domingo, 23 de mayo de 2021

San Pedro y la isla de Tabarca

Otra de las advocaciones veneradas en este municipio desde sus inicios es la figura de San Pedro. Pescador al que todos los tabarquinos asociaban con el oficio que a éstos y sus familias les permitía subsistir como podían.

La devoción por el santo viene desde los orígenes en que se puebla la isla, de ahí que no sorprenda que éste sea uno de los titulares de la iglesia, además de habérsele dedicado unos gozos, junto con una capillita en la puerta de San Miguel, y que como sabemos era la principal zona portuaria con la que la isla contaba antaño.

Como decíamos, Pedro, también conocido como Simón, era pescador en el Mar de Galilea. Según la “Leyenda Dorada” de Santiago de la Vorágine, San Pedro se distinguió de entre todos los Apóstoles por ser el que mayor admiración profesaba por Cristo. Pedro fundó la iglesia en Antioquía en tiempos de Claudio, luego se dirigió a Roma para enfrentarse con Simón el Mago y allí predicó el Evangelio hasta ser detenido y martirizado por Nerón.

Capillita dedicada a San Pedro en la isla de Tabarca (imagen del autor)

San Pedro fue encarcelado por el emperador Nerón, junto a San Pablo. Incluso se cree que fueron martirizados el mismo día. Cuando salió de la cárcel, donde había sido encerrado, se encontró a Cristo en el camino portando la cruz. Entonces Pedro le preguntó: ¿Quo Vadis Domine? (¿dónde vas señor?), a lo que Cristo le respondió que iba a Roma a ser crucificado. El martirio de San Pedro fue también en la cruz, que era costumbre habitual para quien no era ciudadano de Roma, pero, a diferencia de Cristo, que fue crucificado de pie, él pidió ser martirizado al revés, para luego reunirse así con Dios en el Cielo.1

San Pedro se representa artísticamente en el momento de la Transfiguración de Cristo; así como en el episodio en donde encontró en la boca de un pez la moneda con la que se debería pagar el tributo; también aparece con un gallo, recordando el momento en que negó a Jesús tres veces antes del amanecer; recibió de Dios las llaves del Reino de los Cielos: una de oro (evocando el poder de la absolución), la otra de plata (y que simboliza el poder de la excomunión); otras iconografías en las que aparece son el momento de la Liberación, después de ser apresado por Herodes Agripa, en el “Quo Vadis domine” y en su crucifixión.2

David Gómez de Mora

Referencias:

1 Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, (traducción del latín de Fray José Manuel Macías) Vol I, Madrid, Alianza, 2016, p. 351.

2 Juan Carmona Muela, Iconografía cristiana. Guía básica para estudiantes, Madrid, Istmo, 2001, p. 63.

San Pablo y la isla de Tabarca

Entre las principales advocaciones religiosas que apreciamos en la Isla de Tabarca, una de ellas es la figura de San Pablo, quien según relata la leyenda llegó hasta este lugar en una de sus travesías, hecho que como ya hemos comentado con anterioridad, historiográficamente es insostenible, derivando muy probablemente de uno de los tantos relatos que se extendieron sobre su figura a lo largo del medievo, y en los que además de enaltecerse su persona, percibimos un evidente propósito de reforzar y remarcar la sacralidad del lugar desde hace bastantes siglos.

Pablo, llamado Saulo significa párvulo, sencillo de espíritu.1, evocaba su persona. Saulo, antes de su conversión pertenecía al grupo de fariseos y participó en la persecución contra los cristianos, pero de camino a Damasco se le apareció Jesús en forma de luz dejándolo ciego. Recuperado de este suceso, se convirtió entonces al cristianismo.2


Isla de Tabarca (imagen del autor)

En su predicación se dirigió hacia Éfeso, donde lo arrojaron a las fieras; también marchó a Damasco, allí lo encerraron en prisión, y, entre muchos otros sucesos, finalmente fue decapitado en Roma por Nerón.3

San Pablo se suele representar en el momento de su conversión. Como era ciudadano romano, el martirio era la decapitación, así pues, suele aparecer con rostro barbado largo y puntiagudo, calvo, vestido con una túnica verde y manto rojo y portando una espada, como símbolo de su martirio. También se le evoca con el libro del Nuevo Testamento en la mano, ya que se considera autor de la mayoría de las epístolas. Suele ir en compañía de san Pedro, pues son los dos pilares de la Iglesia cristiana. 4

Recordemos que la iglesia de la isla está conjuntamente dedicada a San Pedro y San Pablo, así como que antaño el municipio era denominado con el nombre de Isla de San Pablo.


David Gómez de Mora


Referencias:

1 Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, Vol I,… op. cit., p. 357.


2 Juan Carmona Muela, Iconografía cristiana. Guía básica para estudiantes, p. 81.


3 Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada… op. cit., p. 357-359.


4 Juan Carmona Muela, Iconografía cristiana…, op. cit., p. 81.

El carlismo en la Serranía de Ronda y el peso de Cañete la Real durante la primera guerra

A lo largo de estos últimos años hemos podido leer diversos trabajos que tratan un poco por encima la influencia del carlismo en el territorio andaluz, sin olvidar las abundantes referencias alusivas a la figura del general Miguel Gómez, quien como es sabido, ahondan principalmente en su biografía militar durante la primera y segunda guerra carlista.

Cabe matizar que todavía queda mucho por escribir en lo que concierne al tema del carlismo andaluz. Sin lugar a dudas, y desde nuestra humilde opinión, el libro de García Villarrubia sigue siendo un referente a tener en cuenta a pesar de los más de cuarenta años que han trascurrido desde su publicación, pues gracias a su trabajo cualquiera puede hacerse una mínima idea sobre la magnitud que el tradicionalismo conseguirá en un territorio, que a pesar de hallarse bastante alejado de los principales caladeros, aportaría su granito de arena al movimiento, y sucesiva influencia en el carlismo manchego.

Como bien indicaba el citado autor “que existían núcleos y personas en todos los pueblos y ciudades de Andalucía, es un hecho evidente que no necesita más comprobación” (García Villarrubia, 1979, 25). Obviamente Cañete no iba a ser menos, una localidad con un alta tasa de jornaleros y pequeños propietarios que no veían nada positivas las medidas liberales que intentaban implantarse en una sociedad rural y profundamente católica como aquella.

Conocemos por tradición oral el alzamiento y compromiso por la causa de muchos de sus vecinos durante la última contienda, no obstante, la situación venía heredada de la primera guerra, donde la Serranía de Ronda y sus alrededores se convertirían en uno de los principales centros de operación, y que sabiamente el general Gómez sabría explotar.

Bandera Generalísima del ejército de Carlos V (wikipedia)

A pesar de la ineficacia militar y desorganización que imperaba en las partidas que se fueron alzando por esta zona, no faltaron agrupaciones formadas por un perfil social bastante homogéneo, en el que pequeños propietarios, artesanos, jornaleros y el clero rural verán su oportunidad para implicarse, llegando tal y como apunta Villarrubia a confundirse con bandoleros andaluces, y que tan en boga habían estado extendiéndose por aquellas latitudes desde mucho antes. Al respecto (1979, 195) comenta que en Andalucía la condición social de quienes practicaban el bandolerismo y los que luchaban por el carlismo, venía casi a ser una misma cosa.

Cañete ya había dado tiempo atrás al nacimiento de algún que otro célebre personaje de aquella calaña, tal y como ocurriría con Juan García Nebrón. Durante el siglo XIX el caldo de cultivo era idóneo, y no es que estemos justificando el posicionamiento sublevado de sus habitantes, pero no resulta extraño que en un municipio donde menos de un siglo antes se nos informa que de las 458 familias que había en el lugar, 383 eran jornaleras (con 73 consideradas como pobres de solemnidad), no debería sorprendernos pues el destino que correrían muchas de sus vidas...

