viernes, 30 de septiembre de 2022

La emancipación de las Martínez de Villanueva

La carta de emancipación es un documento mediante el cual de manera legal se libera a un menor de edad del cuidado de sus padres. Recordemos que la minoría de edad ha ido cambiando con el trascurso del tiempo, pues dependiendo de cada lugar y época, esta irá incrementándose o reduciendo de acorde a la legislación aplicada en cada territorio. Los menores como sigue sucediendo en la actualidad, debían regirse al conjunto de derechos y deberes de los padres, de ahí que a estos habían de garantizarles una protección, educación, alimentación y representación. No obstante, como veremos, en una sociedad donde la tradición y la moralidad eran cuestiones intachables, el hecho de no aceptar una vida marital, debía de justificarse de modo legal, ya que el rechazar las gratificaciones que proporcionaba el sacramento del matrimonio, suponía la aceptación de un estado de celibato. Hecho que le sucedería a la peralejera Ana Martínez de Villanueva, hija de una familia con recursos, y que por aquellas fechas estaba entre una de las destacadas que había en la localidad.


Sabemos que Ana no fue la primera de su familia en tomar esta decisión, pues veremos que su tía, de mismo nombre y apellido, ya lo hizo mucho antes, siendo llamada en el pueblo como Ana Martínez “la beata”.

Entre los Martínez de Villanueva hubo clérigos y miembros con vínculos muy estrechos con el brazo eclesiástico, tal y como veremos en la figura de don Asensio Martínez de Villanueva. El padre de Ana Martínez era Juan Martínez de Villanueva, quien en ese momento ya estaba viudo de su esposa Ana del Olmo. No obstante, llama nuestra atención que a continuación de Ana, este indicara que sus otras dos hijas, Juliana y Juana Martínez de Villanueva, también quedaban emancipadas. No obstante la diferencia era notoria, pues la primera recibía la herencia de su tía (la beata), quien ya habría estipulado alguna cláusula y requisitos, mientras que las otras dos simplemente dejaban de depender de su padre, pero sin seguir seguramente el mismo camino que la primera.

Adjuntamos a continuación un fragmento del texto de la carta de emancipación redactada en 1612, en la que Juan da permiso a su hija Ana para que siga los mismos pasos que su tía Ana la beata.

“Juan Martínez de Villanueva, vecino de esta villa, en la vía y forma que haya lugar comparezco ante ud. y digo que como padre y legítimo administrador que soy de Ana Martínez, yo la tengo debajo de mi poderío paternal, y porque la susodicha es ya mayor de los 25 años, y tal por su aspecto parece, y ella no quiere tomar estado, sino vivir recogida en estado de continencia y me ha pedido y suplicado que yo la emancipe y libre de la patria potestad que sobre ella tengo como su padre legítimo para que pueda estar apartada y sola en su casa y regir y gobernar los bienes que Dios le diere y los que heredó de Ana Martínez de Villanueva mi hermana, y los que le pertenecen de legítima de su madre para que con ellos pueda mejor pasar su vida y conservase dicho estado de continencia (…) por ello la emancipo y aparto de mi poderío paternal y le doy y otorgo libre poder para atestar y hacer cualquier contrato y otras cosas”.

Este documento puede consultarse en la caja nº10 de los protocolos notariales de La Peraleja.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

jueves, 29 de septiembre de 2022

El Arcángel San Miguel y La Peraleja

Tal día como hoy, desde tiempos que van más allá de lo que recogen los documentos que nos han llegado de la parroquia de La Peraleja, sabemos que cada 29 de septiembre en el municipio se celebraba una misa y festividad en honor a su advocación el Arcángel San Miguel, a quien como sabemos está dedicada esta jornada.

En las sagradas escrituras leemos que este Arcángel (de entre los siete que había), es uno de los tres cuyo nombre aparece en la Biblia, además de ser considerado el líder de los ejércitos angelicales, cosa que precisamente no solo sucede en nuestra religión.

Veremos igualmente como San Miguel es mencionado en el Antiguo Testamento, además de ser muy apreciado históricamente en municipios como el que nos ocupa, ya que durante este día, se dice que las misas realizadas ayudaban más si cabe a las almas del purgatorio en su ejercicio de purificación, para así encontrar su salvación.

Se le reconoce como el Príncipe de la Iglesia y Príncipe de la Milicia Celestial, siendo el principal oponente que se enfrenta a Satanás, para encargase de la salvación de las almas en el momento de la muerte de Lucifer, de ahí que quien dedicase oraciones en esta jornada siempre recibía una ayuda adicional en el proceso de purificación. Era por ello muy habitual que siglos atrás muchas peralejeras aprovechando que el templo estaba abierto, pasaban horas rezando por las almas de padres, abuelos, hijos o maridos si ya habían fallecido.

Recordemos que San Miguel siempre se representará con una armadura de general romano, así como empuñando una espada con la que amenaza al demonio, a la vez que en la otra mano sostiene una balanza, ya que es con esta mediante la que pesará las almas, pues la tradición nos recuerda que él formará parte del Juicio Final.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

La partición de los bienes. El caso de la vivienda de la familia Rojo de La Peraleja

Ya hemos comentado en diversas ocasiones que la costumbre en estas tierras de partir los bienes a partes iguales entre los hijos, fue algo que no solo se limitaba a lo que era la repartición equitativa de las tierras, sino que también se efectuaba en las viviendas, de modo que en cuestión de varias generaciones, una casa que resultase cómoda y amplia, se llegaba a dividir en diferentes sectores, hasta el punto de heredarse cuartos o habitaciones, que acababan desfigurando la antigua propiedad.

Así lo veremos reflejado en el caso de la familia Rojo, unos peralejeros con raíces en la localidad, cuando en su testamento de 1609, María Rojo (viuda de Miguel Palenciano), especifica que “manda a Juan Rojo, mi sobrino, hijo de Alonso Rojo y de María de Oliva, su mujer difunta, una parte de casa que yo tengo en esta villa bajo de la Iglesia, que alinda con casa de Asensio Rojo y con casa de los herederos de Martín Rojo y la calle, y con Andrés Muñoz, para que sea suya para siempre jamás, con tanto que la goce y viva en ella todos los días de su vida Quiteria Palenciano, mi hija, y después de sus días suceda en ella el dicho Juan Rojo, mi sobrino, para siempre jamás”.

Los Rojo eran por aquel entonces un linaje de labradores que en alguna de sus líneas había ido a menos, tal y como ocurrirá en el caso de la que nos ocupa. María a duras penas puede pedir poco más de 20 misas en el testamento, indicando que su propiedad está lindando con otros familiares (Asensio Rojo y los herederos de Martín Rojo). Añade a su vez que otra de las viviendas con la que limita es la de Andrés Muñoz, quien no precisamente por casualidad es el marido de su hija Quiteria Palenciano, la misma que permitirá que su primo hermano (Juan Rojo), pueda vivir en su casa hasta que ella fallezca y acabe recayendo en su poder.

Puede deducirse que tiempo atrás, la familia Rojo tendría una vivienda más espaciosa, que le permitiría esa repartición entre parientes, distribuyéndose en ese momento seguramente en diversas porciones, y emplazándose posiblemente en lo que hoy es la calle Rafael Bono, la vía urbana que queda justo debajo de la Iglesia de San Miguel Arcángel.

Adjuntamos el fragmento del testamento del año 1609 que recoge esta solicitud de María Rojo, y que encontramos en el libro número 10 de los protocolos notariales de La Peraleja.



