martes, 28 de septiembre de 2021

Breus notes sobre la carta pobla de Vinaròs

La carta pobla és el document fundacional que ens recorda com fa 780 anys el nostre municipi oficialment passava a formar part d'un territori, en el qual des dels seus inicis jugaria un important paper geoestratègic, degut a la seva posició com a enclau fronterer septentrional del Regne de València.

Molta gent ignora que existeixen diverses còpies d'aquesta carta, d'entre les quals ens interessen les referències de les més antigues, i que hem d'emmarcar durant l'Edat Mitjana. D'una banda estaria una transcripció, realiztada només 11 anys després de l'oficial, amb data a 31 de desembre de 1252 i escrita en pergamí per Arnau Puinet. No obstant això, es creu que aquesta no seria l'única, doncs José María Ibarra esmentaria en un article sobre els arxius municipals castellonencs, una altra copiada en 1256, així com també veuríem ressenyes d'una hipotètica tercera, defensada per diferents historiadors, entre els quals estarien Honori Garcia i Garcia o José Antonio Gómez Sanjuán, i que segons sembla, s'anticiparia cincs anys al document oficial, assenyalant-se com a data de fundació 1236, és a dir, al mateix temps que es va expedir la carta de Benicarló.

Existeixen indicis que fan pensar en un assentament de la població cristiana, abans de l'any 1241, tal com ja van plantejar en el seu estudi monogràfic sobre aquest document Ferrán García i Francesc Gimeno. No hem d'oblidar que un poc de temps enrere al lliurament de la carta pobla, s'esmenta el que després anomenarem com a molí de Noguera, o fins i tot també vorem com se citen algunes localitats, amb una anticipació de diverses dècades respecte al moment en que s'oficialitzaran com a municipis de nova fundació cristiana.

La presència d'aquestes comunitats que van resistir a la instal·lació musulmana (en una fase prèvia al episodi d'avanç jaumenià i respectiva fundació de les poblacions valencianes), per desgràcia avui dia continuen sent un tema tabú dins de la nostra historiografia, especialment pels canvis que comportaria la seva acceptació si volem entendre els orígens del que avui engloba el passat del poble valencià.

Nosaltres mai ens hem cansat de repetir la importància que adquireix l'espai geogràfic que ocupa la franja nord de Castelló, a causa del seu grau de ruralització i escassa pressió demogràfica, ja que en el seu conjunt dona lloc a la existencia d'uns factors de poblament, importants per voler plasmar les prestacions que motivaran la presència d'aquestes comunitats, i que a poc a poc alguns estudiosos intenten demostrar, com habitants que residien en aquest lloc, molt abans de l'ofensiva peniscolana que Jaume I realitzarà en 1225.

L'aniversari de Vinaròs com a municipi, és al cap i a la fi una data que ha de fer-nos recordar, qui som i d'on venim, així com que secrets alberguen moltes qüestions en les que a vegades escassament aprofundim, i que només des de la perspectiva local, per a després ser presentades conjuntament, serveixen per explicar i consolidar algunes tesis que de forma aïllada mai arribaríem a comprendre.

David Gómez de Mora

jueves, 16 de septiembre de 2021

Breves notas sobre el origen de la Iglesia de Caracenilla

Caracenilla es otra de esas tantas localidades de la zona que estamos estudiando de la Alcarria conquense, cuya historia debemos de vincular con los asentamientos producidos a raíz de la reconquista cristiana. La necesidad de controlar y asentar pobladores en una franja tan difícil de defender por su fácil accesibilidad como ocurrirá con todos los núcleos ubicados junto a la vega del río Mayor, obligaba en parte a una inclusión rápida de gente que viera factible el poder vivir con garantías en ese lugar.

Todavía a día de hoy quedan vestigios en diferentes tramos de la actual iglesia que nos conducen a esa primitiva época y que nos remonta a la Baja Edad Media. Y es que el actual templo de tres naves de estilo neoclásico se alza en parte sobre el espacio que en origen ocupaba la antigua iglesia románica de una sola nave y cuya orientación iba en dirección este-oeste.

De esta etapa primigenia del edificio se conserva una sección del muro occidental, así como un tramo del meridional. Como todas las iglesias románicas que hemos analizado, esta tendría una cubierta de madera, de la que precisamente todavía quedan restos de una viga.

Ya en el siglo XVI el templo se vería inmerso en una reforma importante en la que Juan de Toca había trabajado, de ahí que poco después no resulte extraño ver al artista a escasos kilómetros de distancia en el cercano Villarejo de la Peñuela con su taller de cantería. A finales del siglo XVIII se ampliará el crucero, remodelándose el edificio y marcando por tanto el último momento de cambio de imagen de la Iglesia.

Pila bautismal de Caracenilla (CMDC, 1987)

Entre los elementos de interés, cabe destacar la pila bautismal, “de pie cilíndrico con triglifos; copa con arcos apuntados, rellenos con gallones convexos y rosetas entre los arcos, así como festón de ramos ondulados y borde de soga” (CMDC, 1987, 82). Todo apunta a que esta por la tipología de su copa se enmarque dentro del arte gótico del recinto, donde todavía no se había producido la reforma del siglo XVI, de ahí que llegara a ser empleada desde la fase más antigua del edificio, convirtiéndose por tanto en una de las piezas más importantes por su cronología y estilo de entre las existentes dentro del lugar.

David Gómez de Mora

Referencia:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

La antigua Iglesia de Villarejo de la Peñuela

Como ya comentamos con anterioridad, durante el siglo XVI la Iglesia de Villarejo de la Peñuela sufre una gran reforma que cambiaría por completo su fisionomía. Tanto los Señores del lugar como sus vecinos conseguirían modificar radicalmente el edificio teniendo en cuenta que la planta de época medieval podía ser muy parecida a la que veríamos en otros lugares de la zona, es decir, románica y de una sola nave, como sucedería con la que conocemos de Uterviejo, y reflejada en un plano, así como la que existiría en Saceda del Río.

No hemos de olvidar que antes del gran lavado de cara de la parroquia, la nave medieval tenía guarnecido su techo con madera, sufriendo una posterior mutación durante la segunda mitad del siglo XVI, una remodelación de envergadura en la que intervendría el cantero Juan de Toca.

Baptisterio y pila bautismal de la Iglesia de San Bartolomé de Villarejo de la Peñuela. Fotografía: Raúl Contreras

Siguiendo las referencias del catálogo monumental de la Diócesis de Cuenca, apreciamos que en una visita pastoral de 1569 el templo se cita textualmente que todavía tenía una nave, mientras que en la actuación de diez años después ya veremos como la metamorfosis arquitectónica estaba siendo una realidad, pues ya cita que el edificio poseía dos naves.

Como comprobamos en la actualidad la Iglesia tiene tres naves, habiéndose realizado importantes reformas durante el siglo XVIII, y que obviamente volverían a modificar su aspecto, aunque notablemente fuese más bien en su zona interna.