Al respecto, Villarrubia define a la perfección la base de esta problemática en enclaves de estas características sociales, cuando dice que “la raíz del Carlismo hay que buscarla a nivel de conflicto social, teniendo en cuenta para ello la experiencia del Trienio Constitucional y los intentos reformadores de los últimos años fernandinos. Fue la defensa de unas formas de vida que entonces se deterioraron, lo que impulsó a tomar partido a muchos miles de hombres. No significó la defensa de un orden social, político y económico arcaico e injusto, sino de un orden en el que cada individuo tenía su lugar y el sistema sus propios mecanismos de compensación. Con la ruptura liberal las clases populares se vieron inmersas en un sistema tan injusto como el anterior, pero sin las compensaciones que aquél ofrecía” (García Villarrubia, 1979, 179).

¿Es por tanto un error o algo atrevido plantear que en Cañete el carlismo si tuvo bastantes seguidores, fue precisamente por las características sociales de su gente?, desde luego pensamos que no.

Obviamente a todo ello cabría añadir otros componentes, como el factor religioso, pues nadie discute ni tan siquiera en la actualidad la importancia de las tradiciones católicas que aun siguen imperando entre sus gentes. Por lo que es fácilmente comprensible la entrega y apoyo a la causa desde un momento inicial, en un marco geográfico donde el fenómeno ya se había extendido como la pólvora, pues siguiendo las palabras de Villarrubia “la zona de la Serranía de Ronda reunía dos características fundamentales para convertirse en zona principal de operaciones: lo accidentado del terreno y la guerrilla endémica que padecía desde el comienzo de la guerra” (1979, 194).

No cabe duda que la ubicación del municipio en la falda de la serranía, tuvo que ser decisiva a la hora de abrazar el carlismo, de ahí que la suma de la disponibilidad geográfica del entorno, el perfil socioeconómico de sus habitantes, la devoción y el mantenimiento de las tradiciones en un entorno rural como tal, hacían de Cañete uno de los otros tantos lugares de esta región andaluza con todas las papeletas para involucrar a sus gentes a favor de la sublevación.

David Gómez de Mora


Referencias:

*Catastro de Ensenada. Municipio de Cañete la Real

*García Villarrubia, Fernando (1979). Aproximación al carlismo andaluz en la guerra de los siete años (1833-1840). Ediciones EASA

jueves, 20 de mayo de 2021

Puntos sagrados en Buenache de Alarcón

Buenache de Alarcón siempre ha sido una localidad tradicionalista y católica, donde el fervor religioso ha estado presente desde sus orígenes. En esta población que hoy cuenta con algo más de cuatrocientos habitantes censados, llegaron haber alrededor de una decena de ermitas, representada cada una de ellas por un mayordomo, además de otras muchas cofradías. 

Durante el siglo XVIII ya tenemos constancia de como entre sus pobladores se recordaba una tradición que venía de lejos, y en la que se rememoraba como uno de los lugares con mayor carga devocional se encontraba a las orillas del río Júcar. 

En este caso se nos habla de una serie de apariciones de la Virgen en un mismo entorno, que acabarán dando pie a la creación de dos ermitas. Por un lado la de Nuestra Señora de la Estrella, junto con otra vinculada a la Virgen de los Morales. El punto exacto en el que se indica la ocurrencia de este acontecimiento todavía se conoce en el pueblo. 

Resulta interesante el caso de la Virgen de los Morales (nombre que viene por señalarse su aparición junto a una morera), y que todavía conserva la base de los sillares de la vieja construcción que hemos podido conocer gracias a Alicia Izquierdo, quien en su momento ya se encargó de averiguar e investigar en que punto se emplazaba este pequeño templo con tanta carga simbólica para muchos de nuestros antepasados. A escasos metros del lugar apreciamos unas marcas de desgaste sobre la roca, y que la tradición local refiere a la señal de una planta del pie de la Virgen y otra del niño que portaba entre sus brazos. Todo ello acompañado con una estría en forma de cruz, que nos recuerda el carácter sagrado del enclave. La devoción a la Virgen de la Estrella se encuentra esparcida por diferentes puntos de nuestra geografía, aunque no sucede lo mismo con la de los Morales o de la Morera, cuya imagen por desgracia desconocemos que aspecto ofrecía. 


Imágenes: Paraje que señala la tradición (junto a la ribera del Júcar) y roca sobre la que se relata una de las apariciones. 

 David Gómez de Mora

miércoles, 5 de mayo de 2021

Breves notas sobre algunos linajes en territorio conquense durante las guerras civiles castellanas. Nexos políticos y genealógicos

La primera guerra civil castellana (1351-1369) fue un conflicto que se produjo entre los partidarios del rey Pedro I de Castilla, y los de su hermanastro Enrique II de Castilla (de Trastámara). Enrique III (1379-1406) era hijo de Juan I y Leonor de Aragón, además de nieto paterno de Enrique II de Castilla (el vencedor de la primera guerra civil) y de Juana Manuel de Villena, ésta a su vez hija de don Juan Manuel.

Enrique premiará a muchos linajes por su participación en la guerra de Portugal (ocurrida en tiempos de su padre Juan I), como les sucedería a los Ruiz de Alarcón, junto con otras familias que luego consolidarán una parte del corpus de la nobleza señorial conquense, entre las que cabe destacar varias casas con raíces portuguesas y que tras el fracaso castellano en esta contienda, huirán en búsqueda de un refugio en territorio castellano.

Décadas después la sangre volverá a correr durante la siguiente guerra civil castellana (1437-1445), donde se enfrentaron dos bandos nobiliarios que lucharían por el poder en la Corona de Castilla. De un lado tendríamos la parte encabezada por Juan II de Castilla (el hijo de Enrique III), el condestable don Álvaro de Luna y el príncipe de Asturias don Enrique. En la otra parte estaría la liga nobiliaria representada por los infantes de Aragón don Juan y don Enrique, hijos de Fernando de Antequera, rey de la Corona de Aragón y del Reino de Navarra. En un primer momento los infantes de Aragón impusieron su fuerza, aunque la victoria final acabó siendo para el bando realista, en un episodio decisivo que marcará el final del conflicto: la batalla de Olmedo.

Juan Pacheco Téllez y Girón, estaba del lado realista, por ello, y tras involucrarse en la batalla clave, Juan II le otorga el título de marqués de Villena en 1445. A partir de ese momento los Pacheco empiezan a marcar sus diferencias respecto a muchas de las familias de la nobleza territorial. Su poder se acrecenta, de la misma forma que sus ambiciones.

No obstante, la gran guerra que definirá el rumbo de la evolución política y nobiliaria de una parte de las élites de la provincia conquense, se enmarcará en la última contienda bélica de de la sucesión castellana (1475 1479), cuando tras la muerte de Enrique IV (el hijo de Juan II), se disputará el control de la Corona de Castilla entre los partidarios de Juana de Trastámara, hija del difunto monarca Enrique IV de Castilla , y los de Isabel, media hermana de este último.

Juana de Castilla, llamada por sus adversarios «la Beltraneja» y mujer de Alfonso V de Portugal, era la hija de Enrique IV (fallecido en 1474 y conocido con el mote del “impotente”), de quien siempre se dijo que no era vástaga, tal y como remarcaba el apodo que hacía alusión a su supuesto padre: Beltrán de la Cueva, primer Duque de Albuquerque. Diego López Pacheco, Marqués de Villena, decidido partidario de Juana, era hijo del anterior marqués, quien había mostrado su fidelidad al padre de Enrique IV.

