martes, 29 de septiembre de 2020

La heráldica de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela

Entre los diversos elementos decorativos que componen la Iglesia de San Bartolomé de Villarejo, uno de los más destacados son una serie de blasones que decoran la zona superior de cada una de las esquinas de la capilla mayor del templo. A falta de un análisis detallado de los mismos comprobamos como en realidad se tratan de diferentes armas heráldicas que hacen alusión a los cuarteles que lucieron en sus escudos los señores de la población. Dos de estos pueden distinguirse fácilmente, tal y como sucede con una banda, que a priori podría vincularse con diferentes familias, como pueden ser los Albornoz o los Sandoval, estos últimos posibles candidatos por su vinculación histórica con los señores del lugar y posteriores Condes de La Ventosa. Más claras nos resultan las tres fajas jaqueladas y que podemos atribuir a los Sotomayor, y que tendrían su origen en Elvira Carrillo Mendoza de Sotomayor, mujer que precisamente será la esposa de Gutierre de Sandoval, linaje al que como intuimos pudiera invocar el otro escudo.

Respecto a los dos restantes que a duras penas podemos identificar, en uno de ellos si que hemos apreciado el detalle de una cruz floreteada, lo que siguiendo la heráldica de los señores nos hace pensar en el blasón de los Coello, y que como sabemos tenía ocho de estas en su bordura. El restante se halla en tan mal estado que resulta casi imposible esclarecer algún tipo de paralelismo.

Escudo de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela y que nosotros atribuimos a los Sotomayor (tres fajas jaqueladas de oro y gules en cuatro órdenes). Imagen de Raúl Contreras

Las armas de la Iglesia estarían estrechamente vinculadas con la línea de Pedro Coello de Ribera y Zapata, señor de Villarejo de la Peñuela, Cabrejas y Valmelero, así como su esposa Constanza de Sandoval y Coello de Mendoza. Esta era hija de Juan de Sandoval y de Luisa Coello de Mendoza (quien guardaba consanguinidad con su yerno por la línea de los Coello). Los abuelos paternos de Constanza eran Gutierre de Sandoval (de los Señores de La Ventosa) y Elvira de Mendoza y Carrillo, hija a su vez de Pedro Carrillo de Mendoza y Sotomayor (II Conde de Priego y halconero mayor del Rey). Pedro Carrillo era a su vez hijo de Diego Hurtado de Mendoza (I Conde de Priego, Señor de Castilnovo, la Parrilla, Villar del Saz, el Águila, los Pechos y Martiniegas de Guadalajara) y Teresa Carrillo de Sotomayor, hija de Pedro Carrillo y Guiomar de Sotomayor, línea por tanto de la que descenderían las armas de este linaje y que se representan en este escudo del templo.

Armas de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela. Imagen de Raúl Contreras

No olvidemos que en Cabrejas todavía se conservan las armas de los antiguos Condes de La Ventosa y Señores de Villarejo de la Peñuela (apareciendo en el primer cuartel el escudo de los Coello; el segundo sería el que nosotros identificamos con los Sotomayor, no obstante, erróneamente más de un investigador se ha referido al mismo como de los Ribera, nada que ver en realidad, puesto que en el caso de los primeros sus fajas no son lisas como las de los Ribera; a continuación en el tercero vemos las armas de los Zapata, y por último un blasón partido que nos recuerda al de los Carrillo de Mendoza).

Escudo de Diego Carrillo de Mendoza (III Conde de Priego). Este se halla ubicado en la calle San Pedro de Cuenca, número 56. Diego Carrillo de Mendoza Quiñones (III conde de Priego, señor de Escavas y Cañaveras), estaba casado con Guiomar de Mendoza, hija de Pedro Hurtado de Mendoza. Diego era hijo de Pedro Carrillo de Mendoza (II conde de Priego) y nieto de Diego Hurtado de Mendoza (I conde de Priego), quien contrajo matrimonio con Teresa Carrillo de Sotomayor. Imagen de wikipedia.org

Escudo de los Condes de la Ventosa, señores de Villarejo y otros lugares. Imagen de Paloma Torrijos

Genealogía de los Condes de La Ventosa y Señores de Villarejo de la Peñuela (elaboración propia)

David Gómez de Mora

Algunas de las obras pictóricas de la Iglesia de Villarejo de la Peñuela

La provincia de Cuenca está repleta de Iglesias con multitud de piezas artísticas que reflejan parte de su historia, como de la forma de vida, creencias y tradiciones sobre la que se cimentaron los valores y el quehacer diario de muchos de nuestros antepasados. Recorrer sus pueblos visitando los principales edificios que se erigen sobre sus calles, resulta una labor indispensable para cualquier curioso o amante del pasado, que desea conocer con precisión como funcionaban estas localidades agrícolas desde su parte más interna.

Villarejo de la Peñuela es una de las tantas poblaciones que antaño se consolidó gracias al esfuerzo de labradores y pequeños comerciantes que durante siglos se mantuvieron fieles al desarrollo de un modo de vida, que permanente los unía al trabajo y mantenimiento de unas tierras que se iban transmitiendo de generación en generación. Al fin y al cabo, era uno más de esos enclaves forjado por las características señas de identidad localista, que se cimentaron a través de la potenciación de políticas matrimoniales cerradas, un hecho reflejado en sus registros parroquiales, y que resultaban casi indispensables para el mantenimiento de un modelo social de aquella índole.

La Iglesia de San Bartolomé de Villarejo era el principal centro neurálgico de la población. Un tesoro arquitectónico de enorme valor por los entresijos que encierran algunas partes del edificio, empezando desde lo alto de su campanario, hasta llegar a los detalles más minuciosos y que presenciamos en algunas zonas del templo, como sucede con sus paredes.

Como muchas de las Iglesias del país, las sucesivas guerras en las que se ha visto involucrado nuestro territorio, fueron dañando con el paso de los siglos parte de la estructura y mobiliario que la componían, no obstante, en el caso de Villarejo, esta todavía sigue albergando parte de su encanto, ya que son muchas las historias que han acontecido y de las que permanecen resquicios prácticamente olvidados. La antigua sociedad villarejeña, como no iba a ser de otro modo, era proclive al desarrollo y mantenimiento de unas costumbres y tradiciones, en los que la religiosidad siempre tuvo un peso innegable.

Uno de los elementos que manifiestan ese carácter, son algunas de las obras artísticas del templo. A priori se trata de piezas que bien podrían haber sido realizadas por algún pintor local, pues su factura es bastante tosca, no obstante, desde el punto de vista simbólico su valor es destacado, pues son a día de hoy uno de los escasos testimonios físicos que desde la perspectiva pictórica nos han llegado sobre el sistema de creencias e ideas que celosamente practicaban y defendían muchos de los vecinos que residieron en el lugar. Es por ello que a continuación nos gustaría efectuar una pequeña descripción sobre dos lienzos estrechamente relacionados con las antiguas festividades que se celebraban en el municipio. Por un lado tenemos uno en el que se representa a San Francisco de Asís, mientas que otro dedicado a la figura de San Antonio de Padua.

