miércoles, 25 de mayo de 2022

Una desaparecida ermita en Villarejo de la Peñuela

Ya hemos comentado en más de una ocasión que el peso de la religiosidad en la sociedad labriega de nuestros antepasados fue crucial para entender una parte de sus quehaceres diarios así como de su forma de pensar.

No siendo por ello un hecho casual que la construcción de ermitas se acabó convirtiendo en una actividad que por un lado manifestaba el fervor católico de sus vecinos, además de una muestra palpable sobre las posibilidades económicas que determinadas personas o círculos sociales podían poseer, pues con su alzamiento se demostraba poder o estatus, gracias al pago de determinadas obras siempre que corriesen a cargo de un particular o varias personas.

Restos de sillares que presenciamos en los alrededores del cementerio de Villarejo de la Peñuela

Conocemos reseñas extraídas a través de la documentación parroquial que nos ofrecen los testamentos de algunos municipios de esta zona de la Alcarria, tal y como ocurre en Saceda del Río, cuando durante la segunda mitad del siglo XVII el Licenciado Francisco Vicente dona 75 ducados a su sobrino Diego Martínez, para que este con 40 de los mismos alzase una capilla junto a la Ermita de Nuestra Señora de la Paz, colocando en su interior una imagen de San Guillermo.

En estos momentos desconocemos con detalle como se gesta la construcción de la antigua ermita a la que a continuación vamos a referirnos en el presente artículo, y sobre la que pensamos como hasta el siglo XIX, todavía se intuyen una serie de indicios que nos hacen pensar en que su estructura principal seguía en pie. Por desgracia ignoramos su advocación, aunque vemos como en los libros de defunción en muchas ocasiones los vecinos realizan mandas a una ermita dedicada a Santa Ana, y que a tenor de su repetición en los testamentos creemos que sería la principal de la localidad, no obstante veremos que esta no será la única que se alzaría dentro del término municipal, pues al menos tenemos constancia de otra.

Esta antigua ermita y que parece ser tenía una planta rectangular, existió en las afueras del municipio, más concretamente a poco más de 400 metros en dirección norte del pueblo, justo donde hoy se levanta el cementerio municipal. Una evidencia histórica que detectamos tanto por la presencia de unos restos de sillería de este espacio, y que se ven confirmados por un mapa del geógrafo Tomás López, al ubicar en ese mismo punto un edifico al que este denomina como ermita.

Mapa del geógrafo Tomás López donde se representa la ermita de Villarejo de la Peñuela (Biblioteca Nacional). Esta tenía techo a dos aguas, además de varias ventanas que daban acceso a la luz del exterior. A pesar del esquematismo del mapa, puede hipotetizarse que su entrada podría estar mirando de cara hacia el pueblo.

Como decíamos anteriormente, desconocemos a que advocación pudo pertenecer este edificio, no obstante la documentación eclesiástica ya durante el siglo XVI nos informa de como muchos de nuestros antepasados realizan donaciones a la ermita de Santa Ana, la cual, de acuerdo con uno de los libros presentes del antiguo fondo eclesiástico local, y que hoy se localiza en el Archivo Diocesano de Cuenca, nos recuerda la presencia de esta cofradía, a través de un volumen en el que se recogen interesantes datos sobre sus integrantes durante el periodo de los años 1705-1756.

Imagen de otro antiguo resto de sillar dentro de la referida zona

Sabemos que Santa Ana fue una imagen venerada en diferentes municipios de este área, difundiéndose su culto especialmente a partir de finales de la Baja Edad Media (siglo XV). En el caso de Verdelpino de Huete todavía existe un edificio dedicado a la Santa, así como en otros pueblos de la zona, siendo el caso de Carrascosa del Campo o Pineda de Gigüela (entre otros).

Indicábamos que no podemos confirmar a ciencia cierta la advocación a la que estaba dedicado el templo. No obstante, lo que si se puede asegurar es que todavía existen algunos de sus sillares, resultado de que buena parte de las piedras que formaron sus paredes se aprovecharon, desperdigándose las partes sobrantes en las inmediaciones del cementerio municipal.

