gozando de apoyo entre mucha de la población con baja formación.

Así pues, el peso de las culturas ancestrales que irán entremezclándose en los sustratos y folklore local, calarían en pueblos donde se alteraban los hábitos católicos y paganos, cuestión que todavía apreciaremos en las tenencia de determinados objetos, que a pesar de ir canalizándose hacia la idea del corpus cristiano, seguían estando influenciados por esa mentalidad y superstición popular que arrancaba de épocas remotas.

Como decimos, especialmente en los entornos rurales, la formación y control del clero hasta el momento del Concilio de Trento, permitió la persistencia y desarrollo de prácticas, que difícilmente se podían extraer de una gentes que ya las había adoptado como propias. Se trataba de un compendio de ritos y dichos, en los que se relacionaba el poder o facultades de algunos objetos (especialmente para fines protectores), sobre los que muchas veces acabará estableciéndose una delgada línea, entre la que no sabremos muy bien si su empleo, estará más cerca del trasfondo pagano o de los preceptos establecidos por la iglesia católica.

Así pues, por ejemplo, a finales del siglo XVII, entre los bienes de la acomodada optense doña Ángela de Alcázar, se cita la presencia de un Santiago de azabache, un objeto en este caso aprobado por la iglesia, y que formaba parte de las colecciones de arte sacro que poseían en el medievo las casas reales, y que durante aquella época gozaba de enorme reputación, hasta el punto de que existía un gremio de maestros joyeros, especializados en este material (los azabacheros), sobre el que el Vaticano tuvo que regular la comercialización y bendición de piezas, siempre y cuando estas no salieran de los talleres reconocidos dentro de la ciudad de Santiago de Compostela, pues algunos peregrinos veremos cómo los podían adquirir para después revenderlos, creándose así un negocio en torno a su manufacturación.

En este sentido, el azabache era un mineral de enorme calado simbólico, ya que al margen de la utilidad que se le dará a través de la talla del Apóstol, los romanos ya lo designaban con el nombre del "ámbar negro" (succinum nigrum), atribuyéndole propiedades mágicas, pues como es sabido, si este mineral es frotado con lana, se acaba cargando de electricidad estática, y por tanto, puede atraer materiales de escaso peso, cosa que a los ojos de la gente de antaño, se creía que era una cualidad sobrenatural de la piedra, y que según la tradición también mitigaba el cansancio de quien la portaba.

Es por este motivo, que la idea arraigada con materiales como el que nos ocupa, derivará en la producción de emblemas cristianos, que además en el caso del Santiago de azabache u otros objetos del mismo mineral (como sucederá con las cruces cristianas), generará una producción a gran escala.

Hecho similar ocurría con el coral, un material mucho más caro que el anterior, y que se aplicará en la elaboración de rosarios, entre los que por ejemplo está el de la citada doña Ángela, a quien le veremos en su testamento citados un par (uno de 15 decenas, y otro de 5, engarzado sobre un aplique de plata). 

Los rosarios dependiendo del material con el que estaban elaborados indicaban el estatus de sus poseedores. Recordemos que el coral desde antaño era también un material al que se le asignaban diferentes poderes, como evitar el mal de ojo. Su empleo como exvoto lo veremos en la cultura fenicia, evolucionando hasta el medievo, cuando también se le asignará la facultad de proteger enfermedades, siempre y cuando este material estuviera en contacto con la piel de su portador, de ahí que tanto adultos, como niños llevarán colgantes que los mantendrán siempre en contacto con este pólipo marino. Para Dioscórides su uso era recomendable en el tratamiento de cicatrices de ojos, cura de llagas, así como para aquellas personas con dificultad para orinar.

Otro material preciado era el granate, y es que aunque no lo veremos muchas veces en los testamentos como los objetos anteriores, se le denominará con el nombre de piedra del sueño, pues estaba extendida la creencia de que puesto debajo de una almohada o en una parte de la cama, evitaba que la persona tuviera pesadillas. Función que como sabemos muchas veces era suplida por la lavanda, pues se le adjudicaban las mismas propiedades a los ramilletes de esta planta.

