sábado, 26 de marzo de 2022

La Mesta y sus nefastas consecuencias en las zonas rurales. Breves notas de geografía económica

La Mesta está considerada como una de las grandes agrupaciones gremiales más destacadas de la Europa medieval, y ello no debe de sorprender a nadie, teniendo en cuenta la cantidad de poder que acumuló, así como las respectivas consecuencias que infligirá en un país ruralizado, donde los intereses del sector ganadero se antepondrán al de una sociedad labriega que verá limitada de forma drástica su capacidad de crecimiento en el mercado económico de su tiempo.

Los núcleos de poder mesteños se consolidaban sobre la base social de grandes familias e instituciones que representarán una parte de la élite política que controlaba las riendas del poder. Una estructura tremendamente jerarquizada, que ya partía desde los municipios, en la que alcaldes vinculados con familias destacadas de ese lugar, serán quienes por norma general velarán por los intereses de esta agrupación.

Recordemos que la Mesta había adquirido una serie de privilegios, en virtud de los cuales establecía que si una tierra había sido utilizada como zona de pasto en algún momento, esta quedaba ya indefinidamente para tal uso, siendo por lo tanto inamovible cualquier cambio en su actividad productiva.

Serán innumerables las denuncias emitidas por el Concejo de la Mesta contra labradores de todo el país, y cuya documentación podemos consultar en el fondo del Archivo Histórico Nacional. En los legajos de esos pleitos se refleja una problemática endémica, a la que por desgracia se sumaban un nutrido conjunto de intereses que empobrecían a una mayoría, en contra de una minoría privilegiada que siempre que podía sacaba rédito, especialmente en periodos de guerras. Extendiéndose por ello denuncias en las que la finalidad recaudatoria hará que se promuevan duras sentencias con multas elevadas, gracias a las que la Hacienda Real conseguirá beneficios con los que afrontar la complicada situación a la que estaban siendo sometidas las arcas del estado.

No deberá sorprender por lo tanto que muchas veces en los interrogatorios de las ejecutorias, leamos testimonios de labradores acusados de ser usurpadores de tierras que ya estaban cultivadas desde mucho antes de haber nacido ellos, al haberse realmente roturado en tiempos de sus abuelos o incluso mucho antes, a pesar de que hasta la fecha la Mesta nunca había emitido ninguna queja. Además la presencia de ganado en aquellos suelos, había fomentado la aparición de espacios altamente fertilizados, que gracias al abono recibido, potenciaban más si cabe su uso productivo desde el desarrollo agrícola.

Salterio de Luttrell. British Library

Evidentemente, la necesidad de incorporar capital con el que superar los periodos de carestía, y que encima motivaban con mayor razón ante la desesperación de los nativos, la aparición de zonas de labranza “ilegales”, cuyas roturaciones se apoyaban en un suelo históricamente dedicado a zonas de pasto inutilizadas, motivará un argumentario repetitivo por parte de esta organización, el la que el labrador siempre será el perdedor que habrá de pagar los platos rotos.

Con esto se comprueba una clara relación de causa-efecto, que en momentos de crisis modificará el número de cabezas de ganado de la mesta, razón por la que muchos labradores aprovecharán para roturar y cultivar en esos espacios ajenos, y sobre los que la Mesta siempre acabará tomando cartas sobre el asunto.

El carácter negativo de la Mesta a medio-largo plazo se vio reflejado en las revueltas de los comuneros, cuando parte de la lana producida en el país en lugar de incorporarse al género nacional con la que manufacturar una producción local y de calidad, se exportará hacia el exterior, empobreciendo por tanto al territorio castellano, pues los intereses de los grandes propietarios de ganado y del consulado de Burgos, iban en la línea de potenciar su comercio hacia las tierras de Flandes, donde luego el género se distribuía hacia el resto de Europa.

Los gremios y artesanos castellanos denunciaban una situación, en la que su materia prima en vez de permanecer en su lugar de origen, marchaba hacia afuera por culpa de los intereses de una minoría representada por las ricas familias que cubrían las líneas de comercio extranjeras, al ser los productores locales incapaces de competir con los costes de la lana tal y como la pagaban en la zona flamenca.

Evidentemente el conflicto entre labradores y mesteños fue una disputa eterna, en la que el agricultor buscará explotar hasta el último metro cuadrado la tierra, por lo que en ocasiones la invasión del espacio cultivado podía dirigirse hacia lo que se denominaba como las zonas de paso o “cordeles”. En el terreno económico la Mesta supuso un severo problema para la economía de las zonas rurales, ya que literalmente su permanencia era un freno para el desarrollo de la agricultura, tanto fue así que agudizará muchas de las grandes hambrunas del país, tal y como sucederá al finalizar los siglos XVI y XVIII, debido a la imposibilidad de roturar tierras que pudieran dar un respiro al labrador que veía como sus cosechas estaban limitadas.

La Mesta será disuelta oficialmente en la primera mitad del siglo XIX, más concretamente en el año 1836 (en pleno conflicto de la primera guerra carlista), no obstante, cabría decir que su desaparición realmente ya se había estado produciendo décadas antes. Recordemos que las autoridades estatales que habían promovido aquella “hambre de tierra” a través de un rígido control del uso de los suelos en cada pueblo, comenzarán a disiparse ante la aparición de un nuevo periodo convulso como lo fue la invasión francesa, momento en el que los labradores viendo la desestructuración del país, aprovecharon la situación ante una evidente escasa maniobrabilidad de la Mesta, por lo que comenzaron a ocupar terrenos, y que en muchos casos llegaban a ser incluso de uso comunal, obteniendo de esta forma un respiro ante una evidente descomposición del estado, y que como veremos no comenzará a mejorar hasta finalizada la primera contienda carlista.

Precisamente la desaparición de la Mesta, fomentó que durante los años posteriores nuestro territorio pasara a convertirse en exportador de grano a nivel europeo. Un hecho nada casual, muestra del daño que había generando en nuestros campos a una sociedad ampliamente ruralizada, cuya verdadera riqueza afloraba en las tierras de cultivo. La prueba está en que las penurias y hambrunas que se vivirán en el país a partir de ese momento, nunca volverán a ser como las que acontecieron a finales del siglo XVIII o en épocas anteriores. Desde luego las razones eran claras, y es que a partir de ahora, a pesar de las desgracias venideras, había una mayor disponibilidad de recursos alimenticios con los que afrontarlas.

La liberación y ocupación de las tierras para los labradores, ante la ausencia de un organismo que ya no podía reprimir a los campesinos, comenzó a descomponer una economía ganadera, a la que habrán de sumarse nuevos factores que hundirán más si cabe sus aspiraciones de supervivencia, lo que vendría precisamente a través de la incorporación del algodón en el mercado como fibra textil, desplazando por tanto a la lana, lo que desplomará su precio, e incentivará a que muchos de los grandes ganaderos mesteños inviertan su capital en el cultivo de la tierra, generando en sus casas una metamorfosis social, que los insertará dentro de una burguesía agrícola en la que ahora actuaban bajo la figura de nuevos terratenientes.

Puede parecer un tanto brusco el planteamiento que exponemos en el presente artículo, pero consideramos que la Mesta habría de definirse como uno de los grandes intereses españoles que atacó a la calidad de vida de una parte de la sociedad campesina (ya de por sí limitada por la escasez de recursos), y que de la mejor manera hizo por sobrevivir en las zonas rurales que habitó, siendo por tanto esta agrupación una muestra más del daño que puede llegar a generar un lobby en el desarrollo económico de un país a lo largo de muchos siglos de historia.