En el bando de Juana y que finalmente resultará el perdedor, además de la casa de los Pacheco, veremos a potencias extranjeras como Portugal y Francia. Por la parte Isabelina tendremos a la Corona de Aragón y una parte considerable de la alta nobleza castellana, encabezada por los Mendoza y los Manrique de Lara.


Los Pacheco y los Girón

Que Juan Pacheco fue uno de los grandes protagonistas de la historia del Reino de Castilla durante el siglo XV, es algo que nadie pone en duda. Hijo de Alfonso Téllez-Girón y Vázquez de Acuña, así como de María Pacheco (II Señora de Belmonte), fue el brazo derecho del monarca Enrique IV de Castilla.

Tras haber combatido junto al mismo en la primera batalla de Olmedo, Juan II de Castilla le entrega el título de Marqués de Villena en el año 1445, y que como era sabido, abarcaba parte de los dominios que en el pasado controlaron la noble familia de los Manuel. Juan Pacheco era un hombre orgulloso con miras, y por ello a través de sus alianzas familiares como políticas con otros linajes de su mismo círculo social, llegaría a restaurar y expandir un proyecto territorial muy ambicioso.

Recordemos que tanto su hermano Pedro Girón, como Alonso Carrillo (tío y Arzobispo de Toledo), integraron las cabezas pensantes que marcarían la senda política de Enrique IV. No obstante, y tras sucesivos episodios en los que el linaje fue cobrando mayor protagonismo, llegaríamos al año 1469, momento en el que la infanta Isabel acabaría casando con Fernando de Aragón, algo que fue en contra de los pactos establecidos por Enrique IV, y que darían pie a la Guerra de Sucesión Castellana.

Imagen: escudo de los Pacheco. Nobiliario de Diego Hernández de Mendoza (fol. 169)


Los Ruiz de Alarcón

A finales del siglo XIV nuestros antepasados los Ruiz de Alarcón recibían su compensación por el apoyo mostrado a Enrique III. Su lealtad al monarca frente al Marqués don Alfonso de Aragón, es motivo más que suficiente para ser congratulados, de manera que en 1395 Martín Ruiz de Alarcón acabaría siendo nombrado guarda de la villa de Alarcón y merindad de Iniesta, junto con la jurisdicción señorial de sus propiedades sobre Talayuelas, Valverde y Veguilla de las Truchas. Su hermano Garci Ruiz de Alarcón conseguiría el Señorío de Buenache de Alarcón.

Sabemos que en 1429 Garci había vendido sus propiedades en Tresjuncos, Hontanaya, Fuentes y el Villarejo a María Pacheco, la madre de Juan Pacheco, por 2.700 florines de oro. Además, como señala Pretel, aunque los Ruiz de Alarcón se mostrarán “monárquicos” por regla general (debido al miedo que les acarreaba perder las ventajas feudales adquiridas por el Rey), en ocasiones tuvieron comportamientos ciertamente contradictorios.

Los Ruiz de Alarcón temían un sorpasso de los Pacheco que finalmente se acabó gestando. No obstante, la familia viviría momentos de acercamiento como no es descabellado plantear en tiempos de Lope de Alarcón (el hijo de Martín). Recordemos que Díaz de Montoya es enviado por el infante para convencer a los Ruiz de Alarcón en su compromiso por la causa, o que por ejemplo Rodrigo Pacheco de Avilés acabaría casando con Catalina Ruiz de Alarcón.

Rodríguez Llopis recuerda como paradójicamente habrá Ruices de Alarcón sirviendo desde la Orden de Santiago a Juan Pacheco cuando éste llegó a ser Maestre (y es que Martín Ruiz de Alarcón, Juan Ruiz de Alarcón y Hernando de Alarcón, serán comendadores de Membrilla y Uclés).

Petrel comenta que incluso se podría situar a los Ruiz de Alarcón junto al Marqués de Villena, ya que recibían de él acostamiento para el mantenimiento de sus lanzas.

Al final los descendientes de los Ruiz de Alarcón serán víctimas de las persecuciones inquisitoriales, en parte instigadas y cebadas por su acercamiento al Marqués de Villena, tal y como fue el caso de los Castillo-Ruiz de Alarcón.


Los Valencia

La reina Isabel instaba a Juan Hurtado de Mendoza a que éste tomara las tierras de aquellos caballeros afines al Marqués de Villena, siendo este el caso del Señor de Piqueras, don Juan de Valencia. Todo un personaje polifacético, envuelto constantemente en embrollos.

La fidelidad de los Valencia a los Pacheco estaba legitimada por sus vínculos de sangre. Juan era hijo de don Alonso Téllez-Girón de Valencia y doña María Pacheco (Blanca en otras fuentes), es decir, su padre había recibido en 1456 la villa de Piqueras por donación del que era su primo don Juan Pacheco, el primer marqués de Villena.

No hemos de olvidar que Juan de Valencia se enfrentaría a Señores neutrales, e incluso el que debía ser su futuro suegro, don Hernando del Castillo, acabó interceptándolo en la trama en la que estaba siendo sobornado con la recepción de la alcaldía del Castillo de Garcimuñoz, junto con el lugar de Barchín, 100.000 maravedís anuales y otras mercedes.

Juan de Valencia murió solo, aislado por los enemigos que fue buscándose a lo largo de su existencia. A pesar de haber dejado un varón descendiente de su segundo matrimonio con María de Ludeña, éste optó por volcar el Señorío de Piqueras en la hija de su primer matrimonio con Beatriz de Villegas, de modo que doña Guiomar acabará representando la tercera generación de señores piquereños. Decir que María de Ludeña abandonó a Juan, de ahí que probablemente éste tuviese claro que su legitima heredera había de ser su hija mayor, quien por cierto casó con don García Ruiz de Alarcón, portador por línea recta de varón de la sangre de los Castillo, esa misma familia a la que Juan guardaba tanto rencor.


Los Acuña

Al igual que los Coello, Pacheco y otras tantas familias, los Acuña llegaron a tierras castellanas huyendo de Portugal, tras haber mostrado su apoyo al rey Enrique III cuando éste revindicaba el trono lusitano.

De entre los personajes que integraron este linaje hay que destacar a don Lope Vázquez de Acuña y Carrillo de Albornoz, quien guardaba parentesco con el Marqués de Villena, pues ambas casas ya habían enlazado. Lope era hijo de don Lope Vázquez de Acuña (primer Señor de Buendía y Azañón) y de su mujer doña Teresa Carrillo de Albornoz (Señora de Paredes, Portilla y Valtablado). Decir que éste participará de forma activa en la sublevación nobiliaria de 1464, al mostrar su apoyo al príncipe Alfonso tras su proclamación como Alfonso XII en 1465. El conflicto como sabemos sólo duró unos pocos años, ya que el candidato a sustituir a su hermano Enrique IV, moriría en 1468.

Para los Acuña Huete era el enclave estratégico desde el que Lope aspiraba a mantener su centro de poder. Consiguiendo ostentar su alcaidía, e impidiendo que Isabel pudiera tomar la posesión del lugar tras los actos de Guisando.

Lope era una figura de peso, y el poder de su familia, reforzado en parte gracias a los enlaces establecidos con grandes casas de la nobleza conquense, le ayudaron a que éste acreditara una buena posición, a pesar de ser contrario en tiempos de guerra al bando de los Reyes Católicos, consiguiendo aun así el perdón regio, además de recuperar propiedades e incluso recibir ingresos.