Lienzo de San Francisco

San Francisco de Asís, (1182-1226), fue el fundador de la orden de frailes menores, más conocidos como franciscanos. Procedente de una familia acomodada, dejó todas sus riquezas y lujos materiales para dedicar su vida a Cristo y a la oración. Su hábito, al igual que el de Antonio de Padua, es marrón o gris, portando un cordón con tres nudos, que simbolizan los votos de pobreza, castidad y obediencia. Una de las representaciones más habituales fue el momento en que tuvo la visión de Cristo crucificado y recibió los estigmas en el monte Alvernia. De hecho, se le suele reconocer rápidamente en las obras pictóricas por ese motivo. Esta iconografía estuvo muy de moda durante la Contrarreforma, especialmente cuando a dichas composiciones pictóricas se le añadía una calavera que hacía referencia a la mortalidad del hombre (1).

Fruto de su vida austera y dedicada a la oración, es la evocación que nos muestra esta pieza, cuando en 1224 mientras se encontraba retirado predicando en el monte Alvernia, Francisco tuvo una visión en la cual se le apareció “un hombre en forma de serafín con seis alas, los brazos abiertos y los pies juntos en forma de cruz. Mientras contemplaba la aparición brotaron en el cuerpo del santo las marcas de las heridas de Cristo, donde permanecerían hasta su muerte dos años más tarde” (2). No obstante, según otras versiones, como por ejemplo la de Buenaventura, substituían la imagen del serafín por la figura de Cristo, tal y como podemos ver en este cuadro (3). De hecho es una de las iconografías que más han perdurado (4).

En esta composición, de influencia barroca (en diagonal), aparece el santo arrodillado con los brazos abiertos recibiendo las señales del martirio en las palmas de sus manos. La figura está un tanto desproporcionada, por lo que seguramente se trate de una obra de un autor local. No obstante, sigue los modelos de pinturas o estampas similares que se conocían en ese momento y que adoptaron esta representación plenamente asumida ya en la iconografía del santo. En cuanto a las tonalidades, recuerda mucho a la pintura tenebrista barroca, en donde una luz artificial ilumina el rostro del santo así como la figura de Cristo, ya que es lo más importante a destacar, mientras que el resto del paisaje o la indumentaria están pintados en tonos más oscuros, quedando en un segundo plano.

Lienzo de San Antonio de Padua

La otra pieza que queremos destacar en este artículo está dedicada a Antonio de Padua, personaje nacido en Lisboa que formó parte de la orden franciscana, llegando a ser uno de los destacados doctores de la Iglesia, de ahí que en su tiempo nadie pusiera en tela de juicio su enorme conocimiento sobre las Sagradas Escrituras, las cuales se dedicó a predicar, a la vez que difundía los preceptos franciscanos.

San Antonio se convertirá en el patrón de Padua, donde finalmente murió (5). Normalmente se le representa con rostro de hombre joven, vestido con el hábito franciscano, en este caso de color marrón, y con la flor de lis, que evoca la pureza, y al mismo tiempo el alejamiento de los pecados y la vida material, simbolizando los valores de la escuela franciscana: austeridad, castidad y la huida de los placeres mundanos.

 

Una de las representaciones iconográficas más habituales es esta: el santo con el niño Jesús sobre la Biblia. Este fue un tema recurrente en las artes derivadas de los preceptos de la Contrarreforma. Responde, concretamente a una de las visiones que el santo tuvo mientras rezaba, cuando pidió a la Virgen que le permitiese abrazar al niño Jesús. Aunque, otra versión aseguraba que la visión que tuvo se produjo mientras estaba leyendo, cuando de repente el niño se le apareció y acabó posándose sobre él (6). A partir de este relato, se le puede representar abrazándolo o sosteniendo la Biblia con el niño. En esta pintura se optó por plasmar la segunda versión del milagro.

Estilísticamente, la pieza se sitúa en una habitación a la que se abre una ventana en la esquina superior izquierda, creando un punto de fuga y, por tanto, generando cierta profundidad en la propia composición. Por otro lado, mientras los tonos de la habitación y el ropaje del franciscano son oscuros (el espacio donde se encuentra queda en un segundo plano), los rostros de las figuras están iluminados de forma artificial, potenciando aún más si cabe la escena en cuestión.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

(1) HALL, James, Diccionario de temas y símbolos artísticos, Madrid, Alianza, 1996, p. 169.

(2) Ibid., p. 171.

(3) Ídem.

(4) CARMONA MUELA, Juan, Iconografía cristiana. Guía básica para estudiantes, Madrid, Istmo, 2001, p. 90.

(5) HALL, James, Diccionario de temas y símbolos artísticos, Madrid, Alianza, 1996, pp. 44-45.

(6) CARMONA MUELA, Juan, Iconografía cristiana. Guía básica para estudiantes, Madrid, Istmo, 2001, p. 91.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Notas de interés en el libro de defunciones de Villarejo de la Peñuela (finales del siglo XVI)

Una de las fuentes de información de mayor relevancia con la que contamos para reconstruir parte de la historia de esta localidad es su fondo parroquial, y que como ya hemos comentado en alguna ocasión se halla custodiado en el Archivo Diocesano de Cuenca, conservando mayormente parte de lo que era la antigua colección de volúmenes sacramentales que a lo largo de los siglos fueron anotando los curas de la Iglesia de San Bartolomé. Sin lugar a dudas una referencia esencial para conocer un modesto vecindario con el trascurso de las centurias, que a través de detalles como las últimas voluntades y distintas alianzas matrimoniales que se irían celebrando entre sus gentes, nos refleja parte del modo de vida que desempeñaron muchos de nuestros ancestros.

Al respecto hemos estudiado con bastante detalle lo que sería el segundo libro de defunciones, pues en el mismo aparecen datos de interés que nos hablan sobre algunas de las familias más importantes del municipio. Ejemplo de ello son los Sainz, Sanz, Saiz o Sánchez, idéntico linaje y que como podemos apreciar se escribirá de distintas formas. Los Sainz fueron entablando relaciones que crearían varias ramas del linaje, como ocurrirá con la de los Saiz-Grueso, una de las más prósperas del lugar. Conocemos el caso de María Saiz, fallecida en 1583 y casada con un labrador de esta misma estirpe (fol. 24 y 24-v.). Según su partida, María haría su testamento ante el escribano de Valdecolmenas de Arriba Domingo de Palomares. En el mismo podemos ver como se encargan varias fiestas de aniversario que acabarán recayendo sobre sus hijos, dos para Julián Saiz (los días de San Sebastián y San Miguel), y la otra para su vástago Domingo Saiz en el día de San Juan.

Ese mismo año moría Isabel Sainz de la Peña, mujer de Lázaro Sainz. Esta dejaría por cabezaleros a su hijo Francisco Saiz, junto a Francisco de la Peña. Entre sus mandas podemos leer la creación de una memoria para el día de la transfiguración sobre unas casas que compró y lindaban con las de Pedro Marín, parte de cuya mitad serán para su hija Ana Sainz, creando así un vínculo perpetuo que recaerá sobre el hijo mayor de su descendencia. Como dato de interés remarcar que Julián Saiz-Grueso morirá en 1586 (fol. 36) haciendo su testamento en Valdecolmenas de Arriba ante el escribano Domingo de Palomares.