El camposanto actual se erigió sobre la zona donde se hallaba la desaparecida ermita

La traza de la construcción desaparecida no sería insignificante, puesto que si el geógrafo madrileño en su viaje por esta zona la considero como un hito destacado, sin lugar a duda tuvo que ser porque esta le llamó la atención. Esperamos aportar más datos sobre esta construcción, hasta la que como es de imaginar nuestros antepasados realizarán romerías, al no distanciarse mucho del municipio, además de posicionarse enfrente de sus casas, aprovechando así la altura adicional que le otorgaba el piedemonte sobre el que se disponía, y desde el que se divisa todo su entorno urbano, impregnando así el conjunto con ese encanto tan característico que insuflan este tipo de construcciones religiosas.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de Villarejo de la Peñuela

jueves, 5 de mayo de 2022

El mapa de Saceda del Río de Tomás López

Durante el siglo XVIII el geógrafo madrileño Tomás López de Vargas Machucha, entre sus diversas obras realizó un provechoso trabajo que abarcó algunas partes del país. Entre estas se encontraba el espacio conformado por el territorio conquense, del cual además de interesantes descripciones en las que se analizaba la económica y geomorfología del terreno, aportó numerosos croquis, que a modo de mapas complementaban las relaciones geográficas de unas franjas del territorio alcarreño, que muy pocos hasta la fecha habían definido con aquel detalle.

Al respecto, en su trabajo vinculante con la provincia de Cuenca, Tomás nos dejó un interesante esbozo de la distribución territorial de esta zona. Una serie de referencias de enorme valor que cabe encuadrar durante la segunda mitad del siglo XVIII, y que su autor bautizará con el título de “Mapa de Saceda del Río y su contorno, que comprende la villa de Moncalvillo y su anexo”.

Detalle del mapa de Saceda del Río de Tomás López (BNE)

En este esbozo cartográfico apreciamos en su parte central la localidad de Saceda, marcándola dentro de un recuadro, en la que se delimita su término municipal, y donde se representa la zona de su casco urbano, junto con un asentamiento ya despoblado por aquel entonces, anexo junto al área del mismo río Peñahora, y que queda separado a medio camino de Saceda por un molino. Leemos igualmente otros topónimos de interés, como el de “Villareal, anexo de Caracenilla”, el cual como sabemos es concretamente la desaparecida Carrascosilla. Todo ello sin olvidar el despoblado de Uterviejo o la actual pedanía optense de Caracenilla.

Igualmente vemos como se referencia un puente de piedra en la zona que queda en las cercanías de donde desembocan las aguas del río Peñahora con el Mayor (aquí designado como río Huete), además de tres puentes de piedra y tres molinos, ubicados en la franja de terreno que va desde este río a las afueras de Moncalvillo, antes de llegar su curso a la zona de aporte del Peñahora.

Leeremos mismamente el nombre de algunos despoblados anexos a Saceda, como ocurrirá con el asentamiento desaparecido de “Palomarejos”, además de otros municipios como La Peraleja, Villanueva de Guadamejud, Valdemoro del Rey, Bonilla, junto varios enclaves de los alrededores. Por lo que respecta a Saceda, Tomás López señala que desde la vega del río Peñahora emergen diversas fuentes hasta que conectan con el río Mayor. Se trata de un cauce con poca agua, pero muy útil para el riego de la zona, de acorde a la descripción que se apunta de esta arteria fluvial.

Parte del mapa referido de Saceda del Río de Tomás López (BNE)

También se remarca la presencia de olmos y sauces, estos últimos responsables del nombre con el que se denominaba desde siglos atrás al municipio de Saceda. Su término comprenderá una extensión aproximada de legua de largo por media de ancho, aportando sus tierras todo tipo de granos, aceite, vino, azafrán, frutas, hortalizas y nabos. Se nos habla de núcleos despoblados, como es el caso del asentamiento “de la Torre”, y que el mapa señala como anexo a Saceda, entre la zona de Valdemoro del Rey y Moncalvillo. Tampoco podemos olvidar el despoblado de Peñahora, del cual cobra nombre el río, y que por lo que podemos intuir se hallaría dentro de lo que se designa como el término sacedero, no muy lejos de la zona donde el cauce de mismo nombre conecta con el río Mayor.