Los Castillo

La figura de Hernando del Castillo ha sido profundamente estudiada por Ignacio de la Rosa. Personaje crucial en lo que hoy denominaríamos como la historia de la Manchuela conquense, por ser entre otras cosas la cabeza visible de de un linaje converso que estaba bajo la protección por el Marqués de Villena.

Los Castillo habían tejido una serie de alianzas matrimoniales con gente que también giraban alrededor de la órbita de los Pacheco. Unas más allegadas que otras, les permitieron consolidar un grupo de poder, en el que irían acumulándose la tenencia de una serie de territorios, que reforzarían el radio de influencias en la franja de las tierras de Alarcón. Recordemos que Hernando desmantelaría la conspiración en la que estaba inmerso el que a priori debía de ser su yerno, Juan de Valencia.

Éste llegó a ser Alcaide de la fortaleza de Alarcón y Zafra, además de Señor de Altarejos y Perona. Sus hijos celebrarían enlaces de cierta entidad, como sucedería con los Guzmán, los Señores del Provencio, así como los de Cervera y Olivares (Álvarez de Toledo), sin olvidar de los propios Pacheco, ya que su hija María de Toledo acabó casando con el alcaide de Belmonte, don Diego Pacheco.

Paralelamente apreciaremos otras líneas de este mismo apellido en la zona, y que a tenor de nuestras investigaciones genealógicas, como ya expusimos con anterioridad basándonos en varias hipótesis parentales, nos llevan a pensar que buena parte de los integrantes de la familia Castillo habrían de enmarcarse dentro de un mismo linaje converso, al margen de sus estrategias de despiste, con motivo de las repercusiones que podía causarles una mínima relación parental, y es que como veremos tras la instauración de la Inquisición y previa derrota de los allegados al Marqués de Villena, a los Castillo se les perseguirá de forma despiadada, minando cualquier interés o aspiración social que intentara alcanzar clan.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

-Pretel Marn, Aurelio (2011). El Señorío de Villena en el siglo XV . Albacete: Instituto de Estudios Albacetenses Don Juan Manuel, 534 pp.

-Rodríguez Llopis, M. (1998). “Procesos de movilidad social en la nobleza conquense: la Tierra de Alarcón en la Baja Edad Media”, en Tierra y familia en la España Meridional, siglos XIII-XIX. Francisco González García (Ed.), Universidad de Murcia, pp. 45-85

lunes, 3 de mayo de 2021

La marca de la familia Pacheco en tierras del Vinalopó

Que Juan Pacheco fue uno de los grandes protagonistas de la historia del Reino de Castilla durante el siglo XV, es algo que nadie pone en duda. Hijo de Alfonso Téllez-Girón y Vázquez de Acuña, así como de María Pacheco (II Señora de Belmonte), fue el brazo derecho del monarca Enrique IV de Castilla.

Tras haber combatido junto al mismo en la primera batalla de Olmedo, Juan II de Castilla le entrega el título de Marqués de Villena en el año 1445, y que como era sabido, abarcaba parte de los dominios que en el pasado controlaron la noble familia de los Manuel. Juan Pacheco era un hombre orgulloso con miras, y por ello a través de sus alianzas familiares como políticas con otros linajes de su mismo círculo social, llegaría a restaurar y expandir un proyecto territorial muy ambicioso.

Recordemos que tanto su hermano Pedro Girón, como Alonso Carrillo (tío y Arzobispo de Toledo), integraron las cabezas pensantes que marcarían la senda política de Enrique IV. No obstante, y tras sucesivos episodios en los que el linaje fue cobrando mayor protagonismo, llegaríamos al año 1469, momento en el que la infanta Isabel acabaría casando con Fernando de Aragón, algo que fue en contra de los pactos establecidos por Enrique IV, y que darían pie a la Guerra de Sucesión Castellana.

A lo largo de estos años irán apareciendo nombres de personajes que se relacionarán entre sí dentro del seno familiar de Juan Pacheco. Por un lado estaría Gutierre de Cárdenas, Señor de Maqueda y maestresala de Isabel de Castilla, ejerciendo como negociador entre ésta y el Arzobispo Carrillo, ante la negativa de boda con Alfonso V de Portugal.

La historiografía no duda en señalar a Gutierre como uno de los grandes instigadores para que Fernando acabara sellando alianzas matrimoniales con Isabel, de ahí el recibimiento del ingente patrimonio que pertenecía a los dominios señoriales de Elche, y que Isabel había adoptado como dote de su suegro tras afianzar la boda con su hijo Fernando II de Aragón.

Con esta acción los Cárdenas medran socialmente de una forma espectacular. No obstante, lo que el Marqués de Villena no se imaginaría, es que una de sus hijas, acabaría casando con un hijo de Gutierre. Y esto tiene su prolegómeno en el hecho de que Juan Pacheco casaría con la hija del Condestable de Castilla, María de Velasco, de quien nacería Mencía Pacheco, hija póstuma, y que acabaría celebrando esponsales con Diego de Cárdenas (éste ya Duque de Maqueda, e hijo del referido Gutierre).

Castillo de Villena. Imagen del autor

Para enrevesar más las relaciones entre los personajes que hemos citado, el Marqués fallece cerca de Trujillo en 1474, casando la viuda con Beltrán de la Cueva. Recordemos que Beltrán era el personaje a quien se le asignará la paternidad de la hija de Enrique IV, aprovechando la buena relación que tenía con la reina Juana de Portugal. Fruto de esa supuesta infidelidad nacería Juana (“la Beltraneja”, designada con esa marca despectiva en alusión a su verdadero padre), y de la que Juan Pacheco sería el padrino en su bautizo.

Ya en 1461 Beltrán consigue ganarse la confianza de los reyes, desplazando a Juan Pacheco, y creando por tanto una lucha de poderes, que marcarán sin lugar a dudas el destino de sus vidas en fechas venideras. Tras el estallido de la guerra de sucesión, Beltrán (el supuesto padre de Juana, aunque oficialmente lo era Enrique IV), llegó a enfrentarse a ella en la lucha por la sucesión, posicionándose en el bando de Isabel, combatiendo por ello en sus filas contra los intereses del Marqués de Villena. En 1482, ocho años después de la muerte de Juan Pacheco, como decíamos, éste casó con la viuda María de Velasco.

Recapitulando, la hija del Marqués, Mencía Pacheco de Velasco, y que no dudó en tomar el apellido paterno, casó con Diego de Cárdenas, seguramente muy influenciada por la posición que tomaría su madre tras la muerte de su marido, pues la veremos insertada en el núcleo duro de los Reyes Católicos, y es que no hemos de olvidar que ésta también portaba sangre de los Mendoza, cosa que explicaría todavía más si cabe esa interacción de intereses políticos como sociales dentro de la corte. Diego de Cárdenas, ya con la firmeza que le otorgaba su vínculo con la casa real, sellaría alianzas con Mencía, fruto de cuyo enlace nacerá Bernardino de Cárdenas y Pacheco, quien no dudó en seguir tomando el apellido de su madre, y que como sabemos tras la derrota del bando del Marqués en la guerra de sucesión marcaría un precedente en la historia de la casa.

Recordemos que el abuelo materno de Bernardino de Cárdenas y Pacheco, llegó a controlar en territorio alicantino los dominios y fortalezas de Villena junto con la de Sax. Sabemos que estos enclaves nada tendrán que ver con la descendencia de los Cárdenas, ya que el Marqués de Villena dejó una numerosa prole a través de sus varios matrimonios. Además, Bernardino procedía de una línea alejada de la primogenitura, de ahí que la casa Pacheco quedará como algo simbólico en el seno de los Cárdenas, aunque no por ello rechazándose el apellido, pues recordemos que no era necesario portarlo, ya que la intercalación era una posibilidad muy empleada entre las familias siempre que se quería reclamar una propiedad o en su defecto desvincularse de cualquier nexo que las uniera. Bernardino de Cárdenas y Pacheco, finalmente conseguiría por herencia de su abuelo abarcar los dominios de Elx, junto con los de Crevillent, Santa Pola, y por inclusión la isla de Tabarca.

