domingo, 21 de noviembre de 2021

Los Payá en la provincia de Cuenca. Apuntes históricos y genealógicos

Entre los varios linajes que se desplazarán hacia tierras castellanas desde lo que fue el antiguo Reino de Murcia y zona interior del territorio alicantino, llama nuestra atención el caso de los Payá. Una familia con raíces ahondadas en una franja muy concreta de lo que hoy es la provincia de Alicante, entre las tierras de la Marina y el Vinalopó, y según creemos, afincada por sus diversas ramas como mínimo desde la baja edad media.

Ciertamente el caso de la presencia de algunos de sus integrantes en Cuenca no ha sido tema de estudio, en parte debido a que su instalación ha resultado bastante puntual o residual. No obstante conocemos casos de interés, que deben al menor comentarse, ya que por diversas circunstancias, su apellido y sangre se ha mezclado entre mucha de la gente que desciende de la región de la Manchuela Conquense.

Conocemos de primera mano el caso de Buenache de Alarcón, en el que se nos cita como Úrsula Perelló Payá, entablará relaciones matrimoniales con un integrante de la casa de los Cerrillo. Desconocemos a día de hoy cuando y qué motivó un desplazamiento de esta índole. Cabe decir que Sax es un territorio que históricamente ha sido zona de paso por su excelente comunicación hacia tierras alicantinas, funcionando como un punto de cierto valor estratégico, tal y como ya evidencia su castillo medieval, además de la influencia ejercida en tiempos del Marqués de Villena.

Ahora bien, es importante entender el papel social que han ejercido algunos de los representantes de este linaje, para esclarecer parte de su evolución y proyección social allá donde se ha desplazado el apellido, y que ya de por sí llama su atención al no vincularse con ninguna localidad, lo que nos hace pensar que en origen buena parte de los miembros que lo portan, podrían proceder de un mismo progenitor. Esto unido a la concentración geográfica que históricamente nos muestran las referencias escritas de los archivos, apoyan en parte esta hipótesis genealógica.

El caso anteriormente comentado de Cuenca se produce a principios del siglo XVIII, cuando una integrante de la casa de los Payá, a priori de la localidad de Sax, y por tanto de adscripción murciana en esas fechas, entabla relación matrimonial con un Cerrillo de Buenache. Llaman la atención dos cuestiones de este caso. La primera es que el enlace será doble entre hermanos, es decir, dos varones de la casa Cerrillo con dos mujeres de los Payá (pero que en primer lugar portarán el apellido Perelló). Una de estas se quedó dejando su descendencia en la misma localidad de Buenache, eso sí (bajo la forma Cerrillo), así como la otra permanecería en Sax, permitiendo una rica prole de la misma casa.

No sabemos si la línea de los Perelló-Payá que casó con los Cerrillo era consciente de la alianza que acababan de firmar. Suponemos obviamente que sí, pues la familia conquense no estaba nada mal posicionada. Por aquel entonces ya habían tenido familiares ocupando la alcaldía municipal, además de haber creado una fundación religiosa, que a través de una capellanía permitía la realización de estudios religiosos, sin olvidar que uno de los integrantes había sido correspondido con una capitanía militar, lo que les permitió en más de una ocasión portar el distintivo del don, acercándoles prácticamente al tratamiento de lo que denominaríamos como miembros de una modesta nobleza local.

Desde luego pensamos que ese enlace no sería algo casual, ya que los Payá eran una de esas familias sobradamente conocidas en la zona por el poder que tenían. A pesar de haber gestado parte de su patrimonio a través de la tenencia de tierras, pues como decimos, no tenemos constancia de una pasado caballeresco que remarque casas solariegas allá por donde se instalaron. Varias líneas de Payá gozaron de buena posición en esos espacios en los que se irán instalando, tanto es así que por ejemplo, tras la expulsión de los moriscos que se produce en lugares como Petrer, los Payá son de las escasas familias que pueden invocar un pasado de cristianos viejos en el lugar.

Escudo de los Payá en el palacio señorial del que fuera el Cardenal Payá -Onil- (imagen del autor)

Al respecto, Enrique Mira-Perceval y María del Carmen Rico, nos informan en un artículo titulado “Casas blasonadas de Petrer: La casa del Mayorazgo o de los Mestre” que en el año 1632, “en la antigua iglesia de San Bartolomé, sólo seis familias ostentaban el patronato de cinco capillas con las siguientes advocaciones: San Cristóbal (Maestre), San José (Rico), San Juan Bautista (Brotons), Nuestra Señora de Monserrate (Payá), y la del Cristo (Montesinos y Agulló)” (2013, 28).

Añaden a continuación que La familia de los Payá, que en la antigua iglesia tenía capilla con sepultura en el crucero con la invocación de San Francisco Javier y, antes bajo la advocación de Nuestra Señora de Monserrate, había tenido que quitar el santo y que anduviese de pariente en pariente, por lo que pidieron permiso para colocar a su santo patrono, construyendo a sus expensas nueva capilla y con la condición por parte de la iglesia de -ser excluidos del derecho de patronato el que no contribuyera-. Finalmente la capilla de los Payá en el nuevo templo se dedicó a San José y fue bendecida el 19 de marzo de 1804” (Mira-Perceval y Rico, 2013, 29).

Tampoco podemos pasar por alto una de las grandes figuras del linaje que portará este apellido en primer lugar, hablamos del famoso Obispo conquense Payá, más concretamente, don Miguel Antonio Payá y Rico, quien llegaría a ser Cardenal e hijo de Miguel Payá i Barceló (natural de Beneixama) y Rosa Rico i Juan (ella de Onil). No olvidemos que la familia de ambos eran casas de labradores desahogados con bastantes recursos, y que invocaban su ascendencia con la de aquellas familias más importantes de la zona de Beneixama, Biar, Castalla y Onil.

Interior del Museu de la Nina, donde todavía se ha conservado parte del mobiliario de la familia Payá (imagen del autor)

Pero si hubo una línea que dará nombre y marca a este apellido, esa será sin ninguna duda la de los jugueteros Payá. Esta rama asentada en Ibi, consiguió acumular muchas ganancias, a través de la venta de juguetes, una industria que acabaría siendo en la región, todo un referente que traspasaría el marco nacional, y que reflejará una situación de prosperidad económica, con la que comenzarán a crecer muchas familias englobadas dentro de una modesta burguesía artesanal, que a pesar de vivir en zonas rurales como la que nos ocupa, pudieron proyectarse de manera satisfactoria. A día de hoy, en lo que es la casa del Museu Valencià del Joguet (en Ibi), perteneciente a la antigua fábrica de los Payá, se recuerda parte de esa importancia adquirida, así como en la cercana Onil, también puede contemplarse un escudo labrado en piedra adscrito a la familia en el Museu de la Nina, y que corresponde con el palacete residencial del que fuera el Cardenal Payá. Muestra de ese poder que ya pasaba a ser exhibido, y que claramente revindicaba su pertenencia a lo que entenderíamos como una casa más de la nobleza local, y que como ya se ha visto, en el caso de Petrer, también será enaltecida con su respectiva capilla familiar.