David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Telas y poder

Si leemos los testamentos e inventarios de bienes de muchos antepasados recogidos en referencias notariales (o incluso en el repartimiento de posesiones de las partidas parroquiales de los libros de defunciones), comprobaremos como casi siempre hay cinco tipos de fibras naturales, que componen las colecciones de ropa y textiles de cada persona.

Estas las podemos clasificar de acorde su origen en dos grupos: en fibras animales (lana o seda), y origen vegetal (algodón, cáñamo y lino).

Cierto es que cada una tiene una serie de cualidades, que dependiendo del uso que se le pretendan dar, resultan más favorables para un tipo concreto de piezas, no obstante, como suele ocurrir con casi todo, estas también acabarán asociándose a una serie de elementos, especialmente de tipo social, vinculados con el poder o estatus de cada persona, llegando a convertirse en un signo distintivo de la imagen que un individuo o familia podía dar a través de su tenencia.

rafaelmatias.com

Veremos por ejemplo que la tela de lino es una de las que mayor calidad ha tenido desde la antigüedad, siendo valorada por su resistencia respecto al algodón, destacando su capacidad para repeler insectos, característica que como podemos imaginarnos era muy valorada en aquella sociedad de labradores, y que tantas horas pasaba en el campo.

Otras características que ya interesaban a aquellas personas, era su empleo en determinadas piezas, así pues, en el clima frío de la tierra conquense, la lana sin lugar a duda era la fibra natural más apreciada para la elaboración de mantas, ya que esta retiene el calor mucho mejor que cualquiera de las restantes. También sabemos que la seda ha sido una tela deseada por las familias acomodadas, ya que se ha vinculado siempre con el lujo y el poder.

David Gómez de Mora

lunes, 26 de septiembre de 2022

Los curas de la iglesia de Carrascosilla durante la segunda mitad del siglo XVI (1550-1599)

Los libros parroquiales son una fuente de información valiosísima para reconstruir la composición del brazo eclesiástico de cada municipio, puesto que como veremos en cada una de las partidas sacramentales que leamos (sean ya de bautismo, matrimonio o defunción -al recibirse la extremaunción-), tendremos escrito y firmado el nombre del párroco que se encargó de oficiar esa celebración.

Carrascosilla posee un primer volumen que arranca en el año 1550, finalizando en 1693, es decir, casi 150 años de historia, donde se tienen anotados aquellos sacramentos y visitas pastorales que se fueron desarrollando dentro de su iglesia.

Entre los religiosos más antiguos que veremos estampar su firma entre la década de los años cincuenta, tendremos a Juan García, Pedro de Santacruz, así como al Bachiller Villanueva. Este último conocido para nosotros, al estar vinculada su familia con el Barrio de Atienza, pues como optense que era, ejercerá también su oficio en algunas parroquias de dicha ciudad.

Más adelante, entre los años 1560-1564, el encargado de llevar la iglesia de Carrascosilla será el clérigo Martín Martínez, siguiéndole a continuación un personaje de cuyo linaje ya hemos dedicado algún escrito, se trata del Bachiller Rojo, quien ejercerá también en otras parroquias como la de Caracenilla, y cuyo nombre lo veremos asociado a Carrascosilla desde 1565 hasta 1569, además de posteriormente en los años setenta, e incluso según parece hasta 1593, fechas que comprenden un intervalo interrumpido, ya que entremedio veremos a diferentes religiosos.

En este sentido, habrá apariciones puntuales, como la del Bachiller Javalera en 1575 o el Bachiller Ocaña en 1576. A partir de 1579 el cura Andrés de la Fuente será quien tomará el control de la parroquia.

Andrés procedía de una familia sobradamente conocida por su poder, cuyas líneas genealógicas se hallaban esparcidas a lo largo de diversos municipios de la zona, como sucederá con la principal, afincada en Bonilla, pero que también se extendía a otros lugares como Caracenilla o Saceda del Río.

Lo cierto es que Andrés ya aparecerá figurando en una partida sacramental de 1573, así como luego en 1576, y de manera repetida durante la década de los ochenta hasta los años 1587-1588. A partir de ese momento se hará cargo de la parroquia el Bachiller Pedro de Orenes, quien aparecerá hasta los momentos iniciales de la década de los noventa ejerciendo como cura en el pueblo. Cierto es que en determinados momentos veremos la presencia de algunos párrocos que pasarán poco tiempo por la localidad, siendo el caso de Pedro de Santarén en 1583 o Francisco de Morgáiz en 1584.

La fase final que comprenderá la última década, vendrá representada por diversos religiosos, como serán Marco Fernández en 1593, Juan de Lara, quien era vecino de Huete, y que con permiso del titular, el licenciado Diego Gutiérrez, aparecerá en algunas celebraciones (pues veremos que este último estuvo en la localidad ejerciendo como religioso entre 1594-1596), sin olvidarnos del conocido Alonso Mateo Sánchez, clérigo perteneciente a una de las familias más poderosas que hubo en Saceda del Río por aquellos tiempos, debido al patrimonio atesorado, estando a su vez como cura en Caracenilla y su Saceda natal. Aunque Alonso aparezca en el intervalo que va de 1596 a 1597, este también lo hará entre 1591-1592 tras la desaparición del bachiller Pedro de Orenes.

Ruinas de la iglesia de Carrascosilla (mapio.net)

Finalmente, el religioso que alternará junto con Alonso Mateo los últimos años de la centuria, será el Bachiller Asensio García, este vecino de Huete, pero con raíces en la cercana localidad de Valdemoro del Rey, cuya familia como veremos era una de las mejor aposentadas, además de estar entroncada con la casa del referido Licenciado Alonso Mateo, motivo por el cual pudo opositar a las fundaciones que realizó el cura sacedero.

Salta a la vista que muchos de los apellidos que hemos recogido en este artículo, pertenecen a linajes que por aquella época, si bien ya estaban algunos insertados dentro del ámbito nobiliario, otros intentaban hacerse un nombre, siendo el caso de los Lara y Villanueva.

Igualmente no podemos pasar por alto a los integrantes de las familias Rojo, de la Fuente, Sánchez o Saiz de Saceda o García de Valdemoro, quienes en algunos momentos ya habían establecido parentescos mutuamente.

David Gómez de Mora


Referencia:

*Archivo Parroquial de Huete. Libro I de bautismos, matrimonios y defunciones de Carrascosilla (años 1550-1693)

Relaciones y consanguinidad antaño en Piqueras del Castillo

En una investigación llevada a cabo en el año 1794 por el Inquisidor Ordinario de la iglesia conquense, para ver si era cierta la alegación que realizaban Joaquín de Checa y Teresa García, tras solicitar una dispensa matrimonial que les permitiese casarse, por ser parientes cercanos, al guardar un tercero con cuarto grado de consanguinidad, ambos piquereños comentaban que debido a la escasa cantidad de vecinos habidos en el pueblo, era obvio que se diera lugar a una boda entre primos como la que estos futuros contrayentes deseaban celebrar. Razón por la que desde el clero de la capital, se efectuará un interrogatorio a tres nativos, a los que se les preguntará “si saben que dicha villa es estrecha y de corta vecindad, y que en ella atendidas las calidades y circunstancias de la dicha Teresa se halla tan emparentada, que no hallará varón de su igual estado, calidad y condición, con quien casarse que no sea su deudo y pariente en grado prohibido”.

