Los
libros de protocolos notariales son una fuente de información muy interesante,
para profundizar en los aspectos más íntimos de aquellas familias, que cuando
estudiamos sus genealogías, nos ciñen con un mayor grado de exactitud, cómo
vivían e incluso que objetos tenían dentro de su hogar.
Este
es el caso de doña Ángela de Alcázar Barahona, una señora que vivió durante el
siglo XVII en Huete, y sobre cuya familia nos encontramos estudiando diversos
aspectos que nos permiten aproximar cual fue el verdadero grado de poder de
este linaje, y sobre el que hasta la fecha, no se ha contado todo lo que se
conoce.
Los
Alcázar eran una familia perteneciente a la burguesía local optense, si bien
sus orígenes los podían remontar al estado noble, aunque es cierto que existen
muchas lagunas todavía por despejar, y que como la gran mayoría de casas
destacadas pudieron poseer un origen converso.
Sabemos
que los Alcázar asentados en Huete gozaron de un poder bastante destacado. Así
nos lo hace saber Manuel de Parada (2003, 179), cuando en su artículo sobre el
Colegio de San Lucas Evangelista, cita el testimonio del Licenciado don Juan de
Torres y Vargas, al afirmar que “los
Alcázar son de muy buena familia y que el convento de Uclés prometió el hábito
a todos cuando mercó “Buenamesón”, una gran heredad que está en la orilla del
Tajo y que fue de estos Alcázar”.
De acuerdo con el referido autor, los
miembros de esta familia que se halla dispersa tanto en los municipios de
Caracenilla, Verdelpino y Huete (así como en algún otro enclave que debemos
determinar), se integrarían dentro de un mismo linaje. No resulta extraño por
ello, ver los varios expedientes en los que algunos de los componentes acceden
a ordenes religiosas, así como también, acaban ocupando puestos de familiaturas
del Santo Oficio, que permitían darles un mayor proyección social.
Por lo que concierne a doña Ángela, se
presentó ante el notario de Huete, don Diego de Alique, para mandarle el 15 de
julio de 1694, que se efectuara una relación de sus bienes. Sabemos que doña Ángela
casó en dos ocasiones, la primera con don Baltasare de Torres, del que enviudó
y dejó descendencia. Posteriormente, en segundas nupcias lo haría con don
Julián Vicente Escudero y Córdoba, otra persona bien asentada, y que obviamente
se movía en la misma esfera social que su esposa.
Sobre la relación de bienes que se
detallan en el referido documento y que no va más allá de seis hojas,
comprobamos como su propietaria consiguió adquirir una serie de objetos, que si
bien no heredó, compraría o coleccionaría para decorar su casa. No olvidemos
que por aquellas fechas la burguesía emergente, intentaba asemejarse lo
mayormente posible a la nobleza, y ésta a su vez a la Casa Real, de ahí que del
listado se desprende una clara intención de demostrar e intentar integrar un
modo de vida, que recordaba al de la nobleza europea, que desde la Edad Media
comenzó atesorar una ingente cantidad de objetos de valor.
Siguiendo el inventario, las piezas
se dividen en varias clases (pinturas, madera, ropa, vestidos de mujer, ropa blanca,
plata labrada y piezas de cocina). Nosotros sólo vamos a reseñar aquellas más
importantes, ya que estudiar con detalle cada una de éstas, nos ocuparía un
artículo mucho más extenso al que nos habíamos planteado en un principio.
Centrándonos con los bienes, vemos como el primero son la colección de pinturas y láminas, que pudieron integrar una modesta pinacoteca doméstica, pero que sería sin lugar a dudas de las más importantes de la localidad. En ella se intercalaban piezas de pintura ordinaria, que en algunos casos incluso estaban enmarcadas, así como diversas láminas impresas, que muy probablemente su propietaria tendría colgadas a lo largo de las diferentes estancias del hogar. En total hemos podido contabilizar un conjunto de 17 obras, entre imágenes pintadas e impresiones, siendo todas de temática religiosa. Destacamos por ejemplo una imagen de Nuestra Señora de la Soledad, así como una Virgen de la Concepción de más de dos varas de largo (cerca de dos metros, y que seguramente ocuparía un lugar visible en el que pudiera resaltarse la obra), estando enmarcada sobre madera negra.
