jueves, 30 de junio de 2022

La vida en las zonas rurales de la Alcarria Conquense. El caso de Carrascosilla

Estos días tuve la fortuna de volver a visitar la tierra en la que descansa una parte importante de mis raíces. Como suele ocurrirme, cada vez que llego a casa, pienso y valoro lo poco que uno necesita para ser feliz sin necesidad de irse muy lejos de donde vive. Esta vez parte de mi viaje lo centré en el despoblado de Carrascosilla, un lugar aparentemente dejado de la mano de Dios, pero donde tuve la suerte de toparme con el guarda rural que de forma permanente se encuentra vigilando todo el perímetro del coto de caza en el que se encuentran los dominios de esta vieja aldea.

En esta ocasión, Jaime, y a quien desde aquí agradezco enormemente el interés mostrado por enseñarme y explicarme como fue el devenir de las últimas décadas de este enclave, uno todavía puede respirar esa esencia de las áreas rurales en la que los duros quehaceres diarios forjaban la personalidad del campesino inmerso en aquella rutina que tanto lo castigaba físicamente, y donde debemos ser conscientes del legado que de manera impertérrita fueron manteniendo sucesivas generaciones con el paso de los siglos, hasta que de manera brusca y como la vida misma, trágicamente se acabaría desvaneciendo.

Un municipio que como sabemos partía de unos precedentes de despoblamiento, pero que siempre se pudieron enmendar. A simple vista, y a pesar de encontrarnos delante de un montón de ruinas, nadie con dos dedos de frente se atrevería a poner en tela de juicio la riqueza etnográfica que impregnó a las gentes que en el pasado daban vida a sus casas. Un patrimonio inmaterial de largo recorrido, y que por desgracia no suelen recoger los libros, pero que tan sabiamente se transmitía generacionalmente entre los hogares de hombres y mujeres sin estudios, cuyo sentido de la intuición y las vivencias diarias, les bastaba para vivir mejor que cualquiera de nosotros (a pesar de la ingente cantidad de cacharros y aparatos con los que hoy contamos para no ahogarnos en un vaso de agua). Cuánta grandeza humana se ha ido perdiendo con esas personas.

Lo poco que uno puede hacer desde aquí, a parte de lamentarse, es manifestar una y otra vez su admiración hacia gentes anónimas a los ojos de la historia, pero hábiles y diestros en el manejo de la azada, y sin los que muchos no habríamos llegado hasta el presente. Gentes que nunca pisaron una universidad, que con 15 años ya estaban hartos de trabajar, y a quienes pasadas varias generaciones, nadie recuerda salvo las hojas de los registros parroquiales que dan testimonio de su paso por este mundo terrenal. 

No me canso de recrearme imaginando en cómo vivían aquellos grupos familiares, cerrados a la vez que endogámicos, constituidos sobre la base de un puñado de casas. Aldeas con una distribución urbana muy parecida, pero a la vez heterogénea, en las que uno presencia los recodos más característicos de esa vida rural, como sucede con las cuadras y corrales, los cuales daban a la vivienda el complemento ganadero que todavía engrandecía más si cabe la independencia económica de sus gentes. 

Sabemos que algunas veces estos espacios se disponían anexos a la casa, o bien se prolongaban en la parte baja de la residencia, de modo que con sus abrevaderos y comederos se conformaba un entorno idóneo para que los animales se encontrasen a salvo, y gracias a los que se calentaba y regulaba térmicamente la zona superior del hogar.

Estas viviendas como era obligatorio, contaban con su correspondiente chimenea, estando en funcionamiento buena parte del año debido a la dureza del clima de esta tierra. Era por ello necesario contar con una buena reserva de leña, pues en esta región uno nunca sabía como podía comportarse la meteorología. Alrededor de la chimenea se disponía lo que era el espacio social por excelencia de la familia, de forma que gracias a su lumbre, y con la ayuda de unas cuantas sillas y taburetes, todos los presentes se disponían a cenar. En esa misma planta solían encontrarse las habitaciones, y en las que como sabemos era habitual que durmiesen varias personas. Resulta imposible ignorar el palomar. Una construcción popular destinada a la cría de pichones y palomas que consumían los mismos inquilinos.

La decoración de la vivienda era austera, y salvo estanterías o la presencia de algún elemento de índole religioso que colgaba en las paredes, pocas cosas más podían verse en aquellas habitaciones encaladas de arriba a abajo. En la mayoría de casos sabemos que se solía ser respetuoso con las tradiciones y la práctica de la religión cristiana, y eso a pesar de que en estos tiempos uno llegue a leer visiones completamente distorsionadas, que pretender secularizar una sociedad, donde pocos discutían la importancia de la religión ya no solo como un elemento espiritual, sino también cultural y gracias al que nuestros abuelos fueron ese tipo de personas que conformaron una gente trabajadora y luchadora que dio a sus hijos todo lo que pudo y más.

El horno de Carrascosilla como la inmensa mayoría de su trama urbana se encuentra en estado ruinoso, no obstante sabemos que se hallaba en la zona cercana al riachuelo que discurre junto a un lateral. Cruzado este perímetro, y adentrándonos en las montañas del término, uno puede apreciar las características cuevas-bodegas en las que nuestros antepasados depositaban esas vastas tinajas que hoy sirven de reclamo turístico a muchos de los forasteros que desconocen la grandeza etnográfica de estas tierras.




(Imágenes de una cueva-bodega, palomar, chimenea y comederos de Carrascosilla)

 

David Gómez de Mora

lunes, 27 de junio de 2022

La antigua Ermita de San Gregorio

Las ermitas siempre han sido uno de los lugares de oración que en enclaves como Saceda del Río han tenido un peso especial, con motivo de la idiosincrasia y consiguiente devoción que sus antepasados han mantenido a lo largo de los siglos estrechamente con el catolicismo. En el caso que nos ocupa, las construcciones de esta tipología y que conocemos históricamente de la localidad, siempre se caracterizaron por su modesta arquitectura, no obstante, ello no quitará importancia a su uso como espacio de culto y que durante la llegada de las peregrinaciones, movilizaba a la inmensa mayoría de sus habitantes.

