miércoles, 31 de agosto de 2022

Apuntes sobre la mentalidad de nuestros ancestros. Religión y fe

La preocupación por la muerte y el temor a que el alma del pecador no llegase a encontrar la salvación, o permaneciera un tiempo considerable sufriendo dentro del purgatorio, eran motivos más que fundamentados para que muchos de nuestros antepasados invirtieran ingentes cantidades de dinero en promover mediante obras y pagos de misas, una solución con la que remendar los pecados que la religión cristiana recordaba que las personas cometíamos frecuentemente, a través de las imperfecciones y debilidades con las que ya venimos marcados a fuego desde el día de nuestra existencia. No olvidemos que los pecados capitales reconocidos por el cristianismo son siete: la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia.

Partiendo de este hecho, hemos de entender que el ser humano ya nace pecador, de ahí que la teología escolástica distinga entre el peccatum originale originans, es decir, el pecado original originante que deriva de la desobediencia cometida por Adán y Eva con sus respectivas consecuencias (Gen 2:17), así como el peccatum originale originatum: el pecado original originado, y que representa la fragilidad que todos los mortales presentamos ante Dios, incluyendo hasta los reyes y magnates, que ni con todo el dinero del mundo jamás podrán alcanzar una gloria directa y segura, pero casi garantizada, a través de la realización de obras y acciones que demostrarán ante los ojos del Señor, la involucración de esa persona por el cumplimiento de unas buenas acciones encauzadas a su arrepentimiento.

Como veremos en algunas de las Iglesias que hemos podido estudiar a través de la documentación que se conserva en los fondos parroquiales de los diferentes municipios de la provincia de Cuenca, percibimos en términos generales como la fundación de una capellanía o la necesidad de ingresar familiares dentro de una corporación religiosa o parroquia, eran una garantía para las personas de su entorno, puesto que se traducía en la tenencia de un miembro dentro de la casa del Señor, y por lo tanto, de alguien que había rezando constantemente por la salvación del alma de sus seres queridos. Cuestión que como podremos apreciar no estará reñida con el tamaño de cada localidad, pues por ejemplo, veremos como en el caso de Saceda del Río, a finales del siglo XVIII llegarán a existir alrededor de 9 sacerdotes, cuando en el pueblo ni tan siquiera se superaba un vecindario con más de un centenar de hogares.

El afloramiento de capillas privadas, será también otra de las formas de mejorar la imagen de cada templo, a la vez que de proyectar el linaje que pagaba esas obras, es decir, un arma de doble filo que mientras promovía los actos positivos de esa familia por colaborar con la Iglesia y limpiar sus pecados, les ayudaba a incrementar la influencia de su nombre dentro del municipio, ejemplo son los Reyllo, Ximénez-Moreno y Ruiz de Alarcón en la localidad de Buenache, donde cada una de estas familias disponía de una capilla privada para su enterramiento, además de una zona distinguida desde la que poder escuchar la celebración de las liturgias, y a las que eran invitadas las personalidades de cierta relevancia cuando visitaban la población.

Lápida del cura don José López Saiz. En ella puede leerse: “D.O.M. Deo Optimo Maximo (que significa -Para Dios el mejor y más grande-), Aquí yace Don Joseph López, presbítero natural de esta villa de Villarejo de la Peñuela (…) murió el 31 de mayo de 1730. Puso esta lápida su sobrino Pedro López, presbítero, año de 1759, R.I.P.”

De la misma forma habrá quienes buscarán sitios concretos dentro del templo, que a través de la ubicación o tenencia de una sepultura en un lugar considerado como de sacralización superior, lucharán por la adquisición de una parcela concreta dentro de cada Iglesia. Así pues, la zona cercana al altar mayor o aquellos lugares a los que un linaje tenía un cariño especial (por estar ahí una advocación a la que la familia guardaba mucha veneración), serán algunos de los criterios que premiarán en la elección de un espacio determinado por parte de los feligreses.

Las zonas de tránsito de la nave, o la franja diestra, por ser la parte que quedaba a la derecha del Padre (pues recordemos que Jesucristo está sentado a la diestra de Dios Padre en el cielo), serán otro ejemplo de puntos codiciados, pero que nunca podrán competir con el área en la que se posicionaba el altar mayor, estando muy reñida la ocupación del entorno que quedaba a sus pies, hecho que veremos en el caso de la lápida de los Sainz de Zafra de Buenache de Alarcón, quienes durante el siglo XVIII tras sacar una ejecutoria de hidalguía, enaltecer su nobleza, y ser una de las casas más ricas del pueblo, optarán por la adquisición de este preciso lugar. La explicación por ocupar esa zona de la Iglesia, se debe a que esta es la parte más cercana a la celebración del sacramento de la Eucaristía, y por lo tanto, del ofrecimiento del pan y el vino, que como ya sabemos, representan los signos del cuerpo y sangre de Cristo, en memoria de su pasión, muerte y resurrección.

No obstante, también veremos casos en los que directamente las personas más pudientes, llegarán a ocupar una zona de enterramiento en uno de los lados que había dentro del mismo altar mayor, tal y como ocurrirá en la Iglesia Parroquial de Caracenilla con el mecenas y canónigo León-Gascueña.

Los beneficios de las gracias que se obtenían a través de las fundaciones, o del espacio ocupado para el descanso eterno, generarán una serie de intereses por la venta y ocupación de los vasos de almas ubicados en las filas más próximas al altar. En este sentido cabe recordar el croquis de sepulturas que se conserva en el Archivo Diocesano de Cuenca, referente a las zonas de enterramiento que había en la Iglesia Parroquial de Piqueras del Castillo, en donde se especifica a través de un mapa, la propiedad que tenían asignadas cada una de las familias del pueblo, y que evidentemente en el caso de las más próximas al altar, correspondían con aquellas que gozaban de una mayor disponibilidad de bienes.

En Verdelpino de Huete, el aprecio por el altar de la Virgen del Rosario, se hará patente en el libro de defunciones, tal y como lo manifiesta la lápida de un religioso, que junto con otras familias, estuvieron interesadas en poder enterrarse en esa zona concreta. Ello se debe a que las indulgencias que se podían recibir de determinadas advocaciones, además de poder enterrarse con un hábito que evocara un signo de pobreza como la del franciscano, eran muestras que manifestaban ante Dios su arrepentimiento por el cumplimiento de sus pecados, y por tanto acciones positivas con las que limpiar el alma de modo eficaz.

El temor de la gente a ser condenados eternamente en el infierno, o el trámite pasajero del purgatorio, se percibía en cada templo, especialmente en la iconografía de los retablos y cuadros que recordaban a los feligreses el peligro de alejarse de los preceptos morales.

Hemos de decir que aunque no habrá una temporalidad asignada en lo que respecta al periodo que un cristiano podía pasar en el purgatorio, hemos comprobado a través de muchas partidas de defunción, como se siguen solicitando misas para la salvación de las almas de padres y abuelos por parte de sus hijos, cuando estos ya llevaban fallecidos bastantes décadas, cuestión por la que nosotros al menos llegamos a desprender que la presencia en ese estado no debería de ser muy reducida, ya que por ejemplo en la mentalidad judía, la limpieza del alma del difunto no sobrepasa un periodo de tiempo superior al año.

La envidia por parte de quienes deseaban aspirar a tener más bienes que los de sus vecinos; la ingesta de alimentos innecesarios en periodos de caristia o el excesivo consumo de alcohol; el acomodamiento de una vida rutinaria fundamentada en la pereza, los pensamientos o actos impuros de la carne a través de la lujuria, sin olvidar la avaricia, motivarán la necesidad de una inversión constante por parte de estas sociedades, que a través de la compra o adquisición de piezas para la celebración de la liturgia, además de obras que permitiesen una mejora del templo o el alzamiento de una ermita (como ya hemos visto en el caso de Saceda del Río y Villarejo de la Peñuela, o con la edificación de un humilladero, tal y como se recoge en la documentación notarial de Verdelpino de Huete), reflejan esa constante preocupación por parte de las personas con cierta capacidad económica, en aras de intentar poner a buen recaudo su alma antes de la llegada del Juicio Final.

Creemos indispensable, tal y como hemos repetido en multitud de ocasiones, que para la comprensión de la mentalidad de las sociedades de antaño, como especialmente por lo que atañe en nuestro caso a las de índole rural, los investigadores no solo hemos de ceñirnos a documentos y legajos que abarquen elementos de carácter fiscal, civil o jurídico, sino también referentes a la teología y mentalidad católica de la que bebe nuestra tradición, y por lo tanto, consiguientes referencias interpretadas de las sagradas escrituras, pues solo de ese modo, uno puede acercarse con mayores garantías, a la idea de la moralidad establecida en su momento, sobre una población de la que poco o casi nada se ha escrito desde esta perspectiva, pues veremos como partiendo de este enfoque, comenzaremos a entender los miedos y preocupaciones que acechaban las mentes de aquellas gentes, la gran mayoría nombres anónimos, olvidados, o en apariencia carentes de interés, pero que gracias a los que muchos de nosotros hemos llegado hasta aquí.

