domingo, 29 de enero de 2023

Notas sobre la capilla de los Sandoval de Santa María de Atienza en Huete (los Condes de la Ventosa)

En la visita pastoral del año 1713 realizada por el doctor don Pascual Ibáñez, cura de la parroquial de Almarcha, quien era examinador y visitador general del Obispado de Cuenca, a fecha del 29 de noviembre, tras haber acudido a la iglesia optense de Santa María de Atienza, este cómo era de esperar se acabó percatando del estado de conservación en el que se encontraba la que era conocida como la capilla de los Sandovales, la cual, según se desprende por la descripción efectuada, no estaba en muy buen estado de conservación.

Años atrás, en 1694, se advirtió al Conde de la Ventosa que como responsable de su mantenimiento, este realizara las obras pertinentes para aderezar el lugar, pues en su altar todavía seguía celebrándose misa.

La situación como veremos ya venía de lejos, pues en la visita de 1713 se indica que “habiendo visto en muchos autos de las visitas antecedentes que está mandando, se notifique al Conde de la Ventosa, repare y ponga con decencia la capilla que tiene debajo del Altar Mayor y Presbiterio de esta Iglesia (Santa María de Atienza), que la que llaman de los Sandovales, y aunque en repetidas veces se ha mandado, no consta se haya hecho diligencias algunas para su cumplimiento”.


El visitador añade que el lugar se encuentra en un estado indecente para la recepción del don de la Sagrada Eucaristía, por lo que se le da un plazo de un mes para que este reparase las gradas de acceso al altar.

En visitas anteriores ya se llega a hablar de las consecuencias de no intervenir en la obra, siendo el caso de la recepción de una excomunión a su máximo responsable. Entre las reseñas que se recogen del altar, en una se dice textualmente que “hallando que no solo no está con la decencia que se debe, sí que antes sirve de gran indecencia para subir a comulgar las mujeres para desescalar que tiene a los lados de más de tres varas de alto, muy pendientes, y de tres cuartas de lo ancho por donde han de bajar de comulgar con la indecencia que se deja”

Por aquel entonces el Conde la Ventosa era don Alonso-Jacinto de Sandoval Rojas y Portocarrero, quien recientemente había acabado de controlar el condado y mayorazgo de la Ventosa y sus propiedades, tras haber recaído en su línea, después de un largo pleito por su sucesión. Cabe recordar que justo en la cripta que hay bajo el ábside del templo, y que era el panteón empleado por los Sandoval, es donde cuenta la leyenda que se ocultó el famoso cirio que se mantuvo encendido durante todo el periodo que duró la ocupación islámica en la ciudad de Huete.

David Gómez de Mora


Referencia:

-Libro de defunciones de Santa María de Atienza (1635-1726). Archivo Parroquial de Huete


San Blas

Una de las advocaciones religiosas más queridas en algunos de los municipios de la zona de la Alcarria Conquense, ha sido la figura del mártir San Blas, hecho que en parte se refleja en las tradiciones que de manera ininterrumpida se han festejado históricamente en municipios como la ciudad de Huete, La Peraleja o Villarejo de la Peñuela (entre otros muchos). Conocemos por ejemplo a través de la documentación histórica del lugar, que en Verdelpino de Huete existió siglos atrás un cabildo dedicado a esta misma advocación.

San Blas se celebra cada día 3 de febrero, es decir, la jornada después de la Candelaria, y que como sabemos antaño comprendían en su conjunto una serie de jornadas importantes dentro del calendario festivo de nuestros antepasados.

La celebración religiosa que rememoraba la vida de un médico que acabó siendo martirizado, y que cuenta la tradición llegó a salvar a un niño de morir ahogado por una espina de pescado con la que se atragantó, se enmarca en una serie de días especiales, que ya arrancaban desde la jornada de la Candelaria, y en la que se rememora la presentación del niño Jesús en el templo, en cuya festividad no podían faltar las candelas o velas bendecidas.

San Blas en La Peraleja (Cuenca). Imagen: verpueblos.com

Igualmente las velas volvían a hacer acto de presencia en la festividad de San Blas, siendo costumbre en muchos lugares del país que los habitantes bendijeran la garganta de las personas acatarradas o con problemas respiratorios a través de aceite o velas, intentando mejorar así el estado de salud de quien padecía anginas, tos o enfermedades respiratorias.

Con el trascurso del tiempo veremos que esta sanación se extenderá de forma más genérica, al asociarse el médico martirizado como uno de los grandes santos protectores, y por lo tanto más demandados dentro del santoral católico para la invocación de la cura de enfermedades de todo tipo.

Como bien sabemos, durante esta estación, y especialmente en las zonas más frías, era por desgracia habitual que se disparasen los temores a contraer catarros y gripes, de ahí que siempre estaba presente la posibilidad de que estos llegaran a complicarse, no siendo por ello pocas las muertes que durante la estación invernal se generaban por causas de esta índole, una cuestión que se refleja en las partidas de defunción o testamentos de la época, y que en parte también explica el arraigo y devoción hacia esta figura a la que el creyente siempre ha acudido en busca de su protección.

Tampoco podemos olvidar que el hecho de que San Blas acabase siendo martirizado con rastrillos de cardar la lana, acabará vinculando su imagen con el patronazgo de los cardadores. Sabemos que la lana durante el medievo llegará a tener un notable peso en el mundo laboral, de ahí que desde época musulmana, como en los siglos posteriores a la reconquista, este producto pasará a convertirse en uno de los grandes pilares de la economía conquense.

David Gómez de Mora

Los lobos y los zorros antaño en nuestro territorio

Los lobos y los zorros son dos cánidos que antaño crearon enormes quebraderos de cabeza a los agricultores y ganaderos de nuestra tierra, no es por ello casual que todavía en determinados lugares o partidas de los términos municipales de la franja norte de la provincia de Castellón, se recuerden anécdotas o leyendas sobre sus incursiones nocturnas.

Si la población de lobos fue desapareciendo durante las primeras décadas del siglo XX tras una intensa persecución que ya venía arrastrándose desde centurias anteriores, no sucedería lo mismo con los zorros, un animal que como sabemos sigue dejándose ver por nuestros campos, tras haber sobrevivido a las diferentes políticas de gestión cinegética, en las que se premiaba su captura, y donde se intensificó su caza.

Cierto es que el daño que los lobos y los zorros generaban en las masías y corrales donde había comida a su disposición, siempre fue un gran problema, especialmente en los entornos aislados o ubicados en medio de la montaña, donde se promovieron sin muchas dilaciones la persecución de ambas especies.

