martes, 26 de febrero de 2019

Los secretos de la familia Ruiz de Alarcón en Piqueras del Castillo

El propósito de este artículo es bastante diverso, ya que por un lado queremos indagar en aspectos genealógicos que nos permitan conocer con mayor detalle el nombre y apellidos de muchos de los antepasados de aquellas personas con raíces en este singular enclave de la geografía conquense, como también poner de relieve la lucha de intereses que podía suponer ocultar el pasado de determinados miembros de una familia, así como que tipo de métodos llegaban a emplearse para una consecución efectiva de tales fines.

La base de este estudio ha sido trazada hace casi medio siglo atrás por las investigaciones de W. F. King, quien en un trabajo arduo y digno de alabanza, desentrañó la ascendencia del célebre dramaturgo Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Una tarea nada fácil si partimos de que por aquellas fechas King no consiguió acceder a toda la documentación que él hubiese deseado, teniendo que conformarse con arañar datos de algunas parroquias, que acabaron vislumbrando el origen de una historia, que nos ha servido de modo paralelo para conocer con mayor claridad el rastro de un conjunto de piquereños, que el trascurso del tiempo nos había hecho casi olvidar, y que de modo adicional vienen a reforzar la principal tesis que sostuvo su autor: la paternidad y descendencia de la familia del que fuera párroco del municipio (e hijo de los poderosos Señores de Piqueras y Albadalejo), Don Garci Ruiz Girón de Alarcón.


I. El origen de una genealogía oculta

La historia de la familia Ruiz de Alarcón es sobradamente conocida tanto en el área de la Manchuela como en otros puntos de la geografía conquense y resto peninsular. El linaje está documentado desde finales de la Edad Media, gracias a la variada información que encontramos en distintos fondos archivísticos de la provincia.

Los Ruiz de Alarcón, representaban una de las casas más poderosas e influyentes que había en esta franja de estudio. Testimonio de ello son las muchas viviendas que se conservan de sus ancestros en algunos puntos de la región, así como de los señoríos que consiguieron ostentar sus representantes.

Esto obviamente permitió la adquisición de un alto estatus, que había de conservarse y emplear en los momentos cruciales, para así seguir medrando en una sociedad claramente determinada por escalafones.

El municipio de Piqueras, era un lugar de aparente descanso. Un municipio de ganaderos y agricultores, en el que se pretendió gestar la ocultación familiar de una serie de personas que con el paso de los años fueron más bien un problema, que un orgullo a difundir para algunos de sus miembros.

Por aquellos tiempos casaban los Señores de Piqueras y Albaladejo del Cuende, una estrategia matrimonial que tenía como objetivo sellar alianzas entre familias de un nivel social similar. Se trataba de Don Garci Ruiz de Alarcón (quién ya testó en 1545), así como su esposa doña Guiomar Girón de Valencia (y que lo hizo un año más tarde).

Garci era descendiente de las familias más influyentes de la región, pues de acuerdo a su genealogía era portador de la sangre de los Carrillo, Álvarez de Toledo, Coello (Señores de Cervera y demás lugares), como de los Ruiz de Alarcón (Señores de Valverde, Talayuelas, Zafra, Veguilla de las Truchas, Hontecillas) o los Castillo, y que junto con sus enlaces ya desde tiempo atrás controlaron los Señoríos de Santa María del Campo, Santiago de la Torre, Belmonte, Perona y Altarejos.

Por otro lado, Guiomar tampoco ocultaba su linaje, y hacía alarde de su pasado monárquico, puesto que según la tradición familiar (pero que hasta la fecha no se ha podido probar de manera fehaciente), los Valencia descendían de las casas reales que había en la Península, como Alfonso X el Sabio o el Rey Jaume I de Aragón, a ello habría que sumarle su ascendencia con los Pacheco, Téllez-Girón (Señores de Frechoso) y la casa de los Acuña (Señores de Tábua), estando asociada a los intereses del Marqués de Villena.

Partiendo de este contexto, nos encontramos ante dos familias con un poder destacado, en el que hay mucho en juego, pues obviamente los enlaces matrimoniales que efectúan sus hijos no serán algo baladí.

Del matrimonio entre ambos, conocemos la existencia de un total de ocho hijos. Estos son Aldonza de Alarcón (que fue monja), así como Juana de Alarcón (que también se dedicó a la vida religiosa). Luego tendríamos a María (de la que ignoramos que edad alcanzó, pero que su hermano Garci ya en 1577 nombra en su testamento como fallecida y enterrada en la capilla que el linaje fundó en Piqueras). Luego estaría Fernando Ruiz Girón de Alarcón, sobre el que tampoco hemos podido indagar muy a fondo, junto sus hermanas Beatriz de Alarcón, quién casó con un miembro de la casa de los Castillo, y cuyo hijo fue Diego del Castillo y Guzmán (Señor de Altarejos), así como Ana de Alarcón, esposa de Diego Pacheco de Avilés y de donde conocemos a Fernando Pacheco de Avilés. Por último, tendríamos a Alfonso Ruiz Girón, que acabaría heredando los títulos de Señor de Piqueras y Albaladejo, que celebraría sus nupcias con Juana Pacheco de Silva. Será esta línea la que mayor proyección obtendrá, puesto que conseguirá aglutinar mucho poder en la descendencia de sus hijos a través del Condado de Cifuentes.

Finalmente nos quedaría el personaje que más nos interesa de esta familia, García o Garci Ruiz de Alarcón. El que fuera párroco de Piqueras, así como fundador de dos capellanías y ejecutor de la capilla privada que había dentro de la iglesia parroquial de la localidad, donde luego descansarán los cuerpos de sus familiares.

Willard F. King fue el primero en descubrir que García Ruiz tuvo dos etapas muy diferentes a lo largo de su vida, así lo revelaba cuando escribía que “hora es ya de encarar el espinoso problema entre Juan Ruiz de Alarcón y García Ruiz de Alarcón -cura de Piqueras- ʺ (1970, 70). No está del todo claro si su descendencia se produce antes de ser sacerdote, pero todo hace pensar que después de tener a sus hijos, acabaría ordenándose tras haber enviudado.

King consiguió establecer la senda de la descendencia de este personaje, cruzando datos de un expediente de caballería, así como con la documentación de la parroquia de Barchín, y el testamento de un hijo suyo que podemos consultar en el Archivo Provincial de Cuenca. Nosotros hemos hecho lo mismo, pero añadiendo otros documentos que King desconocía, al no acceder con detalle a la información presente en el Archivo Diocesano de Cuenca, y que estaría vinculada con la parroquia de Piqueras.

Como bien dice el autor “García no reconoce a sus hijos como tales en su testamento, cosa nada sorprendente, dado que era clérigo. El testamento, se inicia con la frase identificadora -Yo, Don Garci Ruiz Girón de Alarcón, clérigo, hijo de los Ilustres Señores Don Garci Ruiz de Alarcón y Doña Guiomar de Valencia… Señores que fueron de las villas de Albaladejo y Piqueras-ʺ (1970, 71).

Obviamente hay un silencio sepulcral por parte de Garci, pero que se vislumbra en diversas referencias en cuanto al momento de la redacción de su testamento. Pues si hay algún pariente, este siempre lo menciona, es el caso del Señor de Altarejos, a quien cita como su sobrino, o idéntico caso con Diego Pacheco de Avilés. “Si se combinan los informes que ofrecen los testamentos de García (1577) y de Fernando (1618), resulta que el clérigo de Piqueras tuvo al menos cinco hijos -Justa, Fernando, Pedro, Luís y Juan”, y que, aunque García no estimó decente o posible reconocer oficialmente a su prole en el testamento, hizo constar su responsabilidad para con ella y le dejó su hacienda” (1970, 72-73).

En el testamento del cura, Luís Ruiz Girón de Alarcón y Fernando Girón de Alarcón son tratados de hermanos, así como después comenta que Luis tiene otros dos, llamados Juan y Pedro. Fernando es indiscutiblemente hijo de García, y esto lo sabemos por su misma confesión, “porque Fernando, en su propio testamento, declara inequívocamente ser hijo de María Gil y García Ruiz Girón de Alarcón, el cual -dotó y fundó la capilla de Nuestra Señora de la Concepción- y dos capellanías en la iglesia parroquia de Piqueras” (1970, 72).