Sobre las aguas del lugar se dice que estas por ser salobres repercuten en la salud de sus vecinos, creando en muchos de ellos piedras en la vejiga. De la misma forma se añade que en el valle de Peñahora, a poco más de una legua, existe una fuente apta para combatir esos males, por ser su agua mineral de calidad al funcionar como un potente disolvente.

David Gómez de Mora

“La Era del Castillo” de La Peraleja

Son muchos los interrogantes que nos quedan por despejar sobre los orígenes de esta localidad conquense, y de la que como mínimo podemos asegurar a ciencia cierta que durante la baja edad media hay constancia de un poblamiento que se mantendrá de forma permanente hasta nuestros días. Un enclave que posee su casco antiguo sobre un entorno que de forma natural se realza en medio de la meseta alcarriense, lo que le da cierto interés desde la perspectiva geoestatégica, pues con ello queda claro que la trama que discurrirá con el paso de los siglos hacia los pies del barranco que frenó la expansión del lugar, fue dirigiendo la planificación urbana del lugar, obligando a que el municipio creciera por los laterales y dejando como resultado algunas de las calles empinadas que hoy persisten en el parcelario peralejero. Sabemos que la zona alta del pueblo se halla en una cota cercana a los 880 m.s.n.m., permitiendo de este modo entrar en contacto con la visual de otros asentamientos distribuidos a lo largo del llano, y con los que desde un inicio mantendría una estrecha conexión.

"Era del Castillo" de La Peraleja

No obstante, el punto de interés que desearíamos tratar en este artículo se encuentra a escasos 200 metros en dirección noroeste de la parte antigua del pueblo. Se trata de una antigua era, hoy aprovechada como helipuerto de emergencias, y que hasta hace unos años perteneció a una de las líneas de la familia peralejera de los Jarabo, tal y como nos indicaba en una visita que realizamos al lugar don Antonio Muñoz, vecino del municipio, quien muy amablemente nos comentó diferentes cuestiones de interés histórico vinculadas con la localidad y que hasta la fecha desconocíamos.

Visual de la zona en la que se halla la antigua Era del Castillo

Respecto al entorno denominado como de la “Era del Castillo”, cabe preguntarse qué hay de cierto en la posibilidad de que en este punto antaño existiese algún tipo de edificio que revelase la presencia de una construcción con fines defensivos. Un paseo por los alrededores de este enclave no resulta suficiente como para llegar a profundizar en si el topónimo que designa esa vieja era, es o no una referencia vinculada con los restos de un castillo o torre hoy ya desaparecida de los tiempos de la dominación musulmana.

Placa que recuerda la donación del lugar efectuada por la familia Jarabo

Por una parte veremos como a priori en el lugar no hay presencia de vestigios que den pie a creer en esta idea, no obstante, también es cierto que el lugar al ser acondicionado para su actual uso, ha modificado por completo su fisionomía. Quedándonos por ello una modesta loma aplanada y ubicada a 893 m.s.n.m., pero que sigue siendo el espacio más elevado en relación a las inmediaciones del casco urbano.

