viernes, 14 de enero de 2022

El origen del mayorazgo de la villa de Piqueras del Castillo

Según una traslado documental efectuado por Salazar y Castro del Archivo de los Condes de Cifuentes, el origen del Señorío de Piqueras se remonta al siglo XV, cuando Alfonso Téllez-Girón, caballerizo mayor del rey y su mujer doña Blanca Pacheco, obtenían facultad del rey don Enrique, por los muchos, buenos y leales servicios que vinieron haciendo a la casa real. Según el documento, Juan de Valencia ya aparece citado como hijo mayor legítimo de estos.

Como en todo mayorazgo se especifica que este no fuese vendido, fraccionado, ni regalado en dotes, así como tampoco cambiado o traspasado, recordándose también las obligaciones que conllevaba su tenencia. Todo ello según reza la transcripción, en la villa de Madrid, a 20 días de noviembre del año 1472, bajo el puño del secretario Juan de Oviedo.

En el documento se reconoce a Juan de Valencia como heredero prioritario de sus padres, además de especificarse casualmente que la hija (pues recordemos que la descendiente legítima de Juan de Valencia era Guiomar), había de portar el apellido Girón, de lo contrario no podía recibir el señorío.

Salazar acompaña el traslado con una nota a pie de página en la que dice que había en este archivo otro manuscrito en piel de pergamino con fecha de 29 de enero de 1473, en el que aparecen firmando los señores de Piqueras don Alfonso Téllez-Girón y doña Blanca Pacheco.

Nuestra hipótesis nos lleva a pensar que esta “transcripción” nada tendrá que ver con un traslado de una fuente documental que bebe de la segunda mitad del siglo XV. Ya que tradicionalmente siempre se ha entendido que el mayorazgo y señorío de Piqueras estará en manos de la familia años antes.

Recordemos que Alfonso Téllez-Girón consiguió ser reconocido como Caballerizo mayor de Enrique IV de Castilla, además de ser nombrado Gobernador de Cuenca en 1465. No obstante las fechas sobre la obtención del lugar se adelantan unos cuantos años más. Fenómeno por el que surge la duda de cual es la veracidad de dicho manuscrito.

Solo sabemos con seguridad que este Alfonso era hijo de Juan de Valencia (Mariscal de Castilla) y doña Beatriz de Acuña, esta noble descendiente de una de las grandes familias que dominarían el territorio castellano, y cuyas raíces se remontan hasta los más destacados linajes de Portugal.

Interior de la torre de Piqueras del Castillo

La importancia de que el archivo familiar de los Condes de Cifuentes (perteneciente al linaje Ruiz de Alarcón), dispusiera de documentos de esta tipología, era necesario no solo para justificar la solera y antigüedad del linaje, sino también como una prueba documental en el caso de que algún hijo ilegítimo pretendiera hacerse con los derechos de la tenencia de aquel señorío.

Pensamos que no es un hecho casual la insistencia en la documentación de que la descendencia de Juan de Valencia hubiese de venir de un hijo legítimo natural, ya que precisamente, a parte de doña Guiomar, Juan mantuvo una relación con doña María de Ludeña, mujer que lo abandonó, y con quien tuvo un hijo varón (y que siguiendo las cláusulas podía aspirar a heredero), no obstante ello no sucederá puesto que este será tachado de ilegítimo, recibiendo curiosamente el nombre de Alfonso. Como decimos la cosa no fue a más, ya que este al no reconocer ni dar su apellido, no habrá ningún problema en que la línea de Guiomar acabase llevándose el señorío.

Desde luego no faltan sospechas que nos lleven a pensar que el documento trasladado por Salazar y Castro obedece más bien a los intereses de no dejar ningún cabo suelto la familia ante un hipotético problema de herencia, que a la mera casualidad de que todavía hubiesen entre sus fondos escrituras que se habían conservado mucho tiempo.