Fol. 29 v. (APC, 1618) “Nuestros cuerpos sean sepultados en la capilla de Nuestra Señora de la Concepción que sita en la Parroquial de la villa de Piqueras que dotó y mandó Don García Ruiz Girón y Alarcón, nuestro padre y suegro”.

Fol. 32 (APC, 1618) Donde se reitera la paternidad de Don García y se añade que su esposa es Doña María Gil.

El testimonio de Don Fernando en su testamento, resulta vital para entender toda esta historia, puesto que su padre ya había fallecido, y suponemos que no tuvo ningún temor en revelar de manera reiterada cuales eran los nombres y apellidos de sus progenitores. Tengamos en cuenta el contexto histórico del momento para llegar a comprender mucho mejor el escenario sobre el que se desarrollan los hechos. Cuando su padre Don García redacta el testamento, el Concilio de Trento pocos años atrás había finalizado, y la opinión que se tenía sobre los miembros de la comunidad con hijos en una etapa anterior, no estaba tan definida como la podríamos ver poco después, pues en Trento el concepto de celibato se redefinió, ante una especie de vacío, donde moralmente no se veía nada bien aquella posición desde el Concilio de Letrán, pero donde se fue más laxo con su cabida, y que presenciamos en los casos de Gregorio XIII, Pablo III y Pío IV.

Y es que durante los tiempos de Trento, había gente de peso, como varios Obispos, e incluso el mismo emperador Carlos V, defendiendo una postura menos restrictiva, en torno a la capacidad de ejercer como ministros de la iglesia, siempre que estos se ordenasen una vez hubieran enviudado. Don García vivió durante un período de transición, donde obviamente reconocer una paternidad era ya un problema, pero donde a su vez todavía existían voces con bastante poder, en las que si previamente se había sido padre, tampoco era un hecho determinante para acabar cerrando puertas, no obstante se debía ser precavido, e insinuar hasta donde se pudiera, salvaguardando conflictos y habladurías que acusaran o dañaran de pleno la imagen de la familia, y eso es lo que tan correctamente consiguió hacer García, hasta que poco después su hijo revela de manera privada en su testamento, lo que era sabido y notorio por parte de toda la comarca. Tampoco obviemos que nuestro antepasado gozaba de una protección especial, pues ya no era simplemente un miembro de la nobleza local, sino hijo de los señores del lugar, así como pariente de la familia Villena, de ahí que tomando ciertas precauciones no hubiese ningún problema en efectuar de manera perpetua las diversas fundaciones que consiguió establecer dentro de la Iglesia de Piqueras.

La estrategia era clara, pues García debía obviar constantemente cualquier mención que implicara de modo directo reconocer su paternidad. Pero esto es un asunto que queremos tratar más a fondo en el siguiente apartado. Por ahora aquí sólo vamos a comentar como el personaje intenta evitar dejar cabos sueltos, que confirmaran ese asunto tan delicado. Y García, aunque de puertas hacia afuera parecía desentenderse de sus hijos, intentó que a estos no les faltase nada, muestra de ello queda en la repartición de bienes, donde les asigna diferentes responsabilidades y poderes.

Por ejemplo, nombra “por patrones de la dicha capilla, capellanías y memorias a Don Luis Girón de Alarcón y Don Fernando su hermano”. Dice que en 1577, “Don Luis está ausente de esta tierra, si acaso muriese sin venir a ella, mandó que las dichas dos juntas de heredad y casas pasaran a Luisico hijo natural del dicho Don Luis”. En este caso el cura no puede ocultar de manera cariñosa el diminutivo con el que se refiere a su nieto, asegurándose que este goce de un patrimonio para el futuro. El referido Luisico es el mismo “Luis hijo de Don Luis” que aparece inscrito en la lista de confirmados de Piqueras del Castillo durante el año 1588.

No olvidemos que Don Luis es el mayor favorecido por la herencia, y esto García lo tuvo claro, pues en el testamento de su madre Guiomar (en 1546), podemos leer por un traslado de bienes que se vuelve a copiar en 1594 (presente en los legajos sueltos de Piqueras del Castillo), como “la Señora doña Guiomar de Valencia señora que fue de esta villa de Piqueras y de Albadalejo del Cuende da al Señor Don García Girón y Alarcón su hijo la heredad de Alcohol”. De modo que otorga censo y tributo al cura y beneficiado para “él y sus herederos”, “la heredad que yo tengo y poseo y me pertenece y os pertenece en el término de Alcohol término y jurisdicción en la villa de Barchín con todas sus entradas y salidas y usos y costumbres y derechos y servidumbres”.

Doña Guiomar Girón de Valencia, establece bien claro una serie de obligaciones, entre las que García ha de mantener la heredad de Alcohol, preservando el patrimonio, y realizando los cargos y pagos que conllevaba la posesión de los bienes.


II. La manipulación documental

El principal testimonio que pudiese echar al traste con los intereses de los Ruiz de Alarcón, tras revelar la descendencia de Don García el cura, podía derivar de dos vías que este ya se encargó de controlar. Por un lado los libros parroquiales, pero que a través de los capellanes (familiares suyos) que conseguían hacerse con las capellanías fundadas, estarían a buen recaudo. Luego nos encontraríamos con la escribanía, y que también estuvo en poder de su familia.

Sobre los libros de escrituras sólo hemos hallado papeles sueltos en los legajos de Piqueras que hay en el Archivo Diocesano de Cuenca. Obviamente en este caso no hay una falta de documentación seleccionada, sino que simplemente los volúmenes se han perdido como en otros muchos lugares. Pero lo que no es casual, es la falta de determinadas series de años en la sección de los libros parroquiales, y que como veremos no son fruto del azar.

Willard F. King ya advirtió, que “los dos primeros libros de partidas de bautismo que se conservan en la iglesia parroquial de Piqueras van de 1509 a 1590 y de 1604 a 1658. Del primero faltan los folios del 35 al 42. Estos como era de esperar, son precisamente los folios que hubieran podido contener el acta original del acta copiada” (1970, 54) y que estaba investigando sobre la paternidad del dramaturgo en su momento este autor. Añade que “el libro segundo de bautismos (años 1604-1658) no tiene ninguna acta entre agosto de 1612 y enero de 1621, si bien una mano del siglo XVII volvió a hacer, engañosamente, una numeración consecutiva de los folios”.

Yendo por partes, veremos que la cosa parece más reveladora de lo que ya apuntó tímidamente King. Y es que, en los primeros tomos de los libros de bautismos, matrimonios como defunciones, hemos observado la ausencia de un período de años concretos, que en su conjunto no tienen nada de fortuito, pues no se presencian en los restantes ejemplares posteriores.

En los volúmenes bautismales King ya comentó la falta de datos en los dos primeros, no siendo sólo hojas puntuales, lo que ya no haría pensar en la extracción de una partida concreta sólo para transcribirla y que luego podría habérsela pasado por encima al tener que reincorporarla el párroco. Pues ya estamos hablando de periodos de años.

En el primer tomo del libro de bautismos (P-2583) la serie está catalogada desde 1504 (1509 según King) hasta 1590, un error al interpretar la grafía, ya que el primer folio tiene como referencia inicial una partida de bautismo con fecha de 1559. Ahora bien, lo cierto es que el libro carece de portada, y resulta sospechoso que empiece de repente con una simple partida, que obvia toda nota o primera página en la que se debería informar del volumen que a continuación se va a consultar, lo que podría hacernos pensar que en su día, hubiese partidas mucho más antiguas, pero que ya debieron desaparecer. Estas obviamente se enmarcarían en la época cuando Don García pudo ser padre de las criaturas.

Al margen de este detalle, como decimos nos encontramos con la falta de años que comentaba el autor, pero hemos de sumar que el tomo II (el siguiente), se inicia con el año 1604 (P-2584). Es decir, desde 1590 hasta 1604, tenemos la falta de casi 15 años en los que no ha habido ningún bautismo, y tengamos en cuenta que en esa época el Concilio de Trento ya había dejado más que estipulado la necesidad de su registro. Podríamos pensar que se trataría de un volumen perdido entremedio de ambos años, pero no es el caso, puesto que en ningún momento el primer volumen se da por finalizado, de ahí que los casi quince años de bautismos que faltan estarían integrados en el mismo, y en los que con toda seguridad aparecerían los nietos del capellán.

