miércoles, 29 de marzo de 2023

La élite vinarossenca a mediados del siglo XVI

Ya hemos tratado con anterioridad algunos artículos vinculados con las familias más poderosas con las que contó nuestra localidad hace más de 400 años atrás. Para nosotros el siglo XVI es un punto de inflexión no solo a nivel económico o histórico, sino también en el aspecto social, ya que esta variable va cogida de la mano con las dos anteriores, puesto que el crecimiento demográfico y consiguientemente económico que comenzará a vivir Vinaròs, se traducirá en la presencia de linajes locales que despuntarán por sus negocios y patrimonio acaudalado entre el resto de los vecinos que había en la población.

Alfredo Gómez indica en su trabajo sobre Vinarós y el mar (2015), que algunas familias del pueblo a mediados del siglo XVI ya disponían de esclavos, siendo la más notoria la casa de los March por la cantidad que se referencian a su servicio, no obstante, a pesar de que estos representarán más de la mitad de los que había por aquellas fechas en Vinaròs, veremos como se citan otras familias de varios linajes, como ocurrirá con Mn. Francesc Adell, ello sin olvidarnos de otras casas y que las conocemos por tener alguna de las torres del sistema amurallado o calle bajo el nombre de su apellido, cuestión que podría deberse seguramente por existir en esa parte del viario urbano alguna de sus propiedades, motivo que era más que suficiente para bautizar de esta forma el lugar, siendo como veremos el caso de los Borrás y los Cabanes.

Precisamente en en uno de los volúmenes de la obra de Martí de Viciana, y que verá la luz en el año 1562, este dice sobre las familias más destacadas del municipio que había “casas antiguas de linajes honrados de padres y abuelos, antecesores como los March, Gavaldá, Adell, Febrer, Salvador, Roca, Redorat, Prima y otros muchos”. Unos apellidos que como quedará demostrado nos resultan familiares, puesto que de nuevo en la citada obra de Alfredo Gómez, leeremos que en el año 1547 Bernardo Roca (hijo de Juan Roca) tenía un esclavo. Otro caso lo veremos años después con Mn. Joan Gavaldà y Antonio Febrer (quien disponía de un morisco a su servicio). Precisamente, Gavaldás y Febrers, como ya se ha indicado en anteriores artículos, fueron algunas de esas casas que llegarán a hacerse con el reconocimiento de una nobleza que remarcará el estatus de su linaje.

Escudo en losange en la antigua Casa de la Vila

Si analizamos el tejido social de Vinaròs a finales del medievo, veremos como nuestra localidad no posee una nobleza local como la que existirá en otros puntos o ciudades del Reino de Valencia. Más bien nos encontraremos ante una burguesía mercader y de propietarios de tierras, que con el trascurso del tiempo, y gracias a la inserción de hijos dentro del brazo eclesiástico, comenzará a tener un poder, que quedará reflejado en su representación como regidores, alcaldes o cargos funcionariales de la localidad, lo que les permitirá gozar de una posición socialmente superior, y que los irá haciendo despuntar, hasta posteriormente planificar enlaces con casas con más recursos económicos, como las habidas en otros municipios de nuestros alrededores.

Cierto es que esa élite local con representantes de la pequeña nobleza, se acabaría convirtiendo dentro del marco municipal como la vanguardia de una serie de linajes ilustres a nivel local, que de manera directa irán dejando muestras de su poder en el municipio.

Otros apellidos que aparecerán entre las familias mejor posicionadas los veremos en el caso de los Covarsí, y que siglos después serán reconocidos como miembros del estado noble, inmigrando sus descendientes tras las guerras carlistas a territorio extremeño. Otro caso que no podemos olvidar es el del apellido Ferrer, más concretamente nos estamos refiriendo al personaje de Cosme Ferrer, quien tal y como menciona Alfredo Gómez (2015, 949), se convertirá en uno de los más notables del Vinaròs del siglo XVI. Este ejercía como mercader, lo que le permitirá desarrollar una importante actividad naval durante el tiempo en el que vivió.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

-Gómez Acebes, Alfredo (2015). Vinaròs y el mar. Relaciones comerciales, socio-políticas y económicas entre los siglos XV y XVII. Associació Cultural Amics de Vinaròs

-Viciana, Martí de (1562). Crónica de la ínclita y coronada ciudad de València. Reimpresión facsímil. València