Sobre los lobos no son pocas las historias que nos han llegado, donde relatos verídicos y mitos darían para extenderse un tiempo considerable, destacando así las preocupaciones que tanto llegaron a atormentar a muchos de nuestros antepasados, ya que su entrada dentro de un corral o establo podía desencadenar daños irreparables para aquellas familias que tenían reses o aves como único recurso con el que poder sobrevivir.

La mallada de la rabosa (Serra d'Irta, Peníscola)

Conocemos reseñas que nos hablan de su presencia en la Serra d’Irta siglos atrás, habiendo alguna mención en la que se informa de que en las entrañas de este paraje natural era normal encontrar ejemplares de esta especie. Algo parecido ocurrirá con los zorros, tal y como sigue sucediendo, y que como comprobamos la toponimia nos indica. Así pues, nombres como el del barranc de la rabosa o la mallada de la rabosa, son solo un caso más. La presencia de designaciones con siglos de historia que hacen alusión a estos mamíferos en puntos no muy alejados de nuestra área septentrional, la veremos por ejemplo en les Coves de Vinromà (el corral del llobero, les llobateres, la cova de la rabosa, la rabosera o la font y corral de la rabosa).

La mallada de la rabosa, al fondo con el corral de l'església vella (Serra d'Irta entre los términos municipales de Santa Magdalena de Polpís y Peníscola)

Para cazar a los lobos, los masoveros y labradores, además de las escopetas, empleaban cepos, estos de un tamaño mayor que para los zorros, teniendo pues una altura por encima de los 20 centímetros, así como una anchura superior a los 30 cm., y una longitud que solía encontrarse entre los 60-85 centímetros. En cambio para el caso del zorro, estos eran de menores dimensiones, es decir, unos 15-20 centímetros de alto, con un ancho variable que iría entre los 15-25 centímetros, y una longitud de alrededor 30-55 centímetros.

Antaño ambas especies eran muy buscadas cuando se realizaban batidas, de ahí que por cada ejemplar que se mostraba cazado, se llegaban a realizar recompensas. No debe de extrañarnos pues una noticia de la primera mitad del siglo XX, en la que la prensa local cita como una gran gesta la caza de un gato montés dentro del término municipal de Vinaròs, cuando ya por esas fechas era sabida que su población estaba en un acelerado proceso de regresión.

David Gómez de Mora

viernes, 6 de enero de 2023

El Corral de “l’Església Vella”

A una altura de 350 metros sobre el nivel del mar, con unas vistas espectaculares desde las entrañas de la Serra d’Irta, y todavía dentro del término municipal de Peñíscola (a escasos metros de los lindes con el de Santa Magdalena), encontramos los restos del “Corral de l’Església Vella”, un topónimo bastante alusivo, y que nos conduce hasta un tiempo que nos remonta al medievo, y del que todavía siguen existiendo más interrogantes que evidencias, sobre las que debemos seguir trabajando desde la historia local.

La zona en cuestión donde se emplazan los restos de esta construcción abandonada, se denomina con el nombre de “la mallada de la rabosa”, referencia que recuerda la presencia abundante de este cánido, y que tantos quebraderos de cabeza comportó a los ganaderos hasta no hace mucho tiempo, pues no eran pocos los daños que causaba su entrada en los corrales, razón por la que muchas veces los pastores habían de emplear cepos que protegieran los accesos donde tenían a sus animales resguardados.

Corral de l’Església Vella

Esta obra para uso ganadero, se ubica en un espacio donde antaño la explotación animal fue el recurso más demandado, pues la orografía del terreno y el suelo de baja potencia edáfica, hicieron que se alzaran construcciones de idéntica funcionalidad, tal y como veremos con el corral nou (también dentro del territorio peñiscolano).

Corral de l’Església Vella

Desde el corral de l’església se podía descender dirección hacia el mar por el sendero del Barranc de La Carrera, un topónimo muy indicativo, procedente del latín vulgar “carraria” (camino por donde puede pasar un carro), y que como sabemos sería empleado como zona de tránsito ganadero al poder bajar hasta el Mas del Senyor, enclave con presencia de agua, y por tanto indispensable en esa ruta de animales dentro de la sierra, donde sin necesidad de salir del término peñiscolano, los pastores podían explotar los recursos que sus montes ofrecían en abundancia.

La planta del referido corral es muy simple, siguiendo el clásico modelo de forma rectangular, que aprovechando la pendiente del terreno, posiciona su entrada en la zona baja, para que en momentos de lluvia esta se evacue mejor, teniendo a la vez su tejado a una sola agua. En su interior encontramos una zona cubierta que servía como paridera o cubierta, dividida en dos secciones, y que comunicaba con un patio también partido en otras dos zonas, desde donde el ganado podía entrarse y sacarse, y donde también se daba paso a la antes referida área cubierta, como otra zona cubierta, con entrada a los dos patios, desde el que se accedía a la casa del pastor. Una zona pequeña pero con cierto confort, pues disponía de una chimenea que calentaba rápidamente el habitáculo, así como dejaba un espacio para descansar y el respectivo aljibe en el que el inquilino se abastecía de agua.

David Gómez de Mora

Los alpargateros en la Peñíscola de 1857

Como cualquiera de las poblaciones en las que vivieron nuestros antepasados, los oficios gremiales eran necesarios para el mantenimiento de una sociedad que independientemente de emplazarse en una zona rural o urbana, dependía de unos servicios especializados en la confección o explotación de determinados recursos, indispensables para salir adelante en la medida de lo posible. Algo que apreciaremos en lo que respecta al caso del alpargatero, y que como bien indica su nombre, era el artesano responsable de fabricar alpargatas. 

Un calzado básico en la sociedad campestre como la que estamos tratando, y cuya materia prima para su elaboración podía proceder tanto del cáñamo o del esparto, pues como sabemos, en el caso de esta última planta (Macrochloa tenacissima) abundaba en diversas zonas del monte peñiscolano, y hasta donde acudían aquellas personas, sino antes intentaban hacerse con la tenencia de una zona montañosa desde la que poder explotarla, pues esta suele crecer en terrenos pedregosos y áridos. 

Imagen: pinterest.es/pin/238479742753254706/ 

Los alpargateros como sabemos trabajaban sobre un tablón, en el que comenzaban dando la forma a la suela, para posteriormente rematar la parte restante del calzado. Entre los vecinos dedicados por aquel entonces a este oficio, tenemos registrados cerca de una decena de personas, siendo estas: 

Agustín Arenós Salvador (de 44 años), Esteban Roca Paris (de 65 años), Bautista Salvador Ayza (de 60 años), Antonio Julve, José Antonio Castell Roca (de 31 años), Alberto Simó (25 años), Antonio Ayza Albiol (de 44 años, y marido de Josefa María Simó Ortiz), además de Ramón Albiol González (esposo de Teresa Arenós Drago, ambos de 64 años de edad), así como Patricio del Castillo Albiol. 