David Gómez de Mora

Las fortalezas de la familia Pacheco y Cárdenas. Élites castellanas y alicantinas de los siglos XV-XVI

Don Juan Pacheco es sin lugar a dudas uno de los grandes personajes que influyeron en la historia de la corona castellana durante siglo XV. Su grado de acción dentro de la casa real fue crucial hasta el momento de su muerte (en el año 1474). Cabeza visible tras la contienda de la Guerra de Sucesión Castellana, y en la que se posicionará como defensor de Juana la “La Beltraneja”, y por tanto en contra de Isabel “La Católica”.

Don Juan había heredado un vasto territorio, que bajaba hasta lo que son hoy tierras alicantinas desde la localidad conquense de Belmonte y en la que había nacido en 1419, donde además estaba el principal bastión de la familia, y del cual fueron sus primeros señores cuando su abuelo don Juan Fernández Pacheco recibió el lugar por gracia de Enrique III.

A partir de ese momento el linaje en cuestión de un par de generaciones se proyecta de forma descomunal, auxiliando a la corona en momentos decisivos, y extendiendo la influencia de su entramado familiar alrededor de la corte.

La extensión del territorio descendía desde la Manchuela Conquense, integrando varios de los lugares estratégicos que veremos dentro de la actual provincia de Albacete, tal y como sucederá con Chinchilla, hasta finalmente posicionarse en tierras alicantinas. Desde luego no será un hecho casual que lo que nosotros denominamos como la cola de sus dominios, o cabeza de entrada (según como se vea), afiance su posición con la remodelación de dos grandes fortalezas actualmente alicantinas (las de Sax y Villena).

Don Juan Pacheco era hijo de Alfonso Téllez-Girón y Vázquez de Acuña, así como de María Pacheco (II Señora de Belmonte). Tras haber combatido al lado de Enrique IV en la primera batalla de Olmedo, Juan II de Castilla le entrega el título de Marqués de Villena en el año 1445, y que como era sabido, abarcaba parte de los dominios que en el pasado controlaron la noble familia de los Manuel. Juan Pacheco era un hombre orgulloso con miras, y por ello a través de sus alianzas familiares como políticas con otros linajes de su mismo círculo social, llegaría a restaurar y expandir un proyecto territorial muy ambicioso.

Por ello como decíamos no fue un hecho baladí que dos de sus principales bastiones se ubicaran en la punta de aquel extenso dominio, lo que le obligó a fortificar y adecuar tanto las plazas militares de Sax como de Villena.

Respecto a la primera, sabemos que la construcción se alza por encima de los 500 m.s.n.m., tratándose de un castillo roquero, que sobre una zona escarpada cierra cualquier acceso adicional al lugar, lo que permite una defensa mucho más segura, y que se complementa con un buen control visual de lo que es la Vall del Vinalopó.

Castillo de Sax (imagen del autor)

La fortaleza aprovecha la disposición natural del relieve, la cual mantiene una forma encrestada y alargada, sobre la que se posiciona la base de la construcción, de modo que existen flancos con un elevado gradiente de pendiente, que hacen inaccesible su acceso, de ahí que únicamente la vertiente noreste es la que conformará su zona de entrada. Debido a que el castillo es el que se adapta al medio, su planta es completamente irregular. Para ampliar la defensa del lugar, se alzaron dos torres (una en cada uno de sus extremos), guarnecidas con paredes de un buen grosor, y fortaleciéndose con almenas y saeteras. Por desgracia existían otras estructuras auxiliares en el recinto pero que hoy no han llegado a conservarse, como sería el caso de un puente levadizo.

Escudo de don Juan Pacheco en el castillo de Sax (imagen: museodelavilladesax.wordpress.com)

La construcción ya se la encontró edificada don Juan Pacheco, por lo que éste llevaría a cabo una serie de obras de adaptación y remodelación que le permitieron asegurar con mayor contundencia el control de la plaza, y que ya por naturaleza reúne todas las características propias de un castillo casi infranqueable.

Castillo de Villena (imagen del autor)

No muy lejos de Sax, a escasos quince kilómetros, se hallaba otra de las propiedades de don Juan Pacheco, el castillo de Villena, o también designado como castillo de la atalaya. Del mismo modo que el de Sax, sus orígenes es factible que se remonten a la época de dominación musulmana, probablemente como ocurre con el antes citado durante el siglo XII, momento en el que se alzarán por este entorno toda una serie de fortificaciones.

Acceso al castillo de Sax (imagen del autor)

A pesar de hallarse sobre una zona con pendiente que realza la construcción, la morfología del terreno nada tiene que ver con la plaza ocupada por el de Sax, fenómeno que motivaría a que debiese ampliarse el sistema defensivo ya desde su etapa primigenia. Por ello no resulta extraño entender que cuando el rey don Jaume I quiso tomarlo, hubo de hacerlo varias veces, debido al grosor de sus muros como de la trama defensiva desplegada alrededor de su planta.

Heráldica de los Pacheco. Obra de Diego Hernández de Mendoza

Con motivo de los más de ocho siglos de historia de la construcción, se han ido sucediendo adaptaciones y ampliaciones que cubren este largo periodo, no obstante existen partes que según se sabe fueron levantadas o acondicionadas durante el siglo XV en tiempos de don Juan Pacheco. Al ocupar un enclave de elevado peso estratégico, en el que ha ejercido como zona de frontera, su plaza ha sido celosamente custodiada a lo largo del tiempo. 

Escudo de lo don Juan Pacheco en el castillo de Villena (imagen del autor)

Uno de los lienzos de muralla, así como varias plantas del castillo que lo remodelaron en un castillo-palacio, son algunas de las obras que debemos de adjudicar al periodo del Marqués de Villena. Tras su muerte y la pérdida del control por parte del linaje, este se revertió de nuevo dentro de los dominios de la corona. Ahora bien, para comprender la historia de este territorio, debemos de analizar los orígenes y poder de otra familia asociada a la casa de los Pacheco: los Cárdenas.

Heráldica de los Cárdenas. Obra de Diego Hernández de Mendoza

Los Cárdenas son un linaje que de forma muy similar a los anteriormente descritos, se proyecta meteóricamente con motivo de su posición cercana dentro del seno de los reyes. Como veremos este tipo de acciones serán mucho más provechosas y eficientes que las desempeñadas por otros miembros de la nobleza, que si bien en guerras participaron al lado del rey con otorgamientos de señoríos o títulos, o más complicado aún, partiendo de una base burguesa, que poco a poco, y a través de alianzas matrimoniales irán medrando a sus integrantes, los Cárdenas obviando esos tradicionales mecanismos de ascenso social, vieron claro el momento idóneo para dar su gran salto.