Por aquellos tiempos Piqueras no era una población excesivamente grande, pero tampoco una pequeña aldea formada por un puñado de casas. Recordemos que el Catastro de Ensenada informa de como a mediados de esa centuria en el pueblo había 76 casas de vecinos, lo que aplicando un cociente de unos 4 residentes de media por hogar, nos dará unos trescientos habitantes en total.

Imagen (es.123rf.com)

Es cierto que esta cifra aproximada no supone una gran cantidad de gente, así como tampoco faltaba razón a los prometidos, cuando indicaban que en el pueblo el parentesco era muy estrecho, ya que las políticas endogámicas venían produciéndose desde siglos atrás, tal y como lo confirman los libros matrimoniales de la localidad que hemos estudiado durante el siglo XVII.

No obstante, y a pesar de ello, el principal argumento que premiaba en este tipo de enlaces, no era solo el parentesco, pues bien podían encontrarse entre los tres centenares de casas, vecinos con una consanguinidad más alejada, de ahí que una parte de esta argumentación, era cierta, pero cobijándose en otro interés, y que aflora cuando se pregunta si en el pueblo no había “varón de su igual estado, calidad y condición” con el que poder casarse.

Sabemos que tanto la familia de Teresa, pero especialmente la de Joaquín, venían de casas de labradores con recursos, es decir, gente con tierras, y una consiguiente autonomía en el pueblo, lo que les permitía poseer un patrimonio agrícola, sin tener que depender de la faena que les pudiesen dar otros vecinos, de ahí que muchas veces, detrás de esta fórmula, pensamos que se esconde un interés por premiar enlaces entre gente de un mismo estatus social, que en este caso, sin ser miembros de ningún estamento privilegiado, gozaban de cierta comodidad económica, como propietarios de tierras que eran.

Durante el siglo XVIII los Checa gozaban de reputación, pues controlaban la capellanía del Licenciado Sánchez Abad, teniendo de este modo tierra e hijos insertados dentro del brazo eclesiástico, credenciales más que suficientes para enaltecer el nombre de la familia, y por tanto justificar enlaces con gente que únicamente podían reunir una serie de requisitos que se adaptaban a los cánones de la época para medrar y alcanzar aquel estatus que casi todo mortal buscaba.

Pensamos que la tradición que ha imperado en estas tierras de repartir a partes equitativas entre los hijos los bienes familiares (tal y como desprendemos tras la consulta de los testamentos de sus vecinos en los libros de defunción y volúmenes notariales de la zona), supuso que los matrimonios acabasen celebrándose entre gente del mismo pueblo, para que así de este modo las tierras, y que eran fundamentalmente el motor económico del lugar, nunca llegaran a salir de las manos de sus gentes, consiguiendo así a través de esas políticas endogámicas, recuperar o incorporar el patrimonio que daba calidad de vida a la familia. Todo ello, unido a las fundaciones con lotes de tierras, que eran una excusa perfecta para aislar determinados bienes, que de este modo no se podían enajenar o partir, y así por tanto, ir destinados a una línea en concreto, permitiendo consolidar este tipo de políticas. 

Tengamos en cuenta que la gente no era ignorante, pues sabían perfectamente que la concentración de tierras bajo este tipo de figuras, era lo que más les podía ayudar a que alguno de sus hijos crecieran económicamente, tal y como venían realizando a través del mayorazgo los linajes nobiliarios. Esto unido, a que en la cultura local, estaba extendida la idea que nos recuerda el refranero español de más vale malo conocido, que bueno por conocer, explicarán en parte la complejidad que supone, entender esas sociedades rurales de antaño.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo

Una visita pastoral a la iglesia de Caracenilla a finales del siglo XVI

Leyendo el primer libro de fábricas de esta localidad, y que arranca del año 1598, se registra por escrito la visita que realizó al municipio el Vicario General del Obispado de Cuenca, don Alonso Ezquerra, quien accedió al interior del edificio, consultando los libros que existían en el pequeño archivo parroquial, así como comprobando que entre sus estanterías ya había varios volúmenes donde se registraban los bautismos, matrimonios y testamentos generados en el pueblo, así como la existencia de dos beneficios curados, de los cuales uno en ese momento estaba en manos del Bachiller Juan Muñoz, presbítero del lugar, y valorado en 300 ducados.

Recordemos como desde el Concilio de Trento se estipula que cada parroquia debía de llevar un control del sacramento bautismal y matrimonial, además de las defunciones que se iban produciendo entre sus gentes. Destaca de esta visita, la descripción que realiza de la parte principal del edificio, indicando que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía estaba colocado en medio del altar mayor, en un tabernáculo de madera dorado, dentro del que había un relicario de plata, junto con trozos pequeños y grandes de hostia consagrada, preparados para la siguiente celebración.

Caracenilla (verpueblos.com)

Por desgracia no se dan excesivos detalles sobre las piezas o decoración que componía el edificio, de ahí que únicamente sepamos que en ese momento en la parroquia ya existían libros parroquiales, tal y como lo confirman algunas de las partidas más antiguas de matrimonios que hemos podido consultar, así como un volumen de bautismos, y que nos permite conocer los nombres de muchas caracenillenses que ya estaban viviendo en la localidad desde la primera mitad del siglo XVI. 

David Gómez de Mora

Los curas de Piqueras del Castillo durante la segunda mitad del siglo XVI (1559-1599)

El libro sacramental más antiguo que se conserva de la parroquia de Piqueras del Castillo, comienza con un bautismo del año 1559, momento en el que ya veremos firmando su primera partida al cura de la villa, el religioso Juan de García, quien de manera continua ejercerá el oficio hasta el año 1586, es decir, una intervalo de más de 25 años (que sepamos como mínimo), puesto que desconocemos si este llevaría más tiempo realizando sus obligaciones pastorales con anterioridad.

Cierto que es que durante ese largo periodo de tiempo veremos los nombres de algunos curas, que lo auxiliarán en momentos concretos, tal y como ocurrirá con el sacristán Alonso López (en 1561), Miguel Redondo (entre 1561 y 1562), Alonso de Piqueras (en un bautismo de 1567) o el teniente cura Miguel de la Casa (en varias ocasiones entre los años 1579 y 1582).

Llama nuestra atención, que justo durante una única partida, referente al año 1579, aparece oficiando un bautismo el señor don García Ruiz de Alarcón, clérigo, y que como bien sabemos dejará una nutrida descendencia en el pueblo a través de la casa de los Ruiz.

Vista de Piqueras del Castillo (adiesman.org)

El sustituto del veterano Juan de García será el religioso conocido como Licenciado Sánchez, quien precisamente comenzará a firmar partidas sacramentales justo después de este, sucediéndolo a partir del año 1586 hasta 1590, momento en el que finalizará el intervalo cronológico del primer volumen de bautismos.

Por desgracia, como ya hemos comentado en alguna ocasión, de la misma forma que W. F. King (1970) advirtió décadas atrás en su estudio sobre los Ruiz de Alarcón, existe un vacío desde finales del siglo XVI hasta las décadas siguientes en los libros parroquiales, posiblemente por el hecho de que la familia de los señores de Piqueras tuvieron que blanquear la descendencia del mencionado don García Ruiz de Alarcón.