David Gómez de Mora

jueves, 24 de marzo de 2022

El conflicto ganadero en Cañete la Real (II parte)

Entre los fondos documentales del Concejo de la Mesta leemos una de las varias ejecutorias emprendidas contra la villa de Cañete la Real por roturaciones de tierras dedicadas a fines ganaderos, y que se hallaban dentro de su término municipal.

La sentencia comienza anunciado “que en Cañete la Real en 29 días del mes de mayo de 1584, el licenciado Calderón, juez entregador susodicho, compareció con Diego de Paz y Juan de Vargas, alguacil de la comisión de dicho juez, presentando un escrito en el que dijo en nombre del dicho Concejo de la Mesta, que reclaman poniendo demanda al dicho Concejo de vecinos particulares de la dicha villa de Cañete la Real”, por haberse roturado las dehesas de los ganados en las que tenían aprovechamiento los vecinos del concejo y ganaderos de la mesta.

El problema se inició cuando la llamada “dehesa del concejo” había sido aprovechada como zona siembra, alegándose que aquel paraje siempre había sido virgen, y únicamente dedicado a uso de explotación animal.

Los labradores acusados fueron Juan de Maya, quien tenía en la dehesa una suerte labrada, apartada y amojonada de 20 fanegas de sembradura; Alonso Ruiz (hijo de la viuda de Almellones) otras 20 fanegas; así como Juan Martínez (pregonero), Benito García, Francisco Jaén y Andrés Vaca (quienes trabajaron propiedades de idéntica producción). A estos se sumaban más vecinos como Francisco Hernández (con 10 fanegas), Juan de las Cuevas (70 fanegas), el clérigo Pedro González de Segovia, así como Luis Tello, Pedro de Sanjuán, Juan Vázquez Ontiveros y Pedro García Ontiveros.

La lista no era corta, pues el documento sigue mencionando más nombres como el de Benito García, Bartolomé Sánchez Cabañas, Juan de Almellones, Alonso Gutiérrez, Martín de la Milla, Pedro González Gordillo, Alonso Martínez de la Milla, Juan de Orozco, Juan Román, Juan García, Juan Ramírez, Juan Martínez, Francisco Lozano y Antonio Romero del Castillo.

Los cañeteros respondían que esa zona no era aprovechada como zona de ganado y que su uso agrícola en algunos casos se arrastraba ya desde hacía cuarenta años antes, cosa que poco tenía que ver con la argumentación inicial en la que se apoyaba la denuncia de la Mesta.

Entendemos que la ocupación de la dehesa fue un proceso gradual que a lo largo de cuatro décadas fue incrementándose, razón por la que al final se emprenderían acciones. Por otro lado los labradores indicaban que debido a que el ganado no aprovechaba al máximo aquella superficie, había espacio sobrante para pasto, pudiendo compaginarse ambas actividades, puesto que los pastores “gozaban de la espina y rastrojos” que sobraban con creces en la zona, todo ello sin contar la dehesa de los carbones para ganado cerril, además de otras tierras baldías extendidas por los campos cañeteros.

Se comenta que la mayoría del ganado andaba ya de por sí fuera del pueblo, estando escampado por otras partes ajenas al término de Cañete, siendo el caso de Osuna, Teba, Ortegícar y varias zonas en las que ricos labradores tenían sus cortijos.

La suficiente disponibilidad de pastos para el ganado era uno de los argumentos reiterativos al que recurrían los labradores, recordando a su vez la importancia de explotar terrenos para siembra, pues en su día ya se empleó mucha superficie agrícola para socorrer a las compañías de soldados que en tiempos de guerras estuvieron por la zona, sin olvidar las últimas epidemias de peste y cuya duración se prolongó cerca de medio año.

Se recordaba además que en tiempos de conflictos, de estas tierras salió mucho trigo para ayudar al ejército, asegurando además los labradores que la siembra que habían estado trabajando la desempeñaron con licencia de arrendamiento del Duque de Alcalá.

La defensa cañetera incidía en que la “dehesa nunca jamás se había arrendado para hierba de ningún ganado y era acotada para solo el ganado de labor de la dicha villa y porque ningún ganado no podía andar en ella aunque fuese de los mismos vecinos, ni a los hermanos de la Mesta ni a sus ganados tenían paso de vereda, ni cañada ni aprovechamiento alguno”.

Finalmente la sentencia fue firme, y a Juan de Maya se le obligó a que dejase de ocupar el pedazo de tierra que tenía labrado en la dehesa, junto con una multa de 6000 maravedís. Lo mismo le ocurrirá a Francisco Hernández, quien tuvo que abonar 2500 maravedís. Francisco Jaén es advertido de que a la próxima habría de embolsar 50000 maravedís, quedándole una multa de 10.000 maravedís. Juan de Orozco habría de pagar 5000 maravedís, Francisco Lozano 4000 maravedís, Luis Tello 5000 maravedís, e incluso el clérigo Pedro González de Segovia tampoco se libró, indicándole que tenía que aportar 6000 maravedís.

El resto de labradores denunciados conjuntamente fueron Alonso Ruiz, Juan Martínez (pregonero), Benito García, Andrés Vaca, Juan de las Cuevas, Pedro de Sanjuán, Juan Vázquez Ontiveros (regidor), Antonio Romero del Castillo, Bartolomé Sánchez Cabañas (hijo de Francisco Cabañas), Juan de Almellones, Alonso Gutiérrez Castellanos, Alonso Martínez de la Milla, la viuda de Salguera, Juan García, Juan Ramírez y Juan Martínez, todos ellos vecinos de Cañete la Real, a los que se les advirtió igualmente que no volviesen a sembrar, ni pedir licencia al Duque de Alcalá para poder roturar.

Sabemos que el citado Duque era don Fernando Enríquez de Ribera, descendiente de una de las grandes casas de la nobleza andaluza. Recordemos que don Fernando era también Marqués de Tarifa, habiendo casado con doña Ana Téllez-Girón, hija del primer Duque de Osuna, don Pedro Téllez-Girón de la Cueva Velasco y Toledo, quien fue Conde de Ureña, Señor de Olvera y Grande de España.

Se especifica de forma separada la multa que habrá de abonar Antonio Romero del Castillo (15000 maravedís por cada una de las fanegas que tenía), así como Juan de las Cuevas por dos hazas y medias, lo que equivalía a 13500 maravedís, como también el resto de labradores, y que tocaban a 12.000 maravedís por cabeza.

El castigo era duro, queriendo seguramente con ello dejar claras las consecuencias al resto de vecinos que en un futuro pretendieran ocupar o cambiar el uso de la tierra. La sentencia se intentó revocar, pues la ocupación de la dehesa no podía superar un importe de multa superior a los 20000 maravedís según alegó el Concejo cañetero. Por desgracia esta no será la última vez en la que veremos a nuestros antepasados inmersos en este tipo de disputas, siendo varias las sentencias que se irán produciendo en las cuatro décadas siguientes.


David Gómez de Mora

Fuente:

* Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-MESTA, 50, Nº10

lunes, 21 de marzo de 2022

La producción apícola en algunos municipios del área optense y sus alrededores (mediados del siglo XVIII)

La explotación de las colmenas era una de las actividades que dentro de la antigua economía primaria de las zonas rurales, ciertamente no movía gran cantidad de dinero, pero si al menos el suficiente como para generar unas ganancias adicionales a quienes que se encargaban de desarrollarla, puesto que de ellos, además de la elaboración de miel, dependía la materia para la creación de cirios y velas. Un producto muy preciado antaño, especialmente en las celebraciones cristianas que se realizaban de manera cotidiana en muchas de las iglesias de nuestra geografía peninsular.