Notas sobre el sistema amurallado de Vinaròs entre los siglos XIII y XVI

Poco sabemos sobre los orígenes del Vinaròs medieval de los tiempos iniciales de la dominación cristiana. En este sentido, tal y como avanzamos ya hace unos cuantos años en una charla referente a esta cuestión, quien a nuestro juicio mayores aportaciones ha realizado para el conocimiento e interés de esta materia, fue sin lugar a duda el historiador local José Antonio Gómez Sanjuán, quien ya en prensa local, como en el Congrés d'Història del Maestrat, dejaría patente su conocimiento gracias a una serie de publicaciones, que marcarán el inicio de los estudios de la evolución primaria de ese urbanismo recién nacido con la llegada de las 50 familias de pobladores en los tiempos de Grinyó de Ballester.

El recinto defensivo alzado durante el siglo XIII, entendemos que en un inicio partiría de una hipotética tapia sin ningún tipo de previsión de futuro, que salvaguardaría a los pobladores inicialmente de adversidades naturales, propias de una zona llana, hasta que poco tiempo después, se llevaría a cabo una obra que dará pie al amurallamiento medieval, que ya será representado en la visita pastoral de Paholac.

Posiblemente dentro de ese espacio encontraríamos algunos elementos que hoy desconocemos, como sería el antiguo cementerio intramuros que pudo alzarse alrededor de la iglesia medieval, o algunas zonas dedicadas para usos concretos que podrían necesitar de la disposición de un área adicional.

Tampoco hemos de olvidar el proceso judicial en el que aparece un vecino de Vinaròs en el año 1514, con motivo de unas obras, al hablarse de “lo sercuit de la muralla vella”, es decir, una muralla antigua para ese momento, que nos lleva a pensar que podría hacer referencia a la ilustrada en la visita de Paholac a principios del siglo XIV.

Hemos de decir que las murallas son espacios muy heterogéneos, por la facilidad con la que se ven sometidos a cambios susceptibles en el tiempo, por lo que pretender asentar una tesis sobre una distribución y evolución precisa de los diferentes tramos que pudo comprender el lienzo defensivo de Vinaròs a lo largo de su historia, es una tarea compleja de ejecutar con las herramientas y conocimientos de los que ahora disponemos.

Las murallas de Vinaròs en 1315

En principio no sabemos cuántas reformas habría sufrido hasta ese momento el sistema amurallado, además de las consiguientes torres. Como ya hemos indicado, pensamos que al menos durante la reconquista, se empezaría a levantar una modesta tapia o muro de defensa temporal, con una funcionalidad que más que proteger de posibles incursiones o ataques, valdría para salvaguardar a los pobladores de aquellos elementos climáticos que podían resultar incómodos, es el caso de fuertes ráfagas de viento, heladas invernales, escorrentías pluviales, etc…, un hecho lógico, si tenemos en cuenta que es difícil de creer que la población se mantuviera expuesta a toda esta serie de adversidades durante más de medio siglo, sobre un vasto llano en el cual los fenómenos se acentuarían todavía más. Posteriormente, y ante la extensión de la población, se decidiría levantar el que sería un sistema defensivo con su muralla y torres, llegándonos este a través del grabado esquemático de los tiempos de F. de Paholac (1315), y que entendemos en sentido estricto como esa muralla antigua o circuito viejo que cita el documento de 1514.

Ahora bien, posteriormente, y entre los siglos XIV-XVI, habría al menos una reforma urbanística, que hasta ahora desconocíamos, y que sería de vital importancia tener en cuenta, para así comprender la evolución de la morfología urbana de Vinaròs en el siglo XV, tras poder adecuarse o ampliarse algunas partes de la población y consiguiente muralla. Así pues, tal y como relata Alfredo Gómez, es necesario distinguir entre la muralla medieval del siglo XIII/XIV, de la trama defensiva que ya habría consolidad durante el siglo XVI, de ahí que nuestro autor ya apunte que “los muros renacentistas eran distintos, ya que su espesor variaban, disminuyendo en su progresión vertical” (Gómez Acebes, 2015, 25).

Entendemos por esta razón que es muy factible pensar que alrededor del siglo XV, y una vez superada la crisis que ocasionó demográficamente la peste negra, que nuestra localidad se expandiera por alguno de sus flancos, a través de la prolongación de esa vieja muralla, una vez derribada parte de la anterior para permitir un crecimiento orgánico del pueblo, pero que debemos englobar como una parte o sección que serviría para adaptarse al trayecto de la preexistente, donde las políticas de planificación y ordenación de la trama urbana, obligarían a desarrollar una serie de obras, que son las que ya a principios del siglo XVI, explicarán como en menos de trescientos años, Vinaròs sin todavía haber comenzado a experimentar el gran crecimiento demográfico que veremos a finales de esa centuria, ya contará con un tramo de muralla medieval vieja, así como una parte posterior reformada, y que podemos designar como la “nueva” para ese momento.