En el caso que nos ocupa queremos centrarnos en lo que se conoce como la antigua Ermita de San Gregorio, la cual junto con la de Santiago, eran los dos edificios más representativos de esta tipología en el municipio. Por un lado la ermita de Santiago se hallaba como solía ser habitual en las afueras del núcleo urbano, en dirección hacia Huete. En cambio, la de San Gregorio, y que en tiempos de Madoz no se especifica que todavía estuviese en estado ruinoso, se ubicaba al este, aprovechando una de las estribaciones de lo que se conoce como los Altos de la Marquesa, cerca de los límites del término de Bonilla, pero todavía dentro de las tierras de Saceda, en una cota por encima de los 1000 m.s.n.m., distando a 2.500 metros del casco urbano, y por donde se accedía entre fincas a través de un camino que los mayores denominaban como “Camino del Santo”.


A día de hoy todavía puede apreciarse su planta semicuadrada, así como los restos de las trompas que posicionadas en las esquinas resolvían arquitectónicamente el paso de la base cuadrada a una cúpula que cubría la construcción. Una de ellas directamente se reforzó desde el suelo como una especie de contrafuerte para darle mayor solidez a la obra, pues como la totalidad, veremos que esta se cimienta sobre intervenciones precarias, donde apreciamos la ausencia en todo el conjunto de sillería que diera algo de entidad a la estructura.


Desafortunadamente el estado ruinoso del antiguo edificio no permite hacernos una idea más detallada de algunas de las partes del templo. Como decíamos su base era semicuadrada, teniendo unos cinco metros de lado. Sus paredes poseían un grosor aproximado de unos 50 centímetros, y aparentemente no disponía de ventanas en sus laterales, habiendo como entrada de luz lo que era la zona abierta al exterior que quedaba en la pared de enfrente de la puerta. Suponemos que en la zona superior del acceso habría una espadaña con su correspondiente campana.

David Gómez de Mora

martes, 14 de junio de 2022

Estructuras ganaderas en Villarejo de la Peñuela. Vestigios del pasado

El cuidado de los animales y su consiguiente explotación como fuente de ingresos fue un elemento a tener en cuenta en la vida de muchos de nuestros antepasados. Es por ello que la presencia de corrales en diferentes zonas del término municipal que estamos analizando, vienen a reflejarnos una parte de esa economía de antaño, en la que la tenencia de ovejas, cabras y otro tipo de ganado, era una forma más con la que la gente se ganaba el pan de cada día.

Cuando hablamos de corrales es necesario distinguir diferentes usos o partes dentro de la misma edificación, siendo el caso de lo que es el patio o sereno (zona abierta al exterior), así como las áreas cubiertas, además de otros espacios auxiliares, que aunque puedan parecer menos usuales, sabemos que acababan incorporándose en algunos casos, sucediendo por ejemplo con la cabaña del pastor o recintos pequeños para las crías recién nacidas, y que reciben el nombre de frosquil.

Los corrales hasta hace poco más de un siglo eran un refugio para el animal no solo desde la perspectiva de la inclemencia climática, sino también de ataques de especies como el zorro o el lobo, las cuales causaban numerosas pérdidas, pues suponían un quebradero de cabeza para ganaderos y pastores, tal y como por desgracia en la actualidad está volviendo a suceder en la franja sur del río Duero.

Estas construcciones muchas veces nos pueden parecer simples, no obstante como sabemos, además de su función como punto para guarecerse, otro uso que se le podía aplicar era el de cobertizo ante inclemencias meteorológicas. Un espacio cubierto, a veces complementado con una pajera (un almacén para el tallo seco de las gramíneas), y que para mantener la techumbre se reforzaba con columnas de piedra o postes de madera, creando así un entorno que salvaguardaba a los animales por todas las partes. En esas zonas cerradas era indispensable el uso de la horca para colocar y sacar la paja. También se reforzaba la base de aquellas estructuras de madera con piedras o bloques que evitaban que estas entrasen en contacto directo con el suelo y los excrementos de los animales, impidiendo así que se pudrieran y por tanto poner en riesgo la estabilidad de la construcción.

Las zonas cubiertas contaban con tejas que cubrían el techo, y junto con hierbas, maderas y cañas impermeabilizaban la zona superior, superponiéndose así en la parte externa piedras que evitaban que ante la llegada de fuertes temporales o mucho viento estas saliesen despedidas. La paridera u “overatium” medieval, siempre sirvió como refugio para el pastor o los transeúntes de caminos que buscaban un lugar en el que protegerse para pasar la noche. Por norma general estas zonas contaban con un espacio para la alimentación del animal, de ahí que algunas conserven los teleros (una especie de jaula de madera), en la que se dejaba la paja y la alfalfa para que los animales la consumieran. Además de la pajera, y que solía sellarse de forma segura, veremos como una parte importante del corral muchas veces se realiza siguiendo la técnica de piedra en seco, o directamente aplicando una capa de argamasa que diese más consistencia a la edificación. No faltarán las puertas y el clásico dintel de madera (viga) que podía haber en algunos accesos, y que sin lugar a duda era una de las partes más vulnerables de la construcción. Las puertas aseguraban su cierre con un tranquero, pues el riesgo de que el animal se escapara o entrara algún depredador era elevado.

En Villarejo conocemos la existencia de diferentes corrales, que dependiendo de su utilidad y zona en la que se hallan ofrecen una planta diferente. Así pues, en las afueras del casco urbano, ya dentro de lo que sería la zona “salvaje” y montañosa de su término municipal, apreciamos algunos de ellos, tal y como ocurre con el que aquí hemos numerado como corral nº1.1. Este presenta una planta rectangular (unos 8'5 metros x 10 metros aproximadamente) aprovechando la pendiente del lugar. La zona cubierta que tenía la estructura, y de la cual todavía pueden presenciarse los restos de tejas en el suelo, se cubría parcialmente con un tejado en dirección hacia la parte baja del valle, para que así el agua discurriera. El grosor del muro es de unos 60 centímetros, alcanzando la pared superior una altura de unos 2'60 metros. En las esquinas pueden presenciarse sillares de calidad y que evidentemente reforzaban la estructura. La pared del flanco oriental está casi derrumbada.