También será habitual ver elementos religiosos fabricados con cristal de roca, un tipo de cuarzo que apreciaremos en relicarios, cruces procesionales, y otra serie de piezas artísticas, y que realzaban el valor de dicho material. Los chupadores de bebés muchas veces estaban elaborados de cuarzo, atribuyéndoles propiedades protectoras contra enfermedades relacionadas con la vista o los males de ojo.

Entre los restos de animales, además del coral, también tendremos los colmillos y dientes de jabalí, además de las caracolas de mar y las conchas. Sabemos que por ejemplo los primeros, eran un protector muy empleado entre los niños, encastándose como colgante o también atado en la muñeca. Para las heridas muchas veces se persignaba al afectado con el diente de este animal sobre la zona molesta, así como también cuando este tenía dolor de muelas, se posaba en la zona inflamada.

Por lo que respecta a las caracolas de mar, estaba extendida la creencia de que además de ser una buena protección contra los espíritus (por lo que se colocaban en diferentes puntos de la casa, especialmente en aquellos municipios de las áreas litorales, donde por su consumo y abundancia era sencillo conseguirlas), el portarlas encima, se creía que alargaba la vida de su propietario.

Igual de curiosa era la idea que había entorno a las conchas marinas, ya que además de emplearse como protectores para los niños, en las mujeres estaba extendida la creencia de que su tenencia era buena para aquellas mujeres que deseaban quedarse embarazadas o deseaban asegurarse un buen parto.

En otro grupo tendríamos los objetos ya vinculados directamente con el catolicismo, como cruces, detente balas, escapularios, rosarios y medallas. Ni que decir que el símbolo de la cruz nos recuerda la presencia permanente de Dios en nuestras vidas, pues fue su Hijo quien murió en ella para que el resto de mortales encontrásemos la salvación.

Por lo que toca a los detente balas (y que todavía seguiremos viendo cómo se emplean entre la gente que participa en contiendas bélicas), su uso viene produciéndose desde hace varios siglos atrás, cuando se indica que quienes portaban consigo la imagen del corazón de Jesús, veían que al entrar en combate, gozaban de una especie de gracia que les protegía de la artillería enemiga. El relato se extendió como la pólvora, por lo que se acabaron creando protectores que llevaban grabada esta ilustración, acompañándose con la frase de “detente, bala”, alcanzando notable protagonismo durante el trascurso de las guerras carlistas entre los integrantes del bando tradicionalista, asegurándose pues que quienes los portaban no recibirían el impacto de la artillería enemiga. Su uso seguirá en auge durante la guerra civil de 1936-1939, especialmente en los Tercios de Requetés.

Los escapularios también tienen la finalidad de acompañar al devoto y permitirle seguir con sus preceptos católicos, no obstante, su uso cabe indicar que no aporta una gracia como sucede en el caso de los sacramentos. Sabemos por ejemplo que el escapulario de la Virgen del Carmen, durante el medievo se decía que quien lo portaba en el momento de la muerte no llegaba el Infierno, hecho que motivó que muchísima gente siempre lo llevara encima. En el caso de los rosarios, veremos como desde antaño estaba extendida la creencia de que estos alejaban el mal y ayudaban a limpiar los pecados, portándose como las medallas en el cuello, así como en la muñeca.

Tampoco podemos pasar por alto las cruces, principal emblema del cristianismo, y que nos viene a recordar el martirio vivido por el hijo de Dios por la carga de nuestros pecados. Entre los diferentes tipos de cruz veremos la de Caravaca, la cual se decía que podía impedir que una persona fuese alcanzada por un rayo, funcionando a su vez como un protector contra la rabia si se daba el caso de que un animal mordiera a quien la portaba.