No cabe duda que el aislamiento geográfico al que se vio sometida esta población influirá decisivamente en el mantenimiento de este tipo de sectores económicos, ya no solo desde tiempos históricos, pues aunque Peñíscola se dispone en una zona litoral, no será raro ver la presencia de artesanos que desempeñaban con mucha soltura el trabajo sobre la tabla del alpargatero hasta no hace tanto en el tiempo. 

David Gómez de Mora 

Referencia:

 -Censo de la población de Peñíscola (1857). Fondo Municipal de Peñíscola

Arrieros y carreteros en la Peñíscola del siglo XIX

Aunque muchas veces tratemos bajo una misma designación la profesión del arriero y la del carretero, cierto es que cada una se caracteriza por un conjunto de peculiaridades, que explicarán la necesidad de su distinción, además de su diferencia semántica, pues como veremos en ambos casos sus integrantes, al englobarse dentro del sector de la actividad económica del transporte de mercancías, acabarán reduciéndose a una misma cosa.

Cabe recordar que los arrieros eran los encargados de transportar diferentes productos a lomos de sus mulos y asnos, pudiendo también ofrecer un servicio temporal de carga de sus acémilas, especialmente cuando se daba el caso de tener que acceder hasta una zona difícilmente comunicada, algo que veremos en algunas partidas donde existía un relieve más accidentado, siendo el caso de las explotaciones agrícolas habidas en puntos de la Serra d’Irta, donde el abancalamiento y explotación de olivos o algarrobos, hacía que la única forma posible de sacar los frutos de la cosecha, fuese con el apoyo de un animal que pudiese traerlos hasta la casa del labrador.

Igualmente los arrieros aprovechaban sus traslados a otros lugares para hacerse con productos que escaseaban o eran inusuales en el pueblo donde vivían, trapicheando o revendiéndolos a sus vecinos tras volver a casa.

Dependiendo de su capacidad económica, estos podían contar con una recua o harria de bestias mayor o menor en términos numéricos, y que iba circulando en fila, buscando sobre todo las épocas de ferias o mercados de otras localidades por distantes que fueran.

Imagen: https://objetivocastillalamancha.es/

Respecto a los carreteros, como bien indica su nombre, estos eran aquellos transportistas que aprovechando la disponibilidad de un carro rodado y tirado por la fuerza de la tracción animal, podían trasladar mercancías muchos más pesadas, por lo que si la distancia recorrida era importante, se llegaba a necesitar de una mayor cantidad de gente implicada en el proceso, no obstante, también con el concepto de carretero, se podían definir aquellas personas que se encargaban de realizar la fabricación de carros.

Entre los arrieros documentados en un censo del año 1857 en la localidad de Peñíscola, únicamente encontramos al vecino Francisco Bayarri y Martorell, (marido de Josefa María Boix Salvador). En cuanto al número de carreteros, veremos que había muchos más, siendo el caso de Bautista Bayarri y Martorell (esposo de una Guzmán), así como otros entre los que estaban los nombres de Vicente Mundo Martínez (marido de María Rosa Martínez), Agustín Mundo y Albiol o Agustín Roig y Ayza.

Dejamos para un futuro artículo la conexión parental entre algunos de los representantes de estos oficios, pues como ya hemos indicado en más de una ocasión, en el caso de Peñíscola había una especialización por familias o linajes que solía trasmitirse generacionalmente, donde el control de un nicho económico, se consolidaba con la celebración de políticas matrimoniales, puesto que se deseaba que estas personas estuviera asociados por vínculos laborales.

David Gómez de Mora

Referencia:

-Censo de la población de Peñíscola (1857). Fondo Municipal de Peñíscola

La Peñíscola del siglo XIX. Sociedad y modo de vida

La historia de Peñíscola tendemos a enfocarla desde los acontecimientos que se irían viviendo con el paso del tiempo dentro del principal elemento arquitectónico que define la imagen de la localidad (su castillo). No cabe duda que este será uno de los grandes alicientes que motivarán guerras, visitas y un sinfín de relatos, que superpuestos cronológicamente reflejan una parte de ese envidiable pasado ancestral que arrastra este municipio.

No hemos de olvidar que tanto o incluso más importante dentro de sus murallas, serán las historias que se irán gestando en muchos de los hogares que componen su trama urbana, evidentemente encorsetada por la propia geografía de un terreno, dentro de la que con el trascurso de los siglos, se irá consolidando una personalidad propia, muy arraigada y definida a través del mantenimiento de sus costumbres y tradiciones, donde resulta casi imposible no hablar de una idiosincrasia netamente peñiscolana, fruto de muchos factores, tales como el aislamiento geográfico al que se vio sometido este lugar durante siglos (aunque cueste de creer a los ojos del turista o foráneo del siglo XXI), así como de otra serie de elementos, que únicamente a través de una radiografía histórica y social de su pasado, nos ayudan a comprender cómo y de qué forma, han podido preservarse elementos que componen un corpus etnográfico y folklórico de largo recorrido.


¿Cómo era la familia peñiscolana del siglo XIX?

La falta de documentación es un escollo que debemos evitar los historiadores en el momento de abordar la reconstrucción de un episodio o aquellos periodos que definen las características de un lugar. La quema de una parte considerable del archivo de la localidad durante el desarrollo de diferentes contiendas bélicas, como la pérdida irreparable del fondo eclesiástico, y que había en la iglesia parroquial hasta antes del desencadenamiento de la guerra incivil de 1936, explican en buena medida ese grado de dificultad.

Conocemos un censo del año 1857 en el que se refleja la distribución familiar de los habitantes de la roca. No obstante, hemos de efectuar unos cuantos matices en el momento de querer definir de qué forma vivía el peñiscolano de antaño, para entender que ese estilo de vida del que nos separan más de un siglo y medio de tiempo, no debió cambiar mucho respecto épocas anteriores, ya que tanto la estructura económica, como las tradiciones y hábitos que impregnaron a sus gentes, seguiría manteniéndose de modo ininterrumpido.

Una de las características que este lugar tuvo en común y con la que habría de convivir tanto la sociedad peñiscolana de la reconquista, como la del siglo XVI y el momento de estudio que hemos escogido, fue la de adaptar su crecimiento demográfico a una trama urbana caracterizada por unos límites, donde cada metro cuadrado tenía un valor especial.