Pero tampoco se nos debe de pasar por alto que el libro I de matrimonios no arranca hasta entrado el siglo XVII. Lo cierto es que podríamos no ser tan malpensados, y creer que el primer volumen de bautismos es una pieza a parte, y hasta que no comienza el siglo XVII, no se comienza a apuntar de modo regular las celebraciones sacramentales, pero esto no tiene sentido, puesto que consultando los documentos sueltos que aparecen en los legajos de Piqueras, leemos en un conjunto de folios referentes a visitas pastorales de la segunda mitad del siglo XVI, el testimonio del visitador donde se redacta como en la parroquia se preservan los libros de bautismos, matrimonios y defunciones por aquellas fechas.

Obviamente son demasiadas casualidades, que se evidencian tras llegar al primer volumen de defunciones, y que supuestamente se habría iniciado en 1659, lo que sucede es que en este caso, además de la prueba escrita que deja constatada el visitador 60 años antes, tenemos que en esos mismos legajos aparecen muchas hojas sueltas de las defunciones de la villa, como mínimo ya desde finales del siglo XVI, y que formaron parte de un primer volumen, que se encuentra mutilado entre los varios legajos con hojas sueltas del Archivo Diocesano de Cuenca.

De ahí nuestra insistencia en pensar que no es fruto del azar todo este conjunto de peculiaridades, si le sumamos las apreciaciones que cita King. Pues la falta puntual de datos, la vemos tanto en el registro de bautismos durante 1590-1604, como en el de matrimonios, junto la disgregación de las partidas de defunción, y que podían haber formado parte de un primer volumen de fallecidos desde el siglo XVI. Esto demuestra una pérdida de documentación más que premeditada, que intentaba poner trabas a cualquier investigación que sacara a la luz datos vinculados con aquellos familiares que se enmarcaban dentro de la generación de los hijos y nietos de García Ruiz de Alarcón, de lo contrario son demasiadas casualidades que las franjas de años desaparecidas, puedan enmarcarse en un período tan preciso, teniendo en cuenta la variedad de siglos que ha habido de por medio, en los que este fenómeno no se ha repetido.


III. La descendencia de Don Luis Ruiz de Alarcón y Girón

Establecida la conexión, Don Luis es sin ningún tipo de dudas otro de los personajes que más nos interesa de toda esta historia, ya que fue el responsable de dejar una nutrida descendencia en el municipio de Piqueras, y que ha llegado hasta el presente. Don Luis junto con Fernando serán los hijos en los que vemos como García deposita toda su confianza, y no sólo por su designación como patrones.

García quería asegurarse como hemos dicho un futuro para su nieto, e indiscutiblemente para su hijo. Sabemos que la esposa de Don Luis es la señora Catalina Ballesteros, perteneciente a un linaje de la pequeña burguesía local, y que a pesar de no arrastrar la solera que llevaba a sus espaldas la familia de su marido, era bien vista si tenemos en cuenta la escasa disponibilidad de familias con poder económico, en un marco tan sumamente delimitado como era la localidad de Piqueras.

Como decimos, García se encarga de dejar todo bien atado, cuando en su testamento “manda que las casas que yo tengo de Juan Ballestero el viejo, y que las compré por cierta cantidad de maravedís, las haya y se den a María Ballestero, nieta del dicho Juan Ballestero para que vive y more en ella por todos los días de su vida”. Mediante la clausula del contrato garantiza que la familia de la esposa de su hijo tenga una serie de recursos mínimos.

Es cierto que la línea de los hijos de García, jamás llegará a proyectarse como la de los descendientes de su hermano Alfonso, quien acabó recibiendo el grueso de la herencia junto con los señoríos. De ahí que resultará bastante curioso ver como en Piqueras unos se dedicarán a emparentar con labradores y ganaderos, mientras que sus primos enaltecerán su estatus consiguiendo el Condado de Cifuentes.

Probablemente esto fue un argumento de mayor índole que repercutió en la estrategia de suprimir cualquier testimonio en el que se intuyera algún vínculo con esta línea de la familia, puesto que acabaría dañando su imagen, resultando una nefasta propaganda para el linaje, y que estaba en su fase más álgida de proyección social.

Don Luis y su esposa Catalina Ballestero, fallecen con diferencia de unas dos semanas, ambos en primavera de 1631. El documento en el que aparecen marido y mujer, pudimos hallarlo entre los papeles sueltos de los legajos de Piqueras, en donde se recoge su defunción. Pero estos no serán los únicos, puesto que su hermano Fernando Girón, como su esposa doña María de Alfaro, también aparecen residiendo en Piqueras los últimos años de su vida, a pesar de darlos por residentes en Barchín. Ello evidencia que los hijos volvieron al pueblo natural de los padres.

Don Fernando Girón de Alarcón falleció el 14 de febrero de 1622, su esposa Doña María de Alfaro el 20 de mayo de 1627 (con pago de más de 400 misas, y mandando enterrarse en la capilla que dejó su suegro Don García Ruiz Girón de Alarcón), mientras que Catalina Ballestero lo hizo el 20 de mayo de 1631 y su marido Don Luis Ruiz de Alarcón Girón el 8 de junio de 1631, quien “mandó se enterrara en su capilla que esta sita en esta iglesia”. En la partida recalca que su hijo es el escribano Pedro Ruiz de Alarcón, quien se encarga de redactar su testamento, así como mandar misas para sus hijos fallecidos Luis y Catalina.

Como vemos el Luisito que se menciona en el testamento de su abuelo García, y en la confirmación de 1588, ya había fallecido en 1631, de ahí que sólo queden (que sepamos por ahora), dos hijos todavía vivos para este periodo. Uno sería el mismo escribano y que ejerció durante un tiempo considerable, así como una hija, de la que pasaron por encima su partida en el momento de la purga documental. Se trata de una niña llamada María, y cuya partida bautismal aparece en el primer volumen de la parroquia. Concretamente el sacramento se celebró en agosto de 1585, y esta se define como hija de Don Luis de Alarcón y su esposa Catalina Ballestero. El compadre es García Ruiz de Alarcón, y que por aquellas fechas ya tendría una edad bastante avanzada, aunque no olvidemos que efectuó su testamento con buena salud y plenas facultades, sólo unos pocos años atrás.

En el caso de Fernando (el hermano de Luis), trascurrirán cuatro años desde la realización de su testamento hasta el momento de su muerte, así como diez por parte de su su esposa Doña María.

Otro argumento por el que nos interesa de manera reiterada la figura de Don Luis, es por el cargo que acaba ostentando, pues sabemos por una referencia documental de los citados legajos de Piqueras, que en el año 1616 es el escribano del municipio.

A priori este dato podría parecernos algo anecdótico, pero veamos el trasfondo de esta cuestión para entender la importancia de que Don Luis fuera precisamente el encargado en el municipio de llevar la escribanía.

No nos cabe la menor duda que en las familias destacadas, tener miembros dentro de la Iglesia como en la escribanía local, se convertía en un arma de doble filo, pues se controlaba la casi totalidad de la documentación que se moviese en el lugar, bien fuese para compulsar, consultar, así como manipular o hacer desaparecer.

Desde luego García sabía lo que se traía entre manos, pues si la capellanía estuvo más que controlada por sus descendientes a través de la línea Girón de Alarcón-Buedo, para frenar en cualquier intento a los Gil (de los que luego hablaremos), lo mismo sucedía con la manufacturación de escrituras que se ejecutaban en la localidad, ya que Don Luis era el encargado, y que como apreciamos en su partida de defunción, transfiere al vástago, pues su testamento fue redactado por su hijo Pedro Ruiz de Alarcón (oficio heredado de padre a hijo), alargando así hasta en centurias posteriores el control del cargo. Un fenómeno que no debe de parecernos extraño, ya que las escribanías eran un buen empleo, que como decimos no solían desvincularse, y por las que se pagaban sumas elevadas en el caso de querer controlarlas o comprar. Esta cuestión ya la tratamos en el caso del municipio de Caracenilla, en donde vemos una misma línea de intereses y tradición, con traspasos de padres a hijos o en su defecto a un pariente, que la siguiera prolongando en el tiempo.

El escribano era la persona capacitada para dar fe de cualquier documento, tanto si en realidad existiera como si no, y en el segundo caso, pudiendo exigir cifras nada despreciables, además de custodiar en su hogar, toda la información sobre herencias y posesiones que tenían el resto de vecinos, de ahí que los Ruiz de Alarcón, sabían como manejar de modo correcto el poder del que disponían en Piqueras.

Genealogía de los Ruiz de Alarcón de Piqueras del Castillo (árbol genealógico del autor).