Por otro lado, las medallas siempre se han vinculado como una herramienta eficiente para prevenir enfermedades, teniendo en algunos casos una finalidad concreta dependiendo de la advocación a la que esté dedicada, así por ejemplo, en el caso de Peñíscola sabemos que la de Santa Ana se dice que ayuda a las mujeres a tener un parto seguro.

Los lazos rojos con cascabel eran muy empleados, especialmente en la tierra de Cuenca, funcionando como amuletos protectores para los niños recién nacidos. Aunque hoy muchos han quedado reducidos a la tira, antaño el cascabel se decía que cuando sonaba servía para ahuyentar los malos espíritus, además de proteger del mal de ojo, cuestión que posiblemente puede guardar relación con la cábala.

Igualmente, la bellota era uno de esos frutos que históricamente estarán integrados dentro de la superchería local, pues a lo largo de las diferentes culturas, se le han atribuido una serie de cualidades que potenciarán su empleo como amuleto. De la misma forma que la castaña, esta es fácil de conseguir, de ahí que su uso se extenderá por muchos lugares, indicándose su funcionalidad como protector y fuente de fortaleza a quien la llevara consigo, cuestión por la muchas veces se insertaba dentro de saquitos o prendas de ropa.

Por último, otro tipo de amuleto con mucho recorrido a lo largo de la historia de nuestro territorio han sido las higas, estas siempre se han facturado con minerales como los comentados al principio. Su característico diseño de puño cerrado, extendido desde los tiempos de la romanización, le valió los atributos de protector para el mal de ojo, los celos, así como cualquier tipo de enfermedad.

Sabemos que muchos de estos amuletos y diferentes objetos podían emplearse en momentos determinados, insertándose dentro de las viviendas, pues con ello se consideraba que quedaban protegidos todos los inquilinos que residían en el hogar. Evidentemente, había momentos concretos del año, en los que había una mayor preocupación por fomentar su uso, tal y como sucederá durante los días que irán desde la tarde de la víspera de Todos los Santos, hasta el transcurso del día de los Fieles Difuntos, pues no fueron pocas las historias que avisaban del daño que las ánimas errantes en su tránsito por las calles y casas del pueblo podían ocasionar en el caso de realizar una visita inesperada.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

-ARCHIVO MUNICIPAL DE HUETE. Protocolos notariales, Nº197, año 1694. Diego de Alique.

-GÓMEZ DE MORA, DAVID (2020). “La terapéutica del reino mineral entre las élites (siglo XIV-XVI)”. En: davidgomezdemora.blogspot.com, sábado, 7 de noviembre de 2020

martes, 4 de octubre de 2022

La previa a la “llegada de las ánimas” en la tierra de Cuenca siglos atrás

Antaño octubre era un mes de preparativos, un momento clave y punto de inflexión dentro del calendario cristiano, que recordaba la llegada inminente de una de las festividades que gran arraigo y significación tenía en aquellos enclaves católicos como el caso de los pequeños municipios que se diseminan por la geografía rural de esta provincia.

La documentación y los resquicios de un folklore de una riqueza ancestral, ya nos dejan entrever como era la vida desde la festividad del Arcángel San Miguel (a finales de septiembre, cuando las mujeres invertían ingentes cantidades de tiempo en rezos por las almas de los difuntos hijos, padres, abuelos, parientes y amigos), hasta llegar a una serie de jornadas claves, que recordaban como era la vida en pleno otoño en una zona, donde el frío y la reducción de las horas de sol, daban paso al recogimiento y la reflexión del cristiano, todo ello con el fin de honrar a unos antepasados, que durante tres días que comprendían desde la víspera de Todos los Santos, hasta finalizar la jornada de los Fieles Difuntos, la tradición cuenta que volvían a sus hogares.

