domingo, 3 de febrero de 2019

Los bienes de la familia Alcázar de Huete. El caso de doña Ángela


Los libros de protocolos notariales son una fuente de información muy interesante, para profundizar en los aspectos más íntimos de aquellas familias, que cuando estudiamos sus genealogías, nos ciñen con un mayor grado de exactitud, cómo vivían e incluso que objetos tenían dentro de su hogar.

Este es el caso de doña Ángela de Alcázar Barahona, una señora que vivió durante el siglo XVII en Huete, y sobre cuya familia nos encontramos estudiando diversos aspectos que nos permiten aproximar cual fue el verdadero grado de poder de este linaje, y sobre el que hasta la fecha, no se ha contado todo lo que se conoce.

Los Alcázar eran una familia perteneciente a la burguesía local optense, si bien sus orígenes los podían remontar al estado noble, aunque es cierto que existen muchas lagunas todavía por despejar, y que como la gran mayoría de casas destacadas pudieron poseer un origen converso.

Sabemos que los Alcázar asentados en Huete gozaron de un poder bastante destacado. Así nos lo hace saber Manuel de Parada (2003, 179), cuando en su artículo sobre el Colegio de San Lucas Evangelista, cita el testimonio del Licenciado don Juan de Torres y Vargas, al afirmar que “los Alcázar son de muy buena familia y que el convento de Uclés prometió el hábito a todos cuando mercó “Buenamesón”, una gran heredad que está en la orilla del Tajo y que fue de estos Alcázar”.
 
De acuerdo con el referido autor, los miembros de esta familia que se halla dispersa tanto en los municipios de Caracenilla, Verdelpino y Huete (así como en algún otro enclave que debemos determinar), se integrarían dentro de un mismo linaje. No resulta extraño por ello, ver los varios expedientes en los que algunos de los componentes acceden a ordenes religiosas, así como también, acaban ocupando puestos de familiaturas del Santo Oficio, que permitían darles un mayor proyección social.

Por lo que concierne a doña Ángela, se presentó ante el notario de Huete, don Diego de Alique, para mandarle el 15 de julio de 1694, que se efectuara una relación de sus bienes. Sabemos que doña Ángela casó en dos ocasiones, la primera con don Baltasare de Torres, del que enviudó y dejó descendencia. Posteriormente, en segundas nupcias lo haría con don Julián Vicente Escudero y Córdoba, otra persona bien asentada, y que obviamente se movía en la misma esfera social que su esposa.

Sobre la relación de bienes que se detallan en el referido documento y que no va más allá de seis hojas, comprobamos como su propietaria consiguió adquirir una serie de objetos, que si bien no heredó, compraría o coleccionaría para decorar su casa. No olvidemos que por aquellas fechas la burguesía emergente, intentaba asemejarse lo mayormente posible a la nobleza, y ésta a su vez a la Casa Real, de ahí que del listado se desprende una clara intención de demostrar e intentar integrar un modo de vida, que recordaba al de la nobleza europea, que desde la Edad Media comenzó atesorar una ingente cantidad de objetos de valor.

Siguiendo el inventario, las piezas se dividen en varias clases (pinturas, madera, ropa, vestidos de mujer, ropa blanca, plata labrada y piezas de cocina). Nosotros sólo vamos a reseñar aquellas más importantes, ya que estudiar con detalle cada una de éstas, nos ocuparía un artículo mucho más extenso al que nos habíamos planteado en un principio.

Centrándonos con los bienes, vemos como el primero son la colección de pinturas y láminas, que pudieron integrar una modesta pinacoteca doméstica, pero que sería sin lugar a dudas de las más importantes de la localidad. En ella se intercalaban piezas de pintura ordinaria, que en algunos casos incluso estaban enmarcadas, así como diversas láminas impresas, que muy probablemente su propietaria tendría colgadas a lo largo de las diferentes estancias del hogar. En total hemos podido contabilizar un conjunto de 17 obras, entre imágenes pintadas e impresiones, siendo todas de temática religiosa. Destacamos por ejemplo una imagen de Nuestra Señora de la Soledad, así como una Virgen de la Concepción de más de dos varas de largo (cerca de dos metros, y que seguramente ocuparía un lugar visible en el que pudiera resaltarse la obra), estando enmarcada sobre madera negra.

Un elemento que vemos de modo repetido, es como la mayoría de marcos eran de color negro, exceptuando una pintura de la Virgen de la Asunción, y que en ese caso lo tenía dorado, así como dos láminas (una de la Virgen de la Concepción y otra de San Miguel), en los que se especifica que el marco era de ébano, una madera noble africana que se caracteriza por su color oscuro.