Corral nº 1.1

Corral nº 1.2

Corral nº 1.3

Localización de los corrales nº 1.1, nº 1.2 y nº 1.3 (google maps)

No muy lejos de este corral hallamos otros dos (nº1.2 y nº1.3), por lo que pensamos que se integrarían dentro de un mismo espacio de uso, y en el que de nuevo en el caso del primero se describe una planta rectangular de 9 x 10'7 metros aproximadamente. La puerta mira hacia el flanco oriental, poseyendo un ancho de 83 centímetros.

Finalmente, la siguiente estructura ganadera y que aquí catalogamos como 1.3, se complementa con dos espacios adjuntos, uno de planta rectangular (10'5 metros x 7,70 metros), dividido en dos niveles con la puerta mirando hacia el flanco occidental con una anchura de 90 centímetros, así como otra habitación de planta cuadrada (8'7 metros), con su acceso en el muro meridional, estando incomunicado con el anterior.

Consideramos que estos tres edificios por su proximidad se deben adscribir a un mismo espacio ganadero, en el que como apreciamos, tendríamos el clásico corral con una zona descubierta por un patio, en el que luego con vigas y columnas se daría pie a la aparición de una zona que protegía de los tórridos veranos o las lluvias. Otro y que aquí denominamos corral nº2 ofrece una planta rectangular de 12 x 8 metros aproximadamente. La sillería de su puerta está destrozada y de la misma forma que en las estructuras anteriores las esquinas se han reforzado con los bloques de mejor calidad.

Corral nº 2

Localización del referido corral (google maps)

Finalmente otro corral y que viene a ser el quinto (nº3), a diferencia de los anteriores se encuentra en un mejor estado de conservación, ofreciendo una planta prácticamente cuadrada de unos 10'70 metros de lado. Este aprovecha el desnivel y tiene un muro de una altura de 1'70 metros, con un grosor de 60 centímetros y puerta de 90 centímetros de ancho.

Corral nº 3

Localización del referido corral (google maps)

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

domingo, 12 de junio de 2022

Residencias destacadas en Villarejo de la Peñuela

Las viviendas son y serán un reflejo de la condición y aspiración social de las personas que las habitan en su interior. Un patrón que prácticamente no ha cambiado con el paso de los siglos, así como una razón adicional para quienes nos interesa analizar las características que distinguen los grupos de poder en tiempos pasados, y que complementamos con los testamentos o los libros de defunciones donde aparecen sus propietarios. 

Habitualmente aquellos vecinos que no disponían de recursos y tampoco vivían muy desahogadamente, habitaban casas en las que había una carencia de elementos artísticos, y que las convertían en lugares simples, lo más pragmáticos o normales para residir, que por norma general consolidaban su fachada con piedras grandes apoyadas sobre la clásica mezcla de mortero, y que posteriormente se rebozaba con cal, protegiendo así térmicamente el hogar además de darle una función antiséptica, que a la vez ocultaba el material con el que esta se había edificado. La otra cara de la moneda estaba en aquella gente con una aceptable disponibilidad de bienes, y que podía encargar a uno o varios canteros que esculpieran los sillares que cubrían toda la parte externa de su residencia, hecho que evidentemente conllevaba unos costes superiores, y que dependiendo del grado de poder, podía mejorarse con decoración en diferentes puntos de la parte externa del hogar. De la misma forma, aquellos que deseaban imitar las viviendas de familias con recursos, pero que no podían permitirse una fachada lucida enteramente por fuera, seleccionaban una parte concreta en la que destinaban esa inversión de los sillares, todo con tal de mejorar su aspecto, dedicándose por costumbre en las zonas de las entradas y ventanales, donde el contraste era más vistoso respecto al resto de la casa, consiguiendo así engalanarla mucho mejor.

En el caso de Villarejo observamos dentro de su casco urbano algunos ejemplos de viviendas que podríamos atribuir a familias que antaño tuvieron inquilinos que pudieron permitirse algunas de las actuaciones que arriba hemos comentado. Se trata de las típicas residencias de familias labriegas desahogadas, que rompen con la línea de la casa tradicional del campesino acomodado con dos plantas y una cámara superior, que cuenta además con una disposición bastante aceptable del espacio, pero en la que la cal a lo largo de la vivienda y la ausencia de cualquier elemento que denote cantería, son sus principales señas de identidad.  Cabe decir que en el caso de este territorio, el trabajo en forja en las ventanas es otra de esas formas con las que inteligentemente se pretende sacar mayor partido al aspecto de la fachada.

Vivienda en la calle prado de Villarejo de la Peñuela. Su decoración puede adscribirse al estilo barroco de estas zonas ruralizadas

Villarejo de la Peñuela se dispone en una zona llana, sin excesivos accidentes geográficos, lo que le posibilita la presencia de casas de cierto tamaño, un elemento a tener en cuenta siempre que deseemos estudiar la distribución y tipología de los hogares en cualquier lugar, pues el medio en el que se encuentran muchas veces es el factor que determina las directrices del urbanismo de esa zona.

Por una parte en la calle calvario, conocida es la residencia por el emblema heráldico que remata la entrada del hogar. Una vivienda que en su momento apostó por la posición intermedia de concentrar el sillar de calidad en la zona baja y alrededor de su entrada. Precisamente en uno de estos apreciamos los restos de una marca de cantería, así como en otro superior lo que parece ser un reloj solar circular, además de la clásica cruz protectora que se esculpía en la caras de las entradas de los hogares, conservándose todavía en un taco de madera una argolla encastada y que da en su conjunto con el referido escudo de armas a la fachada un aire de elegancia dentro de esa arquitectura rural a la que nos estamos refiriendo.

 

Casa de la calle calvario de Villarejo de la Peñuela. La puerta se remata con un escudo atribuido a la familia Castro, y que como sabemos residió en el municipio desde el siglo XVI hasta el XVIII

Igualmente apreciamos los vestigios de otras residencias al mando de gente que pudo permitirse la construcción de una fachada destacada, siendo el caso de una trabajada enteramente con sillares, y que se deja ver a pesar de las reformas a las que se habrá visto sometida con el paso de los siglos. Esta concretamente se halla en la calle zacatín, donde puede incluso intuirse una de las partes abiertas que la comunicaban con el exterior. Salta a la vista que esta se dividió, presentando antiguamente un tamaño más grande, no distando de la zona en la que se encontraba el palacio de los señores del lugar, y que como sabemos era la residencia más espectacular del municipio.

