No
es la primera vez que relatamos como era el día a día de muchas de
aquellas casas de labradores que disfrutaban de una posición de
cierto bienestar, y que a pesar de no insertarse dentro de la nobleza
local, disponían de bienes que les permitían vivir de forma digna,
sin perder la ilusión de llegar a ascender dentro de una sociedad
estratificada en la que el pedrigree
familiar pesaba mucho en las aspiraciones que uno podía llegar a
alcanzar en su paso por este mundo terrenal.
En
Huete, hablar de apellidos como el de Burbanos o Barajas es hacerlo
de linajes de campesinos con independencia y disponibilidad de
tierras, que sin insertarse dentro del sector de los grandes
terratenientes hidalgos, poseían al menos una cierta calidad de
vida, que les ayuda a subsistir en un periodo donde la miseria, el
hambre y las guerras eran por desgracia algo cotidiano.
En
el año 1665, María de Burbanos realizaba un codicilo ante el
escribano Cristóbal de Rozalén, es decir, una modificación de su
testamento inicial, que a pesar de no comportar una alteración en
las últimas voluntades relativas a la repartición de bienes con sus
herederos, conllevaba una serie de cambios, en este caso vinculante al
número de misas pagadas y la forma de celebrarse la liturgia con la
que se diera descanso eterno a su cuerpo.
María
era viuda del juanista Marco de Barajas, por lo que casó después
con Miguel de Liñán. En un primer momento la señora Burbanos solicitó que se le celebrasen 400 misas por la
salvación de su alma, además de que el Cabildo de curas y
beneficiados y capellanes de Sal Ildefonso y religiosos del convento
de San Francisco acompañase su cuerpo. A esta cantidad indicará que
se le debían de añadir otras 100 misas (40 para sus padres y demás
personas, otras 40 para su primer marido Marcos, y las 20 restantes
para las ánimas del purgatorio). El cómputo final daba como
resultado un total de 500 misas.
No
sabemos qué sucedió tiempo después de exigir sus últimas
voluntades, pero María cambió de idea, reduciendo sustancialmente
la cantidad de misas acordadas, motivo por el que hubo que volver a
acudir al escribano y solicitar la referida modificación, quedando
finalmente sus exigencias en 150 misas por la salvación de su alma,
así como medio centenar para sus padres y primer marido, además de
las 20 restantes para las ánimas del purgatorio, quedando la cosa en
220 misas, es decir, la mitad de las que en un primer momento tenía
en mente.
¿Falta
de dinero?, ¿ausencia de interés por invertir en su salvación?...,
por ahora no tenemos claro el motivo, aunque es cierto que muchas
familias, incluso siendo creyentes y considerar que el pago de misas
era necesario, pensaban que no era trascendente incrementar
excesivamente la suma final, puesto que si aquel cristiano había
desarrollado una vida ejemplar a lo largo de su vida, con unas
cuantas mandas era más que suficiente para ponerse a salvo del
purgatorio. Recordemos como en La Peraleja décadas atrás ya hubo un
labrador condenado por la Inquisición precisamente por decir delante
de sus vecinos que con las misas que cubría la cofradía a la que
pertenecía y que siempre se dedicaban a sus integrantes el día que
fallecía, había suficiente cantidad para salvar el alma del
difunto.
Evidentemente
este tipo de comentarios eran motivo para tener problemas con el
Santo Oficio, no obstante, bien sabemos que muchas veces la cifra de misas, además del factor fe como vínculo de salvación, eran una
forma de demostrar al resto de habitantes el poder que amasaba esa
familia, es decir, una estrategia de proyección social post
mortem que
además de ensalzar el nombre del difunto, recordaba al resto del
populacho la capacidad económica con la que se movía el linaje. Un
arma de doble filo que desde luego no pasaba desapercibida por
aquellas casas bien posicionadas, y que planificaban al milímetro
los enlaces que les permitiesen incrementar su posición, o como en
el caso que nos ocupa, seguir creciendo con tal de acrecentar una
calidad de vida aceptable.
Iglesia de Santa María de Atienza. Huete (foto: descubrecuenca.com)María
había casado con Marcos de Barajas, un optense con un apellido que
por aquellos tiempos comenzaba a florecer entre las familias de
Atienza con posibles, y es que en 1634 doña Petronila de
Barajas acabaría casándose con don Marcos de Parada Peralta e
Hinestrosa, este a su vez nieto paterno de don Alonso de Parada,
hermano del tercer Señor de Huelves (Parada, 2004, 703).