Siguiendo con las piezas de ámbito religioso había una imagen de Santa Rosa, así como otra de San Juan Bautista, una Santa Isabel Reina de Portugal, destacando también un Cristo crucificado, que se enmarcaba sobre negro con perfil dorado, así como una pintura del descendimiento de la cruz, también con margo negro.

Las láminas formaban parte de aquella colección, motivo por el que se enmarcaban y colgaban como un cuadro más, de ahí que por ejemplo hubiese una pintura de impresión de las llagas de San Francisco de vara y media de alto, de nuevo dentro de un marco negro.No nos cabe la menor duda que este conjunto de objetos impregnarian la vivienda de una singularidad enorme, que no existía en la mayoría de hogares, incluso entre las paredes de muchas familias de la nobleza o ricos labradores que había en la comarca, en los que este tipo de colecciones no siempre fueron tan valoradas. Otra sección interesante de los bienes, es la referida a la madera y muebles. De ella se desprende la posesión de más de media docena de banquetas clavetaeadas, así como cuatro espejos con marcos ordinarios. Tampoco se nos puede pasar por alto un escritorio de Salamanca. Mónica Piera, comenta que este tipo de mueble se caracteriza “por un exterior de nogal con aplicaciones en plancha de hierro sobre retales de terciopelo y un interior que combina el nogal con la taracea de hueso pintado y oro” (Peira, 2012, 18).

El escritorio de Salamanca también se le denomina con el nombre de bargueño o escritorio de columnillas, siendo un diseño característico de los siglos XVI-XVIII. Se podía emplear tanto para escribir, así como para archivar documentación, pudiendo ser transportados con cierta facilidad a través de mulas o burros.

Sus lugares de elaboración podían ser variados, así la doctora Piera plantea que pudo haber “un área de construcción hacia el Norte de Castilla. Otras piezas, en cambio, alternan el nogal con el pino, lo cual abre un abanico de posibilidades demasiado grande para intentar situar el centro productor. Entre estos ejemplares se repiten en la segunda mitad de siglo XVII los que decoran los cajones con grandes estrellas de seis puntas. Este motivo de imprenta mudéjar y el hecho de que algunos de ellos se localicen en colecciones andaluzas y de Castilla la Mancha hacen pensar en una producción más meridional” (Peira, 2012, 20).  



Escritorio salmantino. Siglo XVII. Museo de Bellas Artes de Springfield. Massachusetts. USA (barbararosillo.com) 
Este tipo de piezas se caracterizaban por tener su parte externa elaborada sobre nogal, aunque en el interior ya se adecuaba con otras maderas más rentables, siendo en su caso pino y castaño. Otro elemento por el que destacaban, eran las cerraduras que se ubicaban en la parte central del cajón, en el que una vez abierto podíamos encontrarnos con otro conjunto de cajoncillos más pequeños. Tampoco faltarían las estancias secretas donde se guardaban los documentos u objetos más preciados.

Aunque para ello también estaban las papeleras, y de las que vemos como doña Ángela también cita una, remarcando que era de pino y estaba decorada con celosías. Las papeleras no contaban con el espacio del escritorio, aunque se distinguían de los mismos por reposar su cuerpo sobre patas torneadas.


Ejemplo de un escritorio-papelera con incrustaciones en hueso grabado y entintado y con aplicaciones en bronce dorado del siglo XVII (https://ar.pinterest.com/pin/434456695299694973)

Otras piezas del mobiliario eran los bufetes, y entre los que se citan un total de seis, cuatro de nogal (uno grande, otro de dos varas de largo y más de dos de ancho con pies cuadrados, así como un tercero con pies de pino torneados de negro y uno más pequeño con un solo cajón y pies torneados). Los otros dos restantes eran de madera de pino. En su interior se guardaban los diferentes enseres, tales como las piezas de cocina así como los conjuntos de sábanas, colchones u otros textiles.

Tampoco podían faltar las arcas y cofres, decorados con colores vivos y que obviamente además de almacenar ropa, tenían una segunda función ornamental, pues se exponían en habitaciones o el mismo comedor de la casa. Recordemos que este tipo de mueble era muy común, pero en el detalle de sus trabajos y filigranas, era donde radicaba el toque distintivo. Todavía muchos conservamos el cofre o arcón nupcial, que solían enviarse por el esposo a su futura mujer en la víspera de la boda, y que tantísimas veces aparecen descritos en muchos testamentos y listados de bienes. En el caso de doña Ángela se nos habla de dos cofres colorados (uno forrado) con clavos dorados, pies y cerraduras, así como dos arcas de pino y un cofrecillo pequeño negro.