Casa trabajada con sillería en la calle zacatín de Villarejo de la Peñuela

Para finalizar, otra vivienda que desearíamos destacar en el presente artículo, es una casa característica de ricos labradores, y que cuenta con elementos ornamentales que podrían haberse introducido durante el periodo barroco. Esta se encuentra en la calle prado, siendo un claro ejemplo de aquellos hogares de zonas rurales habitados por familias con propiedades, pero que no llegarían a insertarse dentro de la nobleza local, de lo contrario hubiesen lucido esa decoración con algún emblema heráldico que diera mayor singularidad y personalidad al edificio.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

Los restos del Palacio de los Señores de Villarejo de la Peñuela

Las crónicas nos recuerdan que durante el siglo XIV, Alfonso Martínez, un caballero de Huete, y que según se relata era gobernador de la fortaleza de esta ciudad, tuvo un vástago llamado Alfón Martínez de Ribera. Éste del mismo modo que su padre ostentó la alcaidía del castillo de dicho lugar, casando con su esposa Inés Fernández. El destino de Alfón (el mozo) cambiaría de forma brusca, cuando tras una heroica intervención de resistencia ante la ofensiva de don Juan Manuel (quien pretendía tomar la fortaleza optense), se le premió por su acto memorable, con la donación de la aldea y castillo de Anguix, además del señorío de Villarejo de la Peñuela junto con el de San Pedro Palmiches. 

Es de suponer que desde 1328, cuando ya se produce la entrega de este lugar a la familia de los Ribera, los miembros del linaje alzarían o aprovecharían alguna edificación con la que consolidar su casona señorial. Pues sería extraño imaginar que estos no exhibieran la pertenencia de su dominio (como solía ser habitual),  a través de algún tipo de edificación, independientemente de si hiciesen vida permanente o de manera esporádica en el municipio.

Cierto es que esto no dejan de ser meras conjeturas, aunque cabe decir que una cosa si estaba clara, y es que la iglesia de Villarejo como mínimo se remonta a principios del siglo XIII, teniendo en ese momento la típica planta románica. Prueba de ello son los canes y tirantes de madera de su nave central, y que todavía nos recuerdan su existencia en un periodo de la historia del lugar del que casi nada sabemos.

Avanzados los siglos, entraríamos dentro de lo que sería la creación del palacio renacentista. Así pues, durante el siglo XVI la residencia de la familia recibiría un cambio de imagen. Una centuria de esplendor arquitectónico para la localidad, puesto que junto con la siguiente, se rematarían tanto esta como parte de la obra de la Iglesia Parroquial, realzando así el aspecto de esta área del pueblo, y que desde la perspectiva urbanística habríamos de englobar como lo que sería el perímetro del casco antiguo, tal y como ya hemos formulado en alguna ocasión al tratar la descripción de la evolución urbanística del parcelario local.


Palacio de los Señores de Villarejo de la Peñuela antes de su despiece. Fotografía de Carlos Albendea

Desafortunadamente, como suele ocurrir con este tipo de edificaciones, a medida que trascurre el tiempo y estas se acaban abandonando, la residencia ya no se volvería a habitar, estando en desuso y cayendo consiguientemente en estado de ruina. Como veremos, algunas partes de la misma se irían reciclando en diferentes lugares de la geografía conquense.

Sabemos por ejemplo que el escudo de los propietarios del palacio se emplazaría en la Venta de Cabrejas, una auténtica joya de la cantería de la época por su tamaño, donde destacan los emblemas heráldicos de las familias que estuvieron asociadas con esta casa de la nobleza villarejeña.


Decoración de la puerta principal del antiguo Palacio de Villarejo de la Peñuela, hoy ubicada en la Ciudad de Cuenca

Sin lugar a duda el elemento más representativo es la entrada principal al antiguo palacio, la cual se desplazó durante la segunda mitad del siglo XX hasta la ciudad de Cuenca. Por su traza podemos observar un arco de medio punto sustentado por pilastras y flanqueado por columnas dóricas, sobre plintos que soportan un friso decorado a base de triglifos y métopas que contienen los emblemas de la familia a la que perteneció el palacio, apreciándose en una de ellas el característico león rampante con ocho cruces de Calatrava, y que debemos adscribir al linaje de los Coello.

Paseando por los restos de lo que fueron las paredes de la noble residencia villarejeña, apreciamos vestigios decorativos en el alfeizar, donde encontramos algunas rosetas esculpidas que daban todavía mayor solera al aspecto exterior de la vivienda. 


Detalle del alfeizar de la residencia nobiliaria

Del mismo modo, si damos una vuelta por alguna de las calles de los alrededores, veremos cómo se han reintroducido en un par de casas los restos de lo que parecen ser unas ménsulas, y que se caracterizan por estar distribuidas en varias franjas, teniendo en la parte superior decoración de hojas, así como debajo una sucesión de arcos, y en el caso de una, un cordón que de nuevo se culmina sobre otra decoración floral en la zona inferior.


Resto de lo que podría ser una ménsula perteneciente a la decoración del antiguo palacio. Calle de la iglesia de Villarejo de la Peñuela

Resto de lo que podría ser una ménsula perteneciente a la decoración del antiguo palacio. Calle del zacatín de Villarejo de la Peñuela

Siguen quedándose muchas cuestiones en el tintero que nos ayuden a entender como fue la historia de esta residencia señorial. Tenemos constancia de como a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI como primera del XVII, la vida de los señores en el lugar promovió diferentes intervenciones arquitectónicas, bien fuese tanto en la residencia referida como en la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, hecho que en parte nos refleja una secuencia de la vida de estas familias de la nobleza local que el público desconoce. 

Continuará... 