Si analizamos los datos de algunos municipios que comprenden nuestra área de estudio, veremos por localidades como a mediados del siglo XVIII, y siempre a través de la información que nos proporciona el Catastro de Ensenada en su pregunta número diecinueve, localidades como Saceda del Río contaba con 140 colmenas, estando estas repartidas entre don Juan de la Fuente (presbítero), don Juan Martínez (hidalgo), Matías González, Pablo Martínez y María de la Fuente.

Antiguas colmenas de corcho. En: masicoaguilar.wordpress.com

En la modesta Carrascosilla, había únicamente un total de 22 colmenas, distribuyéndose veinte para un vecino de Caracenilla y las dos restantes para José Cantero. Por lo que respecta a La Peraleja, veremos 200 colmenas, repartidas entre Miguel de Molina (4), Miguel Parrilla (12), Miguel González (7), Ignacio de Molina (4), Pedro Muñoz (12), José de Molina (4), doña Isabel Martínez (4), Manuel Jarabo (5), Bernardo Benito (15), Juan de Huerta (35), Julián de Villalba (4), presbítero don José de Molina (37) y Francisco de Molina (57). En Verdelpino de Huete se concentraban una buena cantidad (en total 1137 colmenas), estando distribuidas entre el párroco don Francisco de Alcázar, don Juan de Molina (presbítero), Diego de Alcázar, Juan de la Fuente y otros cuatro vecinos.

El número de colmenas ha sido extraído del Catastro de Ensenada, la producción anual de miel y cera se ha trasladado a kilogramos partiendo de las cantidades acorde a las medidas indicadas.

Mientras tanto, en Villarejo de la Peñuela se concentraban 90 colmenas, repartidas entre don Pedro López (presbítero), María Cañas, Ginés Torrijos, Josefa Cañas, Juan del Rincón, Antonio Ocaña, Manuel de Soria, Francisco de Cañas, Francisco López, el presbítero de Cuenca Miguel Briz y otros cuatro vecinos.

Por último en Caracenilla el catastro indica un total de 193 colmenas, distribuidas entre Diego de Alcázar de la Fuente Francisco de Alhambra Pérez, Manuel Pérez de Alcázar, Juan Garrote Saiz, Pedro Benito Pérez, Pedro de la Fuente Recuero, Felipe de Alcázar, Alonso Pérez de Alcázar y algún vecino más.

Sabemos que más o menos el precio de la miel rondaba alrededor de los 20 reales la arroba y 7 reales la libra de cera. Es decir, en un municipio como Verdelpino, y que destaca por la enorme cantidad de colmenas que tenía, la miel podía generar un sumatorio total de ganancia de 2000 reales. No obstante, como veremos aquellas personas que solían tener cerca de tres o poco más, las ganancias no iban más allá de unos 10 ó 12 reales, por lo que intuimos que muchas veces estas se explotarían como un producto de consumo propio en lugar de un recurso con el que comercializar. Suponemos que evidentemente ello dependería de la cantidad de miel o cera que esa persona podía producir.

Una conclusión a la que llegamos al ver los nombres de determinadas familias, y entre las que muchas veces hay una estrecha relación parental que nos hace pensar en un control de la producción, es que aparecen en cada localidad párrocos con cantidades importantes de colmenas, ello seguramente pueda deberse al uso que desde la iglesia se le daba al aprovechamiento de la cera, de ahí creemos que podría explicarse la relación entre los religiosos de cada lugar y las elevadas cantidades de colmenas que había a su nombre.

David Gómez de Mora

Referencias:

*Catastro de Ensenada de los municipios conquenses de Saceda del Río, Carrascosilla, La Peraleja, Verdelpino de Huete, Villarejo de la Peñuela y Caracenilla.

La producción apícola en la zona de Barchín del Hoyo, Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo (mediados del siglo XVIII)

Durante las últimas décadas la industrialización y el despoblamiento de las zonas rurales, propiciaron que la apicultura fuese quedando relegada a una de las muchas labores que realizaban nuestros antepasados y que nosotros vemos como paulatinamente va desvaneciéndose. Por desgracia en la actualidad la cosa pinta peor, pues además de los estragos por los que el gremio está pasando, la disminución de las poblaciones de abejas, como la caída de los precios al entrar en juego el mercado chino, ahogan más si cabe al sector, ante la falta de ayudas o medidas que permitan respaldar de manera eficiente la supervivencia de un oficio milenario.

A mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada nos indica que tanto en Barchín, Buenache como Piqueras la producción media por colmena se situaba en unas cuatro libras de miel y tres onzas de cera. Siendo su precio a 8 reales la libra, mientras que a 25 la arroba de miel.

Colmenas. En: mieladictos.com

En Barchín del Hoyo había un total de 504 colmenas, repartidas entre más de una treintena de propietarios, de los que destacaban Vicente Gascón (con 80 colmenas), Ana López Navarro (con 75 colmenas), Julián López (con 45 colmenas) y don Julián Ruiz y Alarcón (con 42 colmenas). En Buenache existían 340 colmenas, estando distribuidas entre Pedro Zamora Martínez, Pedro Alcaraz Carrasco, Lucas Hortelano, Alonso Rabadán, Juan Saiz Domínguez, Matías González, Alonso López y otros vecinos. Finalmente, en Piqueras había 240 colmenas, repartiéndose estas entre Juan Antonio de Zamora, Esteban de Zamora, Julián de la Morena, Pedro Ruiz y otros vecinos.

Hemos de decir que para la extracción de la miel debía de llevarse a cabo todo un proceso artesanal, y que consistía en empezar ahumando las colmenas para que las abejas no se pusieran violentas y evitar así que ataquen a las personas encargadas de extraer los paneles. Para que el hielo y las lluvias no dañasen la colmena, la zona superior se sellaba con hojas seca y una losa. Además se debía dejar una parte de la producción dentro de la colmena, de modo que los insectos pudieran seguir alimentándose y generar más paneles.

El número de colmenas ha sido extraído del Catastro de Ensenada, la producción anual de miel y cera se ha trasladado a kilogramos partiendo de las cantidades acorde a las medidas indicadas.

Una vez sacados los paneles, estos se estrujaban y presionaban de manera que discurriera el líquido de los restos que quedaban en la cera. La miel si está fría filtra peor, por ello muchas veces era necesario calentarla. Una vez separada, esta se guardaba en tinajas. Con la cera resultante, toda ella se colocaba en un recipiente, donde luego era calentada hasta que el agua empezaba a hervir. A continuación se separaba, dejándola enfriar, y dando como resultado una cera virgen idónea para la elaboración de cirios y velas.

Apreciaremos que en localidades montañosas con menor cantidad de habitantes respecto otras más grandes donde la cifra de colmenas decae, muchas veces ello se deberá a que en las primeras, tanto por la orografía o por el paisaje del territorio, la abundancia de flora silvestre como tomillo y romero en las áreas de monte, propiciará que estos espacios que no se trabajaban, fuesen puntos idóneos para la colocación de mayor cantidad de colmenas.

David Gómez de Mora

Referencias:

*Catastro de Ensenada de los municipios conquenses de Barchín del Hoyo, Buenache de Alarcón y Piqueras del Castillo

Cuestiones sobre la nobleza y origen genealógico de los Zamora de Piqueras del Castillo

Durante el siglo XVI la familia Zamora afincada en Valera de Yuso, pero con raíces en la vecina localidad de Piqueras del Castillo, emprendió las primeras acciones sobre el reconocimiento de su nobleza. Un paso importante en las aspiraciones por intentar acrecentar su relevancia social, a pesar de que como se desprende por los numerosos testimonios de ambos municipios, carecía de credibilidad, al incurrir en determinadas incongruencias que a continuación vamos a comentar.