Un elemento que vemos de modo
repetido, es como la mayoría de marcos eran de color negro, exceptuando una
pintura de la Virgen de la Asunción, y que en ese caso lo tenía dorado, así
como dos láminas (una de la Virgen de la Concepción y otra de San Miguel), en
los que se especifica que el marco era de ébano, una madera noble africana que
se caracteriza por su color oscuro.
Siguiendo con las piezas de ámbito
religioso había una imagen de Santa Rosa, así como otra de San Juan Bautista, una
Santa Isabel Reina de Portugal, destacando también un Cristo crucificado, que
se enmarcaba sobre negro con perfil dorado, así como una pintura del
descendimiento de la cruz, también con margo negro.
Sus lugares de elaboración podían ser variados, así la doctora Piera plantea que pudo haber “un área de construcción hacia el Norte de Castilla. Otras piezas, en cambio, alternan el nogal con el pino, lo cual abre un abanico de posibilidades demasiado grande para intentar situar el centro productor. Entre estos ejemplares se repiten en la segunda mitad de siglo XVII los que decoran los cajones con grandes estrellas de seis puntas. Este motivo de imprenta mudéjar y el hecho de que algunos de ellos se localicen en colecciones andaluzas y de Castilla la Mancha hacen pensar en una producción más meridional” (Peira, 2012, 20).
Las láminas formaban parte de aquella
colección, motivo por el que se enmarcaban y colgaban como un cuadro
más, de ahí que por ejemplo hubiese una pintura de impresión de
las llagas de San Francisco de vara y media de alto, de nuevo dentro
de un marco negro.No nos cabe la menor duda que este conjunto de
objetos impregnarian la vivienda de una singularidad enorme, que no
existía en la mayoría de hogares, incluso entre las paredes de
muchas familias de la nobleza o ricos labradores que había en la
comarca, en los que este tipo de colecciones no siempre fueron tan
valoradas. Otra sección interesante de los bienes, es la
referida a la madera y muebles. De ella se desprende la posesión de
más de media docena de banquetas clavetaeadas, así como cuatro
espejos con marcos ordinarios. Tampoco se nos puede pasar por alto un
escritorio de Salamanca. Mónica Piera, comenta que este tipo de
mueble se caracteriza “por un exterior de nogal con
aplicaciones en plancha de hierro sobre retales de terciopelo y un
interior que combina el nogal con la taracea de hueso pintado y
oro” (Peira, 2012, 18).
El escritorio de
Salamanca también se le denomina con el nombre de bargueño o
escritorio de columnillas, siendo un diseño característico de los
siglos XVI-XVIII. Se podía emplear tanto para escribir, así como
para archivar documentación, pudiendo ser transportados con cierta
facilidad a través de mulas o burros.
Sus lugares de elaboración podían ser variados, así la doctora Piera plantea que pudo haber “un área de construcción hacia el Norte de Castilla. Otras piezas, en cambio, alternan el nogal con el pino, lo cual abre un abanico de posibilidades demasiado grande para intentar situar el centro productor. Entre estos ejemplares se repiten en la segunda mitad de siglo XVII los que decoran los cajones con grandes estrellas de seis puntas. Este motivo de imprenta mudéjar y el hecho de que algunos de ellos se localicen en colecciones andaluzas y de Castilla la Mancha hacen pensar en una producción más meridional” (Peira, 2012, 20).
Escritorio salmantino.