David Gómez de Mora

martes, 30 de agosto de 2022

Los Vicente de La Peraleja y sus asociaciones familiares. El testamento de Ana Vicente (año 1624)

En 1624 redactaba su testamento Ana Vicente, una peralejera viuda de Miguel Palenciano, y perteneciente a una familia de labradores acomodados. Recordemos que los Vicente serán una de las casas más importantes que encontraremos en esta localidad con un raigambre que se remonta a los tiempos como mínimo de finales del medievo, tal y como lo demuestra su permanencia en la documentación de la época, al igual que sucederá con otras estirpes como la de los Hernánsaiz (entre otras).

Ana era hija de Francisco Vicente y Quiteria de la Oliva, familia con recursos, cuyos hijos habían comenzado a medrar de forma considerable, y eso lo vemos especialmente en el caso de su hermano Juan Vicente, a quien Ana le entrega parte de sus propiedades rústicas. Cabe decir que Juan Vicente había casado con la noble doña Isabel Suárez de Salinas, en ese momento una de las pocas que podía decir que en la localidad portaba sangre de familia noble por sus dos costados. Por un lado el apellido Suárez le venía de los históricos Suárez-Carreño afincados en Huete como mínimo desde el siglo XV. Por otro lado veremos a los Salinas, también reconocidos como hidalgos, no obstante la cosa no acababa ahí, pues tirando de ascendencia en su familia había apellidos como el de los Patiño (también de La Peraleja), Montoya y demás.

No cabe duda que nos encontramos ante un enlace en el que los labradores con recursos de la localidad enlazan con una casa que les reportará renombre, no obstante, analizando los apuntes de nuestra genealogía familiar, comprobamos como los cuatro hijos que tenemos estudiados de Juan e Isabel, casarán precisamente también con familias de La Peraleja, y no con otras foráneas como podría hacer presenciar ese enlace con una hidalga que en ocasiones era el catalizador para dar un paso más allá del ámbito local.

Podemos suponer como hipótesis que por esa fecha las ejecutorias de hidalguía de las casas de los Patiño, Daza y Suárez eran el recuerdo de unos tiempos mejores, que por ello obligarían al linaje a tener que formalizar vínculos de sangre con familias de labradores locales, lo cual entra dentro de la lógica social que bien conocemos en la que por intereses burguesía agraria y nobleza en decadencia acaban sellando pactos que refuerzan sus posiciones de forma conjunta.

Veamos en el testamento que Ana manda más de 180 misas por la salvación de su alma junto familiares y almas del purgatorio, una cantidad nada pequeña para la época de acorde a las solicitudes que leemos en el libro de defunciones de la parroquia del Arcángel San Miguel. Por otro lado veremos que Ana no tuvo suficiente con estas mandas, pues reparte su patrimonio entre sus sobrinos (suponemos que por no haber dejado descendencia), siendo estos los hijos de los citados Juan e Isabel.

Obra de Jorge Pizzanelli. Labradores (2005)

Como podemos ver Ana seguirá con la costumbre de repartir su patrimonio de manera equitativa, así a la hija de su sobrina Isabel Vicente, y que se llamaba María Parilla (ya que Isabel había casado con Agustín Parrilla de Hernánsaiz), le da una era que se ubicaba en el cerro Benito, con producción de cinco almudes de trigo. Llama la atención que este topónimo ya exista por aquellas fechas, lo cual como ya se comentó debe remontarse a la centuria anterior, cuando los Benito controlaban diferentes propiedades en la localidad, entre las que debería englobarse esta loma. Ana tampoco se olvidará de su otro sobrino Juan Vicente Suárez, citando además a Gervás Vicente, ambos hermanos, y en donde especifica que Juan tiene una hija llamada Juana Vicente, a quien entrega un par de tierras de cinco almudes y una fanega de trigo.

Otra tierra irá a parar a un hermano llamado Miguel Vicente, y que por tanto lo era conjuntamente de esta junto con Juan. Finalmente solicita que su sobrino Francisco Vicente, y que hemos podido averiguar que era marido de Ana de Hernánsaiz, recibe la casa de morada que esta tenía.

Analizando los nombres y apellidos de los personajes que van saliendo en el testamento, comprobamos como Juan tuvo al menos que conozcamos cuatro hijos (los citados sobrinos de Ana), Isabel Vicente, mujer de Agustín Parrilla; Gervás Vicente, esposo de María de la Peña y de la Oliva; Francisco Vicente, marido de Ana de Hernánsaiz y Juan Vicente, esposo de Isabel del Olmo Muñoz (esta descendiente de la noble familia de los Castro). 

Estos datos en su conjunto nos evidencia tres cosas, la primera es que el linaje de los Vicente apuesta por una serie de políticas entre familias del lugar, en detrimento de enlazar con gente de fuera (Parrilla, Hernánsaiz, Peña y Olmo, los cuatro como sabemos apellidos netamente peralejeros); la segunda cuestión es que a pesar de sellar esta serie de matrimonios locales, cierto es que algunos como los Oliva o los Peña en determinados lugares de la zona ya tenían el reconocimiento de familia noble, con lo cual la idea de seguir esa dinámica conyugal que daba preferencia al hermetismo local como al que tan bien acostumbradas estaban esas casas no era mala idea; del mismo modo, queda patente la preocupación que personas como Ana Vicente tenían respecto a la llegada de la muerte, pues los casi dos centenares de misas no eran suficiente para seguir aprovechando y como era costumbre, mandar una serie de memorias a sus sobrinos, que obviamente conllevaban el pago de otra serie de misas por parte de quienes recibían esos bienes, para así dedicárselas a su anterior propietaria, y sirviendo a su vez para retroalimentar ese plan de salvación en el que nadie reparaba en invertir el aceleramiento de la salida de su alma del purgatorio.

Un testamento, parecido a muchos de los que hemos expuesto en ocasiones anteriores, pero que nos resulta interesante por reflejar esas preocupaciones e idiosincrasia de nuestros antepasados en una época en la que la vida y la forma de socializarse entre la gente nada tiene que ver con la que nosotros hemos conocido.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja


Referencia:

*Archivo Municipal de Huete. Protocolos Notariales de La Peraleja. Caja nº7

lunes, 29 de agosto de 2022

Apuntes sobre los cortijos cañeteros

Buena parte del patrimonio rural andaluz se fundamenta en algo que para nosotros representa el icono de la vida en el campo en estas tierras meridionales de la península ibérica: los cortijos. Un elemento arquitectónico asociado a una explotación agrícola y/o ganadera, que nos muestra el urbanismo disperso de antaño, alrededor del que se explotaban las tierras (especialmente ligadas al trigo y el olivo), y que a su vez conformará el principal motor económico de las zonas interiores de una provincia con una indiscutible tradición campesina.

Un entorno de paz y acusado trabajo, aislado, pero donde el esfuerzo y el sacrificio diario por sacar adelante la explotación, recordaba la dura vida que soportaba el labrador andaluz. Cierto es que dependiendo del poder de sus propietarios, este tipo de construcciones podríamos catalogarlas en pequeñas, medianas o grandes. Por desgracia, la consiguiente despoblación de las áreas interiores, la caída de la natalidad, el estilo de vida actual, y la dificultad del mantenimiento que generan este tipo de obras, han dado pie a que muchos cortijos caigan en el abandono y consiguiente estado de ruina, conllevando esto no solo su desaparición a corto o medio plazo como un elemento arquitectónico de valor histórico, sino también como una parte de la historia que representa los quehaceres que enaltecieron la vida diaria de nuestros antepasados.

El origen de estas construcciones con toda seguridad se remonta a la época de dominación romana, recordándonos su aspecto a las características villas. Unas residencias campestres con su respectiva explotación animal, donde vivía el propietario y los trabajadores que mantenían el conjunto de tierras.

En el caso de Cañete la Real, estamos efectuando un registro pormenorizado de cada uno de sus cortijos, habiendo cuantificando hasta el presente un cómputo total de poco más de un centenar entre los que tienen un escaso recorrido histórico,  antiguos, así como otros muchos desaparecidos durante el siglo pasado, y de los que solo nos queda el testimonio de una toponimia que certifica su paso por el tiempo.

Recordemos que Málaga es una provincia que aunque mira hacia al mar, cuenta con un abundante relieve que invita a que muchas de las explotaciones agrícolas empezaran a contar con un espacio residencial en sus inmediaciones, lo que permitirá de este modo que sus propietarios dispongan de un lugar en el que acogerse, para así conseguir un acortamiento del tiempo en el momento de desplazarse hasta el lugar de trabajo, además de mantener un mayor control del recurso que les daba de comer.

El cuidado de animales, especialmente ganado ovino y caprino, unido al uso de un suelo de secano, donde gramíneas, olivos y vides abundaban por doquier, fueron los elementos agrícolas que irían dando forma a la estampa del cortijo cañetero, y que en muchas ocasiones definiríamos como de tamaño mediano o pequeño. Y es que a pesar de que existan excepciones como ocurre con el de Ortegícar y la Colá, por norma general la sociedad cañetera se fundamentaba en labradores modestos, ayudados muchas veces por jornaleros, que disponían de viviendas campesinas recogidas, diseminadas ampliamente por su término municipal. Así pues, en el momento de referirnos a muchos de estos cortijos, habremos de entenderlos como obras que se adscribían a una economía agrícola que no daba prácticamente la posibilidad de garantizar unos excedentes exagerados para comercializar, y por tanto, traduciéndose en fincas o parcelas explotadas por una misma familia.