La familia Saiz había entroncado con la casa de los Peña, otro linaje local que durante la centuria posterior se proyectará de un modo satisfactorio en las filas del Santo Oficio de la ciudad de Huete, espacio desde el que mejorará notablemente sus políticas matrimoniales y aspiraciones de futuro. Bartolomé de la Peña fallecía en 1588 teniendo por cabezaleros a su hijo Francisco de la Peña y a Pedro Saiz-Grueso, solicitando una fiesta de aniversario, dejando además una memoria anual a su vástago Antonio Saiz de la Peña sobre una finca de 12 almudes de cebada. También será destacada la partida de defunción de Bartolomé Sanz (fol. 44-v), quien redactó su testamento ante el escribano Juan Ruiz de Barcana, y que cita a su hijo Domingo Sanz informando de como una de sus propiedades linda con la de la capellanía de Miguel Sanz de Ortega.

En 1591 fallecía María Martínez, esposa de Julián Sainz (fol. 52), esta hizo su testamento ante Francisco Agudo, escribano de Abia, pero que como hemos podido averiguar años antes estuvo de paso en esta villa, dejando por cabezaleros a su marido y al clérigo Juan Fernández de Castro, quien se encargaría de decir las 75 misas que esta pediría por su alma y las de sus seres queridos. Otro testamento fue el encomendado por Ana Sanz, esposa de Juan Sanz, quien falleció el 3 de julio de 1592 (fol. 53). Esta solicitará poco más de sesentas misas, indicando que algunas se encargara de realizarlas Pedro de Castro, a quien también nombra como uno de sus cabezaleros. Hará recaer sobre su hijo Miguel Saiz una fiesta de aniversario sobre un mazuelo que lindaba por abajo con las tierras del citado Pedro. No olvidemos que esta familia de la nobleza local y que en Gascueña ya había intentado demostrar su impronta hidalga fue otra de las más importantes que apreciaremos en el vecindario villarejeño. No es por ello casual que todavía se conserve en una de las principales viviendas y que quedaba anexa al antiguo palacio de los Señores de Villarejo su escudo de armas. Y es que los Castro vieron en la familia Saiz uno de los principales cimientos desde los que fortalecer su estatus.

En el año 1592 fallece Juan García (fol. 56-v), personaje de interés que mandó 127 misas y que tenía por suegro a Martín González. Este solicitará la construcción de una pequeña ermita en unos terrenos que habían pertenecido a la familia (“el parralejo”) bajo la advocación de Santa Lucía. Para que esto se cumpliese exige que la “sustente mi hijo o sus herederos factiblemente”. Como inversión inicial dedicará 10 ducados más la venta de su hacienda si resultase necesario (fol. 57). Su hermana era María García, esposa de Julián Sanz. Su mujer era Ana González, mientras que su sobrina María de Alcázar. Juan destinará otras donaciones económicas a las ermitas de Santa Catalina (en Abia), con media docena de ducados, y a la de San Miguel con cuatro ducados, además de una misa de aniversario anualmente para la Virgen de las Nieves. En 1594 moría María López, mujer de Bartolomé de la Peña (fol. 63 y 63-v), esta pedirá más de 70 misas, las cuales distribuirá entre Villarejo (40), y Villar del Maestre (20), de donde podría ser natural, ya que para las ánimas de sus padres y hermanos solicitará otra decena en este mismo lugar. Por aquellas fechas era escribano en Villarejo Martín Sánchez.

David Gómez de Mora

Bibliografía

* Archivo Diocesano de Cuenca. Volumen II de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595). P. 2125, Sig. 113/14


sábado, 26 de septiembre de 2020

Los Jarabo

El apellido Jarabo está estrechamente asociado con uno de los linajes más importantes que han existido en determinados municipios del territorio optense, hecho comprobado desde la perspectiva historiográfica en enclaves como Gascueña o La Peraleja, donde de manera ininterrumpida han sido una de las casas mejor posicionadas con el trascurso de los siglos. Las múltiples reseñas que extraemos a través de documentación testamentaria, la posesión de cargos destacados, además de muchas situaciones que reflejan la trayectoria y méritos obtenidos por varios de sus representantes, son sólo un pequeño ejemplo del rol que jugaron dentro de las élites rurales de esta zona de la Alcarria conquense.

Celebres y reputados historiadores como don José María Álvarez Martínez del Peral intentarán relatar el poder del linaje, efectuando una relación con la familia noble de los Jaraba, de quien siempre se ha creído que eran descendientes tras una mutación del apellido que acabaría masculinizándolo.

A día de hoy el investigador que más tiempo ha dedicado al estudio de este linaje es el magistrado y descendiente de La Peraleja, don Alberto Jarabo de Calatayud, quien durante dos décadas ha analizado a fondo parte del pasado de muchas de las líneas de esta familia, y que como bien sabemos en buena medida proceden de la casa afincada en esta localidad, a través de la descendencia de un personaje que vivió durante el siglo XVI y sobre el que vamos a hablar más adelante. Será precisamente a partir de uno de sus hermanos, Juan Jarabo de Uterviejo, sobre quien conocemos muchísimos detalles de la familia gracias a su testamento. Juan será una figura estrechamente vinculada con los grupos de poder que antaño había en estas tierras, y sobre el que en un futuro nos gustaría ahondar. Sabemos que la cantidad de propiedades agrícolas sobrepasaba el centenar, expandiéndose por diferentes municipios como Uterviejo, Verdelpino y Carrascosilla. Hemos de pensar que no todos sus bienes se adscribieron dentro de la figura del mayorazgo que acabó consolidando, pues veremos como algunos no quedarían sujetos, sin contar los sustanciosos lotes de tierras que recaerían sobre sus hermanos, fenómeno por el que resulta complicado precisar el patrimonio total acumulado por su padre antes de repartirse entre sus hijos.

El tiempo iba pasando, y siguiendo la apacible rutina de estos pueblos, la familia desempeñaría una proyección social poco ambiciosa, que la reduciría al ámbito local, donde las alianzas matrimoniales entre familias del mismo lugar estaban a la orden del día. Así seguiría trascurriendo el modus vivendi de aquellas casas de labradores, cuando entrado el siglo XIX, estos seguían manteniendo parte del poder que ya desempeñaron desde épocas pasadas. Recordemos al respecto que en el caso de La Peraleja, los representantes mejor posicionados de la familia resaltarían su posición a través de la construcción de una bonita tumba familiar y que podemos apreciar dentro del cementerio municipal. Nada extraño si tenemos en cuenta que por aquellas fechas los descendientes de Bonifacio Jarabo seguían siendo una de las casas más ricas del pueblo, fenómeno que fortaleció más si cabe su posición cuando la línea principal se volcaría con la causa liberal tras el estallido de las guerras carlistas, consiguiendo por ello su reconocimiento como caballeros de la Orden de Isabel la Católica a través de la figura de don José Jarabo Martínez, y que llegó a ser alcalde del municipio. A través de este como de sus hermanos y primos irán expandiéndose varias líneas que dejarán una destacada descendencia que ha llegado hasta el día de hoy por línea recta de varón.