Castillo de Elche (imagen del autor)

Esto sucede cuando don Gutierre de Cárdenas (personaje que vivió buena parte de su vida durante el siglo XV y consuegro del Marqués de Villena), se convirtió en uno de los grandes instigadores para que el rey don Fernando acabara sellando alianzas matrimoniales con doña Isabel, de ahí el recibimiento del ingente patrimonio que pertenecía a los dominios señoriales de Elche, y que Isabel había adoptado como dote de su suegro tras afianzar la boda con su hijo Fernando II de Aragón. Con esta acción los Cárdenas medran socialmente de una forma espectacular. No obstante, lo que el Marqués de Villena no se imaginaría, es que una de sus hijas, acabaría casando con un hijo de don Gutierre, ya que cuando esta alianza se establece, don Juan Pacheco ya hacía tiempo que había fallecido.

Vajilla del castillo de la familia Cárdenas. Colección del Museo de Elche

Del enlace entre la hija del Marqués y el vástago de don Gutierre de Cárdenas (don Diego de Cárdenas), nacerá don Bernardino de Cárdenas y Pacheco. Este personaje y conocido como el segundo Duque de Maqueda, es una de las figuras más relevantes que forman parte de los anales de la nobleza que ha dominado la ciudad de Elche. Por ello ostentó los cargos de Virrey y capitán general de Navarra y València.

Escudo de la familia Cárdenas en el castillo de Elche (imagen del autor)

Entre sus muchos bienes, se hallaba lo que formaba parte del antiguo Señorío de Elche, el cual le venía por su abuelo antes referido (don Gutierre), cuando la reina Isabel recibió esos lugares como dote por parte de su suegro el Rey de Aragón, de ahí que esta como agradecimiento por su labor negociadora, optase por recompensarle con estas mercedes. Entre estos bienes la casa de los Cárdenas recibirá el enclave ilicitano así como sus territorios adjuntos y entre los que estaban el lugar de Santa Pola y su isla (Tabarca).

Torre de la Calahorra (imagen del autor)

La isla de Tabarca ejercía una función efectiva de escollera natural que protegía la zona portuaria de  Santa Pola, una avanzadilla perfecta, que distaba a tan solo ocho kilómetros de la población. Como sabemos, la frecuencia con la que aparecían los piratas en muchas de sus numerosas incursiones, hacían de este punto un espacio inseguro, que a falta de pruebas más contundentes que demuestren la presencia de un puesto de vigilancia antes de la llegada de los Duques de Maqueda, nos conducen a un área de recreo, donde los Cárdenas y sus acompañantes se entretenían con la celebración de jornadas de caza. Y es que la isla, siempre ha sido un reservorio de aves, que seguramente junto con conejos, fueron motivo de visitas en muchas ocasiones.

Escudo de don Bernardino de Cárdenas y Pacheco en la torre de la Calahorra (imagen del autor)

Analizando por partes los dominios del linaje, primeramente cabe destacar la fortaleza del castillo de Elche o Palacio de Altamira, una construcción de gran envergadura, cuyas raíces se remontan probablemente al periodo de dominación islámico, momento en el que se alza la construcción primaria y que luego se reajustará para ofrecer un funcionalidad militar a la población tras la reconquista, y es que de forma estratégica esta se ubica junto a un corte fluvial destacado del Riu Vinalopó, al circular por uno de sus laterales. Las reformas y ampliaciones que se irían realizando en el edifico hacen que nos encontremos ante una construcción que vivirá diferentes fases evolutivas.

Los Cárdenas no solo focalizaron sus obras militares en la parte del castillo, pues dispusieron de otras construcciones que recordaban a la ciudadanía el poder de sus señores. Este es el caso de la torre de la Calahorra, próxima al castillo, y también de origen islámico, sirviendo probablemente como una torre de vigía que se adosaría a la muralla musulmana en el periodo de la ocupación islámica. La torre y que podría datar del mismo momento del que derivaría la construcción primigenia del castillo, llama la atención por su planta cuadrangular. En su interior podemos ver simbología masónica, al ser empleada como logia, además de múltiples elementos añadidos especialmente a partir del siglo XIX, con motivo de los movimientos románticos y modernistas.

Otra fortaleza adscrita a los dominios de esta familia es la del castillo de Santa Pola, también sumergido en diferentes reformas constructivas, pero cuyo origen no es tan tardío como los anteriores, ya que vendrá de la mano de la familia Cárdenas, cuando don Bernardino de Cárdenas mandará su alzamiento. Desde luego motivos no le faltaron, pues por aquellos tiempos nuestra costa estaba infestada de piratas procedentes del norte de África, de ahí la necesidad de cubrir con garantías las nuevas posiciones que el linaje había adquirido.

Isla de Tabarca (imagen del autor)

Precisamente, adjunto a los bienes de Santa Pola estaba adscrita la antes mencionada isla de Tabarca. Un espacio que a pesar de tener en ese momento un escaso valor estratégico (al no poder desempeñar los Cárdenas un planificación de asentamiento poblacional y del que explotar recursos), sirvió como zona de recreo para celebrar sus cacerías, tal y como tenemos constancia por una de las crónicas que recoge en su obra Vicente Biendicho, quien nos recuerda como cuando el historiador Diago al tratar algunos aspectos referentes a la isla de Tabarca en su obra sobre los anales del Reino (libro 1, capítulo 7), así como el Licenciado Gaspar Escolano en su primera década, libro 4, capítulo 8, número 12, hacen alguna alusión a la isla.

Concretamente Diago (1613) nos informa que antiguamente esta isla se llamaba Plumbaria, mientras que Escolano se refiere a ella como “La Isla Planesa, por la llanura que tiene, como arriba se dijo: que es tanta, que convida a los amigos de caza de conejos, pasen a ella en barcos, por los muchos que engendra, por ser tan tratable y llana”. Cabe mencionar que Escolano ya resalta la reserva de conejos que tenía el lugar, fenómeno por el que la familia aprovechará la propiedad como punto de actividad cinegética, ante la dificultad que comportaba una instalación humana, pues por un lado no había disponibilidad de agua dulce, y por otro, estaba el riesgo constante de los piratas que aprovechaban el lugar como punto de descanso, ante la proximidad a la que se encuentra de la costa, y a la que tan frecuentemente intentaban asediar.

