viernes, 27 de agosto de 2021

Textiles en los hogares de Verdelpino de Huete durante los siglos XVII-XVIII

Los protocolos notariales son una fuente de información tremendamente importante a la hora de acercarnos a la reconstrucción de la forma de vida de nuestros antepasados. En el contenido de la redacción de sus testamentos podemos leer además de las mandas religiosas que realizaba el interesado, que patrimonio se salvaguardaba en la vivienda de aquellas personas, además de las tierras o animales, y que por norma general era lo más destacado. Los atuendos y diferentes piezas de ropa que se describen en muchos de estos papeles, nos revelan como de importante era la necesidad de especificar que prendas tenían cierto cariño para el propietario, además de indicarnos como era la ropa que portaban muchos de nuestros ancestros.

No hace falta profundizar demasiado para entender que aquellas gentes que almacenaban sus prendas en arcones, no tenían la misma cantidad de piezas que hoy la gran mayoría de personas poseen en sus armarios. Como veremos, estas eran elaboradas de diferentes formas, especialmente a través de lana, lino, algodón y cáñamo.

También apreciaremos como hay una mayor tendencia por parte de las mujeres en distribuir estos bienes, al menos en los diferentes testamentos que hemos podido leer de Verdelpino de Huete durante un intervalo de la franja investigada (1686-1772).

En el año 1771 Isabel de la Fuente comenta que entre sus bienes se encuentra un jubón (una prenda rígida que ya se empieza a ver a finales del medievo, y que estuvo hasta el siglo XVIII muy de moda, y que cubría desde los hombros hasta la cintura, portándose sobre la camisa, así como unida a las calzas a través de unos cordones). También leeremos una camisa, mantas, mantellinas, “pañuelos de narices” (por lo que se especifica claramente su uso), además de otros complementos que acompañaban la cama, tales como un cobertor azul, un colchón, una cabecera de lana, junto con unos zapatos y pendientes como complementos. Isabel como la gran mayoría de los miembros que hemos estudiado en estos protocolos era gente bien posicionada, siendo esposa de Juan de Solera, un labrador acomodado, lo que a su vez nos ayuda un poco a imaginar como vivían los miembros de aquella burguesía agraria.

Otro testamento que nos ha llamado la atención es el del Licenciado Blas Muñoz Cano, fechado en el año 1736, quien además de mandar a su tío el Licenciado don Alonso Cano (presbítero de Pineda de Gigüela) una cruz de madera con piedras, regalará entre sus prendas diferentes camisas, sayas (una falda larga y cerrada que podía cubrir de la cintura a los pies), basquiñas (una especie de saya que se empleaba para actos religiosos), además de jubones, pañuelos y delantales que irán destinados para su hermana.

En el año 1722, María Pérez, mujer de Francisco Pérez de la Fuente, otorga entre sus bienes una manta blanca nueva (pues muchas veces veremos como se especifica el estado en el que se encuentra la prenda), una sábana de cáñamo, una saya azul, una pieza de lienzo, una saya leonada, así como otra saya de color verde con cinco pasamanos.

Cinco años antes Diego Pérez, detallará además de varias piezas de plata (47 onzas, junto con dos cucharas y una pililla de plata sobredora), 19 varas de tafetán negro doble, dos camisas de lino y unos calzoncillos, sin olvidar un dedal de oro, así como una cruz de plata grande que pesaba dos onzas. Recordemos que el tafetán era un tejido de seda que tuvo enorme difusión siglos atrás.

Ya entrados a finales del siglo XVII, en 1692 el doctor don Juan de Alcázar, especifica que da una cama de ropa que se compone de cobertores y cuatro almohadas, lo cual para la época era toda una muestra de distinción. Especifica que una de sus criadas recibiera dos mantas y dos almohadas.

En 1690, Ana García, esposa de Juan Muñoz, además de algunas piezas de menaje como un caldero mediano, un cazo o una sartén, otorga dos mantas de cama, una sábana, una almohada delantera, tres camisas, un vestido, una saya parda y un justillo (una pieza interior sin mangas que se ceñía al cuerpo, bajando desde los hombros a la cintura). Un año antes María de la Fuente deja en su testamento una manta blanca, un paño blanco de lino labrado con seda negra y una puntas pequeñas, así como dos varas de lino, y una vara de paño de mezcla azulado.