Esta distinción es importante realizarla, puesto que durante el siglo XVI se harían toda una serie de reformas, motivadas por esa multiplicación de la cifra de habitantes que se registra en la localidad a lo largo del siglo, que además de obligar a la construcción de una iglesia nueva, motivará un cambio de muralla, tal y como se manifiesta en el cuadro de Pere Oromig de la expulsión de los moriscos (y que se produce escasos años después de que se acabe esta centuria), hecho que comprobamos a pesar del esquematismo de su óleo, puesto que las torres ya nada tienen que ver con las que se recogen en el grabado de Beuter (1538) y que décadas después reproduce Viciana en su libro.

De ahí que planteamos a modo de hipótesis que Vinaròs ya desde el siglo XIII y XIV contaría con una muralla inicial (la vieja o medieval), a la que luego en el siglo XV se le realizarán reformas y ampliaciones, que dependiendo de hacia donde vaya orientándose la expansión de la villa, acabarán modificándola y haciendo que se distinga una parte como perteneciente a un circuito viejo respecto de uno nuevo, hasta que finalmente entrados en el siglo XVI, será necesario reformar esta a gran escala, ya no solo por la introducción de elementos militares que obligarán a su refuerzo y nuevo planteamiento defensivo, sino también por ese despegue demográfico, que marcará un nuevo punto de inflexión en la sociedad local, y en el que una nueva burguesía mercader y propietaria de tierras estaba emergiendo con mucha fuerza.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

-Gómez Acebes, Alfredo (2015). Vinaròs y el mar. Relaciones comerciales, socio-políticas y económicas entre los siglos XV y XVII. Associació Cultural Amics de Vinaròs

martes, 28 de marzo de 2023

Apuntes sobre el mozarabismo rural. Elementos geográficos y arqueológicos

Hace unos años el estudioso Luca Mattei, en una conferencia titulada “Los mozárabes del mundo rural y sus asentamientos: el caso de Tózar y los Montes Occidentales de Granada”, trató los diferentes parámetros que ha ido apreciando en la instalación de las comunidades cristianas durante el periodo de ocupación musulmana en la franja que delimita su estudio, analizando la organización de los focos poblaciones sobre el medio, así como las diferentes características que desde la arqueología revelan las pautas que propiciarán la instalación de mozárabes en zonas rurales, alejadas de la urbe, y consecuentemente de los grandes centros de influencia demográfica.

Desde los inicios del siglo VIII, el autor indica que las pautas de asentamiento se caracterizarán por la creación de poblados en altura (tal y como ya había ocurrido en épocas anteriores con otras culturas); además de zonas fértiles, desde donde se potenciará un sistema de producción basado en la agricultura. Se tratará de zonas con unas prestaciones defensivas, que permitirán un alejamiento del control político que siempre resultará favorable para la continuidad en el tiempo de estas comunidades minoritarias.

Estos asentamientos en altura, Lucas considera que estaban asociados a élites locales que controlaban un patrimonio agrícola, el cual a su vez permitía la subsistencia de los habitantes de ese enclave, a la vez que el mantenimiento del estatus social de sus principales representantes, ya que a través del mismo obtenían ganancias que les ayudarán a prevalecer dentro de esos grupos de poder dominante. El segundo tipo de hábitat buscará zonas con amplia fertilidad, compartiendo junto con el anterior, los dos modelos de asentamiento que durante un periodo de dos siglos marcará las características de los enclaves habitados por comunidades mozárabes en este conjunto de focos.

Ahora bien, se desconoce si las gentes que habitaban esos lugares en altura irían integrándose como muladís dentro de la sociedad islamizada del momento. Recordemos que en el último cuarto del siglo IX y primero del X, en esta región andaluza se vivirá un periodo turbulento de revueltas muladís y mozárabes, que no sabemos qué grado de afección pudieron haber trasladado al área valenciana, no obstante, entendemos como mínimo que esta cuestión debería tenerse en cuenta, pues sabida es la influencia que jugarán las políticas del primer califa de Córdoba a lo largo del área de la península que se encontraba bajo sus dominios.