Los pleitos que hemos ido estudiando desde el siglo XVI entre la mesta y los vecinos de Cañete, reflejan ese ansia de los habitantes en un intento por querer adquirir un terreno o parcela que sustituya el pobre uso comunal dedicado a la ganadería, y que según el testimonio de sus vecinos, no rentabilizaba para nada si se comparaba con los frutos que otorgaba la tierra labrada. Probablemente, la ocupación de muchas de estas fincas que los cañeteros considerarán una auténtica pérdida ganancial por haberse dedicado a un uso ganadero poco rentable, son la base que motivará el alzamiento de algunas de esas casas de campo, que con el trascurso de los años derivarán en las explotaciones y cortijos que hoy conocemos.

En Málaga, como sucede en Castilla a la hora de repartir el patrimonio entre los vástagos, los lotes patrimoniales se hacían en partes y proporcionalmente, cosa que promoverá una sistema de producción por el que se empezarán a edificar muchas de esas obras rurales, y que dependiendo de su tamaño o prosperidad de la familia, irán haciendo evolucionar la explotación del cortijo, aunque dentro de un marco limitado. No obstante siempre hubo excepciones, pues grandes terratenientes en estas tierras tampoco faltaron, y prueba de ello se refleja en la desigualdad social que recogimos a través de los datos del Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII dentro de este municipio.

Algunas de estas edificaciones aprovecharán los puntos realzados de las lomas, donde la visibilidad era mucho mejor, además de que la disposición de la pendiente del terreno permitirá un mejor explotación en niveles, en los que las gramíneas, y donde la más repetida era el trigo, irá cogiendo fuerza. Igualmente, olivos, vides, almendros y la complementación de un uso ganadero, serán los elementos económicos que enriquecerán más si cabe la diversidad de estos espacios.

Tanto en el caso de los cortijos de Cañete la Real como en los de cualquier otro enclave de similares características, la cercanía a una fuente de agua o pozo era indispensable en el momento de querer garantizar un uso continuo de la explotación. Igualmente será habitual presenciar abancalamientos, que además de frenar la erosión, mejorarán el sistema de producción de la propiedad. Por otro lado, los fondos de los valles, serán por su cercanía a algún lecho fluvial, zonas de acogida para los cortijos, pues muchas veces junto a los mismos había disponibilidad permanente de agua, al hallarse en sus inmediaciones alguna fuente o manantial.

La piedra del terreno y los tapiales serán el principal armazón que consolidará muchas veces este conjunto de edificaciones, que con el trascurso del tiempo y dependiendo de las posibilidades de sus gentes, irán sufriendo una metamorfosis arquitectónica. Cierto es que para reforzar las esquinas era habitual emplear sillares de calidad que otorgaban una mayor consistencia a la obra.

El encalado de la zona externa de la vivienda, con una finalidad antiséptica, que le acaba a su vez otorgando una personalidad que contrasta con el hierro de las forjas de las ventanas y las tejas de la zona superior, conforma junto con las construcciones adyacentes como los pozos y el horno externo, un conjunto arquitectónico singular de enorme valor histórico como etnográfico.

Igualmente, tampoco podemos ignorar en algunas de estas construcciones, la presencia de un palomar, así como de aljibes que acababan convirtiéndose en la principal solución para combatir las fuertes sequías o el escaso régimen de precipitaciones que en ocasiones castiga con tanta fuerza esta región, pues eran la mejor garantía para el mantenimiento de una explotación ovina o caprina por pequeña que fuese.

Las plantas sobre las que se levantan muchos de los cortijos que hemos estudiado en Cañete se apoyan sobre una estructura rectangular, así como trapezoidal, debido en este último caso al crecimiento orgánico que han ido teniendo con el trascurso del tiempo, al haberse adaptado a las necesidades que sus propietarios fueron considerando oportunas. Es por ello, tal y como hemos presenciado en el caso que nos ocupa, que de una mera casa de huerta o labor, con el tiempo esta podía acabar derivando en lo que estrictamente definiríamos como un cortijo.

La explotación del trigo y su consiguiente aprovechamiento como harina para la elaboración de un pan que en ocasiones no iba más allá del consumo familiar, unido a la extracción del aceite y el vino de la misma finca, nos reflejan una economía con pautas de un evidente intento por autosubsistir en la medida de sus posibilidades, pero que evidentemente necesitaba del intercambio y venta de otros productos exógenos, puesto que no todo siempre podía sacarse de la explotación en la que se encontraba la familia.

La adecuación de habitáculos de almacenamiento alrededor de la vivienda, el empedrado de algunas entradas, la disposición de moreras y árboles con copa que salvaguardan del tórrido verano a los inquilinos del lugar, los patios de labor, los porches con sus parras entrelazadas sobre las columnas que los sustentan, la presencia de cuadras, pajares, graneros, corrales, así como la decoración modesta y escasamente abundosa que veremos en muchas de estas casas, donde el labrador, además de trabajar, salía a cazar con su escopeta (y no precisamente para satisfacer su actividad ociosa, sino que para traer alguna presa con la que alimentar a su familia), reflejan en síntesis una forma de vida auténtica, y por desgracia distorsionada de la que se intenta reflejar actualmente en algunas de estas construcciones.

Para nosotros el cortijo no solo se reduce a una obra arquitectónica característica del sur peninsular, sino que va más allá de lo que pueda simbolizar o recordamos su aspecto, pues no debemos de olvidar que desde dentro de sus entrañas es donde se forjó el estilo de vida de una sociedad respetuosa con el medio, en la que se fue gestando la idiosincrasia de una Andalucía ruralizada, católica, trabajadora y respetuosa con sus tradiciones, esa que sin vacilar de excesivos lujos, donde los mozos desde pequeños sabían muy bien lo que era trabajar la tierra, define a la perfección el escenario costumbrista en el que convivieron muchas de las familias que nos anteceden en esa genealogía familiar que tantos ignoran, pero que fue crucial para el mantenimiento de las gentes que han permitido nuestra existencia hasta el presente.

David Gómez de Mora

sábado, 20 de agosto de 2022

El testamento de Magdalena Serrano Carreño. La Peraleja, año 1620

En el año 1620 redactaba sus voluntades testamentarias Magdalena Serrano Carreño, un ejemplo de mujer perteneciente a la burguesía agraria local, vinculada por línea de madre con el noble linaje de los Carreño y que consiguieron sacar adelante una ejecutoria de hidalguía que los había insertado como miembros del estado noble en Cañaveras, un municipio alcarreño del que ella también era natural.

Magdalena era la mujer del peralejero Juan de la Fuente Vicente-Campanero, un labrador casado en 1614, hijo de Juan de la Fuente y Francisca Vicente-Campanero del Olmo. Estamos ante familias de propietarios de tierras, que a pesar de algunos casos haber entroncado con representantes de la nobleza local o estar intentando aspirar a ello, trabajaban la mayor parte de los días en sus explotaciones, haciéndose servir de la inestimable ayuda de jornaleros y criados que les permitían cubrir los quehaceres diarios, propios de cualquier persona dedicada a las labores campesinas.

Al respecto, consideramos que hemos de comenzar a rechazar las visiones idealizadas de una nobleza conquense en el ámbito rural que se intenta asimilar más bien al prototipo del aristócrata versallesco de la corte de Louis XIV, pues los testamentos nos recuerdan como buena parte de las familias que componían aquel grupo de personas en el que se asentaban muchos hidalgos, frecuentemente eran personalidades influyentes en el lugar natal del linaje y en el que residían de manera habitual, en ocasiones sin llegar a tener ningún tipo de relación directa con los grandes focos de poder como podía ser el caso de la ciudad de Cuenca y demás lugares de cierta entidad, quedando relegados a familias poseedores de bienes y un desahogo económico, además de sus consiguientes hermanos o parientes insertados dentro del brazo eclesiástico, ocupando algún cargo de relevancia a nivel municipal o dentro del Santo Oficio, pero cierto es que poco más.

Saya con escote cuadrado, Juan de Flandes, h. 1500, Museo de Louvre, París. En: http://opusincertumhispanicus.blogspot.com

Evidentemente cabría desdeñar desde un punto de vista más preciso esa jerarquía social dentro del ámbito de la nobleza local, pues había diferentes rangos a lo largo de este bloque privilegiado, en el que obviamente, cuando hablamos de casas solariegas en determinados lugares, acompañadas a su vez por títulos y parentescos de peso, la cosa cambia por completo esa imagen anteriormente descrita. Simplemente no hay que caer en el error de pretender generalizar un estamento con determinadas garantías, en el que la amalgama de posibilidades era notoria.

Sabemos que Magdalena Serrano solicitó más de 130 misas por el descanso de su alma junto con el de sus familiares y almas del purgatorio, mandando una serie de prendas a diversas mujeres, las cuales podemos pensar que al menos en alguno de los casos podría tratarse de sirvientas que tendría a su disposición. Así por ejemplo, a Ana García le dice que por los servicios que realizó, y “por ser pobre, le da un cuerpo y mangas y una de sus fajas”, en cambio, a María Domínguez por la ayuda recibida, le entrega una faja parda, mientras que a Quiteria Saiz, de las prendas que hubiese ordinarias, le entrega “una manta que tiene con el niño en la cama para que tenga cuidado de criarlos con limpieza”. Llama nuestra atención la especificación que se efectúa en esta donación.