Así pues, ante la imposibilidad de ampliar el viario de la población, era necesario rentabilizar al máximo la disponibilidad de terreno, aunque para ello se hubiese de ganar espacio trabajando la misma caliza del peñasco, puesto que el riesgo de vivir fuera del perímetro defensivo era elevadísimo.

Es por ello que el peñiscolano habrá de gestionar cada porción de suelo de manera inteligente. Por lo que si en una localidad cualquiera, el repartimiento de una vivienda entre dos hijos podía consistir en una división física al 50% de aquella casa, en Peñíscola la fragmentación de la propiedad se tendrá que precisar en alturas o incluso por habitaciones, no siendo extraño que un vecino tuviera una parte de su casa compartida con la de otro hermano (entrando por la misma puerta), o incluso poseer una habitación en una vivienda que distaba varias residencias de la que vivía habitualmente, pues tras haber pertenecido a un abuelo, y habiéndose consecuentemente repartido entre tíos y ahora hermanos, aquello daba lugar a que en una misma estructura residencial hubiese diferentes propiedades, creándose así en muchos casos un modelo familiar extenso. Ejemplo de ello lo tenemos en el labrador Andrés Bayarri Simó, quien en 1857 residía con su esposa Teresa Ayza Llopis y su hija Sebastiana Bayarri Ayza, así como conjuntamente con el matrimonio de labradores de Luis Roca y Antonia Beltrán, junto con sus tres hijos, y sobre quienes desconocemos por ahora qué tipo de parentesco les unía.

Ejemplo de ese mismo periodo lo tenemos en el hogar del jornalero Antonio Beltrán Arenós y su esposa Vicenta Arenós Castell, quienes además de sus tres hijos, dos sobrinos, junto una cuñada de este y que se encontraba soltera, se hallaba también su suegra.

Conocemos el  caso de una vivienda formada toda ella por integrantes dedicados al pastoreo. Se trataba de los Peña, cuyo hogar pudo estar compuesto por un total de doce personas. Así pues, Ramón Peña Rovira y su mujer Paula Drago Castell compartían casa con sus cuatro hijos, así como otro familiar, Ramón Peña Martorell y su esposa Vicenta Castell Vizcarro, quienes además de los tres hijos menores que tenían a su cargo, convivían con otro pastor de edad más avanzada, llamado Alejandro Castell Fresquet, y que entendemos por su apellido podría ser suegro de este último.

Algo bastante normal será ver la convivencia de varias generaciones dentro del mismo hogar, así lo apreciamos en la casa del labrador Florencio Albiol y Albiol, quien con su hijo Valentín Albiol Martorell y la esposa de este (Celedonia Pauner), criarían conjuntamente a sus varios vástagos.

Ni que decir que cuando una persona quedaba soltera, esta no solía abandonar el hogar pada independizarse, por lo que acababa residiendo con sus progenitores mientras estos vivieran, hecho que sucederá por ejemplo con el labrador Gabriel Simó Bayarri (de 38 años), quien al no tener pareja, compartía residencia con sus padres Miguel Simó Fresquet (de 87 años) y su madre Rosa Bayarri Albiol, quien tenía 80 años.

El tema de la herencia era otra cuestión que estaba insertado en la mentalidad de aquella idiosincrasia local, donde las costumbres eran inapelables, aceptándose a pies juntillas.

Veremos que la tradición del hereu catalán y que también se hallaba arraigada en las sociedades rurales del interior de la provincia de Castellón, dejará medianamente percibirse entre los integrantes de esta población. Y es que en Peñíscola, había una preferencia en el favorecimiento del primogénito, al aplicarse un modelo de repartición del patrimonio (especialmente agrícola), donde a pesar de que a cada uno de los vástagos les tocara por derecho una parte de los bienes, este siempre resultaba más favorecido.

Imagen: arterural.com

Ello se reflejará por ejemplo cuando en la familia las propiedades se extendían tanto por la zona montañosa de la Serra d’Irta como en el área pantanosa de la marjal. En aquel entonces la primera franja del territorio era mucho más productiva y rentable a pesar de su distancia respecto el casco urbano, pues los inconvenientes de las extensiones empantanadas al querer explotarlas como zona de cultivo, hacían que esta careciese de interés agrícola, de ahí que las fincas ubicadas en el entorno de secano eran siempre las preferentes para los hijos mayores, mientras que las del área lacustre irán destinadas para el resto de los herederos.

Lo que nadie se hubiese imaginado es que en los años setenta del siglo pasado, y tras la aparición del boom turístico que cambiará por completo esa idea sobre el valor del suelo, la zona que antes nadie quería y que poco menos eran las migajas de los bienes del hogar, acabará revalorizándose con la edificación de hoteles y urbanizaciones que ahora consolidan el motor turístico de la población, mientras que por otra parte, las explotaciones apartadas de la zona de secano (donde el olivo, algarrobo o la vid y que eran el principal recurso con el que se consolidarán estas poblaciones), quedarán en muchos casos relegadas a un entorno olvidado carente de todo interés.

Otra cuestión que no podemos pasar por alto, y que apreciaremos en cualquier localidad en donde se experimenta un crecimiento social de sus integrantes, es la disponibilidad de personas que auxilien en las tareas u obligaciones que comportan los quehaceres diarios.

Así pues, dentro de los hogares con posibles, era normal disponer de una persona que ofrecía un servicio doméstico, y que en el referido censo de 1857 llegará a distinguir entre el cargo de criada y sirvienta. Dos conceptos que incluso a día de hoy, son motivo de discrepancia entre historiadores y sociólogos en el momento de querer buscar diferencias que expliquen su distinción semántica.

Para entenderlos de forma vaga, el sirviente (y que es “el que sirve”), estaba subordinado a un servicio que se le pagaba, pero que no siempre había de ser remunerado en términos económicos, pues la manutención y alojamiento del lugar en el que se encontraba trabajando, podía ser una forma que a veces se complementaba con un pago salarial. Por otro lado, el criado (“que se ha sido criado o formado”), era quien servía en ese lugar donde este ya podía haber crecido o desempeñado una labor a cambio de un salario.

Muchos autores indicarán que la diferencia entre ambos conceptos es prácticamente inexistente, otros en cambio considerarán que es necesario jerarquizar o diferenciar entre ambos términos.

Veremos por ejemplo como en el año 1857, el médico Juan Bautista Sanz y Bayarri (y que era esposo de Dolores Ayza y Albiol), tenía por sirvienta una moza del pueblo llamada Vicenta Ayza Bastiste.