Restos de la casona que la familia Jarabo poseía en la zona del casco antiguo de La Peraleja. Como se ha indicado en anteriores artículos, el linaje está documentado en el lugar desde el siglo XV, estableciéndose durante la segunda mitad del siglo XVI una rama que parte del terrateniente Bonifacio Jarabo, progenitor de la línea peralejera y que se caracterizará por la tenencia destacada de bienes, consolidándose como una de las familias más poderosa de su tiempo, tal y como lo demuestra la documentación de la época

Cabe decir que por norma general los asentamientos que no se emplazan en una hondonada, y si en altura (como sucede en el caso de La Peraleja), suelen partir en origen de algún espacio fortificado, el cual aprovechando la geomorfología del terreno, divisan un perímetro que les sirve para mantener bajo control el área de explotación económica en la que se mueven sus habitantes. Y es que a pesar de la falta de un relieve escabroso en esta zona de la Alcarria, la existencia de lomas o pequeños cerros que rompen la homogeneidad de sus planicies, se acaban transformando en entornos que por norma general se aprovechan para el emplazamiento de algún tipo de estructura defensiva.

Era del Castillo en una imagen del vuelo americano (serie b, durante los años 1956-1957). En: fototeca.cnig.es

Creemos que la distancia existente entre la era y el vacío de la trama urbana es considerable como para pensar que la localidad de La Peraleja se planificó sobre la base de ese hipotético espacio en el caso de haber existido. No obstante, en muchas ocasiones estos topónimos como sabemos no caen del cielo, pudiendo referirse a algún tipo de construcción, y que solían posicionarse en los alrededores de las poblaciones para reforzar la visual, como torres o zonas de vigilancia, algo lógico y que encaja con la idea de que si el casco medieval del municipio se resguardaba en el entorno de lo que hoy es la actual iglesia, la zona meridional quedaba bien divisada, pudiendo por ello reforzarse la parte trasera con una especie de atalaya. Precisamente y solo por poner un ejemplo, sabemos que en la cercana Gascueña, existen elementos defensivos de tales características, puesto que se insertan en la línea de las fortificaciones medievales que se desplegaron en la zona durante la época de instalación islámica, quedando por ello abierta la puerta a la hipótesis de que ese “castillo”, del que al menos en la fotografía área del vuelo americano de los años cincuenta del siglo pasado no se aprecia nada relevante, pudo ser algún tipo de torre que servía para conectar con el resto de enclaves fortificados de sus alrededores, y de los que como es lógico pensar, la Sierra de La Peraleja era otro de sus puntos de apoyo.

Un dato que nos parece interesante, es que si apreciamos la imagen referida del vuelo americano, queda claro como el montículo sobre el que se encontraba la era, ofrecía un relieve escalonado en dos niveles, no disponiéndose por esta razón como una mera lomilla que deslizaba uniformemente su pendiente, sino que ofrecía un acceso escalonado, aprovechando la presencia de una base rocosa, que de forma natural separaba la parte baja de la zona superior.

Afloramiento de niveles calizos naturales en la ladera de la lomilla

Ese nivel de roca calizo, a pesar de las remociones de tierra y el cambio de uso del lugar, todavía puede presenciarse en esta parte del montículo, no siendo por ello descabellado pensar en que esa disposición geomorgológica del terreno, fuese un elemento a tener en cuenta, en el momento de querer imaginar que siglos atrás existiese algún tipo de construcción que se bautizaría de forma precisa con esta designación.

David Gómez de Mora

Cronista Oficial de La Peraleja

martes, 3 de mayo de 2022

Familias del Barrio de Atienza de Huete. El florecimiento de una burguesía agraria durante los siglos XVI y XVII

No es la primera vez que relatamos como era el día a día de muchas de aquellas casas de labradores que disfrutaban de una posición de cierto bienestar, y que a pesar de no insertarse dentro de la nobleza local, disponían de bienes que les permitían vivir de forma digna, sin perder la ilusión de llegar a ascender dentro de una sociedad estratificada en la que el pedrigree familiar pesaba mucho en las aspiraciones que uno podía llegar a alcanzar en su paso por este mundo terrenal.

En Huete, hablar de apellidos como el de Burbanos o Barajas es hacerlo de linajes de campesinos con independencia y disponibilidad de tierras, que sin insertarse dentro del sector de los grandes terratenientes hidalgos, poseían al menos una cierta calidad de vida, que les ayuda a subsistir en un periodo donde la miseria, el hambre y las guerras eran por desgracia algo cotidiano.