Otra vecina procedente de una familia destacada del lugar, doña Juliana de Solera, en 1686 entrega una manta nueva, un faldellín azul con pasamanos verdes (es decir, una falda corta que colgaba de la cintura para abajo hasta las rodillas, y que solía llevarse sobre las enaguas), una mantel de tela de colores, una manta de color pardo, dos mantas blancas, una camisa de lino, una saya, una sabana de lino de cama de tres piernas, una “colcha de la Mancha” con labor encarnada y una sábana de cáñamo. Recordemos que la colcha manchega la veremos en diferentes testamentos de la época, especialmente en inventarios de gente con cierta calidad de bienes.

Valgan pues estas líneas para aproximar en la medida de lo posible para entender mejor como era el ropaje empleado por aquellas familias que disponían de ciertos recursos, en enclaves rurales como atañe en este caso con Verdelpino de Huete.

David Gómez de Mora


Fuente:

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 19. Años 1759-1776

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 18 . Años 1739-1747

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 17. Años 1728-1738

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 16. Años 1720-1727

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 15. Años 1709-1718

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Verdelpino. Nº 14. Años 1686-1692

viernes, 13 de agosto de 2021

Metafísica (el Ser y el Ente)

La metafísica es una rama de la filosofía que con el trascurso de los años ha ido planteando cuestiones necesarias para comprender la plenitud del conocimiento humano. Actualmente vemos como sigue desempeñando su papel en el estudio de la realidad que es inaccesible a la investigación empírica. Como ya advirtió en su día Immanuel Kant, la metafísica es una disciplina que analiza y presenta juicios que van más allá de cualquier experiencia sensible. Ciertamente sus raíces ahondan en Aristóteles, quien podríamos decir que sería su precursor, al definirla como la primera filosofía.

Dentro de esta materia nos hallaríamos con una parte concreta, que denominamos como ontología, y que viene a ser la parte de la metafísica encargada de investigar que entidades existen más allá de lo que uno puede llegar a ver.

La metafísica es tan necesaria como la física, las matemáticas o cualquier ciencia empírica, puesto que da respuesta a cuestiones que las personas debemos de seguir preguntándonos. Precisamente, uno de los conceptos que emergen de la misma son los del Ser y el Ente. Recordemos que el Ente tiene un significado concreto, es decir, las cosas que existen en el mundo o la cosa que es designada por un Ser.

Vamos a analizar el concepto de Ser y Ente para comprender mucho mejor que significan en el campo de la metafísica.

El Ser es un acto o una propiedad de las cosas, es decir, una perfección. Todas las cosas forman parte de un Ser, y en este sentido las llamamos Entes, aunque al mismo tiempo albergan una esencia gracias a las que reciben distintos nombres. Tengamos en cuenta que el Ser y esa esencia son dos elementos inseparables que veremos en cualquier realidad del Universo.

Si analizamos a fondo lo dicho, apreciamos que el ser es el acto más radical de aquello por lo que son las cosas, de ahí que la referida esencia, se convierta al final en la parte discriminatoria que hará que cada cosa sea de uno u otro modo.

Es decir, el Ser constituiría el primer acto del Ente, del mismo modo que se explica como el alma da vida al cuerpo. Ciertamente el Ser puede ser uno de los términos más genéricos que conozcamos, pudiendo atribuirse a todo. En cambio las propiedades del Ente pueden ser físicas o metafísicas (la primera percibida con parámetros tangibles mientras que la segunda desde la razón)

 

Concepción postaristotélica

Para Santo Tomás de Aquino el acto de Ser era lo más perfecto que existía, dándose este en diferentes grados, hasta alcanzar con Dios su máxima intensidad, así por ejemplo en las criaturas, a medida que estas eran menos perfectas, su Ser tenía un grado de pureza inferior.

Recordemos que para Aristóteles había un primer motor inmóvil, una primera causa de todo el movimiento que habrá en el Universo y que no era accionado por nada. Idea que extraerá del Logos de Heráclito. Ese acto puro, encargado del inicio de todo, era una especie de ser eterno, que nunca paraba, y que era esencial para la creación de las cosas. Este Dios aristotélico acaba convirtiéndose en la causa de todo cambio en el Universo.

Posteriormente será Santo Tomás quien a la hora de explicar los atributos de Dios, profundizará mucho más en los rasgos que definían su forma de Ser.

