domingo, 24 de abril de 2022

Los dominios de los Ribera. Señores de Villarejo de la Peñuela y también de Cabrejas

Durante el siglo XIV la familia de los Ribera recibiría como recompensa por su implicación en la defensa de la fortaleza de Huete la aldea de Cabrejas (entre otras). Se trataba de un modesto asentamiento, no muy alejado de la ciudad de Cuenca, afincado en una franja montañosa, que funcionó como un enclave estratégico que conectaba con los dominios que el linaje complementaba en los poblados de Valmelero y Villarejo de la Peñuela.

Recordemos como a mediados del siglo XVII Valmelero se hallaba prácticamente a punto de despoblarse, de ahí que en los vecindarios de la Corona de Castilla, Reinos de Navarra, Aragón y Valencia de 1646 se indica que en la aldea residían un par de vecinos, no distando excesivamente de la decena que se anotan en Cabrejas. Una cifra que a pesar del margen de error que se indicaban en este tipo de fuentes, nos vale para aproximarnos el panorama que se vivía en el lugar, pues era evidente que la baja presión demográfica que se mantendrá de modo permanente hasta su abandono definitivo fue una constante a lo largo de la historia de aldeas de estas características. Recordemos como por ejemplo Cabrejas todavía mantendrá la presencia permanente de habitantes hasta la segunda mitad del siglo XX, momento en el que ya se abandonará definitivamente para siempre.

Venta de Cabrejas

Sabemos que los dominios de Cabrejas pasarán a englobarse dentro de los diferentes títulos que obtuvieron los descendientes de los Ribera. El palacio de Villarejo quedará con el paso del tiempo en un estado ruinoso, a pesar de la notable reforma a la que se sometería el edificio durante el siglo XVI.

Todavía en lo que sería la venta que se emplazaba junto a la vía por la que se accede hasta el lugar (y que muy probablemente ahonda sus raíces en una estructura precedente), apreciamos el escudo de armas que los Condes de la Ventosa y antiguos señores de Villarejo de la Peñuela, quienes como sabemos tenían su antigua residencia palaciega en este último lugar.

Parte trasera de la venta de Cabrejas

Dentro del imponente escudo de piedra que corona la fachada, veremos varios blasones divididos en cuatro cuarteles, de los que al menos una parte coinciden con los medallones presentes en las esquinas del altar de la iglesia de San Bartolomé de Villarejo de la Peñuela, y es que no hemos de olvidar que dentro de este templo los Condes de la Ventosa contaban también con una zona de enterramiento para los miembros de su linaje.

Siguiendo con la lectura heráldica de la referida pieza, apreciamos en un primer cuartel las armas de los Coello con su león rampante junto con ocho cruces y que de nuevo se conserva en la antigua puerta que había en el edificio originario, siendo esta trasladada también, aunque en este caso hacia la ciudad de Cuenca. A continuación, en el segundo cuartel apreciamos las armas de los Sotomayor, heráldica que muchos autores incurren en el error de asignar a los Ribera, pues ambas crean confusión al estar formadas por sus fajas, recordando por ello que las de los primeros señores de Villarejo eran lisas, mientras que las de los Sotomayor, tal y como se esculpe en la referida pieza, ofrecen jaqueles con una raya que los separa. Finalmente en el tercer cuartel tenemos el escudo de los Zapata, así como en el último espacio el emblema de los Carrillo (línea de los Condes de Priego). 


Escudo referido en la Venta de Cabrejas

Queda claro que este escudo hemos de entenderlo como el resultado de la suma de los emblemas de la familia de don Fernando Coello de Ribera, quien casó con doña Luisa Zapata, y cuyo hijo entabló enlace matrimonial con doña Constanza, hija esta de don Juan de Sandoval Carrillo de Mendoza y Sotomayor (descendiente de los Condes de Priego), y esposo de doña Luisa Coello de Mendoza. Sin lugar a duda la alianza entre estas dos familias marcaría un precedente en la historia de sus integrantes, pues con su matrimonio se gestaba la unión del descendiente de los Señores de Villarejo de la Peñuela, Valmelero y Cabrejas con la hija de los Señores La Ventosa y otros lugares, concediéndoles años después Felipe III el título de Condes de la Ventosa.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

El puente de San Antón de Caracenilla

Entre las joyas arquitectónicas con las que cuenta la Alcarria optense y más concretamente el lugar de Caracenilla, tenemos el caso de su puente viejo o de San Antón, una edificación que ahonda sus raíces en la época romana. Un periodo histórico del que como sabemos florecieron ciudades y enclaves importantes a lo largo de la geografía conquense, y que hoy siguen atestiguándose a través de asentamientos y construcciones como Noheda.