Es a raíz de esta cuestión, por la que consideramos que el periodo representado bajo el poder de Abd al-Rahmán III, tuvo que marcar un punto de inflexión, y que afectó seriamente en la distribución espacial de los núcleos cristianos, tal y como en el caso andaluz propone Mattei, aflorando poblados diseminados, posicionados alrededor de laderas, o puntos poco escabrosos, donde era necesaria la presencia de agua gracias a fuentes, además de caminos bien comunicados, que modificarán ese modelo anterior de puntos de altura. De ahí que con la llegada del siglo X, se abandonarán esos entornos controlados por una élite local cristiana, y que tuvieron su auge entre el intervalo que comprendería las centurias de los siglos VIII-X.

Cabe comentar que las necrópolis de la zona que engloban el estudio de Mattei (tal y como ocurrirá con la de Tózar), demostrarán la existencia de tumbas excavadas en la roca y tapadas por losas, que se caracterizarán por ser pobres en ajuar o materiales de valor que diesen a entender una distinción social entre el conjunto de sus integrantes.

Tengamos en cuenta que una parte importante de este tipo de poblaciones y que también veremos en otros puntos de la zona valenciana, irían islamizándose con el paso del tiempo, aunque matizando que no de manera genérica, pues no hemos de olvidar que muchas veces nos hallaríamos dentro de una delgada línea, en la que por un lado se iría produciendo una integración de los nativos del lugar dentro del colectivo muladí, a la vez que seguiría persistiendo un grueso poblacional que realizará prácticas criptocristianas, como consiguientes comunidades de raíz mozárabe, las cuales con el trascurso de los siglos mantendrán parte de esa toponimia que pervivirá casi intacta hasta los tiempos de la reconquista cristiana. 

En el caso de la zona andaluza, Luca Mattei demuestra como la referida área mozárabe que ha estudiado, conserva unas pautas de enterramiento que se prolongarán ni más ni menos que hasta la llegada de mediados del siglo XII. Un hecho que debe tenerse en cuenta, para interpretar correctamente, cómo ha podido ser el verdadero grado de influencia en nuestro territorio por parte de los cristianos en ese periodo, y del cual como sabemos, poco o casi nada se ha escrito al respecto dentro del marco valenciano.

David Gómez de Mora

domingo, 26 de marzo de 2023

Apuntes sobre la caza de antaño en el territorio cañetero

Siglos atrás, en una sociedad donde la limitación económica era una cuestión que estaba muy presente en muchos de los hogares del país, la búsqueda de alimentos gracias a la práctica de la caza (bien a través del uso de la escopeta, pero también con el empleo de trampas o incluso una ballesta), fue una actividad más normal de lo que muchos se podrían llegar a imaginar, especialmente en áreas de tipo rural.

Hay que decir, que incluso llegado el siglo XIX no todo el mundo podía disponer de un arma, siendo normal que si algún miembro de la familia poseía una, que esta se prestara o con el paso de las generaciones se fuera trasmitiendo entre los integrantes de la casa. Es por ello que las trampas y diferentes técnicas, mediante señuelos con redes, cepos u otro tipo de métodos, estuvieron profundamente extendidos entre muchos de nuestros antepasados, para así poder cazar mientras se dedicaban a las obligaciones que les imponían sus quehaceres diarios en el campo, bien trabajando la tierra o cuidando de sus animales.

Igualmente, y como siempre ha sucedido, el furtivismo era practicado por muchas personas, especialmente por las más necesitadas, que al no contar con un terruño propio en el que poder desempeñar esta actividad, se verán muchas veces en la casi necesidad de buscar animales en una propiedad que les era ajena, con tal de suplir una falta de alimentos, que como decíamos y en regiones como la que nos ocupa, fue por desgracia algo muy normal.

Igualmente, en aquellos tiempos donde era habitual que una persona pasara hambre, las piezas que uno podía cazar, eran siempre un recurso que podía emplearse no solo como fuente de alimento, sino también para conseguir otros productos, pues no hace falta recordar la importancia que el trueque adquirió en aquellas gentes donde el intercambio era una forma más de obtener lo que uno necesitara.

Quienes contaban con la suerte de poder llevar un arma, recordemos que casi siempre habían de portar una serie de utensilios que les servirán para ir pertrechados con lo necesario para así poner esta en marcha, siendo el caso de la munición, baqueta, tacos, perdigonera y un recipiente para almacenar la pólvora, y que muchas veces será el asta de un animal, la cual contaba con una boquilla o tapón, además de un cordón para colgarse. Todo ello sin olvidar un cuchillo de monte o machete, indispensable tanto para rematar las piezas, desollarlas o defenderse.