-Afirmación: ya que Dios es la causa de todas las cosas que resultan perfectamente puras.

-Negación: rechazándose que Dios posea atributos que resultaran imperfectos.

-Analogía: pues la capacidad de conocimiento en Dios es perfecta y en los humanos imperfecta.

-Eminencia: Dios la posee de forma infinita.

Entre los atributos entitativos que provienen de estas características y que lo definen como un Ser absolutamente diferente respecto del resto  del Universo, veremos cómo Santo Tomás enumera las características de simplicidad (al carecer de composición o forma), perfección, infinitud (no tiene límites), inmutabilidad y unidad (por ser único).

David Gómez de Mora

Notas sobre antropología filosófica y religión

Esta disciplina se encarga del estudio del ser humano desde una perspectiva filosófica, teniendo sus raíces en la escuela alemana de los años veinte del siglo pasado.

El teocentrismo medieval es indispensable tenerlo en cuenta pues gracia al mismo apreciamos la relación del hombre con Dios. Ya en los tiempos de la Grecia clásica comienzan a realizarse diversas preguntas muchos filósofos, acerca de las notas que definen en sí a una persona. ¿Aunque cambie por fuera el ser humano, deja de ser la misma persona?, ¿cómo de necesaria es la espiritualidad que le acompaña?, ¿qué rasgos nos hacen ser diferentes de cualquier otro ser vivo?

La dignidad humana es una de las cuestiones que han de entenderse como esenciales a la hora de tratar a cualquier persona, y que de la misma forma la teología se encarga de enfatizar. El valor de la persona es algo de lo que no podemos desprendernos, por lo que la dignidad ha de entenderse como un pilar fundamental de los derechos humanos, ya que éstos son insustituibles.

El hombre por naturaleza se socializa con su familia, en el lugar de trabajo o con su grupo de amigos. Los mecanismos empleados pueden ser varios, bien por imitación como hacen los niños, o a través de un aprendizaje en el que se motiva a la persona. Las formas de relación pueden englobarse dentro de tres modelos:

-Colectivista (en el que la persona está al servicio de la sociedad, bien por unas ideas, decisión propia o por elección).

-Individualista (caracterizado por la autonomía del sujeto).

-Personalista (alternativa al colectivismo y el individualismo, en donde la solidaridad es muy importante).

Precisamente, una acción indispensable en los principios cristianos, es la del amor al prójimo, un acto en el que se demuestra cuando uno desea el bien a otra persona, y donde el sacrificio no es algo ajeno. Y es que no hemos de olvidar que esta actitud se nos recuerda que va intrínsecamente o de serie ya en la esencia del propio ser humano.

Otra acción que nosotros desarrollamos para la toma de decisiones es la de pensar, en la que la reflexión y la inteligencia nos ayudan a comprender cuál es el verdadero conocimiento que tenemos de la cosas. Aristóteles ya nos recordaba tres procesos cognoscitivos:

La abstracción, como mecanismo en el que desechamos o eliminamos aspectos sensibles, a los que le siguen un juicio, en el que hemos relacionado conceptos, hasta que finalmente nos encontramos con un racionamiento, en el que para llegar hasta el hemos desarrollado una serie de conocimientos, que nos llevan a tomar decisiones, una vez que hemos deducido lo que ha de hacerse.

Igualmente, es importante saber que es el sentimiento, y que implica el término sentir. La imaginación es igual de importante, pues nos ayuda a dar una prolongación a esa sensibilidad. Autores como Aristóteles ya nos hablan de su necesidad a la hora de la creación de cualquier concepto.

 


El tema del alma

La cuestión de la unidad y dualidad del cuerpo/alma ya es tratada a fondo en los preceptos de la filosofía platónica. Recordemos que el monismo (alma y cuerpo es una sustancia o cosa), se presenta de diversas formas:

Por un lado están quienes creen que el hombre es puro espíritu (monismo espiritual), así como luego veremos las posturas de quienes reducen el espíritu a algo meramente conceptual sin ningún tipo de relevancia (monismo materialista).

Otro concepto que cabe añadir en esta cuestión, es el divulgado por los escépticos respecto a la existencia de alma, aludiendo a que el alma puede ser que exista, a pesar de que dicha cuestión nunca llegan a afirmarla con seguridad.