No faltan ejemplos de obras de un periodo en el que la arquitectura de nuestros antepasados dio lo mejor de sí. Sin lugar a duda el caso de la estructura a la que nos referimos, es uno de los hitos que por su tipología destacan en la zona donde se encuentra. A menos de 300 metros del puente en línea recta se conservan todavía los restos de un miliario reutilizado, que nos recuerda la presencia de la cultura romana en estas tierras, cuando muchas de sus gentes explotaban las minas de lapis spcularis, y que abastecían las demandas de la misma ciudad de Pompeya. 

Puente romano de Caracenilla, hoy ya notablemente modificado

Sabemos qué hace más de diez años se realizaron una serie de obras en el lugar que alteraron lo que era su estructura primaria. A grandes rasgos lo que apreciamos es un puente empleado durante el medievo notablemente alterado, y que tuvo que alzarse para poder cruzar el arroyo que se incorpora como afluente del río mayor, el cual desciende desde la zona alta del Vallejo de Caracenilla.

A simple vista se percibe que probablemente el elemento más antiguo de la construcción sean sus dovelas, teniendo el ojo del puente unas medias de 2’70 metros de ancho por 2’10 metros de alto. Los sillares son rectangulares, complementándose a lo largo de diferentes épocas, resultado probablemente de las varias obras a las que se ha ido sometiendo su zona superior y accesos laterales. Las dimensiones de la planta peatonal son de unos diez metros de largo por 4,40 metros de ancho.

Boceto con las medidas del puente de Caracenilla tomadas a mano

La piedra con la que están construidas las dovelas se diferencia de los sillares de la zona superior. Dentro del casco urbano todavía quedan los restos de otros bloques trabajados muy erosionados que bien podrían adscribirse a este periodo, sin olvidar el antiguo miliario reaprovechado como poste de ánimas, distante a poco menos de 300 metros de distancia, y que sigue paralelo a la actual CM-2019, recordándonos con ello como la principal vía de comunicación que actualmente recorre esta zona del valle del río mayor (el Camino Real de Huete a Cuenca), es en realidad la reliquia de un trayecto que cuenta con más de dos milenios de historia.

Una vez que se cruza inmediatamente este puente en dirección a Huete, girando hacia la izquierda estaríamos ante el camino de acceso que daría al asentamiento en el que hoy se encuentra Caracenilla, y que como veremos seguiría persistiendo durante el medievo hasta los tiempos de la reconquista, cuando el lugar paulatinamente iría evolucionando, cobrando la fisionomía que hoy conocemos.

Recordemos como a pesar de que el área urbana de la localidad habría que enmarcarla durante el medievo, ya comentamos que no es descartable hipotetizar que la raíz toponímica que bautizará este lugar partiese de una etimología pre-romana, puesto que la forma (cara o “kara”) la presenciaremos en diferentes zonas de las tierras de Castilla en alusión a una peña o roca que sobresale en el terreno, y que posteriormente tras la reconquista, y con el sufijo “-illa”, a modo de diminutivo  al compararse con el cercano enclave de Caracena del Valle, diera nombre a este lugar, diferenciándose así conjuntamente un enclave del otro. 

David Gómez de Mora 

El Bú. Retazos de la mitología conquense

Dentro del rico bestiario castellano en el que se recogen muchos de los seres mitológicos que enriquecen la tradición y mentalidad de nuestros antepasados, merece la pena destacar el caso del Bú, un animal representando como un gigantesco búho de rasgos antropomorfos, que según cuenta la leyenda perseguía a los niños que no obedecían a sus padres.

El Bú tenía el rostro de un ave, fuertes garras en sus brazos y pies, además de unos característicos ojos rojos, junto con un gran pico afilado con el que podía entrar por las ventanas de las viviendas en busca de zagales que no obedecían a sus progenitores (especialmente cuando llegaba la hora de dormir). Incluso se decía que podía volar, ya que como cualquier ave disponía de dos grandes alas con las que recorría largas distancias.

Conocemos diferentes referencias del Bú tanto en la zona de Castilla y León como en La Mancha. Los adultos solían acordarse de él cuando los niños se alejaban del pueblo, razón por la que veremos como su designación muchas veces se fosilizará entre la toponimia local de aquellas franjas apartadas del área poblada, tal y como sucede en el caso de La Peraleja. Su guarida eran los bosques o pinares, donde permanecía escondido hasta el momento que escuchaba las voces de los niños, además de cuando caía la noche.