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

La Ermita de la Inmaculada Concepción de Caracenilla

Entre los edificios más representativos de esta pedanía optense, merece la pena destacar su ermita dedicada a la Inmaculada Concepción. Un edificio que mandó edificar el caracenillense don José Joaquín de León y Gascueña, religioso y mecenas que durante el siglo XVIII estuvo al frente de diferentes actuaciones vinculadas con su localidad natal, tal y como se apreciará en algunas partes de la Iglesia Parroquial, siendo buen ejemplo la portada neoclásica dedicada a San José o la ermita a la que nos estamos refiriendo. 

Ermita de la Inmaculada Concepción de Caracenilla 

Los León de Caracenilla eran una familia de la nobleza local, con raíces en la localidad de Valdemoro del Rey, insertada en el clero, y con notables influencias más allá de su lugar de origen, tal y como presenciaremos en Saceda del Río y otros municipios de la zona, una cuestión que hemos ido desentrañando a través de diversas investigaciones genealógicas, en las que se ha intentado no solo comprender el trasfondo histórico de estas casas de hidalgos, sino también de las familias del ámbito rural integradas dentro de su órbita social. 

La Ermita de la Inmaculada Concepción se alza sobre una planta de cruz latina con crucero abierto, aunque al presentar unos brazos escasamente marcados, esta desde fuera ofrece un diseño cúbico. Si paseamos junto a sus laterales externos, apreciaremos elementos de cantería, como ocurre con alguna marca de trabajo o cruces protectoras. 

Cruces protectoras en la zona exterior del edificio 

Su zona de acceso, y que está encarada hacia la población, tiene un porche de tres arcos, ubicándose en la parte externa superior del arco central, una inscripción en piedra, que a pesar de su mal estado, parece indicarnos un texto con una fecha que dataría de principios del siglo XIX. 

Sabemos que este edificio se alzó sobre otro anterior, es decir una ermita más antigua, tal y como evidencian los vestigios de sillería que apreciamos en los alrededores del edifico. Y es que por la tipología de la piedra con la que están trabajados, queda claro que estos nada tienen que ver con el material empleado para levantar el edificio actual. Incluso nos atreveríamos a formular la hipótesis de que anteriormente a esa vieja ermita podría haber existido otra construcción anterior. Nada extraño si tenemos en cuenta que en sus inmediaciones hallamos un puente con raíces romanas, además de un miliario reciclado, sin olvidar que por ese espacio discurre el Camino Real, y que como sabemos, ahonda su historia en épocas antiguas. 


Vestigios de cantería pertenecientes a la edificación religiosa anterior 

Creemos que siempre y cuando entendamos que las raíces de Caracenilla son mucho más antiguas que las de su fundación cristiana, es aceptable pensar en la idea de que ese perímetro geográfico con diferentes elementos de épocas muy antiguas, fuese un lugar aprovechado por culturas precedentes, y que como seguimos apreciando en la actualidad, ofrece una perfecta visual del lugar desde la que otear la zona del valle sobre la que se encuentra su loma. 

En cuanto al tema artístico-religioso, por lo que respecta a la advocación de la ermita, veremos como la devoción a la Inmaculada Concepción deriva de la creencia que fundamenta como la mujer elegida por Dios para ser la Madre de su hijo debía ser una criatura excepcional y limpia de pecado. Desde la tardía Edad Media, artistas como Giotto que pintaba escenas de textos apócrifos, como el beso de San Joaquín y Santa Ana, donde se dice que concibieron sin pecado a la Virgen, surgen las representaciones de la Tota Pulchra, donde la Virgen se representa de pie, con el cabello suelto y las manos unidas en actitud de rezar y rodeada de los símbolos de las prefiguraciones del Antiguo Testamento; los símbolos de pureza del Cantar de los Cantares: el Sol, la Luna, el cedro, la rosa sin espinas, la fuente, la estrella del mar, el lirio, la rama de olivo, la torre de David y el espejo sin mancha. Los artistas conocían estos símbolos e iconografías por las letanías que circulaban en Europa desde el siglo XV (gracias a la imprenta). No obstante, de este modelo surgiría otro más difundido, el de María Mulier Amicta sole que estaba inspirado en el fragmento del Apocalipsis (12,1). 

David Gómez de Mora

miércoles, 8 de junio de 2022

Los corrales de Verdelpino de Huete. Resquicios de una ganadería olvidada

Nadie discute que la agricultura fue el principal motor económico en la inmensa mayoría de los municipios de la Alcarria Optense. Un campo sostenido a través de las gramíneas y el secano que enriqueció a diferentes familias que consiguieron aglutinar un patrimonio ingente, que como en el caso de Verdelpino favoreció a linajes como los Alcázar, Solera y demás vinculados a su órbita social.

Sería absurdo negar la importancia que la ganadería jugó en términos montañosos como el caso del que nos ocupa, y que debido a la disponibilidad de pinedas y zonas rocosas, fomentó la aparición de corrales que se desperdigaron por algunas de las áreas escabrosas o de escasa riqueza edáfica de su término municipal. En Verdelpino había bastantes franjas destinadas al pasto común, cercanas o por encima de la cota de los mil metros. Una de esas dehesas era la que se llamaba con el nombre de Boyaldón, y que se ubicaba en el desaparecido caserío de Pedro Pascual. A mediados del siglo XVIII el párroco de la localidad, que era quien mayor cantidad de cabezas controlaba, llevaba a sus reses (a través de pastores contratados) hasta la dehesa de la villa de Valparaíso de Arriba, así como a la de la Algarfa, esta última ubicada en tierras más alejadas, pues lindaba con el mismo río Tajo.

La cifra de animales que se registran entre todos los vecinos en el Catastro de Ensenada asciende a más de 3200, destacando unas 1845 ovejas, junto con 498 borregos y 489 borregas. Obviamente este cómputo como hemos ido averiguando no siempre se ajustaba a la realidad, pues por norma general siempre tiraba a la baja, ante el temor de que fiscalmente aquello pudiera afectar a sus vecinos o propietarios.

Si paseamos por los montes de Verdelpino de Huete, podremos ver diferentes corrales, y que se hallan desperdigados a lo largo de diferentes partes del término municipal. Es por este motivo que a continuación quisiéramos describir un total de cinco corrales.