Tampoco podemos olvidar la mentalidad dualista, y que nos recuerda como alma y cuerpo son dos cosas diferentes, siendo su referente el filósofo Platón.

 

Autores clásicos sobre el tema del alma

Platón es quien dividirá en tres partes el alma, sobre la que dará una jerarquía vertical, destacando una parte superior (y que vinculara con la razón). Por su lado, Aristóteles hablará de unidad hilemórfica, en la que sentencia su existencia en el momento en el que fallece el ser humano.

Con San Agustín y su visión neoplatónica el hombre está compuesto por un alma y un cuerpo, en el que la primera goza de una primacía respecto a la segunda. Asociando una tendencia negativa a la parte corporal, que se contrapone con la asociación benévola del alma, no obstante, rechazará el dualismo estrictamente platónico, al afirmar que el cuerpo era también creación de Dios. Y es que para Platón éste quedaba reducido a una simple jaula que encerraba el alma.

Santo Tomás beberá de la influencia aristotélica, no obstante, ello no será problema para que se distinga de ciertas cuestiones respecto del autor griego, al hablar de incorruptibilidad del alma, o que ésta desempeña una funcionalidad indispensable en el descenso de Dios al hombre en el momento de la Encarnación.

Finalmente, la Iglesia se pronunció al respecto en el Concilio Vaticano II, concretando que no es lícito despreciar el cuerpo, porque como ya decía San Agustín, éste ha sido creado por Dios, de ahí que “el hombre es uno en cuerpo y alma” (GS 14).

David Gómez de Mora

jueves, 12 de agosto de 2021

Nicolás Segovia. Un referente del carlismo picaceño

Como ya reconocía la prensa liberal de la época, nuestro antepasado Nicolás Segovia era la "esperanza de la facción del Picazo". Líder y cabecilla del contingente de su localidad natal. Un villano para el alcalde corrupto del lugar, y un héroe para buena parte de la gente de su pueblo.

Tras el ataque gestado en El Picazo en septiembre de 1834 contra los cuatro caciques que dominaban la población, Nicolás no tuvo más remedio que huir, despidiéndose de sus hijos, y dejándolos a cargo de su familia.

Prófugo por los rincones de las tierras conquenses, y "errante entre los bosques desde su loco arrojo", tal y como define la prensa del momento, actuó en compañía de su fiel amigo Cirondo (otro histórico de la causa carlista por estas latitudes).

Varios meses después y tras haberse entregado los escasos compañeros de andanzas que le seguían, Nicolás se mantuvo fiel a su ideario de resistencia. Por aquel entonces la partida estaba formada por Cirondo, su hijo y él. Tres guerrilleros solitarios. Para mí, tres románticos de los que ya no quedan, y que creían firmemente en el dicho de que en esta vida nada era imposible.

Finalmente el día 26 de diciembre nuestro antepasado fue rodeado por varias decenas de milicianos liberales. Nicolás lo tenía claro, por ello en lugar de abandonar y entregarse, cargó su escopeta y luchó hasta el final. La superioridad numérica era de 1 contra 15. No había nada que hacer, aun así los tres hombres desde las tres de la madrugada de aquella fatídica jornada "se defendieron desesperadamente por espacio de tres horas, haciendo fuego muy vivo", tal y como recogen los periódicos de la época.

A las seis Cirondo y su hijo caían heridos, mientras tanto Nicolás seguía cargando su escopeta hasta que finalmente fue rodeado por una marabunta que lo apuntaba por todas las partes de su cuerpo.

Cinco días después, el 31 de diciembre de 1834, atado de manos, el héroe del Picazo fue expuesto en la plaza de su pueblo. Allí mismo, esa misma tarde, delante de sus vecinos y familia, Nicolás fue ejecutado por el brigadier del que durante varios meses se había escabullido.

El acto no fue casual, pues el objetivo de tan trágico desenlace era amedrantar a todos los presentes, para que se entendiera que aquellas gestas tenían consecuencias irreparables.

Suponemos que el resultado no sería el esperado cuando la documentación municipal informa de que “todavía el 8 de enero de 1887, el alcalde del pueblo se ve en la obligación de comunicar al Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público con boinas rojas, por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés, pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las filas carlistas-".

Nicolás fue asesinado en 1834, la tercera guerra carlista finalizó en 1876, y como sabemos hasta finales del siglo XIX el carlismo en El Picazo seguía siendo venerado por muchos hijos del pueblo. Nicolás dejó descendencia a través de su hija, quien casó con un miembro de una familia que también defendería la causa en Rubielos Altos.