Por último no podíamos pasar por alto un brasero grande, fabricado con madera de nogal, con clavos calados, cuya badila era de cobre.


Brasero con su badila del siglo XVII, en el Museo de la Casa Natal de Cervantes, en Alcalá de Henares, Madrid (biodiversidadvirtual.org)

Siguiendo con la lista de bienes, pasamos a los textiles, y que se engloban en tres grupos (ropa, vestidos de mujer y ropa blanca). En el primero se nos habla básicamente de varias almohadas de terciopelo damasco con borlas pequeñas de seda, así como una alfombra de cinco varas de largo por dos y media de ancho de colores blanco, encarnado (rojo amapola), azul y dorado. Sabemos incluso que la cama tenía una colgadura de cordelete con un galán dorado. A ello se le suman varias colchas, colchones y un rodapies.

En cuanto al armario de doña Ángela, se nos precisa de modo detallado las piezas que poseía, es el caso de un vestido de tafetán negro jubón, así como dos basquiñas, otro par de casacas y mantos, tres guardapies, y una mantilla de raso encarnada con flores de colores. Una serie de atuendos que sin lugar a dudas remarcaban el estatus de su propietaria, y que no era usual ver durante el siglo XVII en la mayoría de las mujeres.

Entre la ropa blanca se cita más de una veintena de sábanas y almohadas, así como bastantes servilletas de diferentes clases, junto con manteles y otras piezas de características similares.
Por último llegamos a los objetos de mayor calidad, y que se acompañan con la designación de plata labrada. En este conjunto nos encontramos con lo que podría ser una vajilla de plata. Pues se mencionan cinco tembladeras (que podían emplearse como cuencos o platos hondos), así como una copa pequeña, dos tenedores y vasos. Añade a la lista dos vitelas guarnecidas (una de bronce esmaltado de negro y blanco, mientras que la otra tiene una filigrana de plata). Recordemos que las vitelas son pergaminos fabricados a partir de la piel de becerros nacidos muertos o que han fallecido al poco de nacer, y con los que se realizaban piezas de enorme calidad artesanal. Es muy probable que se tratara de obras de tipo religioso, que se enmarcaran sobre la guarnición descrita, y que vemos por ejemplo en muchos relicarios u otras piezas de orfebreria religiosa.


Venera en bronce y esmaltes, España, siglo XVII, con vitela pintada al interior (abalartesubastas.com)
Pero sin lugar a dudas otros de los elementos que llama la atención es un Santiago de azabache que pudo estar protegido por una campana de cristal. Tenemos constancia de que en la Edad Media los Reyes ya poseían en sus colecciones de arte sacro piezas como esta, y que en el caso de doña Ángela, siguiendo con la línea de producción, pudo haber adquirido en algún taller de joyeros gallegos, pues era por aquellas fechas donde más se trabajaba este mineral. Durante el siglo XVII ya estaba extendida la fama de los maestros joyeros especializados en este material, denominados azabacheros. Éstos se constituyeron como gremio, y debido a su reputada profesionalidad consiguieron ser reconocidos por la exquisitez de sus trabajos.
El renombre que obtuvieron hizo que durante siglos hasta el mismo Vaticano prohibiera la comercialización y bendición de piezas que no salieran de los talleros de los azabacheros de la ciudad de Santiago de Compostela. Algunos peregrinos los podían adquirir y después los revendían, creándose un negocio en torno a su manufacturación.

Para un mayor conocimiento de esta industria artesanal con raíces en el medievo nos remitimos al estudio efectuado por Ángela Franco, en donde se detalla la evolución de la iconografía jacobea sobre azabache: “Iconografía Jacobea en Azabache”.


Representación de Santiago en Azabache. Museo de las Peregrinaciones (xacopedia.com)
Otras piezas muy comunes eran los rosarios, entre los que vemos citados un par. Lo que hacía diferente a los rosarios de doña Ángela de muchos de sus vecinos, es que estos se encontraban fabricados con coral, uno constaba de 15 decenas, mientras que el otro con cinco y se sellaba mediante un engarce de plata.
El coral era un producto que obviamente no estaba al alcance de todos los consumidores, algo que refleja de modo perfecto Bernard Doumerc en su artículo “Le corail, production et circulation d’un produit de luxe à la fin du moyen âge”. Dentro de este trabajo podemos extraer reseñas de interés vinculadas como su explotación para diferentes fines, que van desde el textil, joyería..., hasta la producción religiosa a la que nos estamos refiriendo. En este sentido Doumerc comenta como “de acuerdo con los orígenes bíblicos del Antiguo Testamento, el coral aparece como el símbolo de las virtudes humanas de pureza y belleza de los príncipes de Sión con el cuerpo rojo. Ya más tarde, con Bernard de Clairvaus en su Alabanza a la Virgen María, se alienta a los cistercienses a usar el rosario para recitar el Ave María, pero será Domingo de Guzmán, quien generaliza la práctica a mediados del siglo XIII. Este objeto religioso compuesto de granos roscados, -fila paternóster-, recibió una recepción muy favorable entre los fieles. La variación en el tamaño del grano sugiere las diferentes oraciones, una paterna y diez con el rosario. El rosario, por su parte, está compuesto por quince decenas, es decir, los 150 salmos de la Biblia” (Doumerc, 2015, 403-404).