Sobre Tabarca, Vicente Biendicho indica que “está a la parte de Levante del promontorio y cabo del aljibe, dicho así por uno que tiene dicho cabo muy antiguo, por lo menos es de tiempos de moros, porque aljibe es vocablo morisco, y está cerca del Castillo o lugar nuevo, fortaleza muy grande, consideración bien guarnecida de armas, piezas y soldados, y es del Excelentísimo Duque de Maqueda y Nájera, y Marqués de Elche. Está esa isla al medio día de esta ciudad, y a su vista tienen de longitud cosa de media legua, de latitud medio cuarto poco más, no tiene agua, ni ha sido jamás habitada, aunque me dicen que hay vestigios que debieron de ser de alguna atalaya o abrigo de pescadores. Dista de tierra firme media legua, y por esta distancia no se atreven a pasar bajeles grandes o levantiscos. Pequeños si, por que según dicen los experimentados en este paraje hay una barra de arena que tiene de fondo allí el mar cinco brazas, que cada una conforme nuestra cuenta tiene 9 palmos y ½ que en la medida con que medimos las tierras de regadío de nuestra huerta contando en cada tahulla 16 brazas en cada parte del cuarto. Llámase esta isla hoy de Santa Pola; Escolano dice que un vocablo corrompido de otro no sé si Santa Paula, los antiguos lo llamaron Plumbaria por el color de plomo a ceniciento que tiene mirándola de lejos. Pero digo que se llama de Santa Pola, porque debió de ser dedicada al Dios Apolo o a la Diosa Palasquasi apollinis Insula, como también lo estuvo dedicada a Apollo la Isla Delos en el mar Egeo, que es una de las cicladas, y en ella nació Apollo y por eso se dice Apollus Dellus y Creta fue dedicada a Júpiter (…), como también era costumbre dedicarle los montes y bosques el Parnaso lo fue de Apollo, y el monte” (fols. 31-31 v.)

Isla de Tabarca (imagen del autor)

Continúa diciendo que “los provechos que de esta isla tenemos son el abrigar nuestro Puerto contra los vecinos de mediodía, sirviendo de notable reparo, y abrigo porque en ella desbravan la furia, y cuando llegan al puerto vienen moderados, la mucha y abundante caza que hay de conejos que se ha visto en dos días cazar los lebreles del Señor Duque de Maqueda el año 1609, cuando la expulsión de los moros ciento cincuenta si bien es verdad que costó bien cara la caza, pues que por haberse quedado un perro a quien el Señor Duque estimaba sobre los demás, mando volver por una barca con veinte y cuatro hombres que saltados en tierra fueron salteados por los moros de una fragata que entró por Levante a la que el Duque se salió por Poniente, suerte del Duque, y desgracia de los cautivos: están bien de mucho provecho por el buenísimo pescado que en toda la ribera de la isla se pesca de todo género; los daños que recibimos de esta isla son muchos porque es madriguera de corsario y son muchas las personas que ha sido cautivas en ella, si bien ahora no es tanto daño por el mucho cuidado con que van a ella, y por qué los moros navegan con bajeles redondos y no en fragatas como solían. Se dice que el Excelentísimo Dique de Lerma, cuando con su Majestad Felipe III privaba le puso en el ánimo de que se edificase un fuerte en la isla, no tuvo efectos por lo mucho que costaría el sustentarle y porque está cerca del lugar nuevo” (fol. 31 v.)

Recordemos que el IV Duque de Maqueda y Nájera, y que participaba en esa cacería era don Jorge de Cárdenas y Manrique de Lara, hijo de don Bernardino de Cárdenas (por quien recibe el ducado de Maqueda y marquesado de Elche), mientras que su madre, doña Luisa Manrique de Lara le aporta el ducado de Nájera. Su abuelo paterno era el II Duque de Maqueda y I Marqués de Elche, don Bernardino de Cárdenas y Pacheco, quien ya era un apasionado de las prácticas cinegéticas, y que del mismo modo que sus descendientes, desarrollaba cuando podía en la isla de Tabarca.

Sirvan pues estas líneas para recordar una parte de los dominios e influencias que poseyeron dos grandes linajes, y que marcaron sin ninguna duda un periodo importante de la historia de la tierra de Castilla como del Vinalopó, a través de construcciones o elementos urbanos que se han preservado, y que hoy representan una porción destacada del patrimonio alicantino.

David Gómez de Mora

  

Bibliografía:

* Biendicho, Vicente (1640). Crónica de Alicante

* Diago, Francisco (1613). Anales del Reyno de Valencia

* Escolano, Gaspar (1610-1611). Década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y Reyno de Valencia

sábado, 20 de noviembre de 2021

Los Ruiz de Castilblanque. Fortificaciones y claroscuros genealógicos

A día de hoy siguen existiendo bastantes lagunas en lo que respecta al origen genealógico de la familia Ruiz de Castilblanque. Y es que por desgracia se ha ido transmitiendo entre autores a pies juntillas (sin tener en cuenta la escasa documentación antigua que se preserva sobre esta familia), un relato en el que afloran fechas dudosas, imprecisiones y anacronismos que para nada ayudan a encajar su genealogía con aquellas generaciones más antiguas del linaje familiar.

Esto obviamente nos complica la tarea de averiguar quienes fueron realmente los Ruiz de Castilblanque, y cual es el verdadero marco de acción geográfico sobre el que se movieron durante la baja edad media. Lo que dificulta presuponer dónde radica la verdadera base de ese poder que a finales del medievo habían extendido por tierras aragonesas.

La tradición de los tratados genealógicos (y sobre los que no nos cansamos de repetir que hay que ir con un excesivo cuidado a la hora de extraer sus datos, pues al fin y al cabo son trabajos con un claro interés propagandístico, para sistematizar un lavado de cara y la consiguiente acción de medraje para el linaje al que se dedicaban), nos informan que Guillén de Castelblanco participó en la reconquista de Teruel y Albarracín, casando con doña Dordia Pérez Cajal, de quien se dice nació Gil Ruiz de Castilblanque, un rico hombre aragonés que supuestamente vivió, o al menos nació durante el siglo XII, y que entabló alianza matrimonial con doña Toda Ruiz de Azagra, heredera de los señoríos de Tormón, El Cuervo, Cascante del Río, Tramacastiel y Valacloche.

Recordemos que Antonio Suárez de Alarcón1 menciona que la genealogía de la familia se remonta a estos primeros señores, copiando luego su discurso Salazar de Castro2. Resulta como poco llamativo que María García (mujer de Lope Ruiz de Castilblanque), a quien anteponen el apellido Albornoz, por proceder de dicho lugar, Suárez de Alarcón la hace hermana de García Álvarez de Albornoz (fallecido en 1328 según las fuentes clásicas), quien era a su vez vástago de Álvar Fernández de Albornoz y María García. Una ascendencia genealógica que quienes han seguido nuestras publicaciones sobre dicho linaje saben que no guardan concordancia con diversas cuestiones y que exponemos en el siguiente artículo. Véase: http://davidgomezdemora.blogspot.com/2020/12/notas-genealogicas-sobre-los-carrillo.html

Otros autores son más hábiles, y ante la evidente problemática historiográfica que supone hacer a esa María hija de los Albornoz, opta por minorar su estatus, convirtiéndola en hija de un tal Álvaro de Moya y María García, discurso obviamente más digerible, pero que sigue comportando anacronismos y saltos generacionales inasumibles, puesto que si Lope Ruiz de Castilblanque pudo haber nacido alrededor de 1275, no es factible vincular a este como hijo de Gil Ruiz y Toda Ruiz de Azagra, la cual supuestamente ya estaría casada con su esposo a principios de dicha centuria. Un margen de años antinatural, que de nuevo vuelve a levantar sospechas en el discurso histórico del linaje.

Nosotros partimos de la idea de que la familia comienza con un relato contradictorio, si nos atenemos a las fechas que se proporcionan, pues resulta imposible de justificar que Toda Ruiz de Azagra fuese el retoño de un personaje fallecido en el siglo XII.