De este matrimonio saldrá Domingo Ruiz Segovia, quien insertado en el mismo núcleo ideológico, llevaba los apellidos de una familia que de nuevo encabezó el movimiento rebelde durante el estallido de la tercera guerra en la localidad.


David Gómez de Mora

domingo, 8 de agosto de 2021

La filosofía moderna y contemporánea. Sus influencias en el ámbito de la religión

La filosofía durante el Renacimiento abarcaba numerosas ramas de estudio, entre las que estaría la que hoy conocemos como de la teología. Durante este momento de nuestra historia, el humanismo será un movimiento que partirá de la persona como eje de su idea de pensamiento. Una concepción que se enfrentará al modelo tradicional de la filosofía medieval.

El origen de este movimiento radica en la Italia del siglo XV. Sus raíces son todavía discutibles, aunque nadie puede obviar la emigración de grandes mentes privilegiadas procedentes de Bizancio, tras los asedios turcos que estaban sometiendo al Imperio. Obviamente su presencia fue un catalizador para la promoción de la cultura, que supo materializarse con la acción de grandes mecenas como sucederá con casas como la de Cosme de Médici.

La invención de la imprenta, unida a estos nuevos promotores con alto poder económico, sumada a la creación de universidades y academias de estudio, generará el caldo de cultivo de nuevas corrientes filosóficas, como ocurrirá con el racionalismo, en donde la razón pasará a ser su principal engranaje.

El ser humano comenzará a demandar una mayor de posibilidad de contacto con la realidad física para argumentar el conocimiento de las cosas. Seguidamente, siglos después entraríamos con la Ilustración, en donde la metodología y las matemáticas serán la carta de presentación de todo aquello que fundamente las bases del conocimiento.

Poco a poco fue surgiendo una idea de promoción hacia el liberalismo, que comenzó a perseguir la religión. La crítica sociopolítica como económica del sistema, alimentó la idea de que la razón era el único fundamento de la evidencia. Comenzando pues a surgir diferentes movimientos, impensables hasta la fecha, entre los que todavía veremos retazos que abogaban por las ideas tradicionales de pensamiento, tal y como sucederá con el fideísmo, el cual consideraba que la fe era todavía necesaria en aquella sociedad, puesto que las creencias y la fe seguían teniendo cabida en un mundo donde no todo era una razón que además de ser limitada no daba respuestas a los numerosos interrogantes que acechaban a ser humano.

En este sentido, veremos como la epistemología afirmaba que no todo lo podía probar la razón. Al fin y al cabo el capitalismo estaba respaldado por aquella nueva forma de pensamiento, en donde se premiaba la importancia de la libertad individual en detrimento de los sistemas de apoyo y que en las zonas rurales tuvieron tanto peso.

Finalmente la cosa se volverá más compleja con el surgimiento de las ideas positivistas, favorecidas por la revolución social que comenzaba a extenderse por Europa. A continuación le seguirá el marxismo, cuya premisa principal era la búsqueda de una lucha de clases que compensara las desigualdades, pero que como veremos acabaría derivando en diferentes derroteros que se alejaban bastante de los principios establecidos en su origen.


David Gómez de Mora

El nacimiento de la filosofía. Pensamiento y religión

Si hablamos sobre los orígenes de la disciplina encargada del estudio filosófico de la naturaleza y el universo físico, resulta imposible obviar el nombre de Platón. Defensor de la teoría que explicaba como el alma vive a modo de prisionera dentro de nuestro cuerpo desde el instante de nuestro nacimiento, y como de importante es filosofar para aprender a morir.

Sin lugar a dudas los griegos habían conseguido avanzar de manera satisfactoria en un terreno en el que hasta la fecha nadie lo había conseguido. Factores favorables de tipo socioeconómico, una mayor disponibilidad de tiempo para el ocio, además del fomento del pensamiento y la religión, son sólo algunas de las claves.

Del mismo modo es imposible obviar la influencia que tuvo sobre este personaje Sócrates (su mentor), quien entiende a la perfección la significación que supone el bien moral y la sabiduría como dos cualidades que están estrechamente interconectadas.