Finalmente cita a la mujer de Pedro García, quien se indica que era viuda, para que reciba otra saya parda “de las que haya de ordinario”. Este tipo de actos, como el de donar limosna y demás, no solo se efectuaban como mera forma de agradecimiento, sino que también guardaban un doble sentido, pues a los ojos de dios la testamentaria esta realizando actos positivos que le ayudaban a poder limpiar su alma de pecados, y así aminorar el tiempo en el purgatorio.

Su marido Juan de la Fuente como hemos indicado anteriormente era labrador, perteneciente a una familia conocida en La Peraleja por su relación con los grupos de poder local, además de otras zonas, tal y como veremos en sus asociaciones con los García de Galarza. Magdalena sabemos que recibió bienes muebles y partidas de dinero tras su casamiento por parte de su hermano Juan Serrano.

A pesar de que casó en 1614 y falleció seis años después, Magdalena tuvo varios hijos, por ello entre sus mandas solicita que todo el patrimonio se vuelque hacia ellos, aunque especificando que si luego no había herederos (cosa que no ocurrió), que todo el lote patrimonial fuese a parar al clérigo pariente más próximo de los hijos de sus hermanos, todo ello con un cargo anual de 12 misas.

Un hijo de Juan y Magdalena fue Juan de la Fuente, casado en 1639 con su prima segunda María Vicente y Vicente-Campanero. El parentesco con María procedía por la línea materna, pues esta era hija de Miguel Vicente y Juana Vicente-Campanero, velados en 1617 en La Peraleja. Juana era a su vez hija de Miguel Vicente-Campanero del Olmo (marido de María Sánchez de Tudela), hermano este de Francisca Vicente-Campanero, es decir, la esposa de Juan de la Fuente Rubio, y consiguientemente suegros de Magdalena Serrano Carreño.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja


Referencia:

*Archivo Municipal de Huete. Protocolos de La Peraleja, caja nº6.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Los beneficios eclesiásticos en Caracenilla. Breves notas

Ya hemos comentado en alguna ocasión la importancia que comportaba la creación de una capellanía en el momento de incrementar el realce social de las familias de cada municipio. El hecho de poder pagar unos estudios religiosos al integrante de un linaje a través de la disposición de un patrimonio que reportaba beneficios, era una de las grandes preocupaciones que fomentaba la alianza entre casas con intereses comunes en su lucha diaria por mejorar un nivel de calidad de vida, en una zona del interior de la península, en la que como sabemos muchas veces se pasaba hambre, no siendo nada fácil cumplir de manera regular con los quehaceres diarios que una climatología adversa podía tirar al traste en cuestión de poco tiempo.

En Caracenilla la familia León fue una de esas que supo como entroncar y relacionarse parentalmente con las principales casas de la localidad, y que no por designios del azar ya habían conseguido realizar alguna fundación religiosa de este tipo. Recordemos que durante el siglo XVIII conocidas eran las dos capellanías que tiempo atrás fueron creadas por miembros de diferentes familias acomodadas del lugar (es el caso de los Pérez de Albendea o el linaje de la Fuente).

Sabemos por ejemplo que en el año 1732 se recogen las cláusulas de la capellanía fundada por don Bartolomé de la Fuente tiempo atrás, un presbítero que estableció la obligación de solicitar dos misas anuales, tal y como recoge el escribano de Verdelpino Domingo Collada Pérez, y que nos recuerda que era hermano de don Jacinto de la Fuente, padre de don José de la Fuente (quien se acabaría ordenando como sacerdote), mediante cuya fundación muchos miembros del linaje, en épocas posteriores reclamarán su vinculación parental con el referido don Bartolomé con tal de poder aspirar a este beneficio eclesiástico.

Otra capellanía fue la creada por el licenciado Pedro Pérez de Albendea, presbítero de la villa de Caracenilla, que en 1674 mandó realizar esta fundación religiosa, tal y como recoge el escribano de Villarejo-Sobrehuerta Miguel Francisco de Cañas.

Cierto es que como hemos indicado en alguna ocasión, la familia León rentabilizará de forma satisfactoria la situación pujante que vivirá a partir de esta centuria en el municipio, consiguiendo así insertar a muchos de los suyos dentro del clero caracenillense, y convirtiéndose durante ese siglo en una de las casas más importantes de la historia de la localidad hasta la fecha, en parte gracias al control y peso que ejerció entre los linajes del lugar. Recordemos que el hijo de Andrés de León (progenitor de la familia en Caracenilla), era don Francisco de León, quien murió en 1684, pagando un total de 500 misas, destacando también su esposa Francisca de Alcázar, que al fallecer en 1705 manda enterrarse en la capilla de los Pérez de Albendea, pidiendo por ello un total de 920 misas. Sus hijos también hicieron buenas mandas, como veremos con Julián de León, quien realizó un rico testamento en 1739, además de Pedro de León, marido de María Garrote, que murió en 1684 con el pago de 424 misas.

David Gómez de Mora

Toponimia sacedera a principios del siglo XVII

El clérigo Alonso Mateo Sánchez, natural de Bonilla, canónigo de la Iglesia de Coria y fundador de un vínculo y capellanía para la Iglesia de Saceda del Río (municipio en el que se encontraba su familia), fue todo un personaje de importancia para su época, y no solo por lo que respecta al marco de la historia local, pues llego a ser todo un referente en los alrededores de este territorio, en parte gracias al poder atesorado por su familia, el cual queda manifestado a través de la numerosa cantidad de propiedades agrícolas que la familia amaso con el trascurso del tiempo.

Las fundaciones religiosas son fuentes de información notablemente interesantes, puesto que de ellas se desprenden datos curiosos, como el poder de la familia que las realiza, así como del nombre de las partidas o enclaves lindantes con cada una de las fincas que se citan en cada fundación, aportándonos ello un valioso registro toponímico con el que luego podemos trabajar los historiadores en el momento de querer aproximar la existencia de determinados paisajes o usos del suelo hoy ya extintos.

En este caso, la figura de la capellanía de los Sánchez, nos recuerda que familias eran parientes o descendientes del tronco familiar de su fundador, ya que demostrando su nexo genealógico con el encargado de su creación, podían asegurarse una formación eclesiástica para uno de los suyos, apoyándose así en el parapeto del lote patrimonial que integraba la capellanía, hecho que como veremos motivó los intereses del Licenciado Asensio García, presbítero del vecino municipio de Valdemoro del Rey, y familiar de Alonso, pues veremos como dentro de esta misma fundación se cita a Asensio García como tío del referido clérigo de Bonilla. Sabemos que los García de Valdemoro no eran los únicos interesados en hacerse con el control de la misma, pues el sobrino del clérigo, por parte de la familia Zamora, hará valer sus aspiraciones, al descender de una hermana del cura, María Saiz.

No obstante el dato que en esta ocasión más nos interesa es el de esos nombres que se recogen en la fundación, algunos de los cuales han desaparecido, y que hacían alusión a varios de los parajes o zonas del término municipal de Saceda del Río como de sus alrededores. Es por ello que recogemos en un listado a continuación aquellos citados en los lindes de fincas de esta capellanía, y que como sabemos ya eran al menos usados durante el siglo XVI, pudiendo por tanto englobarse muchos como topónimos bajo medievales, que tendrían su origen en los primeros siglos de formación de la localidad, un periodo del que prácticamente nada sabemos, pero donde tenemos vestigios que nos señalan la vida en este lugar, tal y como sucederá con una de las puertas que se conservan en un lateral de la Iglesia Parroquial.

Entre los nombres que se citan leemos el de:

-Fuente Saceda

-Valdesaceda

-Los Villarejos

-El Vallejo de Valdecolmenas

-El Hoyo en Pardo

-El Hondo la Cañada

-El Portillo Blanco

-El Hoyo Hondo

-El Colladillo de las Viñas

-La Fontanilla

-La Fuente Verde

-La Haza del Cordero

-La Rinconada

-Los Canpadales

-La Hoya Palacio

-El Serval

-El Huerto de los Armenuelos

-La Cañada Honda de los Gaiubares 

-Los Llanillos de la Fuente Verde.

A grandes rasgos podemos decir que de entre los casi veinte topónimos que hemos recogido en este artículo, apreciamos que la mayoría están vinculados con elementos naturales, que bien por la vegetación o geomorfología del lugar, han dado pie a su creación. Otro dato llamativo es que entre los nombres los muchos propietarios que aparecen en las referencias linderas de las propiedades de esta fundación, prácticamente todos son labradores independientes que no tenían adscritas sus fincas bajo la figura de ninguna fundación o memoria (al menos como veremos en esta primera mitad del siglo XVII), a excepción de una citada bajo el nombre del cura sacedero Juan Bautista López.