David Gómez de Mora


Fuente:

-Salazar y Castro (R.A.H.). Signatura M-90, páginas 182 a 188 v.

jueves, 13 de enero de 2022

Verdelpino de Huete. Cuestiones de antaño

“El buey para las vegas y pantanos, el caballo para las llanuras y la mula para las montañas”. Este viejo dicho castellano recordaba una de las cuestiones que tan cotidianamente eran fuente de debate entre muchos de nuestros antepasados dedicados a la labranza. Para gustos los colores, y desde la subjetividad de cada persona, apreciamos diferentes puntos de vista en los que afloran argumentos que ensalzaban cualidades o problemas, mediante los que se comparaban las prestaciones ofrecidas por cada uno de estos animales a la hora de faenar el campo.

Concretamente, el caso que nos ocupa este artículo, viene relacionado con su uso en las labores agrícolas en Verdelpino de Huete, donde como sabemos la agricultura tuvo una notable importancia, a pesar de que parte de su término se halla en una zona montañosa, y en la que la ganadería junto con otros recursos económicos, siglos atrás eran igual de necesarios en el momento de sostener el tejido económico de aquella vieja sociedad rural consolidada por labradores.

Herradura de una pata trasera de mula. Museo Etnográfico de Huete

Si seguimos el Catastro de Ensenada, veremos como a mediados del siglo XVIII en el lugar la mula era el animal más usado para trabajar, así pues, en el referido documento se menciona la presencia de 54 mulas de labor, además de 42 machos y 18 muletas. Podemos pensar que el tipo de terreno sobre el que se alza la localidad hacían de la mula el animal más idóneo, no obstante, tampoco faltaron algunos caballos, yeguas y bueyes.

Por lo que respecta a las características de estos animales, sabemos que el buey es una especie que no necesita excesivos lujos alimentarios, adaptándose con facilidad a los terrenos dificultosos en los que era más complicado potenciar la actividad agrícola. Su velocidad de trabajo es mucho menor si la comparamos con la del caballo o la mula. Por otro lado, ésta última (resultante del cruce entre una yegua y un asno), ofrece una mayor regularidad a la hora de faenar, además de que su consumo alimenticio es menor que en el caso de las anteriores.


Elaboración propia

La lentitud del buey permitía que el arado se pudiera efectuar con una mayor precisión. Este animal suele tener una salud más fuerte, lo que les hace ser empleados para labores campesinas, sin olvidar que una vez envejecidos, estos se destinarán a la industria cárnica.

Sabemos que el buey prefiere climas menos calurosos, así como el caballo muestra más problemas que la mula en determinados terrenos, pues esta última tiene una mayor adaptación y aguante a las adversidades climáticas, sin olvidar que de las tres especies es la que mejor soporta la carencia de agua.

David Gómez de Mora

sábado, 1 de enero de 2022

El conflicto ganadero en Cañete la Real

Juan Francés Altamirano de la villa de Cañete la Real y sus vecinos se vieron enfrentados a un pleito en 1586 contra el Licenciado Juan Bautista Fermín, con motivo de las más de 2000 fanegas de sembradura que se realizaron al roturar un terreno que antaño era zona de pastos comunes de la población.

Un entorno del término municipal, compuesto por montes bravos, donde no se rentabilizaba el uso ganadero, y al que una de las partes aludía que únicamente servía como reserva natural para guarida de lobos y raposas (zorros) que acechaban estas tierras.

La tradición ganadera y la multitud de cortijos con los que antaño contó Cañete fue notable, no obstante la agricultura siempre fue el sustento de la mayor parte de sus gentes.

El conflicto sobre el uso del suelo entre ganaderos-pastores y labradores, respecto si merecía más la pena dejar el monte tranquilo como zona de pasto o aprovecharse como área agrícola, será como veremos uno de los variados motivos de disputas que enfrentó a muchos de nuestros antepasados. 

Algunos testigos ya comentan que la gente de la villa sacaba más beneficio labrando que apostando por un modelo tradicional de pastoreo, alertando incluso que si no se dejaba a la gente trabajar esas zonas nuevas, no era descartable que debido a las complicaciones económicas muchos lugareños marcharan y el lugar corriera el riesgo de acabar despoblándose.