El encuentro de la filosofía y el cristianismo viene de la mano del magisterio primitivo, donde se refleja la importancia del amor cristiano ligado a la palabra de Dios dentro de su comunidad. Autores como San Agustín de Hipona, a pesar de criarse con un padre pagano y vivir una parte de su vida alejado de la palabra del Señor, entiende la necesidad de acercarse al mensaje que su madre como creyente le había transmitido.

En su persona emergen el estudio de la filosofía, retórica o derecho. Y es que a pesar sumergirse en el mundo del maniqueísmo, es capaz con el tiempo de entender la clave del mensaje divino.

Obviamente él será un producto de una sociedad cambiante, que en aquellos instantes se veía sumamente agitada por nuevos vientos de cambio social, y que sabiamente sabe canalizar en su pensamiento, donde demuestra hábilmente en su “Ciudad de Dios”, como la paralización del paganismo romano hubiera evitado males mayores entre sus gentes.

El neoplatonismo que desencadena aquella corriente de pensamiento reformada, permite una mejor asimilación de Platón, desde el prisma de la dicotomía alma y cuerpo en el campo de la religión. Siglos después Santo Tomás de Aquino demostrará con una mentalidad más propia de lo que hoy denominaríamos como científica, como de importante es saber interpretar los fundamentos de los dogmas cristianos.

La escolástica medieval tomará parte importante en esta actividad, generando un poso filosófico dentro de la teología cristiana que ya desde hacía mucho tiempo estaba empezando a extenderse por nuestro globo entre las mentes de los grandes pensadores del cristianismo.

Nuestra sociedad occidental entenderá el sistema productivo desde un modelo feudalizado, en el que premiará por encima de todo el derecho divino. Autores como Santo Tomás reflejarán una visitón dualista desde la perspectiva social, en las que obviamente la tenencia de la tierra se acabaría convirtiendo en un elemento regulador que consolidará el sistema económico desarrollado por nuestros antepasados.

Al fin y al cabo todo estaba estrechamente interconectado, por ello es ahí donde uno debe de empezar por entender la importancia que la religión y la forma de pensar tienen en la creación de una cultura, en la que cada lugar acaba moldeando y distinguiéndose para bien o para mal de sus vecinos.

Afortunadamente el cristianismo incide en la importancia del amor y la ayuda comunitaria, y es que a pesar de que con el trascurso de los años vemos un alejamiento de determinados preceptos que en la base paleocristiana nada tendrán que ver con las tensiones liberadas en tiempos del medievo, el poso del mensaje siempre seguirá estando presente.

Con Guillermo de Ockham llegaremos al post-pesimismo, a pesar de su intento por buscar una teología que respondiera a las necesidades ofrecidas desde la filosofía como la ciencia. No olvidemos que en tiempos de San Agustín se remarcaba que la consecución del conocimiento se alcanzaba a través de la iluminación divina, mientras que después Santo Tomás le da un cariz más sensitivo.

Durante el la Baja Edad Media los franciscanos vuelven a recuperar parte de esa esencia que impregnaba los valores de las primeras comunidades, distinguiendo que la filosofía beberá de la razón, así como la teología de una palabra revelada, aunque al final filosofía y religión acababan convergiendo, pues la primera tiene como objetivo buscar una verdad, mientras que la religión ya la da por asentada en la revelación gracias a la fe. Es decir, al final uno podía entender que la filosofía es la búsqueda de Cristo.

Además, como bien expone San Francisco de Asís, esa idea debe de llevarse a la práctica a través de su imitación, bien por la ascética, el estudio de los textos y la vivencia de la penitencia. Al final se comprende que el hombre por naturaleza busca la felicidad, y está radica en el encuentro con la verdad, por lo que ese camino obviamente debe de realizarse desde el conocimiento y la práctica de la religión.  

David Gómez de Mora

martes, 3 de agosto de 2021

El escudo de la torre-alquería de Ortegícar

Como ya hemos comentado con anterioridad, durante el siglo XV la casa de los Cárdenas hacen donación de este enclave a la familia Girón, con quienes ya había cierto parentesco en varias de sus líneas genealógicas. Cualquiera que pase por las afueras del recinto amurallado de esta torre, comprobará como la zona superior de la puerta luce un escudo labrado en piedra, y cuya disposición se traduce en tres cuarteles. En el primero, de gules un castillo de oro almenado, aclarado de azur. En el segundo, en plata, un león rampante, de gules y coronado de oro. En el tercero, tres jirones de gules sobre campo de oro. A su vez la bordura se dispone en ajedrezado de oro y gules, con cinco escusones de azur, cargados cada uno de cinco bezantes de plata, rematándose todo ello con una corona condal.