Debido al pésimo estado de conservación en el que se encuentran algunos de ellos, resulta imposible a simple vista definir con detalle como era toda la estructura arquitectónica que los componía. No obstante puede resultar interesante, analizar con más detenimiento en un futuro, que partes u elementos conformaron su disposición, pues sabido es que en el corral se distinguen diferentes secciones, entre las que a grandes rasgos podemos definir lo que viene a ser el patio abierto (también llamado sereno o raso), así como la zona cubierta con fines varios como el de paridera o cobertizo, y en la que siempre podían guarecerse los animales como el propio pastor cuando era necesario. Yendo por partes, veremos que el primero de ellos presenta una forma rectangular, con un muro de 12 metros de longitud en la parte donde se localiza su única zona de acceso. Los muros presentan una altura de 1,70 metros y en la parte de su entrada las paredes alcanzan un espesor de unos 85 centímetros. A este corral le hemos denominado como corral nº1 (dentro de la referenciación que estamos realizando de Verdelpino de Huete). 


Corral nº1

Localización del referido corral (google maps)

El siguiente corral ofrece una planta trapezoidal estando dividido en dos secciones. Tiene aspecto de ser bastante antiguo, poseyendo una puerta con un ancho de 80 centímetros, mientras que la otra de un metro de largo. La caliza con la que están hechas las paredes ofrecen un aspecto muy desgastado, estando sus accesos mirando junto al camino que circula por la zona. El grosor de la pared es de unos 70 centímetros, teniendo una altura media de 1'70 metros. Apreciamos que ambas puertas ofrecen restos de argamasa. A este corral le denominamos como corral nº2.


Corral nº2

Localización del referido corral (google maps)

Este tercer corral presenta también una caliza muy desgastada, teniendo un muro de una altura media de 1'50 metros de altura y grosor de 70 centímetros. Su planta es trapezoidal y la entrada se halla en estado ruinoso, mirando del mismo modo que el anterior hacia el camino, algo habitual pues de esta forma el pastor introducía al ganado nada más salir por la vía que transitaba. Este corral lo hemos catalogado con el nº3.


Corral nº3

A escasa decenas de metros de distancia del anterior (aproximadamente unos 60 metros), encontramos otro corral, el cual pensamos que formaría parte de la misma explotación ganadera que el nº3. Este se halla divido en dos partes, y debido a su mal estado de conservación, ni tan siquiera apreciamos dónde se hallaba su entrada, teniendo un vértice con una esquina redondeada, y que de modo aislado, nos lleva a pensar que posiblemente en ese lugar se dispusiera de una pajera, es decir, un espacio destinado para el almacenamiento de la paja, lo que nos indicaría que muy probablemente en la edificación hubiese alguna zona cubierta como una paridera. Es de imaginar que en esta franja de la montaña en la que hemos visto diferentes corrales, hubiese la presencia de alguna habitación destinada para este uso, pues tanto por el clima como la lejanía al municipio en el que se encuentran los corrales, sería casi obligada la presencia de áreas cubiertas para el ganado y el pastor. Dicho corral lo hemos referenciado como corral nº4 de Verdelpino de Huete.


Corral nº4

Localización de los referidos corrales (nº3 y nº4, google maps)

Finalmente, hallamos un quinto corral (nº5). En el apreciamos dos partes. El acceso interior entre ambas tiene un anchura de 50 centímetros, poseyendo el grosor de sus muros unos 85 centímetros, así como una altura cercana al metro y medio.


Corral nº5

Localización del referido corral (google maps)

David Gómez de Mora

lunes, 6 de junio de 2022

La antigua trama urbana de La Peraleja. Cuestiones por esclarecer

Durante la Baja Edad Media se iría conformando parte de la red geográfica de municipios que con el trascurso de los siglos consolidarán el territorio conquense que nuestros antepasados ya conocieron. El periodo ininterrumpido en el que culturas como la ibérica, romana, musulmana y finalmente cristiana, fueron dando forma a un territorio que en muchas ocasiones aprovecharía los mismos recursos y enclaves explotados por los pueblos que le precedieron, fue algo más normal de lo que las visiones simplistas nos impiden imaginar.

La Peraleja por su toponimia es uno de esos enclaves que aparentemente parece no arrastrar unas raíces milenarias, pero que una vez que se empieza a indagar a fondo en la historia y pasado de sus inmediaciones, se comprueba bien por la toponimia, como por diferentes yacimientos, que la vida en sus proximidades desde épocas antiguas fue una realidad que todavía la historiografía regional no ha estudiado con detalle.

Calle Constitución de La Peraleja

Por lo que respecta al casco antiguo de esta población, apreciamos diferentes viarios, que por su trazado, ubicación e interpretación dentro del contexto de la antigua geografía urbana del lugar, demuestran que este enclave pudo ya haber florecido al menos en tiempo de la Baja Edad Media.

Como ya apuntamos, el núcleo medieval de La Peraleja se cimienta en su zona alta, un lugar resguardado, con una buena visual de la llanura alcarriense en la que se alza, aprovechando los recodos que la modesta geomorfología de la Sierra de La Peraleja otorogan al enclave. Un espacio que junto otros municipios de sus alrededores, pensamos que arrastraría unas raíces que como mínimo ahondan en el periodo de la dominación islámica, antes de que el lugar cayese en manos de los hombres de Álvar Fáñez. Sabemos que la fortaleza de Huete se hallaba dentro de una malla defensiva de fortificaciones y espacios habitados, que conectaban un territorio que se cimentaba en un sistema de comunicaciones entre localidades que ya venía reciclado de culturas anteriores.

Plaza Escuelas (La Peraleja)

En el caso de La Peraleja, llama nuestra atención el parcelario desordenado que discurre junto a la zona elevada y anexa a la Iglesia, donde apreciamos evidentes rupturas de su trama, sobre la que después se intenta adaptar el parcelario, a medida que se produciría una prolongación natural del enclave cuando el municipio iría creciendo. Esta evolución demográfica se percibe en las diferentes partidas sacramentales que registran la cifra de habitantes, a través de los volúmenes manuscritos pertenecientes a su antiguo archivo parroquial.

La ausencia de un callejero rectilíneo en el corazón de esa zona superior, donde convergen precisamente los edificios más representativos de estas sociedades de la reconquista, son uno de los varios argumentos en los que nos basamos para formular esta hipótesis urbanística.