Siglo XVII. Museo de Bellas Artes de Springfield. Massachusetts. USA
(barbararosillo.com)
Este tipo de piezas se caracterizaban por tener su
parte externa elaborada sobre nogal, aunque en el interior ya se adecuaba con
otras maderas más rentables, siendo en su caso pino y castaño. Otro elemento
por el que destacaban, eran las cerraduras que se ubicaban en la parte central
del cajón, en el que una vez abierto podíamos encontrarnos con otro conjunto de
cajoncillos más pequeños. Tampoco faltarían las estancias secretas donde se
guardaban los documentos u objetos más preciados.
Aunque para ello también estaban las papeleras, y de
las que vemos como doña Ángela también cita una, remarcando que era de pino y
estaba decorada con celosías. Las papeleras no contaban con el espacio del
escritorio, aunque se distinguían de los mismos por reposar su cuerpo sobre
patas torneadas.
Ejemplo
de un escritorio-papelera con incrustaciones en hueso grabado y entintado y con
aplicaciones en bronce dorado del siglo XVII (https://ar.pinterest.com/pin/434456695299694973)
Otras piezas del
mobiliario eran los bufetes, y entre los que se citan un total de seis, cuatro
de nogal (uno grande, otro de dos varas de largo y más de dos de ancho con pies
cuadrados, así como un tercero con pies de pino torneados de negro y uno más
pequeño con un solo cajón y pies torneados). Los otros dos restantes eran de
madera de pino. En su interior se guardaban los diferentes enseres, tales como
las piezas de cocina así como los conjuntos de sábanas, colchones u otros
textiles.
Tampoco podían faltar
las arcas y cofres, decorados con colores vivos y que obviamente además de
almacenar ropa, tenían una segunda función ornamental, pues se exponían en
habitaciones o el mismo comedor de la casa. Recordemos que este tipo de mueble
era muy común, pero en el detalle de sus trabajos y filigranas, era donde
radicaba el toque distintivo. Todavía muchos conservamos el cofre o arcón
nupcial, que solían enviarse por el esposo a su futura mujer en la víspera de
la boda, y que tantísimas veces aparecen descritos en muchos testamentos y
listados de bienes. En el caso de doña Ángela se nos habla de dos cofres
colorados (uno forrado) con clavos dorados, pies y cerraduras, así como dos
arcas de pino y un cofrecillo pequeño negro.
Por último no podíamos
pasar por alto un brasero grande, fabricado con madera de nogal, con clavos
calados, cuya badila era de cobre.
Brasero con su badila del siglo XVII, en el Museo de
la Casa Natal de Cervantes, en Alcalá de Henares, Madrid
(biodiversidadvirtual.org)
Siguiendo con la lista de bienes, pasamos
a los textiles, y que se engloban en tres grupos (ropa, vestidos de mujer y
ropa blanca). En el primero se nos habla básicamente de varias almohadas de terciopelo
damasco con borlas pequeñas de seda, así como una alfombra de cinco varas de
largo por dos y media de ancho de colores blanco, encarnado (rojo amapola),
azul y dorado. Sabemos incluso que la cama tenía una colgadura de cordelete con
un galán dorado. A ello se le suman varias colchas, colchones y un rodapies.
En cuanto al armario de doña Ángela,
se nos precisa de modo detallado las piezas que poseía, es el caso de un
vestido de tafetán negro jubón, así como dos basquiñas, otro par de casacas y
mantos, tres guardapies, y una mantilla de raso encarnada con flores de
colores. Una serie de atuendos que sin lugar a dudas remarcaban el estatus de
su propietaria, y que no era usual ver durante el siglo XVII en la mayoría de
las mujeres.
Entre la ropa blanca se cita más de
una veintena de sábanas y almohadas, así como bastantes servilletas de
diferentes clases, junto con manteles y otras piezas de características
similares.