Al respecto, siguiendo con las políticas de ascenso social, veremos enlaces que los relacionarán directamente dentro del círculo nobiliario, hecho que les sucedería con los Sandoval, tras entroncar estos con una de las líneas de los Jarabo de Gascueña. Será precisamente un señor de esta vecindad, don Juan Matías Jarabo y Cantero, quien a principios del siglo XIX emprendió la carrera de jurisprudencia en Alcalá de Henares, graduándose en derecho y llegando a ser Doctor en cánones. Entre su hoja de méritos que hallamos en el Archivo Histórico Nacional podemos leer que en 1811 fue abogado titular por los tribunales nacionales, así como once años después consiguió ser nombrado alcalde constitucional ejerciendo como juez de primera instancia en Priego. Durante 1821 fue capitán comandante de la milicia local de Gascueña, municipio que se acabaría convirtiendo en uno de los principales bastiones de la causa liberal tras el estallido de las guerras carlistas, y que como bien sabemos durante la primera contienda puso en jaque en más de una ocasión a los combatientes facciosos que lucharon con entrega y valor por la victoria del pretendiente don Carlos a lo largo de esta comarca.

Resultará imposible pasar por alto municipios de la zona, como será el caso de Mazarulleque, Tinajas, Saceda del Río o Bonilla, este último donde Melchor Jarabo a principios del siglo XVI ya era familiar del Santo Oficio. En Caracenilla tenemos constancia de que la familia dejará algún descendiente que en el siglo XVIII acabará casando con un integrante de la casa de los Alcázar.

Ermita de la Virgen del Monte de La Peraleja

A la pregunta de, ¿quien fue el primer miembro del linaje en llegar a La Peraleja?, debemos de responder que se trataría de Bonifacio Jarabo, quien a pesar de ser el progenitor en el municipio no tuvo ningún inconveniente en hacerse con la alcaldía del lugar. Su padre era el antes referido Juan Jarabo, quien desde su casa principal de Gascueña tenía a su servicio varios criados, cosa nada extraña teniendo en cuenta la acumulación de patrimonio agrícola. Muestra de ese poder queda reflejado en el pleito suscitado sobre Preguezuelo entre las localidades de Gascueña y Tinajas, cuando extraemos por el testimonio de algunos vecinos que dicho Bonifacio tenía dos hermanos (Crisógono Jarabo y Miguel Jarabo), ambos regidores, además de poseedores de diversas propiedades en el municipio. Parece ser que la familia Sandoval llegó a ofrecer a Juan Jarabo parte del término de Preguezuelo, negociacón que de ser aceptada hubiera resuelto parte del conflicto. La oferta planteada a Juan ascendía a un coste total de 9000 ducados.

Parece ser que Juan meditaría la posibilidad, pues dinero no le faltaba, lo que únicamente le hubiese supuesto una incorporación adicional a la ingente cantidad de tierras que ya poseía y que como habíamos citado acabará volcando parcialmente en la herencia de su hijo Juan Jarabo -el mozo-, quien será reconocido con el distintivo del “de Uterviejo”, por tener allí morada y ser alcalde de dicha aldea. Resulta interesante la negativa a aceptar esta operación por parte de Juan cuando leemos que los labradores Hernán Martínez, Juan de la Cuesta y el Bachiller Cuesta se dirigieron hacia su hogar para pedirle que llegara a un acuerdo con la familia Sandoval.

La negativa de Juan a esas tentativas resultó tajante, pues el terrateniente declinaría el sugerimiento argumentando que la productividad de aquel terreno en relación con su coste era muy mala, añadiendo que previamente este ya había comprado otras tierras en la misma zona, no resultándole satisfactoria la inversión viendo la calidad de las misas, razón más que suficiente para que la familia optara por escurrir aquel compromiso, y que como veremos con el paso de los años iría enfrentando a los municipios de Gascueña y Tinajas. No olvidemos que los Jarabo ya tenían una ingente cantidad de fincas, pues tal como afirmarán algunos testigos, Juan Jarabo era uno de los labradores más potentes del territorio. Así lo confirmará Julián del Egido -el viejo-, vecino de Olmeda de la Cuesta, o Agustín Rubio, quien decía de Juan Jarabo que “fue uno de los hombres más ricos que en aquel tiempo había en este lugar”.

Sirvan estas notas como unas reseñas adicionales sobre la historia de una familia sobre la que en un futuro nos gustaría seguir investigando y publicar mucha más información.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. 10 Legajos (se inician en 1559). Sobre la Ejecutoria contra doña Blanca de Sandoval, vecina de la ciudad de Huete, a favor de los vecinos de Gascueña y autos con los vecinos de Tinajas sobre el término de Preguezuelo.

* Archivo Histórico Nacional. Consejos n.º 13.363. Juan Matías Jarabo y Cantero

sábado, 19 de septiembre de 2020

Nobleza sospechosa y adquisición de apellidos con solera. El caso de Buenache de Alarcón

Alguno de los estudios en el ámbito de la nobleza española publicados por el profesor Enrique Soria (2009), han puesto de manifiesto que la idea que hemos concebido hasta la fecha sobre la información genealógica e histórica de muchos linajes que representaron parte de las élites de este país, ha sido en realidad un producto de las circunstancias del momento, en las que se entremezclan una compleja maraña de intereses donde irían convergiendo el miedo a la persecución por un pasado religioso ajeno al cristianismo, las ganas de mejorar una posición social y los consiguientes intereses en fortalecer un nombre, que sólo podía proyectarse adaptándose a unas respectivas normas, estrictas y contradictorias.

Entre las muchas estrategias que servían para evadir aquel tipo de persecuciones, existía la posibilidad de adquirir un apellido vinculado con alguna de las grandes casas de la nobleza peninsular. Por norma general, aprovechando que en su mayoría estos eran compuestos, se adjuntaba una parte complementaria, que en el caso de Buenache y sus alrededores, al no haber establecida una tradición que obligara a portar el apellido paterno, fomentaba la proliferación de curiosas intercalaciones, que potenciaban este tipo de operaciones disuasorias.

Resulta interesante al respecto una cita que aparece en el interrogatorio sobre las informaciones genealógicas de Pedro del Castillo Reyllo y su esposa María Saiz Chicano, cuando entre los testimonios podemos leer que María Guzmán, viuda de Julián Martínez Abad, hablando con Miguel López Cisneros, este le comentaba que el pretendiente Pedro del Castillo era judío, añadiendo que “en la huerta le dijo a esta el dicho Miguel López que hay Jimena, o, Guzmana, que no sé cuál apellido de los dos, solo que ambos son buenos, y estos hinchados de Pedro del Castillo se firman Ximénez y aunque son buenos por este apellido no son de los nuestros, y esta testigo le dijo al dicho Miguel López que callase y no se metiese en estas cosas” (fol. 153).

Como podemos comprobar, en este relato cabe reseñar la definición de apellido “hinchado”, un concepto que evidencia una realidad, y que era la de engrandecer el nombre de un linaje, aprovechando la buena situación de otro parecido con el que se pudiera confundir. Precisamente, este tipo de cuestiones se nos plantea con varios apellidos de la localidad, siendo alguno de ellos, dos de los anteriormente citados. Comenzaremos comentando la situación en la que nos encontramos con respecto a los Ximénez de Cisneros de Buenache, sobre quienes hasta la fecha no queda para nada claro si en realidad llegaron a guardar en algún momento de su historia una probable vinculación con la histórica familia de Torrelaguna, o todo ello obedece a una estrategia de enaltecimiento del linaje local.

Ya en un pequeño artículo del año 2018, comentábamos sobre estos que “ignoramos si existe o guardan algún nexo con la línea principal de donde procedía el famoso Cardenal, aunque no es precisamente casualidad que en Motilla del Palancar y alrededores hubiese otras tantas casas que conectan con el tronco fundacional. En este sentido es sabido que durante el siglo XV, estuvieron residiendo alguno de sus integrantes en Buenache, por el parentesco que les recaía con los Muñoz”. Cabe por ello ser críticos y preguntarnos seriamente si los Ximénez de Cisneros de Buenache estuvieron en origen vinculados con la línea fuerte de este mismo apellido.