David Gómez de Mora


Nota genealógica: El parentesco del Licenciado Asensio García venía por sus padres Asensio García y María García, sobre quienes sabemos que en el caso de Asensio (padre), era hijo de Asensio García y Quiteria de la Fuente, naturales de Saceda del Río. El tercer Asensio y abuelo del licenciado era hermano de Catalina García, quien era la madre del fundador Alonso Mateo Sánchez, y esposa de Alonso Mateo Saiz, padre por tanto del clérigo, y a través de quienes todos los aspirantes a la capellanía intentarán demostrar su parentesco con la familia. Un tío del licenciado era Pascual Saiz-Mateo, esposo de Catalina de la Oliva, y de cuya línea también intentarán acceder a las prestaciones de la fundación muchos parientes con el trascurso del tiempo. La familia García de Valdemoro invocará su parentesco con los Saiz de Saceda, por ello llegarán incluso a remontarse en las informaciones genealógicas hasta los abuelos del clérigo, es decir, los padres de su madre Catalina García, y que eran Juan García y Catalina Carrasco.


Referencia:

-Datos extraídos de la fundación del clérigo Alonso Mateo Sánchez. Archivo Parroquial de Huete

La toponimia villarejeña a través del patrimonio de la familia Peña

Entre los grandes linajes que afloraron en esta localidad conquense, no podemos obviar el caso de los Peña. Una familia afincada en el municipio de Villarejo de la Peñuela durante varios siglos, y con unas notables miras de proyección que les permitió crecer económicamente, en parte gracias a su inserción dentro del brazo eclesiástico, consiguiendo formar parte de las filas del Santo Oficio de la ciudad de Huete, y que como sabemos, por aquellas fechas era uno de los grandes centros de poder dentro de lo que es la actual provincia de Cuenca.

Precisamente, a colación de una de las fundaciones religiosas que realizó esta familia durante la segunda mitad del siglo XVII, y que recogemos a través de la documentación presente en el Archivo Municipal de Huete, gracias a una escritura de donación y vínculo otorgado por el licenciado Miguel de la Peña, en la que afloran una serie de topónimos referentes a los lindes de las propiedades que los miembros de esta familia poseían, podemos rescatar los nombres de muchos parajes o enclaves de Villarejo, cuya designación ha podido mantenerse, mutado o directamente desaparecer.

El licenciado Miguel de la Peña era presbítero de este municipio, así como hermano de doña Isabel de la Peña, una mujer bien posicionada, casada con el optense don Juan Rubio de Alcázar (familiar del Santo Oficio y regidor perpetuo de Huete) cuyo hijo y a la vez sobrino del párroco era don Jerónimo Rubio de la Peña (presbítero notario del Santo Oficio de la Inquisición de Cuenca y cura de la Iglesia Parroquial de Albendea). Es precisamente en el detallamiento de los bienes que integrarán el vínculo familiar, y que don Jerónimo poseerá, donde se aportan detalles sobre nombres de partidas o lugares que limitan con las propiedades de la familia, y que a continuación pasamos a describir en esta lista:

-El Molino debajo la Losilla

-El Osario (ubicado en “la parte de abajo del barranco”), y que luego veremos que se denominará como “Barranco del Osario”, especificándose que este entra en contacto con el Camino Real, hito que nos ayuda a delimitar con precisión esta arteria fluvial, que como ya se advirtió en artículos anteriores referentes a las hipótesis sobre la geomorfología y urbanismo medieval del municipio, describimos como decisiva en la influencia de la evolución urbana del antiguo casco urbano de la localidad, y que gracias a esta referencia, no solo demostramos que existió, sino que también tenía su propio nombre. Como es de suponer, este barranco tomaría esta designación, debido a que circularía junto al antiguo cementerio de la población, y que como era normal se ubicaba anexo al edificio de la Iglesia Parroquial.

-El Barranco del Campanario es otro nombre más que sintomático y que con el anterior, sirve para designar otra de las escorrentías que circulaban alrededor de la Iglesia de San Bartolomé, y sobre las que se iría consolidando la expansión urbana del municipio con el trascurso de los siglos, tal y como explicamos en artículos anteriores.

-El Cuadro

-Ermita de Santa Ana (ya citada en este documento del siglo XVII)

-Las Heruelas del Moral

-El Batán

-Arroyo Calleja

-El Pozo

-Peña Galindo

-Los Paraísos

-La Haza de la Perra

-Los Viñacos

-La Viña la Fuente

-Cerrillo de la Hila

-Fuente Cristina

-Camino Real de la Solana

-El Sotillo

-Puente de Peñas

-El Cerro de la Cabeza

-El Hoyuelo

-El Cerrillo Rubio

-Fuente de la Solana

-La Colmena del Rincón

-Los Robles del Zocón

-Las Cavadillas

-La Cañada

-La Dehesa

-La Pesquera

-La Cantera

-La Cabezuela

-El Cerro Mirabueno

De la lectura de las propiedades que la familia Peña tenía bajo su control, desprendemos por las referencias escritas que de entre los lindes que limitan con sus propiedades, veremos como se menciona la capellanía del Licenciado Miguel Saiz, y que durante la segunda mitad del siglo XVII poseían los hijos de Juan Fernández de Soto. Todo ello sin olvidar el nombre y apellido de otros labradores con tierras como sucederá con el caso de los miembros de la familia López, Delgado, Grueso, García o Molina, repitiéndose en numerosas ocasiones también como propietario lindante “el Conde” (es decir, los Condes de la Ventosa y consiguientemente antiguos señores de la localidad), hecho que confirma la tesis que siempre hemos manejado en lo relativo a que la presión señorial en esta zona debido al control del patrimonio que estos tenían por la tenencia de su mayorazgo desde la baja edad media, influyó decisivamente en las limitaciones a una burguesía agrícola local que pretendía crecer a través de la tenencia de un patrimonio agrícola familiar. Sin lugar a duda, la frecuencia con la que se repiten las propiedades que tenía la casa de los señores de Villarejo, demuestra que eran los mayores controladores de propiedades agrícolas en el municipio.

También encontraremos como poseedores de tierras a los integrantes de la familia Saiz y Torrijos, llegando incluso a precisarse que por aquellos tiempos existía un mayorazgo o vínculo adscrito a Miguel de Torrijos, lo cual indica en parte la importancia del papel jugado por este linaje en la localidad.

Entre los propietarios de tierras que aparecen lindando con las fincas del mayorazgo de la familia Peña, los más destacados por su repetición, y consiguiente tenencia de bienes agrícolas, además de los Condes de la Ventosa como se ha dicho anteriormente, veremos a un conjunto de labradores desahogados que había en el pueblo, tales como la casa de los Saiz de Torrijos (pues Miguel, Juan y Alonso Saiz de Torrijos tenían entre ellos más de media docena de fincas lindando con los Peña), sin olvidar a Miguel Torrijos, quien era uno de los labradores más acomodado, así como otros vecinos de la casa de los Molina, siendo el caso de Miguel de Molina o Francisco de Molina, junto con Julián López y Francisco Saiz Delgado.


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

Toponimia piquereña a través de la documentación eclesiástica (I)

En el Archivo Diocesano de Cuenca o en el Provincial de la misma ciudad, encontramos referencias de interés que nos sirven para conocer muchos de los nombres con los que antaño se mencionaban algunos de los parajes o enclaves de cada término municipal, en este caso gracias a las relaciones de propiedades que hallamos en los diversos documentos vinculados con las delimitación de fincas agrícolas que los peritos labradores efectuaban para constatar los lindes de aquellas tierras que se recogían en un testamento o durante el traslado documental del patrimonio de una fundación eclesiástica, tal y como sucede en el caso que vamos a exponer.

Es por ello, y gracias al cruce de estos datos que obtenemos de manera indirecta, cuando uno comienza a imaginar y entender como ha sido la evolución o aspecto que ha ido presentando el territorio, pues no olvidemos que la toponimia acaba convirtiéndose en una disciplina auxiliar de la historia con la que resulta más fácil comprender como ha sido el trascurso de un lugar en el tiempo.

Al respecto, en esta ocasión quisiéramos centrarnos en la fundación de las dos capellanías que realizará durante la segunda mitad del siglo XVI el clérigo don Garci Ruiz de Alarcón, hijo de los señores de Piqueras, y que como ya hemos esbozado en nuestro libro sobre la historia y linajes del municipio, además de dejar una descendencia que se prolongará hasta el día de hoy, adquirió una serie de bienes, necesarios para esos vástagos que no aflorarán públicamente hasta trascurrido un tiempo, y por los cuales obviamente era indispensable dejar bien atadas una serie de voluntades que les garantizarán unas posibilidades mínimas con las que mantener su estatus, como miembros de la nobleza local que eran, a pesar de vivir en un segundo plano.

El documento con el que estamos trabajando el presente artículo se ciñe a una transcripción del año 1764, elaborada por el escribano Pedro Ruiz de Alarcón (curiosamente descendiente directo por línea de varón del párroco fundador), en el que se trasladan las propiedades vinculadas en las capellanías que fundó don García Ruiz Girón de Alarcón, y recopiladas en un libro presente en el Archivo Diocesano de Cuenca sobre las fundaciones piquereñas existentes durante la segunda mitad del siglo XVI, y que en el caso del párroco derivarán del testamento que este mandó redactar en el año 1577.