Isla de Tabarca. Imagen del autor

La historia de estas familias seguiremos estudiándola en un futuro pues a parte de inmiscuir el pasado de las tierras del Vinalopó, son un eslabón necesario a la hora comprender las influencias políticas y consecuencias socioeconómicas que ejercieron en algunas de las localidades que tuvieron bajo su control.

David Gómez de Mora

domingo, 2 de mayo de 2021

La devoción cristiana en la isla de Nueva Tabarca

La historia de Tabarca no puede entenderse sin analizar previamente la vida de los Marqueses de Elche y Duques de Maqueda: el linaje Cárdenas. Una familia de la alta nobleza, cercana a la Corte, y que desde la época de los Reyes Católicos, vieron como su vida tomaba unos derroteros inesperados.

Sin lugar a dudas un personaje clave en el destino de lo que hoy nosotros conocemos como la isla Nueva de Tabarca, es el aristócrata don Bernardino de Cárdenas y Pacheco, quien mandó construir el castillo de Santa Pola para defender su puerto y disponer de hombres que así pudieran maniobrar hasta la isla en caso de repeler ataques piratas, consiguiendo de esta forma, tener parte del control sobre los bienes patrimoniales que había heredado de generaciones atrás.

El interés por fortificar Santa Pola, llevaría a que posteriormente (siglo XVIII) se ejecutara una defensa factible de la isla, y que con anterioridad siempre había quedado en agua de borrajas, ante los graves problemas de seguridad que suponía su abandono, al hallarse completamente inhabitada 1, convirtiéndose por tanto, en un prolífico nido de piratas y contrabandistas del mar.

Parece ser que Nueva Tabarca no estaba tan dejada a su suerte como podríamos imaginar, ya que tenemos referencias en las que se cita como don Bernardino de Cárdenas y Pacheco, acudía hasta el lugar con motivo de su afición por la caza, pues este territorio se acabaría convirtiendo en un entorno idóneo en el que podía desempeñar todo tipo de actividades cinegéticas. No olvidemos que los bienes de los Cárdenas, venían de su abuelo don Gutierre, quien recibe mediante el favor de los reyes, una serie de territorios por donación perpetua que integrarán el señorío ilicitano, y entre los que se encontraba la famosa isla. A Gutierre, le seguiría su hijo don Diego de Cárdenas y Enríquez, quien casaría con doña Mencía Pacheco, fruto de cuyo enlace nacerá don Bernardino.

Recordemos que Don Bernardino de Cárdenas y Pacheco toma posesión de la isla y sus dominios el 7 diciembre de 1543, y que a la muerte de éste, es su hijo Bernardino (el mozo) quien le continúa el 6 de enero de 1560 (Espinar, 2019, 13). La finalización de la fortaleza y acondicionamiento de Santa Pola, fue un primer paso que mucho tiempo después fomentará la idea de que aquel lugar podía habitarse. Aunque nada más lejos de la realidad, el precio a pagar sería elevado si tenemos en cuenta por el calvario que habrían de pasar las primeras generaciones que se asentaron, una historia recogida en escritos de la época, que alertan de la crudeza con la que habían de afrontar los quehaceres diarios sus habitantes, ante la desoladora falta de medios en el lugar.

Desde luego no sería exagerado decir que la isla era un lugar sumido en la más inmensa de la miserias, testimonio recogido en las crónicas del siglo XVIII, donde se nos advierte la vida precaria de sus gentes. Así lo refleja el párroco de la isla (Manuel Castell) en el año 1809, cuando escribe que 2 “[…] halló que la indicada isla carece totalmente de agua y leña […] pues aunque en el año de mil setecientos sesenta y tantos se formaron un pequeño número de casas y muralla […] desde entonces acá ha ido para menos aquella plaza y vecindario, de suerte que los pocos vecinos que quedaron fueron quemando por necesidad la madera de las puertas, ventanas y techos y por consiguiente se arruinaron las casas; […] El número de vecinos en la actualidad es de diez y ocho a veinte a quienes se les permite pescar […]” (Archivo Histórico Nacional, 1809: Expediente: autorización al párroco). Leyendo estas líneas cualquiera puede hacerse una mínima idea de lo difícil que resultaba poder vivir en un lugar de aquellas características. Un entorno hostil carente de todo recurso de primera necesidad, donde a la falta de agua dulce, había que sumarle el peligro de la piratería.

Obviamente, la exposición en un entorno de esta naturaleza, es motivo más que suficiente para moldear la forma de ser y pensamiento de unos habitantes que autosubsisten dedicándose a la pesca, sin la posibilidad de plantearse una mejora social en el caso de permanecer de manera ininterrumpida en la isla.

Al fin y al cabo se trataba de una modesta sociedad que se movía en un reducido ámbito local, endogámica y abrazada fuertemente a la religión, pues la fe era la única puerta a una respuesta que justificara la importancia de seguir anhelando la esperanza de la llegada de tiempos mejores, a pesar de que las comodidades eran nulas.

Nueva Tabarca era el reflejo de un pueblo volcado en el duro trabajo de la pesca, sumido en unas indiscutibles pautas de ruralización, en el que la única salida a muchos de los interrogantes que acechaban a sus gentes, procedía de la metafísica y la paciencia.

Un entorno tradicional, marcado por una monotonía diaria en torno al oficio, donde se acababan entremezclando las manías y ritos del vulgo ancestral, con una modesta formación cristiana que cuando podía el capellán impartía en sus liturgias. Una vida nada fácil, en la que tal y como comenta en su estudio Arpide, había multitud de dichos y creencias, entre la que podemos destacar una costumbre muy peculiar en el momento del parto, y que se vivía en aquellas casas donde “predominaba el fatalismo, pues rezan al santo de su devoción, encienden velas, practican los siete domingos de San José, etc, todo ello para que la mujer tenga feliz embarazo y mejor alumbramiento” (González Arpide, 1981, 432).

Aunque en los años setenta parece que en el pueblo no hay sanadores ni curanderos, en las mentes de la gente del pueblo todavía persistían numerosas manías, tal y como esa en la que decían como “los niños que nacían desde las diez del Jueves hasta la misma hora del Viernes Santo, eran llamados saludores por tener la virtud de curar las heridas producidas por los perros rabiosos lamiéndolas. Hasta el punto de que se decía que podían guardar en el pecho culebras y lagartos vivos sin que les hirieran” (González Arpide, 1981, 436).

Otra costumbre arraigada y que esperamos estudiar en una futura entrada, es precisamente la preocupación de los habitantes por la necesidad de distribuir elementos protectores en diferentes puntos de la isla. Famosos eran los consejos para evitar el mal de ojo, así como las advertencias de poder verse afectados por los designios negativos de un vecino envidioso.

Parte de estas ideas, y las consecuencias que puede generar el vivir lejos de cualquier zona masificada, generará un caldo de cultivo propicio par la continuación de una sociedad sumida en un mundo de creencias ancestrales, en el que las diferentes imágenes y rituales que vamos a pasar a describir, generan una especie de cóctel, en el que se entremezclan prácticas poco ortodoxas desde la perspectiva católica, junto con las que aguardan un fervor religioso tradicional, y que finalmente se canalizan en la devoción de imágenes como la de la Inmaculada Concepcion, San Pedro, San Pablo, la Virgen del Carmen y la del Rosario.