Dentro del edificio hallamos dos pilas, la principal (bautismal), de forma octogonal y erosionada con moldura en el cuerpo de la copa, además de una pila de agua bendita en forma de estrella de ocho puntas molduradas, y gallones vaciados en la copa (1). De la primera planta románica todavía quedan los tirantes de la estructura de madera (2). Sobre la nave central se aprovecharía el espacio, creando anexa la segunda y que tuvo que construirse entre 1569-1579, es decir, la nave que hoy queda al norte del templo, destruyéndose en ese momento el abside medieval para adaptarlo a lo que será la capilla mayor. Décadas después y posiblemente dentro del siglo XVII se finalizaría la tercera nave (la meridional).

Todo ello nos lleva a pensar en continuas reformas que hasta el siglo XVIII se dividen en diferentes etapas, de las cuales nosotros remarcamos tres épocas arquitectónicas: la primaria del siglo XIII, una segunda del siglo XVI, y que de forma transicional ya conecta con la tercera y que estaría rematada a finales del siglo XVII. A partir del XVIII seguirían efectuándose algunas obras pero que no modificarán sustancialmente la planta como la conocemos a día de hoy.

David Gómez de Mora

Referencias:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

(2) www.patrimoniodecuenca.es/busqueda/iglesia_parroquial_san_bartolom--_ap--stol-1979

Notas sobre la Iglesia de Verdelpino de Huete

Uno de los templos de la Alcarria optense con interesantes muestras arquitectónicas que nos hablan de una larga vida de varios siglos de antigüedad, es la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Verdelpino de Huete, la cual todavía aguarda diferentes elementos que se remontan a finales del medievo, y que tras una importante reforma que se efectuaría en la centuria siguiente, irían adaptándose a los que vendrían a posteriori. Por desgracia, a pesar de su posición aislada del valle del río Mayor, el edificio no se libró de las atrocidades de 1936, cuando muchas de las obras sacras de su interior fueron destruidas y mutiladas.

Verdelpino ha sido una localidad históricamente muy devota, tal y como lo demuestran las varias ermitas que se alzaron en su término municipal, además de las diferentes familias de curas que dará el municipio. Un enclave tradicionalista que incluso cuando estallaron las guerras carlistas, aportó entre sus hijos algunos milicianos por la defensa de la causa.

Planta de la Iglesia de Verdelpino de Huete (CMDC, 1987, 347)

A día de hoy, y a pesar de los grandes cambios que ha sufrido el templo, este todavía conserva su estructura de antaño, estando su cuerpo formado por tres naves, las cuales antiguamente estaban cubiertas por un precioso techo de madera, pasando por su interior dos retablos mayores de diferentes épocas que tenemos documentados, junto con una colección de diferentes piezas que integraban el antiguo tesoro orfebreril de la parroquia, del que solo se han conseguido conservar una serie de obras, entre las que destaca una custodia de plata del siglo XVII.

También merece nuestra atención su pila bautismal, “con superficie exterior en tres bandas separada por moldura de baquetón. La primera y segunda banda de gallones, la inferior y tercera por moldura de cabezas de ángeles alados” (1).

David Gómez de Mora

Referencia:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

La casulla de La Peraleja

Entre los bienes patrimoniales y artísticos que formaban parte de los tesoros parroquiales que había en las diferentes iglesias que hemos ido analizando, las casullas eran sin lugar a duda una de las piezas más importantes. Por norma general suele ser más habitual estudiar imágenes, altares o piezas de orfebrería en lugar del armario litúrgico, error en el que caemos muchas veces, pues la elaboración de determinadas prendas como resulta el caso de la que nos ocupa, es tan o más laborioso que el albergado por otros elementos que forman parte de las colecciones sacras.

Apreciamos que en ocasiones el origen de estos textiles, muchas veces procede de las últimas voluntades de curas o fieles con recursos, que como muestra de su compromiso y mecenazgo con la Iglesia, además de servirles como un acto positivo para acelerar su salvación, les valdrá también para recordar a los vecinos del lugar, la importancia de su linaje, como forma de patrocinio entre las élites locales.

Como sabemos, las casullas forman parte de la vestimenta empleada por el sacerdote en el momento de la celebración de la misa. Su diseño con el tiempo fue variando, pues los curas intentarán tener una mayor movilidad, de ahí que se adapten sus partes laterales. Además, la ornamentación tan profusa que tendrán muchas de estas, añadirán un peso considerable, que deberá tenerse en cuenta para cuando el cura celebre la liturgia.

Sus colores obviamente no son una cuestión baladí, de ahí que los ornamentos del altar, el cura y los ministros que oficien la misa, siempre deberán de ir acorde con el color litúrgico que la normativa establece, por ello mayoritariamente siempre acabaremos viendo casullas de tonalidad blanca, roja, verde, morada y negra. Cada una representando unos valores y significación particular.

En el caso que nos ocupa, vemos como todavía se conserva una de las usadas antaño en La Peraleja. Se trata de una “casulla de terciopelo rojo, con el centro bordado en oro al realce de unos medallones de imaginería bordados sobre seda” (1). El color rojo simboliza la sangre y la fuerza del Espíritu Santo, por lo que estas se suelen emplear en la celebración de la Confirmación, las fiestas de la Pasión del Señor (Domingo de Ramos y Viernes Santo), así como el domingo de Pentecostés o en las fiestas de mártires (por la significación del rojo con el color de la sangre), así como con las celebraciones vinculadas con los Apóstoles y Evangelistas, entre otras.


Casulla de La Peraleja (CMDC, 1987)

Colores como el blanco hacen alusión a la representación de Dios (alegría, pureza y paz), portándose durante el tiempo de Pascua o en Navidad, además de fiestas del Señor que no tengan nada que ver con la Pasión. Todo ello sin olvidar las festividades relacionadas con la Virgen María, el Corpus Christi o determinados Santos, entre las que incluimos también la festividad de Todos los Santos.

Por otra parte, el color negro, como sabemos simboliza el luto y respeto por los difuntos, de ahí que aunque no sean tan habituales como siglos atrás, todavía pueden verse emplear en misas de requiem o de difuntos, incluyéndose el día dos de noviembre. También tenemos el morado, y que representa la preparación espiritual como penitencia del cristiano, por lo que veremos su uso durante el adviento y en cuaresma. El color verde simboliza la esperanza, empleándose en tiempo ordinario, es decir, después de Navidad y hasta Cuaresma, además de aquellos domingos en los que no se exige por las circunstancias otro color. Incluso también pueden verse casullas de color azul, y que únicamente se emplean para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, junto con sus celebraciones votivas. Un privilegio que sólo está asignado a determinados lugares, entre los que se encuentra nuestro país, simbolizando con ello la pureza y virginidad de la Virgen.