Que el linaje de los Zamora fue insertado en el corpus de la nobleza conquense, es algo que nadie discute, pues al final, tras un proceso que se prolongaría durante varios años, y en el que uno de sus descendientes se vería con capacidad económica para reforzar aquel planteamiento (tan en boga entre las filas de las familias con recursos), permitiría que este apellido se asociara con la nobleza en nuestras tierras, tal y como indicará en 1613 el alcalde de los hijosdalgos de Villanueva de la Jara, al decir que “todos los Zamora de esta tierra a quienes este testigo conoce, como son los del Cañavate, los de San Clemente, Alcaraz y Cuenca sabe son tales hijodalgos”. Un dato que extraemos del expediente de la orden de Santiago para el ingreso de don Pedro de Cevallos Escovedo de Zamora, y que se recoge en el artículo del blog de parroquiasierranevada de José Antonio Espejo Zamora, investigador que a través de dos entradas en su citada página, nos ofrece un laborioso trabajo genealógico del linaje que abarca varios siglos de su historia, y que se apoya en varios de los datos que nosotros seguimos trabajando sobre las referencias de la Real Chancillería de Granada.

Las pretensiones de Jorge de Zamora durante la segunda mitad de dicha centuria, a pesar de no contar con un respaldo en la documentación de los lugares por donde pasó la familia, consiguen afianzarse, permitiendo que finalmente el linaje tuviera reconocida su nobleza. Un hecho que en parte se apoyará por el papel que desempeñó su abuelo, el piquereño Juan de Zamora, quien décadas atrás ya marchó hasta Valera para casarse con su mujer y asentarse finalmente en el lugar.

Los testigos reconocían que este personaje fue criado del señor de Piqueras del Castillo: don Juan de Valencia, residiendo incluso en su torre, tratándolo este como un caballero. Un acto suficientemente importante, que le valdría después a su nieto como argumento para invocar su distinción como descendiente de hidalgos.

Al respecto, uno de los testigos aseguraba que “en la villa de Piqueras están dos hombres que se dicen el uno Diego García que dicen que se solía llamar Zamora, que es primo segundo del que litiga (es decir, compartían mismo bisabuelo), y dicen que es pechero por línea recta de varón. Y también conoce este dicho testigo en la villa de Albaladejo, a un Juan de Zamora que se tratan de deudos del dicho Jorge de Zamora, y él sabe este dicho que es pechero”, concluyendo por tanto que “tiene al dicho Jorge de Zamora, su padre y su abuelo por pecheros”.

Por desgracia los problemas con los que tuvieron que lidiar los Zamora no quedaban solo recogidos en los testimonios del área en la que residieron. Pues los papeles tampoco hablaban a su favor en Valera de Abajo, donde se realizó un traslado de los censos de los años 40 y 50 del siglo XVI, y en los que veremos cómo en ningún momento se recoge que Jorge o su familia aparezcan como miembros del estado noble, figurando por tanto únicamente en el padrón de pecheros.

Por otra parte, en Piqueras tampoco observaremos ninguna alusión en la documentación más antigua que se conserva en el archivo diocesano de Cuenca, y que antaño integraba los fondos del archivo eclesiástico piquereño. Más concretamente nos estamos refiriendo a los legajos sueltos del siglo XVI que se pudieron conservar, además de los volúmenes iniciales de los libros sacramentales, desvaneciéndose en su contenido cualquier indicio que nos hiciera intuir una distinción como la que pretendía ensalzar Jorge de Zamora.

Es por ello que muy posiblemente, el catalizador que iniciara este procedimiento para ennoblecer el linaje partiera de Jorge, hecho que se deduce de los mismos testimonios que leemos en la documentación que procede de la Real Chancillería de Granda. No obstante, y como solía ocurrir en muchas ocasiones, cuando finalmente esta familia seguirá medrando por algunas de las líneas que mejorarán su posición ya siendo reconocidas como integrantes del estado noble, comenzará una segunda fase de ensalzamiento del apellido, que llevará a mutar los orígenes de su genealogía, hasta el punto de convertirlos en descendientes de algunas de las grandes casas de caballeros que combatieron en durante el medievo en nuestra península la invasión musulmana.

Un fenómeno que apreciaremos tiempo después, cuando podemos leer en la genealogía trufada del linaje sus vínculos con el Conde don Fernando de Aguilar y su esposa doña Urraca de Saavedra.

Creemos como hipótesis de trabajo, que este tipo de reivindicaciones pueden insertarse a lo largo de las diferentes operaciones llevadas a cabo por familias que durante el siglo XVI, aprovechando su cercanía a los señores del lugar, verían factible este tipo de reconocimientos, no siendo por ello casual, que en fechas no muy lejanas, en la vecina localidad de Buenache de Alarcón, los Lizcano hicieran los mismo al invocar su hidalguía, ante una evidente relación de vasallaje con los Ruiz de Alarcón, fenómeno que se desprende desde los registros parroquiales de la primera mitad del siglo XVI, donde los veremos apadrinando como estando presentes en varias de las celebraciones sacramentales del momento. No obstante, en este caso, los Urreta de Lizcano no tuvieron los mismos problemas que sus vecinos los Zamora, por el mero hecho de que la hidalguía universal para la gente procedente de las tierras vascas no era puesta en duda, ya que simplemente con alegar una pertenencia a aquella demarcación geográfica y si no había aparición de apellidos conversos, se reunían credenciales suficientes como para tirar hacia adelante en la obtención de tal distinción.

En el caso de los Zamora, olvidando el relato que los entroncaba con los grandes caballeros peninsulares, y centrándonos en los testimonios de varios piquereños que colaborarán en la ronda de preguntas, apreciamos datos de enorme valor, por ser de entre todos los que se recogen, aquellos que realmente tocan de lleno el tema de raíz, los que nos aproximan lo mayormente posible a la figura del abuelo del litigante, es decir, el criado de Juan de Valencia, y en el que desprendemos que se apoya la base de las exigencias de su nieto Jorge. Así pues, a lo largo de estos interrogatorios desfilarán un conjunto destacado de vecinos, de los cuales cabe decir que la mayoría no aportarán datos de relativo interés, no obstante, los pocos que si lo hicieron, bastan junto con lo anteriormente expuesto, para entender realmente que ocurre en torno a la cuestión del ennoblecimiento de los Zamora.

En el año 1564, varias personas aparecerán como testimonios, siendo el caso de Juan Lucas, quien contaba con 80 años de edad. Este reconoció a Juan de Zamora como criado y residente en la torre de la fortaleza de Piqueras, añadiendo que el bisabuelo del litigante, fue realmente el primero en llegar hasta el lugar.

Otra testigo, todavía un poco más mayor, y llamada Teresa Blasco, de 85 años, y viuda de Martín Gil, no aportaría nada al respecto. No sucederá lo mismo con la vecina María Beteta, mujer de Alonso Gil, y de 65 años, quien recordaba como Juan de Zamora trabajó durante algunos años como carnicero en la villa, además de servir posteriormente en la torre, teniendo además un hermano llamado Hernando de Zamora.