IV. El linaje Gil de Piqueras

El apellido de los Gil ha sido uno de los probablemente menos apreciados por los estudios genealógicos de la zona, pero con un pasado más que interesante a tenor de diferentes cuestiones que desearíamos exponer. Y es que ya en su día W. F. King comentó que la mujer del párroco descendiente de los Señores de Piqueras del Castillo, era una representante de este mismo linaje. Dato que se extrae de la propia confesión que realiza Don Fernando al citarla como su madre y esposa del cura. Creemos que Melchor Gil (quien fallece en el año 1606), tuvo que guardar algún parentesco con García Ruiz, bien por ser descendiente directo y coger el apellido por su parte materna, o en su defecto por una colateralidad genealógica que lo convertía en un pariente muy cercano del hijo de los Señores de Piqueras. No deja de llamarnos la atención como en un bautismo de su hija Quiteria en 1581, aparece como padrino Don Fernando de Alarcón, vecino de Barchín, y por lo tanto, el hijo de García Ruiz de Alarcón que aquí hemos comentado. Sea o no un hecho casual, García Ruiz en su testamento no se olvida de esta familia, lo que hace todavía mal pensar aun más que tipo de vínculo parental tenían Melchor y el cura.

Genealogía de los Gil de Piqueras del Castillo (árbol genealógico del autor).

La relación entre la descendencia de los hijos de Fernando Girón de Alarcón y los Gil fue duradera en el tiempo, aunque parece ser que no siempre para bien, ya que desde Barchín, la línea de Fernando y María de Alfaro, veía como los Gil podían ser un peligro para las aspiraciones de las capellanías que fundó García.

Sabemos que por ejemplo Don Cristóbal Girón, hijo de ambos, fue el patrón y capellán de las memorias de García, al que en un documento del 9 de noviembre de 1629 de los legajos sueltos de Piqueras, menciona como “mi Señor”.

Las disputas por el censo que recogen los Gil del mismo García Ruiz de Alarcón en su testamento, afloran en varias épocas. Así, en otro documento de los papeles sueltos con fecha del 13 de noviembre de 1656, siendo alcalde de la localidad Esteban de Zamora, compareció la hermana del Licenciado Peralta (Ana Fernández de Peralta), diciendo que su hermano fue capellán de una de las capellanías que fundó Don García el cura. Desconocemos por donde les viene el parentesco para llegar a opositar a las misma, pero remarca que su hermano “y como tal capellán se le adjudicó un censo de dichas capellanías contra Melchor Gil y sus herederos, el cual está reconocido por los dichos herederos y le tocaban al dicho Juan Fernández de Peralta como tal capellán 27 reales cada año de réditos, los cuales dichos réditos están a cargo de pagarlos Martín Gil como hijo y heredero del dicho Melchor Gil su padre”.

En el testamento del cura, se menciona a Francisca Gil, como poseedora de un conjunto destacado de heredades. Dos siglos después todavía vemos como se alude al vínculo de esta y que se hallaba formado por más de sesenta hazas y unas casas de morada. La pregunta es si lo hizo sobre los bienes que adquirió de Don García Ruiz de Alarcón, o directamente eran de ella, puesto que en el testamento el cura estipula que sólo los posea Francisca mientras esté en vida, siendo sin ninguna duda la fundación más rica que existía en el municipio de Piqueras.

Es más que evidente que esta historia tiene su origen en la repartición de bienes que realizó en su testamento Don García, quién no se quiso olvidar de manera discreta de la familia de su esposa, la señora Gil. El capellán dicta “mandar a Francisca Gil mientras viviera toda la heredad de tierras, pan de llevar, viñas, cañamares, huertos y cavas que fueron de su padre para que los posea y goce, y disfrute, por todos los días para que ella viviera”. Pero, ¿Quién era el padre de Francisca propietario de esas tierras?, ¿Y qué interés le llevó a García decidir que las disfrutara hasta el día que estuviese viviendo?, no cabe la menor duda de que esta cesión es más que reveladora, al indicarnos que Francisca fue algo más que una vecina para el capellán. De acorde a la aportación que realiza King al decir que la mujer de Don García Ruiz fue María Gil, se abre el interrogante de que grado de parentesco había entre Francisca y Don García.

Antes de producirse la unión, la familia Gil podría ser una de las mejores asentadas durante mediados del siglo XVI, de ahí que Don García no entablaría relación con una persona cualquiera, y por lo tanto, la fundación con más de 60 tierras que poseyó Francisca, formarían parte del patrimonio familiar, como terratenientes destacados que fueron de la localidad.

El interés de los Gil por aprovechar las prestaciones que suponía haber emparentado con los Ruiz de Alarcón lo vemos todavía en la centuria siguiente, pues en el libro de la capellanía de Piqueras fundada por Don García Ruiz de Alarcón, leemos como en 1728 la plaza estaba vacante, y uno de sus opositores era Don Juan Gil, clérigo de Albaladejo del Cuende.

En el año 1679 el patronato fundado por Francisca Gil, y que lo hizo con las propiedades que le entregó en su testamento Don García Ruiz de Alarcón, está bajo posesión de Don Luis de Alarcón.

Pocos años después en 1660, leemos en otro papel suelto de los referidos legajos como “Don Diego de Buedo y Alarcón, presbítero y capellán de la capilla que fundó García Girón en la parroquial de esta villa de piqueras, dijo que tenía un censo de dicha capilla de 80 ducados e principal entre los bienes de Martín Gil, difunto el cual se está por reconocer por sus herederos y poseedores de algunas hipotecas y debiéndose algunos años réditos (…) notificando a los herederos de Martín Gil, reconozcan si dicho censo a favor de dicha capilla y capellanías para pagar con los bienes que fueron de éste los réditos a él y a su tío Don Cristóbal Girón, se le debieron como capellanías que son en dicha capilla. Así como que declaren Quiteria Cano -viuda- y María Lozano, como mujeres de sus maridos”. Esta petición se extiende a Martín Gil, Melchor Gil y a Juan de Martín Gil. Queda con ello más que claro que esta parte de la familia había recibido algo por parte del capellán Don García. 
El interés de los Buedo por el control de las capellanías es algo que ya hemos presenciado en el municipio vecino de Buenache de Alarcón, a través del enlace con los integrantes de la familia de la Parra-Rubio. En Barchín comprobamos como ejecutan una estrategia similar, tras su entronque con los Girón.

Desde luego los Buedo saben aprovechar el momento de pujanza de su estirpe, para controlar las varias capellanías que durante los siglos XVII-XVIII van quedando vacantes para opositar.

Un dato adicional que ya estudió King, es el de algunos de los descendientes de Don García. Concretamente lo vemos en los testimonios del expediente de caballería para la Orden de Montesa que extrae este autor. Entre las informaciones de Juan Girón de Buedo, el señor Don Felipe de Ayala dice que “los dos costados de abuelos del pretendiente eran parientes muy cercanos entre sí, y también de la casa del Conde de Cifuentes por los apellidos de Girón y Alarcón, y Señores de Albaladejo y Piqueras, de cuya casa era nieto el dicho Don Juan Ruiz de Alarcón” (1970, 56). Estos datos son sumamente interesantes, puesto que establecerían una unión sanguínea entre el famoso dramaturgo Ruiz de Alarcón Mendoza, con la línea de Piqueras, y de la que por su genealogía y testimonios, es indudable su parentesco.

Genealogía elaborada a través de los testimonios del expediente de Juan Girón de Buedo (1688).

Sobre la capilla familiar de los Señores de Piqueras y Albaladejo, aparecen varias referencias en los mencionados papeles sueltos, tales como una reforma a partir de 1745, en la que se manda la elaboración de un vestido para la Imagen de Nuestra Señora de la Concepción, así como la necesidad de realizar un frontal con su marco. Se detalla que el vestido será de tafetán doble, de color blanco, con puntilla de oro y el frontal de damasco, así mismo blanco con cenefas encarnadas, también en damasco, junto con una toca para la imagen.

En 1759 se vuelve a mencionar que se destinen 22 reales para que se colocara el marco nuevo en el altar de la capilla, puesto que todavía no se había integrado, así como se pague con 17 reales una vara y media de tafetán encarnado, para colocarlo como cortina en la ventana de la capilla, con una barreta de sortijas y escarpias. Finalmente, en 1763 se confirma la compra de un frontal para el altar de la imagen, con un coste total de 93 reales y 14 maravedís.