David Gómez de Mora


Referencia:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

La Iglesia de La Peraleja. Breves pinceladas históricas

Sin lugar a duda, una de las grandes construcciones que forman parte del patrimonio histórico peralejero es su templo cristiano, una portada de arco de medio punto sin frontón, en su interior consolidada por tres naves, separadas a través de columnas cilíndricas de escasa altura, con tambor de anillos y sin basas visibles, además de arcos rebajados en la nave central y cubre bóveda de cañón (1); una serie de elementos arquitectónicos que en su conjunto otorgan cierta singularidad a un edificio por el que han pasado nuestros antepasados durante algunos de los días más importantes de sus vidas.

Una construcción dedicada a la advocación de San Miguel Arcángel, y de la cual tenemos referencias históricas descriptivas que nos remontan a la segunda mitad del siglo XVI, cuando desde la misma se irían ejecutando diferentes reformas, cuyo testimonio queda recogido en los libros de fábrica de su antiguo fondo parroquial, hoy custodiados en los depósitos del Archivo Diocesano de Cuenca.

Interior de la Iglesia de La Peraleja

Como suele suceder con este tipo de espacios de enorme riqueza histórica, su fisionomía interior ha ido variando a lo largo del paso del tiempo, tal y como sucedería con su antiguo techo de madera.

Un bonito enclave donde se consolidaron los intereses de diferentes familias de labradores (católicas y tradicionalistas), quienes no dudaron en invertir ingentes cantidades de dinero en la formación de sus hijos dentro de las filas del clero, todo con tal de alzar el nombre de su casa, asegurando un futuro más cómodo y relajado para sus descendientes.

Planta de la Iglesia de La Peraleja (CMDC, 1987, 229)

Crucifijos, textiles, cálices y varias custodias, son solo un ejemplo del lote de bienes que se salvaguardaban en sus entrañas. Esto complementado con diferentes altares e imágenes que decoraban ricamente las paredes interiores, la gran mayoría de los cuales por desgracia acabarían corriendo una trágica suerte, pues una parte considerable fue pasto de las llamas, o bien se perdieron tras los dramáticos acontecimientos de finales de julio de 1936.

Mientras tanto, todavía algunos resquicios de ese antiguo tesoro se han conservado entre los fondos del lugar, es el caso de su pila bautismal, esta en forma de trébol de tres hojas, y cuyo soporte queda representado por una figura antropomorfa. Un objeto de elevada carga simbólica, ya que por su cuba han ido desfilando casi todos los habitantes del pueblo. Igualmente había algunas pilillas de agua bendita, como sucede con las de jaspe rojizo y que todavía se conservan, distribuidas en diferentes puntos de la nave y empleadas para purificarse.

Como veremos La Peraleja no contaba con espléndidas capillas privadas como sucederá en el caso de otras localidades conquenses que hemos investigado, no obstante, si tendrá puntos privilegiados, que daban cierta notoriedad y distinción a sus poseedores, siendo este el caso de la sepultura de los Parrilla, de donde emergerá una línea de ricos escribanos que tras aburguesarse y comenzar a medrar socialmente, emplearán de forma privada como punto de enterramiento familiar, situándose junto a un altar que tenía como advocación a Nuestra Señora del Rosario, de la que como bien sabemos ya había con anterioridad una cofradía.

Por desgracia no disponemos de datos precisos sobre como era la distribución de los enterramientos en el interior, no obstante esto solo puede ser cuestión de tiempo, ya que existen notables referencias de los siglos XVII y XVIII, todavía por analizar, pues hay indicios que llevan a pensar en que algunas familias harán uso de espacios concretos del edificio, en los que se intentará reflejar el poder alcanzado por su linaje.

Tampoco podemos ignorar la presencia de un conglomerado nobiliario en la segunda mitad del siglo XVI, consolidado por estirpes de la nobleza optense, como sucederá con los Daza, Patiño o Suárez de Salinas, quienes tras la pérdida de su renombre en relación al grado de proyección que tenían una centuria antes en la ciudad de Huete, verán obviamente en La Peraleja un lugar factible en el que poder mantener cierto estatus.

En este sentido, los templos religiosos se convertían en escaparates donde se intentaba catapultar a sus integrantes. La preocupación por aparentar una buena calidad de vida, en la fase post mortem era tan o incluso más importante que la llevada en vida, pues aquella sociedad rural vivía constantemente en una especie de carrera de relevos, en donde preocupaba mucho lo que se podía hacer, pero también lo que en el pasado hubiese sucedido. Distinguirse por ocupar un lugar privado en ese foco de poder, además de asegurarse una salvación (y consiguiente promoción) del miembro de una familia, como era el caso a través de ingentes cantidades de dinero invertidas en misas, recordaba cada domingo a los habitantes agolpados en sus banquetas, quienes eran las personas que gozaban de mayor reputación.

David Gómez de Mora

Referencia:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Apuntes arquitectónicos sobre la Iglesia de Saceda del Río

Como buena parte de los templos de esta franja del territorio conquense, veremos que el de Saceda sería uno más de los que sufriría una serie de reformas con el trascurso de los siglos, y que consecuentemente le llevarían a ir modificando una parte considerable de su fisionomía primitiva.

Salta a la vista que el edificio religioso tendría un pasado más antiguo de lo que nos harían intuir los libros parroquiales del siglo XVI. Así pues, en un análisis arquitectónico del edificio elaborado por “Arquitectos Cuenca”, ya se indica la presencia de una puerta en la pared norte, actualmente cegada, y que dataría la existencia de un primer templo entre finales del románico y principios del gótico, estando formado por “una nave longitudinal cubierto con estructura de madera y cabecera retranqueada de un primer tramo rectangular cubierto con bóveda de cañón y ábside semicircular” (1).

Ciertamente sorprende imaginar que el acceso estuviese en la parte contraria a donde se dispone el actual, pues la trama urbana del pueblo da de cara al flanco meridional, por lo que no llegamos a saber si se trataría de una segunda puerta o salida, o un único acceso ubicado en el lienzo septentrional.

Puerta medieval de la Iglesia de Saceda del Río (foto del autor)

Lo que si nos resulta claramente llamativo es su diseño, y que perfectamente podríamos encajar dentro del periodo románico, con dos finas columnas, que sustentan un arco de medio punto, decorado en su interior con una quincena de bolas en forma de cabezas de clavo. Creemos que sin lugar a dudas este elemento es uno de los más viejos que se conservan del edificio, y que todavía sería usado en el siglo XVI, tal y como se desprende de una de las referencias recogidas en el catálogo monumental de la Diócesis de Cuenca, donde se indica que en 1579 la iglesia era de “una nave a lo viejo, de yeso y piedra labrada, teniendo su capilla mayor de cantería y estando elevada del suelo tres estados” (2). Como ya sabemos por esta misma fecha estarán realizándose grandes cambios en muchas construcciones religiosas de la zona, es el caso de Caracenilla o Villarejo de la Peñuela, por citar ejemplos que conocemos de primera mano.