La munición era bastante amplia, habiendo balines, balas y perdigones que se dividían en categorías. Los perdigones se emplearán especialmente para aves y caza menor, mientras que los balines ya se usarán para la captura de raposas y lobos, reservándose las balas para las presas de caza mayor.

Entre las especies que se cazaban veremos cómo algunas únicamente se perseguían para controlar la explotación del campo o del ganado, por otro lado, animales como las perdices, codornices, conejos, liebres o jabalís, desde tiempos ancestrales han sido integrados en nuestra alimentación por el sabor de su carne, no obstante, cabe matizar que algunos de estos, al ser también dañinos para los cultivos, especialmente los tres últimos, su caza se efectuará también por motivos de regulación, pues no son escasos los daños que como sabemos pueden ocasionar en zonas donde hay presencia de alimentos que formen parte de su dieta.

Pasamos a continuación a comentar algunas de esas especies que antaño tanto en el territorio de Cañete la Real, como en otras muchas partes de nuestra geografía peninsular, se enmarcan entre los animales que han comprendido una parte considerable de las piezas buscadas dentro de la práctica cinegética.

Bodegón de caza muerta o Bodegón de liebres muertas. Autor José López Enguídanos (1807). Imagen: www.academiacolecciones.com


Perdices

Para la caza de la perdiz, además del empleo de una jaula en la que se colocaba un ejemplar de reclamo que servirá como señuelo para que vengan hasta el lugar otras aves, veremos que existían otras formas alternativas, como la que consistía en lanzar granos de trigo cerca de un espacio acondicionado, desde el que se podía visualizar y capturar el animal. Las jaulas en las que se guardaba la perdiz, podían tener diferentes formas, algunas eran más amplias o estrechas, dependiendo de las opiniones que cada cazador tenía sobre cómo estas repercutían en la movilidad o forma de cantar del ave que se encontraba en su interior.

Estos animales debían estar bien cuidados, pues parte del éxito del cazador como es sabido, radicará en el estado en el que el ave se encontraba. Al igual que sucederá con las esperas que se realizarán con otro tipo de presas, el silencio y la serenidad serán primordiales desde el cazadero en donde se esperará con cautela y paciencia la llegada de las perdices que serán atraídas por el señuelo enjaulado. 

Desde siglos atrás, sabido es que estos lugares siempre deberán de disimularse con suma atención, intentando permitir además que las personas que se hallen en su interior a la espera, puedan estar salvaguardadas de una exposición directa del sol, o una zona donde sople fuertemente el viento.

 

Codornices

Además de la perdiz roja (Alectoris rufa), es usual en el ámbito de la caza la presencia de otro tipo de galliformes, como ocurre con el caso de la codorniz común (Coturnix coturnix), la cual se distingue de la primera por ser la codorniz más pequeña y rechoncha. Para la caza de esta especie es importante el papel empleado por los perros. Tampoco podemos olvidar que la codorniz es un ave migratoria que pasa el invierno en África, para luego venir hasta la península cuando ya han subido las temperaturas de manera considerable. Nada que ver con la perdiz, puesto que esta ya pasa todo el año dentro de nuestro territorio.

Tenemos constancia de que antaño este animal también era cazado por reclamo con dos hembras dispuestas en jaulas superpuestas (una encima de la otra), de forma que las dos aves no se veían, y por tanto ambas acabarán llamando al macho, dejándose alrededor del lugar una red o maya con la que se capturaba a la presa.

 

Conejos

Los conejos son sin duda una de las especies que han permitido de manera abundante la disponibilidad de carne de caza menor en nuestro territorio a lo largo de la historia. Como bien sabemos, en la época en la que las temperaturas son bajas y el tiempo se presenta seco, el conejo es una especie que no se puede perder de vista dentro de la actividad cinegética.

Su elevada capacidad reproductora, junto con el daño que siempre ha infligido en determinados tipos de campos de cultivo, lo han convertido en una especie muy deseada por cazadores, labradores y pastores.

Este animal es muy rápido, llegando a superar a la liebre. En las tierras andaluzas, el podenco será sin lugar a duda todo un emblema en el empleo de su caza desde siglos atrás.