No obstante, podemos suponer, que tal y como sucederá con Juan de García, el licenciado Sánchez será el mismo que desde su toma de control de la parroquia en 1586, permanecerá de forma ininterrumpida hasta el momento de su muerte. Y esto lo sabemos por el hecho de que hemos podido comparar su firma con la de las partidas de 1586 a 1590, y que ya aparecen en las décadas siguientes en partidas sueltas de 1616 y años posteriores, coincidiendo por ello esta en todas las ocasiones. De ahí que podamos cubrir a modo de hipótesis el periodo de 1590 a 1599, como franja en la que el párroco del pueblo seguiría siendo este religioso, y sobre el que sabemos algunos datos gracias a las referencias que hemos podido rescatar de su testamento.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo


Referencias:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro I de bautismos de Piqueras del Castillo. P-2583

* Archivo Diocesano de Cuenca. Libro II de bautismos de Piqueras del Castillo. P-2584

El mayorazgo de los descendientes de los Patiño

En el año 1631 mandaba realizar su testamento Alonso López, solicitando que su cuerpo descansase "en la sepultura que está enterrado su bisabuelo Gonzalo Pérez Patiño, y que sita en el coro de la nave mayor" de la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel de La Peraleja. Este pide un total de 166 misas por la salvación de su alma, familiares y ánimas del purgatorio, además de crear un mayorazgo.

El mayorazgo era un sistema de reparto de bienes que beneficiaba al mayor de los hijos, de forma que el grueso del patrimonio de una familia no se diseminaba, sino que solo podía aumentar. No obstante, Alonso, y que tuvo dos mujeres (la última María Rojo), parece ser que no dejó descendencia. Por ello nombrará como heredera a su sobrina Ana Izquierdo, hija de Pedro Izquierdo y María López (su hermana). El mayorazgo de los López descendientes de los Patiño estaba formado por unas casas de morada, una tierras de 6 almudes de cebada, "un huerto con un olivar y muchos árboles frutíferos" y dos tierras en la Calzada del Vallejo (todo dentro del término municipal de La Peraleja).

A cambio el poseedor de este lote, tenía la obligación anual de dedicar tres misas en la memoria de Alonso López (una cantada y el par restante rezadas) en tres días concretos.

Veremos cómo se repite en diversas ocasiones a lo largo del testamento que lo que dejaba creado Alonso López era un mayorazgo, al cual se atenían una serie de cláusulas, características en la creación de esta institución que formaba parte del derecho civil. El documento referido se puede consultar en la Caja Nº8 de los protocolos notariales de La Peraleja (Archivo Municipal de Huete).

David Gómez de Mora

La capilla de la Virgen del Rosario de La Peraleja

No me cansaré de decir que me gusta seguir viviendo en la Cuenca de los siglos XVI-XVIII. Es posiblemente de esta forma (gracias a la lectura de todos los documentos posibles que existen sobre esa época), la forma a través de la que una persona de nuestros días, puede llegar a entender con mayor precisión, de qué manera vivían y pensaban muchos de nuestros antepasados 300 o 400 años atrás.

A falta de una máquina del tiempo, poco más se puede hacer.

Recordemos que dentro de las iglesias había capillas y zonas de diferentes categorías en lo que respectaba a la jerarquía salvífica de las almas del Purgatorio. Precisamente, una por su importancia eran los altares dedicados a advocaciones concretas, destacando por su tradición dentro del catolicismo cristiano el de la Virgen del Rosario.

En el caso de La Peraleja veremos tanto por sus libros de parroquia como notariales, que desde siglos atrás ya existía una capilla dedicada a esta advocación mariana. Es por ello que nos encontraríamos ante un espacio muy delimitado y concreto del templo, al que los peralejeros deseaban acceder llegado el momento de su muerte.

Ya indicamos que la línea de los Parrilla que ejercían como escribanos, y que eran una de las casas más acomodadas de su tiempo, tenían precisamente en ese preciso lugar su punto de enterramiento. No obstante, veremos que estos no serán los únicos, pues leyendo el testamento de María Rojo (mujer de Alonso de Tudela e hija de Juan Rojo Conde), esta vecina solicitará que su cuerpo descansase en la sepultura que tenía su padre, y que también se ubicaba dentro de la capilla de la Virgen del Rosario.

Es por esta razón que tanto los Parrilla en el siglo XVIII, como los Rojo en el XVII, serán algunos de los vecinos que consiguieron hacerse con una parcela dentro de un espacio tan solicitado.

La tradición relata que la práctica de la oración por las Benditas Ánimas del Purgatorio siempre se ha efectuado para conseguir de forma satisfactoria la intercesión de la Virgen María, y consiguiente limpieza de los pecados de las almas de los difuntos, en su búsqueda por la salvación, para así abandonar lo antes posible su estancia en el Purgatorio.

El interés por poder depositar los cuerpos de los fallecidos en un espacio tan concreto, unido a la práctica de diferentes oraciones junto a su altar, y bajo el que estaban los cuerpos de los difuntos, era una fórmula que combinada aceleraba la entrada de aquellas personas en el Reino del Dios.

David Gómez de Mora

domingo, 25 de septiembre de 2022

Las políticas matrimoniales en el territorio conquense de antaño. Una visión personal

La endogamia ha sido una fórmula empleada en muchos de los enclaves de nuestra geografía, ya no solo entre las élites del ámbito aristocrático urbanita, sino también en focos rurales, donde debido a una serie de patrones que marcan la idiosincrasia de estas zonas con baja densidad demográfica, se fue gestando desde tiempos remotos un modo propio de afrontar los problemas, tales como la repartición de la tierra o la estabilidad de los grupos de poder dentro de aquellos lugares aislados de los grandes focos de influencia poblacional.

Cierto es que en el caso del área conquense que hemos analizado, será una constante la repartición equitativa del patrimonio familiar entre los hijos, no obstante, en el momento en que cualquier linaje pretenda asentar unas bases que le permitan acrecentar su estatus o potenciar el nombre de la familia de ese lugar, apreciaremos como se recurrirá a la creación de fundaciones, tales como vínculos, capellanías y mayorazgos, que pretendían aglutinar el patrimonio de manera aislada en un único lote, de los cuales siempre resultará beneficiada una única persona o familia, rompiendo por tanto con esa tradición extendida entre la sociedad conquense de dividir las tierras e incluso las casas a partes iguales entre todos los vástagos de un mismo núcleo familiar.

La verdad es que para entender patrones sociales de esta tipología, es necesario haber ahondado en mucha documentación local. Talvez de este modo, uno puede aproximarse mejor al esclarecimiento de dicha cuestión, pudiendo así confirmar o desmitificar esa literatura que toca por encima la vida en espacios escasamente estudiados por la historiografía actual.

Por la parte que nos toca, cabe decir que apreciamos idénticos patrones matrimoniales a lo largo de los diferentes enclaves que hemos ido estudiando con el paso de los años, guardando claros paralelismos tantos los municipios del área meridional de la provincia, siendo el caso de Piqueras del Castillo, Buenache de Alarcón, Barchín del Hoyo o Rubielos Altos (donde se han analizado a fondo todas las partidas sacramentales como documentación notarial conservada), así como de la misma forma en el área de la Alcarria Conquense, c oncretamente en el caso de municipios como Villarejo de la Peñuela, Castillejo del Romeral, Caracenilla, Verdelpino de Huete, Saceda del Río, Carrascosilla, La Peraleja, o en el barrio de Atienza de la ciudad de Huete.