Otro caso lo tenemos con el escribano del ayuntamiento y su esposa, quienes contaban con una criada de 19 años. En la casa de una familia de marineros compuesta por una decena de integrantes, entre los que estaban los padres de siete hijos de entre 19 y 2 años (Manuel Simó y Albiol, junto su esposa María Martorell y Albiol), se menciona una criada soltera, hermana de la referida María, y por tanto cuñada del cabeza de familia.

Las casas más acomodadas como veremos contaban con el refuerzo de algún miembro que ayudaba en el servicio doméstico, de ahí que el presbítero Agustín Gombau tuviera dos sirvientas, así como los párrocos don Lorenzo Albiol y Miralles (de 84 años) y mosén don Manuel Albiol (de 81 años), dispusieran de una criada de 70 años (Mariana Drago Arenós), además de un criado y labrador (veamos cómo se remarcan por separado ambos conceptos), llamado José Albiol Arenós (de 30 años), quien probablemente gestionaría las propiedades agrícolas de dichos religiosos.

Conocemos otros casos en los que aparecen citados sirvientes y criados, tal y como ocurre con el matrimonio entre Vicente Bayarri y Albiol con Gertrudis Roig (ambos de 40 años), quienes además de sus cuatro hijos menores, tenían a su disposición un sirviente, en este caso de 65 años de edad.

En el caso del hacendado don Francisco Ayza y Albiol, veremos que este vivirá con una hermana suya y que era soltera (María Rosa Ayza), figurando ella como sirvienta. Por otro lado el médico-cirujano Juan Masip y Bayarri, además de su esposa, convivía con una sirvienta soltera de 16 años (Joaquina Pascual y Jovani).

El coronel-gobernador de la plaza y su mujer (que como era habitual no eran vecinos del lugar), tenían una sirvienta llamada Juana Rochals. Finalmente veremos que los labradores con recursos, tal y como sucedía con Mariano Martorell y Riba (de 70 años) junto su esposa Carmela Guzmán y Ripollés, se podían permitir la presencia de una sirvienta, pudiendo esta guardar un parentesco con la mujer por compartir el mismo apellido, tratándose de la joven de 16 años Josefa Guzmán y Beltrán.

David Gómez de Mora

Referencia:

-Censo de la población de Peñíscola (1857). Fondo Municipal de Peñíscola

miércoles, 4 de enero de 2023

Breves apuntes relacionados con la Iglesia Parroquial de Verdelpino de Huete

No cabe duda que junto con la fachada de la casa solariega de los Alcázar-Montoya, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Verdelpino de Huete, representan en su conjunto las edificaciones más emblemáticas que hay en esta localidad. Es precisamente en ese perímetro tan concreto de la población, y que obedece no por designios del azar a la zona urbana donde consideramos que se generaría la trama embrionaria del pueblo, donde apreciamos una serie de detalles, que por lo que concibe al edificio religioso seguidamente pasamos a destacar. 

Ya desde el siglo XVI el templo ofrecía tres naves de mampostería, no obstante, cabe preguntarse cuál era el aspecto que este tenía en el medievo, pues las raíces de Verdelpino, arrancan como poco en dicho periodo, pues ya se comentó que en el itinerario del infante don Juan Manuel por la zona de Huete en 1305, este enclave ya aparece citado, por lo que como es lógico pensar, debería haber una construcción religiosa, con un aspecto muy diferente: la iglesia románica. 

Flanco oeste

Si atendemos a la topografía de la zona, veremos que muy posiblemente esta se alzaría sobre una construcción anterior de carácter estratégico, que tras la reconquista y poblamiento del lugar, obligaría por necesidad al alzamiento del referido templo cristiano. Resulta llamativa la cara oeste de la edificación, pues presenciamos una serie de elementos, que en alguno de los casos deben beber del periodo más antiguo. 

Así pues, en dicho flanco observamos dos puertas cegadas, llamándonos claramente la atención, la parte central del muro, donde creemos que ya se alzaría el antiguo campanario rematado con sus espadañas, así como la entrada principal del edifico durante el periodo en el que la iglesia románica seguía preservando su imagen original. Es por ello que pensamos que sería a través de este flanco de la iglesia por donde se accedería al edificio en origen, hasta que las reformas anteriores fueron ampliando el lugar de culto. 

Reloj solar

De época mucho más posterior son detalles como la argolla para amarrar los animales que hay en la cara sur, o un bonito reloj solar esculpido en un sillar. No obstante, si hay que señalar otro espacio a remarcar dentro del conjunto, ese lo tendríamos en la zona del flanco este, donde se detecta la presencia de una ventana tapiada, que no sabemos qué tipo de vinculación tendría con una construcción anterior. La presencia de otro acceso tapiado en la cara norte, junto con la metamorfosis que el edificio sufriría entre los siglos XV y XVI, imposibilitan esclarecer con detalle, el origen y evolución de este edificio durante sus primeros cuatro siglos de vida aproximadamente. 

David Gómez de Mora

Breves apuntes relacionados con la Iglesia Parroquial de Villarejo de la Peñuela

La Iglesia Parroquial de San Bartolomé Apóstol de Villarejo de la Peñuela, es un edificio que consta de tres naves, aunque como sabemos en origen tuvo una sola, como consecuencia de que durante el siglo XIII el románico era el estilo imperante, pues ya hemos comentado en alguna ocasión que los orígenes de esta localidad, van más allá de la donación señorial que la familia Ribera recibirá en la primera mitad del siglo XIV, cambiando por lo tanto esta construcción notablemente su fisionomía llegado el siglo XVI. Y es que será precisamente durante la segunda mitad de dicha centuria, cuando la cabecera románica acabaría siendo sustituida por la capilla mayor. Esto lo sabemos porque en una visita pastoral de 1569 todavía se indica que el templo poseía una nave, siendo pocos años más tarde, cuando la intervención de Juan de Toca y que aparece registrada en el libro de fábrica, iniciará el gran cambio de imagen del templo.

Portada antigua

Pared oeste 

De la iglesia románica todavía pueden apreciarse los tirantes que forman la estructura de madera, así como a nuestro juicio una sección de la pared que queda en el flanco oeste, donde se aprecian vestigios de una saetera y dos antiguas oberturas selladas, que posiblemente integrarían el antiguo campanario de espadaña que tenía el templo arcaico. Otros vestigios de ese periodo los tenemos en la cara de septentrión, donde existe una puerta cegada de medio punto, y que formaría parte de su etapa inicial, siendo como se cree transportada posteriormente hasta esa parte del templo. Cabe citar como curiosidad, la presencia de unas cruces grabadas la sillería externa, con posibles funcionalidades que desconocemos, tal y como ya indicamos con anterioridad en otro artículo sobre esta cuestión.