¿Se trataba de linajes del municipio que para engrandecer su nombre construían un relato ficticio basado en una genealogía que realmente les era ajena?, ¿o simplemente estamos ante líneas segundonas que difícilmente se pueden rastrear por la ausencia de una envergadura social, que las recluyó a un olvido del que es complicado llegar a esclarecer alguna conclusión final?

Al respecto, sabemos por ejemplo que en el caso de la cercana Motilla del Palancar, existe una limpieza de sangre con la referencia del legajo 205, nº2332 en el Archivo Diocesano de Cuenca, vinculada a Juan Saiz Moreno, quien en 1556 se dice que además de labrador, era hijo de Antón López-Moreno y Leonor de Villaescusa, así como nieto de Juan Saiz Moreno y Olaya López (por el costado paterno), y de Juan de Villaescusa y Catalina García por la línea materna. A partir de esta información comienzan a surgir muchas dudas que reflejan la aparición de dos discursos completamente diferentes. Si es cierto que en el referido legajo se refleja que la familia de Juan porta sangre de cristianos viejos, no obstante, existen una serie de incongruencias que al menos, hacen pensar en una manipulación de la historia familiar a posteriori. Así, primeramente veremos como de la abuela paterna (Olaya), y que de ser descendiente de la ilustre familia que se le asigna en un tratado del siglo XVIII (como mínimo se tendría que haber efectuado alguna mención, o al menos, invocarse aunque fuera de modo residual el apellido Ximénez), hecho que no ocurre, pues no se dice nada al respecto. En cambio, si seguimos su genealogía a través del trabajo de Alfonso Guerra leeremos como en el capítulo séptimo a esta se la presenta como “Doña Olaya López de Cisneros, hija que fue de los dichos D. Antonio López y Doña Catalina Ximénez de Cisneros, la buena, fue décima primera nieta del Rey Don Alonso el Sexto, y como caso en la Villa de la Motilla del Palancar con Don Juan Saiz Moreno de la Plaza, Caballero notorio de Sangre, de cuyo matrimonio fueron sus hijas Doña Juana Saiz Moreno de Cisneros, de quien es el capítulo siguiente y Doña Catalina Moreno de Cisneros”.

Referencia al caballero don Juan Saiz Moreno de la Plaza, y que en la limpieza de sangre de 1556 se reduce al nombre del labrador Juan Saiz Moreno (Alfonso Guerra, 1716).

Resulta como poco sorprendente que el marido de Olaya fuese caballero, y en el documento de la limpieza de sangre de la Inquisición únicamente este quede reducido a un simple labrador cristiano viejo, del que por cierto nuevamente se acorta el apellido, pues tampoco aparece el “de la Plaza” que Guerra invoca en su tratado. Obviamente, esta serie de cuestiones difícilmente pueden explicarse por un cúmulo de casualidades.

No obstante, la cosa empeora en dicha certificación, cuando apreciamos como son citadas dos hermanas de Antón López-Moreno. Ambas aparecen tratadas como descendientes directas del rey Alfonso VI, siendo llamativo que sobre su hermano, y como descendiente por línea recta del esposo de Olaya, se omita cualquier alusión que corroborara su existencia. Para engrandecer el relato se citarán otros ilustres antepasados entre los que está el famoso don Fernando Ruiz Ceballos de Alarcón, quien según la tradición se decía que tomó la fortaleza de Alarcón durante la conquista de las tierras conquenses en el siglo XII.

Genealogía de Olaya López, esposa de Juan Saiz Moreno, según la ascendencia que describe Alfonso Guerra en 1716 (elaboración propia). La línea que se invoca en Buenache procede del matrimonio entre don García Ximénez de Cisneros, de quien se relata que en segundas nupcias casó con la bonachera doña Elvira Muñoz.

Como hemos apreciado en la conversación mantenida entre Miguel López de Cisneros, su compañera María Guzmán pertenecía a un linaje sobre el que también existen múltiples dudas sobre su vinculación con la línea fuerte que estaba asentada en la capital conquense.

La primera reseña en la que hemos visto una pretendida vinculación de los Guzmán bonacheros con el ámbito nobiliario es únicamente por un documento inquisitorial de la limpieza de sangre de Pedro Reyllo y su esposa, una fuente obviamente de dudosa fiabilidad viendo la cantidad de incongruencias como argumentos que parten de la inventiva a la hora de defender el discurso genealógico del interesado.

Tampoco podemos olvidar que en 1616, los Guzmán se ven envueltos en un turbio asunto, y que se describe en el proceso emprendido contra Alonso Saez de Guzmán, vecino de Buenache de Alarcón e integrante de la familia de la referida María, quien renegó de Dios, de los ángeles y del bautizo, deseando que “los diablos se llevaran su alma, las de sus padres y todo su linaje”. Aquel tipo de acusaciones, especialmente sobre una línea de la familia que ya estaba en el punto de mira por sus posibles nexos con la conversión cristiana, poco o ningún favor hacían al nombre del clan, por mucho que a posteriori se pretendiera enaltecer la marca del apellido.

Idéntico fenómeno les sucedía a los Silva bonacheros, aquellos que para magnificar todavía más si cabe su solera bautizarían a varios de sus hijos con el nombre de Rodrigo. La jugada no era casual, pues conocida era la figura de don Rodrigo de Silva y Mendoza, miembro de una de las familias más importantes de la nobleza española (los Duques de Pastrana). Ahora bien, parece ser que nuestros Silvas sólo tenían en común la coincidencia de un apellido que todo apunta a que adquirirían tras un claro proceso de conversión, y que el mismo silencio de los Reyllo estaría evidenciando, pues casualmente Pedro de Reyllo era descendiente de esta familia, y de la cual intentará esquivar cualquier tipo de referencia, tal y como se aprecia por las pesquisas de los interrogatorios que se le efectúan. Desde luego esta actitud era lógica y comprensible, cuando leemos que en el proceso del presbítero bonachero Rodrigo de Silva del año 1602, veremos como este será acusado de amancebarse con una prima hermana del Licenciado Parra, además de las insinuaciones infligidas contra diferentes mujeres de la localidad, es el caso de Ana Romero (la esposa de Juan de Toro), “de quien pidió su cuerpo”, o sus difamaciones contra la propia Iglesia. La gravedad del asunto alcanzaba su punto álgido cuando los testimonios del proceso afirmaban que este era en realidad descendientes de turcos, argumento que tiraba por tierra cualquier discurso que prentendiera vacilar sobre una solera nobiliaria.