Como decíamos, el podenco andaluz es un perro que por su genética dispone de las mejores características para desempeñar esta actividad. Su resistencia y agilidad lo convierten en un animal muy versátil, donde la heterogeneidad del terreno no es casi nunca un problema para que este potencia sus habilidades. Siendo además un animal cariñoso, obediente y de enorme rapidez.

Otra de las formas con las que antaño era frecuente cazar el conejo, y especialmente en temporadas de reproducción, era a través del “chillo”. Para ello se empleaba un instrumento designado con este mismo nombre que funcionaba como un silbato, aunque también había formas más rudimentarias, como sucedía con una hoja de encina, la cual metida en la boca y soplando con fuerza, emitirá un sonido que atraerá el conejo hacia ese lugar. Cabe decir que con esta técnica muchas veces también se atraían zorros y gatos monteses, a los cuales de la misma forma se les daba caza para regular su población. Y es que ambas especies, son sin duda dos de los grandes perseguidores de las crías de conejo.

Algunas de las modalidades tradicionales para capturar conejos han sido la caza en mano o la caza al salto (para la cual en el caso de la última no es necesario disponer de perros). Tampoco podemos olvidar la realizada con hurón, en la que este animal será el encargado de entrar en la madriguera y provocar la salida de los conejos, de modo que fuera se encontrará con el cazador que intentará finalizar la operación. No olvidemos que el hurón puede ejercer otras labores, como será la desratización de corrales o zonas en las que hay presencia de roedores.

 

Liebres

Desde hace mucho tiempo, los cazadores de estas tierras eran sabedores de la importancia que jugaban determinadas razas de perro en la caza de la liebre, siendo por ello el perdiguero uno de los más requeridos para este tipo de presas, con especial uso en las tierras de Castilla la Vieja. A pesar de que muchas veces hablemos más del conejo que de la liebre, este animal también siempre fue buscado por los cazadores.

 

Zorros

Desde tiempos ancestrales, las raposas han sido un animal que nuestra cultura ha vinculado con el ingenio y la sagacidad, por ser esta una especie que además de sobrevivir a la continua persecución a la que se ha visto sometida, se caracteriza también por su habilidad para adaptarse al terreno, al moverse de forma inteligente, generando a la vez importantes daños dentro de los corrales, además de resultar un competidor natural de los cazadores, ya que no perdona las crías de conejos, liebres y aves.

La técnica con la que históricamente ha sido regulada esta especie es variada, yendo desde cepos, trampas, señuelos envenenados, silbatos de reclamo, perros o incluso humeando las cavidades en las que esta se esconde.

 

Lobos

Para gestionar la población de lobos siglos atrás se hacía uso de trampas, entre las que además de los cepos, podían encontrarse espacios excavados con profundos agujeros, cercanos a zonas donde había reses guardadas, o incluso donde se solía dejar alguna especie de señuelo, inmediatamente próximo a ese lugar, que una vez tapado por encima con ramas y matorral, quedaba perfectamente adecuado para que el animal llegara hasta allí para caer en su interior.

La lucha entre el hombre y el lobo se remonta a tiempos ancestrales, en los que este cánido ha sido un gran competidor en la búsqueda de carne. Esto sumado al daño que puede infligir en zonas de explotación ganadera, explicarán muchas de las técnicas que nuestros antepasados emplearon para regular su población. Precisamente, una de esas trampas consistía en la realización de espacios cercados con muros altos, elaborados con piedras del terreno que se iban colocando una encima de la otra, para crear así un recinto sellado, que aprovechando el desnivel del terreno por estar la zona interior rebajada, pudiese permitir que cuando el lobo anduviera por el lugar, este cayese o saltara dentro de esa superficie, quedando atrapado allí una vez que se había introducido.

Una técnica también empleada era la de atar un cabritillo cerca de un árbol, junto al que se encontraba un cazador cercano y que se colaba en la parte superior de otro anexo, de manera que cuando el lobo se acercase hasta el señuelo, este lo tuviese a tiro. Otra trampa consistía en imitar sus aullidos (cosa que no podía hacer cualquiera), para que así el animal se acercara hasta el lugar donde el cazador estaba esperándolo.

Sin lugar a duda los mastines de cazadores y pastores fueron muy usados para la defensa del ganado, así como para emplearlos en batidas. Para ello se solía proteger al perro con una carlanca o carranca, y que es una especie de collar de pinchos que salvaguardaba esa zona del cuerpo de los mordiscos del lobo, puesto que como sabemos este perro cuando ve las reses en peligro, se dispone a protegerlas, entrando en contacto directo con el lobo si resulta necesario.