Mirador interior en la torre de Piqueras del Castillo, adaptado a modo del clásico cortejador que veremos en muchas construcciones medievales

Por otro lado nos aparece un testimonio curioso, concretamente el de Pedro de Zamora, vecino que tenía alrededor de unos 50 años, y que por su edad, hablará claramente de oídas. Este decía que su padre era Diego de Zamora, y que un tío-abuelo suyo, llamado Pedro García de Zamora, comentaba que su padre (es decir, el bisabuelo del testigo), había traído consigo a la casa de Juan de Zamora, añadiendo que el apellido si lo portaban, era por el lugar de origen del que procedía su linaje, pero del que no eran ellos hidalgos, sino que la familia de este testigo. La cosa queda más enrevesada, cuando este afirma que los auténticamente hidalgos eran sus ancestros, y que por lo tanto los descendientes de Juan se habían aprovechado de la etiqueta de su familia.

A raíz de estas acusaciones, es cuando se le formula la pregunta a ese testigo de por qué este no había exigido su reconocimiento como hidalgo, respondiendo que por haberlo dejado pasar su familia, es decir, por falta de interés. Cuestión evidentemente carente de lógica, y donde creemos que estaríamos hablando de dos líneas con un mismo tronco originario. Razón por la que Pedro de Zamora (el testigo) era en realidad primo de Jorge de Zamora (el litigante).

El hecho de que indique que la familia de Jorge viniera con su bisabuelo hasta el lugar, y portaran el mismo apellido, hace pensar en la hipótesis genealógica de que ambos son miembros de una misma familia. Otra cosa muy distinta es que estos fuesen hidalgos, pues como se desprende por la documentación piquereña, como de la actitud vacilante de Pedro de Zamora, la familia no tenía reconocimiento alguno de nobleza en el lugar.

Otra cuestión que debería de abordarse es la de la inventiva genealógica si ascendemos hasta la generación de Fernando de Zamora e Inés de Padilla, momento en el que cabe plantear muchas dudas acerca del verdadero origen de la familia, de ahí que posiblemente en la generación siguiente, y que nos señala los nombres de Diego Sánchez y Leonor Sánchez, es cuando pudiera hallarse la clave sobre los vínculos familiares de los Zamora piquereños.

Precisamente, en la documentación de 1601 se indica que Diego de Zamora y Aguilar, es hijo de Rodrigo y nieto de un Diego de Zamora, quien figura como esposo de una María Martínez, sin añadirse ningún dato más sobre los orígenes del linaje. Planteamos como hipótesis genealógica que es posiblemente en ese periodo posterior a las generaciones de Fernando e Inés, cuando realmente se entremezclan historias y leyendas, con nombres que se repiten y nos confunden, como ocurre con el de Diego Sánchez, Diego de Zamora, o simplemente un Diego Sánchez, originario de Zamora, que dejará una descendencia, entre la que hallaremos al que será el criado del señor de este lugar, y a través de quien comenzará un discurso genealógico, inventado en posteriores generaciones, en el que la familia ya contará con mayores recursos para emprender una hazaña como la de ser reconocidos bajo el nombre de una casa de hidalgos.

Una estrategia social aplicada por otros tantos linajes de estas tierras, en los que se invocará a unas raíces fabulosas, que acabarán siendo las credenciales que garantizaban un reconocimiento y firmeza de su nombre a la hora de seguir medrando en una sociedad jerarquizada, en la que toda acción de esta clase contaba y mucho, despejando así dudas o acusaciones del Santo Oficio, que como bien sabemos estaban a la orden del día, especialmente cuando alguien pretendía ingresar en una corporación nobiliaria o ascender escalafones dentro de un determinado organismo en el que se requerían informaciones históricas de la familia interesada. Precisamente, dentro de esta línea puede enmarcarse el testimonio aportado por el piquereño Gaspar Cano (de 70 años), quien al respecto de la relación entre Juan de Zamora y la famosa torre del municipio, explicaba como el criado se encerraba en su torre una vez que aquel le vendía el pan. Un dato de interés, que además de reforzar el discurso sobre el vasallaje y consiguiente reconocimiento noble de los Zamora por sus nexos con la casa de los Girón, revelaba como en tiempos de Juan de Valencia esta edificación defensiva funcionaba a su vez como una construcción de uso residencial.

Hay que decir que otros vecinos de Piqueras aparecerán citados en el interrogatorio de 1564, aunque a diferencia de la mayor parte de los antes referidos, nada aportarán al respecto, es el caso de Magdalena García (de 75 años), Quiteria Mateo (de 70 años), Alonso Cantero (de 65 años), Juan Herrero (de 50 años), Pedro Cano (también de la misma edad), Martín Gil (de 55 años), Juan Sáez (de 50 años), Álvaro Martínez (de 60 años), Alonso López (de 50 años), Alonso Rodríguez (60 años) y Ana Sánchez (de 65 años). Unas edades que intuimos por las cifras que se nos dan, que serían aproximadas y no exactamente precisas.

Sin lugar a duda uno de los datos más interesantes sobre estos testigos que no se inmiscuyen en el interrogatorio, es el de don García Ruiz Girón de Alarcón, hijo de los señores de Piqueras del Castillo, y nieto materno del famoso Juan de Valencia que tendrá por criado al abuelo del litigante. Por desgracia, no aporta información de interés, indicándose únicamente que este tenía 60 años, lo que como era de prever sitúa su fecha de nacimiento a principios del siglo XVI. En esta reseña de 1564 ya se le menciona como religioso, por lo que evidentemente ya había sido padre, pues no olvidemos que de su figura nacerá una prolífica descendencia que por línea directa continuará todavía hasta el día de hoy, enmascarada bajo el apellido Ruiz.

David Gómez de Mora


Referencias:

*Archivo Histórico Nacional. Orden Militar de Caballeros de Santiago. Expediente 1947, Pedro de Cevallos Escobedo de Zamora, natural de Ocaña

*Archivo de la Real Chancillería de Granada. Jorge y Juan de Zamora. Vecinos de Valera de Yuso (1561). Ref: 303-375-6

*Archivo de la Real Chancillería de Granada. Diego Zamora y Aguilar. El Cañavate y Socuéllamos (1601). Ref: 301-94-35

*Espejo Zamora, José Antonio (2014), “Probanza de hidalguía de Jorge de Zamora”. En: http://parroquiasierranevada.blogspot.com/2014/01/piqueras-del-castillo-valera-de-yuso.html

*Espejo Zamora, José Antonio (2015), “Linaje Zamora”. En: http://parroquiasierranevada.blogspot.com/2015/06/linaje-zamora.html

sábado, 19 de marzo de 2022

La Cofradía del Santísimo Sacramento de Buenache de Alarcón en 1825

El peso del catolicismo en Buenache de Alarcón es algo que nadie discute a lo largo de la historia de esta localidad, simplemente cabe observar la cantidad de ermitas y cofradías con las que contó antaño, sin olvidar la riqueza arquitectónica como artística que albergan los muros de su iglesia dedicada a San Pedro Apóstol, para hacernos una pequeña idea sobre esta cuestión.

En este sentido, merecen hoy nuestra atención una serie de hojas que pudimos consultar en el fondo de la documentación parroquial, vinculadas con lo que sería un nuevo reglamento o constitución sobre esta corporación, en la que a lo largo de 26 puntos se estipula de forma manuscrita, que deberes como obligaciones habían de acatar aquellos integrantes de este Cabildo, y que como ya sabemos por el fondo del archivo Diocesano de Cuenca, existía en la localidad como mínimo desde la primera mitad del siglo XVI.