Cabe decir que de entre los numerosos topónimos que se citan en las hojas del libro de fundaciones, apreciamos muchas referencias a accidentes geográficos o elementos geomorfológicos, no obstante, merecen nuestra atención los relativos a la presencia de diversos puentes, y que se reducirían a pasos o zonas de conexión que cruzarían por arriba los puntos de cierto desnivel, como sucedería lo largo de algunos puntos del cauce del Río Piqueras.

Al respecto llama nuestra atención el Puente el Villar, una estructura que según se desprende se situaba en “la junta de los ríos”, siendo probablemente uno de los arroyos que de forma perpendicular corta el Río Piqueras, y por el que fue obligada la ejecución de dicha obra.

Tampoco podemos pasar por alto, la abundancia de topónimos vinculados con la economía ganadera, o el de la Ermita del Sacejo, así como otros referidos a familias asentadas en el lugar. Otra característica que apreciamos en el momento de la delimitación de las lindes de cada propiedad, es la abundancia de citas a las fundaciones de patronatos y capellanías que sirven como línea divisoria con las tierras, hecho que nos indica que la propiedad en Piqueras se hallaba agrupada en grupos familiares, que a través de estas figuras que los aglutinaban, daban un mayor control del territorio y consiguiente calidad de vida a sus poseedores.

Así pues, de una setentena de propiedades que consolidaban las capellanías del hijo de los Señores de Piqueras, apreciamos más de una cuarentena de tierras adscritas a vínculos, patronatos y capellanías del municipio que lindan con estas, hecho que como decíamos reflejan por un lado el poder de la iglesia local, así como el control de la tierra por parte de determinados linajes locales, y que estancarán ese patrimonio en lotes con tal de permitir el crecimiento social de alguno de sus miembros. Así ocurrirá con el vínculo de Julián Ruiz y Juan Antonio de Zamora (citado cinco veces), el vinculo de Julián de Alarcón, la capellanía de Ana Rodrigo (mencionada diez veces), el patronato de Francisca Gil (ocho veces), el patronato de Matías de la Fuente, el vínculo de Juan Cano, la capellanía de Miguel Abad, la capellanía de Catalina López (citada en siete ocasiones), el patronato de Melchor López (lindera seis veces), el censo de Martín Gil (escrita en un par de ocasiones), la capellanía de Crespo (y que creemos que debe asociarse con la de Miguel Abad), así como la capellanía de Matías Barambio.

Entre los topónimos que se recogen en la referida documentación, transcribimos el siguiente listado, y que siguiendo la fecha en la que se traslada el conjunto de tierras que comprenden las citadas capellanías, deberíamos suponer que como mínimo su gran mayoría proceden con toda seguridad de la Baja Edad Media, momento en el que comenzamos a tener las primeras referencias que acreditan la existencia de Piqueras del Castillo.

-La Puente el Villar (situado en la junta de los ríos)

-La Puente el Vadillo

-La Puente el Horcajo

-La Puente Somera (este lindante con “La Dehesa”. De ese conjunto de topónimos se desprende que Piqueras contó con diferentes puentes para transitar de un margen a otro de sus arterias fluviales -y que pensamos que se ubicarían en su mayoría sobre el lecho del Río Piqueras-).

-La Cavada

-El Legarto

-La Moraleja

-San Sebastián (en relación con una ermita dedicada a este mártir del cristianismo primitivo)

-La Fuente las Hoyas

-La Hoya Navarro

-El Rincón de Magdalena

-Fuente el Espino

-Los Perales

-La Fuente del Dado

-El Rincón de Cañada Gorda

-El Rincón de la Hoya

-La Pedriza

-El Majadal de la Pedriza

-La Balsilla

-Hondo del Sacejo

-El Camino del Vadillo

-La Vadera

-La Fuente Molina

-La Senda del Ramadero

-El Morrón

-El Gollizno

-El Fresno de Navarro

-El Quintanar

-La Sima Grande

-El Llano del Cerrillo

-La Lavadera

-El Río Viejo

-Los Poderazos

-La Fuente el Enebro

-La Ermita del Sacejo

-Las Calzadillas

-El Agua Somera

-La Honguera

-El Rincón del Prado la Cruz

-La Cañadilla de Cañada Lengua

-La Cañadilla el Corno

-Huerta los Cáñamos

-El Palomar

-Viñas Yermas

-La Cañadilla Mateo

-El Solano

-La Navilladerra

-El Molino Caído

-El Llano de Matahambre

-La Hoya el Asno

-Vallejo del Corral de Torralba

-Umbría del Pilancón

-La Hoya el Colmenar

-Vallejo Cambronero


David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Piqueras del Castillo


Referencia:

* Archivo Diocesano de Cuenca, Parroquia de Piqueras del Castillo. Capellanías y fundaciones (1759-1769), 231 fols.

viernes, 5 de agosto de 2022

La ceràmica traiguerina en la Plana de Vinaròs-Peníscola

La història de la ceràmica traiguerina està documentada des de fa més de set segles, encara que com bé apunta l'historiador Joan Ferreres i Nos, en l'únic treball monogràfic que existeix sobre aquest element, i que es titula “Patrimoni terrisser de Traiguera. Set-cents anys de canterers”, és molt probable que com a mínim les seves reminisències beguin del període de domini musulmà, en el qual com sabem aquest territori estava poblat per diferents comunitats rurals en les quals evidentment ja es treballava amb argila. Seguint el llibre d'aquest autor, apreciem com aquesta ceràmica guarda elements decoratius que ens recorden a la producció ibèrica, tal com succeeix amb els càntirs i marraixons traiguerins.

L'explosió de l'elaboració dels tallers artesanals en aquesta localitat es produeix durant la segona meitat del segle XVI, fase en la qual Ferreres i Nos detecta una multiplicació substancial dels tallers, i que es reflecteix en els registres de la documentació històrica que es conserva del municipi, l'èxit del qual ha de relacionar-se amb el santuari més important de la zona nord de l'àrea prelitoral castellonenca, i que no per designis de l'atzar estava a Traiguera, parlem del Santuari de la Font de la Salut.

wikimedia.org

La ceràmica traiguerina es reconeix fàcilment pel seu estil d'elaboració, en el qual s'empra un pinzell de 6 o 7 puntes corbades, a diferència de les cinc que veurem a Tronchón, i que juntament amb la producció de La Galera, són les més esteses pel nostre territori, tenint òbviament una prevalença per la seva proximitat i tradició la traiguerina en l'àrea nord de Castelló, però no per això excloent a les restants.

Com podem comprovar a través de documentació de l'Arxiu del Regne de València relativa a Peníscola, o en el cas dels registres del fons documental municipal de Vinaròs, aquest producte era abundant i propi de les famílies de llauradors que l'aprofitaven com a ceràmica domèstica, al resultar econòmica i de considerable estima, tal com veurem a través de la pervivència de la seva elaboració durant tantes centúries.

Entre la producció podem destacar el que es coneix com la alfàbia o gerra de boca ampla “peça de terrissa típica de Traiguera a l'època de la baixa edat mitjana que està feta de pasta rosada i té coll vertical” (Ferreres, 2006, 55), o la gerra de la font de la salut, una “peça de terrissa típica de Traiguera en l'època de la baixa edat mitjana que està feta de pasta de color roig fosc, forma troncocònica i sense pintar. Aquesta normalment servia per posar-hi oli” (Ferreres, 2006, 59), tot això sense oblidar el tradicional bací, cànter, canelobre, caduf, olla i altres productes que en conjunt manifesten la importància i singularitat d'aquesta producció en tants segles d'història.

David Gómez de Mora

Més en informació: Joan Ferreres i Nos (2006). Patrimoni terrisser de Traiguera. Set-cents anys de canterers. Onada Edicions, Paisatges de la Memòria, nº3, 222 pp.

miércoles, 3 de agosto de 2022

La caça menor fa gairebé un segle en la zona nord litoral de Castelló

Una de les activitats sobre la que poc a poc van perdent-se molts dels detalls que ens fan recrear-nos en com era la vida dels nostres avantpassats, és la pràctica de la caça, referint-nos en aquest cas a l'art o modalitat que denominem com a “caça menor”, és a dir, aquella en la qual es persegueix un animal salvatge menor en tamany al d'una rabosa o guineu comuna.

Les jornades de caça se solien desenvolupar el cap de setmana, més concretament a partir de la vesprada del dissabte, allargant-se l'activitat fins al dia següent, doncs calia tornar al poble per a pescar o treballar els camps a l'endemà. La qüestió de l'aigua no era cap problema, perquè al llarg dels nostres termes municipals era habitual trobar-se amb cocons, en els quals a través d'una galleda o povalet que si bé no estava nugat a la mateixa construcció, el podia portar un dels caçadors, baixant-ho amb una corda fins a la zona del dipòsit subterrani per tal de plenar-ho amb un aigua que no importava la calor que feia, ja que sempre estava freda.