Analizando cada uno, podemos decir que en todos siempre se detectan los mismos patrones en lo que concierne al desarrollo de políticas matrimoniales cerradas, especialmente entre familias de similares características sociales (al menos en el abanico cronológico que abarcan los siglos XVI-XVIII), de ahí que podemos suponer, que no nos encontramos ante un hecho casual, sino que muy probablemente, ante una idea muy extendida por todo el arco de nuestra geografía peninsular, pues incluso en zonas apartadas, como es el caso de Peñíscola (Castellón) o Cañete la Real (Málaga), hemos apreciado que este patrón se repite, de ahí que estemos ante un mecanismo social más común de lo que nos podríamos llegar a imaginar.

Ahora bien, cabe analizar a través de las fuentes que nos lo permitan, qué razones movían a estos linajes a actuar de ese modo. Una de las respuestas podría encontrarse en lo que son los libros de protocolos notariales, así como también en las dispensas matrimoniales, y que veremos en los diferentes archivos diocesanos, junto las colecciones de documentos de las parroquias locales.

A través del capítulo 18 del libro de Levítico, ya se recordaba desde la iglesia la prohibición de celebrarse matrimonios entre parientes con una consanguinidad muy estrecha. Cuestión que veremos ya esbozada durante la Baja Edad Media a través de la estipulación de algunas normas, pero que no será estrictamente delimitada hasta la llegada del Concilio de Trento, cuando se dejará claro que grado de parentesco había de existir entre los contrayentes. No obstante, y como veremos, esto no siempre fue así, pues cualquiera que ha estudiado a fondo las relaciones matrimoniales a través de genealogías en municipios pequeños, verá como los enlaces matrimoniales entre personas que eran primos hermanos no fueron un caso inaudito, de ahí que a continuación pasemos a desarrollar algunas cuestiones, y que hemos observado a colación de los diferentes documentos con los que hemos ido trabajando durante estos años, en lo que respecta a las localidades del territorio conquense anteriormente citadas.

Para llegar a celebrar un matrimonio entre familiares relativamente cercanos, era necesario pedir una dispensa matrimonial, es decir, un autorización en la que la iglesia aprobaba que los contrayentes podían mantener una relación matrimonial siempre y cuando se demostrara qué tipo de nexo existía en términos genealógicos, gracias al traslado de datos del linaje, y que se extraían desde sus parroquias locales, informándose de este modo sobre el grado de consanguinidad existente entre dichas partes, a la vez que se argumentaba el motivo que llevaba al desarrollo de esa unión. Para esto los curas de cada pueblo, consultarán las partidas de matrimonio de cada antepasado directo de esas persona (al menos cuatro generaciones), elaborando diferentes genealogías (a veces con diseños muy elaborados), en los que se estipulaba con precisión el grado de consanguinidad entre ambas personas, aportando además el testimonio de vecinos, que confirmaban si la información trasladada o argumentada era verídica.

No obstante, veremos como la cosa cambiaba en el momento de justificarse el motivo por el que se producía aquel enlace, ya que era necesario detallar que había llevado a la celebración de un matrimonio entre gente con un parentesco tan próximo.

Por norma general las dispensas acarreaban un gasto, aunque veremos que a veces podían no llegar a costearse, debido a la pobreza de la familia, tal y como literalmente registra la documentación, pudiendo así la gestión resultar gratuita o a muy bajo precio. No obstante, por norma general lo habitual es que esta se acabase pagando, ya que al fin y al cabo, detrás de aquel informe había todo un trabajo burocrático y de investigación, que como veremos en diferentes lugares y momentos se afrontó de muchas formas.

Como datos anecdóticos, no podemos pasar por alto una hoja de un libro parroquial de La Peraleja, en la que el cura deja por escrito que este se encontraba desbordado al intentar averiguar el entronque de una línea común entre dos personas, dejando para ello aparcado el tema, y animando por escrito en una nota a que si algún atrevido se veía con ganas, que fuese este quien acabase desentrañando la faena.

Cierto es que muchas veces estas labores detectivescas no solo se reducían al ámbito de las dispensas, pues para la tenencia de una capellanía o el aprovechamiento de una fundación, el párroco había de elaborar genealogías que permitiesen demostrar el entronque entre el fundador y el interesado, tal y como se estipulaba en las cláusulas de su creación.

Conocemos el caso de Buenache de Alarcón, donde un párroco elaboró durante el siglo XIX un índice matrimonial detallado que ya arrancaba desde el siglo XVI, y en el que alfabéticamente recogerá la página y tomo de la partida matrimonial de cada vecino. Una labor que el investigador de hoy agradece con creces.

Tampoco podemos pasar por alto el libro de genealogías de los vecinos de Villarejo de la Peñuela, en el que de nuevo, otro párroco, y gracias a multitud de árboles que indexa en el mismo libro, traza los parentescos entre sus vecinos, agilizando de esta forma las tareas para cuando uno de los parroquianos fuese a casarse con un pariente o solicitara las prestaciones de una fundación.

Cabe decir que estos casos los conocemos por el hecho de que hemos analizado a fondo las políticas matrimoniales y genealogías de estos pueblos concretamente referidos, no obstante, pensamos que deben haber otras tantas obras de esta clase en los diferentes archivos de nuestra geografía, y que se insertan en ese interés por tener controlada al milímetro la consanguinidad entre vecinos, al tratarse de lugares donde el vecindario era pequeño, y por tanto había mayores posibilidades de fomentarse políticas cerradas.

Uno de los argumentos más recurrentes para justificar parentescos estrechos en las dispensas, era el de que en el lugar de residencia había un vecindario muy reducido, cosa que no daba según los contrayentes a más opciones.

Otras veces se llegaba incluso a justificar que debido precisamente al número de habitantes tan bajo que existía en el pueblo, así como que no había personas en el lugar de una condición social tan buena como la de los futuros contrayentes, debía de entenderse que esa era la única alternativa, y por tanto, legitimar el matrimonio, ya que el resto de vecinos no reunía las características deseadas.

Resulta llamativa otra argumentación cotidiana, como la de que si había algún inconveniente en la celebración de ese matrimonio, las dos partes se verían en la obligación de buscar personas de una menor calidad social, avisando con ello que se estaba promoviendo una degradación del linaje en el caso de no aceptarse ese enlace por bueno. Este último es sin lugar a duda un dato de notable interés para quienes estamos interesados en el trazado de las radiografías sociales de las élites y grupos de poder local, pues veremos de esta manera, como oficialmente un conjunto de personas se desmarca de otras, alegando su capacidad económica.

De ahí que muchas veces, en las dispensas detrás de argumentos como el de la escasa densidad demográfica, pensamos que hay motivos más bien de índole social. Esto en parte creemos que derivaría del tradicional modelo de repartición de bienes a partes iguales entre hijos, y que ha imperado históricamente en estas tierras. Pues con el mismo se creaba una bolsa de pobreza en cuestión de una o dos generaciones a través de sus descendientes, si antes estos no aglutinaban o incorporaran nuevas tierras o bienes que dieran cierta calidad de vida a sus familiares, ya que de lo contrario se estaba entrando dentro de un círculo vicioso, en el que la única salida era retroalimentar la retención del patrimonio con políticas cerradas, que a tenor de nuestra opinión, muchas veces se habrán de justificar por medio de esas dispensas que nos han llegado, y que no son más que el reflejo de la preocupación de unas gentes por seguir preservando una calidad de vida aceptable, que además había de adaptarse a la normativa burocrática establecida desde Trento, así como a una idiosincrasia del cooperativismo familiar, donde todos los hijos tenían derecho a una herencia equitativa, en contra de modelos opuestos, como los que veremos en el caso de Peñíscola o las masías del norte de Castellón, donde se realizaban distinciones desigualitarias, dejando a un lado las preocupaciones o consecuencias que aquello pudiese acarrear a los hijos.