Valgan pues estas líneas, para poner de relieve, un fenómeno que estamos convencidos que pudo suceder en otros muchos lugares, pero que en este caso, gracias a un abundante solapamiento de datos cruzados, hemos podido vislumbrar aunque fuese de manera tímida. 


David Gómez de Mora


Fuentes:

*Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de bautismos de Piqueras del Castillo. P-2583

*Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de bautismos de Piqueras del Castillo. P-2584

*Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de matrimonios de Piqueras del Castillo. P-2587

*Archivo Diocesano de Cuenca. Sección Capellanías. Libro de las capellanías de Don García Girón (1745-1802). p-2594

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo (hojas sueltas), nº1. P-2602

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo (hojas sueltas), nº2. P-2603

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo (hojas sueltas), nº3. P-2604

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo (hojas sueltas), nº4. P-2605

*Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo (hojas sueltas), nº5. P2606

*Archivo Histórico Nacional. Expediente de la Orden de Montesa (1688). Juan Girón de Buedo y Ruiz de Alarcón. Expediente nº234

*Archivo Personal. Los Ruiz de Alarcón de Piqueras del Castillo, nº369 (inédito).

*Archivo Personal. Genealogía de la familia Gómez-de Mora y Jarabo (inédito).

*Archivo Provincial de Cuenca. Año 1577, testamento de Don García Ruiz Girón de Alarcón, P-260 (IX-X-1577), 7º cuadernillo, fol. 502 r.-506 v.

*Archivo Provincial de Cuenca. Año 1618, testamento de Don Fernando Girón y de Doña María de Alfaro, P-2097/2. Notario Juan de Lecuza, fol. 29 r.-38 v.

*King, Willard. F. (1970). “La ascendencia paterna de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza”. Nueva Revista de Filología Hispánica, Vol. 19, Nº1 (1970), 49-86 pp

viernes, 15 de febrero de 2019

Los intereses ganaderos en el municipio de Piqueras del Castillo

Consultando la documentación del Archivo Histórico Nacional (sección del Concejo de la Mesta), comprobamos la existencia de dos ejecutorias sobre el acotamiento de las dehesas, que afectan de pleno al municipio de Piqueras.

Se trata de un par de documentos bastante indicativos, de cómo era la situación que se vivía a finales del siglo XVI, en el seno de la economía ganadera de este lugar, en detrimento de los intereses de los pastores procedentes de la Cañada Real, y que se veían afectados por una circunstancia concreta.

El proceso se desarrolla sobre una ejecutoria dada a instancia del Concejo de la Mesta, por el pleito que se produjo con la localidad de Piqueras (al impedir la entrada de los ganados trashumantes), tras una situación de aparente ilegalidad, en la que los pastores de la Cabaña Real se presentaban como parte afectada.

El Concejo de la Mesta fue creado por Alfonso X el Sabio, agrupando a todos los pastores de León y Castilla en una asociación que les permitía disponer de amplios privilegios, incluyendo el de no tener que prestar servicio en momentos de conflictos bélicos.

No cabe la menor duda que la Mesta se podría considerar como el primer gran gremio de la Europa Medieval en el sector de la ganadería. El medio físico de Piqueras y sus características geográficas, permitieron que la explotación animal tuviera un peso destacado. La disponibilidad de recursos para la alimentación de las reses, junto una tradición económica que como veremos, se extendía por otros muchos enclaves de sus alrededores, como en el caso de Barchín del Hoyo (y con el que se establecieron relaciones económicas y políticas matrimoniales muy estrechas, seguramente como resultado de los intereses económicos de ambas localidades), permitieron una fuente de ingresos, en el que la explotación animal fue uno de los cimientos de aquella producción a escala municipal. Esta tradición se extendió hasta no hace mucho tiempo, puesto que Piqueras durante la segunda mitad del siglo XIX, todavía tenía un 20% de sus habitantes dedicados a este oficio.

La Cañada Real Conquense es una de las cañadas de la Mesta que atraviesa las provincias de Cuenca, Ciudad Real y parte de Jaén. Y como decimos, los municipios vecinos de Piqueras y Barchín tenían una serie de intereses bastante estrechos con la preservación de los recursos que se explotaban de aquella actividad.

Otro factor a tener en cuenta, es el contexto climático de la época, y que la mayoría de veces ignoramos a la hora de tratar esta serie de cuestiones. Lo cierto es que el período que se conoce climáticamente como de la Pequeña Edad de Hielo, durante muchas temporadas pudo no facilitar el desarrollo de la explotación pecuaria, un rasgo que ya hemos presenciado en el caso de las tierras del norte de Castellón, y en donde hay una evidente proliferación de denuncias y pleitos por invasiones de terreno, al no abundar la materia prima que alimentara aquellos animales, y donde habríamos de añadir la aparición de bastantes ganaderos que aumentaban más si cabe la competencia dentro del negocio.

Los conflictos por los derechos de los ganaderos fue una constante, que aparece bien reflejada en diferentes artículos trabajados por Ignacio de la Rosa, donde se palpa la problemática que generaba la supervivencia del sector. Ese sería el caso de las dehesas de Alarcón, donde ya se debatió la reciprocidad sobre el derecho del ganado con respecto al término de Iniesta.



Torre de Piqueras del Castillo (elarteencuenca.es)

Las pérdidas que se generaban ante un conflicto de intereses no eran algo baladí Estando directamente relacionadas con otros sectores de la economía municipal, pues no hemos de olvidar que “la crianza de vacas era determinante para proveer de bueyes a la agricultura. Las manadas de vacas también participaban de sus circuitos de trashumancia, por limitados que fueran” (De la Rosa, 2018-A).

Ignacio ya nos remarca la existencia de vecinos que vivían del mismo, así se presencia en el término de Alarcón y que, por las fechas del pleito con la Mesta, era limítrofe sobre los enclaves de Piqueras y Barchín. Parece ser que a partir del siglo XVI se vive una “roturación desbocada que hace desaparecer el monte de uso comunal, pues los nuevos espacios agrarios se han ido conquistando a costa de las dehesas de Alarcón, que debe buscar en otros términos las yerbas y aguas que no encuentra ni en sus términos ni en su suelo” (De la Rosa, 2018-A).

Este nuevo panorama obviamente agravará el asunto, generando una mayor presión entre los ganaderos, ya que en la franja que estamos estudiando la tensión fue continua, con especial fuerza entre los siglos XV-XVII.

La capacidad de influencia de los ganaderos era una realidad, que ya expone Ignacio de la Rosa (2018-B), en su artículo sobre Navodres (en Barchín del Hoyo), al barajar la posibilidad de que la paralización del referido proyecto pudiera deberse al Consejo Jurídico, aunque no sin descartar la presión adicional de unas cuantas familias ganaderas, y que pudieron intrigar en la medida de sus posibilidades dentro de la Corte.

La intransigencia en este marco geográfico por los derechos de pastoreo, se traduce con el cierre de los términos municipales para así evitar la intromisión de ganaderos ajenos a la localidad. Analizar el motivo de este tipo de situaciones es más complejo de lo que pudiese parecer.

No habríamos de descartar que desde la Baja Edad Media, exista un interés en proteger y reforzar estas zonas de pasto, como fuente de recursos sobre el que ir consolidando los nuevos poblamientos que se producen a raíz de la conquista.

En este sentido un elemento muy interesante y que sólo ha sido estudiado en la tesis doctoral de José Ramón Ruiz Checa, es la edificación de las torres de defensa del área conquense del Júcar medio, como un elemento arquitectónico que podía adjuntarse a este conjunto de itinerarios o áreas de producción. Pues parece que la gran mayoría de las mismas se edificarían durante los primeros momentos de la instalación cristiana (finales del siglo XII-primeras décadas del siglo XIII). Este tipo construcciones podría evidenciar un tráfico pecuario que en cierto modo estaría asociado a la referida estructura defensiva. Hecho que podemos comprobar en el caso de Piqueras, pues sobre el espacio de su famosa torre, se han efectuado catas arqueológicas donde han aparecido “gran cantidad de cordeles, veredas, trazados medievales, que discurren a los pies de la mayor parte de las torres exentas analizadas, hecho que demuestra el interés de ubicar las torres junto a vías con actividad ganadera” (Ruiz-Checa, 2015, 221).