El documento nos advierte con el título “Nuevas constituciones y ordenanzas que para su gobierno forma la Cofradía y Cabildo del Santísimo Sacramento de la villa de Buenache de Alarcón”, que el día 27 de noviembre de 1825, en la sacristía de la iglesia de San Pedro Apóstol, con asistencia de los integrantes de la corporación religiosa y otras personalidades del ayuntamiento, se acordaba aprobar un total de 26 puntos sobre los que vamos a hablar a continuación.

En el primero de ellos se advierte que el cupo máximo de integrantes no deberá sobrepasar más de 100 cofrades seglares, “los cuales han de ser, y todos sus ascendientes limpios y cristianos viejos sin ninguna mácula, ni raza de moros, ni judíos, ni de otra mala secta reprobadas por la iglesia”, añadiendo a su vez que tampoco se permitirá el ingreso de gente que portase a sus espaldas acusaciones o problemas previamente con el clero, pues ello era motivo suficiente para impedir su entrada.

Seguidamente, en el segundo artículo se especifica que “son admitidos como cofrades y hermanos de ese Santo Cabildo, todos clérigos de orden sacro (…) siempre que residan en esta villa”. El tercer punto se referirá a la cuestión de la continuación de la normativa de los miembros dentro de la cofradía, por descender de integrantes de su linaje ya adscritos con anterioridad.

Los siguientes artículos tratarán sobre ámbitos variopintos, como el de que los temas de la Cofradía deberán siempre ser gestionados en la sacristía de la iglesia del pueblo (previo aviso por medio de una cédula que se colgaba en la puerta del templo), así como por ejemplo que los hermanos de la cofradía siempre habrán de obedecer a las indicaciones estipuladas por los mayordomos.

Llama la atención el sexto punto en el que se especifica que “ningún cofrade tenga la osadía de decir en público que se le borre del dicho Cabildo, ni otras palabras imprudentes ni se atente al señor Abad y mayordomo”.

De la misma forma se trataran cuestiones vinculantes con las celebraciones y las obligaciones de sus integrantes, así leemos que siempre que se realice algún acto, los cofrades tienen el deber de asistir a la misma en el caso de encontrarse en facultad de disponibilidad y estar en el municipio. Igualmente se especifica que los menores de edad que heredasen la plaza de cofrade antes de cumplir los 15 años o que no hayan contraído matrimonio, no tendrán ni voz ni voto en el Cabildo, además de no ser elegidos para ocupar cualquier cargo, pues para ser mayordomo se exigirá por ejemplo que este contase como mínimo con 25 años o estuviese casado.

En cuanto a los religiosos, estos deberían de encargarse de celebrar las misas y divinos oficios, quedando exentos de la carga de mayordomos u otros puestos, siempre y cuando lo deseasen.

Entre los cargos que veremos dentro de estas corporaciones, no podía faltar el Abad, así como el mayordomo, el alférez y el correspondiente secretario del Cabildo. Respecto a las celebraciones religiosas o acontecimientos como la defunción de un cofrade, se estipula que cuando fallezca deberán acudir a su entierro el resto de integrantes, acompañando el cuerpo desde la casa del difunto hasta la iglesia, para finalmente dirigirse hasta el camposanto.

Sobre las tasas, leemos que cada miembro debería de abonar 8 reales de vellón al año para afrontar gastos ordinarios, así como que durante la festividad del Corpus Christi, los representantes de esta corporación serían los encargados en gestionar su celebración.

Por lo que toca a los componentes de la Cofradía a finales de 1825, veremos que entre los principales personajes que se citan aparecen Pedro Antonio Cerrillo y Juan de Santacruz, siendo alférez José Asensio y secretario Pedro Muñoz. Llama nuestra atención una reseña en la que se indican el nombre de más de 40 cofrades, entre los que aparece “Agustín Ramírez, quien heredó de su abuelo Julián”.

Sobre los cofrades que ocupan la parte alta de la lista y a los que se les antepone un don, como evidentemente fórmula de tratamiento diferencial por su importancia dentro de la corporación, tenemos al señor Abad don José Gil, don Gregorio Ramírez, don José Parra Donoso, don Julián Moreno, don Alonso Monedero, don Francisco Cañas, don José Cañas y don Diego Martínez de Zafra

Listado con las principales personalidades de la Cofradía en 1825 


David Gómez de Mora

Referencia:

* Reglamento de la Cofradía del Santísimo Sacramento. Documentación de la parroquia de San Pedro Apóstol de Buenache de Alarcón

jueves, 17 de marzo de 2022

El coll d'En Berri

En una de las zonas elevadas de la cara litoral de la Serra d'Irta, hallamos una modesta loma que alcanza una cota máxima de 204 m.s.n.m., y que en la localidad de Peñíscola se designa con el nombre del coll d'En Berri.

Aunque la forma escrita varia dependiendo de las fuentes que consultemos (Emberri o Enberri), cabe decir que ya hace varias décadas atrás, en un artículo de la revista Peñíscola bajo el título “La barraca del secano peñiscolano”, el investigador Juan-Luis Constante Lluch, plantea la posibilidad de que el topónimo En Berri, pudiese derivar de la forma En Bayarri, apellido de un linaje local, que como sabemos se encuentra presente desde hace varios siglos entre muchos de sus habitantes.

Restos de una antigua casa de labranza en el ascenso a la parte alta del Coll d'en Berri

Cualquiera que conozca esta franja de la sierra, sabrá que en la ladera que desciende hacia el piedemonte costero, aparecen decenas de estrechos márgenes de piedra, que nos confirman el uso agrícola del lugar en tiempos pasados, a pesar de que hoy toda su extensión se encuentre abandonada. Es precisamente metros abajo de esa referida área, donde apreciamos las ruinas de una característica casa de labranza con miras hacia el mar, y que por su altura (en la cota de los 170 m.s.n.m.), ofrece unas vistas espectaculares en las que uno comprueba la inmensidad de las aguas del Mediterráneo.

A finales del siglo XIX calculamos que en el término municipal de Peñíscola podían existir alrededor de unas 150 casas de labradores, las cuales, dependiendo de su tamaño y forma, se podrían catalogar dentro de un amplio abanico de subcategorías, no obstante, comentábamos anteriormente que su uso por norma general se limitaba a periodos o días concretos del año. Tratándose de obras rústicas, alzadas muchas veces por el mismo labrador, especialmente cuando la disponibilidad de animales y el hecho de frecuentarlas más a menudo, incentivaba su ampliación con espacios adicionales.

La individualización de la propiedad rural, motivaría la aparición de pequeños y medianos labradores que como decíamos irán construyéndolas. Así pues, en las zonas agrícolas, veremos como el trigo, el algarrobo, el olivo, y especialmente el cultivo de vid hasta el momento de la filoxera, marcaron el uso del suelo de una parte considerable del campo peñiscolano.

La estampa más auténtica de estas construcciones se acompañaba con el característico carro y macho con el que el labrador se había desplazado hasta la zona, todo ello sin olvidarse de la compañía de uno o varios perros, que bien adiestrados podían ayudarle a cazar alguna de las muchas perdices o conejos que había en las inmediaciones.

Tampoco podemos olvidar que muchas de estas modestas residencias tenía como origen la presencia de un pajar, los cuales se construían en un primer momento como un mero espacio de almacenaje, en el que luego el complejo podía evolucionar hacia una vivienda más propia de un labrador, y que llevará a la consolidación de casas-pajares esparcidas en diferentes zonas del término municipal.

La ausencia de fuentes en muchas de estas, obligaba a la creación de un cocó: una estructura para la captación de agua de pequeñas dimensiones (inferior a una balsa), protegida por una cubierta para que el agua no se evaporara, y que el propietario empleará para el consumo animal.