Otras reseñas consultadas nos indican que la familia de los Ruiz de Castilblanque entre finales del siglo XIII y décadas del XIV, adquieren una serie de señoríos, que luego recaerán en los Fernández de Heredia. Hasta ahí, eso puede asumirse. Pero lo que ya resulta imposible de sostener es el relato genealógico que hace ascender a la familia hasta los tiempos de la reconquista, teniendo en cuenta los márgenes de años tan amplios que se extienden entre algunas de sus generaciones. También nos sigue pareciendo curioso que este hecho no se advierta por posteriores estudiosos, y por lo tanto, se continúe copiando un discurso que tradicionalmente se ha venido divulgando sin una base de fechas que permita presenciar su trayectoria hasta el siglo XII.

Hemos de admitir que desconocemos en que momento los Ruiz de Castilblanque pudieron tener en su control el lugar de Tramacastiel, puesto que de ser así, aquello tuvo que ocurrir con anterioridad a 1329, ya que todo apunta a que desde ese momento, junto con Cascante del Río, las propiedades estarían en posesión de la línea de los Fernández de Heredia.

También se ha planteado que el patrimonio de los Ruiz de Castilblanque se vuelca en Teresa Fernández de Heredia, al poder venirle de su padre el Gran Maestre. No obstante siguen existiendo otras tantas dudas que no podemos despejar, y que condensamos a continuación en dos puntos:

1) Primeramente, sobre los Ruiz de Castilblanque no se precisa de manera fidedigna cuando obtienen sus señoríos, por lo que se desconoce si ello se produce de manera simultánea o gradual.

2) Del mismo modo, a pesar de lo antes expuesto, las fechas de la generación del caballero y su respectivo hijo que casa con Toda Ruiz de Azagra, no cuadran con la de sus nietos, de ahí que o bien están equivocadas las cronologías de los antepasados, o hay un claro enaltecimiento de una historia que nunca ocurrió. Dejando a un lado la parte crítica y malpensada, tampoco puede descartarse que este lio de nombres y fechas provenga de un vacío de personajes que alguien pretendió unificar sin tener en cuenta esas contradicciones, como ya le ocurrió a Suárez de Alarcón en el siglo XVII. Quedando en el aire la duda de si el control señorial de los Ruiz de Castilblanque, pudo empezar a articularse en la figura de la hija de un miembro que acabaría casando con la casa de los Fernández de Heredia, y cuyo patrimonio como veremos recaerá posteriormente en el Condado de Fuentes.

Es por ello, y dejando a un lado la hipotética genealogía que el linaje defenderá en diversos tratados, que pasamos a analizar desde la perspectiva estratégica el emplazamiento que ocuparán los enclaves que la tradición asigna bajo un periodo de tiempo dentro de los dominios señoriales de los Ruiz de Castilblanque.

A grandes rasgos apreciamos tres áreas geográficas distantes:

El área montañosa que cerca el entorno de Tormón y El Cuervo.

Un asentamiento aislado de estos focos, y que como posición intermedia englobaría el castillo de Tramacastiel.

Y por último el perímetro geográfico que ocupan los dominios de Cascante del Río y Valacloche.

Cabe decir que todos ellos, y a pesar de la distancia que existe entre alguno de esos puntos, estos discurren por dentro de lo que sería la zona cercana a la frontera entre Aragón y el territorio valenciano, posicionándose precisamente cerca del Rincón de Ademuz, y que conforma esa comarca histórica valenciana que se remonta a la toma del lugar por Pedro II de Aragón a principios del siglo XIII, donde estaría el espacio representado por el enclave de Torrebaja, y cuyo lugar en el siglo XVI aparece como señorío bajo la tenencia de los Ruiz de Castilblanque.

De la primera zona geográfica aquí descrita, y conformada por los municipios de Tormón y El Cuervo, cabe destacar que ambas localidades ven pasar junto a sus afueras el curso del río Ebrón, afluente del Turia y que precisamente nace en el término municipal del referido Tormón.

Castillo de Tormón

El castillo de Tormón se posiciona por encima de la cota de los 1000 m.s.n.m., estando asentado en una tranquila población que a duras penas sobrepasa la treintena de personas censadas en la actualidad, y que a comienzos de la segunda mitad del siglo XIII perteneció a la heredad de doña Teresa Gil de Vidaurre, quien fue ni más ni menos que la tercera esposa de Jaume I el conquistador. En 1275 Jaume I entrega este lugar con su fortaleza a su hijo Jaime de Jérica, ampliándose seguramente la trama de la fortaleza hasta una parte que entraría dentro del área urbana del lugar, como sucederá con las calles más cercanas al enclave defensivo. A finales de esa centuria la tradición invoca a la tenencia del lugar en manos de los Ruiz de Castilblanque.

Río Ebrón

Por sus características, la fortaleza se cataloga dentro de lo que denominaríamos como un castillo roquero, destacando por encima de la superficie poblada su torre homenaje desde la base de la pequeña porción rocosa en la que se alzó. La dificultad de su acceso en un perímetro tan reducido, lleva a pesar a que hacia el mismo únicamente se podía acceder a través de una escalera de madera, y que obviamente luego sería retirada, consolidando así una verdadera obra de resistencia defensiva, aislada de cualquier elemento que pudiera ayudar a su toma desde la zona basal en la que se edificó. El propio nombre del pueblo (“tormón”), da lugar a la designación toponímica de ese espacio, al derivar de un aumentativo de “tormo”, el cual proviene de la palabra “tolmo” o peñasco.

A continuación, y a varios kilómetros más hacia abajo del río Ebrón nos encontramos el castillo de El Cuervo, el cual de la misma forma que el antes referido formaba parte de la zona de control que seguía dicho río, siendo este ya citado en documentación de principios del siglo XIII. El castillo se halla sobre un cerro rocoso, que de igual forma que como veremos con los fuertes de ese dominio atribuido a los Ruiz de Castilblanque, se posiciona aprovechando la geomorfología natural, configurándose como un castillo roquero justo al este de la localidad, en lo alto de una ladera. En su base parece haber existido un lienzo de muralla. La fortaleza se emplaza por encima de los 900 m.s.n.m.

Loma donde se alzan los restos del castillo de El Cuervo

En otro espacio geográfico cabría ubicar el tercer castillo roquero vinculado con este linaje. Este como todos los que vamos a describir, se encuentra en estado ruinoso, emplazándose en la parte alta del municipio turolense de Tramacastiel, divisando al oeste el curso del Río Regajo (otro afluente del Turia). A finales del siglo XII este se hallaría en manos de Martín Pérez, pasando luego un breve periodo de tiempo bajo la Orden del Temple.

