El municipio de Piqueras a mediados del siglo XIX no llegaba a superar la cifra de los 250 habitantes, no obstante, durante esa centuria, a pesar de la pérdida de poder que se registra en las áreas rurales de la provincia conquense, vemos como aquí sigue manteniéndose una cierta calidad de vida, que fomentó que la cantidad de pobladores no decayera de forma repentina, tal y como sucedió en otros muchos lugares de características demográficas muy similares.
Podríamos decir que cerca de un 80% de los residentes, tenían propiedades u oficios que les ayudaban a vivir de manera independiente, y por lo tanto, poseer un conjunto de bienes o patrimonio, gracias a los que eran capaces de resistir a los embistes económicos que dispararon el éxodo rural en aquellos tiempos.
Sabemos que la mitad de los trabajadores eran labradores (entre los que habríamos de distinguir principalmente pequeños y medianos propietarios, así como alguna casa de terratenientes locales -dependiendo de la extensión de sus dominios-). La agricultura de aquellas latitudes se centraba básicamente en la cosecha del trigo y el centeno, complementándose con la producción de patatas y legumbres. Otro recurso importante a nivel local era la explotación del ganado (pues casi 1/5 parte de las familias vivían de este sector), de ahí la existencia de una decena de pastores que trabajaban con ganado lanar, así como caprino y vacuno. No olvidemos que tanto en Piqueras como en Barchín, la explotación animal ha sido una de las principales señas que históricamente definieron su modelo de economía municipal.
Molino de Piqueras del Castillo
El clima de esta franja geográfica, hacía que el medio estuviera continuamente sometido a inviernos largos y fríos, que armonizaban con un entorno de montaña, rodeado por abundantes pinos con un sotobosque de matorral bajo, en el que proliferaban muchas especies para el desarrollo de actividades cinegéticas, tales como liebres, perdices, corzos o ciervos (siendo así como nos lo describe Madoz en su diccionario). Ciertamente, los caminos que conectaban los diferentes puntos de la localidad eran de carácter rústico y se hallaban en un estado bastante pésimo, aunque a pesar de ello, vemos como los labradores podían acudir a trabajar sus tierras, gracias a los carros tirados por tracción animal.
Allí, a las afueras de aquella tranquila población, circula un modesto arroyo, que además de saciar la sed de unos cuantos huertos, servía para dar vida al único molino harinero con el que contaba la localidad. Sabemos por la documentación municipal de la década de los sesenta del siglo XIX, que este estaba controlado por la familia de los Panadero-Gómez.
El molinero era el señor don Mateo Panadero (valga la redundancia), esposo de María Antonia Gómez (quien fue viuda de Victoriano de Mora, y de donde desciende la línea de los Mora de Piqueras del Castillo, a través de su hijo Cayetano de Mora Gómez, quién casó posteriormente con Juana de Lizcano, hija de unos labradores de la localidad). María Antonia descendía del municipio de Solera de Gabaldón, de donde era natural su madre, mientras que por línea paterna procedía del linaje de los Gómez de Arratia, residentes en el enclave de Monteagudo de las Salinas. Sabemos que su segundo esposo, don Mateo, transfirió el oficio a su hijo Valeriano Panadero, quien trabajó conjuntamente con él.
Allí y en la zona conocida con el nombre de la partida de la Vaqueriza, se levantaba esta estructura hidráulica, denominada popularmente hasta nuestros días con el nombre de “Molino de la Gregoria”.