Detalles de la puerta medieval de Saceda del Río (fotos del autor)

El caso que nos ocupa es interesante, puesto que el templo desde la segunda mitad del siglo XVI hasta entrados a mediados del siguiente, irá adaptándose a nuevos cambios. Sin ir más lejos, la cabecera sería sustituida para efectuarse la capilla mayor, siendo igualmente alterada la estructura de madera de la nave por la que hoy conocemos de bóveda de cañón con lunetos. También apreciaremos modificaciones en la parte donde se halla el campanario, y que como reza en uno de los sillares, en el año 1656 fue objeto de actuación. Esto se debe a que durante los siglos XVI-XVII el municipio vivirá un periodo de auge económico, que junto con la buena posición alcanzada por muchas familias de labradores del municipio (siendo el caso de los López-Lobo y Saiz, entre otras), se permitirá una prolongación de las reformas y que se irán extendiendo pasados los años.

Plantas de las diferentes etapas de la Iglesia de Saceda

Igualmente no podemos olvidar que en el despoblado de Uterviejo había una planta románica de una sola nave, cuyo diseño no se alejaría mucho de la que encontraríamos durante el medievo en Saceda. Su representación sobre papel la conocemos gracias a la documentación que se conserva en el Archivo Eclesiástico de Caracenilla, en el que podemos presenciar un bonito croquis del edificio, y que englobamos dentro de un mismo movimiento artístico, extendido muy seguramente por otros tantos enclaves de la zona.

Al templo a día de hoy se accede por la parte sur, ofreciendo este una sola nave de cinco tramos, y de los que cabe destacar la cuarta (la capilla mayor), cuya planta es sensiblemente cuadrada.

David Gómez de Mora

Referencias:

(1) www.patrimoniodecuenca.es/busqueda/iglesia_parroquial_la_natividad_de_ntra-_sra--2019

(2) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

martes, 14 de septiembre de 2021

Notas sobre la Iglesia de Carrascosilla

Entre las ruinas que rodean este despoblado optense con un pasado modesto, pero necesario para conocer e identificar con mayor precisión las raíces que arrastran las tierras de nuestros antepasados, vemos en su zona más elevada, los restos del enclave sacralizado por aquellos carrascosilleros, del que todavía se conservan sus cuatro paredes, a pesar de la ausencia de su techo o retablo frente el que se fueron oficiando siglos atrás los bautismos, comuniones, matrimonios y entierros de familias como los Cantero, Agraz, Sevilla, Arana, entre otras.

Iglesia de Carrascosilla (foto del autor)

Allí, con un templo de una sola nave y el cuerpo del presbiterio con esquinales de sillería, separado del de la Iglesia por arco gótico (1), podíamos presenciar en su interior la pila bautismal, así como los restos de su altar y el correspondiente retablo mayor, durante los últimos años de su uso pintado de color marrón arena, y que separaba con dos columnas simples, con remate piramidal y bola superior, las respectivas hornacinas de tonalidad azul cielo, hoy vacías, y en las se situaba San Roque en el centro, mientras que la Inmaculada Concepción en la parte izquierda, y el Corazón de Jesús en la derecha (2).

Incensario de la Iglesia de Carrascosilla. CMDC (1987)

El edificio religioso parecería datar en la mayoría de su estructura del siglo XVI, estando dedicado a Nuestra Señora. Entre las piezas que se recogen del catálogo monumental de la Diócesis de Cuenca, apreciamos un incensario con un copulín, en cuya parte superior presenciamos diferentes formas simétricas generadas en su conjunto por figuras triangulares, rombos y medias lunas, además de la anilla para sujetarlo a la cadena. Vemos también la parte central o cuerpo de humo, de morfología cilíndrica, y donde se repiten los mismos motivos que en la zona superior, y que a pesar de su austeridad, armonizan en su conjunto la totalidad de la pieza.

Igualmente observamos la fotografía de la pila bautismal (esta elaborada de factura tosca y rematada por una tapadera de madera, sostenida a sus pies sobre una base rectangular escalonada). (3) Destacamos su cuba, que siguiendo el simbolismo tradicional, representa el Océano primordial, es decir, las aguas del Génesis sobre las que se cernirá el Espíritu de Dios para conseguir la creación.

Pila bautismal de la Iglesia de Carrascosilla. CMDC (1987)


David Gómez de Mora


Referencias:

(1) Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, año 1987, 2 Volúmenes

(2) www.lospueblosdeshabitados.blogspot.com/2011/01/carrascosilla-cuenca.html

(3) Hani, J. (1996, 71). El simbolismo del templo cristiano, Ed. J.J. de Olañeta

martes, 7 de septiembre de 2021

Apuntes sobre la familia labriega de los Gómez de Cañete la Real

Entre las líneas genealógicas de esta casa asentada en el referido municipio malagueño, merece mención aparte la historia de una rama que desde finales del siglo XVIII hasta mediados de la centuria siguiente, reflejaría un esbozo de la realidad que escondían aquellas casas de labradores, en donde la necesidad de invertir y preservar el patrimonio agrícola para que sus hijos lo disfrutasen, como del mismo modo les ayudara a mantener unas ciertas condiciones aceptables de vida, se convertían en una de las principales preocupaciones, que atormentaba a aquellos campesinos locales que habían nacido con una azada bajo el brazo, sabiendo lo importante que era la disponibilidad de un bien agrícola propio, y que les podía salvar literalmente la vida cuando se vivían periodos de fuerte carestía, bien por la propagación de epidemias, plagas o guerras.

Corría el año 1847, cuando Antonio Gómez Rodríguez, joven labrador de 35 años, hijo de Juan Gómez y María Sebastiana Rodríguez, veía que se acercaban los últimos días de su vida. De acuerdo a la partida de defunción que cualquier puede consultar en el Registro Civil de la localidad, comprobará como el médico diagnostica su defunción como resultado de un cáncer, enfermedad ya muy conocida por los médicos de la época.

Antonio Gómez era el ejemplo de aquellas casas trabajadoras, que a base de esfuerzo y sacrificio, consiguió atesorar un patrimonio que le daba a él y a los suyos ciertos privilegios en una sociedad tan desigual como la andaluza, en donde una pequeña cantidad de terratenientes, controlaban una buena parte de la producción, y en la que inconscientemente se estaba consolidando una sociedad mayoritariamente dependiente de una minoria. Un escenario socialmente muy desigualitario, donde el jornalero salía de debajo de las piedras, y los pequeños o medianos labradores como la familia de Antonio, a duras penas podían mantener el estatus que con tanto ahínco les habían enseñado sus padres que habían de salvaguardar a toda costa.

Nuestro personaje, una vez que fallece, será enterrado en el cementerio de la localidad, pidiendo que lo amortaje su esposa María Josefa Gil Chito. Entre las últimas voluntades de Antonio veremos como se destinan 60 misas para la salvación de su alma, lo que le comportaría un gasto aproximado de unos 300 reales para la época.

Antonio murió a una edad en la que por aquellos tiempos desgraciadamente no era el único. Decir que ocho años antes había casado con su mujer, quien no aportó ningún bien al matrimonio, pues todo lo que había en el hogar procedía del patrimonio de los Gómez. Ambos tuvieron un total de tres hijos, de los que dos murieron a corta edad, por lo que únicamente sobreviviría una hija menor, llamada María Sebastiana (en honor a la madre de Antonio).