Restos del castillo de Tramacastiel

Finalmente y concluyendo con esta descripción de castillos medievales atribuidos a este linaje, cabe centrarse en una tercera área geográfica, esta vez bien comunicada entre sendas fortalezas, por hallarse tocantes sus términos municipales. Los castillos de Cascante del Río y Valacloche se ubican en las inmediaciones del Regajo de Camarena, estando separados a escasos kilómetros de distancia, y manteniendo una buena visual de la franja en la que se posicionan.

Respecto al fuerte de Cascante del Río, se ha dicho que perteneció en el siglo XIV a los Ruiz de Castilblanque, de ser así, aquello hubo de suceder antes de 1329. La única vinculación que hemos hallado recogida por Suárez de Alarcón, y que invoca de Zurita3, es la que dice que Sendina Vives (esposa de Gil Ruiz de Castilblanque), era en realidad miembro del linaje Vives de Ruiz de Liori, por lo que la hace hermana de Sancho Ruiz de Liori, quien en 1357 se dice que tuvo encomendado por el Rey de Aragón la fortaleza de Ademuz.

Espacio en el que se ubicaba el castillo de Cascante del Río

Cabe decir que la vinculación del enclave de Cascante con la casa de los Fernández de Heredia, la hallamos a través de una reseña medieval de interés, procedente del Archivo Provincial de Zaragoza, pues existe una donación de Juan Fernández de Heredia fechada en 1388, (quien era hijo de Mosén Gil Ruiz de Liori -señor de Cascante-), a favor de Blasco Fernández de Heredia4. La pregunta que sigue estando en el aire, es la de en qué momento de ser cierto hubo de producirse la transmisión de este castillo desde los Ruiz de Castilblanque a los Ruiz de Liori.

Por último, la quinta fortaleza adscrita a las referencias de Suárez de Alarcón es la del castillo de Valacloche, otro espacio fortificado de tipología roquera que podría datar del siglo XIII, ofreciendo una planta alargada, entre cuyas ruinas se pueden vislumbrar los restos de un torreón rectangular, además de una parte del sistema amurallado que protegía el perímetro, y que conduce hasta otra torre. Del mismo modo que ocurre con el de Cascante, se invoca a que los Ruiz de Castilblanque lo poseyeron durante un periodo concreto del siglo XIV, llegándose en algunas fuentes a concretar que estuvo en manos del matrimonio de Lope Ruiz de Castilblanque y María García, pero que por desgracia, y como sucede en los casos anteriores, nosotros al menos no hemos sabido precisar.

Restos del castillo de Valacloche

Hecha esta descripción y presentación de las diversas cuestiones genealógicas que los expertos en familias de la nobleza aragonesa sería interesante que pudieran desentrañar, hemos pretendido acercarnos a la realidad histórica de una franja geográfica durante un periodo largo de la baja edad media, ubicada entre el territorio aragonés y valenciano, donde apreciamos de nuevo la importancia que tenían desde el punto estratégico muchos de esos espacios fortificados, y que encajan sus raíces en un contexto político en el que era primordial hacerse con el control de puntos de difícil acceso, sobre zonas geográficamente escarpadas, en las que la presencia de un roquedo caprichoso que permitiera alzar una fortificación junto a la disponibilidad de un curso fluvial con agua permanente, eran credenciales lo suficientemente atractivas como para desempeñar el desarrollo de un núcleo poblacional a su alrededor.

David Gómez de Mora


Referencias:

1 Antonio Suárez de Alarcón (1656).Relaciones genealógicas de la Casa de los Marqueses de Trocifal

2 Luis Bartolomé de Salazar y Castro, cronista y referente en los estudios genealógicos de las grandes familias del país (1658-1734)

3 Jerónimo Zurita y Castro fue un historiador español y cronista mayor del Reino de Aragón (112-1580)

4 ES/AHPZ - P/1-248-9

El cargador de Peñíscola. Breves apuntes históricos sobre su funcionalidad en el medievo y el espacio de influencia abarcado

Que Peñíscola tuvo el mayor puerto exportador de lanas del Mediterráneo entre los siglos XIV y XV, es una cuestión ya planteada previamente por algunos autores como F. Melis, y que Rabasa i Vaquer (2005) recoge en su estudio sobre la evolución comercial de este enclave portuario durante la baja edad media. Al respecto, Rabasa llegará a proponer dos periodos importantes de actividad económica en la localidad. Un primer espacio de tiempo que comprendería la segunda mitad del siglo XIII hasta los primeros decenios del XIV (caracterizado por una fuerte exportación de trigo hacia Barcelona para abastecer su mercado, además de una parte más minoritaria en dirección hacia Italia). Así como posteriormente una segunda etapa de auge comercial, que englobaría desde el último tercio del siglo XIV hasta mediados del XV, momento en el que la exportación de lana hacia Italia pasará a convertir Peñíscola en el puerto más importante del Mediterráneo en lo que respecta al transporte de este producto.

Decir que la herencia genética de ese periodo todavía sigue presente en muchos de los descendientes de sangre peñiscolana, ya que entre sus marcadores apreciamos porcentajes reseñables relacionados con la isla de Córcega, gracias a la interacción socioeconómica tan estrecha que propiciaron los flujos comerciales entre nuestro puerto valenciano y el territorio italiano.

Debemos recordar que hay constancia documental de como durante el siglo XIII existe una línea de exportación del trigo morellano hacia Peñíscola, para luego ser trasladado hacia la ciudad condal. Tampoco hemos de olvidar la cantidad de producción cárnica que Peñíscola como cargador abastece al resto del Regne de València, al poseer las montañas dels Ports de Morella, Alt Maestrat y Baix Maestrat un potente sector ganadero, que tanto por su calidad como proximidad geográfica, motivaron su comercialización a lo largo del reino.

Rebaño de ovejas en Castellfort (imagen del autor)

El auge económico del cargador peñiscolano comienza a alcanzar cotas históricas a partir de la segunda mitad del XIV, fundamentalmente gracias a la lana que se baja desde Sant Mateu, Catí y Morella. Desafortunadamente, con el final del medievo, vislumbraremos esos últimos momentos de vida de un periodo esplendoroso, y que nunca más volverá a alcanzar el puerto peñiscolano. Precisamente, por aquel entonces Vinaròs comenzaba a ser un rival a tener en cuenta, y es que sin ir más lejos, Alfonso el Magnánimo ya escogió sus aguas como punto de desembarque en alguna de sus operaciones, además de que la crisis lanera, ya de por sí alterará los usos y funciones del puerto de Peñíscola.

No por designios del azar, es a partir de ese periodo cuando la economía peñiscolana comenzará a ralentizarse y focalizar sus operaciones en una actividad pesquera que no irá más allá del ámbito local, no obstante esta no perderá de vista la comercialización de otros productos exportados hacia un marco supralocal, como sucederá con los cultivos que proporcionará la producción de sus campos de secano, entre los que el vino tendrá su respectiva relevancia.