Tampoco hemos de olvidar que también se podían levantar muros de piedra, barracas o refugios, especialmente cuando la cantidad de roca que afloraba en la finca era abundante, ya que muchos campesinos, antes de dejarla amontonada en una zona, o abandonada en medio del campo (con la incomodidad adicional que comportaba para faenar), esta se destinaba para la realización de construcciones de piedra en seco.

Vistas desde la zona

La disposición de estas casas de campo en un entorno remoto y aislado, propició que en periodos de guerras, como especialmente durante la contienda carlista, muchos rebeldes y forajidos de la población aprovecharan su disponibilidad como punto de encuentro, nada extraño como sabemos en el caso de Peñíscola, pues la idiosincrasia de su vecindario siempre les acercó más estrechamente al carlismo, que a esa vida burguesa del aposentado de capital, a pesar de la tan repetida historia generalista que intenta vincular a sus habitantes, con los intereses de una minoría que desplazó el gobierno hasta lo alto de su roca, para ocupar su plaza militar únicamente por las prestaciones geoestratégicas del enclave.

Cuestión que como sabemos poco tiene que ver con la multitud de vecinos que durante este periodo maquinaron conspiraciones que tenían como objetivo la entrega del lugar al “enemigo”. Fenómeno que no debe de sorprender a quienes desconocen la forma de vida llevada a cabo por nuestros ancestros, pues sabido es que una buena mayoría siempre estuvo más cerca de aquella rutina costumbrista, que se insertaba profundamente en el contexto de las sociedades ruralizadas, de la que escasas o ninguna diferencia existía respecto la desempeñada por los habitantes de tierras más interiores de nuestra provincia, y de los que pocos se atreverían a discutir su involucración por la causa antiliberal, donde afortunadamente las tradiciones como la identidad, eran características sagradas, que de forma intergeneracional, se transmitieron como esenciales en sus familias.

David Gómez de Mora

miércoles, 16 de marzo de 2022

El Mas del Pastor

Entre la amplia cantidad de construcciones rurales que todavía se conservan a lo largo de nuestro territorio, merecen la atención algunas de las masías o masos que resisten en zonas recónditas del término municipal de Peñíscola. Siendo este el caso del conocido como Mas del Senyor (ubicado en plena Serra d'Irta), así como el Mas del Pastor (objeto de estudio en este artículo), y que a pesar de resultar menos popular que el anterior, alberga elementos de cierto interés, que ya lo documentan con el mismo nombre como mínimo durante el siglo XIX.

Como sabemos, la masía es una edificación aislada, adscrita a una zona ruralizada, y vinculada con una o varias familias, que residen en la misma de forma permanente, al poder aprovechar las explotaciones de tipo agrícola y/o ganadero de sus alrededores.

Mas del Pastor

Si nos ceñimos a cuestiones arquitectónicas del edificio, apreciaremos que estamos ante una construcción en ruinas que hasta entrado el siglo XX se tuvo que hallar habitada. Esta contaba con dos alturas, sufriendo posiblemente una reforma no muy lejana en el tiempo, que acabaría por alterar su aspecto original.

Cabe decir que la superficie ocupada por la edificación sobrepasa una extensión de 1200 metros cuadrados. Unas dimensiones nada despreciables, y que a través de una visual aérea, nos muestra los varios corrales, además de otras estancias destinadas para el cuidado de animales, tales como el gallinero o la pocilga, y que normalmente se emplazaban cerca de las instalaciones de la zona residencial.

Igualmente, junto a sus alrededores, además de la característica era, tampoco podían faltar las balsas de agua o zonas de reserva hídrica, en las que siempre había un estricto control, pues de esa agua, a falta de una fuente en las inmediaciones, dependía parte del mantenimiento de los animales que allí se criaban.

Mas del Pastor

De la misma forma, como ocurre en la mayoría de las masías, su trama no responde a una planificación ordenada, sino más bien a una edificación que crece de manera espontánea, de acorde a las necesidades que los masovers o inquilinos van adquiriendo con el trascurso del tiempo.

Dentro del espacio doméstico, podemos pensar que en el caso del Mas del Pastor, la zona inferior sería la parte de la casa en la que se dispondría de su respectivo comedor, cocina, establo, pajar y bodega. En la planta superior estaban las habitaciones, así como es muy probable que encima de estas se hallase la zona más alta de la casa, y que venía a ser la angorfa o golfa, es decir, el desván, donde se almacenaban los aperos y otros utensilios que la familia empleaba de vez en cuando.

Planta del edificio (sigpac)

El Mas del Pastor se emplaza en una franja de terreno medianamente comunicada, pues muy cerca trascurre el antiguo camino que conecta con Càlig, así como tierras arriba el viejo acceso que conduce hasta La Garrotxa, zona de explotación ganadera, y que marca los lindes de los dominios del término peñiscolano por su parte de poniente con la anexa localidad de Cervera del Maestre.

David Gómez de Mora

El corral de Colom. Resquicios de un legado etnográfico en la Serra d'Irta

La importancia de la ganadería en la antigua sociedad peñiscolana, es una cuestión que cualquiera puede comprobar cuando pasea por diferentes zonas de su término municipal. Y es que este enclave marinero, nunca perdió de vista la riqueza de sus montes, razón por la que desde el medievo tenemos constancia documental en la que se nos informa de su explotación y aprovechamiento para el uso de ganado ovino, caprino e incluso vacuno, el cual compartirá una parte de los recursos de sus montañas, con las viejas rutas trashumantes, y que desde zonas lejanas de nuestra península, acababan transitado hasta estas latitudes.

Los montes de Irta se caracterizan por la presencia esparcida y aislada de numerosas estructuras ganaderas, tales como corrales y viviendas de pastores, que antaño integraban uno de los pilares de la economía primaria de la zona. La misma que como sabemos durante periodos críticos, acabará convirtiéndose en uno de los botes salvavidas al que se agarrarán muchos de nuestros antepasados para poder salir hacia adelante.

A poco más de 500 metros de la frontera con el término de Alcalà de Xivert, y en plena sierra peñiscolana, se conservan los vestigios de una estructura ganadera que como evidencian sus ruinas, todavía estuvo funcionando hasta entrado el siglo XX. Nos estamos refiriendo al corral de Colom.

Corral de Colom

Este corral es un claro ejemplo de construcción integrada por una arquitectura rústica, destinada para el cuidado como protección de ganado, y cuya superficie aprovechable como zona de cobijo para los animales, abarca un área total de 370 metros cuadrados, conservándose todavía vestigios de lo que era uno de los patios, las parideras o zonas cubiertas, en las que el pastor como era costumbre tenía adherida una modesta vivienda, que a pesar de sus reducidas dimensiones, tenía el espacio básico para que este pudiese desempeñar una vida normal a lo largo de varios días, sin necesidad para ello de tener que volver hacia su hogar habitual.

Entre las amenazas con las que habían de lidiar los pastores y ganaderos, veríamos como una de las principales era la presencia del lobo, el cual ya aparece reflejado en algunas referencias escritas, puesto que hasta entrado el siglo XIX, sus incursiones en estos puntos, serán uno de los grandes quebraderos de cabeza que atormentaba a muchos de nuestros antepasados que se dedicaban al oficio. No hemos de olvidar que estas zonas posicionadas en plena sierra, eran puntos habituales por los que se movían las manadas.