Dentro de la partida peralejera del Bú, apreciamos y no por designios del azar la existencia de un barranco llamado con el nombre del mochuelo, e incluso una zona concreta, lindante con Villanueva de Guadamejud, así como anexa a la del Bú, conocida precisamente con el nombre del “búho”, hecho que claramente nos estaría señalando un perímetro de terreno en el que la presencia de esta ave de rapiña y que se extiende por buena parte de la geografía conquense, sería aprovechada para señalar su zona de residencia, fusionándose pues con la leyenda extendida entre los vecinos del lugar.

Zona del Bú en el término municipal de La Peraleja donde los lugareños decían que habitaba este ser mitológico

Los que conocen bien este área de la Alcarria conquense, saben que incluso a día de hoy no cuesta mucho encontrar ejemplares de esta ave entre la rica fauna que se refugia en los pinares que se adaptan a las laderas de las muchas lomas que rompen con la hegemonía de las vegas y llanuras cultivadas de los campos de la Alcarria. La tranquilidad y el silencio de espacios rurales apartados de bullicio urbano, permitían que el canto del animal fuese claramente percibido, una excusa perfecta con la que se recordaba a los niños que ya había llegado la hora de dejar de jugar en la calle y marchar a sus hogares, pues el Bú no andaba muy lejos de allí. 

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

viernes, 15 de abril de 2022

El patrimonio agrícola de don Baltasar Domínguez

Entre los bienes de la capellanía que fundó el maestro don Baltasar Domínguez (un peralejero que ejerció como cura en la villa de Recuenco), se citan determinados parajes y propiedades de labradores locales, que nos ayudan un poco a hacernos una idea sobre como estaba distribuida la tierra entre algunas de las familias más destacadas de esta localidad.

El testamento comienza citando una ermita dedicada a San Francisco, y que se hallaba justo en las inmediaciones de la población, de ahí que esta se situara en la zona de extramuros. Recordemos que muchas localidades tenían diferentes construcciones de esta tipología, por lo que en ocasiones se alzaban a petición de un particular encargado de sufragarlas, tratándose de modestos edificios en los que si no se realizaba un adecuado mantenimiento, estos podían caer en estado de ruina, a pesar de las obligaciones que conllevaba su ejecución. Al respecto, en La Peraleja conocemos además de la popular ermita de Nuestra Señora del Monte, otra que se encuentra dedicada a San José, o una ya desaparecida y que tenía por titular a Santa Ana. Como solía ser habitual, ocupaban los espacios que coronaban los cerros (en este caso en cotas levemente superiores a los 900 m.s.n.m.), y nunca excesivamente lejos del municipio, para que así sus vecinos pudiesen frecuentarlas, especialmente durante los días de romería.

Respecto al patrimonio de Baltasar Domínguez, vemos como entre los topónimos que se mencionan está el de una finca ubicada en lo alto de la sierra, en un paraje llamado “la lamparilla”. Esta tierra de doce almudes de trigo lindaba por un lado con un corral que se adscribía a la capellanía fundada por Jerónimo de Hernánsaiz, así como por otra parte con una propiedad de la capellanía creada por Tomás González Palenciano (personaje cuya familia ya hemos tratado con anterioridad en algún artículo).

Imagen área de La Peraleja (sigpac)

Otra parcela era la que el religioso tenía en un paraje denominado como “la coronilla”, con cabida de cuatro almudes de trigo de sembradura, y que entre sus lindes tenía como límite la propiedad del presbítero de Santa María del Campo, don José de Ceza, un linaje de la nobleza optense que comenzó a proyectarse a partir del siglo XVI y que más tarde conseguiría que se le reconociese su nobleza. Otra finca de idénticas dimensiones, así como lindante con el religioso antes citado se hallaba en esas inmediaciones. Sabemos que el topónimo de la coronilla todavía persiste, aunque bajo la forma plural de las coronillas, al hacer alusión a las diferentes lomas redondeadas que coronan la últimas elevaciones que transitan por esa zona abrupta, y que lindan con la franja de la Sierra de La Peraleja. Otro topónimo diferente aparece en una propiedad que recoge la escritura, esta vez situada en la zona del “hornillo”. Nombre que seguramente nos está recordando la mayor temperatura que se percibe en el área, al estar expuesta a una mayor radiación solar. Esta propiedad sabemos que daba al religioso diez almudes de trigo de sembradura, estando a poniente con la finca de la capellanía del cura don José Benito, otro peralejero que ejerció en Villar del Águila. Por último otra tierra era la que lindaba con las fincas de varios labradores peralejeros, siendo este el caso Miguel de Molina, o el vínculo de José de la Fuente Higueras.