Resulta no menos curioso la indicación que hace en su testamento el labrador cuando dice que si su mujer casa con otro hombre “que se le quite la tutela (de su hija), y se saque de su poder, así como los bienes, para que se entreguen a su hermano Cristóbal Gómez”. Lo cierto es que este tipo de exigencias no eran nada extrañas en aquella época, pues las veremos en otras tantos testamentos en los que las mujeres no aportaban una dote significativa en el momento de su boda.

Testamento de Juan Gómez. Archivo Provincial de Málaga

Además de lo dicho, este declara que durante el matrimonio adquirió una yunta de vaca (una pintada, y la otra negra, de seis y cuatros años respectivamente), y un mulo también de cuatro años, junto con una finca de siete fanegas en la partida de la Nina, como otras tierras, donde menciona la zona de la Vega.

Catorce años después, su hija ya siendo adulta, será acompañada por su madre y su padrastro Antonio Ramírez Francés, el día que decidirá casarse y reflejar por escrito ante el notario del pueblo aquellos bienes que esta aportaría en la dote de su matrimonio, y que como veremos básicamente venían a ser los que había heredado de su padre. Por aquel entonces María Sebastiana Gómez Gil tenía 25 años, y acabaría casando con el cañetero José Cantalejas.

Entre los bienes de María Sebastiana podremos leer la casa de la calle del agua y que ya era de su padre (tasada en 6.698 reales). Añade también una tierra en la partida del Velazquillo (también de su padre Antonio, valorada en 17.500 reales). Luego veremos la finca de la Vega (tasada en 1.375 reales), como otra de tres fanegas en 3.300 reales. Incluso aparece una propiedad agrícola que posiblemente pudo haber heredado por otro miembro de la familia de su padre, pues lindaba con la finca de su tío Cristóbal Gómez, y valorada en 4.200 reales, junto con otra tierra de idéntico coste, además de una yunta de vacas que hacían ascender el cómputo final a la suma de 38.023 reales.

Ahora bien, cabe preguntarse como aquellas propiedades, y que ahora eran de la familia Gómez, habían llegado hasta Antonio. La clave a esta pregunta radica en los testamentos de sus ancestros, en donde se puede seguir más o menos de qué forma este linaje va manteniendo como puede un patrimonio, y que por desgracia en zonas como la que estamos estudiando, siempre solía ir diluyéndose y empobreciendo a sus propietarios. Esto sucedía por el hecho de que en Andalucía como en Castilla, premiaba el modelo de repartición cooperativista, en el que si un padre poseía 6 tierras y tenía tres hijos, le daba dos a cada uno, es decir, comida para hoy pero hambre para mañana, lo que en cuestión de un par de generaciones denigraba por completo la calidad de vida de toda la descendencia. Para ello los cañeteros abogaban por políticas matrimoniales planificadas y bastante cerradas en términos de consanguinidad, de manera que aquello siempre favorecía que el patrimonio pudiese recaer en casas de primos, que luego volvían a recoger en cierto modo siempre y cuando la familia no hubiera tenido muchos hijos.

Este era al fin y al cabo uno de los mecanismos que aquellos labradores que tenían cierta capacidad de decisión por poseer algunas tierras, intentaban llevar a cabo para ralentizar aquel sistema tan injusto, en el que buena parte del término municipal estaba en manos de los miembros de la alta nobleza, que desde sus mayorazgos, paralizaban la venta de cualquier propiedad que formara parte de su fundación, pues las leyes lo prohibían taxativamente. Escenario que generaba una sociedad cada vez más desigual, y en las que linajes de labradores como el que nos atañe, se las ingeniaban de todas las maneras posibles para seguir resistiendo sin ser absorbidos como otros muchos jornaleros que al final acababan trabajando para los grandes señoritos de la tierra.

¿Pero de dónde venía el patrimonio de Antonio y su hija?, pues del abuelo Juan Gómez Costilla, hijo legítimo de Cristóbal Gómez y Josefa Marina Costilla, ambos también naturales de Cañete y bisabuelos de la antes referida María Sebastiana Gómez. Juan Gómez Costilla redactó su testamento en 1828, solicitando ser amortajado con hábito franciscano con manda de 135 misas, casando en primeras nupcias con Teresa de Rueda, con quien sólo tuvo dos hijas, muriendo la primera con tres años después de que lo hiciera su madre.

José casó en segundas nupcias con María Rodríguez de Mesa, teniendo por hijos a José Gómez, Juan Gómez, María Gómez y Antonio Gómez. El padre dice que heredó de sus padres la casa de la calle del agua, y que ya trajo antes de casarse (su mujer indica que sólo vino con la ropa que tenía), de ahí que el patrimonio de la vivienda procedía de nuevo de los Gómez. Señala que esta casa la heredó de sus padres, de ahí que la vivienda la denominemos como de los Gómez-Costilla. Indica que pagó a sus hermanos la parte que tocaba de la casa (es decir, a Antonio Gómez, Rafaela Gómez y Ana Josefa Gómez), dándoles a cada uno 600 reales, es decir, la casa estaría valorada en 2400 reales, sobre la cual se hallaba impuesta una memoria a favor de los beneficiados de la iglesia de Cañete, por lo que pagaba 17 reales anuales.

Entre los bienes agrícolas que poseía menciona que tenía dos fincas, cinco reses vacunas, además de varias casas como la que compró a sus hermanos en la calle del agua (en origen de sus padres), y que lindaba con las viviendas de Francisco Arenas y don Alonso Verdugo.

También cita otra casa en la calle de Cabra, que linda con la de don Gabriel de las Cuevas y doña Inés González, así como otra vivienda en la calle del Guijo, y que compró a don José Pedrique. Otra vivienda adquirida poco antes de morir era la que compró en la calle nueva a Isabel Ximénez. Nombra también otra finca de considerable extensión de 18 fanegas en la zona de la Nina (y que será la que le llegará fragmentada a su hijo Antonio) y que compró a don Mariano Cañistro (vecino de Ronda), así como también la finca de la Vega y que linda con el camino que va hacia el Castillo de Ortegícar.

Añade a sus bienes otra finca por la misma zona, junto con otra de seis fanegas de tierra. Comenta que tiene en arrendamiento 6 fanegas en el Velazquillo de la dehesa, junto con un patrimonio animal formado por un mulo, tres jumentos (asnos) y 24 reses vacunas de varias edades, así como 700 reales en metálico junto con el menaje de la casa y su ropa. En ese momento sus hijos del segundo matrimonio son todos menores (Antonio que era el más pequeño y que fallecerá veinte años después, por aquella época contaba con unos 14 ó 15 años). Por su parte su hija Ana Gómez de Rueda casó con José Rodríguez, a quien le dio una mula y 2000 reales cuando sellaron su matrimonio para que se comprasen una casa.