En el año 1665, María de Burbanos realizaba un codicilo ante el escribano Cristóbal de Rozalén, es decir, una modificación de su testamento inicial, que a pesar de no comportar una alteración en las últimas voluntades relativas a la repartición de bienes con sus herederos, conllevaba una serie de cambios, en este caso vinculante al número de misas pagadas y la forma de celebrarse la liturgia con la que se diera descanso eterno a su cuerpo.

María era viuda del juanista Marco de Barajas, por lo que casó después con Miguel de Liñán. En un primer momento la señora Burbanos solicitó que se le celebrasen 400 misas por la salvación de su alma, además de que el Cabildo de curas y beneficiados y capellanes de Sal Ildefonso y religiosos del convento de San Francisco acompañase su cuerpo. A esta cantidad indicará que se le debían de añadir otras 100 misas (40 para sus padres y demás personas, otras 40 para su primer marido Marcos, y las 20 restantes para las ánimas del purgatorio). El cómputo final daba como resultado un total de 500 misas.

No sabemos qué sucedió tiempo después de exigir sus últimas voluntades, pero María cambió de idea, reduciendo sustancialmente la cantidad de misas acordadas, motivo por el que hubo que volver a acudir al escribano y solicitar la referida modificación, quedando finalmente sus exigencias en 150 misas por la salvación de su alma, así como medio centenar para sus padres y primer marido, además de las 20 restantes para las ánimas del purgatorio, quedando la cosa en 220 misas, es decir, la mitad de las que en un primer momento tenía en mente.

¿Falta de dinero?, ¿ausencia de interés por invertir en su salvación?..., por ahora no tenemos claro el motivo, aunque es cierto que muchas familias, incluso siendo creyentes y considerar que el pago de misas era necesario, pensaban que no era trascendente incrementar excesivamente la suma final, puesto que si aquel cristiano había desarrollado una vida ejemplar a lo largo de su vida, con unas cuantas mandas era más que suficiente para ponerse a salvo del purgatorio. Recordemos como en La Peraleja décadas atrás ya hubo un labrador condenado por la Inquisición precisamente por decir delante de sus vecinos que con las misas que cubría la cofradía a la que pertenecía y que siempre se dedicaban a sus integrantes el día que fallecía, había suficiente cantidad para salvar el alma del difunto.

Evidentemente este tipo de comentarios eran motivo para tener problemas con el Santo Oficio, no obstante, bien sabemos que muchas veces la cifra de misas, además del factor fe como vínculo de salvación, eran una forma de demostrar al resto de habitantes el poder que amasaba esa familia, es decir, una estrategia de proyección social post mortem que además de ensalzar el nombre del difunto, recordaba al resto del populacho la capacidad económica con la que se movía el linaje. Un arma de doble filo que desde luego no pasaba desapercibida por aquellas casas bien posicionadas, y que planificaban al milímetro los enlaces que les permitiesen incrementar su posición, o como en el caso que nos ocupa, seguir creciendo con tal de acrecentar una calidad de vida aceptable.


Iglesia de Santa María de Atienza. Huete (foto: descubrecuenca.com)

María había casado con Marcos de Barajas, un optense con un apellido que por aquellos tiempos comenzaba a florecer entre las familias de Atienza con posibles, y es que  en 1634 doña Petronila de Barajas acabaría casándose con don Marcos de Parada Peralta e Hinestrosa, este a su vez nieto paterno de don Alonso de Parada, hermano del tercer Señor de Huelves (Parada, 2004, 703).

