Poca
o muy escasa es la información que poseemos de la localidad de Peñíscola en lo
que se refiere al conflicto de la Guerra Carlista. Ciertamente la desaparición
de documentación durante la Guerra Civil, diezmó toda esperanza de poder
conocer mejor la historia de nuestros ancestros. No obstante, el legado histórico que ha arrastrado este municipio, permite que existan fuentes de información paralela, que sirven en buena medida para paliar esos vacíos a los que nos referimos.
Durante mucho tiempo el carlismo fue un tema tabú, que muchos historiadores han intentado esquivar como si de algo deshonesto se tratase. Simplemente hemos de leer la parte dedicada en lo que sería hasta el momento la monografía más concisa del municipio (los apuntes de Febrer Ibáñez), para hacernos una idea de cuántas anécdotas e informaciones se mencionan de diversos conflictos con muchos siglos de antigüedad, pero que desaparecen súbitamente cuando toca precisar en algo no muy lejano, y que tanto el propio autor, como sus ancestros más inmediatos vivieron.
Desde
sus albores el municipio de Peñíscola ha sido un enclave geográfico con un notable peso geopolítico, debido a su envidiable ubicación sobre los restos de un relieve rocoso, que muchos millones de años atrás emergió en los procesos
geológicos en los que se originó la Serra d’Irta.
Sobre
ese entorno, se fue instalando una sociedad, que aprovechaba sus recursos
naturales (mar y tierra). Y es que una joya como aquella, era imposible de pasar por alto, pues su funcionalidad geoestratégica estaba a la altura de muy pocas, ya que el rendimiento militar
de su plaza amurallada ofrecía unas prestaciones incomparables, que la convirtieron en un reducto casi infranqueable
hasta para los grandes genios cultivados en el arte de la guerra.
Allí,
como decimos, convergieron de modo paralelo la vida de un pueblo que miraba
simultáneamente al mar y a sus campos, así como de los sucesivos monarcas, que a través de la figura de un Gobernador, ocupaban de modo permanente un espacio
que estaba continuamente sumido en las amenazas bélicas de cada
período.
Esta
situación, obviamente era perjudicial para una pequeña localidad, en donde sus
vecinos veían día a día los contras de estar en el punto de mira de enemigos
desconocidos. Afortunadamente el peñiscolano era una persona hecha de otra pasta, pues aquellos riesgos constantes no
eran suficiente escusa para alterar su rutina diaria, ya que mientras la cosa no fuera a peor, sus marineros igualmente salían a faenar, así como los
agricultores a trabajar sus tierras. Y es que la gente debía de comer.
Lo
cierto, es que en todas las situaciones que se nos han ido relatando a lo largo de su historia, veremos como sus habitantes irían afrontándolas con orgullo y entrega, permitiendo la consecución de gestas
históricas. Buen ejemplo lo tenemos en la Guerra de Sucesión, donde durante un tiempo considerable, sus vecinos se atrincheraron y consiguieron
resistir una presión militar, que muy pocos lugares hubieran llegado a aguantar.
Tampoco
habríamos de olvidar la crudeza que tuvo que suponerles la expulsión de sus
casas durante la lucha contra los franceses. Y es que las
consecuencias fueron nefastas, tanto demográfica como socioeconómicamente.
En
ese continuo escenario de sucesos catastróficos donde se juntan guerras,
muertes, crisis y enfermedades, se fue forjando un pueblo, que sin lugar a
dudas se caracterizó por su fortaleza, pues de lo contrario, como otros
tantos, por mucho menos hubiera acabado desapareciendo.
Esta mentalidad
obviamente se supo transmitir entre su gente, y ello en parte se conseguirá gracias a la disponibilidad de
recursos. Como decíamos el cultivo de
secano estuvo muy extendido, del mismo modo que en sus montañas desde el
Medievo la ganadería tenía un peso importante, sin olvidar las posibilidades del mar, junto la presencia de agua dulce dentro de sus entrañas.