Por último llegamos a los objetos de
mayor calidad, y que se acompañan con la designación de plata labrada. En este
conjunto nos encontramos con lo que podría ser una vajilla de plata. Pues se
mencionan cinco tembladeras (que podían emplearse como cuencos o platos hondos),
así como una copa pequeña, dos tenedores y vasos. Añade a la lista dos vitelas
guarnecidas (una de bronce esmaltado de negro y blanco, mientras que la otra tiene
una filigrana de plata). Recordemos que las vitelas son pergaminos fabricados a
partir de la piel de becerros nacidos muertos o que han fallecido al poco de
nacer, y con los que se realizaban piezas de enorme calidad artesanal. Es muy
probable que se tratara de obras de tipo religioso, que se enmarcaran sobre la
guarnición descrita, y que vemos por ejemplo en muchos relicarios u otras
piezas de orfebreria religiosa.
Venera en bronce y esmaltes, España, siglo XVII, con vitela pintada al
interior (abalartesubastas.com)
Pero sin lugar a dudas otros de los elementos que llama la atención es un
Santiago de azabache que pudo estar protegido por una campana de cristal.
Tenemos constancia de que en la Edad Media los Reyes ya poseían en sus
colecciones de arte sacro piezas como esta, y que en el caso de doña Ángela,
siguiendo con la línea de producción, pudo haber adquirido en algún taller de
joyeros gallegos, pues era por aquellas fechas donde más se trabajaba este
mineral. Durante el siglo XVII ya estaba extendida la fama de los maestros
joyeros especializados en este material, denominados azabacheros. Éstos se
constituyeron como gremio, y debido a su reputada profesionalidad consiguieron
ser reconocidos por la exquisitez de sus trabajos.
El renombre que obtuvieron hizo que durante siglos
hasta el mismo Vaticano prohibiera la comercialización y bendición de piezas
que no salieran de los talleros de los azabacheros de la ciudad de Santiago de
Compostela. Algunos peregrinos los podían adquirir y después los revendían,
creándose un negocio en torno a su manufacturación.
Para un mayor conocimiento de esta industria artesanal
con raíces en el medievo nos remitimos al estudio efectuado por Ángela Franco,
en donde se detalla la evolución de la iconografía jacobea sobre azabache: “Iconografía
Jacobea en Azabache”.
Representación
de Santiago en Azabache. Museo de las Peregrinaciones (xacopedia.com)
Otras piezas muy comunes eran los rosarios, entre los que vemos citados
un par. Lo que hacía diferente a los rosarios de doña Ángela de muchos de sus
vecinos, es que estos se encontraban fabricados con coral, uno constaba de 15 decenas,
mientras que el otro con cinco y se sellaba mediante un engarce de plata.
El coral era un producto que
obviamente no estaba al alcance de todos los consumidores, algo que refleja de
modo perfecto Bernard Doumerc en su artículo “Le corail, production et circulation d’un produit de luxe à la fin du
moyen âge”. Dentro de este trabajo podemos extraer reseñas de interés
vinculadas como su explotación para diferentes fines, que van desde el textil,
joyería..., hasta la producción religiosa a la que nos estamos refiriendo. En
este sentido Doumerc comenta como “de acuerdo con los orígenes bíblicos del
Antiguo Testamento, el coral aparece como el símbolo de las virtudes humanas de
pureza y belleza de los príncipes de Sión con el cuerpo rojo. Ya más tarde, con
Bernard de Clairvaus en su Alabanza a la Virgen María, se alienta a los cistercienses
a usar el rosario para recitar el Ave María, pero será Domingo de Guzmán, quien
generaliza la práctica a mediados del siglo XIII. Este objeto religioso
compuesto de granos roscados, -fila paternóster-, recibió una recepción muy
favorable entre los fieles. La variación en el tamaño del grano sugiere las
diferentes oraciones, una paterna y diez con el rosario. El rosario, por su
parte, está compuesto por quince decenas, es decir, los 150 salmos de la Biblia”
(Doumerc,
2015, 403-404).