Ejecutoria sobre el acotamiento de las dehesas de Piqueras (AHN)

Este enfoque debería hacernos plantear que en aquellos puntos donde existen torres defensivas de esta tipología, se habría vinculado de modo adicional, un circuito por el que desde los inicios de la conquista cristiana ya existía una producción ganadera, y que quedaba asegurada por una vigilancia y visión bastante amplia del entorno que ocupaba. En este sentido, “por el centro del núcleo de Piqueras del Castillo, a los pies de la torre de ese mismo municipio aparece la Calle de las Cabañas, con un trazado norte-sur, proveniente de Olmeda y con dirección a Buenache. Por otro lado, aparece un trazo de vía pecuaria inconexa en el término de Olmeda sin conexiones con otros términos. Junto a la torre de Barrachina discurre la Cañada del Reyno, y junto a la torre de Solera aparece otro trazado de vía pecuaria” (Ruiz-Checa, 2009).

No resulta tampoco casual que en una localidad como Barchín, con un evidente pasado pecuario, existiese otra torre de cronología y características similares, tal y como extraemos de nuevo en el trabajo de Ruiz-Checa (2015), conformando una pieza del rompecabezas, que en su conjunto serviría para representar los puntos de explotación animal, que desde el Medievo ya irían estableciéndose sobre este marco geográfico.

En Piqueras sabían de primera mano las consecuencias que podía acarrear entrar en conflicto con un organismo como la Mesta. No obstante, y recapitulando con el inicio del presente artículo, en el año 1589 el promotor fiscal de dicho Concejo ya había emprendido acciones, y presenta un escrito de demanda contra el Concejo y Regimiento de la villa de Piqueras, cuando “dijo que por el termino de la dicha villa pasaban mucha cantidad de ganado a la sierra, y libremente guardando las cosas vedadas pastando las yerbas y bebiendo las aguas sin por ello deber cosa alguna…”., relatando que la zona conocida como de las “Dehesas de Piqueras se vedaban sólo y con ocasión que se daban al abastecedor de las carnicerías de la dicha villa para que con sus ganados paciesen y comiesen”.

De ahí que por lo que se puede desprender de sendos documentos, queda claro que el Concejo de Piqueras “vedaba y coteaba los entrepanes de dicha villa, y lo tenía vedado desde el primer día de domingo de marzo hasta el día de Nuestra Señora de Agosto de cada año y con ocasión de que se les daba a los abastecedores de la dicha villa para que con sus ganados pazcan y coman la yerba de ellos”. A esto habríamos de sumar que los Caballeros de Sierra podrían no haber realizado de forma correcta su trabajo, puesto que más de uno estaría compinchado con el Concejo de Piqueras, tomándose la justicia por su propia cuenta…

Una situación nada favorable para sus vecinos, y por el que se convoca a Juan López como representante del municipio. A posteriori se argumenta desde el mismo que “la dicha dehesa de tiempo inmemorial era dehesa cerrada auténtica y privilegiada, de tal manera que ningún ganado podía entrar en la dicha dehesa”, recalcando que “no podía entrar ningún señor de ganado sino era de abastecedor”.

Pensamos que desde Piqueras se optaba por una clara política proteccionista de sus intereses, en donde sólo tenían acceso a las tierras de pasto aquellos ganaderos locales. Un fenómeno que podría relacionarse con la propuesta que efectúa Ignacio de la Rosa en el caso de San Clemente, al referirse que “las villas querían ver lejos a los ganados trashumantes, más si tenemos en cuenta que la disposición de pastos comunales era muy limitada por las restricciones y acotamientos de los pastos pertenecientes a la antigua tierra de Alarcón y que las villas se arrogaban para el uso privativo de sus vecinos” (De la Rosa, 2016).

En el documento se alega por parte de la Mesta “que el dicho Concejo no tenía licencia para vedar ni acotar la dicha dehesa para haberla vedado y quitado el pasto”, por lo que Piqueras tendría que acatar el fallo de la sentencia, y dejar pastar libremente a los ganaderos de las Cabañas Reales cuando estos entraran dentro de su término. Como curiosidad, entre los personajes citados en la documentación, aparecen los nombres de los dos alcaldes de la localidad que había en el año 1590, siendo estos los señores Esteban de Zamora (de familia hidalga) junto Alonso Cavero, así como el regidor Pedro de Buenache.

Una fuente que nos aproxima a la especialización de Piqueras en el sector ganadero, es el Catastro de Ensenada, y de donde podemos ver como del área de influencia “Barchín-Buenache de Alarcón”, esta era en proporción la más importante en términos de explotación animal.

En el referido documento del siglo XVIII se cita que Piqueras posee “la Dehesa Boalar o de la Cañada, que produce pinos (…) y otra por la Dehesa arbitraria o Sierra del Monte, Vallejuelos, Pajaranco y Colmenares…” (pág., 412). Es decir, la geografía física del municipio potencia de por sí este recurso.

Bien es cierto que se especifica como Piqueras no tuvo un ganado fino trashumante, y aunque los datos puedan parecer poco significativos, si los relacionamos con su cifra de habitantes, nos evidencian la tasa más elevada de cabezas de ganado por vecino en comparación con Barchín, teniendo como resultado que en Buenache de Alarcón tocaban a dos cabezas de ganado por vecino, así como en Barchín del Hoyo a 17, mientras que en Piqueras la cantidad asciende a 20.

Si continuamos contrastando las localidades de Piqueras y Barchín, a pesar de que Barchín conseguía doblarla en vecindario, Piqueras controlaba por aquellas fechas la explotación de ganado lanar churro, mientras que Barchín se especializó en el cabrío. Igual de llamativo resulta leer que Piqueras poseías más bueyes, vacas y becerros que Barchín. Cifras que, si se comparan con otra localidad vecina como Buenache de Alarcón, nos evidencian las características económicas de cada lugar. Sabemos que en tiempos del catastro, Buenache tenía una población siete veces más grande que Piqueras, aunque la proporción de cabezas de ganado por habitante era mínima (diez veces inferior a la de Piqueras), lo que se explica por una mayor dedicación a la tierra cultivada, y que ya hemos reflejado en algún artículo a través de los diversos linajes de terratenientes que allí se asentaron.

Con este panorama podemos entender los intereses que los piquereños tenían en conservar sus dehesas, puesto que, al no desarrollar un pastoreo más allá de su término gracias al medio físico disponible, acabaron adoptando un conjunto de medidas proteccionistas, que obviamente tenían como objetivo fortalecer la producción local.


David Gómez de Mora

Bibliografía: 

*Catastro de Ensenada (1749-1756). Archivo Histórico Nacional.

*De la Rosa Ferrer, Ignacio (2016). San Clemente y la Mesta a mediados del siglo XVI. En historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com

*De la Rosa Ferrer, Ignacio (2018-A). Las rutas de la trashumancia de ganados mayores entre Alarcón e Iniesta. En historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com

*De la Rosa Ferrer, Ignacio (2018-B). Navodres en Barchín del Hoyo o las limitaciones de la roturación de nuevas tierras. En historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com

*Piqueras, ejecutoria sobre acotamiento de la dehesa (1590-12-15/1591-1-10). DIVERSOS-MESTA, 158, Nº1. Archivo Histórico Nacional.

*Piqueras, ejecutoria sobre acotamiento de los entrepanes (1590-12-15/1591-1-10). DIVERSOS-MESTA, 158, Nº2. Archivo Histórico Nacional.

*Ruiz-Checa, José Ramón (2009). Ganadería, territorio y arquitectura: estudio de seis torres como elementos de control del territorio en Asimetrías. Universitat Politècnica de València.

*Ruiz-Checa, José Ramón (2015). Torres exentas en el ámbito del Júcar medio (Cuenca). Implantación territorial y caracterización constructiva. Tesis doctoral. Univesitat Politècnica de València. 640 pp.

La fuerza del carlismo en Peñíscola

La opinión general ha tendido a enmarcar el municipio de Peñíscola como un enclave liberal durante el desarrollo de las Guerras Carlistas, cuestión que como bien sabemos no ha sido del todo cierta. Una verdad a medias, y que la propia documentación no sostiene de modo creíble. La explicación radica en el emplazamiento estratégico del municipio, y por índole, de los intereses que desde el gobierno central poseía su plaza, obviamente nada que ver con la opinión que tenían muchos de los peñiscolanos sobre las ideas y consecuencias de aquel conflicto.