Si analizamos los bienes de Juan Gómez veremos que este poseía una treintena de animales, más de media docena de tierras que le daban una producción bastante aceptable, además de varias viviendas. Ahora bien, si nos fijamos en su hijo Antonio, debido al modelo de repartición de bienes por iguales, la cosa cambiará, pues este tendrá la mitad de tierras y una sola casa. Este tipo de modelos de repartición de patrimonio, son una prueba palpable de como afectaban socialmente a las familias que vivían en zonas como la que estamos tratando.

Ahora bien, finalmente cabe preguntarse si la aparición de sucesivos hijos en un mismo matrimonio, eran en parte el anuncio de una reducción de los bienes en generaciones posteriores. Sobre el origen de los bienes de los Gómez, veremos como Cristóbal, tras haber casado con Josefa Costilla Camera, aportaría una cantidad reseñable, teniendo en cuenta que todo el patrimonio de su hijo Juan podía ser una cuarta parte de lo que a este le llegaría, siempre y cuando sigamos la lógica de la repartición del patrimonio equitativo entre vástagos.

La madre de Juan, Josefa María Costilla, testó en 1793, por lo que fallecería joven, enterrándose en la iglesia parroquial con hábito de franciscano. Esta compró tres partes de la casa a sus hermanos de la calle del agua, por lo que podemos decir que en origen la vivienda que todavía llegará en la segunda mitad del XIX a su biznieta María Sebastiana Gómez, procedía en origen de esta parte de la familia. Dicha propiedad lindaba abajo con el horno del Duque de Medina.

Podemos suponer que las tierras que la familia aportará a sus descendientes procedían de Cristóbal Gómez, pues Josefa únicamente aportará una finca y la referida casa. No obstante, veremos como el linaje no tenía deudas con nadie, hecho que resulta extraño en Cañete, tal y como hemos podido comprobar en muchos de sus testamentos.

David Gómez de Mora


Referencias:

* Archivo Provincial de Málaga. P-6189. Año 1793. Testamento de Josefa Costilla

* Archivo Provincial de Málaga. P-6199. Año 1828. Testamento de Juan Gómez Costilla

* Archivo Provincial de Málaga. P-6210. Año 1847. Testamento de Antonio Gómez

* Archivo Provincial de Málaga. P-4040. Año 1861. Relación de bienes de María Sebastiana Gómez

lunes, 6 de septiembre de 2021

El linaje de los Ferrete en Cañete la Real

Entre las familias que aparecerán coaligadas con los Gómez y los Ruiz durante el siglo XIX, una de las más habituales será la de los Ferrete, un linaje de labradores locales, donde también se promoverán políticas bastante cerradas entre sus miembros, tal y como podemos comprobar en algunos casos, siendo un claro ejemplo las hijas de los cañeteros Antonio Gómez y su esposa Mariana Ferrete Ponce, quienes tendrán entre su vástagos a Inés Gómez Ferrete, mujer de Antonio José Ruiz (este descendiente de la línea de los Ruiz-León), así como a su hermano Francisco Gómez Ferrete, marido de Ana Gómez Ruiz, cuyos descendientes conjuntamente también acabarán entroncando a pesar del nexo de consanguinidad tan estrecho que existía entre ambos.

Tanto es así que una nieta de Antonio e Inés (Caños Santos Ruiz de Orozco), celebrará sus esponsales con un nieto de Francisco y Ana (José Gómez Gómez), cerrando de este modo el núcleo familiar entre las tres familias en cuestión de escasas generaciones.

Este tipo de estrategias respondían a una suma de factores, desde la propia mentalidad conservadora y tradicionalista que imperaba en este tipo de enclaves rurales, en el que siempre prevaleció más el malo conocido que el bueno por conocer, así como fundamentalmente por el mantenimiento de un patrimonio, que sin ser excesivamente grande, siempre que recayera en líneas parentales, aseguraba una cierta calidad de vida a todo un clan familiar, donde como sabemos, el escenario económico no era excesivamente halagüeño, por haber grandes terratenientes que controlaban producciones extensas, en las que se iba diluyendo una clase labradora que podían tener alguna casa y tierras con las que empujar a su familia.

No olvidemos como en Cañete a mediados del siglo XVIII de las 458 familias que había en el pueblo, 383 personas se citan como jornaleros (de los cuales 19 ejercían media jornada como milicianos, así como 73 directamente se clasificaban como pobres de solemnidad). Una cifras devastadoras que reflejan una creciente desigualdad social, donde muchas casas tenían como única alternativa el intentar tejer una especie de telaraña parental, en donde se evitaba aquella posible fuga de patrimonio familiar, impidiendo así su mayor fragmentación en líneas genealógicas diferentes.

Carro y casa de un pequeño labrador malagueño

Precisamente, una de esas herramientas, es la que emplearán los Ferrete, tal y como apreciamos en un documento presente en el archivo provincial de Málaga. Se trata de un poder que tenía como objetivo trasladar facultades a un miembro que sin ser portador del apellido, pudiese actuar actuar en nombre de estos al estar casado con una integrante del linaje. El poder se firma en el año 1842, y en el mismo se indica que tres hermanos (Antonio Ferrete, María de los Dolores Ferrete y Mariana Josefa Ferrete, esta viuda del antes referido Antonio Gómez), invocan ser descendientes de sus abuelos Francisco José Ferrete y María Antonia Francés (recordemos que los Francés eran nobles), así como de sus bisabuelos Pedro Ferrete y Gaspara Contero, y consiguientes tataranietos de Pedro Ferrete y Catalina de Miranda, por ser estos últimos los fundadores de un patronato.

Lo que realmente nos interesa de este documento no es la licencia que se otorga en el poder notarial para delegar competencias en un miembro de otra familia que casa con una Ferrete, sino la significación que conllevaba la figura de los patronatos, y que como veremos en el caso que nos ocupa, a pesar de haber trascurrido cuatro generaciones, sus descendientes saben de la importancia que suponía recordar su creación y pertenencia con los fundadores.

Podemos suponer que los Ferrete fundarían un patronato, sobre el que sus creadores (Pedro Ferrete y Catalina de Miranda), establecerían unas cláusulas en las que se dejaría bien claro que sólo podrían disfrutar de sus ventajas aquellos descendientes del linaje.

Como decimos no tenemos muy claro en que clasificación podríamos catalogar el patronato que nos ocupa, no obstante era obvio que este tipo de figuras se regulaban por un patrón (miembro del linaje), quien debía ser garante de su mantenimiento, continuidad y cumplimiento por las obligaciones que conllevaba su existencia. El patronato otorgaba un conjunto de derechos de carácter personal y honorífico compensados por aquellas acciones u obras caritativas que la familia Ferrete pudo haber tenido con la iglesia cañetera, sin haber en ello cualquier tipo de contenido económico.