Recordemos
que los Parada, junto con varias decenas de familias asentadas en
Huete, formaban parte del conglomerado nobiliario que ya estaba
afincado en el municipio, y que empezó a cobrar protagonismo
súbitamente a partir de la primera mitad del siglo XV. Como otras
tantas estirpes del lugar, entroncaron con familias que arrastraban
un conocido pasado converso, fenómeno más normal de lo que hasta la
fecha podría parecernos, y que paulatinamente la historiografía nos
va revelando. Entre los Barajas de San Nicolás de Medina, veremos
celebraciones matrimoniales con linajes conocidos, volviendo a
manifestarse vínculos muy estrechos que los relacionaban con Santa
María de Atienza. Así ocurrió con Juana de Barajas, hija de Juan
de Barajas y Catalina Escudero, que celebró sus nupcias en 1611 con
Tomás Aterido, hijo de Miguel Aterido y Juana Galana. Por esas
fechas Juan Aterido Galana, también casará con Catalina de Lara,
fruto de cuyo enlace vino al mundo Jacinto Aterido de Lara, y quien
de nuevo vuelve a repetir idéntico tipo de política matrimonial, al
casar en 1632 con Quiteria de Lara. Este entramado unía por varios
lados las sangres de los Barajas, Lara y Aterido. Un mecanismo
hermético que retroalimentaba aquellos esfuerzos por mejorar su
posición, fundamentados en el sacrificio de pequeños y medianos
propietarios agrícolas, que no dividían sus bienes y en los que
cada generación iba aumentando su radio de influencia, además de
insertar a algunos de sus hijos dentro del clero local, lo que
propiciaría un nombre y la consiguiente gestación de enlaces
conyugales con familias de la nobleza municipal. Sin lugar a duda un
catalizador social que les permitirá integrarse entre las élites.
Sobre
los Aterido y su círculo social cabe destacar el testamento de Justa
López viuda de Juan Aterido, quien en su testamento solicitará
enterrarse en la sepultura que sus padres tenían en la Iglesia de
San Nicolás de Medina. Esta mandará 200 misas por su alma junto a
su marido y progenitores.
Como
la mayoría de los linajes antes citados, su familia era juanista,
además de cofrade del Cabildo de las Ánimas. Con su esposo Juan
tuvo dos hijas, una fue María Aterido, quien en su día recibió
tierras y 200 ducados, así como Ana Aterido, quien también fue
agraciada con la misma cantidad.
Parece
ser que la nieta e hija de Ana será la elegida para llevarse el
grueso de la herencia de la familia, por ello Juana declara que sus
casas de morada en el Barrio de San Antón y las fincas que tenía
recayeran bajo la figura de una fundación en la persona de su nieta
María Fernández de Aterido, para ello a cambio sus poseedores
deberían celebrar una serie de misas en la iglesia de Santa María
de Atienza el día de la Santísima Trinidad así como durante el día
de San Juan Bautista.
Sabemos
que esta nieta casaría con un miembro de la familia Ceza o Zeza, una
casa de hidalgos que comenzó a proyectarse a partir de la segunda
mitad del siglo XVI y que finalmente, como tantos linajes conseguiría
un reconocimiento dentro del ámbito nobiliario, a pesar de que las
crónicas enfatizarán en unos orígenes militares que nada tenían
que ver con la vida rural de las tierras de Huete. Entre las
cláusulas de la fundación, como solía ser habitual se exige que el
patrimonio que recibiese el propietario, este deberá mantenerlo
labrado y en uso, comentando que si María no dejara descendencia, el
grueso patrimonial recayese en la línea de su otra hija, quien había
casado con Luis de Lara, jurado perpetuo optense por el estado llano.
María
Fernández tenía por hermano a Tomás Fernández de Aterido, miembro
de la Orden de predicadores de Alcalá de Henares, y a quien Justa
estuvo alimentando y educando, además de aportar 50 ducados. Otro
miembro de la familia fue el sobrino de Justa, el licenciado Juan
Muñoz, clérigo presbítero que junto
con el anterior, insertaba a esta casa dentro del brazo eclesiástico, jugando así sus influencias
dentro del radio de acción en el que residía el círculo de los Aterido y sus asociados.
David
Gómez de Mora
Referencias:
*
Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº155. Año 1664
*
Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº156. Año 1665
*
Parada (de) y Luca de Tena, Manuel (2004). “Huete y la guerra
contra Francia. Llamamientos de hijosdalgos en 1635 y 1637”. Anales
de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Volumen
VIII/2, pp. 663-708.