Afortunadamente sobre esta construcción hemos podido recabar diferentes datos, que iremos exponiendo a continuación, y que pudimos ver in situ, gracias a una visita realizada a la localidad con David Santiago (un gran amante de la historia de su pueblo), quien nos condujo hasta los restos que quedan del mismo. Allí, todavía pueden vislumbrarse entre sus ruinas, resquicios de un pasado, del que José Serrano y Miguel Antequera realizan una interesante descripción que aquí adjuntamos:
“La fábrica de los muros exteriores es de mampostería y revoque de yeso. También se aprecia en la primera planta el empleo de ladrillos de adobes, lo que ha contribuido a su deterioro una vez que se hundió la cubierta. Ésta era de dos aguas y con tejas árabes. El edificio se construyó sobre una superficie rectangular de unos 35 m2, sobre la que se elevaban un par de plantas. En su interior aún quedan restos de la limpia y un juego de muelas (la volandera es francesa). Vuelven a aparecer los dibujos de las caras de trabajo de las muelas en la pared de este molino, grabados directamente sobre el enlucido de yeso, y que, por el tipo de rayado, deducimos que se trata de la reproducción de una volandera francesa y de otra catalana. El caz del Molino de la Gregoria desemboca en la presa formando un ángulo de 90º. Ésa se construyó con mampostería ordinaria y calicanto, con unas dimensiones de unos 40 m. de largo, por unos 15 m. en el lugar más ancho y una profundidad de 5,3 m. junto a la boca del sumidero de la rampa del molino. El molino debió estar en funcionamiento hasta bien entrados los años sesenta del siglo XX, aunque en aquellas fechas se limitaría a moler cereales para piensos” (Serrano y Antequera, 251).
Grabado del rayado de las caras de trabajo de las volanderas en la pared del molino de la Gregoria de Piqueras del Castillo (Serrano y Antequera, 255).
El oficio de molinero ha estado históricamente muy vinculado con los trabajos remunerados, debido a que económicamente, además de proporcionar abundantes ganancias, y resultar rentable, el producto derivado del mismo era uno de los más adquiridos en las antiguas sociedades agrícolas…, a esto hemos de sumarle que sus encargados no habían de deslomarse, al contrario de la inmensa mayoría de labradores y jornaleros que día tras día soportaban el desgaste físico que les producía el faenar en el campo. Entendemos pues muchas de las historias que giran en torno a esta ocupación, donde envidias y rumorología han abundado por doquier.
Tengamos presente que de la molienda del trigo se obtenía la harina panificable, un dato a destacar, ya que Piqueras poseía un pósito, donde se guardarían abundantes cantidades de trigo.
No olvidemos que el molino representará una de las pocas actividades económicas que podríamos englobar dentro de lo que sería el sector secundario, de ahí que por ejemplo en el caso de esta localidad, únicamente el molinero y su familia conformaban aquellos representantes dedicados al “tejido industrial”, además de algunos tejedores.
Obviamente los molineros eran personas que requerían de determinados conocimientos, pues el mecanismo de una infraestructura de esta tipología como bien sabemos era complejo, estando formada por una numerosa cantidad de piezas conectadas, que necesitaban de un adecuado mantenimiento. Además, en el caso del que comentamos (de acción hidráulica), eran muy frecuentes las labores de reparación, por no mencionar que de por sí se había de tener destreza en trabajos de otro tipo, tales como en carpintería o albañilería, sin obviar el control de las unidades de peso, como en la capacidad de contar o escribir por escrito las transacciones que allí se llevaban, cualidades que no reunían todas las personas, si tenemos en cuenta que por aquellas fechas las tasas de analfabetismo en la Península Ibérica eran cercanas al 70% de la población.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
-Archivo Diocesano de Cuenca. Relación de vecinos de la localidad de Piqueras del Castillo del año 1860. Fondo de Piqueras del Castillo.
-Madoz Ibáñez, P. (1846-1850). Diccionario geográfico-estadístico-historico de España y sus posesiones de ultramar.
-Serrano Julián, J. y Antequera Fernández, M. (2013). Energía hidráulica y protoindustria. Los ingenios hidráulicos en el Alto Júcar Conquense, capítulo VII. Regadíos tradicionales, patrimonio y paisaje en el Alto Júcar conquense, 223-262 pp., coordinador Jorge Hermosilla Pla. ESTEPA (Estudios del Territorio, del Paisaje y del Patrimonio) Departament de Geografia, Universitat de València.