Antonio Caridad Salvador es sin lugar a dudas uno de los mejores conocedores de estas guerras en el territorio valenciano, y ello lo plasma en su estudio “El carlismo en las comarcas valencianas y el sur de Aragón (1833-1840)”, una obra de casi obligada consulta para aquellos que deseen profundizar en el conocimiento de este episodio bélico.

Sabemos que en las tierras septentrionales de Castellón, el auténtico núcleo liberal fue Vinaròs, explicado en parte por el modelo económico que se venía desarrollando en el lugar desde hacía unas décadas atrás, puesto que una nueva burguesía, que supo sacar rédito del tejido económico, comenzó a asentarse, lo que sumado a un notable incremento de la población, que generó una sociedad más heterogénea, y por lo tanto, con una permeabilidad y apertura económica (que era más favorable a las corrientes liberales), fomentaron la idea de que el carlismo no era positivo para el progreso de la población. Por el contrario, Peñíscola era un municipio donde las tradiciones y la consanguinidad pesaban muchísimo. Un núcleo con una identidad muy arraigada entre sus habitantes, y que hasta un par de centurias atrás, estaba considerado como uno de los principales motores económicos de la provincia de Castellón. Y es que el peñiscolano no olvidaba de la importancia que su municipio alcanzó en tiempos pasados, así como de la disponibilidad de recursos que existían tanto en sus campos como en el mar, a pesar de que en esos momentos la situación no les era favorable.

El único fundamento en el que se han basado historiográficamente los autores para relacionar Peñíscola con el liberalismo, sólo hemos de entenderlo desde la perspectiva de los intereses del gobierno central, con especial carisma desde el siglo XVIII, para potenciar sus políticas militares, siendo un punto de vital importancia, desde el que se configuraba un control por mar y tierra. 


I. La pérdida de poder. Un punto a favor del carlismo

Como decimos, y yendo por partes, el motivo principal ha sido el peso que ha gravitado sobre el castillo y su muralla como plaza militar, pues la singular geografía de esta localidad, ha sido una joya para cualquier cultura que pretendiera controlar este territorio desde tiempos antiguos, sólo hemos de ir hasta el periodo de dominación musulmana para ver cómo se desarrollaron los acontecimientos.

Es por ello, que deberíamos reflexionar diversas cuestiones, como la de ¿qué suponía poseer una plaza militar para los habitantes de Peñíscola?, ¿qué tipo de privilegios les otorgaba?, o ¿qué tipo de consecuencias comportaba aquello?, estas y muchas otras preguntas que irían en esta línea, nos indicarían en un balance general que por desgracia no todo eran satisfacciones y elementos positivos. Recordemos que Peñíscola tenía un ayuntamiento municipal, como cualquier otro lugar, pero con la particularidad de que por encima estaba la figura del Gobernador de la plaza militar, y que obviamente era quien podía tener la última palabra en el momento de la toma de decisiones. Gracias a la documentación hemos comprobado que esta figura nunca era nativa del lugar. Solían ser integrantes de la nobleza que en su proceso de proyección social podían ser destinados hasta aquí, y que a través de la documentación conservada de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, vemos como no se hallaban presentes de modo permanente en la villa, pues en muchas ocasiones el señor aparecía como ausente. A ello habríamos de sumar que la mayoría de los militares no eran tampoco vecinos, sino que soldados destinados en una plaza que iba continuamente cambiando. 

Si a esto le añadimos que cualquier enemigo ansiaba poder tomar el control de un enclave como este, comprendemos como aquella sociedad mayoritariamente agrícola, y que además contaba con una buena cantidad de tierras para su cifra de habitantes, tampoco estaba muy preocupada por las ideas que difundía el nuevo liberalismo. En todo caso, al peñiscolano lo que realmente le preocupaba es que tras el estallido de cualquier conflicto, su pueblo fuese arrasado, pues como bien sabemos su trama urbana se integra dentro del mismo recinto. De ahí que dudamos mucho del testimonio de Febrer, cuando dice que la gente de Peñíscola estaba dispuesta a volar sus casas y destruir todo aquello que tenía con tal de que el enemigo no tomara su plaza.

Tampoco hemos de obviar que en muchos períodos los abastecimientos de víveres no se producían de manera regular, y eran los propios vecinos de Peñíscola quienes tenían que alimentar a los soldados o incluso quienes habían de costear las reparaciones de muchos desperfectos que generaron las múltiples contiendas (además de una tensa relación que la documentación refleja entre deudas y gastos por mantenimientos de servicios). Visto así, tenemos como resultado una localidad que sufre constantemente adversidades que no le ayudan en nada a desarrollar un crecimiento económico estable, y que para más inri, ha de presenciar como las localidades vecinas que antaño estaban a su mismo nivel o incluso por debajo, ahora están despuntado, en contra de una situación de estancamiento que ellos van viendo día tras días de modo injusto, a pesar de la enorme disponibilidad de tierras, como de labradores o propietarios agrícolas con los que cuenta el municipio.

Como decimos, esto será el caldo de cultivo para una situación de malestar, que acabará siendo contraria a las corrientes políticas de la época. Tampoco olvidemos que una centuria antes, Peñíscola tuvo que resistir de manera heroica en la Guerra de Sucesión, pero ¿cuál fue el coste de todo aquello?, ¿durante cuánto tiempo tuvo su economía local bloqueada por verse sometida a un conflicto que no vivieron para nada con la misma gravedad el resto de municipios circundantes?, ¿fue suficiente perdonar la deuda (que hasta cierto punto no era culpa de sus vecinos) y ennoblecer a los miembros del consistorio?

Alfredo Ayza Roca (1982) lo explica de modo claro en uno de sus artículos: “Peñíscola, del lado del poder”, cuando al referirse al conflicto de principios del siglo XVIII, escribe: ¿Por qué tomaba Peñíscola un rumbo totalmente diferente al de las poblaciones vecinas?, parece ser que la personalidad de Sancho de Echevarria, Gobernador de la plaza, fue decisiva, les alentó a resistir y les prometió que serían indemnizados por sus pérdidas (…) A cambio de esta fidelidad, la corona ofreció títulos y honores a la ciudad y muy especialmente a los mandatarios del Consell Municipal que pasaron a engrosar las filas de la nobleza”.

Ese grupo de personas ennoblecidas fueron media docena, y el tiempo que resistió la localidad abarcó un año y medio desde el día 14 de diciembre de 1705 hasta el 15 de mayo de 1707. Mientras tanto en el resto del término municipal los enemigos talaban los árboles de la Serra d’Irta, destruían las norias y todo tipo de construcciones, así como arrasaron con muchas de las propiedades de cultivo y ganado que existían en el exterior del sistema amurallado. Peñíscola efectuó una resistencia histórica, pero que obviamente tuvo que repercutir en su situación económica, pues las pérdidas fueron espectaculares. Mientras tanto Benicarló y Vinaròs comenzaban a incrementar sus cifras de habitantes, generando el fortalecimiento de una riqueza local, que abrió más la brecha en la capacidad de influencia política en las tierras del norte de Castellón.

La guerra de Sucesión tuvo que ser un varapalo, pero lo peor aún estaba por llegar, pues cuando Peñíscola podía haber comenzado a levantar cabeza, se vio de pleno afectada por la Guerra de Independencia. Es cierto que los conflictos bélicos eran un fenómeno que se repetían de modo cíclico, pudiendo “convivir” hasta cierto punto con este tipo de episodios, pero lo que ya no era tan regular, y si muy aleatorio, eran sus consecuencias, puesto que en cada lugar el escenario que se desarrollaba era muy diferente. Esto mismo acontece en 1812, tras la entrada de las tropas Napoleónicas. Febrer Ibáñez (pág. 269) relata como el Gobernador de la plaza militar, García Navarro, “entregó al enemigo la fortaleza con 74 cañones y una inmensa cantidad de municiones de boca y guerra”, añadiendo más adelante (pág. 277),  que “se ordenó bajo pena de la vida, la salida de ella de todos los hombres desde los 16 años de edad hasta los 50. En la playa les arengó prohibiéndose volver al pueblo, por lo cual, unos quedaron en sus campos y otros fueron a retirarse en los pueblos cercanos, particularmente en Benicarló y Santa Magdalena de Polpis, por estar más cerca de sus propiedades”.