La Virgen de la Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción es la patrona de la isla, a quien antaño se le dedicaron unos gozos 3 que todavía siguen empleándose, junto con otros a San Pedro y San Pablo. El miedo a los peligros de la mar, y la preocupación de no padecer una muerte sin sufrimiento, se reflejan claramente en el contenido de una parte de estos textos religiosos. La celebración de la Inmaculada coincide precisamente con el día en el que los tabarquinos de Argel fueron liberados, efemérides que se produjo el 8 de diciembre de 1768. Como indica Pérez Burgos (2016, 512), en origen la festividad se conmemoraba el día marcado por el calendario tradicional, no obstante, tiempo después pasará a integrarse con las fiestas patronales de los apóstoles.

Sobre la Inmaculada cabe recordar que el tema religioso es anterior a la natividad de Jesús y deriva de la creencia de que la mujer elegida por Dios para ser la Madre de su hijo debía ser una criatura excepcional y limpia de pecado. Desde la tardía Edad Media, artistas como Giotto que pintaba escenas de textos apócrifos, como el beso de San Joaquín y Santa Ana, donde se dice que concibieron sin pecado a la Virgen, surgen las representaciones de la Tota Pulchra, donde la Virgen se representa de pie, con el cabello suelto y las manos unidas en actitud de rezar y rodeada de los símbolos de las prefiguraciones del Antiguo Testamento; los símbolos de pureza del Cantar de los Cantares: el Sol, la Luna, el cedro, la rosa sin espinas, la fuente, la estrella del mar, el lirio, la rama de olivo, la torre de David y el espejo sin mancha.

Imagen de la Virgen de la Inmaculada (isla de Tabarca). Fotografía del autor

Los artistas conocían estos símbolos e iconografías por las letanías que circulaban en Europa desde el siglo XV (gracias a la imprenta). No obstante, de este modelo surgiría otro más difundido, el de María Mulier Amicta sole que estaba inspirado en el fragmento del Apocalipsis (12,1) donde dice: “Y allí apareció una maravilla en el cielo; una mujer vestida con el sol y la luna, a sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. Éste era reconocido por el Concilio de Trento, por lo que dicha iconografía alcanzó mucha popularidad, estando muy difundida por los modelos de las estampas que circulaban entre los artistas, presentando siempre unas características formales similares. Las más populares fueron las de Murillo, a partir de la que numerosos pintores copiaron también su diseño, siendo ese el caso de Salvador Maella.

Esta virgen será la patrona del lugar, motivo más que justificado por el que su festividad era uno de los acontecimientos más celebrados en el pueblo. Recordar que el padre Villalta ya informaba de que ésta era muy venerada por todas las mujeres jóvenes de la Isla. Por desgracia no se pueden recabar datos precisos a través del los libros de la iglesia, puesto que el archivo parroquial fue pasto de las llamas junto con el templo tras el estallido de la guerra incivil española.


San Pedro

Otra festividad religiosa era la del 29 de junio, en conmemoración a San Pedro, también patrón del lugar, como posteriormente San Pablo.4 Pérez Burgos (2016, 539) comenta citando a Encarni Rabadán del Olmo, que muy probablemente en origen San Pedro era el único titular de la fiestas del pueblo, habiéndose introducido después San Pablo, tal y como podría reflejar un documento del Archivo Municipal de Alicante, en el que sólo se trata de patrón a San Pedro a mediados del siglo XIX (legajo 1905-4-25/0 -1885-, Archivo Municipal de Alicante). Recordemos que “en la mayoría de las casas se pone durante todo el tiempo del parto (bien en la misma habitación de la parturienta o bien en una inmediata), un cuadro entre dos velones o cirios con estampas de San Pedro y San Pablo o de la Inmaculada” (González Arpide, 1981, 435).

El peso religioso de este personaje no era para menos, especialmente en un hábitat isleño, pues las gentes se identificaban con él por su oficio de pescador. Como ya sabemos, su nombre de nacimiento era el de Simón, y hasta antes de su encuentro con Jesús faenaba en el mar de Galilea.

Iconográficamente se le representa con las llaves, que simbolizan el Reino de Dios o con un gallo en relación a sus negaciones, sin olvidar la cruz como muestra de su martirio, y el báculo que nos recuerda su labor de pastor, o el pez que hace alusión a la narración de los evangelios sinópticos, cuando junto con su hermano Andrés, son invitados por Jesús a hacerse “pescadores de hombres”.


San Pablo

Aunque podría intuirse que San Pablo no acaba convirtiéndose en uno de los patrones de la localidad hasta llegado el siglo XIX, una tradición cuenta que su nombre es precisamente el que acabaría bautizando a la misma ciudad de Santa Pola, tal y como algunos autores han interpretado, de ahí que sería Santa Pola la que tomaría el nombre de la isla, planteando que su antigua etimología (Isla de Santa Pola) deriva de “Paula” en alusión al apóstol Pablo, puesto que la leyenda relata que éste desembarcó en Tabarca.

Cabe matizar desde un primer momento que la visita del apóstol sería casi imposible de creer, ya que como bien sabemos, durante sus trayectos y que tenemos documentados, el más cercano que realizó en dirección hacia aquí, fue cuando se dirigía como prisionero en su cautiverio desde aguas griegas hacia Roma.

Pablo era hijo de hebreos y descendiente de la tribu de Benjamín. Se cree que será justo a partir del año 37 cuando iniciará sus grandes acciones misioneras. Es muy probable que su devoción en la localidad se deba con motivo de la leyenda que se iría extendiendo sobre su llegada, y que pudo haberse creado a finales de la Edad Media.


La Virgen del Carmen

A mediados de julio le tocaba el turno a la Virgen de Nuestra Señora del Carmen, que como es costumbre, su onomástica se festeja el 16 de julio. Esta advocación es a la que se acogen los pescadores de la Cofradía de Nueva Tabarca. El fervor cristiano y la vinculación histórica del lugar con el sector marinero, son una combinación perfecta para entender como de importante es la veneración a su imagen religiosa.

El origen de esta advocación surge en el momento de la aparición de la propia orden de los Carmelitas, a fines del siglo XII. Concretamente, en el ermitorio que se erigió en el monte Carmelo (Karmel en hebreo) a cargo del cruzado San Bertoldo de Calabria, en memoria de los profetas Elías y Eliseo.5 Dicho lugar custodiaba una imagen de la Virgen María, la cual seguiría posiblemente los modelos iconográficos bizantinos de vírgenes con el niño en brazos. Pero, según el tipo que nos ha llegado hasta la actualidad, parece ser que esos modelos se podrían concretar en el de Virgen Eleúsa o Virgen de la Ternura, así como el de la Odighitria, que significa “La que indica el camino”. Esta última representa a María con su hijo en brazos a quien señala como camino de Salvación. En cuanto a la Eleúsa, que parece ser la iconografía más difundida, también evoca a la Virgen María con el niño en brazos aludiendo a la maternidad, y a la vez, a la humanidad de María.6

Como toda sociedad católica y marinera, no podían faltar los escapularios de la Virgen, y que hemos estudiado en el caso de las localidades litorales del norte de Castellón. Al respecto sabemos que en cuanto a su uso, hay que destacar un famoso privilegio para los fieles, y que según dice, permitía al portador conseguir directamente el cielo después del sábado siguiente a su muerte, sin necesidad así de tener que alargar su estancia en el purgatorio. Una tradición llena de polémica, puesto que el relato bebe de una bula papal apócrifa, sobre la que se ha venido advirtiendo desde la Santa Sede hace siglos. Precisamente una de las tradiciones que había en la localidad al respecto, es la que indicaba que “si una criatura pace con camiseta, adquiere la propiedad de resistir la fuerza de las balas. Y si es niño, de escapulario” (González Arpide, 1981, 437).