Nadie discutía la importancia que tenían esas jornadas, en las que muchísimos conquenses encendían velas dentro de sus viviendas, e incluso incrementaban el número de platos de comida encima de la mesa, dependiendo de la cantidad de almas de difuntos, y que según la costumbre, volvían a su hogar para visitar a los familiares que todavía quedaban en el mundo terrenal.

Desde la misma tarde del día 31 de octubre, hasta el transcurso del día 2 de noviembre (según el lugar o sus gentes), las procesiones de ánimas invadían las calles de aquellas tranquilas localidades, donde desde sus cofradías se invertían ingentes cantidades de tiempo y dinero en el rezo de misas por la salvación de las almas, en memoria de aquellas personas, que todavía estaban atrapadas en el Purgatorio y que por tanto no habían conseguido alcanzar el Reino de Dios.

Eran días de rigor y mucho respeto, en los que estaba prohibido bromear o salir de casa para actividades ociosas, e incluso faenar. Jornadas estrictamente en familia, de esas en la que los integrantes de la casa se disponían alrededor del calor de la chimenea, comiendo dulces y degustando los platos típicos, con los que recordaban la figura de aquella gente entrañable que por desgracia ya había partido hacia el mundo de los muertos.

El sonido y repique de las campanas de manera aleatoria a lo largo del día, no se producía únicamente desde el campanario de la iglesia, pues dentro de los hogares, era necesario tener algún manojo a mano de este instrumento, no fuese que huéspedes inesperados les visitasen. Se decía que el sonido de la campana podía repeler la entrada de almas que solo podían traer desgracias a sus moradores.

Durante ese intervalo de tiempo se vivía una mezcla de sentimientos, por un lado la ilusión y ganas de volver a sentir que los seres queridos que habían habitado aquel hogar volvían durante unas horas a reencontrase con su gente, no obstante, el temor (alimentado por relatos que bebían de la tradición y la superchería), daba paso a la preocupación de que alguna ánima ajena o perdida, pudiese merodear la vivienda, suponiendo ello un grave riesgo para los residentes. Pues no era buena idea que los muertos que no estaban invitados acabasen invadiendo un espacio que no les correspondía.

¿Qué podía hacerse para prever una situación como aquella?

Los lugareños sabían de métodos y costumbres ancestrales, que muchas veces sobrepasaban la línea de lo oficialmente aceptado por la iglesia, pues venían de un poso anterior a la fundación cristiana. No podemos averiguar cuáles de aquellos dichos, y que se habían ido introduciendo con el transcurso de los siglos, eran más antiguos, pues estos acabarían fosilizándose en el inconsciente de un colectivo rural, que paulatinamente los fue aceptando y adaptando con el paso del tiempo. De lo que no había ninguna duda, es que existía una enorme preocupación por querer hacer las cosas bien, pues todo el mundo deseaba evitar cualquier tipo de desgracia.

Si desde siglos atrás en Saceda del Río muchos de los puntos alejados del casco urbano eran protegidos con velas que funcionaban como una especie de aduanas que indicaban a las almas, cuales habían de entrar o salir del pueblo, algo similar sucedía en los postes que se emplazaban en los caminos ubicados en las zonas de entrada, tal y como veremos en Caracenilla.

Poste de las ánimas en las afueras de Caracenilla

Octubre era un mes indispensable para hacer bien los deberes, tal y como se recordaba en Piqueras del Castillo, donde el primer domingo de ese mes, cada año se realizaba la fiesta del Cabildo de Nuestra Señora del Rosario, siendo respaldada por los cofrades de dicha agrupación. Para ello se efectuaba una procesión, con misa cantada, que al día siguiente finalizaba con un réquiem, y que corría a costa del mayordomo.

Algo parecido ocurría en la mayor parte de las iglesias de esta tierra, tal y como veremos en Verdelpino de Huete, donde tampoco podía faltar el altar dedicado a esta advocación. Al respecto hemos de recordar que el día de esta Virgen, se rezaba para pedir su intercesión, todo ello siguiendo un rezo similar al que se efectuaba habitualmente, pero con la diferencia de que esta vez se le agregan algunas jaculatorias, así como se produce una leve variación en la Letanía.