Tampoc podia faltar el vi, i més encara en una terra on sempre es va presumir de gaudir d'un vi negre internacional com el carló d'abans de la fil·loxera. Recordem que els caçadors podien portar la seva bota, ja que anaven amb el matxo tirant d'un carro, doncs entre els estris sempre hi havia algun barril ple, on tampoc podia faltar la gerra o barrilet d'aiguardent. Recordem que en aquesta terra va ser habitual que molts dels càntirs que portava la gent del camp o que tenien a les cases eren els elaborats a Traiguera, un tipus de ceràmica amb nom, qualitat i singularitat, que com sabem des de mitjan segle XVI va tenir un apogeu increïble al llarg d'aquest territori.

La nit podia passar-se en una de les moltes casetes de camp que hi havia pel terme (per exemple a Peníscola a mitjans del segle XIX tenim registrades més de 150), i fins i tot dins de la tradicional barraca (una construcció de pedra en sec característica d'aquest terreny), la qual durant l'estació de primavera amb la companyia de la foguera aprofitada amb les brases del sopar i alimentada amb llenya, era més que suficient per a gaudir de les comoditats d'aquells temps.

Dir que no tots els caçadors portaven escopeta, per això era normal que les compartiren. Un altre dels acompanyants era la fura, un animal domesticat fa més de dos mil·lennis precisament per a la caça de conills, ja que al introduir-se dins dels caus feia sortir aquests per a què ràpidament els caçadors puguesin agafar a la presa. Cal distingir entre les dues classes de pólvora, i que depenent del que es desitjava caçar, una era millor que l'altra, així doncs, amb la pólvora blanca, al tenir més potència, aquesta era usada per a la caça de conills i llebres, en canvi, la pólvora negra era emprada per a la captura d'ocells.

El menjar depenia dels qui integraven la partida, encara que com sabem no podien faltar els embotits de la terra, creïlles, formatge i carn. De la mateixa forma als pobles de costa, al disposar de mar, era habitual pujar cloïsses que simplement ruixant-se amb oli i tirant-les per damunt alguna herba aromàtica com el timonet, era suficient per a poder degustar-les en condicions. Tampoc podia faltar la clàssica llauna de vaquetes (Iberus alonensis) i que se realitzava en aquell mateix moment, un mol·lusc que malhauradament avui resulta difícil de veure, degut a l'explotació que s'ha fet de l'espècie, a banda del mal que ha realitzat en la seua població els herbicides dels camps de cultiu, els quals tampoc permeten que l'aigua dels aljubs o cocons pugui ser consumida.

Aquests caragols solien fer-se al foc sobre una pedra plana allargada o directament en una teula, deixant que s'escalfés, tirant-los molta sal, oli i alguna planta aromàtica del terreny que li donava el sabor adequat, culminant-se la elaboració amb un xorret de cognac per damunt quan aquest ja estava cuit.

Encara que avui costi d'imaginar, la caça era un complement alimentici on es barrejava l'oci i la necessitat de menjar en moltes d'aquelles famílies en les que era habitual que haguessin més de 6 o 7 membres per llar, raó per la que no sempre aquesta es practicava com un entreteniment, doncs no poques van ser les vegades que molta gent va tenir una troç de menjar amb el que anar-se a dormir gràcies als fruits d'aquesta noble activitat.

La baixa pressió demogràfica de la nostra zona i la disponibilitat de terreny natural amb relleu com vorem als puigs o la Serra d'Irta, ajudava a que aquesta es pogués desenvolupar en un espai més apte on trobar una major diversitat cinegètica.

Les jornades de caça eren dies de festa, d'amics i família, d'aquests que cada vegada costen més de veure per culpa de la “vida moderna” del segle XXI. Al voltant de la foguera, en el moment del desenvolupament de l'activitat o preparant el rantxo, era com els nostres avantpassats compartien les seves penes i alegries. La relació simbiòtica entre els gossos de caça (amb els seus esquellots), i l'ambient de germanor entre companys, convergia en el desenvolupament d'una activitat ecològica, que encara que alguns intentin distorsionar-la des dels interessos polítics que comporta una nova visió de la sostenibilitat, que ni és nova, ni tampoc s'assembla en res a la dels nostres avantpassats, resultava necessària en el moment del manteniment del camp i la consegüent gestió cinegètica per a la preservació de la terra que donava de menjar, així com també cal dir-ho, de la tradició i les costums que han marcat la forma de vida i de ser de la gent de les terres del nord de Castelló. Un territori ruralitzat, amb una marcada idiosincràsia, fruit dels hàbits, quefers, religiositat i obligacions que van donar com a resultat un caràcter particular als nostres avantpassats, del qual resulta impossible no sentir-se orgullós.

David Gómez de Mora

martes, 2 de agosto de 2022

Heráldica y genealogía de los Señores y Barones de Herbers

Hace unos días tuvimos la suerte de poder visitar el castillo de Herbers de la mano de su alcalde Daniel Pallarés, un amante de su pueblo y gran conocedor de la historia de la tierra en la que se ha ido forjando el pasado de sus ancestros.

Herbers es un enclave rural que todavía preserva la autenticidad de esas casas y calles que nos recuerdan la influencia de las corrientes del urbanismo del interior castellonenc, turolense, así como del área meridional del territorio catalán. Una encrucijada cultural, cuya esencia conforma la característica región de la Matarranya, donde el duro clima de las estaciones frescas, obligó a que la ganadería fuese el principal motor económico de esta zona desde sus albores.


Reconstrucción del escudo de los Barones de Herbers de acuerdo a los cuarteles que se representan en la fachada del castillo-palacio de la localidad (el de los Brusca ha sido adaptado a sus armas correctas, las cuales son un toro en lugar del grifo que por error creemos que se adscribió a esta familia)

Escudos de los Señores de Herbers en el interior del castillo-palacio

Para comprender la historia de Herbers, es necesario antes que nada analizar a fondo la genealogía de sus señores, una saga ininterrumpida de familias en el tiempo, que desde el periodo de la reconquista se asentaron, consolidando lo que denominaríamos como una nobleza local, que paulatinamente fue engrandeciendo e incrementando su estatus a medida que ejecutó de forma provechosa diferentes enlaces matrimoniales con familias de una condición social similar.

Las referencias medievales nos recuerdan como los primeros señores de estas tierras fueron los García de Jánovas, hecho que se traslada en un documento con motivo de un pleito en el que veremos implicados a don Rafael Ram de Viu y los vecinos Ramón Querol y José Gasulla. En el mismo se invoca a la donación medieval de la villa, en la que se recuerda como en esta “Don Blasco de Alagón, confirmada por el Rey Don Jaime, concede a Don Juan Garcés de Januas, en los años 1270 y 1272 para si y toda su posteridad la heredad de Herbers Jussans, con la extensión que en el día tiene con todos los pastos, hierbas, montes, aguas y leñas, y con todas las mejoras que en el cual tiempo se hicieron” (AMH, 1810). En este documento se especifican los lindes y propiedades de los afectados en dicho pleito, además de la venta y corte de árboles para la extracción de madera.

No olvidemos que don Rafael era heredero de los bienes y derechos de los antiguos señores medievales de la localidad, y que como veremos bebían del periodo de la reconquista, cuando Blasc d'Alagó apareció por estas tierras.

Emblema heráldico del caballero aragonés don Blasc d'Alagó en una de las vigas del castillo-palacio de los Barones de Herbers, y que nos recuerda como desde el medievo esta edificación fue una realidad que ya pudo derivar de una antigua fortificación que defendería esta franja del territorio. Simplemente cabe ascender hasta la zona de dicha construcción para comprobar como esta se alza en un punto con una buena visual que otea toda la zona montañosa que hay alrededor del municipio de Herbers.

Ahora bien, para conocer con mayor detalle los diferentes elementos heráldicos que presenta este castillo, hemos recurrido a los estudios previos que hemos ido realizando durante estos años en lo relativo a la figura de la familia Ram de Viu y sus asociados (Gómez de Mora, 2014, 2020 y 2022), así como especialmente a la inestimable ayuda de nuestro compañero Joan Roig i Vidal (*), el mayor experto en genealogía y heráldica que podemos encontrar en las tierras del norte de Castellón y sud de Tarragona, por ser hasta la fecha la única persona que ha estudiado con detalle y de manera escrupulosa aquellas familias de la nobleza local, de las cuales únicamente a través de su genealogía, uno puede emprender con precisión la lectura de los emblemas heráldicos que componen los armoriales de nuestro territorio, hecho que nos ayudó a descifrar el escudo de armas de la fachada del castillo-palacio de los barones, puesto que hasta la fecha desconocíamos algunos de los cuarteles que se asociaban con la casa de los Valls-Despuig, y que posteriormente pasaremos a relatar.


Baldosas del castillo-palacio del Barón de Herbers donde presenciamos un escudo partido con las armas de los Despuig (con su monte floridesado) y los Valls (con sus tres rosas)

Como bien nos indicaba Daniel Pallarés, el impulso económico que daría a la casa de los Señores de Herbers la familia de los Valls resultaría crucial. Así pues, tras haber entroncado a finales del medievo con los Cubells, estos siguieron medrando socialmente, pactando una serie de enlaces matrimoniales que catapultarían el estatus del linaje. Ese punto de inflexión, se produce sin lugar a duda a mediados del siglo XVI, justo cuando Luis-March de Valls i Cubells (natural de Herbers), enlaza con Jerónima-Ángela de Brusca i Despuig (esta natural de Ortells y descendiente de los señores de dicha localidad).