Queda claro que tanto la iglesia a través de las fundaciones religiosas, como los labradores particulares que mantenían diferentes propiedades, bien bajo la figura de un vínculo, o repartidas de forma disgregada a lo largo del término, conformarán la base de la economía agrícola que se moverá en esta localidad durante el trascurso de los siglos. Bien es cierto que la ganadería fue un añadido que complementaba parte de esa vida campesina, tal y como evidencian diferentes topónimos, así como los restos de corrales que todavía podemos presenciar a lo largo de las tierras de La Peraleja.

Del mismo modo, no hemos de olvidar que la casa de los Domínguez es una de las más antiguas que tenemos registradas en La Peraleja, y es que durante la primera mitad del siglo XV, ya se cita a los vecinos Juan y Martín Domínguez.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

jueves, 14 de abril de 2022

Los pastores peñiscolanos a mediados del siglo XIX

Antaño la ganadería fue un sector destacado dentro de la economía peñiscolana, especialmente desde los primeros momentos de su fundación como enclave cristiano. Sabemos que la explotación animal no quedaría relegada a un hecho residual, pues hay constancia de como a finales del medievo, pastores venidos desde tierras muy lejanas transitaban por estas latitudes, todo ello sin olvidarnos de aquellos vecinos que controlaban sus rebaños particulares, lo que dará pie a la aparición de diferentes pleitos con localidades vecinas, motivados principalmente por la intromisión de sus cabezas de ganado en territorio ajeno.

Quedan en el tintero muchas cosas por escribir, especialmente en un lugar cuyo término municipal ha dispuesto históricamente de amplias extensiones dedicadas a estos menesteres. Es por ello que en el presente artículo quisiéramos centrarnos concretamente en esa parte de la sociedad peñíscolana del siglo XIX, y que como tantas veces hemos indicado, miraba simultáneamente a sus barcas y a las montañas de Irta.

Al respecto, uno de los datos más interesantes de esta cuestión, procede de un padrón general de la localidad fechado en el año 1857. En este queda constancia de como la ganadería se hallaba en manos de una serie de linajes locales, que a través de enlaces matrimoniales con un evidente interés estratégico por retener el control de la producción, conseguirán concentrar una buena cantidad de cabezas de ganado, que de forma generacional servirán para transmitir el oficio entre algunos de sus descendientes.

Imagen del “Tío Baletes” con su rebaño

Cierto es que los pastores (en sentido estricto) representaban un escaso porcentaje del tejido económico peñiscolano (alrededor de un 3-4% por aquellas fechas), no obstante, el hecho de que familias como los Vizcarro y los Peña gestionaran una parte de la explotación animal, era solo un reflejo de las políticas de alianzas matrimoniales entre casas locales, que como era habitual, intentaban acrecentar su nombre a través del control de aquella profesión en el pueblo, cosa que ya veremos en otras muchas familias del lugar, tal y como sucedería con los Galán y París (varios de ellos tejedores), los Sanz con sus sastrerías, los Guzmán en sus flotillas pesqueras, los Llaudis en la escribanía, los Tomás como panaderos o los Pauner en la albañilería, por citar algunos ejemplos.

Y es que como ya hemos comentado en más de una ocasión, muchas de estas familias desarrollarán políticas matrimoniales cerradas, cuyo principal interés era el de mantener una mínima calidad de vida entre sus integrantes, que les permitiera salir hacia adelante en un reducido y complejo vecindario arraigado profundamente con un estilo de vida tan característico de las zonas rurales.

Si hablásemos de pastores, mención destacada merecen los miembros del linaje Vizcarro, quienes en el referido padrón de 1857 tendrán varias de sus líneas dedicadas al mundo de la explotación animal, siendo el caso de Pascual Batiste Vizcarro (de 31 años), marido de Catalina Beltrán Roig (de 25 años); José Vizcarro Serrat (de 40 años), esposo de María Rosa Bayarri Roig (de 38 años); Raimundo Vizcarro (de 67 años), marido de Francisca Roca (de Càlig y con 55 años) o Vicente Albiol Vizcarro (viudo de 58 años). Tampoco podemos olvidar a Joaquín Querol Fonollosa (de 35 años), marido de Pascuala Vizcarro Roca (de 35 años) o Manuel Tobías Querol (de 25 años), esposo de Antonia Vizcarro Roca (de 25 años). Todos ellos como decíamos además de compartir el apellido Vizcarro y pertenecer a un mismo linaje, eran pastores.