Pero dejando de lado este siglo de oro de la exportación de lana, cabe preguntarse cuál fue la verdadera situación económica y geopolítica que se estableció bajo la época de dominio musulmán, en aquella Banískula que ya venía siendo un hito importante dentro de las líneas comerciales de la franja levantina, y que debido a su envidiable ubicación geográfica, como naturaleza defensiva de su peñón, junto con la presencia de agua dulce en grandes cantidades desde dentro de la misma roca, hacían de este lugar un punto custodiado celosamente de manera ininterrumpida desde la época en la que sus antiguos pobladores pusieron el ojo en su loma caliza.

Y es que, al margen de las interpretaciones que se le quieran dar al lugar ocupado por Peñíscola a lo largo de su historia, este fue uno de los principales puntos de apoyo para aquellas fortificaciones medievales de la franja interior de Castellón. Sirviendo como puerta de salida hacia el mar. Función necesaria para todos esos asentamientos que comenzarán a fortificarse, con especial intensidad entre los siglos X y principios del XI, un momento clave de la historia de este entorno, donde la franja de lo que hoy ocupan las tierras del Baix Maestrat, Alt Maestrat y Ports de Morella, empezarán a consolidarse como un espacio de relativo peso estratégico, y que ya extendía su radio de acción hasta la franja meridional de la parte baja de la desembocadura del río Ebro.

Inscripción arábiga en el Castillo de Alcalà de Xivert (imagen del autor)

Creemos importante remarcar este periodo como un punto de inflexión, no solo por su coincidencia cronológica como fase de transición de la alta a la baja edad media, sino también por la instauración de los Reinos de Taifas, y que como bien sabemos, vinieron cargados de intereses, además de cuestiones sociales, políticas y económicas que se reflejaron en este tipo de espacios de poder, y que jugaban una baza especial como zonas fronterizas, donde la propia naturaleza de los hechos, obligaba a consolidar su puesto estratégico, bien a través del reforzamiento como alzamiento de puntos defensivos que guarnecieran aquellos focos poblacionales que se desparramaban sobre su marco territorial.

Rabasa (2005, 1274) ya nos habla de un puerto auxiliar o secundario emplazado en Alcossebre escasas décadas con posterioridad a la reconquista, un modesto cargador de lana, ya bajo dominio templario, pero que obviamente seguiría desempeñando una labor heredada, arrastrada desde tiempos precedentes en los que la cultura musulmana sabía del potencial de esa zona perfectamente controlada desde el inicio de la Serra d'Irta. La posición de Alcossebre se descolgaría de la franja que descendería desde Morella, al haber una distancia considerable, y que por proximidad resultaría más práctica como punto de servicio portuario para la anexa área de Alcalà de Xivert, a la cual, como históricamente se ha venido demostrando, le ha ejercido la funcionalidad de “grao”y consiguiente zona de salida hacia el mar. Alcalà de Xivert bajo una parte del periodo musulmán se encontraría en la zona de influencia de los Ibn Rummān, quienes además de dar nombre a la localidad de les Coves de Vinromà, y tener sus alrededores como zona de asentamiento, les valió para entrar en contacto directo con la casa de los Abū Qaşīr (quienes darían nombre a la población de Albocàsser), y que ya enmarcaríamos dentro de la potente red defensiva estructurada de los fuertes del Alt Maestrat, y que como presenciamos, tejerían una estrecha red de asociaciones clánicas, que mediante las visuales de sus castillos, sugieren como poco un nexo sociopolítico, en el que además de vínculos comerciales, convergerían intereses en la búsqueda de una salida comercial hacia el Mediterráneo, sin obviar las evidentes prestaciones defensivas, y que fortalecerían las líneas de enclaves como el de la Torre d’En Besora (antaño designada con el nombre de “Torre de Vinarabí”), y que se hallaba asociada a otras estructuras de mayor envergadura como las del castillo de Benassal (ya citado a principios del siglo XI), el de Culla (del que no quedan vestigios antiguos por haberse destruido en épocas posteriores, pero donde el mismo topónimo de “Kullya” nos evidencia sus raíces musulmanas), sin olvidarnos del emplazamiento fortificado de Ares del Mestrat (cuyo ayuntamiento ya se edifica sobre unas antiguas murallas islámicas datadas en el siglo X), o el vecino Castellfort, cuya mención toponímica habla por sí sola.

Castillo de Alcalà de Xivert (imagen del autor)

Igualmente hemos de entender que esta línea fortificada será parte de la herencia poblacional arrastrada desde época ibérica o romana, y que como veremos durante la reconquista se seguirá empleando. Y es que como bien indica Rabasa (2005, 1274), la producción medieval de lana que tenemos documentada en Vilafranca del Cid, no quedaría lejos de esta zona de embarcadores. Obviamente, nadie duda de como durante el medievo la cantidad de lana que saldría desde las tierras Morella era muy importante, hecho que recogen las abundantes referencias de la época entre sus comerciantes, y donde queda patente como Peñíscola será su principal punto de apoyo portuario, al permitirle así dar salida a su producción. En ese sentido, las zonas de tránsito ganadero, como especialmente las que ayudarán a carretear el género que partía desde la actual comarca del Ports, potenciarán una serie de caminos y ramales que hasta la fecha no han sido debidamente estudiados a fondo. Cuestión nada baladí, y en la que la arqueología conocida nos puede dar las principales pistas, pues esta serie de castillos conectados estratégicamente, podrían obedecer a una clara sistematización de las relaciones de comunicación existentes entre los diferentes enclaves desde época antigua.

Vestigios del castillo de Ares del Maestrat (imagen del autor)

El corredor de Catí es sin lugar a dudas un punto de unión con bastante interés entre esta zona del Alt Maestrat y la parte interior del Baix Maestrat, en el que la fortaleza musulmana de Xert antes de la reconquista ejercería de bisagra, al dominar visualmente todo el entorno de comunicación de la antigua Vía Augusta, además de conectar con el ramal descendiente que busca la costa de Vinaròs (donde se hallaba el fuerte de Kasteli), y que reforzaba la posición prelitoral más baja, a través de los castillos de Cervera y Ulldecona. Al respecto, ya en tiempos del medievo cristiano, Rabasa (2005, 1277) apoyándose en documentación del momento, comenta el papel operativo de Peñíscola, gracias a las negociaciones que en el ámbito lanar desempeñará un miembro del linaje de los Santjoan de Catí.

Castillo de Cervera del Maestre (imagen del autor)

Volvemos a reiterar la importancia que adquiere reinterpretar este tipo de flujos comerciales, y que a pesar de producirse durante la baja edad media, son lo más cercano en el tiempo sobre lo que nos podremos apoyar historiográficamente hablando, para así entender los vínculos de población y consiguiente comunicación, desempeñados en este perímetro del norte provincial castellonense, durante el periodo de transición de la alta a la baja edad media.