Añade el autor que la explotación del
coral generó un negocio destacado en el mediterráneo, con renombre en los casos
de navegantes
italianos, donde había una comercialización entorno a este producto. “En el Mediterráneo, el coral abunda
principalmente en Sicilia, en el norte de África, en la Provenza, en el Golfo
de Nápoles y, por supuesto, en Cerdeña, donde están los bancos de coral más
prolíficos. El coral no es muy raro, pero la dificultad de elevar el fondo marino
lo convierte en un material precioso” (Doumerc, 2015, 406).
Rosario de coral, siglo
XVIII (todocoleccion.net)
Por
último llegamos al menaje de la cocina, en donde se mencionan varias piezas de
cobre (cazos, un peral, un calentador) e incluso una chocolatera grande. Un
producto que por aquella fecha era un auténtico lujo, pues recordemos que el
chocolate no llegará a Europa hasta después de la llegada a América, de ahí que
durante el siglo XVI comenzará a conocerse entre los círculos de las élites
como un producto exclusivo, que poco a poco irá abriéndose.
En la época que vivió doña Ángela el chocolate era denominado con el nombre de la “bebida de las Indias”, e incluso en algunas confiterías de Madrid podían abastecerse del mismo, citar como curiosidad que cuando se está efectuando el censo de bienes de doña Ángela, su marido don Julián Vicente se encuentra en la ciudad de Madrid, de ahí que pensamos que en varios de aquellos desplazamientos hacia la capital, productos como este podían traerse a Huete. Para comprender mejor el valor social que adquirió este producto, recomendamos una visita al Museu de la Ceràmica de l’Alcora, así como también al Museu de la Xocolata de Barcelona, en donde se exponen piezas antiguas de vajillas chocolateras.
En la época que vivió doña Ángela el chocolate era denominado con el nombre de la “bebida de las Indias”, e incluso en algunas confiterías de Madrid podían abastecerse del mismo, citar como curiosidad que cuando se está efectuando el censo de bienes de doña Ángela, su marido don Julián Vicente se encuentra en la ciudad de Madrid, de ahí que pensamos que en varios de aquellos desplazamientos hacia la capital, productos como este podían traerse a Huete. Para comprender mejor el valor social que adquirió este producto, recomendamos una visita al Museu de la Ceràmica de l’Alcora, así como también al Museu de la Xocolata de Barcelona, en donde se exponen piezas antiguas de vajillas chocolateras.
Valgan
pues estas líneas, para acercarnos un poco más al modo de vida una clase
social, sobre la que en las tierras de Cuenca siguen habiendo múltiples
interrogantes, pero de las que como mínimo, a través de este tipo de
inventarios, puede demostrarse que había la existencia de un mercado de
importación sobre todos aquellos productos de difícil adquisición que iban más
allá del marco local.
David Gómez de Mora
Bibliografía:
ARCHIVO MUNICIPAL DE HUETE.
Protocolos notariales, Nº197, año 1694. Diego de Alique.
DOUMERC, Bernard (2015). Le corail, production et
circulation d’un produit de luxe à la fin du moyen âge. Mercados de lujo, mercados del arte. El gusto de las élites mediterráneas
en los siglos XIV y XV / Eds. Sophie Brouquet y Juan V. García Marsilla.
399-414 pp.
FRANCO MATA, Ángela (2005). Iconografía Jacobea en azabache. Los caminos de Santiago. Arte, Historia y Literatura / coord. por María del Carmen Lacarra Ducay. 169-212 pp.
PARADA Y LUCAS DE TENA (DE), Manuel
(2013). El Colegio de San Lucas
Evangelista. Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y
Genealogía, vol. VI (2000-2001), 155-189 pp.
PIERA MIQUEL, Mónica (2012). La colección de escritorios de Salamanca o
bargueños del Museu de les Arts Decoratives de Barcelona. Estudi del moble,
nº 16, 18-23 pp.
Imágenes:
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