Otra familia con una buena cantidad de integrantes dentro de este sector y que de nuevo recogemos en el citado padrón son los hermanos José Peña Rovira (de 67 años); Ramón Peña Rovira, esposo de Paula Drago y Gabriel Peña Rovira (de 74 años), este marido de Josefa María Amargós Albiol (de 71 años).

Los Peña controlaron bastantes cabezas de ganado, dejando además una nutrida descendencia, entre quienes cabe destacar a Andrés Peña Drago (mozo de 20 años por aquellas fechas) así como su hermano Miguel Peña Drago (de 17 años). Otro nombre vinculado con este linaje será el de Manuel Peña Amargós (de 36 años), marido de Juana Bayarri Albiol (de 28 años), e hijo a su vez del antes referido Gabriel Peña y Josefa María Amargós Albiol. Estos eran en su totalidad pastores, no siendo los únicos, pues idénticas obligaciones seguía llevando José Peña Ayza (de 76 años, y esposo de Antonia Domingo Puig, de 78 años), o Ramón Albiol Peña (de 50 años), y marido de Rosario Martín Ayza (de 48 años).

Desde luego salta a la vista que la repetición de estos dos apellidos con un mismo oficio no es fruto del azar, de ahí que tanto la casa de los Vizcarro y los Peña, consiguiera afianzarse como una de las familias con más ganado de la localidad, estrategia que veremos reflejada en el caso del pastor peñiscolano Sebastián Vizcarro Castell, quien casó con Josefa María Peña Amargós, ambos no por casualidad hijos de pastores.

Otros nombres que confirman la tesis de las uniones cerradas entre miembros de una mismo oficio lo apreciamos en el caso de Ramón Peña Martorell (de 27 años), quien casará con Vicenta Castell Vizcarro (de 28 años).

Genealogía de algunas de las familias de pastores peñiscolanos que hemos documentado durante el siglo XIX.

Queda claro que el parentesco entre miembros pertenecientes a un mismo oficio era algo natural, y que evidentemente no se reducía a un único sector, repitiéndose de manera sistemática en el resto de trabajos. Igualmente hemos de indicar que a pesar de que tanto los Vizcarro como los Peña eran los mayores representantes del sector por aquellas fechas, estos no serían los únicos, pues no faltaron peñiscolanos propietarios de corrales y que veremos dispersos por diferentes puntos de la sierra, y desde los que se gestionaba la explotación de diferentes clases de animales. Conocemos el caso de una línea de los Albiol-Bayarri que también se dedicó a estas labores, y que igualmente acabaría entroncando con las casas aquí descritas.

Como nota final, comentar que durante el desarrollo de las guerras carlistas, veremos que uno de los sectores más afines a la causa en Peñíscola fueron los pastores, motivo por el que entre las filas de los sublevados y seguidores del pretendiente Carlos VII aparecerán varios de los mozos pertenecientes a algunas de las familias que hemos mencionado. Es el caso de Jaime Albiol Vizcarro (hijo de Ramon Albiol Bayarri y Teresa Vizcarro Castell), como también de Gabriel Vizcarro Peña (vástago de los pastores Sebastián Vizcarro Castell y Josefa María Peña Amargós). Lo mismo ocurrirá con José Peña Domingo, hijo de José Peña Ayza y Antonia Domingo Puig.

David Gómez de Mora

Fuente:

-Arxiu Municipal de Peníscola. Padrón general del censo de población de Peñíscola del año 1857.

-Arxiu Municipal de Peníscola. Escrito del Alcalde de Peñíscola al Gobernador Civil de la Provincia. 8 de junio de 1874

La Mesta contra Caracenilla. El caso del despoblado de Uterviejo

En el siglo XVIII Uterviejo ya había desaparecido como pueblo. Un modesto enclave que previamente estaba formado por varias casas de labradores, dedicadas exclusivamente a la explotación ganadera y el trabajo de la tierra.