Recordemos que los Parada, junto con varias decenas de familias asentadas en Huete, formaban parte del conglomerado nobiliario que ya estaba afincado en el municipio, y que empezó a cobrar protagonismo súbitamente a partir de la primera mitad del siglo XV. Como otras tantas estirpes del lugar, entroncaron con familias que arrastraban un conocido pasado converso, fenómeno más normal de lo que hasta la fecha podría parecernos, y que paulatinamente la historiografía nos va revelando. Entre los Barajas de San Nicolás de Medina, veremos celebraciones matrimoniales con linajes conocidos, volviendo a manifestarse vínculos muy estrechos que los relacionaban con Santa María de Atienza. Así ocurrió con Juana de Barajas, hija de Juan de Barajas y Catalina Escudero, que celebró sus nupcias en 1611 con Tomás Aterido, hijo de Miguel Aterido y Juana Galana. Por esas fechas Juan Aterido Galana, también casará con Catalina de Lara, fruto de cuyo enlace vino al mundo Jacinto Aterido de Lara, y quien de nuevo vuelve a repetir idéntico tipo de política matrimonial, al casar en 1632 con Quiteria de Lara. Este entramado unía por varios lados las sangres de los Barajas, Lara y Aterido. Un mecanismo hermético que retroalimentaba aquellos esfuerzos por mejorar su posición, fundamentados en el sacrificio de pequeños y medianos propietarios agrícolas, que no dividían sus bienes y en los que cada generación iba aumentando su radio de influencia, además de insertar a algunos de sus hijos dentro del clero local, lo que propiciaría un nombre y la consiguiente gestación de enlaces conyugales con familias de la nobleza municipal. Sin lugar a duda un catalizador social que les permitirá integrarse entre las élites.

Sobre los Aterido y su círculo social cabe destacar el testamento de Justa López viuda de Juan Aterido, quien en su testamento solicitará enterrarse en la sepultura que sus padres tenían en la Iglesia de San Nicolás de Medina. Esta mandará 200 misas por su alma junto a su marido y progenitores.

Como la mayoría de los linajes antes citados, su familia era juanista, además de cofrade del Cabildo de las Ánimas. Con su esposo Juan tuvo dos hijas, una fue María Aterido, quien en su día recibió tierras y 200 ducados, así como Ana Aterido, quien también fue agraciada con la misma cantidad.

Parece ser que la nieta e hija de Ana será la elegida para llevarse el grueso de la herencia de la familia, por ello Juana declara que sus casas de morada en el Barrio de San Antón y las fincas que tenía recayeran bajo la figura de una fundación en la persona de su nieta María Fernández de Aterido, para ello a cambio sus poseedores deberían celebrar una serie de misas en la iglesia de Santa María de Atienza el día de la Santísima Trinidad así como durante el día de San Juan Bautista.

Sabemos que esta nieta casaría con un miembro de la familia Ceza o Zeza, una casa de hidalgos que comenzó a proyectarse a partir de la segunda mitad del siglo XVI y que finalmente, como tantos linajes conseguiría un reconocimiento dentro del ámbito nobiliario, a pesar de que las crónicas enfatizarán en unos orígenes militares que nada tenían que ver con la vida rural de las tierras de Huete. Entre las cláusulas de la fundación, como solía ser habitual se exige que el patrimonio que recibiese el propietario, este deberá mantenerlo labrado y en uso, comentando que si María no dejara descendencia, el grueso patrimonial recayese en la línea de su otra hija, quien había casado con Luis de Lara, jurado perpetuo optense por el estado llano.

María Fernández tenía por hermano a Tomás Fernández de Aterido, miembro de la Orden de predicadores de Alcalá de Henares, y a quien Justa estuvo alimentando y educando, además de aportar 50 ducados. Otro miembro de la familia fue el sobrino de Justa, el licenciado Juan Muñoz, clérigo presbítero que junto con el anterior, insertaba a esta casa dentro del brazo eclesiástico, jugando así sus influencias dentro del radio de acción en el que residía el círculo de los Aterido y sus asociados.

David Gómez de Mora


Referencias:

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº155. Año 1664

* Archivo Municipal de Huete. Protocolos notariales de Huete, caja nº156. Año 1665

* Parada (de) y Luca de Tena, Manuel (2004). “Huete y la guerra contra Francia. Llamamientos de hijosdalgos en 1635 y 1637”. Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Volumen VIII/2, pp. 663-708.

davidgomezdemora@hotmail.com

Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).