Sabemos que los patronatos también podían ir incluidos dentro de los mayorazgos (fundaciones de patrimonio muy arraigadas al ámbito nobiliario y de las élites). Como decimos, desconocemos el caso de los Ferrete, a falta de una mayor indagación en el fondo de los protocolos del archivo provincial de Málaga, así como del origen familiar del linaje. No obstante, este tipo de fundaciones conllevaban un interés a la hora de querer remarcar un estatus o reconocimiento que insertara a sus componentes como miembros del estado noble, ya que de ser así, eso aparejaba una serie de privilegios, como la exención de determinados pagos a los que siempre se acogían los hidalgos, por lo que muchas veces era empelado como instrumento honorífico para realzar el caché del linaje.

Enlaces establecidos entre las familias Gómez-Ruiz-Ferrete de Cañete la Real durante el siglo XIX 

Recordemos que desde los patronatos se podían presentar a clérigos de la familia, para que estos ocuparan puestos que quedaran vacantes, en donde a pesar de no haber un beneficio económico, si existía una ventaja dentro del ámbito eclesiástico al poder mejorar la posición social o incrementar las posibilidades para que ingresara alguno de los miembros del linaje dentro de este estamento.

Leemos datos de interés que nos aproximan un poco al modelo de vida de estos pequeños labradores, es el caso del testamento de María (de los Dolores) Ferrete Ponce, redactado en 1855, y donde menciona varias propiedades que poseía, y que a tenor de los vecinos que aparecen lindando con ellas, pueden aproximarnos un poco al tipo de viviendas que eran. Así pues cita entre estas personas a dos miembros de la nobleza local, como son don Juan Gallego Romero, junto con don Antonio Milla Roso, ambos reconocidos como hidalgos en la localidad. El primero de estos bienes son unas casas en la calle de la iglesia, y que pide que se vendan para que de lo que se saque íntegramente se destine a misas para la salvación de su alma y familiares. Igualmente menciona otra serie de casas presentes en la calle calvario, de las que una tercera parte irá destinada a su sobrina María Gómez Ferrete, esta hija de su cuñado Antonio Gómez y su hermana Ana o Mariana (según la documentación) Ferrete Ponce.

Otro hermano es Antonio Ferrete, hermano de Mariana, sobre quien no aporta mucha información. De nuevo vuelve a citar a su sobrina María Gómez, así como a su hermana Inés Gómez, quien estaba casada con Antonio Ruiz. En este caso destina para ambas a partes iguales toda la ropa que tenía. Aunque a día de hoy este tipo de donaciones puedan parecen insignificantes, la tenencia de varios arcones con ropa blanca y de colores, era ya un patrimonio a tener en cuenta, ya que en muchas casas con pocos recursos los “armarios” de la época no iban más allá de dos o tres mudas por persona. Además cada pieza tenía un determinado valor, dependiendo del material con el que estaba realizada la prenda, bien fuese lino, algodón o seda. Tengamos en cuenta que ni tan siquiera había en todos los hogares camas para dormir, de ahí que tanto estas como los complementos que las acompañaban eran artículos preciados.

Veremos como su sobrina Inés recibirá diez fanegas de trigo, un colchón nuevo, dos sábanas finas, mientras que a su hermano Antonio Ferrete le entrega otro colchón, junto con dos sábanas y dos almohadas.

David Gómez de Mora


Referencias:

*Archivo Provincial de Málaga. Protocolos notariales de Cañete la Real. P-6207, año 1842. Poder para el patronato de la familia Ferrete

*Archivo Provincial de Málaga. Protocolos notariales de Cañete la Real. P-6377, año 1855. Testamento de María de los Dolores Ferrete

*Catastro de Ensenada. Municipio de Cañete la Real

domingo, 5 de septiembre de 2021

El Señor de Villarejo de la Peñuela contra sus vecinos

Ya hemos explicado como durante el siglo XVII el afloramiento de una burguesía agrícola con patrimonio que exige sus derechos y representa las cotas altas del poder municipal, se verá capaz de determinar diferentes acciones, que obviamente casi nunca serán del agrado de aquellos señores por quienes eran tratados como meros vasallos.

Recordemos como desde finales del medievo los vecinos daban una gallina cada pascua a su señor, así como sus pagos por el horno, sin olvidar los 6 huevos que cada uno entregaba, y las tres camas disponibles que siempre habían de existir en la localidad para cuando los criados del Señor se desplazaban hasta el lugar, además del pago de la novena.

En el título del referido pleito podemos leer como el Conde de la Ventosa y Señor de Villarejo como de otros lugares, mantiene su defensa contra Francisco López y Francisco González, vecinos y oficiales del Concejo de Villarejo.


Restos del palacio de los Ribera Coello Sandoval en Villarejo de la Peñuela. Fotografía: Raúl Contreras

Recordemos que Villarejo era señorío de los Martínez (antepasados del Conde), desde que en 1326, según se dice en el pleito, Alfón Martínez, hijo de Miguel Martínez, ya tenía buena parte de las heredades del lugar. Con ello se remarcaba el dominio privativo del municipio por parte del Conde desde tiempos atrás, apoyándose en determinados hechos que quedaban registrados.

Leemos en esta documentación que en 1557 el antepasado del Conde, don Fernando de Ribera, puso una demanda a sus vecinos por amojonar el término de la villa, debido a que la gente de Valdecolmenas invadían sus propiedades según denunciaba el Concejo. Los villarejeños se quejaban de que desde los tiempos de Alfón Martínez, los bienes del lugar eran libres, pues siempre se había comerciado con viviendas y fincas sin necesidad de pedir a los Señores ningún permiso o licencia, de ahí que la defensa que argumentaban los Coello de Ribera no tenía ningún fundamento.

Se añade que el pueblo se quejaba de que se les había puesto censos a memorias, capellanías y mayorazgos, sin olvidar que los vecinos de Valdecolmenas seguían entrando con su ganado en los territorios de pastoreo de Villarejo.

Queda claro que las relaciones entre los nativos de esta localidad y el Conde no eran de las mejores, cuando los Ribera verán en La Ventosa una oportunidad para abandonar la villa, además de seguir permitiendo a la gente de Valdecolmenas que entrase en las propiedades de los vecinos de Villarejo, sin el consentimiento de sus gentes.

También se habla de un memorial de 1399, en el que ya Villarejo figura poblado, pagando estos la martiniega, la gallina de pascua y el servicio de horno, taberna y almotacén que le pertenecía al Señor. Muestra de esa larga tensión entre un feudalismo que parecía no acabarse, y los deseos de una sociedad rural que contaba con familias caracterizadas por su capacidad de prosperar.