Recordemos que antaño muchas de sus fincas se hallaban bajo los dominios de algunas familias de la nobleza optense, estando arrendadas o trabajadas por jornaleros. Otras pertenecían a una serie de linajes nativos como ocurrirá con los Gascueña o los Jarabo, terratenientes del lugar que todavía durante los siglos XVI y XVII preservaban bastantes áreas de cultivo dentro del término municipal.

El pleito que enfrentaba al Concejo de la Mesta con los vecinos de Caracenilla comenzó una vez que Uterviejo quedó deshabitado. Recordemos que este lugar se encontraba anexo y dependiente de la villa de Caracenilla, compartiendo todavía durante su existencia ambos núcleos el mismo párroco.

Parece ser que los caracenillenses dehesaron y cerraron una parte del término de Uterviejo una vez que el lugar se despobló, aprovechando una franja de zona de pasto, sin solicitar permiso alguno para acotarlo y explotarlo. Tendremos por tanto un espacio que repentinamente se acabó privatizando, creándose un coto en el que solo podían transitar aquellos géneros trashumantes y personas que los vecinos de Caracenilla decidían.

Recordemos que a pesar de que Uterviejo tenía media parte de su término destinado a uso ganadero, los ingeniosos labradores de Caracenilla ante la falta de tierras por la necesidad de zonas de cultivo a las que les limitaba su modesto término, vieron en aquel espacio una posibilidad con la que incrementar el poder de una burguesía agrícola que afianzada en linajes como los León, Garrote, Alcázar, Pérez y demás, repartió su territorio en parcelas.

Sabemos que para el pleito se buscaron testimonios de buena reputación. Es por este motivo que Juan Antonio de Cuenca, en nombre del Concejo y Justicia de Caracenilla, sería el encargado de representar a su vecindario. En 1660 Uterviejo quedaba despoblado, por lo que la Real Hacienda arrendará las tierras del municipio a varias personas, sacando así rédito de su aprovechamiento.

Uterviejo. Imagen de www.turalia.blog/2014/12/uterviejo.html

Siguiendo una información que parte de una escritura otorgada en la villa de Madrid a cinco de mayo de 1731, se ratificaba que las gentes de Caracenilla, ya con anterioridad habían recibido un permiso de arrendamiento para las tierras de Uterviejo. Argumento que se intentaba demostrar a través de un documento transcrito por el escribano de raíces optenses, don Francisco Ceza y Ochoa, quien a 23 de agosto de 1728 comentaba que se habían seguido los pasos pertinentes para la consecución de tales usos. Según este relato, los caracenillenses comenzaron a trabajar muchas de aquellas tierras, no obstante, para ello hubieron de romper el prado de Uterviejo, cuestión que además molestaba a los labradores de Bonilla, pues estos ya tenían puestas sus miras en aquella zona antes del abandono definitivo del lugar.

La burguesía agrícola caracenillense albergaba muchos intereses en Uterviejo. Además de su proximidad, decisión no les faltaba, y es que solo hemos de recordar como los Garrote junto con los Alcázar y otras familias de su órbita social llegaron a plantar cara al mismo señor de Caracenilla. Cuestión que tampoco nos sorprende, pues como sabemos, escasas generaciones antes, ya se consolidó  un bloque de labradores económicamente acomodados, respaldados por familiares insertados dentro del clero, y que además contaban con buenas influencias más allá del área en la que residían de manera permanente. Recordemos que los León ya tenían una parte del control de las capellanías habidas en Saceda, mientras que los Alcázar hacían lo mismo en Verdelpino de Huete, sin olvidarnos de los Garrote, y cuyas propiedades a lo largo de la comarca eran una muestra más de su privilegiada posición.

Ahora bien, la Mesta evidentemente no aprobaba esa ocupación y consiguiente roturación de las tierras, pues se había cercado el acceso a todo el ganado foráneo que trascurriera por las inmediaciones de la cañada.

Finalmente la Mesta tuvo claro que se había “de condenar a dicha villa, su concejo y vecinos particulares en las mayores y más rigurosas penas”. De ahí que en un primer momento la sentencia dictaminó que los vecinos de Caracenilla eran los culpables e invasores de todos los pastos de Uterviejo, exigiéndoles que aquellas tierras quedasen abiertas y libres para el uso de los ganados bajo multas de 6000 maravedís por el vedamiento, además de otros 50000 por el rompimiento del prado.

David Gómez de Mora

Fuente:

* Archivo Histórico Nacional. Diversos-Mesta, 53, nº5. Autos del Consejo de Castilla sobre cerramientos y roturación en el despoblado de Uterviejo.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).