 

Jabalís

Este mamífero, de la misma forma que sigue sucediendo a día de hoy, era cazado de diferentes formas. Una de las más empleadas, era la de permanecer en espera en zonas con presencia de agua, donde puede acudir para bañarse o a beber. En Cañete la Real, existen diferentes partes del término municipal que se han designado en alusión a esta especie.

El jabalí es un animal inteligente, prudente, con un gran oído y olfato. Es precisamente este último sentido, el que le permite detectar el olor de las personas a centenares de metros siempre que el viento sople en la misma dirección en la que se encuentra.

Existen diversos tipos de razas de perros que históricamente se han usado para la caza del jabalí. El jabalí es un animal del que no son pocas las noticias que nos han llegado sobre su fuerza cuando embiste (especialmente cuando está herido), pudiendo causar bajas entre los perros que intentan acecharlo. La dentición del jabalí se compone de 44 piezas, de entre las cuales algunas no solo las emplea para comer, sino también para excavar o atacar. Tampoco hay que olvidar que sus colmillos con el paso del tiempo van creciendo, aprovechando este cualquier momento para afilarlos, de modo que corten mejor, y convirtiéndolos así en una poderosa navaja, preparada para desgarrar a quienes considera como un peligro.

La presencia de tierra removida, así como el rastro que dejan sus huellas, especialmente en charcas o zonas con presencia de agua, es un indicativo que servirá  para orientar a los cazadores de las zonas que este suele frecuentar.

Para la caza de este animal siempre ha sido importante portar un machete o cuchillo de monte que permita rematar a la pieza, ya que su piel espesa le hace disponer de un blindaje, que muchas veces y dependiendo de la parte del cuerpo en el que sea alcanzado, la munición únicamente solo llega a herirle.

David Gómez de Mora

viernes, 24 de marzo de 2023

Caza y campo

A lo largo de la historia han sido muchas las modalidades de caza que el hombre ha venido desempeñando, bien como una actividad de prestigio, así como para proteger sus cultivos o disponer de una fuente de alimento, que como sabemos llegaba a permitir muchas veces que en una casa hubiese algo que poder llevarse a la boca. Es precisamente en estos últimos dos casos, en los que era usual que en muchas de las explotaciones rurales que cubren nuestro territorio, se pudiera desempeñar su práctica, gracias a la disposición de animales que frecuentan fincas o zonas de cultivo, donde este tipo de actividad históricamente fue algo común y aceptado entre la mayor parte de la población.

Los métodos con que labradores y pastores practicaban la caza siglos atrás en el interior andaluz, no presentarán grandes diferencias respecto las técnicas desarrolladas en otros puntos de nuestra geografía peninsular, yendo desde las losas o piedras planas que con una trampa podían atrapar pájaros, así como la clásica búsqueda de conejos, que gracias a la ayuda de hurones y escopeta permitían su captura, sin tampoco olvidar los viejos lazos y cepos, donde liebres, aves y otros animales que eran perseguidos para eliminar potenciales depredadores que acechaban los corrales o eran una competencia para el cazador, harán que la variedad de técnicas y formas de cazar fuese variando con el trascurso del tiempo.

Muy perseguidos eran los jabalís, por un lado debido al daño que infligían en los campos de cultivo, así como por el aporte calórico que proporcionan, además de la calidad de su carne. Entrarían igualmente dentro de este grupo los ciervos, y que como sabemos centurias atrás era muy frecuente verlos por el interior de las sierras malagueñas.

Muchas veces la caza de estos animales se realizaba a base de trampas, mientras el labrador se dedicaba a trabajar la tierra o el pastor a sacar sus reses. Como hemos indicado, esta actividad tenía como principal objetivo una regulación de las especies del hábitat antropizado, mejorando así las labores de protección de cultivos o zonas de explotación animal, tal y como apreciaremos en los puntos donde se cuidaba al ganado, así como en zonas donde habían vasos o colmenas, que como complemento económico del cortijo, bien para la extracción de cera o miel, era necesario tenerlos bien vigilados, no fuese que los tejones pudieran acercarse más de la cuenta y echar al traste con toda la producción.