Como ya se ha indicado, la creación de fundaciones dentro de una misma familia, y que veremos a lo largo de todos estos pueblos, y en las que se vinculaban una parte de los bienes del linaje, son al fin y al cabo una herramienta con la que fomentar esas políticas que premiaban el crecimiento de unas líneas genealógicas por encima de otras, tal y como sucede en los casos del hereu catalán, o en la distribución de las propiedades en el territorio vasco, donde el primogénito prevalecía por encima de sus hermanos.

Podemos pues proponer a modo de hipótesis, que muchas veces detrás de los intereses que buscaban justificar aquel enlace entre familiares por motivos de escaso vecindario, había más bien una serie de razones económicas (exceptuando casos como en los que se reconocía públicamente que la familia era pobre), en parte por la búsqueda de acaudalar, o simplemente mantener un patrimonio, que la tradición e idiosincrasia del lugar, favorecía a su fragmentación, explicándose así muchas de esas políticas endogámicas, que como veremos, a través de las fundaciones y memorias en las que se aglutinaban tierras, servirán para dar salidas a lotes de bienes, que gracias a las cláusulas de su creación, impedían su venta o fragmentación, favoreciendo de este modo el crecimiento social de determinadas líneas, en contra de ese sistema cooperativista, y que las élites de cada pueblo sabían muy bien, tal y como reza el refranero, era “pan para hoy, y hambre para mañana”, puesto que segaba cualquier posibilidad con la que poder medrar algunos de los integrantes de su linaje.

David Gómez de Mora

domingo, 18 de septiembre de 2022

Ejemplos de bienes en casas de labradores en Verdelpino de Huete

Los protocolos notariales son una fuente de información que nos permite entrar en el hogar de muchos de nuestros antepasados hace más de cuatrocientos años, para así imaginar qué pertenencias tenían, además de conseguir que nos hagamos una mínima idea de cómo era la vida en un momento y lugar concreto, del que tantas cosas ignoramos.

En el caso de Verdelpino de Huete veremos el ejemplo de dos vecinos, dedicados al campo, pero con diferencias reseñables en lo que se refiere a la tenencia de diversos objetos, que al final acaban siendo decisivos, en el momento de querer averiguar en qué condiciones vivieron cada uno de ellos.

Conocemos el caso del inventario de Roque Sainz, vecino de Verdelpino de Huete, del que en 1623 se recogen sus propiedades, destacando entre ellas una casa en la que tenía capazos, sábanas de cáñamo, sayas, corpiños, un tocado vizcaíno, camisas de cáñamo, una cama de pino con cordeles, un cubrepajas, mantas, arcas, arquillas, sartenes, además de algunas herramientas que le servían en su día a día, junto otros productos de escaso valor, pero indispensables en los quehaceres rutinarios de aquella gente.

Hojas más adelante, leemos por ejemplo el inventario de Juana de la Peña, viuda de Francisco Pintado, realizado en 1624. Esta familia de labradores, que no llegaríamos a catalogar entre las más acomodadas del pueblo, pero que si gozaba de una cierta cantidad de bienes que no veremos en el caso anterior, nos refleja la diferencia que podía existir entre vecinos, a pesar de que estos se dedicasen a un mismo oficio. Así pues, en este caso leeremos la presencia de algunos elementos coincidentes, como las sayas, corpiños, mantos, cubrepajas, sábanas, martillos, tenazas, aunque destacando algunos que daban cierta singularidad, como sucederá con un ballesta con sus gafas (para cazar), varias cucharas, “una cama de cordeles buena”, productos de importación como platos valencianos, así como una casa, una era y un total de 14 fincas.

Ciertamente no existían grandes diferencias entre el menaje de unas viviendas y otras, aunque como veremos, la tenencia de determinados bienes (especialmente traídos de fuera), y que en algunas ocasiones irán en relación con una mayor cantidad en el número de arcas o arcaj (cofre grande), así como con una mayor variedad de textiles, se complementará con la posesión de muebles, como es el caso de mesas, sillas, bargueños o escritorios, e incluso cubiertos o cierta cantidades de platos, los cuales por ejemplo sí que veremos en la segunda familia, marcando muchas veces esa diferencia que a simple vista, desde un estudio genealógico, no llegamos a presenciar hasta que damos de pleno con la posesión detallada de cada uno de los objetos que tenía el individuo en su hogar, y que a medida que irán subiendo la cantidad de hojas recogidas por el escribano, se acaban convirtiendo en una muestra más de esas diferencias entre clases sociales.

Estas referencias documentales se encuentran en los fondos del Archivo Municipal de Huete. Sección de protocolos notariales de Verdelpino de Huete, caja nº4 (años 1623-1626).


David Gómez de Mora

Juana Vicente, una peralejera más

En 1629 mandaba redactar su testamento Juana Vicente, mujer de Juan Jarabo, e hija de Juan Vicente, un labrador peralejero que estaba enterrado en una sepultura de las que se denominaban como "privilegiadas", puesto que se hallaba en el coro mayor de la iglesia de San Miguel Arcángel, punto que según la creencia de los nativos, aceleraba la limpieza de los pecados del difunto, y consiguiente reducción del periodo de estancia en el Purgatorio. Es por este motivo que Juana pedirá que su cuerpo descanse en la tumba donde se hallaba su progenitor.

Juana también solicitó poco más de un centenar de misas por la salvación de su alma y allegados, dejando claro que fuese una de sus hijas la encargada de llevar anualmente una ofrenda encima de su sepultura, por ello, a cambio, y como solía rezar la costumbre, esa persona recibía algún tipo de recompensa por esta labor. En este caso se trataba de un pedazo de tierra que tenía la familia en un cañamar, dentro de la partida de la Fuente la Peña.

Los bienes se repartieron por igual entre los siete hijos que tenía (Pedro, Juan, Juana, Miguel, Ana, Domingo y Francisco) con su esposo Juan Jarabo.

Ahora bien, Juana Vicente hizo una serie de distinciones, en las que premió a unos hijos por encima de los otros. Así pues, a Juana y Ana Jarabo, les da toda la sarta de plata que tenía en su casa, para que estas se la repartiesen de manera equitativa, así como a su hijo, Francisco Jarabo, le entrega 800 reales en metálico, para que este disponga de una ayuda durante la realización de sus estudios.

Estamos ante un momento en el que estas familias de campesinos, entienden la importancia que supone el tener a gente del hogar formada, pues además de nombre a la casa, en el caso de insertarse dentro del clero, esto les reportaba beneficios espirituales, pues había alguien rezando constantemente por la salvación de sus almas. De ahí que más allá de la tenencia de un patrimonio agrícola que les podía dar una cierta comodidad económica, contar con gente que tenía una formación que fuese más allá del trabajo en el campo, eran credenciales que reforzaban el estatus de todo el hogar.