Esa riqueza geográfica, fue sin lugar a dudas la clave (junto la mentalidad de
sus vecinos), lo que permitió a sus familias atesorar un patrimonio, que les
ayudaba a vivir de un modo aceptable. Una verdadera pena, si no hubiese sido por
esas muchas situaciones adversas, puesto que muy probablemente su rumbo podría
haberla llevado a ejercer una influencia mucho mayor en el entorno
septentrional de las tierras de Castellón. Recordemos que las consecuencias de la guerra napoleónica marcaron un antes
y un después, agravando un escenario económico, que ya venía arrastrándose desde décadas atrás.
Así
fue, como sobre un recinto cercado por sus gruesos muros, se forjó un espacio
urbano encorsetado, en el que se estrecharon continuos vínculos parentales
entre todos sus vecinos, para en cierto modo mantener una calidad de
vida aceptable, puesto que el patrimonio heredado nunca
salía fuera de los dominios de la roca.
No obstante las consecuencias de las guerras eran cada vez más dañinas y erosionaban
a las élites locales, a las que la entrega a título personal de reconocimientos
nobiliarios y algunas exenciones de pago, ya no eran herramientas suficientes para superar la dura crisis en la que comenzaban a sumirse.
Esa caída, obviamente
es aprovechada por los lugares del entorno, en donde las tornas se invierten, y
por lo tanto comienzan a adquirir un mayor protagonismo. Ese será el caso de
Vinaròs, donde la nueva burguesía comienza a adquirir un poder destacado, que
se magnificará llegado el siglo XIX. Momento crucial para entender el futuro
desenlace que se producirá en las guerras carlistas.
El
auge del pueblo vinarossenc, en donde las nuevas familias de la burguesía dan un
aire fresco con sus ideas liberales (los Ballester,
Ayguals y demás), permitirán respaldar la teoría de que todo ciudadano puede
llegar a ser rico.
Por otro lado, Peñíscola vivirá un
fenómeno inverso, pues ésta no olvidaba el protagonismo que poseyeron sus ancestros, cuando todavía controlaba muchas de las localidades que ahora ya le habían superado. Esta situación,
obviamente motivaba una mentalidad más conservadora, cimentada en la añoranza de tiempos pasados, y que sus habitantes habían
conseguido retener a duras penas, mediante un sistema social cerrado y
controlado, que la burguesía local y miembros de la pequeña nobleza ostentaron
durante casi quinientos años de historia.
Recordemos
que Peñíscola era una plaza militar, que de ninguna manera los Reyes pretendían
perder, no obstante, la situación era bastante delicada, puesto que su vecindario era mayoritariamente contrario a aquellas políticas.
Este tipo de situación, ha desfigurado la mentalidad carlista de este lugar,
tanto que muchos historiadores, se han agarrado a la figura política de los
intereses de Madrid, obviando por completo que pensaba realmente la población.
De este modo sobre la roca convergen dos posturas antagónicas, por un lado, las
fuerzas del orden, que de cara al exterior acaban configurando la posición general
de la localidad, así como por el contrario, la compartida por sus habitantes.
De ahí que sea necesario reflexionar sobre las consecuencias que
históricamente le supuso a Peñíscola el estar continuamente bajo el punto de
mira de la corona, ya que la capacidad de maniobrar no hubiese sido la misma.
Como
antes reseñábamos, los apuntes de Febrer Ibáñez, muy poco esclarecen sobre
Peñíscola en tiempos de las guerras carlistas, de ahí que tengamos que irnos
directamente a la información que nos proporciona el Marqués de San Román, don Eduardo Fernández San Román y Ruiz. Un
personaje que alcanzó el grado de Teniente General, y destacó por sus ofensivas
contra los carlistas, llegando hacerse con el cargo de Senador del Rey.