 David Gómez de Mora 
Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

Breves apuntes relacionados con la Iglesia Parroquial de Piqueras del Castillo

Uno de los edificios más importantes que hallamos en esta localidad conquense, es la iglesia parroquial de la población, la cual a pesar de la intensa reforma a la que se vio sometida en el año 1966, todavía sigue mostrando algunas características que nos recuerdan parte de su fisionomía anterior.
 
Cierto es que las actuaciones que se han ido efectuando con el paso del tiempo, irían desconfigurando la planta de la iglesia románica originaria, y que con toda certeza tuvo que existir, pues Piqueras ya aparece documentado durante el medievo, bien en la segunda mitad del siglo XII, como en el siglo XV, incluso antes de que los Girón de Valencia se hicieran con sus dominios. 


Si analizamos con detenimiento algunas de las partes más llamativas del edificio, comprobamos secciones a remarcar, como ocurre en la ventana con molduras que conecta con una habitación que luego se abre a la capilla lateral del templo. No obstante, uno de los elementos que para nosotros son más importantes, es la pared de su campanario, que a pesar de la reforma vivida, salta a la vista que el remate con sus espadañas podría ser una de las partes más antiguas del edificio, sin olvidarnos de otros elementos, como sucede con los niveles que adaptarán las obras de la fachada, tal y como apreciamos en el flanco de meridión.

David Gómez de Mora
Cronista Oficial de Piqueras del Castillo

Breves apuntes relacionados con la Iglesia Parroquial de La Peraleja

La Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel de La Peraleja ofrece bastantes elementos de interés, a pesar de las posteriores obras como afecciones que durante el siglo XX alteraron el aspecto de la construcción, con especial intensidad tras el expolio de material artístico al que se vio sometido el edificio en verano de 1936, y del que pudieron salvarse algunas imágenes, como sucedió con una talla del niño Jesús fechable en el siglo XVII, junto un Cristo de bronce de la centuria posterior, además de algunas piezas de orfebrería, que en su conjunto con varios elementos arquitectónicos que apreciamos tanto dentro como fuera del templo, representarán el patrimonio artístico más destacado de la localidad.


Su ubicación sobre una zona elevada, con una buena visual, desde la que se puede otear parte de la geografía que circunda el territorio, nos recuerda que alrededor de sus inmediaciones, es donde los primeros pobladores dispondrían sus viviendas, algo que tanto la toponimia como la trama de sus calles nos demuestra.



Ahora bien, en lo que concibe al edificio en términos arquitectónicos, debemos de tener en cuenta que esta iglesia de salón de tipo escalonado, se adapta como puede a la orografía del terreno, disponiéndose en una zona con una evidente pendiente, tal y como seguimos percibiendo, a pesar de las obras de acondicionamiento que en su día se harían para alzar la edificación. Cabe destacar el acceso lateral de su flanco sur, en cuyo muro consolidado por sillares gruesos, se dispone un contrafuerte que sobresale de la pared, sin olvidar que la entrada principal y orientada hacia el oeste mantiene su acceso. 

Las limitaciones impuestas por el relieve, son probablemente una de las principales razones que explicarían porqué la iglesia anterior al siglo XVI, distaría bastante de la que nos ha llegado a nuestros días. La puerta del flanco sur todavía conserva una bonita decoración, gracias al claveteado de estrellas de ocho puntas que cubren la superficie de la madera, y que como elemento artístico merece la pena destacar. 

David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja

El carlismo en El Picazo

Benedicto Collado Fernández en su obra monográfica sobre la historia del Picazo, nos regala una colección de datos valiosísimos, gracias al ardua labor en la que reconstruye una parte de su pasado, mediante los diferentes episodios vividos en las calles y casas de una localidad conquense, que tampoco se librará de un conflicto político (muchas veces ignorado por la historiografía general en el caso de estas latitudes), donde como es sabido, las secuelas del carlismo y consiguientes contiendas civiles derivadas de su desarrollo, calaron incluso en las generaciones futuras.

Así pues, su autor apoyándose tanto en documentación de las actas del archivo municipal, como especialmente en los testimonios de un episodio acaecido en el pueblo en septiembre de 1834, y relatado con todo lujo de detalle en un expediente de la audiencia territorial criminal del Archivo Histórico Provincia de Albacete, podemos hacernos una idea, de cómo se vivió esta fase inicial del conflicto en las tierras meridionales de la provincia conquense. 

Para mayor precisión, queremos apuntar que de las más de 370 hojas que forman el trabajo de Benedicto, cabe destacar para nuestro interés las secciones que comprenden el periodo de la primera guerra carlista (páginas 138 a la 156), así como la relativa al periodo final (páginas 175 a la 184), donde se destacan los principales episodios ocurridos en el municipio durante el desarrollo del conflicto.

Durante el desarrollo de la fase inicial, a pesar de que en El Picazo la columna móvil de su demarcación junto la milicia local intentarán garantizar un control de la situación, veremos cómo entrado el verano del año 1834, la cosa comenzó a enturbiarse, así pues, el 3 de septiembre de ese mismo año, en El Picazo se producirá un levantamiento, encabezado según los testimonios del lugar, por un joven estudiante, que acompañado por los hombres del pueblo, y entre los que estaba nuestro personaje de interés (Nicolás Segovia), se iniciaría una escaramuza, que acabaría sentenciando el destino de muchos de sus partícipes. 

Sabemos que la jornada previa a los hechos ocurridos, Collado (2004) informa que el alcalde liberal del Picazo, sospechaba de algunos vecinos (que como era sabido simpatizaban con el movimiento), pudiesen estar tramando una intervención para sublevarse, puesto que durante la noche anterior, en una ronda en por los hogares de los sospechosos, este se percató de que algunos no estaban en sus casas, razón por la que al día siguiente, viendo lo ocurrido en Campillo y que a continuación vamos a relatar, este acabaría citándolos, para que se presentaran hasta las dependencias municipales, y de este modo ser encarcelados por precaución. Partiendo de la evidencia de lo que iba a sucederles a los carlistas del municipio, estos solicitaron si se les podía dejar al menos comer aquella tarde en sus hogares con la familia, cosa que como era de imaginar no ocurrió. Viendo la situación, los rebeldes prepararon una emboscada con la que acabaron recibiendo a balazos al alcalde y su milicia, justo cuando estos fueron a su búsqueda tras no haberse cumplido con lo acordado. 