La representación cerámica de los diferentes emblemas que aparecerán marcados en las baldosas de la casa nos recordarán el poder que alcanzaron, y seguramente inmiscuirá una metamorfosis de la estructura del edificio, que como veremos se seguiría realizando durante las centurias venideras, especialmente en los siglos XVII y XVIII, tal y como se puede comprobar en las diferentes estancias, con una profusión muy destacada de elementos barrocos que cubren algunos de los techos de las principales dependencias del hogar.

Si analizamos a fondo el emblema heráldico de esta familia, como ya sostuvimos en el año 2014 como hipótesis preliminar nosotros creemos que el 2º cuartel en el caso de ser un animal, podría ser un búfalo o toro (referente a los Brusca), y el cual encajaría con el 3º, y que sería una montaña, refiriéndose en realidad a los dos cuarteles principales de los Brusca y Despuig. Recordemos que Luis-March, se casa precisamente con Jerónima Ángela de Brusca y Despuig. Respecto al primero, nos encontraríamos ante una rosa (perteneciente a los Valls), y el cuarto que a duras penas puede intuirse, nos recuerda a los Cubells (Señores de Herbers)”.

El tema guarda cierto interés, ya que si apreciamos las armas esculpidas en piedra, hay confusión con un grifo en el escudo que custodia el comedor-salón del palacio, así como otro que da acceso a una habitación. Un error iconográfico a priori, pues ahí debería de aparecer el toro o búfalo, característico de los Brusca. La cuestión es tan simple, como la idea que ya nos apuntó Joan Roig, al indicarnos que el artista encargado de realizar esta obra, se equivocó de animal, al sustituir el emblema de los Brusca, por un grifo, y que como bien nos indica el experto, no encaja con la heráldica de la zona, pues solo los Guerau morellanos lo portaban, y en principio, siguiendo el desarrollo genealógico de la familia, estos no aparecen entroncando con los Señores de Herbers, de ahí que como hipótesis planteemos la idea de que el grifo del segundo cuartel de la familia, se debe a un error del artista que no representó con lo que debería corresponder: el toro de los Brusca. Un fenómeno más habitual de lo que nos imaginamos en la heráldica local, y que si se afianza en el tiempo, comporta la elaboración de copias equivocadas con las consiguientes desvirtuaciones a nivel historiográfico.


En esta representación heráldica podemos ver como en el cuartel derecho de las dos primeras imágenes se aprecia el toro de la familia Brusca afincada en Vinaròs, y que en el caso del escudo labrado en piedra del palacio de Herbers (imagen de la derecha), se comprueba como en la representación esculpida ya aparece en forma de grifo con sus dos alas

Genealogía de la familia Valls (Señores de Herbers) y su entronque con la casa Ram de Viu. Datos aportados por Joan Roig i Vidal (*)

Si analizamos los apellidos que se reflejan en la presente genealogía de la órbita social que gira alrededor de la casa de los Señores de Herbers, quedan claras varias cuestiones:

La primera es que el escudo que encontramos en la fachada del castillo-palacio no incluye en ningún momento las armas de la familia Ram de Viu, por lo que podemos suponer que si el conjunto de apellidos que representan los cuarteles del citado blasón, recogen sus armas heráldicas hasta la generación de los nietos de Lluis-Gregori de Valls y su esposa Paula Jordà, cabe presuponer que este diseño es un compendio que aglutina aquellos escudos de las familias que hasta alrededor de mediados del siglo XVII habían entroncado con los señores de Herbers, obviando por tanto a los Ram de Viu, quienes como sabemos, se harán con el señorío, una vez que los varones de la familia Valls i Castelví no dejaron descendencia en lo tocante a las líneas con preferencia en el momento de heredar el señorío.

Otra cuestión es que como ya se ha ido apuntando al principio de este artículo, queda claro que la familia Valls, y que será junto con la de los Despuig las que aparecerán siempre en todos los emblemas heráldicos que hemos presenciado en la vivienda, se convierten sin lugar a duda en las que más poder económico tuvieron, y por tanto consiguieron realzar como adaptar una buena parte de la construcción palaciega que todavía podemos presenciar en lo alto de la localidad de Herbers, para remarcar así su mecenazgo y compromiso con el adecuamiento de una residencia señorial que tenía como propósito reforzar el estatus de sus integrantes.

Por último, presenciamos que el referido escudo de la fachada exterior del castillo-palacio, representa los linajes que fueron entroncando desde mediados del siglo XVI hasta las siguientes décadas de la centuria siguiente, compendiándose a lo largo del trascurso de cuatro generaciones, y solapándose sin seguir un criterio normativo en términos heráldicos, pues salta a la vista que la división de los cuarteles no guarda las proporciones estipuladas, tal y como por ejemplo sucede con el cuartel de los Cubells, y que se adhiere con el de los Jordà, sin guardar el espacio de corte que en la parte superior ocupa el de los Brusca, y que como ya se ha comentado, parte de un error iconográfico, en el que se ha modificado el toro o búfalo característico de la familia por un grifo rampante.

Siguiendo un orden de izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo, los cuarteles que presenciamos, y que hemos podido despejar en parte gracias a la ayuda de Joan Roig i Vidal, son los siguientes: Valls, Brusca, Castelví, Despuig, Cubells, Jordà i Montoliu.

Salta con ello a la vista que en la parte izquierda se preservan las armas antiguas del enlace entre los Señores de Herbers y la descendiente de los de Ortells, donde posteriormente se añade en la zona derecha los procedentes de las familias de la nobleza tortosina, donde en un intento por querer aprovechar el escudo de los Oliver de Boteller (y que tiene un barril, al igual que el de los Cubells), se optó por abandonar el corte normativo, y solaparlo de este modo con el de los Jordà, aprovechando de esta forma ese cuartel para referirnos a dos familias, que a pesar de ser diferentes, estarán curiosamente también documentadas en la ciudad de Tortosa.

Escudo presente en la fachada del castillo-palacio de Herbers

Queda claro que las políticas matrimoniales de los Señores de Herbers marcarán un punto de inflexión durante el siglo XVI, cuando después de afianzar su posición con la casa de los Señores de Ortells, buscarán en la nobleza tortosina un aliado con el que ir consolidando su posición. En este sentido los Oliver de Boteller, son una de las familias que más destacaron durante el periodo renacentista en la ciudad de Tortosa, ingresando como era costumbre muchos de sus representantes dentro del clero diocesano, siendo una cara visible que rivalizó con los Jordà, quienes tal y como reseña en su trabajo Rovira i Gómez (1996), son un linaje establecido en esta ciudad desde la reconquista, amasando un poder que en ocasiones fue motivo de conflictos con linajes importantes de la ciudad, dejando su impronta social más allá de la urbe tortosina, tal y como veremos en la localidad de Vinallop, donde el linaje poseía una gran heredad (Muñoz, 2013).

Por otro lado, familias como los Cubells (y que poseían desde finales del siglo XIV el Señorío de Herbers), también se moverán por el área de Tortosa, algo que sucederá igualmente con los Despuig, quienes según el relato familiar aparecen por estas tierras durante el siglo XII a raíz de la reconquista. De todo ello se desprende que la nobleza local que veremos asentada en esta franja de la Matarranya, establecerá nexos estrechos con otros linajes de similares características sociales, y que apreciaremos tanto en el área dels Ports, como también en las tierras bajas del Ebro, conformando grupos de poder que retroalimentaban esas alianzas, en las que las políticas endogámicas eran algo usual, especialmente en el momento de querer fortalecer y consolidar el patrimonio familiar que daba mayor renombre, así como unas miras que garantizaban un medraje en una sociedad profundamente jerarquizada como la de antaño.

David Gómez de Mora

Referencias:

-Arxiu Municipal d'Herbers, C-75, expedient 10. “Pleito del Ayuntamiento entre Rafael Ram de Viu, y el Ayuntamiento de Herbers y los vecinos de Herbers, Ramón Querol y José Gasulla”. Año 1810

-Gómez de Mora, David (2014). “El Señorío y Baronía de Herbers”, 5-V-2014 en davidgomezdemora.blogspot.com

-Gómez de Mora, David (2018). “Notes sobre els llinatges nobles de Tortosa a finals de l'Edat Mitjana”, 16-VII-2018 en davidgomezdemora.blogspot.com

-Gómez de Mora, David (2020). “El Barón de Herbés y Vinaròs. Breves apuntes”, 20-IV-2020 en davidgomezdemora.blogspot.com

-Gómez de Mora, David (2021). “La genealogía de don Rafael Ram de Viu”, 12-VII-2022 en davidgomezdemora.blogspot.com

-Muñoz i Sebastià, Joan-Hilari (2013, 33). Vinallop. Notes històriques. Consell Assessor de Vinallop, pp. 142

-Roig i Vidal, Joan (*). Su autor tiene finalizado un estudio muy completo de todos los linajes que encontramos en las tierras del norte de Castellón y que en un futuro saldrá a la luz.

-Rovira i Gómez, Salvador-Joan., 1996, 259. Els nobles de Tortosa, segle XVI. Consell Comarcal del Baix Ebre, 336 pp.

davidgomezdemora@hotmail.com

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Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).