Para finalizar, otra de las familias de esta localidad que intentará apoyarse en el nombre de otra casa con la que parece no tener nexos, es la de los López de Molina, y que en algún momento se hicieron llamar López Malo de Molina, en alusión a la noble estirpe castellana de los Malo de Molina. Por nuestra parte hemos investigado la genealogía desde el momento en que aparece la reseña en uno de sus miembros a través de una partida sacramental del siglo XVII, y llegados hasta mediados del siglo XVI una vez consultadas todas las líneas de antepasados (cuatro atrás), tanto en Buenache como en Valera de Abajo, y que es de donde procedía la familia, únicamente hemos apreciado que el vecino Andrés López de Molina, casado en 1592 con Juliana García Pérez, era hijo de Andrés López y María Saiz, ambos vecinos de la referida Valera de Abajo, pero de donde no sabemos a través de que ancestro invoca el Molina, aunque mucho menos el Malo. De ahí que surgen numerosas dudas como la de si fue cierto que en algún momento de su historia este linaje llegó a portar el apellido Malo intercalado entre las formas López y Molina. ¿Se trataba de una invocación legítimamente remota que pretendía rememorar el honor de la familia?, ¿o estamos ante un ejercicio más de enaltecimiento sobre un vínculo histórico que jamás existió?

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 205, nº2332

* Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 355, nº5045

* Archivo Diocesano de Cuenca. Legajo 390, nº5552

* Archivo Histórico Nacional. Informaciones genealógicas de Pedro del Castillo Reyllo y de María Saiz Chicano. Inquisición, 1551, expediente 6, año 1661.

* Gómez de Mora, David (2018). Los Ximénez de Cisneros de Buenache de Alarcón. Breves notas

* Guerra Villegas, Alfonso (1716). Certificación (…) del árbol jurídico del eminentísimo Cardenal (...) Francisco Ximénez de Cisneros. Biblioteca complutense.

* Soria Mesa, Enrique (2009). Tomando nombres ajenos. La usurpación de apellidos como estrategia de ascenso social en el seno de la élite granadina durante la época moderna. Las élites en la época moderna: la monarquía española, tomo I (2009), pp. 9-27

viernes, 18 de septiembre de 2020

Apuntes sobre la familia conquense de los Parra

Durante el siglo XVI una de las familias que irá adquiriendo cada vez un protagonismo más destacado dentro de las élites de la ciudad conquense será la casa de los Parra. Estos siguiendo una serie de políticas matrimoniales con otros linajes de similares aspiraciones y características sociales como los Pedraza, consiguieron ocupar puestos importantes dentro del seno inquisitorial de la capital.

Parte de la descendencia de los Pedraza y Villarreal se traduce en el nacimiento de don Rodrigo de Pedraza, hijo de don Rodrigo de Pedraza Salazar (Regidor de Cuenca y familiar del Santo Oficio), y doña Josefa Fernández. Rodrigo el mozo conseguiría ordenarse como caballero de Santiago. Sabemos que los suegros de Josefa eran Juan de Pedraza (familiar del Santo Oficio, fallecido en 1617 y enterrado en la capilla de su hermano), así como su esposa Catalina de Villarreal de la Parra. Es precisamente esta última persona quien más nos interesa puesto que es a través de sus antepasados donde comenzamos a apreciar el gran salto cualitativo que permitirá una proyección espectacular a varios de sus descendientes.

Catalina fue bautizada en 1556, siendo hija de Diego de la Parra (familiar del Santo Oficio) y Ana de Barajas. Estas relaciones entre miembros que se encontraban dentro de un mismo círculo social, ayudaban a mantener el nombre y promoción del clan, que afincado de manera permanente en la capital requería de una mayor capacidad de maniobra a la hora de planificar e invertir esfuerzos en tejer aquel tipo de estrategias conyugales que por un lado despejaran cualquier sospecha sobre sambenitos que acecharan a sus integrantes por estar la gran mayoría dentro de los grupos judeoconversos conquenses, y que representando una plaza dentro de la Inquisición, acababan adquiriendo a modo de salvavidas desde el que poder seguir aspirando en su senda ascendente, por otra parte, la jugada servía para consolidar un discurso de limpieza de sangre, necesario a la hora de ocultar cualquier rastro sobre su pasado religioso.

Conocemos algunos hermanos de Catalina, y que del mismo modo estaban muy bien considerados por sus vínculos con el clero catedralicio. Es el caso de don Fernando de la Parra, canónigo de la Santa Iglesia de la Catedral de Cuenca y clérigo honesto del Santo Oficio, así como su hermana doña Isabel de la Parra, mujer de don Miguel de Grimavilla, personaje que de forma nada casual también ejercía como familiar del Santo Oficio.

Heráldica del retablo anexo de la capilla de los Apóstoles de la Catedral de Cuenca costeado por el canónigo de la misma, don Fernando de la Parra y Villarreal (imagen del autor)

A esas alturas ya nadie ponía en tela de juicio el poder de los Parra, quienes hábilmente enlazaron con los Villarreal, familia que nosotros consideramos clave para entender este tipo de enlaces, y es que si los Pedraza vieron en ellos una forma de consolidar su poder, mucho antes lo habrían pensado los Parra al estudiar las posibilidades de ese linaje al ser considerados desde la primera mitad del siglo XVI como una de las casas mejor posicionadas dentro de la Iglesia conquense. Un hecho indiscutible y que se refleja en la figura del chantre de la Catedral don García de Villarreal, fundador de la capellanía y capilla de los Apóstoles de la Catedral de Cuenca, donde posteriormente don Fernando solicitará la ejecución de un retablo anexo al principal.

No olvidemos que García era una figura de enorme entereza cultural en el campo de la teología, siendo él quien solicitaría al Cabildo permiso para ejecutar la construcción de esta capilla, cuestión que tras varias discusiones y gracias a sus relaciones estrechas con la familia de los que luego conoceremos como los Ramírez de Arellano, le llevarían finalmente a conseguir su aprobación en 1527, año en que obtendrá la licencia para edificarla por un precio de 200 ducados de oro en limosna destinado a la Catedral, junto con intervenciones en otros espacios que debían ser rehabilitados, incluyéndose obviamente las obras de fabricación y que como veremos ascendían a un cómputo final bastante elevado (Albares, 2019).

Detalle del retablo anexo de la capilla de los Apóstoles de la Catedral de Cuenca (imagen del autor)

Siguiendo nuestros apuntes genealógicos veremos que en Buenache de Alarcón algunos de sus vecinos verán interesante poder aspirar a los estudios religiosos que se ofrecían desde dicha capellanía. Un fenómeno aprovechado por los descendientes de don Pedro José del Castillo y de Reyllo (quien estaba casado con doña Isabel de Villaviciosa, hija de los Señores de Reyllo y Cañizares). Isabel era la hija de don Diego Alfonso del Castillo y de Reyllo y doña Ana Garcés de Marcilla y Mendoza, a través de quien varias generaciones atrás, conectamos con sus quintos abuelos: Martín Sanz de Crespo y doña Juana Rodríguez de Villarreal (ésta hermana del chantre y fundador don García). Recordemos que los Castillo de Buenache anteriormente ya ejercieron como secretarios del secreto del Santo Oficio, además de arrastrar un pasado converso entre muchos de sus ancestros, fenómeno que no les impediría obtener el Señorío de Marín y Zarza (Gómez de Mora, 2020).

Retablo anexo de don Fernando de la Parra y Villarreal (imagen del autor)

Tampoco olvidemos que habrá precisamente un pleito en Buenache como resultado del vínculo que fundó don Fernando de la Parra (el citado canónigo de la Catedral) conectado con el del abogado don Diego de la Parra. El litigio se mantendría contra el matrimonio de Juan Verde Vallejo López-García y su esposa Ana García de Piqueras, y que finalmente se resolvería favorablemente para la señora doña María de la Parra.