Igualmente, Juana añade que su nieta Isabel de Crespo (hija de la referida Juana), reciba una frazada y tres mantas para abrigar la casa. Puede parecer algo insignificante a los ojos de hoy, pero la tenencia de este tipo de piezas textiles artesanales, era algo muy deseado en una sociedad donde la calefacción eléctrica no existía, especialmente cuando las estaciones de otoño e invierno se afrontaban con mucha dificultad en tierras como la Alcarria Conquense.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

El contrato laboral de José de Peñalver

Contrato laboral (o carta de entrar a soldada), en la que José de Peñalver, vecino de La Peraleja, entra a trabajar con un patrono a cambio de una soldada en dinero o especie.

Se especifica que "ha de servir por un año para andar con un par de mulas, desde el día de San Miguel de septiembre de 1625, hasta el día de San Miguel de 1626. Da de soldada por el dicho año 16 ducados, 2 arrobas de lana, media arroba de cáñamo y se ha de calzar de dicho dinero a su costa".


Caja nº7 de los protocolos notariales de La Peraleja. Archivo Municipal de Huete


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

Bienes y costumbres en La Peraleja (año 1625)

En el año 1625 el peralejero Gabriel Vicente protegía los bienes de su familia bajo una cláusula habitual en el momento de redactar las últimas voluntades de su testamento, recordando que "mando a la dicha María Saiz, mi mujer, por el buen amor y compañía que durante nuestro matrimonio hemos tenido, toda la parte que a mí me pertenece en todos los bienes raíces y muebles que durante el dicho nuestro matrimonio hemos mejorado y comprado por los días que viviere, y después de los días de su vida los tuviera María Vicente, nuestra hija".

Gabriel era un labrador con recursos, por ello se pudo permitir un pago superior para la salvación de su alma, familiares y ánimas del purgatorio de 250 misas, además de recordar que alguno de sus vecinos le debía algo de dinero.

Su mujer era María Saiz Jarabo, hermana del labrador Pedro Saiz Jarabo. Otra casa con solera en el pueblo.

Este menciona como hija única y heredera a la referida María Vicente, quien ya veremos que estaba casada con su marido Miguel Vicente.

El poder garantizar de forma segura la transmisión de sus bienes tanto a su esposa (inminentemente viuda), así como a su hija, era una cuestión de obligado cumplimiento, pues con ello se solventarían muchos problemas, en una sociedad donde los pobres de solemnidad y la gente con escasez de recursos estaba a la orden del día. Afortunadamente los Vicente dispusieron en muchas de sus líneas de un nutrido patrimonio que les hizo prevalecer como gente bien posicionada, motivo por el que los veremos en tantísimas ocasiones asociados a los grupos de poder local.

El documento se halla en la caja nº7 de los protocolos notariales de La Peraleja, perteneciente al Archivo Municipal de Huete. Este fue redactado por el escribano Alonso Muñoz.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

Ripias y vigas, sinónimos de bienestar

"Y también mando que la madera que tuviere de ripia y vigas (...)"

En una época en la que todo se aprovechaba, veremos como Diego de Solera, vecino de Verdelpino de Huete, en su testamento redactado el 2 de abril de 1607, solicita ante el escribano de manera preferente, que los hijos de uno de sus dos matrimonios, pudieran llevarse los varios restos de madera y tablas que este tenía en una parte de la vivienda.

Cuesta imaginar que este tipo de donaciones se estipularan en el momento de redactar las últimas voluntades de una persona, no obstante eran más normales de lo que uno se puede llegar a imaginar, ya que precisamente la ripia es una de las tablas que se coloca sobre los travesaños de los techos para servir de soporte a las vigas, un elemento que indicaba el estatus de su propietario como de la familia que residía en su interior, pues esta se asociaba a gente pudiente, ya que los pobres habían de conformarse con jaras secas para poner las tejas sobre ellas.

Diego de Solera, era hijo de Domingo de Solera, además de un labrador acomodado. Un personaje procedente de una casa de verdelpineros con tierras y recursos, lo que le permitió solicitar por la salvación de su alma, familiares y ánimas del purgatorio más de 120 misas.

Este tipo de breves referencias, a los investigadores locales nos aportan mucha información, pues con ellas uno va perfilando la radiografía social de las gentes de cada lugar, a pesar de que nos separen más de 400 años de historia. 

David Gómez de Mora

sábado, 17 de septiembre de 2022

Elementos decorativos en un libro de La Peraleja

A principios del siglo XVI, más concretamente en el año 1503, la reina Isabel la Católica, a través de la pragmática de Alcalá, estableció que el protocolo notarial sería el conjunto de escrituras mediante las que los escribanos reflejarán por escrito aquellas obligaciones, derechos y acuerdos alcanzados por parte de las personas interesadas en el momento de estipularse la realización de un testamento, traslados, inventarios, tutelas, ventas o cambios de bienes, así como otras muchas operaciones, para las que será necesario acudir a estos profesionales.

Sabemos que este oficio se transmitía muchas veces de manera generacional, quedando los numerosos volúmenes que se encuadernaban en diferentes tomos dentro de la misma casa del escribano, lo que en parte permitía que este acabara familiarizándose estrechamente con ellos, de ahí que en alguna ocasión podía darse el caso, en el que además de redactarse el documento que se le solicitaba al experto, este podía llegar a acompañar en los márgenes de las hojas, elementos decorativos que al mismo tiempo demostraban sus dotes artísticas en el momento de manejar la pluma.

No hace falta ser un experto perito calígrafo, para intuir las habilidades que muchos de estos profesionales poseían en lo que incumbe a la representación de letras o dibujos. Simplemente viendo la traza de su firma, pero fundamentalmente el tipo de letra con la que redactaban, podemos hacernos una idea. Hecho que muchas veces apreciamos en el caso de índices que han sido detalladamente decorados, así como también en los márgenes de hojas de testamentos, cartas de obligación u otro tipo de documentos, como sucederá en el caso que aquí nos ocupa.

El documento que en esta ocasión vamos a tratar por haberse plasmado en su interior algunos de los referidos elementos decorativos, es el volumen número 8 de la colección de protocolos notariales de La Peraleja, el cual está asignado al escribano Alonso Muñoz, y cuyo intervalo cronológico abarca los años 1627-1632.

Como bien sabemos, este tipo de piezas escritas, muchas veces pasaba por las manos unos cuantos escribanos, de ahí que será normal ver las firmas de varios dentro de un mismo libro. Cuestión por la que nosotros planteamos, que posiblemente el autor de los referidos dibujos, es otro de los escribanos que en ese momento había en la localidad, que tal y como apreciaremos junto con la firma de Alonso Muñoz, aparecerá en diversas ocasiones dentro de ese volumen, siendo más concretamente el peralejero José Benito, vecino y oriundo del municipio, que como sabemos por esas fechas trabajaba como escribano de Su Majestad, además de en el Ayuntamiento de La Peraleja.

Analizando los dibujos que se recogen en los márgenes de las hojas de este libro de protocolos, apreciamos similitudes entre la forma de las letras realizadas por el referido escribano, respecto algunos de los elementos que dibuja, tal y como ocurre con una frase religiosa, a la que incorpora diseños artísticos, y en los que coincide claramente la tipografía de su firma con la del texto escrito, hecho que evidencia como este ya efectuaba estos dibujos a conciencia, posiblemente una vez que ya había finalizado la redacción del documento notarial.

Estos dibujos muchas veces podían ser fruto del aburrimiento del escribano, manifestando así sus dotes artísticas, aunque también podamos verlos como una técnica con la que este iba mejorando los curvados y formas de sus letras, tal y como muchas veces plasmará en el momento de estampar su firma en la parte final de cada escrito.