Exagerado o no, quedaba claro que eran muchos los hogares en los que a duras penas se llegaba a generar una riqueza que permitiera una digna calidad de vida, ante la ausencia de zonas para la siembra. Todo ello son argumentos que saldrán de la boca del cañetero don Juan Francés Altamirano, miembro de un destacado linaje del lugar, interesado especialmente en que la explotación agrícola se incrementara en el término municipal.

El área implicada comprendía una partida conocida con el nombre de Las Cruces, y que junto con sus alrededores era el lugar en el que se había roturado la tierra hacía unas décadas. Una zona en la que según los testigos el terreno para el pasto de animales era muy malo.

Queda claro que por ese punto de la sierra antaño transitaba, comía, descansaba y se criaba ganado, no obstante, los vecinos reconocían que el lugar era de mala calidad, puesto que estaba casi abandonado, además de distar de la población, aprovechándose solo para dar de comer a algunas cabras y bueyes.

Se reitera en repetidas ocasiones que el ganado de la Cañada Real pasaba lejos de allí, lo cual teóricamente tampoco debía suponer ningún inconveniente. Por ejemplo Juan Lebrón, recordaba que esa zona ya se labraba desde hacía 40 años como mínimo, y que el resto era un monte bravo que se había explotado hacía un par de décadas, remarcando su pobreza como dehesa, de la que poco o casi nada se podía aprovechar.

El lugar era punto de pasto comunal para los vecinos de Cañete, y esto lo corroboran testigos de fuera, como sucederá con algunos vecinos, quienes serán interrogados, aunque defendiendo la línea expuesta por Juan Francés.

La Vega de Cañete la Real (imagen:cadenaser.com) 

Para nosotros el pleito tiene un especial interés por ser una referencia de tipo geográfico como económico que nos permite comprender las vicisitudes y problemáticas surgidas en el seno de una sociedad rural como la cañetera de siglos atrás. También veremos que se citan los puntos de vereda, como es el caso de la del “río abajo que dicen de Corbones de sesenta varas de ancho”.

La roturación se argumentaba que era positiva incluso para los ganaderos, ya que con ello se suprimía la población de lobos y zorros que tantos daños causaban a los habitantes de la villa y su comarca.

De entre los vecinos citados, veremos que Juan Francés Altamirano era quien tenía mayor interés en la defensa del aprovechamiento como punto de siembra, encabezando el colectivo de propietarios que representaba al concejo de la villa de Cañete. Le seguían Pedro Gallego, Pedro Alonso Guerra, Alonso Martín-Camacho y el licenciado Gil García, entre otros.

La franja de campo en cuestión abarcaba las tierras de las Cruces, el río Carbones (Corbones en otras referencias), el arroyo del agua, el palmar, el mojón blanco, el saucejo y la fuente la higuera. Algunos testigos dicen que las tierras de las Cruces y la fuente la higuera  llevaban labradas desde hacía más de 60 años, por lo que no se entendía a que se debía aquella denuncia.

Queda pues en el aire la duda de que uso había concretamente en esa zona medio siglo atrás, ya que bien pudo ser un entorno salvaje para el pasto comunal en el que paulatinamente irían efectuándose compras o usurpaciones que lo acabarían privatizándose a favor de determinados linajes de labradores locales.

Los testigos que aporta Juan Francés en nombre del Concejo de Cañete son Cristóbal Martín, vecino de Teba y labrador; Juan Cavero (de la localidad de Almargen), Alonso Hernández (vecino de Teba), Diego González Padrón (labrador), así como los trabajadores de doña Juana de la Fuente (vecina de Baena), es decir, sus pastores Juan Rodríguez de Flores, Lorenzo Martín, Juan González y Silvestre Hernández (mayoral que cuidaba del rebaño y mandaba a los pastores).

Todos ellos coinciden en que esa zona era un espacio baldío, sin riqueza ninguna, aunque cabe decir que atribuyen diferentes épocas al periodo en el que se fueron roturando cada una de las zonas, lo que evidencia que esta franja de la geografía cañetera iría roturándose lentamente.

(Continuará…)

David Gómez de Mora


Fuente:

* Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-MESTA, 50, Nº 9


davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).