El motivo no era otro que los beneficios que reportaba su veneración, pues del mismo modo que como ya había ocurrido durante el día de San Miguel Arcángel, estábamos ante una jornada en la que la eficiencia de los rezos por la salvación de las almas del Purgatorio era mucho más potente, ya que el rosario es un objeto poderoso que destruye el pecado, y obtiene actos misericordiosos para los hijos de Dios que están en la búsqueda de su salvación.

El encontrar un espacio libre en las bancadas que quedaban junto a los altares que veremos de esta Virgen en las diferentes iglesias de los pueblos que hemos ido estudiando, se convertían en puntos codiciados, junto a los que uno ya no solo deseaba descansar eternamente llegado el momento de la muerte, sino también alrededor del que pasar la mayor parte de las horas durante esa fecha tan señalada, pues la salvación de las ánimas no se producía rezando de modo esporádico. 

Podemos decir que esta cuestión la hemos apreciado personalmente en el momento de leer los testamentos de muchos de nuestros antepasados, cuando en la parte dedicada a la solicitud de misas, apreciamos que se dedicaban siempre una serie de estas para la salvación del alma de padres y abuelos de los difuntos, que comparando desde ese momento en el que se redactaba su manda, con el periodo en el que aquella gente ya había fallecido, veremos que podían haber transcurrido varias décadas, de ahí que podamos interpretar, que el lapso de tiempo que un alma estaba divagando por el Purgatorio, era más grande de lo que uno puede llegar a imaginarse, de lo contrario, no se entendería que una persona siguiese invirtiendo dinero en misas, 30 años o incluso más de medio siglo después de que un padre o abuelo hubiese fallecido.

Altar de la Virgen del Rosario en la Iglesia de Verdelpino de Huete

En los pueblos, la presencia de animales en las casas y los campos, hacían que alrededor de su figura comenzasen a extenderse muchas leyendas que calaban fuertemente en el subconsciente de una población muy creyente, y que muchas veces no sabían separar de los preceptos católicos, por lo que evidentemente esas costumbres no eran bien vistas desde el clero de la ciudad.

Durante estas semanas, había infundido un temor, que señalaba determinadas acciones o comportamientos de los animales, que se entendían como augurios que iban asociados con situaciones que ponían en peligro la vida de las personas.

Así por ejemplo, sabemos que antaño en este territorio, como en otros puntos de nuestra geografía peninsular, estaba extendida la creencia de que el aullido de los perros (especialmente durante la llegada de los días claves para las procesiones de las almas), podían significar que algún miembro de la casa pudiese fallecer en cuestión de poco tiempo. Resulta interesante esta creencia, por el hecho de que veremos como ya en el Antiguo Egipto, Anubis era la deidad encargada de vigilar las tumbas, es decir, el señor de las necrópolis o cementerios, estando precisamente representado con una cabeza de chacal o perro salvaje, de ahí el trasfondo de una tradición que como veremos asociará la presencia o acción del cánido con el mundo de los muertos desde milenios atrás, extendiéndose a lo largo del territorio, hasta finalmente llegar a estas latitudes. En Saceda del Río se decía que cuando un perro lloraba se anunciaba una muerte inminente.

Otro animal al que se miraba con muchos recelo durante esas fechas era el gato, el cual se decía que cuando posaba su mirada sobre un lugar en el que no había nada y este erizaba su pelo, era por el hecho de que había observado la presencia de alguna alma que estaba presente.