Representación de la Virgen del Carmen (isla de Tabarca). Fotografía del autor

Igualmente, no tenemos que olvidar la preocupación que antaño existía entre las familias de localidades con modelos sociales rurales muy parecidos a los que hemos analizado en multitud de ocasiones, donde la salvación del difunto era una de las máximas prioridades. Obviamente en Nueva Tabarca no iba a ser menos, de ahí que estaba extendida la costumbre que decía como si la madrina que había en el bautizo de un niño, era la misma que aparecía en el casamiento de su madre, en el caso de que a ésta se le permitiese sacar al hijo de la pila en el momento del sacramento iniciático, aquello se traducía con la liberación de una de las almas presentes en el purgatorio (González Arpide, 1981, 439-440).


La Virgen del Rosario

Resultaría imposible pasar por alto las celebraciones de la Virgen del Rosario, y que se conmemoran el primer domingo de mayo. Para conocer el significado de esta advocación tenemos que remontarnos a los orígenes de la orden de los Predicadores (dominicos), más concretamente a su padre fundador, Domingo de Guzmán. Domingo de Guzmán, miembro de la nobleza castellana, abandonó los lujos para dedicar su vida a la predicación y sobre todo a emprender una “cruzada” contra los cátaros en el sur de Francia, allá por el siglo XIII. La primera fundación dominica fue el convento de Santa María de Prulla (Francia), que tenía la misión de acoger a mujeres cátaras convertidas.7 Según cuenta la leyenda fue en este cenobio donde se le apareció la Virgen María a Santo Domingo y, dejándole a éste un rosario, le indicó que lo predicara entre los hombres. El dominico lo enseñó a los soldados que comandaba Simó de Montfort haciéndoles ganar así la batalla de Muret.8

Tiempo después, se revalorizaría el culto a esta iconografía de María, concretamente en el siglo XVI, cuando el papa san Pio V la reinstauró después de la Victoria de la armada española junto con la Liga Santa en la Batalla de Lepanto, y que derrotó a los turcos.9 Así fue como se creó la fiesta de la “Virgen de las Victorias”, y que no sería hasta la época del papa Gregorio XIII cuando cambió el nombre por el de “Nuestra Señora del Rosario”.10

Como curiosidad, González Arpide (2012, 160), indica que en Semana Santa “había una procesión, con la imagen de la Virgen del Rosario sacada en andas por las calles principales. Más tarde, en la Plaza Grande, se colgaban unos conejos vivos a los que se les tiraban piedras y aquel que acertase se llevaba uno”.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Espinar Moreno, Manuel (2019). Noticias sobre la historia de Elche II. Don Gutierre de Cárdenas y herederos, señores de Elche, Crevillente y Aspe. Libros EPCCM. Granada

* Cantera Montenegro, Margarita; Cantera Montenegro, Santiago (1998, 42). Las órdenes religiosas en la Iglesia Medieval. Siglos XIII a XV, Madrid, Arco Libros.

* Gómez de Mora, David (2021). “L'escapulari de la Verge del Carme en les terres del nord de Castelló”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

* González Arpide, José Luis (1981). Los tabarquinos: (estudio antropológico de una comunidad en vías de desaparición. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid. 868 pp.

* González Arpide, José Luis (2012, pg. 151). “Costumbres antiguas de Tabarca”. Canelobre, 60. Invierno 2012, pp. 150-161

* Martínez Carretero, Samuel (2012). “La advocación del Carmen. Origen e iconografía”, Advocaciones marianas de Gloria: Simposium (XX edición), San Lorenzo del Escorial, 6/9, 2012, pp. 772-775.

* Pérez Burgos, José Manuel (2016). Nueva Tabarca, patrimonio integral en el horizonte máximo. Tesis doctoral. Universitat d'Alacant. 717 pp.

* Reder Gadow, Marion (2012), “La advocación mariana rosariera: la Virgen del Santísimo Rosario”, Advocaciones marianas de Gloria: Simposium (XX edición), San Lorenzo del Escorial, 6/9, 2012, pp. 9-20.


Notas:

1 González Arpide (1981, 2) ya nos comenta que la base de la torre de San José puede datar del medievo, a pesar de que posteriormente se pudo acondicionar y abandonar. Obviamente a partir de esta reseña debemos pensar que no sería descabellado imaginar en la existencia de algún tipo de fortificación anterior a los tiempos en los que Bernardino de Cárdenas organizaba sus cacerías en la isla.

2 González Arpide (2012, pg. 151). “Costumbres antiguas de Tabarca”. Canelobre, 60. Invierno 2012, pp. 150-161

3 González Arpide (2012, 153). Piensa que la autoría de los gozos debe fecharse en el siglo XIX, pudiendo ser su autor “alguno de los párrocos de la isla o quizás alguno de los religiosos en cumplimiento de su trabajo misional”.

4 José Luis González Arpide (1981, 37) nos recuerda que “el poblado de Tabarca, en los libros antiguos denominábase Ciudad de San Pablo”. Al respecto el mismo autor añade que “El 18 de Febrero de 1337, Ramón Berenguer concede licencia al Concejo de la villa de Elche, para edificar una torre en la Isla de Santa Pola, para guarda del puerto de Santa Pola y sus navegantes (AHE, libro de Concejos, nº6, año 1427), este dato es interesante ya que corrobora una vez más la posesión que Elche tenía de la isla”. Parece ser que esta construcción no se llega a materializar, por lo que habrán de transcurrir varios siglos hasta que se acabe ejecutando la obra que hoy conocemos (González Arpide, 1981, 52).

5 Cantera Montenegro, Margarita; Cantera Montenegro, Santiago (1998, 42). Las órdenes religiosas en la Iglesia Medieval. Siglos XIII a XV, Madrid, Arco Libros.

6 Martínez Carretero, Samuel (2012). “La advocación del Carmen. Origen e iconografía”, Advocaciones marianas de Gloria: Simposium (XX edición), San Lorenzo del Escorial, 6/9, 2012, pp. 772-775.

7 Cantera Montenegro, Margarita; Cantera Montenegro, Santiago (1998, 42). Las órdenes religiosas en la Iglesia Medieval. Siglos XIII a XV, Madrid, Arco Libros.

9 REDER GADOW, Marion, “La advocación mariana rosariera: la Virgen del Santísimo Rosario”, Advocaciones marianas de Gloria: Simposium (XX edición), San Lorenzo del Escorial, 6/9, 2012, pp. 9-20.

La salvación de las almas del purgatorio en la isla de Nueva Tabarca

La isla de Nueva Tabarca ha sido una localidad donde históricamente se ha padecido muchísimo debido a la escasez de recursos naturales. La falta de agua, vegetación de porte, el escaso terreno disponible para desarrollar grandes explotaciones agrícolas, y el riesgo potencial de ser atacados por piratas hasta hace poco más de tres siglos atrás, fueron motivos más que suficientes para que sobre su sustrato se tardara en levantar un poblamiento de modo permanente como el que hoy conocemos.

Cierto es que partiendo de estas perspectivas tan poco halagüeñas, cualquiera comenzaría a pronosticar las dificultades que podía suponer para sus habitantes el desarrollar una forma de vida medianamente aceptable. Desde luego registros no faltan en los que se denuncian las calamidades que hubieron de afrontar sus gentes desde el siglo XVIII hasta hace pocas décadas.

