La
presencia del lobo en muchos puntos del interior de las tierras de la
provincia de Valencia fue una realidad hasta principios del siglo XX,
y que todavía se aprecia en la toponimia de bastantes localidades.
A
falta de un mayor conocimiento de la toponimia local que nos permita
aportar más nombres relacionados con este cánido, la lista que
poseemos hasta el momento no es escasa. Cabe recordar que esta se
puede consultar en la obra del Corpus Toponímic
Valencià, donde se recoge de forma
detallada los diferentes topónimos que
se han conservado hasta la fecha en cada uno de los enclaves del
territorio valenciano.
La
elevada cifra de nombres relacionados con el lobo se debe a la
abundancia de la especie en una de las comarcas interiores de la
provincia, que por sus características
geomorfológicas, fomentaría más si cabe su resistencia, a pesar de
la persecución a la que fue expuesto.
Las
zonas montañosas con terrenos de difícil acceso, la presencia de
abundantes barrancos cercanos a puntos de agua, y el mantenimiento de
zonas boscosas que este aprovechaba como refugio, le permitieron
alargar su existencia, a diferencia de otros lugares donde antes ya
acabó desapareciendo.
Hoy
hablar del lobo en estos lugares, es hacerlo de una criatura que
nadie ha llegado a conocer, a diferencia de cuatro o más
generaciones atrás, donde la gente que vivía en el campo, entendía
a la perfección la importancia de la agricultura y especialmente la
ganadería, por ser estas las principales fuentes de alimento que
sustentaban a la población, siendo por ello este animal una amenaza
de cara a los intereses de esos habitantes que dependían de aquel
sustento.
Las
políticas de caza, con batidas que paulatinamente fueron reduciendo
la cifra de lobos, incluirían también otras especies que fueron
consideradas como nocivas para el mantenimiento de explotaciones
animales, siendo este el caso del zorro o el gato montés.
Esa
visión negativa, que afectará especialmente a la supervivencia del lobo, se
deberá a los daños que ocasionaba en corrales, caseríos o
pequeños núcleos poblacionales en medio del campo, donde las
incursiones hasta esos puntos o zonas de pasto, solían ser frecuentes.
Vistas
desde Alpuente (un enclave
montañoso donde los lobos fueron vistos hasta las primeras décadas
del siglo XX). Imagen del autor
Como
era costumbre en las localidades de antaño, los
lobos cazados eran muchas veces expuestos de pueblo en pueblo,
especialmente cuando se trataba de piezas de gran tamaño, así como
también si previamente se sabía de la existencia de daños
ocasionados por estos en esos lugares.
Si
nos ceñimos a la toponimia de la zona, veremos la variedad de
parajes que nos recuerdan tantos puntos
en los que estos aparecían, así como lugares
donde se colocaban trampas para dar con ellos.
Los
aullidos nocturnos, su presencia recurrente en un espacio concreto, o
simplemente una aparición fortuita, acompañada de un relato o una
leyenda, eran muchas veces motivos suficientes para designar un
enclave con el nombre de ese animal.
En
Gestalgar es conocido el Alto de la Lobera, además de la Ceja de la
Lobera o la partida de La Lobera. Igualmente en Chulilla, veremos
otro punto designado como el Alto de la Lobera y la partida de
Cantalobos. En Andilla también existe
un paraje denominado como La Lobera, así como en Domeño el Barranco
del Lobo y el área de Cantalobos.
Evidentemente,
las localidades de Chelva y Tuéjar tampoco se quedaban cortas en
cuanto a la presencia de este tipo de designaciones, siendo en el
caso de la primera la zona del Barranco del Lobo y La Lobera,
mientras que en Tuéjar tendremos de nuevo la zona de Cantalobos,
el Barranco del Cavo de los Lobos y el Corral de Lobera.
Si
nos adentramos tierras adentro, veremos que incluso el propio Madoz
en su diccionario geográfico de mediados del siglo XIX, de Alpuente
llega a indicar que “también
abunda en los montes la caza de liebres, conejos y perdices, y
algunos lobos y zorras con otros animales dañinos”.
El
poblamiento diseminado en aldeas y caseríos era un elemento a favor
para aquellos lobos que merodeaban la zona, especialmente en épocas
de nevadas o escasez de comida, puesto que aquellos animales se
acercaban hasta estos puntos. Un ejemplo será la hoy despoblada
aldea de Cañada Seca (en la zona de Alpuente). Esta zona era
un lugar habitado por pastores, donde mayoritariamente se guardaba en
sus corrales cabras y ovejas.
Cañada
Seca (imagen del autor)
Este
tipo de corrales eran zonas que los cuidadores de los animales
vigilaban con mucho recelo, pues eran habituales las incursiones de
lobos hasta ese lugar. Por esta razón veremos corrales bien sellados, además de sistemas seguros que garantizaran el cierre de
las casas, con paredes prácticamente sin orificios, para
que así ninguna alimaña pudiese penetrar en su interior.