David Gómez de Mora


Referencia:

* Maldonado de León, Diego (1671). “Por Don Pedro Coello de Ribera y Sandoval, Caballero del Orden de Señor de Santiago, Conde de la Ventosa, Señor de las villas de Carcelén, Caracena, Cabrejas, Valmelero, y la de Villarejo de la Peñuela, (...), en el pleito, con Francisco Lopez, y Francisco González, vecinos que salieron a dicho pleito, y el Fiscal de su Majestad, a quien se mando dar traslado”. Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Fondo antiguo, signatura: A 109/109(28)

Cuando el Señor de Caracenilla se enfrentó a los Garrote

El siglo XVII marca un punto de inflexión en la historia social de Caracenilla, lo cierto es que no era para menos, pues veremos como afloran de la localidad una serie de linajes locales, que a pesar de englobarse en el grupo de los labradores, representaban a importantes terratenientes, a los que la rutina y el control de su patrimonio en aquel apacible y tranquilo municipio se les había quedado ya casi pequeño. El enfrentamiento que recogemos a continuación viene con motivo de un pleito entre don Alonso de Sandoval Pacheco, Marqués de Caracena y Señor de Caracenilla (entre otros lugares), con el Concejo y algunos oficiales de esta villa.

Si leemos las parte introductoria del documento, veremos como se advierte que los pueblos y sus vasallos están obligados a prestar obediencia y fidelidad a su dueño. Así pues, se recuerda como Caracenilla fue vendida por Su Majestad al abuelo del que en ese momento pleiteaba (don Alonso de Sandoval y Pacheco), siendo antes propiedad de doña Clara de Rocafull.

Parece ser que en 1663 el Concejo de Caracenilla solicitó a la madre y al hermano del Marqués (en ese momento poseedores del mayorazgo que allí tenían), que estos les concediesen la posibilidad de tener dos alcaldes ordinarios, en lugar del alcalde mayor que hasta el momento existía.

La jugada fue hábil y cargada de intencionalidad, pues tras aquella propuesta se escondía el motivo del pleito, al argumentarse que con esa aprobación, don Alonso Pacheco advertía de que los alcaldes de Caracenilla “no solo querían hacerse únicos dueños de la jurisdicción ordinaria, sino negar la obediencia y vasallaje que debían al Marqués”.

Queda confirmado por el documento que los grandes cabecillas de este movimiento fueron los miembros de la casa de los Garrote, así como aquellos linajes que orbitaban a su alrededor (los Alcázar).

Veremos al final como el Marqués alegaba que en Caracenilla nunca hubo alcaldes ordinarios que ejercieran jurisdicción por el pueblo, ya que el único que podía tenerla era don Alonso. Además, este aprovechaba la situación para recordar al pueblo que la potestad ordinaria jurisdiccional de estos alcaldes solo se podía conseguir a través de cuatro vías, y que según argumenta, en ningún caso se cumplían.

Ilustración que aparece en la portada del referido pleito

Así pues, por un lado estaba la consecución de las alcaldías ordinarias por nombramiento de Su Majestad, la segunda era por venta, privilegio o concesión, la tercera por costumbre o prescripción inmemorial, mientras que la última por permisión o tolerancia. La defensa de los Sandoval se apoya en que el primer supuesto no era el caso, ya que incluso el Rey si lo deseaba podía extinguir los oficios de alcalde, recordándose que en otros lugares del reino ya se planteó esta posibilidad, al no resultar tan necesarios como ocurría en las Indias. Igualmente se niega cualquier vinculación con la segunda vía, al decirse que no era ético que el monarca incumpliera los acuerdos establecidos con anterioridad.

En la misma línea se reiteran las posiciones de los otros puntos, recordándose que jamás hubo en Caracenilla alcaldes con jurisdicción ordinaria, ya que antes de venderse a doña Clara de Rocafull y convertirse en villa de jurisdicción, Caracenilla era aldea de la ciudad de Huete, y sujeta a su corregidor. Luego la población volvería a la corona, hasta que fue a parar a las manos de los Sandoval.

Se reseña también que antes no tenía más que un alcalde pedáneo, y que en un lugar como este por ser “corto, y de poca vecindad, es ocioso y superfluo el que hubiese tres jueces con igual jurisdicción (…) obrando los alcaldes ordinarios los excesos que les parezca, y otros sus parientes ya amigos, y a su sombra, y protección, disimulando en delitos, y amparándolos, para que no se averigüen, como así sucede en lugares de corta vecindad”.

El pleito nos da mayor detalle cuando indica que “solo los Garrote y sus coaligados instan por fuerza usurpar la jurisdicción que por ningún modo les puede tocar”.

En realidad una parte de la preocupación del Marqués venía por el poder como las consecuencias que las alianzas matrimoniales entre las casas de los Garrote y los Alcázar habían reflejado socialmente en aquella población. Se trataba de dos linajes locales que además de controlar el clero del lugar, tenían bajo su poder la alcaldía, además de una parte importante de las tierras que había por diferentes municipios, ya no sólo de Caracenilla, sino que también de los alrededores como ocurría con Verdelpino de Huete. De manera muy hábil estos habían enlazado conjuntamente en diferentes generaciones, creando un fuerte grupo de poder, cuya demostración la veremos en sus testamentos y mandas mortuorias, cuando se disparaba la cantidad de misas pagadas, así como otras acciones que hacían ya dudar de si realmente los Garrote o los Alcázar tenían más potestad que la de los propios Sandoval en las calles de Caracenilla.

Para más inri, sendos linajes acabarían controlando también el cargo de familiar del Santo Oficio, lo que los convertía junto con otras familias del ámbito local en una especie de reyezuelos de su taifa, a la que los Sandoval no estaban dispuestos a extender ningún tipo de prebenda social.

Siguiendo nuestros apuntes de la genealogía familiar podemos demostrar parte de ese entramado endogámico, en el que este conjunto de gentes durante el siglo XVII ya habían tejido un hábil red de influencias en la que cualquier decisión importante acababa recayendo dentro del seno del clan. Así pues en esa centuria se establecen dos hermanos de los Garrote, que gestan a la perfección esta estrategia, se trataba de Mateo Garrote, quien casó con Inés Pérez de Alcázar, de modo que sus hijos Pedro Garrote, lo haría con doña Francisca Garrote de Alcázar, así como Isabel Garrote con Pedro de León y Alcázar. Por otro lado Marcos Garrote lo haría en 1686 con Francisca de Alcázar. Otros enlaces que veremos dentro de este entramado familiar son los de Pedro Garrote con Mariana de Alcázar, así como luego con Catalina de Alcázar-Rubio y Alcázar, o en el caso de Juan Garrote con Ana de Alcázar, Ana Garrote con Juan de Alcázar y Juana Garrote con Gabriel de Alcázar.

Decir que el caso de Caracenilla es de sumo interés, puesto que se aprecia como una determinada acción emprendida a lo largo de varias generaciones por una serie de familias con propiedades, podía resultar una amenaza, al menos para el orgullo de aquellos señores, que creían firmemente en las diferencias de distinciones que arraigaban en un sistema feudal, y que aquella burguesía rural comenzaba a poner constantemente en tela de juicio gracias al poder que habían acumulado.

David Gómez de Mora

Referencia:

* Soto (de), Juan Luis (1694). “Por don Alonso de Sandoval Pacheco y Portocarrero (...) Marquès de Caracena (...) en el pleyto con el Concejo, y oficiales de la dicha villa de Caracenilla”. Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Fondo antiguo, signatura: A 109/108(09)

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).