Imagen aérea de la zona ocupada por la construcción ganadera (sigpac)

El corral del Colom se ubica sobre una zona elevada, que le permite poseer unas buenas vistas con miras hacia el mar, además de un control del entorno, al posicionarse no muy lejos de la costa, sobre una cota cercana a los 130 m.s.n.m.

La orientación de la puerta de acceso a la vivienda está en dirección hacia el SE, lo que permitía estar cobijado al inquilino, evitando así el estorbo del mestral, y que como sabemos en esta zona sopla con mucha fuerza, a pesar de ubicarse en las entrañas de Irta. La estructura ganadera se dispone sobre una loma, que de forma escalonada conserva una serie de márgenes de piedra seca, que evidencian un complemento agrícola, y que por tanto ampliaban los dominios de la explotación rural.

Junto a su parte baja discurre el barranco de Torre Nova, así como el camino de herradura por el que antaño se desplazarían aquellos pastores que acudían a otras explotaciones serranas del entorno. Dentro de lo que era la parte doméstica de la construcción, apreciamos como se aprovechaba al máximo el escaso espacio del que se disponía, habiendo una chimenea, que expulsaba hacia el exterior el humo de la lumbre, sin olvidar que a lo largo de las paredes interiores de la vivienda, existían diferentes huecos que servían para almacenar objetos, además de encajar los clásicos cañizos que ejercían como puntos de apoyo en los que siempre se podía colgar la ropa u otros enseres, evitando de esta forma su contacto con la parte baja de la vivienda. A pesar de su reducido tamaño, esta única habitación, todavía daba para dividirse en dos alturas, una inferior que funcionaba como pesebre, y justo arriba otra que bien armada con vigas servía como zona de descanso. En el caso que nos ocupa, apreciamos que existe una habitación anexa, y que conjuntamente quedaba protegida por arriba con un tejado a dos aguas.

Imagen de la parte trasera del corral

Antaño la gran mayoría de personas que se encontraban en zonas como la que describimos, disponían de su correspondiente arma con llave de chispa. Y es que esta, además de garantizarles una cierta seguridad en medio de una zona donde a veces no llegaba a pasar nadie en todo el día, les valía también para ahuyentar a los lobos que podían acercarse hasta su explotación. Sabemos que a principios del siglo XX, su presencia en este área es prácticamente nula.


Zona destinada para el cuidado del ganado

Otra construcción anexa a los corrales y su vivienda, era el aljibe, un depósito indispensable para almacenar las aguas pluviales, cuya principal finalidad era la de abastecer a todo el ganado que había en el lugar. Precisamente, en el caso de este corral, apreciamos una piscina que conectaba por debajo de la construcción, con unas dimensiones nada despreciables, pues era necesario que a través de esta pudiesen mantenerse más de un centenar de cabezas de ganado. Incluso puede comprobarse como permanecen los restos de un sistema de canalización, que permitirá distribuir el agua por diferentes puntos de la zona para la consecución de este fin.

David Gómez de Mora

martes, 15 de marzo de 2022

El barranc d'Irta. Notas sobre su cuenca baja

En la sierra de cuyo nombre recibe este barranco su designación, encontramos uno de los parajes más emblemáticos del parque natural de la Serra d'Irta. Un cauce fluvial con un recorrido aproximado de unos siete kilómetros, que tiene como punto de origen una zona abrupta, ubicada en una cota cercana a los 400 m.s.n.m., desde la que va descendiendo en busca de las aguas del Mediterráneo.

En su primer tramo, gracias a la confluencia de una serie de escorrentías (como son las del barranc de la carrera, el de la mala entrada o el del mas del senyor), veremos que empieza a articularse un cauce encajado que irá incrementando su anchura, a medida que este va acercándose a la línea de playa.

Corral ubicado a escasos 700 metros de la desembocadura del barranc d'Irta

A partir del punto señalado, y durante un trayecto de poco más de un kilómetro, afloran modestos afluentes entre los que destacan el del barranc del pou del moro. Hito clave por diferentes cuestiones geomorfológicas, puesto que delimita la cuenca media, desde donde todavía nos quedan por descender cerca de unos tres kilómetros, y que nosotros ya calificamos como su zona baja. En esta superficie de terreno aparecen pequeños torrentes, como ocurre con el del barranc de lo clot de maig o el de la font de Canes.

El área baja es un espacio natural de enorme riqueza ambiental, del que llama tremendamente nuestra atención las muchas terrazas agrícolas que fueron escalonándose sobre los laterales del barranco. Y es que hasta no hace muchas décadas, esos lugares eran puntos aprovechados como zona de cultivo. Hecho lógico, si tenemos en cuenta la escasa frecuencia con la que discurre el agua de las lluvias (salvo episodios torrenciales), permitiendo casi sin ningún riesgo su aprovechamiento como espacio agrícola.


Restos de muros de piedra seca que vemos esparcidos a lo largo de la cuenca del barranco. Estos se extraían de la misma roca en la que afloran potentes niveles de caliza

La presencia de abundantes márgenes de pedra seca que nos remontan a épocas pasadas, en las que hábiles agricultores, como pastores y ganaderos que transitaban con sus reses a diario, son en realidad el testimonio de una economía tradicional en la que crecieron nuestros abuelos. Un entorno ruralizado, que a pesar del gran cambio de imagen que ha vivido esta localidad enrocada, refleja la auténtica esencia del peñiscolano que se forjó a caballo entre las aguas del mediterráneo y las tierras de Irta.

Estas anchas paredes de roca caliza, son un elemento patrimonial de considerable valor, que además de integrarse sobre un paisaje en el que se consolida una arquitectura tradicional de la que tan orgullosos nos sentimos muchos de los que vivimos en este área geográfica, aguarda diversos fines, entre los que está el de frenar la erosión del suelo que parapetan, al ejercer como efectivos contenedores de sedimentos para mantener la agricultura en la zona, además de hitos linderos, que referencian los dominios de la propiedad de cada labrador.

Como sabemos muchas de estas fincas se dedicaban a la explotación de una agricultura secano, de ahí que veamos olivos, almendros y algarrobos dispersos (de los que todavía en este último caso, se preservan ejemplares centenarios), recordándonos con ello como las gentes de Peñíscola y Xivert que tenían sus fincas en esta zona, venían a recolectar durante las temporadas correspondientes aquellos frutos que daban de comer a su familia.

A la vez que se desciende el curso del barranco, el caminante puede presenciar algunas de las ardillas que pueblan estos pinares y que corretean por sus copas. Una vegetación que cubre un amplio sotobosque mediterráneo, en donde no debe extrañar la presencia de jabalís, tal y como evidencian varias de las pisadas que estos animales van dejando a su paso por las partes más húmedas del lecho fluvial, en busca de puntos con agua que les permiten saciar su sed.

Puntos de interés de la cuenca baja del barranc d'Irta (elaboración propia; sigpac)

Desde la perspectiva geomorfológica, dentro del barranco y a falta de un estudio más detallado de la zona, apreciamos diferentes puntos de ruptura de pendiente, más concretamente tres dentro de lo que sería el área referida, y que en el mapa adjunto hemos numerado. Llama también nuestra atención un modesto corral que se realizó aprovechando la morfología abrigada de las paredes del cauce, ubicado en lo que sería el margen septentrional del lecho, a escasos 700 metros de su parte final.

Espacios señalados (1-corral, 2, 3 y 4- puntos de ruptura de pendiente)

Dicha cavidad tiene en su base un muro de dos metros de largo, por uno de alto y 50 centímetros de grosor, dividiéndose en dos secciones, entre las que sobresale una pequeña entrada, y por la que el pastor podía acceder para guarecerse en su interior.

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).