Este
señor, escribió una obra de notable interés, que cualquier historiador que
desee conocer con detalle como se desarrolló la primera guerra carlista en el
área valenciana debe consultar. A nosotros nos interesan concretamente dos
páginas (la 340 y 341) de su “Guerra Civil de 1833 a
1840 en Aragón y Valencia. Campañas del General Oráa (1833 a 1840)”, en
donde escribe lo siguiente:
“Es de tanto precio (y tal merece) la
plaza de Peñíscola, que ha sido siempre considerada como el Gibraltar del
Mediterráneo, causando espanto la sola idea de perderla. Desde su murado
asiento y empinado castillo mirando hasta Tarragona por la izquierda, y hasta
el Cabo de San Antonio, en que se apoya Denia, por la derecha, se puede decir
que manda la costa del Mediterráneo. Con pocas fuerzas sutiles que maniobren
bajo su protección, no hay leyes, pecho ni piratería que no sea fácil imponer y
ejercer en toda la jurisdicción de aguas por donde aquella se extiende. Aun
cuando Cabrera no abrigara la ilusión de gozar por mucho tiempo de su presa, si
lograba, tampoco podía resignarse a desperdiciar la ocasión que le convidaba
con un golpe de tanta magnitud. Más de 100 piezas de artillería de todos
calibres con sus bastos, cureñaje y juegos de armas, repletísimos almacenes de
víveres y municiones, una plaza marítima con fondeadero vecino al centro de la
guerra, una población de 400 habitantes devotísimos al carlismo, y gran número
de muy ricos emigrados del interior de quien arrancar enormes sumas de dinero,
eran elementos potentísimos para darle algunas semanas terrible autoridad donde
le conviniera, y para proveer poderosamente al mayor engrandecimiento de su
causa. El más feliz azar y la piedad de lo alto, tal vez, contemplando la tenaz
desventura de nuestro Ejército, puso a salvo el codiciado tesoro. Forcadell,
como hijo del país, cultivaba dentro de la plaza antiguas relaciones, y
aprovechando el tiempo de sus cuarteles en la Plana, intentó la empresa y
comenzó la conspiración que halló muchos y poderosos auxiliares. Consistía el
plan trazado en que mientras en lo exterior de la plaza un batallón carlista
oculto detrás de un voluminoso montón, en forma de muralla, de maderas de
construcción, de antemano y adrede preparado, sorprendieran la guardia del
gobernador y se apoderaran de su persona. Caminaba con facilidad la trama a su
término, cuando una confidencia escrita y cogida a una mujer a su entrada en la
plaza el día 26 de diciembre, puso de manifiesto toda la conjuración y burló
las esperanzas del jefe carlista y de sus amigos. Un mes después, sustanciado
el proceso, confesos, convictos un clérigo y tres paisanos como reos del crimen
bien probado, fueron arcabuceados el día 3 de febrero de 1838 para escarmiento
de traidores y salud del Ejército”.
El
texto refleja de forma concisa la situación que se vive en Peñíscola. Primeramente,
comienza destacando el poder de su plaza militar, así como el valor
geoestratégico de su ubicación. Ya luego deja clara la posición de su población
en el conflicto al clasificar a sus centenares de vecinos como “devotísimos al
carlismo”. A continuación menciona la llegada de gente procedente de focos carlistas, que ayudarán a subvencionar y mantener el espíritu de la causa, hasta
finalmente describir algo lógico, en un clima de fractura ideológica, como
serán los casos de conspiración, puesto que el pueblo está sumido a los
intereses del Rey.
El
personaje al que alude el texto (Forcadell) es en realidad el señor Domènec Forcadell
i Mitjavila, un guerrillero procedente de una familia de la pequeña nobleza
agrícola de Ulldecona, que destacó por su actividad militar a favor de la causa
carlista.
Sabemos
que éste no fue el único, pues aparecen otros nombres de gente de un mismo
rango social, que refuerzan una idea clara de carlismo en Peñíscola. Y es que
muchos de los militares, se sublevaron, y por lo tanto se posicionaron en el
bando contrario al que habían de servir. Este fenómeno se manifiesta en octubre
de 1833, en la figura de Cosme Covarsí Membrado. Otro militar de la nobleza
local, natural de Vinaròs, y que en su momento estuvo al mando de la
insurrección carlista de Peñíscola.
En
la obra “Fastos españoles o efemérides de la Guerra
Civil desde Octubre de 1832”, vol. II, se dice que en noviembre de 1833 “se
ha verificado otra sublevación en el partido de Peníscola, promovida por los
comandantes de los batallones voluntarios realistas del mismo” (pg. 164),
citándose a don Blas María Royo y al referido don Cosme Covarsí.