Calle Zacatín de La Peraleja

El espacio o hito que vertebra el núcleo poblacional es el área que discurre desde la plaza de las escuelas, junto a la misma y en una zona de clara ruptura de pendiente se instala la Iglesia, siendo como sabemos uno de los edificios más antiguos del municipio. Desde este punto afloran diferentes calles que conforman el viario de sus alrededores y que nosotros definimos como el casco antiguo, sucediendo así con las calles mártires y calle constitución, además de la calle zacatín, topónimo que por cierto ya nos está indicando un uso concreto. Recordemos que esta palabra proviene del árabe-hispánico saqqaṭtín, más concretamente del plural saqqáṭ, haciendo alusión a un lugar en el que se venderían telas y paños, el cual y no por designios del azar se acabaría concentrando junto a esta zona más antigua del pueblo.

Las Casillas de La Peraleja

A medida que el municipio fue creciendo su trama iría expandiéndose por sus alrededores, discurriendo pendiente abajo, integrando algunas barriadas periféricas a las calles del municipio. Precisamente, uno de esos espacios que por norma general quedaba en las afueras de las localidades por ser zonas de menor consideración, eran las características cuevas o viviendas excavadas en la roca, y que como veremos en el caso de La Peraleja, todavía conserva algunas de estas. Estas construcciones reciben el nombre de “Las casillas”. Se trataba de obras residenciales que se realizaban excavando directamente la roca del terreno al resultar una superficie facilmente maleable, lo que permitía su aprovechamiento como zona residencial, sin necesidad de contar con sillería o el espacio abierto que demandaría cualquier vivienda al uso, y que obviamente conllevaba un coste superior. Estas las veremos citadas en la documentación de la época, aprovechándose de forma complementaria junto con corrales o puntos de bodega en los que se resguardaban las tinajas de vino.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

Los Barambio. Retazos de su historia familiar

A día de hoy son muchas las dudas que nos acechan en lo que se refiere al origen de varios de los linajes que conforman el corpus de familias conquenses, asentadas en los diferentes municipios de la provincia desde hace más de cuatro siglos de antigüedad.

Una de estas por la particularidad de su apellido es la de los Barambio, nombre que por su etimología salta a la vista que nada tiene que ver con la toponimia local de esta franja castellana, y que veremos disperso por diferentes puntos de la Manchuela Conquense.

Ahora bien, cabe preguntarse de dónde procede realmente el origen del primer Barambio afincado en el área conquense, pues la documentación hasta la fecha poco nos ayuda. Por un lado tenemos que en los libros parroquiales de Buenache de Alarcón, y más concretamente durante la segunda mitad del siglo XVI, aparece la primera mención de un Barambio en el lugar.

Ese primer Barambio pudo venir de otro municipio de la zona o más alejado, o directamente descender desde las tierras del norte peninsular. Como decimos este interrogante solo podremos despejarlo cuando veamos con datos escritos la referencia geográfica sobre el origen de esa primera generación de la familia, y que como creemos, tuvo que darse entre mediados del siglo XVI y década siguiente (al menos en el caso de Buenache de Alarcón y sus aledaños).

Durante esa centuria son diversos los movimientos de familias procedentes de la zona vasca hasta las tierras conquenses, solo como ejemplo podemos citar el caso de sus vecinos los Lizcano, afincados en Buenache durante la primera mitad de siglo, siendo la mano derecha de los Ruiz de Alarcón; señores del lugar, y que no tuvieron ningún problema en reconocerlos como miembros del estado noble al demostrar su hidalguía ante la Chancillería, apoyándose en el privilegio de la nobleza universal vasca.

Es lógico presuponer que en algún momento el apellido Barambio estuviese relacionado con la localidad de mismo nombre, un concejo del municipio de Amurrio, y que encontramos en la provincia de Álava. Incluso no es descabellado hipotetizar que la familia acabaría portando este apellido como indicativo del lugar de origen, al ir complementado con otro que podría causar confusión al estar repetido, tal y como les ocurrió a sus vecinos los Saiz de Aceta. Recordemos que Martín Saiz (vecino de Aceta), se apellidó Saiz de Aceta, para así distinguirse del resto de vecinos tras afincarse en Buenache, ya que al principio era conocido como Martín Saiz el “vizcaíno”. El calificativo era una clara reseña que indicaba su procedencia geográfica, tal y como apreciamos en un par de partidas del primer tomo de bautismos del libro parroquial, donde se anotan los nombres de dos hijos suyos, y que este bautizó en 1550 y 1552. Nuestro personaje siguiendo la costumbre de sus paisanos, optó por precisar el foco concreto de aquel amplio territorio del que descendía, de ahí que justo tras la generación de su hijo Martín el mozo, comencemos a leer el apellido Aceta o Saiz de Aceta, desapareciendo el Saiz de forma aislada.

Los Aceta, al igual que los Lizcano, al ser vascos aprovecharon el derecho que les correspondía a ser reconocidos como miembros del estado noble, aunque en este caso sin pasar tan siquiera por la Chancillería, de ahí que su apellido se transcriba en algunos padrones que luego familias de la nobleza local como los Reillo emplearán para intentar justificar también su hidalguía.

Ahora bien, cabe preguntarse que pudo pasar para que los Barambio, si realmente eran procedentes del territorio vasco, nunca hiciesen prevalecer ese derecho que los equiparaba a los nobles castellanos. Incluso resulta mucha casualidad que sea precisamente durante el siglo XVI cuando en Buenache aparecen tres linajes vascos en poco tiempo (Lizcano, Aceta y Barambio), y sean precisamente estos últimos quienes en el caso de venir del norte, nunca reclamaran ese reconocimiento social.

Hemos de decir que este caso no sería algo inusual, pues investigando los linajes de la no tan lejana localidad de Altarejos, apreciamos como durante el siglo XVI, la casa de los Iturbe (con su respectivo baserri y reconocimiento hidalgo en su tierra de origen), ni tan siquiera se molestaron en reclamar su hidalguía, cuando sabido era que en su zona de procedencia estaban considerados como tales. Suponemos que en este caso entrarían en juego una serie de factores locales, en los que la falta de recursos económicos no fue una escusa, pues al menos estos, que sepamos no estaban en mala situación, por lo que disponían de bienes.