Cuadro de las almas del Purgatorio en la Iglesia de Piqueras del Castillo

Igual de larga es la tradición que hay sobre los búhos y las lechuzas, pues se decía que ver u oír a una de estas aves cerca de una casa, era sinónimo de mal presagio, puesto que la muerte podía llegarle a alguno de los residentes de la morada. No olvidemos como precisamente en el municipio conquense de La Peraleja, ya se asustaba a los niños diciéndoles que si estos se alejaban de sus casas, el Bú (un ser mitológico representando por un gigantesco búho de rasgos antropomorfos, con el rostro de un ave y fuertes garras en sus brazos y pies), podía llevarse a los niños que no obedecían a sus progenitores. Muestra de que precisamente por estas tierras, la idea que se tenía de estas aves no era precisamente muy buena.

Los zorros formaban también parte de aquellas creencias, pues el folklore local recordaba que si este entraba en una casa durante el día sin poder salir de la misma, aquello era presagio de que en esa familia alguien moriría pronto.

Algo parecido como sabemos ocurría con los gallos o las gallinas, y que tan frecuentemente aparecen citados en los inventarios de los bienes de nuestros antepasados. Pues de los primeros se decía que si cantaban en horas que usualmente no solían hacerlo (especialmente durante estas jornadas tan señaladas), era signo inequívoco de que la muerte acechaba la casa. Un hecho similar se decía de la gallina cuando imitaba el canto del gallo o si cacareaba de noche, llegando incluso a distinguirse, de acorde a si los cantos se emitían entre un gallo y una gallina o dos gallinas, que esa muerte podía ser para una soltera o el matrimonio del hogar. Sabemos que muchas veces para prevenir esta desgracia, el ave era sacrificada al día siguiente, de modo que se indicaba que aquel presagio ya no surtía efecto.

Finalmente, tampoco podemos olvidar el caso de los cuervos, un ave abundante en estas tierras, y que como sabemos, siempre irá asociada con la muerte. Tanto si aparece en sueños, como físicamente alrededor de una vivienda, se creía que este animal podía estar anunciando un trágico final. El color negro de su plumaje, el sonido de su canto, y el hecho de que se alimenta de animales muertos, le ha valido en muchas culturas su vinculación con el mundo del oscurantismo.

Tampoco podemos pasar por alto el uso de amuletos protectores, que la documentación de algunos testamentos sacan a la luz, habiendo unos más deseados o cotizados que otros, y que conforman ese corpus de las creencias y una preocupación ancestral por la llegada inesperada de la muerte. Al respecto recomendamos las obras del “Catálogo de amuletos del Museo del Pueblo Español”, así como especialmente, y para tratar con mayor profundidad el caso que nos ocupa, el libro de “La Colección de Amuletos del Museo Diocesano de Cuenca”. Ambas publicaciones, explican el uso y creencias que se le han dado a minerales o diferentes objetos, que cobraban especial interés durante esta fase previa a la llegada de las fiestas de los difuntos, por ser según la tradición local, unas de las mejores herramientas para proteger a los inquilinos de una casa, ante la llegada de un fatídico destino. Una cuestión que brevemente en otro artículo vamos a tratar un poco más a fondo.

David Gómez de Mora

domingo, 2 de octubre de 2022

La mentalidad y conciencia de pertenencia a un linaje. El caso de las zonas rurales siglos atrás

Con el transcurso de la Edad Media, veremos como la sociedad irá cambiando paulatinamente a medida que pasen los siglos XVI y XVII. En este sentido, dentro de los estudios historiográficos, no nos cabe la menor duda de que el Concilio de Trento marcará un punto de inflexión, pues nos aportará una nutrida fuente de información a través de la obligación pastoral que supondrá la redacción de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones en cada municipio.

De esta manera, los volúmenes manuscritos se convertirán en datos indispensable que aquellos estudiosos que deseen entender con mayor precisión el funcionamiento de la sociedad de aquel entonces habrán de consultar, puesto que de lo contrario muchas veces se incurrirá en el error de estereotipar modelos genéricos y vagos que nos alejan de la realidad vivida en el pasado.