Se
reafirma la delicadeza de la situación cuando en la página 172, añade que: “El gobierno dice al Capitán General de
Cataluña, que en vista de los movimientos de rebelión en el país comprendido
entre Tortosa y Castellón de la Plana, y en consideración a la plaza de
Peñíscola, en cuanto se lo permiten sus intenciones, mandé uno de los dos
bergantes de guerra (el Realista o el Jacinta), para que se presente en
aquellas aguas, con el objeto de impedir que los rebeldes reciban auxilios de
armas, ni de otra clase; cortar sus comunicaciones, oponerse a la fuga de los
que por mar lo intentasen y proteger lo posible la plaza de Peñíscola y sus
comunicaciones con Barcelona y València”.
Merece
la pena destacar otra reseña, como la de la página 162, en donde se dice que el
Capitán pide a los revolucionarios realistas que se hagan con el castillo, ya
que él “se hará el tonto”.
El
momento en el que el carlismo comienza a proyectarse con mayor intensidad en
Peñísola será en otoño de 1833. Es a partir de esa fecha cuando muchos de los anteriores
servidores realistas se adhieren al grupo de la rebelión, y que en la zona
norte de Castellón gozó de tan enorme simpatía.
En
la sesión del 20 de agosto de 1834, se admite la proposición de Marco del Pont
y Borbón, de acabar las obras de restauración de la Casa de la Vila, a pesar de
que poco antes fuese arrestado por ser el Intendente General de las tropas
carlistas (Febrer, 327).
Suponemos
que el silencio realizado por el historiador Febrer respecto al conflicto,
revela la necesidad de no sacar a la palestra un tema, que como bien sabemos, incluso
durante las primeras décadas del siglo XX, abría muchas heridas entre las
gentes, que recordaban todavía las atrocidades de las guerras que sus padres y
abuelos habían sufrido. Más sintomático y evidente es el interés del
historiador, si partimos de que precisamente sus progenitores estuvieron implicados en el conflicto, y en lugar de detallar los hechos acontecidos
dentro de la localidad, sólo nos remite al apoyo isabelino que había prestado su
familia (véase pg. 290).
Esta
actitud se trasladará a muchos historiadores locales. Por ejemplo, en la ciudad de Vinaròs, y que siempre se representará como la abanderada del liberalismo
a nivel comarcal, fueron continuas las conspiraciones carlistas entre muchos de
sus vecinos.
Este
hecho queda perfectamente reflejado en el detallado estudio que ha realizado
Antonio Caridad Salvador, un auténtico experto y conocedor de esta materia, a
quien agradecemos la indicación de varias de las reseñas históricas que aquí
hemos descrito, pues mediante las mismas, podemos reforzar con documentación,
como de real llegó a ser el carlismo en Peníscola.
Quisiéramos
por ello añadir algunas de esas menciones, como será el caso de diciembre de
1836, donde los miembros del Ayuntamiento de Peñíscola son sustituidos por
militares, tras descubrirse una conspiración, en la que hay vecinos del pueblo implicados para entregar la plaza a los carlistas. En esta acción también serán detenidos
por participación en esa conjura, el juez y el promotor fiscal de Vinaròs
(Archivo de la Diputación de Castellón, col. de actas de 1836-1837, sesión del
20/12/1836, pg. 147).
Otro
suceso que ahonda en esta línea lo leemos en el Diario Mercantil de València,
con fecha del 28 de septiembre de 1839, donde se dice que, con anterioridad, la
guarnición de Peñíscola llevaba mucho tiempo sin ser relevada, temiendo que el
carlismo diera un golpe de control, puesto se iba “contagiando” entre sus vecinos.
Bibliografía de interés:
*Archivo
de la Diputación de Castellón. Colección de actas de 1836-1837.
*Caridad
Salvador, Antonio (2017). El carlismo en
las comarcas valencianas y el sur de Aragón (1833-1840). Institució Alfons
el Magnànim. 488 páginas.
*Febrer
Ibáñez, Juan José (1924). Peñíscola:
Apuntes históricos. Castellón.
*Fernández
San Román y Ruiz, Eduardo (1884). Guerra
Civil de 1833 a 1840 en Aragón y Valencia. Campañas del General Oráa (1833 a
1840). 400 páginas.
*Imprenta
don Ignacio Boix (1839). Fastos españoles
o efemérides de la Guerra Civil desde Octubre de 1832. Madrid. 878 páginas.