El resultado fue un exilio de buena parte de la población desde 1812 hasta mediados de 1814, en el que fallecieron una tercera parte de los habitantes, debido a las penurias, pobreza, hambre y enfermedades originadas sobre el grueso de aquellos habitantes que lo perdieron casi todo, y que sólo intentaban sobrevivir. Finalmente, en primavera de 1814 la villa se consigue tomar, tras un bombardeo de más de 60.000 proyectiles según apunta Febrer. La situación de crisis que se vive en la localidad es palpable en algunas de las sesiones del Ayuntamiento, debido a la falta de recursos con los que ha de hacer frente el vecindario.



Imagen de Peñíscola (Archivo M. Segarra, Castellón), todopeniscola.com


II. Las Guerras Carlistas

Cuando el municipio todavía no se había repuesto, y los daños del conflicto contra los franceses seguían siendo palpables en el viario público como en las propiedades, estalló a finales de 1833 la primera de las tres Guerras Carlistas.

Los carlistas encarnaron la posición contraria al liberalismo, defendiendo la instauración de una monarquía tradicional absolutista, con un gran peso del catolicismo conservador, como de los foralismos a la hora de gestionar sus competencias administrativas y jurídicas. Obviamente Peñíscola estaba “obligada” a defender la causa opuesta, y ello significaba estar del lado del bando liberal, pues su Gobernador como los soldados habían de mantenerse fieles a los mandatos de la Corona. Pero es aquí cuando surge la gran cuestión, pues una cosa eran los intereses de los varios militares que estaban defendiendo la población, y que como decimos no siempre guardaban una relación de arraigo con el municipio, y otra muy distinta, era la de los habitantes nativos de la población, que estaban preocupados especialmente por el trabajo diario de su tierra y el mar. Dos cosas que la historiografía nos ha querido hacer ver que iban cogidas de la mano.

Partiendo de los avatares de los últimos ciento y pocos años que separan la Guerra de Sucesión de la primera Guerra Carlista, es más que comprensible que idea tenían los peñiscolanos de las políticas dirigidas desde Madrid, ya que habían visto como durante el siglo pasado, Peñíscola era un enclave que pierde el peso geopolítico y económico de épocas pasadas, cuando era sin lugar a dudas el principal enclave litoral de las tierra norte de Castellón desde tiempos del Medievo. Aquello realmente era una pena, pues Peñíscola desde el punto de vista económico no estaba pasando por uno de sus mejores momentos, a pesar de tener claro que poseía una indudable capacidad de recursos.

Ahora sus habitantes habían de resignarse a vivir en condiciones que en muchos casos eran probablemente incluso peores a las de sus bisabuelos. A eso hemos de sumarle que el peñíscolano todavía seguía manteniendo parte de aquel patrimonio agrícola que tantas ganancias dio a sus ancestros, pues si la vida en la roca continúo existiendo tras las situaciones extremas a las que se vio sometida la villa, fue en parte por la disponibilidad de recursos que ofrecía su término, en donde el conglomerado social de labradores que integraban la pequeña burguesía local fue claramente decisivo, además de una enorme fidelidad incondicional de los habitantes a su pueblo y forma de vida.

Pensamos que la cifra de vecinos en este municipio no se vio alterada a lo largo de su historia, debido a que el propio encorsetamiento que generaba su muralla obligaba indirectamente al desarrollo de una política demográfica, en la que el número de habitantes estaba regulado de forma natural, guardando una proporción muy aceptable con la disponibilidad de tierras. Si a ello le añadimos que su término municipal cuenta casi con 80 kilómetros cuadrados, tenemos pues cifras que nos explican la existencia de una sector agrícola y gremial, que puede abastecerse hasta en los periodos más complejos, a pesar de que una parte del territorio pudiese estar en manos de agricultores de pueblos vecinos, debido a la cantidad de tierra disponible, o incluso en estado de abandono, como resultado de la falta de manos. Como decimos, esa pequeña burguesía rural todavía la veremos en el siglo XIX, cuando los labradores tienen un peso considerable en el tejido de la economía local, así como en la costumbre de traspasar y conservar la herencia sobre el primogénito, que después se encargará de dar trabajo a sus hermanos y familiares, para que así la calidad de vida de los suyos no fuera mermándose.

Del abrazo al carlismo por parte de los habitantes de Peñíscola hay diversas pruebas que vemos en algunas referencias documentales. En el trabajo de Febrer Ibáñez, el autor no llega a profundizar en el tema, probablemente, ya como comentamos en un artículo anterior, por las heridas que seguía reabriendo aquel conflicto, así como por la imagen negativa que siempre se asociaba con el carlismo.

Un documento muy interesante que refleja simpatización por la causa, lo tenemos en el Arxiu del Regne de València, se trata de un proceso entre don José Simó contra doña Felicia Ramón, y cuya historia es la siguiente: 

Doña Felicia Ramón era la viuda de don Bernardo Ibáñez, y ambos residieron en Peñíscola, aunque luego se irían a vivir a Benicarló. Parece ser que don Bernardo Ibáñez tuvo un pleito contra el Marqués de Branciforte, de donde extrajo varios bienes, como una casa en la calle mayor que compró a José de Llaudís en 1834, así como varias tierras, junto otra vivienda en la calle del Soto de Jaime Ayza y Antonia Bayarri en 1835. 

El Marqués intentó impedir que esta familia pudiera tener cualquier bien en Peñíscola, para lo que nombró como apoderados al noble vinarocense don Manuel María Febrer de la Torre, así como a don José Simó, quien comenta que los bienes comprados por el señor Ibáñez cuando estaba de ayudante en la plaza militar no le debían corresponder, argumentando “que los vínculos de amistad que unían a don Bernardo Ibáñez y a don Juan Marco del Pont por coincidir en ideas traidoras a la Reina y libertad Nacional y el verse privado el referido Marco del Pont del poder de adquirir bienes por el pleito que tenía el Marqués, fue la causa por la que se entregaron al Señor Ibáñez” (fol., 23 v.).

Marco del Pont fue expulsado de Peñíscola, y le encargó al cura don Facundo Martorell que cobrara los alquileres de las casas, así como que el labrador don Pablo Boix, cometiera los trabajos de cultivo y recolección de los frutos de sus heredades (fol., 24).

Finalmente, don José Simó recurre remarcando el pasado ideológico del marido de la viuda, para que así perdieran sus propiedades, ya que en la previa, la justicia de Vinaròs dio la razón a la viuda.

Obviamente aquí se aprecia la conexión entre miembros de la localidad, en los que aflora un nexo de intereses que aglutina a varios vecinos del municipio, y que obviamente no sucedieron de modo asilado. Así lo remarcamos con anterioridad en otro artículo, en el que Eduardo Fernández de San Román, deja bien claro en su relato de la primera guerra carlista, como Peñíscola era “una población de 400 habitantes devotísimos al carlismo”.

Los intereses de los carlistas se dejan ver desde un primer momento, así lo comprobamos en la figura del vinarossenc don Cosme Covarsí Membrado, quien estuvo al mando del intento de insurrección carlista en Peñíscola. Y que junto con el Barón de Herbés, intentó dirigir sus influencias en la búsqueda de hombres que defendieran la causa.

Otra referencia la vemos en las notas del libro de acuerdos de la ciudad de Peñíscola, concretamente en el volumen del año 1835, cuando en la sesión del 10 de diciembre se habla de los rebeldes.

Los intentos de toma por parte de los carlistas desde dentro del vecindario fueron constantes, puesto que un año después, en navidades de 1836, sabemos que toda la corporación del ayuntamiento quedó destituida y reemplazada por soldados de la plaza militar, tras planificarse un motín que entregara Peñíscola a los carlistas.


David Gómez de Mora


Bibliografía:

*Arxiu Municipal de Peníscola. Libro de acuerdos de la ciudad de Peñíscola del año 1835.

*Arxiu del Regne de València. Escribanías de cámara, año 1842, Legajo nº 15.

*Ayza i Roca, Alfredo (1982). “Peñíscola, del lado del poder”, nº57. Revista Peñíscola.

*Caridad Salvador, Antonio (2017). El carlismo en las comarcas valencianas y el sur de Aragón (1833-1840). Institució Alfons el Magnànim. 488 páginas.

*Febrer Ibáñez, Juan José (1924). Peñíscola: Apuntes históricos. Castellón.

*Fernández San Román y Ruiz, Eduardo (1884). Guerra Civil de 1833 a 1840 en Aragón y Valencia. Campañas del General Oráa (1833 a 1840). 400 páginas

*Gómez de Mora, David (2018). Peñíscola y el carlismo. En davidgomezdemora.blogspot.com

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).