Volviendo a los Barambio, otra de las preguntas que cabe hacerse es la de cuando realmente la familia crece en términos sociales, pues hemos de recordar que durante la segunda mitad del siglo XVII, estos son sin ninguna duda una de las casas mejor aposentadas económicamente en el municipio. Es factible que aquí encontremos una respuesta relacionada con la pregunta esbozada líneas arriba. Ya que un siglo antes, veremos por las defunciones de los libros parroquiales de Buenache, que la primera generación que tenemos registrada con este apellido, no realiza ningún tipo de manda especial o que nos haga pensar en una disponibilidad de bienes, argumento que podría explicar la razón por la que estos durante las primeras décadas de su asentamiento en Buenache, nunca se vieron con posibilidades de sacar adelante un proceso de reconocimiento de nobleza como si habían conseguido sus paisanos los Lizcano. Posiblemente esta sea una parte de la historia que explicará como los Barambio, en el caso de ser descendientes de las tierras del norte, nunca pudieron costearse un privilegio de nobleza tras llegar al municipio conquense.

Lo gracioso de esta historia, es que entre 1670-1690, en Buenache los Lizcano ya no gozaban del poder de tiempo atrás, y los Aceta tampoco eran tenidos muy en cuenta dentro de las grandes familias locales, despuntando por contra de forma contundente la casa de los Barambio.

Consideramos que para explicar este proceso de evolución social disponemos de pruebas que nos ayudan para entender este cambio de papeles. Y esto queda reflejado en los enlaces matrimoniales como partidas de defunción que veremos en los libros sacramentales de Buenache de Alarcón.

Durante la segunda mitad del siglo XVI Juan de Barambio casó con María López. Fruto de este enlace nació Juan de Barambio López, personaje para nosotros clave en la historia de la familia, pues de las dos mujeres con las que selló su boda, a nosotros nos interesa especialmente la segunda: Juana Díaz Descalzo. Una señora perteneciente a la pequeña burguesía rural, hija del señor Lucas Ruiz y su esposa Catalina Martínez. De dicho matrimonio nacerán diferentes hijos que poseerán un papel destacado, siendo este el caso de Francisco de Barambio, personaje crucial que explica parte de esa metamorfosis social que la familia conseguiría en el lugar.

Los Barambio eran labradores, seguramente sin ningún pedazo de tierra cuando llegaron hasta aquí, no obstante, pensamos que las relaciones con hijas de campesinos con bienes, y el conseguir enlazar con una casa fuerte como la de los Piqueras, permitió acelerar ese crecimiento de la familia.

El gran cambio se gesta durante la segunda mitad del siglo XVII, cuando el referido Francisco de Barambio, y que falleció en 1682 con pago de más de 200 misas, había casado previamente con María Saiz de Piqueras en el año 1633. Consideramos que es en ese punto de la historia de la familia, en el momento que se produce un punto de inflexión, y que permitirá a los integrantes del linaje comenzar a destacar y cursar estudios dentro del ámbito religioso, realzando más si cabe su nombre en el lugar.

Armas heráldicas que emplean los Barambios vascos (heraldicafamiliar.com)

La casa de los Piqueras ya comentamos que era la de unos terratenientes locales, que dentro del modesto espacio geográfico sobre el que se movían, consiguieron dar una posición eminente a algunos de sus descendientes. Desconocemos si estos Piqueras que abordamos guardan alguna relación con otros miembros, que en la ciudad de Cuenca fueron integrantes del Santo Oficio. De lo que no nos cabe duda es que los portadores de este apellido bonachero, son los que estaban vinculados con los avecindados en Barchín del Hoyo, los cuales tuvieron un peso decisivo en la disputa por el control de las tierras contra la casa de los Buedo. Sin lugar a duda la línea bonachera que procede de Ana de Piqueras (esposa de Alonso de Utiel), establecerá políticas matrimoniales con linajes locales que se encontraban en una situación acomodada (es el caso de los Pérez o los Moya, y a la que se afianzarán los Barambio). Conocemos la ascendencia de María Saiz de Piqueras, por lo que podemos aproximar en cierto modo como tuvo que influir su figura en la evolución posterior de los Barambio.

Decíamos que Francisco de Barambio casó con María Saiz de Piqueras en 1633, siendo desde ese momento hasta las décadas siguientes cuando el linaje comienza a cobrar protagonismo. El peso de los Piqueras fue esencial para que en generaciones posteriores los Barambio cuando llegaron a Piqueras del Castillo fueran una de las casas más importantes del lugar. Recordemos que María Saiz de Piqueras por aquellas fechas ya era prima hermana de Ana de Piqueras, quien sería la abuela del Licenciado don Julián de Moya. Tampoco fue casual que su otra prima hermana Ana de Piqueras casara con Benito Saiz de la Vela (los Saiz de la Vela tendrán alguno de sus miembros dentro los altos escalafones del clero nacional). Es por ello que pensamos que tanto por las conexiones que los Piqueras tenían dentro del Santo Oficio, como por aquellos parientes suyos que estaban insertados dentro del núcleo duro del brazo eclesiástico, que los Barambio viesen una posibilidad de medrar, y que obviamente supieron aprovechar, dando como resultado presbíteros y eminentes teólogos que explotando la situación social del linaje, consolidaron su nombre a partir de la segunda mitad del siglo XVII, creando una estirpe con recursos, que tanto en Buenache, como en el caso de Piqueras, siempre tuvo la suerte de dar hijos notables para el pueblo.

En el caso de Piqueras hemos de indicar que la línea afincada en este lugar es la que procede desde la rama Barambio-Blanco, y que viene a ser concretamente la que procede de Juan de Barambio Descalzo (hijo de la antes referida María Saiz de Piqueras), tras casar con Ana Blanco, fruto de cuyo matrimonio proliferará una de las líneas más destacadas del linaje.

Seguiremos investigando cuestiones como la de cual era el lugar de origen de la familia, qué tipo de conexión pudieron haber guardado con el territorio vasco, o si existen otras líneas genealógicas con personajes notables que desconocemos.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).