Término municipal de Cañete la Real

Las zonas de la explotación en las que había presencia de alguna charca o balsa de agua, eran espacios donde se acumulaban multitud de animales, con especial intensidad en épocas estivales o de escasas lluvias, cuando la búsqueda de estos reservorios era casi una necesidad para su supervivencia. Es por ello que junto a sus alrededores era normal que los cazadores realizasen largas esperas, y que tenían como propósito dar con una presa en concreto, intuyendo con anterioridad en qué momento el animal podía llegar hasta ese punto, sin olvidar del mismo modo el empleo de otras técnicas de espera y uso de reclamos, como sucederá en el caso de la caza de la perdiz, la cual como sabemos consiste en atraer este animal hasta el lugar, valiéndose de un ejemplar que se dejará enjaulado y que servirá como señuelo. 

Igualmente no pueden dejarse de lado los utensilios auxiliares, que como los cuernos muchas veces se emplearán para guardar la pólvora de las escopetas, ya que este tipo de piezas era de las más recomendables para proteger y aislar este producto de la humedad.

Tampoco hemos de olvidar que dicha actividad se podía desarrollar de manera conjunta con vecinos y amigos en determinados fines de semana al año, así pues, el domingo, y que era el día en el que muchos labradores tenían un respiro, estos se desplazaban con sus mulas y acompañantes, para que dentro del cortijo o la finca de un particular (siempre bien provistos de botas de vino, pan, carne y aguardiente) junto con la inestimable ayuda de perros preparados para la ocasión, se pudiera llevar a cabo una jornada de las que quedaban para el recuerdo, y en las que siempre se engrandecía y vacilaba sobre la cantidad de piezas cobradas por los asistentes. Tampoco faltaban multitud de creencias sobre técnicas y conocimientos que permitían que el cazador contara con una mayor cantidad de posibilidades para incrementar sus capturas. Algo que ya se recoge en los viejos tratados de montería y caza, que además de la tradición oral junto con la experiencia, se iba transmitiendo de forma hereditaria de mayores a jóvenes.

Al respecto, no serán pocas las leyendas que girarán alrededor de los ciervos, a quienes además de darles virtudes curativas, desde su sangre o cornamenta, se sumarán relatos que mitificaran su imagen, alertándose de su habilidad para presagiar la presencia de personas a larga distancia, sin olvidarnos del problema que generaban los lobos, al convertirse estos un competidor más con el que había de lidiar el cazador.

Un hecho parecido ocurría con el jabalí, una especie fuerte y que prefiere la noche para hacer de las suyas, representando a la vez un peligro, debido a los colmillos cortantes con los que cuenta para poder defenderse.

Tampoco podemos pasar por alto la cabra montesa, otro de esos animales muy valorados en el ámbito cinegético desde siglos atrás y que abundaba en estas tierras, que debido a su gusto por frecuentar las zonas altas de cumbres y de difícil acceso, siempre fue una presa complicada de cobrar.

Conocemos nombres de partidas dentro del término municipal de Cañete la Real que nos hablan de la presencia de algunas de estas especies, es el caso de la haza del cochino (en alusión al jabalí), o la partida de las madrigueras, entre otras.

David Gómez de Mora

sábado, 11 de marzo de 2023

La caza antaño y el mundo rural

La caza siempre ha sido un elemento a tener en cuenta, que va más allá del prestigio social que históricamente se le ha dado en las diferentes culturas que han poblado nuestro territorio, o esa especie de academia que preparaba a los hombres ante la inminente llegada de algún conflicto y que movilizaba las levas de la nación.

Si nos remontamos a autores clásicos, apreciaremos como el mismo Platón sostenía que era indispensable partir de una sociedad fundamentada en una jerarquía que permitiese que el ser humano pudiera disponer y satisfacer de unas necesidades humanas como las que la caza le permitían alcanzar, cosa que hasta no hace mucho tiempo casi nadie ponía en tela de juicio, pues no pocas familias consiguieron alimentar a sus hijos en tiempos de miseria gracias a los recursos animales que les ofrecía el lugar en el que se encontraban.

Tampoco podemos olvidar que la caza ha ido asociada de forma paralela a una sociedad que por necesidad siempre fue armada, en un contexto popular, donde la tradición armamentística fue habitual, y en el que la escopeta del abuelo se heredaba de la misma forma que se hacía con los aperos de labranza o el carro con el que se iba a faenar al campo.

Las armas eran indispensables para defenderse de aquellos depredadores que acechaban el ganado que daba de comer a una familia, así como para proteger al arriero que había de cubrir distancias considerables por lugares apartados y repletos de asaltantes, así como un sinfín de otras muchas situaciones, que al fin y al cabo, explican ese nexo inmemorial entre la caza y el mundo rural.

Acuarela de un cazador (Hugo Mühlig)

David Gómez de Mora

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).