Es entonces cuando desde la chopera, tal y como relata Benedicto Collado (2004, 140), al grito de viva Carlos V y a por ellos, los sublevados respondían con un fuego cruzado, que debido a su superioridad numérica (pues recordemos que la milicia picaceña aquel mismo día tenía una parte de sus hombres prestando servicio en la localidad de Campillo de Altobuey, es decir a 35 kilómetros de este lugar, ya que la partida del carlista apodado como Perejil había atacado esa población), los rebeldes aprovecharon la situación, entendiendo que aquella era la única alternativa que tenían antes de una entrega y por lo tanto acabar encerrados en los calabozos. 

No olvidemos que Antonio Ruiz (Perejil) era un guerrillero que se movía con soltura por el área de la Manchuela, de ahí que pensamos no sería un fenómeno casual, que de lo ocurrido esa misma mañana en Campillo, los facciosos picaceños no supieran nada, lo que podría explicar porque la noche anterior, estos se hallaban tejiendo un plan que les permitiese accionar una jugada similar.


El ataque por sorpresa de los rebeldes y la superioridad numérica obligaron a una retirada de los escasos efectivos que acompañaban al alcalde, alcanzado trágicamente una bala al secretario del ayuntamiento, quien falleció en el acto tras recibir el impacto de un proyectil que le atravesó su cabeza. Rápidamente, el alcalde tras conseguir salir de la zona de fuego, marchó rápidamente como pudo hasta la cercana localidad de Tébar en busca de refuerzos. Era un trayecto de unos 10 kilómetros en dirección hacia el noroeste. Diez mil metros de recorrido que a pesar de efectuarlos a los lomos de su caballo entendemos que se le harían eternos, pues mientras tanto, los carlistas viendo la inferioridad numérica de las fuerzas de defensa, aprovecharon para asaltar los hogares de los principales dirigentes del municipio, y entre los que estaban las casas de aquellos miembros que habían prestado apoyo a su alcalde. 

Durante el periodo de tiempo en el que los facciosos comenzaron a amenazar e intimidar con sus escopetas y machetes a quienes consideraban que debían de pagar por todo lo ocurrido, se desprende claramente por los testimonios de los afectados (aunque la documentación no sea explícita), que los aires de revancha y venganza por el costado rebelde estaban a flor de piel, pues estos continuamente recordaban a los asaltados que por fin había llegado la hora en la que comenzarían a pagar por el daño que les habían ocasionado durante ese tiempo. 

En este sentido, la residencia del alcalde fue la primera a la que la marabunta se dirigió, encontrándose con su mujer, quien decía ignorar donde estaba el dinero de la casa cuando a esta se le exigió que lo entregara. Finalmente tras la presión ejercida por los facciosos, el criado condujo a los hombres hasta el lugar donde la familia tenía ocultos varios miles de reales de plata y oro. 

Benedicto Collado (2004) seguirá describiendo las diferentes viviendas por las que los rebeldes se irían dirigiendo, haciendo un botín monetario, así como de algunas armas, ropa y animales de transporte, pues bien sabían aquellos hombres que disponían de un margen muy escueto de tiempo, al tener que prepararse para una huida (en muchos casos sin retorno), ya que no podrían volver a su hogar como si antes nada hubiese ocurrido, y es que mientras eso pasaba, el cadáver del secretario que cayó en el margen del río tras la escaramuza, iba discurriendo aguas abajo del lugar donde se produjeron los hechos. 

Durante el breve intervalo de tiempo en el que los facciosos efectuaron aquel itinerario del terror, estos irían proveyéndose de todo en cuanto pudieron, no dudando en ser selectivos en sus visitas, ya que se dirigieron a una serie de determinadas viviendas, en las que irían encañonando a algunos de sus moradores, puesto que según ellos, aquella gente debía pagar sus deudas, algo que de nuevo repitieron tras llegar a la residencia del alcalde que ocupaba el cargo anterior, quien como sabemos era amigo del que lo estaba haciendo vigentemente, y a quien increparon amenazando con matarle. 

Los facciosos tampoco se olvidaron de visitar la residencia del comandante de la milicia local, quien en ese momento se hallaba socorriendo a sus compañeros de Campillo de Altobuey. Cierto es que durante ese espacio de varias horas, no hubo que lamentar ninguna víctima. Por lo que una vez que las casas de los principales dirigentes liberales fueron requisadas, los rebeldes sin más demora, se adentraron en dirección hacia el norte, en busca de las tierras de Piqueras del Castillo y Barchín del Hoyo. Una distancia de veinte y pocos kilómetros, que a pie les pudo llevar poco más de cinco horas de trayecto, justo cuando finalmente estando en el paraje de Navodres, entendemos que antes de poder buscar un sitio más seguro o discreto como hubiese sido la sierra del monje, y que a pie distaba a poco más de una y media de trayecto, “se corrió la voz de que llegaban los nacionales, por lo que cada uno de los rebeldes tiró por su lado. Algunos fueron capturados enseguida y otros se marcharon hacia la sierra de Cuenca a incorporarse a las tropas de Cabrera” (Collado, 2004 ,148). 

Trascurridos los meses, y con muchos de aquellos hombres detenidos, “el dos de abril de 1835, se dividió el expediente judicial, separando del principal en el que se juzgaba el delito de rebelión, de otro especial, para juzgar los delitos comunes cometidos durante el asalto al Picazo” (Collado, 2004, 148).

Finalmente veremos que una parte de los agitadores no llegarían a morir, aunque si acabarían siendo enviados a diferentes prisiones, como en el caso de las de Valencia, Ceuta o Málaga. De esta forma, de los más de treinta acusados, apreciamos cómo algunos de los que habían participado activamente, como sucederá en el caso de Gabino Vallés (considerado por los testimonios uno de los principales instigadores en la ejecución del golpe), llegaría incluso a ser padre de un hijo en el año 1836. Igualmente cabe decir que el responsable de la muerte del secretario (Antonio Olivares), falleció mientras cumplía la condena de dos años de cárcel. Es por ello que de entre todos los implicados en aquel altercado (y que fueron varias decenas de hombres), únicamente media docena serían sentenciados a la pena capital. 