Añade el autor que la explotación del coral generó un negocio destacado en el mediterráneo, con renombre en los casos de navegantes italianos, donde había una comercialización entorno a este producto. “En el Mediterráneo, el coral abunda principalmente en Sicilia, en el norte de África, en la Provenza, en el Golfo de Nápoles y, por supuesto, en Cerdeña, donde están los bancos de coral más prolíficos. El coral no es muy raro, pero la dificultad de elevar el fondo marino lo convierte en un material precioso” (Doumerc, 2015, 406).


Rosario de coral, siglo XVIII (todocoleccion.net)

Por último llegamos al menaje de la cocina, en donde se mencionan varias piezas de cobre (cazos, un peral, un calentador) e incluso una chocolatera grande. Un producto que por aquella fecha era un auténtico lujo, pues recordemos que el chocolate no llegará a Europa hasta después de la llegada a América, de ahí que durante el siglo XVI comenzará a conocerse entre los círculos de las élites como un producto exclusivo, que poco a poco irá abriéndose.

En la época que vivió doña Ángela el chocolate era denominado con el nombre de la “bebida de las Indias”, e incluso en algunas confiterías de Madrid podían abastecerse del mismo, citar como curiosidad que cuando se está efectuando el censo de bienes de doña Ángela, su marido don Julián Vicente se encuentra en la ciudad de Madrid, de ahí que pensamos que en varios de aquellos desplazamientos hacia la capital, productos como este podían traerse a Huete. Para comprender mejor el valor social que adquirió este producto, recomendamos una visita al Museu de la Ceràmica de l’Alcora, así como también al Museu de la Xocolata de Barcelona, en donde se exponen piezas antiguas de vajillas chocolateras.

Valgan pues estas líneas, para acercarnos un poco más al modo de vida una clase social, sobre la que en las tierras de Cuenca siguen habiendo múltiples interrogantes, pero de las que como mínimo, a través de este tipo de inventarios, puede demostrarse que había la existencia de un mercado de importación sobre todos aquellos productos de difícil adquisición que iban más allá del marco local.


David Gómez de Mora


Bibliografía:

ARCHIVO MUNICIPAL DE HUETE. Protocolos notariales, Nº197, año 1694. Diego de Alique.

DOUMERC, Bernard (2015). Le corail, production et circulation d’un produit de luxe à la fin du moyen âge. Mercados de lujo, mercados del arte. El gusto de las élites mediterráneas en los siglos XIV y XV / Eds. Sophie Brouquet y Juan V. García Marsilla. 399-414 pp.

FRANCO MATA, Ángela (2005). Iconografía Jacobea en azabache. Los caminos de Santiago. Arte, Historia y Literatura / coord. por María del Carmen Lacarra Ducay. 169-212 pp.

PARADA Y LUCAS DE TENA (DE), Manuel (2013). El Colegio de San Lucas Evangelista. Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, vol. VI (2000-2001), 155-189 pp.

PIERA MIQUEL, Mónica (2012). La colección de escritorios de Salamanca o bargueños del Museu de les Arts Decoratives de Barcelona. Estudi del moble, nº 16, 18-23 pp.


Imágenes:

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Mi foto
Profesor de enseñanza secundaria, con la formación de licenciado en Geografía por la Universitat de València y título eclesiástico de Ciencias Religiosas por la Universidad San Dámaso. Investigador independiente. Cronista oficial de los municipios conquenses de Caracenilla, La Peraleja, Piqueras del Castillo, Saceda del Río, Verdelpino de Huete y Villarejo de la Peñuela. Publicaciones: 20 libros entre 2007-2023, así como centenares de artículos en revistas de divulgación local y blog personal. Temáticas: geografía física, geografía histórica, geografía social, genealogía, mozarabismo y carlismo. Ganador del I Concurso de Investigación Ciutat de Vinaròs (2006), así como del V Concurso de Investigación Histórica J. M. Borrás Jarque (2013).