Volviendo a nuestra anotaciones averiguamos que dicho don Fernando de la Parra y Villarreal creó en Buenache una fundación que tenía varias casas de morada, tasadas en 1650 reales de vellón, además de una serie de fincas que integraban un lote compuesto por cuatro propiedades agrícolas. Este personaje al que invoca la fundación, sería el mismo que mandó la realización en la citada capilla de un retablo más pequeño, encargado al artista Andrés de Vargas, y que para el año 1638 ya estaba finalizado.

David Gómez de Mora

Bibliografía:

* Albares y Albares, Miguel Ángel. “La capilla de los Apóstoles”. Ciclo de conferencia de los lunes culturales en la Catedral de Cuenca (20/4/2019)

* Archivo Histórico Nacional. OM-CABALLEROS SANTIAGO, Exp. 6306

* Gómez de Mora, David (2020). “Los Castillo (Señores de Marín y Zarza)”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

martes, 15 de septiembre de 2020

Notas históricas sobre los Ordoño de Lara en Buenache de Alarcón

Los Ordoño, Ordoño de Lara, Lara o en ocasiones mencionados como Ordóñez, son una familia de cuyas raíces desconocemos bastantes datos. Su registro ya aparece documentado durante el siglo XVI, cuando se nos mencionan a dos hermanos (Fernando y Juan). Un dato que enaltecía el pasado del linaje, se apoyaba en una afirmación que sostenía como la familia pertenecía al estado noble, reseña que se anotaría en el expediente de Antonio Saiz de Zafra Martínez-del Castillo, bonachero que acabaría ingresando en la Orden de Carlos III, y que representará en su genealogía al ser este descendiente por línea recta de varón de su bisabuelo Martín Ordoño, este reconocido como hidalgo de sangre. No olvidemos que Martín recogía el apellido por su costado materno, además de bajo la forma Lara, puesto que su madre era Catalina de Lara, hija a su vez de Martín Ordoño, y que era descendiente del tronco al que nos referimos.

Con el trascurso del tiempo los Ordoño de Lara irían extendiendo su sangre, hecho que a pesar de producirse fundamentalmente a través de la línea de mujer, hará que el apellido nunca llegara a perderse, pues como ya hemos comentado en más de una ocasión, en Buenache de Alarcón como en otros municipios de la zona, era una práctica habitual que la gente adoptase apellidos que recaían por líneas femeninas, y que en ocasiones se remontaban hasta cuatro generaciones atrás.

Genealogía de los Sainz de Zafra, descendientes de los Ordoño de Lara. Imagen (A.H.N., 1827)

Siguiendo el cuarto volumen de defunciones de la localidad, leemos cuatro partidas bastante interesantes vinculadas con esta familia y que nos reflejan parte de su posición social a inicios del siglo XVIII. Es el caso de Catalina de Lara (+ 1704), Isabel María López y Lara (+ 1705) y José de Lara (+ 1706).

Catalina de Lara (fol. 83) era la viuda de Alonso Cerrillo. Esta mando el pago de 500 misas, además de enterrarse en la sepultura que poseía su padre, dejando como heredero a su hijo Pedro Cerrillo de Lara. Al año siguiente moría Isabel María López y Lara (fol. 89-v y 90), esposa de Gregorio Blas, personaje sobradamente conocido en el pueblo, y perteneciente a la familia de los Lucas. Gregorio era en aquellos momentos uno de los varios escribanos que vivía en el municipio. Isabel recibiría en el mismo día los sacramentos de la confirmación, comunión y extrema unción de los enfermos, cosa que nos hace pensar que no sería muy religiosa durante buena parte de su vida. La mujer del escribano otorgaría poder para testar al licenciado Mateo de la Parra, a don Juan de Solana y a su propio marido. Esta solicitó una misa solemne, con celebración de 250 misas rezadas por su alma, incluyendo las de cuerpo presente y los dos días siguientes.

Por último en 1706 leemos la defunción de José de Lara (fol. 105-v), fallecido el 26 de diciembre, quien redactó su testamento ante el escribano José López el 27 de agosto de 1701. Solicitó que su cuerpo fuese acompañado por todos los sacerdotes del pueblo, mandando que se dieran un total de 400 misas por su memoria. Dejará por testamentarios al señor don José Gastea, cura de la villa, así como al noble don Juan de Solana.

Valgan pues estas referencias parroquiales como unas reseñas adicionales con las que podemos conocer mejor como se comportaban este tipo de familias de los entornos rurales ante el momento de la muerte, además de comprender la cantidad de dinero que invertían para la búsqueda de su salvación.

David Gómez de Mora


Bibliografía:

* Archivo Diocesano de Cuenca. Buenache de Alarcón, libro IV de defunciones (1694-1735) Sig. 24/40, P. 588

* Archivo Histórico Nacional, 1827. Expediente de la Orden de Carlos III, nº1936. Sainz de Zafra y Martínez del Castillo Martínez Olivares y del Castillo, Antonio

La familia Pastor y sus alianzas matrimoniales en Villarejo de la Peñuela

Durante los siglos XVIII y XIX Villarejo era un municipio tranquilo y alejado de los principales hervideros políticos de la provincia, un entorno donde labradores y gentes dedicadas a diferentes ocupaciones estrechamente vinculadas con el ámbito rural, intentaban compaginar la dura vida del campo con la búsqueda de una mejora en sus expectativas sociales, y que tenían como punto de apoyo el brazo eclesiástico, en el que siempre que se podía, se consideraba casi necesario que alguno de los hijos pudiesen ingresar en sus filas. Ya desde finales de la Edad Media los Señores de este lugar habían extendido un modelo de poblamiento en el que resultará complicado potenciar el desarrollo de una burguesía local, a diferencia de la situación que se vivía en otros pueblos de los alrededores. Aquello no impediría que paulatinamente entre sus gentes fueran asentándose determinados linajes que irían cobrando cierto protagonismo, es el caso de los Peña, y que desde el siglo XVI sellarán alianzas destacadas en busca de proyectar a algunos de sus descendientes dentro de las filas del Santo Oficio, viendo por tanto en la ciudad de Huete una de sus grandes bazas a la hora de extender el círculo de influencias del clan.

Trascurría el tiempo, y entre los villarejeños comenzaban a despuntar diferentes casas de propietarios agrícolas que aglutinarán una serie de bienes que les ayudaban a encontrarse en una situación económica de cierta comodidad. Desde luego aquí nadie regalaba nada, por lo que el esfuerzo en huertos y campos, unido a la inversión y adquisición de tierras, eran factores decisivos que se acabaron convirtiendo en las credenciales necesarias para entender el crecimiento social de algunos de estos apellidos. A mediados del siglo XVIII Villarejo de la Peñuela contaba con dos alcaldes ordinarios: Miguel de Torrijos y Alfonso de la Fuente. Sus regidores eran José Pérez y Fulgencio López, además de un síndico procurador que estaba representado por José Torrijos. El escribano era Miguel Saiz, quien a su vez también hacía de perito labrador, junto con tres vecinos más, Juan Delgado, Juan del Rincón y Andrés López. Existían en la localidad alrededor de 90 colmenas, repartidas entre miembros de las mismas familias, como sucedía con el presbítero don Pedro López, María de Cañas, Inés de Torrijos, Josefa de Cañas, Juan del Rincón, Francisco de Cañas, Francisco López, Domingo Pérez y Miguel Saiz, junto otros vecinos. Existía un almotacén y una correduría, arrendada a Manuel López Torres.