Escudo de la Torre de Ortegícar

En realidad nos encontramos ante las armas heráldicas de los condes de Ureña. Tal y como apreciamos, el primer y segundo cuartel aparece igualmente en el escudo del Reino de España, representando por una parte el Reino de Castilla, así como el de León respectivamente. Por lo que concibe al blasón de los Girón (tercer cuartel), su representación se apoya en un episodio que según cuenta la leyenda, ocurrió durante el siglo XI, cuando los Téllez (y con quienes los Girón acabarían entroncando y sellando el apellido compuesto de Téllez-Girón), pudieron salvar la vida del rey. Y es que la historia cuenta que concretamente durante el año 1086, cuando Alfonso VI se encontraba en la batalla de Sagrajas, éste acabó siendo rodeado de sarracenos, siendo auxiliado in extremis por un caballero llamado don Rodrigo Téllez, quien se dice arrancó la capa que llevaba el monarca, para portarla en sus hombros, consiguiendo distraer así a los enemigos que tenían rodeado el rey, lo que le permitió a éste poder escapar y salvar su vida.

Como podemos comprobar, estas armas heráldicas siguen cargadas de simbolismo, pues dentro de la bordura vemos un elemento que a día de hoy también aparece en el escudo de Portugal, se trata de los cinco escusones, y que según se dice simbolizan los cinco reyes musulmanes que venció en la batalla de Ourique Alfonso Enríquez (año 1139), complementándose con los cinco puntos de su interior (bezantes), en alusión a las cinco llagas de Cristo.

David Gómez de Mora

Notas sobre el linaje Francés de Cañete la Real

El apellido Francés aparece en diversas limpiezas de sangre que diferentes familias de la nobleza andaluza intentarán demostrar en los expedientes llevados a cabo por la inqusición sevillana. Conocemos algunas reseñas de cierto interés, tal y como sucederá en el interrogatorio que se realiza a muchos cañeteros que conocían al señor Orozco Francés, entre los que se afirmaba cómo su familia había tenido “los primeros oficios de la nobleza en esta República por ser tenidos por nobles por todas sus cuatro líneas”.

Además, en estos informes se recopilaban testimonios que tenían como propósito ensalzar y demostrar el pasado hidalgo de aquellos que portaban ese apellido. Esto se debía a los consiguientes privilegios que acarreaba, pues iban más allá de la distinción social entre el resto de vecinos, ya que el hidalgo por norma general no pechaba, es decir, estaba exento del pago de determinados impuestos. Además, este hecho les permitía aspirar a ocupar ciertos cargos u oficios que no estaban al alcance de la plebe.

En este mismo expediente encontramos un testimonio bastante curioso, en el que se relata cómo durante las fiestas del pueblo, a mediados del siglo XVII, un tal Francisco Francés fue visto jugando a las cañas con varios caballeros entre los que estaba don Alonso de Corona, otro hidalgo cañetero de buena reputación.

Armas heráldicas del apellido Francés

Por aquellos tiempos era muy importante ser visto con determinadas personas, así como realizando diferentes actividades que otorgaban cierta importancia a quienes las practicaban, de ahí que en el interrogatorio en el que se pretende demostrar la nobleza del pretendiente, entre otras casas cañeteras aparecería la de los Francés.

Hemos de destacar que la mención de esta práctica no era casual, pues el juego de cañas durante varios siglos se celebró en muchas de las plazas mayores del país. Su desarrollo consistía en la escenificación de un combate, en el que hombres montados a caballo iban tirándose cañas como si de lanzas se tratase, habiendo de protegerse con un escudo, simulando una lucha propia de las libradas en el medievo. Se competía por equipos, y por norma general, la actividad estaba reservada para miembros de la nobleza. De ahí deriva la importancia de que un representante de los Francés participara en esta actividad , ya que esto suponía una muestra que reafirmaba esa pertenencia a la élite local.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Archivo de la Catedral de Sevilla. Expediente de limpieza de sangre de don Juan de Orozco Francés. Referencia J-94, legajo 31. Año 1691

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).