Respecto
a la actividad cinegética de La Yesa, Madoz
indica que hay: “caza de perdices,
conejos, liebres, lobos y zorros”.
Obviamente, la toponimia dará fe de
estos datos, como se presencia en el Collado de La Lobera de
Alpuente, así como en el Collado de los Lobos de La Yesa.
Cañada
Seca (imagen del autor)
Además
de los lobos, en esta zona existían otras muchas criaturas que
ocasionaban problemas para la población, motivo por el que eran
consideradas como alimañas. Así pues, el zorro por ejemplo era un
animal que solía entrar en los corrales, provocando daños en las
aves e incluso crías de los animales más grandes que allí se
guarecían. Al mismo tiempo, este afectaba a los cazadores, por ser
una especie que resultaba un claro competidor para sus
intereses. Un fenómeno que también ocurría con el gato montés, un
animal que buscaba especialmente conejos y aves.
Tampoco
podemos pasar por alto a las ginetas, las cuales cazan aves y
pequeños mamíferos, así como la comadreja, y que además de
gallinas, también cazará conejos. Respecto a los daños que se podían
generar en los campos de cultivo, el jabalí, así como el ratón de
campo, eran algunas de las criaturas que llevarán a que muchos
agricultores colocasen trampas en sus explotaciones agrícolas.
Aleros
con decoración de dientes de lobo en la localidad de La Yesa.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo
XX, muchas casas todavía seguirán pintando sus aleros con este
motivo, y al cual atribuían una funcionalidad protectora, entre las
que estará la creencia que indica que con esto se evitaba la llegada
de los lobos hasta ese punto (imagen del autor)
En
el caso de La Yesa, un testigo nos comentó que incluso durante la
primera mitad del siglo XX, algún lobo llegó a entrar dentro de la
población, existiendo por ello el temor entre las gentes de antaño,
que pudiesen acceder al interior de las casas. De ahí la creencia que indicaba que era importante que las ventanas fuesen de reducido tamaño y a una
altura razonable. Algo que nos recuerda en
cierto modo al dato que nos aporta Latorre (2018, 441) al tratar el
caso de las viviendas de Fuenterrobles.
Foto
de una vivienda de antaño en La Yesa (imagen del autor)
Igualmente,
en la cercana localidad de Aras de los Olmos, no podían faltar
nombres alusivos a esta especie, siendo el caso del Barranco de la
Lobera, la partida de La Lobera, además del Puntal de Valdelobos,
un nombre bastante sintomático, por referirse a un accidente
geográfico, en el que la tradición local, advertía de la abundante
presencia de este animal.
Recordemos
que en esta localidad en enero del año 2024 se encendieron
las alarmas, cuando se produjo un ataque que causó la muerte de diez
ovejas, sobre las que en un primer momento se pensó como causante al
lobo, aunque posteriormente se concluiría que estas podrían haber
sido atacadas por perros asilvestrados.
Imagen que identificamos como de San Judas Tadeo en la Iglesia Parroquial de Aras de los Olmos (foto del autor)
En
el interior de la Iglesia Parroquial de Aras de los Olmos todavía se
pueden ver las tallas de San Judas Tadeo (abogado de las causas
difíciles y desesperadas), así como también de San Benito de
Nursia (advocación que en las zonas rurales
era muchas veces considerado como un protector contra los lobos).
Se
nos comentó que los lobos en esta
franja todavía fueron vistos durante la
primera mitad del siglo XX, lo cual encaja con las noticias que se
han comentado de La Yesa, y que señalan como el avistamiento, aunque
fuese de forma esporádica de algunos ejemplares durante las primeras
décadas de aquella centuria, obviamente no era algo inusual.
Recordemos
que San Benito de Nursia fue conocido
como un santo capaz de amansar a las criaturas salvajes (como se
recuerda con algunos animales en los relatos de su vida), sin
olvidarnos de las medallas del santo, que se empleaban como un
elemento protector hacia alimañas o criaturas como los lobos.
Imagen que identificamos como de San Benito de Nursia en
la Iglesia Parroquial de Aras de los Olmos (foto del autor)
Conocemos
incluso el nombre de algunos loberos procedentes
de ese entorno geográfico (y que eran las personas encargadas de cazar estos animales).
Esta gente era remunerada de acorde a las piezas que abatían,
mencionando por ejemplo en un artículo Ignacio Latorre (2018, 428), el nombre de
un morisco de Gestalgar llamado Juan de Ubeit.
David
Gómez de Mora
Referencias:
*Corpus
Toponímic Valencià
(2009). Vol. I, Academia Valenciana de la Llengua.
*Latorre
Zacarés, Ignacio (2018). “La Meseta
de Requena-Utiel tierra histórica de
lobos”. Oleana: Cuadernos de Cultura
Comarcal, N.º 33, 2018 (Ejemplar dedicado a: I Congreso de
Naturaleza, Meseta de Requena-Utiel), pp. 403-460