El honor, el papel del hombre dentro del núcleo parental, el peso de la tradición oral y las altas tasas de analfabetismo, son factores que marcarán de manera decisiva los hábitos y mentalidad de ese periodo. Tanto en las ciudades como en los focos rurales, la importancia del linaje no será un tema secundario, pues la reputación de sus integrantes, los logros alcanzados, y el consiguiente nombre que una casa irá dando al núcleo familiar (y que muchas veces se sintetizará de cara al exterior a través de un apellido en concreto), serán varias de las formas con las que se demostrará la posición que cada individuo ocupará en una sociedad notablemente jerarquizada. 

Evidentemente la tenencia de bienes y el atesoramiento de un patrimonio apoyado en tierras o ganado, será una de las credenciales que más marcará esas posiciones dentro de los núcleos rurales, y que retroalimentará un proceso complejo repleto de variables.

La importancia que suponía la presencia de un religioso dentro del hogar (no solo era una garantía adicional desde el punto espiritual), pues con él toda la familia ya no solo podía contar con un miembro que constantemente rezaba por sus seres queridos, sino que disponer de una persona formada, salvaba el problema del analfabetismo en el hogar, una barrera que no hemos de olvidar que limitaba muchas de las aspiraciones de aquellos que deseaban crecer socialmente en un entorno donde las facilidades y herramientas eran muy limitadas. En este sentido, apreciaremos como muchas personas con el tiempo se las irían ingeniado para retener parte de los conocimientos que habían oído transmitir en sus casas, ya que al fin y al cabo era todo lo que uno podía aportar.

De este modo, el relato oral será una de las principales formas a través de las que se transmitirán aquellas informaciones vinculadas con el entramado familiar, donde uno podía llegar a saber sin disponer de una genealogía escrita, cuál era el grado de consanguinidad que compartía con cada uno de sus vecinos.

En este aspecto, el ser humano ante las limitaciones busca soluciones que le permitan desarrollar un camino alternativo para la consecución o entendimiento de las cosas, de ahí que el analfabetismo o no poder contar con un registro escrito que ayudara a plasmar la información que recibía, obligaba a trabajar mucho más la mente, y por tanto, apoyarse en la tradición oral como fuente con la que conseguir que sobrevivieran distintos de los datos que se iban incorporando.

El perro de la familia (Adolf Eberle)

A la vista están los interrogatorios que se realizarán por parte de la iglesia para cualquier tipo de trámite en el que se necesitaba de la ayuda de testigos, que en algunas preguntas debían recordar el parentesco que tenían con un individuo, sobre el que estos habrán de precisar el nexo o vínculo familiar que les unía, y con el que muchas veces ni tan siquiera habían tratado en persona, de ahí que un labrador sin estudios, podía ascender varias generaciones y establecer un parentesco colateral con un vecino por medio de una de sus tatarabuelas, tirando únicamente de los relatos familiares y filiaciones que en su casa le habían relatado. 

Es en ese momento pues cuando los árboles genealógicos se convierten en herramientas indispensables, no solo para agilizar averiguaciones administrativas de la época, sino también como reflejo de una muestra del estatus o pertenencia que cada uno tenía respecto a un linaje. Cierto es que la nobleza y las élites del lugar comenzarán a darle un uso de realce social, pues veremos como en las ejecutorias de hidalguía, junto a esa ascendencia familiar, se acompañará el emblema heráldico que nos recordará la cara más artística y distintiva que tendrá el conocer las raíces de un apellido, controlándose a su vez el origen de cada individuo, de modo que esa información procedente de los libros se acababa convirtiendo en un objeto de control social, y por tanto un arma de doble filo.

La idea de la pertenencia a una especie de clan o grupo, con el que se comparte un nexo sanguíneo, y que se exterioriza al resto de personas a través de algo tan simple como el portar un apellido al que se asocian un conjunto de seres que han ido logrando un conjunto de hazañas o actos positivos durante su vida, son motivos suficientes por los que habrán de conocerse, seleccionarse y recordarse los hitos más trascendentales, para así incorporarlos a aquella base de datos mentales, que evidentemente se complementaba con las relaciones informativas que el párroco a través de las partidas sacramentales podía confirmar o desmentir si se daba el caso. 