A grosso modo la localidad disponía de una red de contactos que de puertas hacia afuera era más importante de lo que parece reflejar la documentación. Y es que dependiendo de la temporada los vecinos ejercían otros oficios, pudiendo desplazarse a municipios cercanos como Valdecolmenas de Arriba o Abajo y Castillejo del Romeral, sin olvidar la cría de animales que en casas y corrales muchos poseían. Villarejo será por tanto el reflejo de un pueblo donde la gente podía vivir de manera razonable. Las políticas matrimoniales entre vecinos del municipio podrían explicar por qué uno de los párrocos elaborará más adelante un volumen en el que registraba mediante árboles genealógicos los parentescos y grados de familiaridad entre aquellos habitantes nativos. Una manera de agilizar la averiguación sobre qué nivel de consanguinidad existía entre cónyuges. Por otro lado, en las casas con ciertos bienes estaba extendida y asumida la idea de la importancia en incentivar el desarrollo de estudios religiosos entre alguno de sus hijos, lo que suponía un realce del nombre del linaje familiar, además de garantizar una salvación de tipo espiritual para todos sus allegados, sumamente valorada en una cultura católica y tradicionalista como la del área a la que nos estamos refiriendo.


Genealogía de los Pastor de Villarejo de la Peñuela y sus enlaces con las principales familias del municipio (elaboración propia)

Así fue como a finales del siglo XVIII entraría en juego la familia de los Pastor, un linaje originario de Honrubia, de donde procederá Juan Francisco Pastor, quien tendrá por hijo a Pedro Pastor, vecino de Cuevas de Cañatazor, y que casaría con la sacedera María Teresa de Vellisca, otra casa con historia en la localidad, de la que conocemos referencias bastante interesantes que nos indican el poder que por aquel entonces habían acumulado alguno de sus integrantes. Fruto del matrimonio entre Pedro y su esposa nacerá don Manuel Pastor de Vellisca, quien llegará a ser reconocido con el distintivo de don en los registros parroquiales del municipio. Un personaje de notable influencia dentro de la población, y que sellaría uno de los enlaces más importantes que conocemos en el pueblo, hecho que se confirmaría en 1796 al casar con la villarejeña Librada Garrote Saiz, quien era descendiente de una de las familias mejor posicionadas. Por un lado su abuelo paterno procedía del linaje Garrote, gente con posibles y que en Villar del Horno estuvo durante varias generaciones ejerciendo como representantes del Santo Oficio. Sus otros tres abuelos eran naturales del pueblo, representando las principales familias de labradores: López, Saiz, Cañas y Delgado.

Los López eran una familia con disponibilidad de tierras y que conformarían esa modesta burguesía local a la que tantas veces nos hemos referido. Entre sus nombres tenemos el de Francisco López, quien al morir en 1696 pagó 430 misas, además de mandar ser enterrado en la sepultura que estaba debajo de la tarima de la Virgen de la iglesia de Villarejo. La familia Saiz, con quienes estos pactarían una serie de alianzas, fue otra de las bien posicionadas, pues muchos de sus representantes fueron potentes labradores. En tiempos del catastro de Ensenada sabemos que uno de los regidores era Fulgencio López de Cañas. El horno estaba arrendado a dos vecinos, uno de ellos Ramón Saiz. Entre los propietarios de caballerizas para descargar se encontraban los nombres de Andrés López y Félix López.

Recordemos que uno de los vecinos mejor asentados a finales del siglo XVII fue Andrés López Saiz, quien casó en 1686 con Ana Saiz Delgado, fruto de cuyo matrimonio nacieron varios hijos, entre los que cabe destacar Antonio, Isabel y José López Saiz, este último casado en 1715 con Josefa de Cañas Delgado. Andrés era escribano, y su familia vendrá a ser una de las mejor posicionadas, así su hermano don José López Saiz fue presbítero de Villarejo, de quien todavía se conserva su lápida de enterramiento dentro del templo del municipio. Otro de sus hermanos fue don Pedro López Saiz, que acabó como presbítero en la ciudad de Cuenca.

Lápida del cura don José López Saiz. En ella puede leerse: “D.O.M. Deo Optimo Maximo (que significa -Para Dios el mejor y más grande-), Aquí yace Don Joseph López, presbítero natural de esta villa de Villarejo de la Peñuela (…) murió el 31 de mayo de 1730. Puso esta lápida su sobrino Pedro López, presbítero, año de 1759, R.I.P.”.

Como era habitual en aquellos tiempos, siguiendo con las costumbres de este tipo de familias rurales, los López fueron medrando, de ahí la necesidad de integrar alguno de sus hijos en el conglomerado eclesiástico, una situación de poder que para el linaje se retroalimentaba al ejercer cierta influencia a través de la escribanía local, y que como veremos se halló durante un tiempo en poder de los Cañas. Decir que los Cañas son otra de las casas principales de Villarejo. Una de las líneas más importantes fue la de Andrés de Cañas, cuyo hijo de mismo nombre, casó en 1658 con Catalina López. El marido de Catalina está documentado como escribano notario en 1693. Este falleció en 1698 con un pago de 100 misas. Sus hijas enlazaron con otras familias de un estatus similar, entre las que veríamos a los Torrijos, y que gozaron de su respectivo protagonismo. En el siglo XVIII existen algunos representantes del linaje que merecen mención, como Gregorio de Cañas, que falleció en 1729 con pago de 200 misas, así como a Joaquín de Cañas, hermano de José de Cañas y Heliodora de Cañas, soltero que falleció en 1726 con un pago de 240 misas. Tampoco podemos pasar por alto a los Delgado. Sobre su origen no tenemos datos concluyentes, aunque todo parece apuntar a que una línea nos lleva hasta la localidad de Valdemoro del Rey. Entre las personas destacadas tenemos varias referencias extraídas de las partidas de defunción. Uno de ellos fue Martín Delgado, quien casó con la bien posicionada Leocadia de Molina; otro fue Juan Delgado, fallecido en 1642 y que dejó un pago de 114 misas; en 1647 Ana Delgado pagó en su funeral un total de 104 misas (era esposa de Pedro Saiz Torrijos). Destacable fue también la partida de Juan Delgado, pagador de 120 misas tras fallecer en 1696.

Ascendencia de Librada Garrote Saiz. En su genealogía se comprueban las estrategias de política matrimonial entre las principales familias del lugar (elaboración propia)


David Gómez de Mora

Referencias:

-Archivo Diocesano de Cuenca, Libro I de matrimonios de Villarejo de la Peñuela (1626-1764), Sig. 113/10, P. 2121

-Archivo Diocesano de Cuenca, Libro I de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1557-1578), Sig. 113/13, P. 2124

-Archivo Diocesano de Cuenca, Libro II de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1578-1595), Sig. 113/14, P. 2125

-Archivo Diocesano de Cuenca, Libro III de defunciones de Villarejo de la Peñuela (1623-1764), Sig. 113/15, P. 2126

-Gómez de Mora, David (2018). “Las Élites locales en la franja Este de Huete entre los siglos XVI-XVIII”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

-Gómez de Mora, David (2020). “Notas sobre la geografía económica de Villarejo de la Peñuela siglos atrás”. En: davidgomezdemora.blogspot.com

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).