Para nosotros no cabe duda que uno de los personajes más interesante de los imputados en esa acción, y sobre quien nos gustaría desengranar más detalles en un futuro, será el picaceño Nicolás Segovia, quien escaparía de la intensa persecución a la que durante las semanas de septiembre estuvo expuesta la partida de los rebeldes, moviéndose como un forajido por los montes de la zona, agregándose a otros combatientes, gracias a los que llegaría a conformar un pequeño grupo de asaltadores, que le permitieron resistir más de tres meses y medio, hasta que finalmente sería sorprendido en las postrimerías del año, en compañía de un rebelde popular de estas tierras: el mítico Cirondo. Todo ello sin antes no haber mostrado alarde de su resistencia, al mantener un tiroteo de varias horas contra un grupo de milicianos liberales que le superaban en número, y que diferentes medios de la prensa no tardaron en publicar, al conocerse su captura y entrega en El Picazo, donde a los pocos días acabaría siendo fusilado en la plaza del pueblo (concretamente el día 31 de diciembre de 1834), no sin antes solicitar una confesión con un monje agustino, y posterior recepción del sagrado viático. 

Nicolás Segovia según los testimonios de las familias afectadas, fue uno de los participantes activos en los hechos, indicándose que como muchos de los alborotadores iba armado con su escopeta, además de una buena cantidad de munición, así como haber increpado en determinadas ocasiones a algunas de las víctimas en los asaltos a sus moradas. 

Trascurrido el tiempo, podemos apreciar como aquel fatídico episodio ocurrido en las calles del Picazo, no respondió a un acto de vandalismo aislado o puntual, sino que más bien cabría insertarlo dentro de una amalgama de cuestiones de índole política, religiosa, social y económica que preocupaban a muchas de las gentes del país, y es que a pesar de ser una buena parte de sus agentes personas iletradas, aquello no impedía que estas reflexionasen sobre los problemas y cambios que las políticas liberales estaban provocando en sus vidas. Solo hemos de comprobar como con el trascurso de los años, y ya pasada la muerte de Nicolás, en la localidad seguirían produciéndose situaciones de tensión, tal y como Benedicto Collado menciona a través de un acta del ayuntamiento (2004, 156) al comprobarse que “la importancia de la actividad de los carlistas en el Picazo seguía siendo patente por los datos del censo de 18 de enero de 1838, en el que consta que 21 individuos se hallaban ausentes de esta vecindad, por encontrarse 19 en la facción y 2 en el presidio de Málaga”

De la tercera guerra carlista nuestro autor (2004, 175) indica que en El Picazo “a fines del año 1874 no se pudieron enviar al ejército los mozos a los que les correspondía incorporarse porque, según comunica el Ayuntamiento al Gobernador Civil, todos los de la quinta se habían marchado con los carlistas”.

La adhesión al ideario en este municipio fue tan evidente, que incluso años después de finalizadas las guerras, Collado (2004, 184), recoge a través de un acta municipal que “todavía el 8 de enero de 1887 el alcalde del Picazo se ve en la obligación de comunicar al Gobernador Civil -que algunos vecinos de esta localidad se presentan en público con boinas [rojas], por más que no producen alarma y quizás sin ningún interés, pero sin dejar de producir sospechas por ser de los que han militado en las filas carlistas y, tratando de evitarlo, han contestado-.” 

David Gómez de Mora 

Para saber más sobre los hechos aquí relatados, consultar la obra de: 

-Collado Fernández, Benedicto (2004). Picazo: un lugar en tierra de Alarcón. Diputación Provincial de Cuenca, 373 páginas.

martes, 3 de enero de 2023

El testamento del presbítero Juan González

En el año 1747 mandaba redactar su testamento el religioso peralejero don Juan González Rojo, quien ejercía como presbítero en la localidad de Bólliga. La situación económica del cura no era nada mala, cuando apreciamos que entre La Peraleja y Bólliga tenía cerca de un centenar de propiedades.

Entre sus parientes cita a Juan Rojo, padre de María Rojo, así como a sus primos Juan Martínez (vecino de Gascueña) y Ana González. Este en total pedirá 1700 misas por la salvación de su alma, junto familiares y ánimas del purgatorio. Además, cabría sumar como obras de caridad, la donación de limosna y comida para los pobres de ambos municipios; sin olvidar que regalaría todas sus prendas al presbítero de La Peraleja, don Juan José Vicente de la Peña, además de una viña con la obligación de rezar una misa anual por su alma el día de San Juan Evangelista.


Mandará también a don Juan Nicasio Parrilla, un capote de barragán de Cuenca, por la buena relación y estima que siempre mantuvieron, dando a la Iglesia de Bólliga sus casas y viñas, y nombrando como legítima y universal heredera de sus bienes restantes a la Iglesia Parroquial de La Peraleja.

Entre las partidas que se citan en algunas de las fincas de La Peraleja, leemos los nombres de parapán, arroyo Galindo, fuente de Mari Ramos, el collado del coscojar, cantadero, la jarra, el cerro de Santa Ana, la ermita de San Sebastián y desa (dehesa) del canto blanco.

David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja

Referencia:

*Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Testamento de don Juan González, signatura: 1487/6

La ermita de San José de La Peraleja (sus orígenes)

La documentación histórica de este municipio sigue guardando notas de notable interés, tal y como veremos en el momento en que dos de sus vecinos durante el siglo XVII, deciden fundar una capellanía para las almas del Purgatorio, para que en este caso preferentemente uno de los miembros de su familia sea el primer párroco en disfrutar de sus prestaciones.

No obstante, un dato que para nosotros cobra todavía más interés si cabe, es que en las cláusulas de la fundación llevadas a cabo por el carpintero Tomás González y su esposa María Herráiz (cuya genealogía ya hemos estudiado en nuestros apuntes históricos de la localidad), estos en 1675, con 60 y 59 años respectivamente, indican que poseían una ermita bajo la advocación de San José en el municipio, “la cual habemos labrado a nuestra costa”, es decir, pagaron su realización, obteniendo la licencia pertinente para oficiar misas en su interior al dar su aprobado el Obispado de Cuenca.


Esta ermita se integrará con las tierras que la familia tenía dentro de la referida capellanía. Los requisitos que estipulan es que además de que un miembro de la familia esté al mando de la capellanía de las ánimas del Purgatorio, es que cada año se celebre una misa el día de Santo Tomás (3 de julio), así como los días del Ángel de la Guarda (2 de octubre), Santa Ana (26 de julio), San Juan Bautista (24 de junio), la Asunción (15 de agosto), San Miguel (29 de septiembre) y San José (19 de marzo).

David Gómez de Mora
Cronista Oficial de La Peraleja


Referencia:

*Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Capellanía de las ánimas del Purgatorio de La Peraleja. Signatura: 1487/5

Imagen: zascandileando.com 

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).