Cierto es que en los pueblos muchas veces no resultará necesario realizar excesivas indagaciones, pues el cura solía ser nativo del municipio, de ahí que este ya partía de un conocimiento igual o incluso más preciso en lo que respecta a las relaciones parentales entre la gente de su parroquia.

No hemos de olvidar que las casas eran los grandes centros de conocimiento, por ello desde sus entrañas será donde irá perfilándose culturalmente a una parte destacada del grueso poblacional. Sabemos como por ejemplo durante fechas concretas, como la celebración de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, era costumbre que las familias se reunieran alrededor de la chimenea, recordando historias y relatos sobre sus familiares o parientes del municipio, ya que en esas jornadas las creencias avivaban más si cabe el interés por saber de las almas de aquellos vecinos que ya no estaban entre los vivos, y con los que en ocasiones había vínculos familiares.

Por aquel entonces la burguesía rural ya había comenzado a jugar un papel importante dentro de los grupos de poder, y esto lo percibimos en el momento de celebrarse los sacramentos matrimoniales, ya que antes los integrantes deberán aportar de acorde a su estatus una serie de bienes con los que garantizar la base de aquella futura vida familiar. La idea de preocupación en términos sociales por intentar adquirir bienes, queda reflejada claramente cuando en muchos testamentos podemos leer que esa persona indica que antes de fallecer ya “ha mejorado” la cantidad de tierras o patrimonio en relación a las que esta poseía durante la fase inicial de convivencia con su pareja.

Cuando hablamos de vecinos, cabe decir que las viudas y los pobres no eran contabilizados como tales, bien es cierto que si leemos las referencias que después tendremos en el Catastro de Ensenada, en las pequeñas localidades conquenses estudiadas no había grandes cantidades de pobres de solemnidad. El ser declarado vecino, comportaba una serie de beneficios, que evidentemente permitían una mejora de las condiciones de la gente que residía en el lugar, como por ejemplo tener derecho a un pasto comunal, u otra serie de ventajas, que siempre se agradecían dentro de la economía familiar.

La ruptura entre los grupos de poder se apreciará claramente en el momento de la muerte, cuando las casas con más recursos invertirán ingentes cantidades de misas, para poder sacar su alma con mayor rapidez del purgatorio, además de contar con un entorno privilegiado dentro de los espacios sagrados de cara a esa economía de la salvación. De ahí que resultará fundamental conocer a fondo los preceptos de la religión católica, para comprender esa sociedad de siglos atrás, hecho que muchas veces se ignora por completo en las investigaciones de carácter histórico. Un grave error que deforma o mutila el contexto en el que debemos de analizar casi todas las cosas.

Es por ello que consideramos necesario, no solo el conocer las bases de los principios morales que articularán el pensamiento de la gente de esa época a través del cristianismo, sino que incluso precisar con detalle esas escrituras que conforman los textos sagrados, ya que es a través del párroco (bien en las misas del domingo o durante la celebración de las fiestas), desde donde se marcarán muchas de las pautas que ceñirán la conducta, comportamiento, hábitos, y consiguiente forma de vida de nuestros antepasados. 

Es entendible que la labor adicional que supone para el investigador recurrir a estas fuentes, alargan o complican más su trabajo de estudio, no obstante, si queremos comprender con un mayor detalle que ideas o preocupaciones invadían la mente de aquellas gentes, pensamos que resulta inevitable tener un conocimiento de los textos bíblicos, puesto que  hasta la entrada del siglo XIX, marcaron sin lugar a duda la forma de pensamiento de nuestra cultura, especialmente en aquellas zonas de carácter rural.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).