En este sentido, las penalidades y la imposibilidad de que sus habitantes llegaran a medrar socialmente como ocurría en el resto de enclaves (donde sí había un tejido económico más diverso, jerarquizado y competitivo), eliminaban cualquier aspiración a poseer bienes de valor, o como es lógico, capacidad económica para afrontar gastos.

Y aquí radica el gran problema de las primeras y sucesivas generaciones de tabarquinos, un pueblo profundamente religioso, arraigado a unas costumbres católicas, y que como todo ser humano, temía la llegada de la muerte, pues como ya sabemos, antaño en la gran mayoría de enclaves de nuestra geografía, existían lo que se conocía como cofradías de almas, las cuales, a través del pago de misas, intentaban salvar cuanta mayor cantidad posible de almas de difuntos. Y es que éstas varaban por el purgatorio, hasta que con la ayuda de los vivos conseguían salir de allí, para lo cual se había de invertir cantidades ingentes de misas, que obviamente conllevaban un coste, que además de dar estatus y promoción a la familia, permitían cumplir con esa función de salvación.

Pero claro, en la isla de Tabarca no había linajes que pudieran hacer frente a pagos de esta índole, pues las condiciones socioeconómicas del entorno no permitían la creación de una élite o gente acomodada que ayudaran a salvar diferencias entre unas casas y otras, por lo que el pago de misas, era una cuestión que debía desecharse. Es por ello que planteamos como hipótesis de trabajo, que una sociedad tan fervorosamente creyente, al no contar con su propio sistema de rescate de almas, se las ingeniara para poder desempeñar tal acción, sin necesidad de gastar un dinero que no existía. Probablemente la respuesta se encuentre en una de las costumbres que ya cita en su estudio etnográfico González Arpide, cuando éste menciona que estaba extendida la costumbre que decía que si la madrina que había en el bautizo de un niño, era la misma que aparecía en el casamiento de su madre, en el caso de que a ésta se le permitiese sacar al hijo de la pila en el momento del sacramento iniciático, aquello se traducía con la liberación de una de las almas presentes en el purgatorio (González Arpide, 1981, 439-440).

Pensemos que el hecho de que una persona solicitara morir con un hábito como el de los franciscanos u otra orden religiosa, suponía una reducción de penas ante la duda del purgatorio. Así por ejemplo eran más de 8000 días de perdón lo que reportaba la vestimenta de franciscano, que podía acompañarse con otros elementos como un escapulario, y que servían para ampliar ese margen de satisfacción.

Cementerio de la isla de Nueva Tabarca (foto del autor)

Sin embargo en Tabarca nos encontramos con dos problemas para entender un poco mejor como se las ingeniaban sus habitantes para salvar las almas de sus vecinos difuntos, por un lado tenemos la quema del archivo en la última guerra incivil, lo cual diezma toda posibilidad de hallar la existencia de alguna antigua cofradía o una aproximación más fidedigna de como estaban repartidos los recursos, puesto que los libros de defunciones, a través de las mandas y últimas voluntades proporcionan mucha información. El segundo factor es el escenario que se ha presentado históricamente en el lugar desde la perspectiva económica, donde la escasez de recursos, y consiguiente homogenización social de los habitantes, dificultan interpretaciones que aseguren una distinción de subclases entre los pescadores, atendiendo a la cantidad de barcas u otros beneficios adicionales que pudieran conseguir por medio del sector, tal y como si hemos apreciado en la localidad de Peñíscola.

Tampoco podemos obviar el papel de los escapularios, más concretamente el de la Virgen del Carmen, y que como ya expusimos recientemente en un artículo, en aquellos lugares donde había tradición marinera y devoción como el caso que nos ocupa, otorgaba una serie de privilegios. Concretamente se indicaba que su portador alcanzaba directamente el cielo después del sábado siguiente a su muerte, sin necesidad así de tener que alargar su estancia en el purgatorio. Una tradición llena de polémica, puesto que el relato bebe de una bula papal apócrifa, sobre la que se ha venido advirtiendo desde la Santa Sede hace siglos.

Del mismo modo los tabarquinos aprovecharán el apadrinamiento de un niño al nacer, o la celebración de una boda, como pretexto alternativo para contabilizar la salvación directa de un alma. Una práctica que además garantizaba un cuidado del menor, en el caso de que el padre muriese faenando o la madre en el momento de dar a luz, pues como hemos podido averiguar, esto por desgracia era algo muy frecuente.

Tampoco hemos de olvidar que como todo pueblo con sus preocupaciones en torno al purgatorio, el lugar de enterramiento no era un tema baladí, de ahí que ante las limitaciones que podía imponer la escasez de recursos, siempre quedaba la posibilidad de acelerar el periodo de visita, dependiendo del lugar de enterramiento, y que hasta el siglo XIX con la ordenanza que prohibía dejar los cuerpos en un recinto cerrado y trasladarlos a una zona aireada, se llevaba a cabo en el interior de la iglesia. El espacio ocupado por el cuerpo del templo dedicado a San Pedro y San Pablo, era otro de esos mecanismos mediante los que el fallecido podía encontrar con mayor rapidez la salvación.

Estaba extendida la idea de que los difuntos mientra más cerca se encontraban del altar, antes conseguirían salir del purgatorio, siendo ese el punto privilegiado por antonomasia del edificio, fenómeno por el que en el momento de la construcción de la iglesia, esto obviamente ya se tiene en cuenta, de ahí que habríamos de efectuar una distinción de zonas, atendiendo a su cercanía respecto al altar.

Recordemos que Pérez Burgos (2016, 458), ya nos habla de tres criptas, las cuales se encuentran en la planta cuadrada del altar (obviamente la más privilegiada), mientras que las dos restantes quedan encajadas en el basamento de la nave. Resulta interesante esta distribución, pues como sabemos, hasta principios del siglo XIX, cada lugar del templo guardaba una significación, y el hecho de que veamos una distinción ordenada entre las dos últimas criptas, nos indica tres niveles sociales en los que durante el siglo XVIII y principios del XIX podían enterrarse los tabarquinos.

Por norma general, los capellanes y aquellas familias que podían haber ostentado algún cargo simbólico o destacado, ocupaban siempre la mejor zona (en este caso la cripta del altar), luego estarían el resto de habitantes, donde todavía vemos una pequeña subdivisión, en la que se dará preferencia a la zona de la cripta central, respecto a la que quedaría ubicada en la entrada oeste.

La preocupación por el difunto para que éste encontrara lo antes posible su salvación, se dio en todos los pueblos de nuestra geografía, y ello lo apreciamos en la documentación parroquial de muchas iglesias del país. No será obviamente un hecho casual que los miembros del clero y gentes pertenecientes a las élites locales, siempre intentasen hacerse con un emplazamiento en los puntos más solicitados. Además, como era bien sabido, en las iglesias con diferentes hileras de enterramiento, el coste de cada parcela variaba cuanto más cerca o lejos se encontraba del altar. Obviamente este no es el caso de Tabarca, pero consideramos que resulta necesario comentarlo, puesto que la localización de cada una de sus criptas responde más bien a razones de tipo religioso, en lugar de motivos arquitectónicos o como si de algo casual se tratase.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Gómez de Mora, David (2019). “La proyección de los linajes poco antes y después de la muerte”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

* González Arpide, José Luis (1981). Los tabarquinos: (estudio antropológico de una comunidad en vías de desaparición. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid. 868 pp.

* Pérez Burgos, José Manuel (2016). Nueva Tabarca, patrimonio integral en el horizonte máximo. Tesis doctoral. Universitat d'Alacant. 717 pp.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).