Los diseños que encontramos en la zona inicial de este volumen, debemos insertarlos dentro de una temática religiosa, tal y como lo evidencia un texto que los acompaña, y en el que se recuerda que Dios es el creador de todo. Hemos de decir que en algunas de estas ilustraciones, se perciben figuras que representan un mensaje concreto, aunque también habrá otras que consideramos más difíciles de contextualizar, tal y como ocurre con el caso de algunas figuras humanas, aves o plantas, que no sabemos a ciencia cierta si son simplemente diseños aleatorios, o pueden insertarse dentro de una misma línea artística.

Uno de los que se enmarcan dentro de este interés por representar elementos religiosos, lo veremos en un par de secciones del libro, donde entendemos que el personaje que se dibuja es Jesús de Nazaret.


Dibujos nº1-2

Así pues, en la imagen número 1 parece ser que se ha ilustrado a Jesús en el momento de su martirio, detallándose una serie de puntos que envuelven la figura, y que podrían simular las gotas de sangre derramada. Algo que tendría sentido cuando vemos que en la parte superior de la cabeza del personaje, aparece la corona de espinas que nos recuerda el momento de la Pasión, y que se cita en los evangelios de Marcos (15:17), Mateo (27:29) y Juan (19: 2-5).

El dibujo número 2 podría hacer alusión al momento de la resurrección del señor. Para ello pensamos que debería hacerse una lectura conjunta de las dos figuras, pues en la parte inferior vemos a Jesús de Nazaret crucificado, así como en la zona superior leemos la palabra “DIOS”, encima de la que apreciamos una figura humana con lo que parecen ser un par de alas, las cuales podrían estar refiriéndose al momento de la ascensión, es decir, cuando después del martirio, tras la resurrección, el hijo de Dios asciende en cuerpo y alma en busca de su Padre, confirmando con ello el origen divino de Jesucristo.



Firma del escribano a quien atribuimos la elaboración de los dibujos señalados, y en donde se aprecia la coincidencia de la tipografía de las letras de su nombre con las de unas frases dirigidas a Dios

En la representación número 3 tenemos una figura humana (con su rostro, brazos y pecho), de la que desde su parte inferior enlaza con otra figura dibujada. Llama nuestra atención el diseño de la representación que vemos en la parte baja de la zona derecha, pues en ella apreciamos como desde su cabeza aflora un sombrero o cornamenta. Otro elemento a tener en cuenta por el hecho de que luego lo volveremos a ver, es una especie de elipse con un punto dibujado en el centro, de la que salen una serie líneas rectas que van desde su borde hacia la parte externa.

Dibujo nº3

Las representaciones siguen distribuyéndose a lo largo de diferentes hojas, de ahí que tampoco podamos pasar por alto dos dibujos, en los que se representan un total de tres aves, junto con la figura elíptica anteriormente descrita, y que no sabemos interpretar de manera rigurosa.

Si seguimos la línea interpretativa de un contexto religioso, hemos de pensar que las aves pueden estar haciendo alusión a una paloma. Símbolo como sabemos de enorme calado cristiano, ya que representa a la tercera persona de la Santísima Trinidad. Así pues, Lucas (3:22) recuerda que cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal de este animal. No obstante, hemos de advertir que la paloma no será siempre la única ave que veremos escenificada en la iconografía cristiana, pues tenemos el caso del águila como símbolo del bautismo, o el pelícano en alusión a la expiación y al Redentor, sin olvidarnos de otras enmarcadas dentro de la Resurrección y la vida eterna, como el ave fénix o el pavo real. Cierto es que si nos fijamos con detalle (a pesar del esquematismo de las figuras animales), puede llegar a presenciarse una cola y cresta, y que perfectamente podría representar un gallo, por lo que si fuese así, consideramos que este animal no guarda la significación simbólica de los anteriores, por lo que cabría alejar la posibilidad de un motivo religioso en todos los elementos que componen la colección de dibujos, y es que a pesar de que el gallo sea citado en las sagradas escrituras como en Salmos (40:8) o Mateo (26:34), lo lógico sería pensar en que su diseño obedece a un mero entretenimiento del autor.


Dibujos nº4-5

Igualmente llama nuestra atención la representación de un par de elementos vegetales, de los que en cuya base (o al menos si distinguimos en el caso de uno, ya que el otro parece no estar finalizado), se aprecian un par de serpientes, las cuales podrían estar haciendo alusión a los árboles del paraíso, es decir, al Jardín del Edén, y que como sabemos están citados en el libro del Génesis. Recordándonos así la historia del árbol del conocimiento, y del cual tenían prohibido alimentarse Adán y Eva.


Dibujos nº6-7

Otro elemento decorativo que aparece en diferentes ocasiones y que no sabemos cómo definir, son una especie de arcos, con una decoración superior, desde los que siempre parte una línea recta con una serie de líneas curvas.

El abanico interpretativo puede ser variado, de ahí que una de las posibilidades que nosotros pensamos, parta de que estemos ante puertas o accesos conectadas a través de un camino, bien pudiendo escenificar lo que en la mente del escribano era una especie de puerta del cielo, infierno o incluso purgatorio. Cuestión que no podemos dejar más allá de una mera hipótesis iconográfica, pues el esquematismo de las figuras es notable.

Dibujos nº8-9-10

Cierto es que por ejemplo las puertas del infierno únicamente son citadas una vez en la Biblia (Mateo, 16:18), mientras que las del cielo las veremos en varias ocasiones, como ocurre con el libro del Génesis (28:16) o las puertas que en el sentido espiritual recoge Juan (10:9) para referirse al acceso por el que deben acudir los fieles en busca de su salvación hasta llegar al Reino de los Cielos.

Finalmente veremos un par de figuras que tampoco sabemos con qué relacionar, pues de la misma forma que sucede con las representaciones anteriores, son varias las explicaciones que se podrían dar.

Dibujo nº11

Dibujo nº12

En este caso, hemos de decir que ambas guardan paralelismos estilísticos, como ocurre con esa especie de sombrero o cornamenta, y que ya hemos apreciado en la figura inferior del dibujo 3, además de que ambas presentan un rostro humano (cara, pelos y brazos), con la particularidad de que una termina sobre una especie de cola sin piernas (nº11), mientras que la otra si lo hace con un dibujo de sus dos extremidades inferiores, pudiendo haberse representado en la parte central, lo que parece ser un dibujo esquemático de un órgano genital masculino o una cola (nº12), que nos recuerda la imagen del diablo.

Dicho esto, y a grandes rasgos, consideramos que la temática y posibilidades de interpretar algunos de estos dibujos es muy variada, de ahí que en nuestro caso no podamos profundizar con mayores garantías que tipo de representación pretendió plasmar su autor, partiendo por ello únicamente de la idea de que todos o una parte de los mismos diseños, puedan encajarse en un mismo contexto religioso, a través de los que el escribano peralejero José Benito, manifestó una parte de sus dotes como dibujante.

Esperamos seguir dando a conocer más elementos decorativos de esta clase, a medida que vayamos descubriendo otras posibles representaciones, ocultas entre las hojas de esos protocolos notariales, y que nos sirven como herramienta fundamental con la que escribir o reconstruir como era la sociedad rural de antaño en la que vivieron nuestros antepasados.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja


Referencia:

* Archivo Municipal de Huete. Caja nº8 de protocolos notariales de La Peraleja (años 1627-1632)

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).