Castellfort (imagen del autor)

Por un lado la Peñíscola musulmana se servirá del bastión de Kasteli (ya descrito por Al-Idrisi, y que nosotros emplazamos en Vinaròs -más concretamente en el Puig de la Misericòrdia, al concordar en ese preciso punto todas las distancias geográficas que el geógrafo ceutí aporta en su obra, y que por tanto desecharían la tesis tradicional que lo ubican en territorio catalán-). Desde este enclave se interaccionaría con la fortaleza de Cervera, cercando el dominio de la no tan lejana Vía Augusta, así como la consiguiente red de comunicación precedente y que será reutilizada por la cultura musulmana. Ejerciendo una medianera que permitirá controlar el acceso hacia las tierras de Xert, que según se cree, llegaría todavía a estar bajo dominio del hisn cerverí, además de mantener una visual perfecta que abarcaría hasta el corredor meridional catalán, en el que Kasteli se reforzaría con el puesto adelantado de Ulldecona, y que lógicamente integraríamos dentro de la trama defensiva prelitoral organizada alrededor del hisn peñiscolano.

Perspectiva desde lo alto de la cima del Castillo de Ares del Mestrat (imagen del autor)

Recordemos que el castillo de Cervera ya se vinculará como un hisn existente en época califal, en el que durante las prospecciones que se citan en la memoria de una de las intervenciones arqueológicas efectuadas en el yacimiento, y publicada en el número 21 de los quaderns de prehistòria de Castelló, se advierte de la presencia de cerámica decorada en manganeso sobre superficie estannífera (2000, 383).

Tampoco podremos obviar el entorno litoral, en su sentido estrictamente más inmediato, en el que a pesar de no existir vestigios de construcciones militares, al margen del peñasco fortificado de Peñíscola, habría puntos de poblamiento que actuarían como alquerías defensivas, conformadas por modestos clanes, bajo una estructura social tribal, siendo este el caso de los Ibn-al-Arós (Vinaròs) o los Banu-Gazlum (Benicarló), entre otros. Un panorama sociopolítico bastante heterogéneo, en el que pequeños grupos de poder, y representados por diversos caciques, servirán a unos intereses comunes que promovían la configuración de un espacio claramente conectado, a pesar del tan reiterado interés que algunos autores sostienen al querer desmembrar o hacer desaparecer la continuidad poblacional en esta franja del territorio valenciano desde épocas antiguas.

Restos del antiguo punto fortificado de la Torre d’En Besora (imagen de autor)

Por la parte baja siguiendo la costa peñiscolana nos encontramos con los vigorosos acantilados de la Serra d’Irta, indispensables a la hora de aprovechar las prestaciones defensivas de ese medio natural, de ahí la necesidad de alzar estructuras intermedias a lo largo de esa primera línea, tal y como sucederá con la torre Badum o Al-madum, sobre la que nos gustaría matizar que la historiografía general en algunos casos ha caído en el error de otorgarle unos orígenes que no van más allá del siglo XVI. Cuestión que ya hemos expuesto con anterioridad en otras publicaciones, puesto que nosotros partimos del planteamiento de que es precisamente en ese periodo cuando ésta únicamente se readapta a las exigencias militares del momento, teniendo por ello unas antigüedad superior, y que la misma toponimia delata. Y es que en ese sentido, hace ya más de treinta años, el erudito peñiscolano Alfred Ayza (1982), advertía de las reminiscencias musulmanas de esta construcción.

Restos de la antigua fortificación adosada a la actual ermita de Santa Llúcia i Benet (imagen del autor)

Creemos que las sucesivas obras de restauración, y el desgaste al que se veían sometidos edificios de esta tipología (por exponerse en zonas donde proliferan abundantes agentes naturales que los van castigando), hacen que nada sepamos sobre sus etapas más primigenias. No obstante, es lógico pensar que por su ubicación, este punto defensivo quedaba claramente integrado en el área defensiva del hisn de Banískula, o en su defecto, funcionar como un punto de apoyo que reforzaba las posición trasera del Castillo de Xivert (el cual como ya sabemos remonta sus orígenes como mínimo hasta el periodo califal). Fenómeno idéntico al que sucederá con la torre vigía de Sòl de Riu, en este caso en el término municipal de Vinaròs.

Castillo de Culla. Reconstrucción del enclave defensivo (imagen del autor)

Este entramado se apoyaría a su vez sobre la fortaleza emplazada en el otro extremo de la Serra d’Irta, es decir, el castillo de Alcossebre (en lo que hoy es la ermita de Santa Llúcia y Sant Benet), y cuyo topónimo es bastante alusivo por derivar del mote "Al-qusaybah”, es decir, pequeño castillo, y que con toda seguridad sería el ocupado por este singular edificio con excelentes vistas. Creemos que el diminutivo surgiría por comparación con la fortificación más inmediata, y que se hallaba erguida en esa precisa franja del corredor de Irta en dirección a Peñíscola, el (Al-qal'at) “castillo” de Xivert. A continuación, el espacio se cercaría con la fortificación de Santa Magdalena de Polpis, puesto que el tramo de su acceso hasta el área costera y cuya visibilidad la impedía el mismo sistema montañoso de Irta, sólo reforzaba las espaldas del acceso a Banískula, por lo que hábilmente se desplegarían diferentes puestos de defensa en la franja del litoral acantilado, como sucederá con Torre Badum.

Torre Badum (imagen del autor)

Hemos de recordar que algunas de estas fortalezas ya vendrían existiendo desde mucho antes, mejorando los musulmanes su uso militar, de ahí que no resulte casual que en enclaves como el castillo de Cervera o Xivert, pobladores de otras culturas dejaran vestigios de su paso por el lugar. Lo mismo ocurre con la concepción tan tardía que se le dan a varios de los castillos medievales de la zona. Así por ejemplo conocemos el caso del fuerte de la ermita de Alcossebre, el cual pasaría por un periodo de dos fases, cuya primera etapa de poblamiento comprendería entre los siglos IX al XI.

Castillo de Santa Magdalena de Polpis (imagen del autor)

Lo mismo sucederá con el de Santa Magdalena, y que como es sabido ya se reconstruirá durante el siglo XI, siendo ampliado y readaptado durante el periodo de instalación cristiana, pero arrastrando unas raíces que podrían remontarlo hasta el siglo X, y es que parece impensable que un enclave tan importante como el corredor de la Serra d’Irta, estando ya guarnecido por el castillo califal de Xivert, no dispusiera de las prestaciones de apoyo que como vemos le pudo complementar un punto fortificado como este.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Ayza Roca, Alfred (1982). “La Madum. Piratería y defensa del litoral valenciano”. Revista Peñíscola, nº55

* Barrachina Ibañez, Amparo M.; Vizcaíno León, David; (de) Antonio Otal, José Manuel y Bravo Hinojo, Eva María (2000). “Memoria de la intervención arqueológica en el castillo de Cervera del Maestre (Castellón)”. Quaderns de Prehistòria de Castelló, nº21, pp. 357-396

* Gómez de Mora, David (2020). “La red de fortificaciones musulmanas del norte de Castelló y el papel geoestratégico de Banískula. Una visión personal. Revista Peñíscola, nº204

* Rabasa i Vaquer, Carles (2005). Funcions econòmiques del port de Peníscola durant la Baixa Edat Mitjana. XVIII Congrés Internacional d’Història de la Corona d’Aragó, pp. 1269-1290

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).